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LA VIDA EN LA FRONTERA (Selección de textos) Gloria Anzaldúa

INDICE

Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan

1 - 12

La Prieta

13 - 29

Bordeland/La afrontera

30 - 31

Título original: Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan, en Borderlands/La Frontera. The New Mestiza, San Francisco, Aunt Lute Books. Autorxr: Gloria Anzaldúa Traducción: Año 1987.

Título Original: La Prieta Tornado de Esta puente, mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Ed. Cherrie Moraga y Ana Castillo. Ism Press, San Francisco, 1998. Autxr: Gloria Anzaldúa Traducción: Ana Castillo y Norma Alarcón Año: 1998 Título original: Borderland/La frontera, en el libro del mismo nombre. Autorxr: Gloria Anzaldúa Año 1987. Traducción: María Luisa Peralta (1996)

Córdoba – Argentina 1era edición, verano 2014 1era re-edición, invierno 2015 2da re-edición, otoño 2016

Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan

1

Esos movimientos de rebeldía que tenemos en la sangre nosotros los mexicanos surgen como ríos desbocanados en mis venas. Y como mi raza que cada cuando deja caer esa esclavitud de obedecer, de callarse y aceptar, en mí está la rebeldía encimita de mi carne. Debajo de mi humillada mirada está una cara insolente lista para explotar. Me costó muy caro mi rebeldía –acalambrada con desvelos y dudas, sintiéndome inútil, estúpida e impotente. Me entra una rabia cuando alguien —sea mi mamá, la Iglesia, la cultura de los anglos— me dice haz esto, haz eso sin considerar mis deseos. Repele. Hable pa’ tras. Fui muy hocicona. Era indiferente a muchos valores de mi cultura. No me deje de los hombres. No fui buena ni obediente. Pero he crecido. Ya no sólo paso toda mi vida botando las costumbres y los valores de mi cultura que me traicionan. También recojo las costumbres que por el tiempo se han probado y las costumbres de respeto a las mujeres. Pero a pesar de mi tolerancia creciente, for this Chicana la guerra de independencia is a constant.

La fuerza de mi rebelión

Guardo

un recuerdo muy vivo de una vieja fotografía: tengo seis años. Estoy de pie entre mi padre y mi madre, la cabeza ladeada hacia la derecha, los dedos de mis pies planos aferrándose al suelo. Agarrada a la mano de mi madre. Hasta el día de hoy no estoy segura de dónde encontré la fuerza para abandonar la fuente, la madre, separarme de mi familia, mi tierra, mi gente, y todo lo que esa fotografía significaba. Tuve que abandonar el hogar para poder encontrarme a mí misma, encontrar mi propia naturaleza intrínseca, enterrada bajo la personalidad que me había sido impuesta. Fuí la primera en seis generaciones en salir del Valle, la única de mi familia en dejar la casa. Pero no abandoné todas las partes de mí: conservé la tierra de mi propio ser. Sobre ella caminé al marcharme, taking with me the land, the Valley, Texas. 2

Gané mi camino y me largué. Muy andariega mi hija. Because I left of my own accord me dicen, «¿Cómo te gusta la mala vida?» A una edad muy temprana yo ya tenía un fuerte sentido de quién era, qué era capaz de hacer, y qué era justo. Tenía una voluntad testaruda que intentaba movilizar constantemente a mi alma bajo mi propio régimen, vivir la vida en mis propios términos sin importar lo inadecuados que resultaran para los demás. Terca. Incluso de niña nunca obedecía. Era «perezosa». En lugar de planchar las camisas de mis hermanos pequeños o de limpiar los armarios, pasaba largas horas estudiando, leyendo, pintando, escribiendo. Cada pedacito de confianza en mí misma que laboriosamente lograba reunir, recibía una paliza diaria. No había nada de mí que mi cultura aprobara. Había agarrado malos pasos. Something was «wrong» with me. Estaba más allá de la tradición. Hay una rebelde en mí —la Bestia de la Sombra. Es una parte de mí que se niega a aceptar órdenes de autoridades externas. Se niega a aceptar órdenes de mi voluntad consciente, desafía la soberanía de mi propio gobierno. Es esa parte de mí que odia las restricciones de cualquier clase, incluso las autoimpuestas. Al mínimo amago de cualquier otro de limitar mi tiempo y mi espacio, patalea con ambas piernas. Se desboca. La cultura moldea nuestras creencias. Percibimos la versión de la realidad que ella comunica. Paradigmas dominantes, conceptos predefinidos que existen como incuestionables, imposibles de desafiar, nos son transmitidos a través de la cultura. La cultura la hacen aquellos en el poder —hombres. Los varones hacen las reglas y las leyes; las mujeres las transmiten. ¿Cuántas veces habré oído a madres y suegras aconsejar a sus hijos pegar a sus mujeres por no obedecerlos, por ser hociconas [big mouths], por ser callejeras [going to visit and gossip with neighbors], por esperar que sus maridos las ayuden con la crianza de los 3

hijos y el trabajo doméstico, por querer ser algo más que esposas? La cultura espera que las mujeres muestren mayor aceptación a, y compromiso con, el sistema de valores que los varones. La cultura y la Iglesia insisten en que las mujeres estén sometidas a los hombres. If a woman rebels she is a mujer mala. Si una mujer no renuncia a sí misma en favor del varón, es egoísta. Si una mujer se mantiene virgen hasta el matrimonio, she is a good woman. Para una mujer de mi cultura únicamente había tres direcciones hacia las que volverse: hacia la Iglesia como monja, hacia las calles como prostituta, o hacia el hogar como madre. Hoy en día algunas de nosotras, muy pocas, tenemos una cuarta opción: incorporarnos al mundo por medio de la educación y la carrera profesional y convertirnos en personas autónomas. Como pueblo de gente trabajadora nuestra actividad principal es poner comida en nuestras bocas, un techo sobre nuestras cabezas y ropa sobre nuestras espaldas. Dar una educación a nuestros hijos e hijas está fuera de las posibilidades de la mayoría de nosotros. Educadas o no, la responsabilidad de las mujeres aún es la de ser esposa/madre —sólo la monja puede escapar de la maternidad. Si no se casan y tienen hijos se hace sentir a las mujeres como completos fracasos. «¿Y cuando te casas, Gloria? Se te va a pasar el tren». Y yo les digo, «Pos si me caso, no va a ser con un hombre». Se quedan calladitas. Sí, soy hija de la Chingada. I’ve always been her daughter. No ‘tés chingando. (…) Los humanos temen lo sobrenatural, tanto lo terrenal —los impulsos animales como la sexualidad, lo inconsciente, lo desconocido, lo ajeno— como lo divino —lo sobrehumano, el dios que hay en nosotros. La cultura y la religión tratan de protegernos de estas dos fuerzas. Se teme a la mujer por la virtud de crear seres de carne y sangre en su vientre — sangra cada mes pero no muere—, por la virtud de estar en comunión con los ciclos de la naturaleza. Dado que, según 4

el cristianismo y la mayoría de las religiones mayoritarias, la mujer es carnal, animal y más cercana a lo terrenal, debe ser protegida. Protegida de ella misma. La mujer es lo extraño, la otredad. Es un reconocido fragmento de las pesadillas del hombre, es su Bestia de la Sombra. Verla le conduce a un frenesí de ira y temor. La gorra, el rebozo, la mantilla son símbolos de «protección » de las mujeres en mi cultura. La cultura —léase los hombres— pretende proteger a las mujeres. En realidad mantiene a la mujer en roles rígidamente definidos. Aleja a las niñas de otros hombres —no caces en mi coto, sólo yo puedo tocar el cuerpo de mi niña. Nuestras madres nos enseñaron bien, «Los hombres no más quieren una cosa»; no puedes confiar en los hombres, son egoístas y son como niños. Nuestras madres se aseguraban de que no entráramos en camisón o en bragas en las habitaciones de hermanos o padres o tíos. Nunca estábamos solas con hombres, ni siquiera con los de nuestra propia familia. A través de nuestras madres, la cultura nos daba dobles mensajes: No voy a dejar que ningún pelado desgraciado maltrate a mis hijos. Para acto seguido decir, la mujer tiene que hacer lo que le diga el hombre. ¿Cuál debíamos ser, la fuerte o la sumisa, la rebelde o la conformista? Los derechos tribales por encima de los individuales aseguraban la supervivencia de la tribu y eran necesarios entonces y, como en el caso de todos los pueblos indígenas del mundo que están aún defendiéndose contra el asesinato intencional y premeditado, todavía siguen siendo necesarios. Gran parte relaciones comunidad individual.

de lo que la cultura condena se focaliza en las de parentesco. El bienestar familiar, la y la tribu son más importantes que el bienestar El individuo existe primero como pariente — 5

como hermana, individuo.

padre

o

padrino—

y

después

como

En mi cultura el egoísmo está condenado, sobre todo en las mujeres; la humildad y generosidad, la ausencia de egoísmo, es considerada una virtud. En el pasado, ser humilde con miembros de fuera de la familia aseguraba que no harías a nadie envidioso; así él o ella no utilizaría ningún hechizo contra ti. Si te sientes importante eres una envidiosa. Si no te comportas como todo el mundo, la gente dirá que piensas que eres mejor que los demás, que te crees grande. Con la ambición —condenada en la cultura mexicana y valorada en la anglosajona— llega la envidia. El respeto acarrea una serie de reglas que mantienen en orden las categorías sociales y las jerarquías: el respeto está reservado para la abuela, papá, el patrón, aquellos con poder en la comunidad. La mujer está en lo más bajo de la escala un peldaño por encima de los desviados. La cultura chicana, mexicana, y algunas culturas indias no toleran la desviación. Desviación es todo aquello que está condenado por la comunidad. La mayoría de las sociedades tratan de librarse de sus desviados. La mayoría de las culturas han quemado y golpeado a sus homosexuales y a otros que se han desviado de la normalidad sexual. Los raritos son el espejo que refleja el miedo heterosexual de la tribu: ser diferente, ser otro y por lo tanto inferior, por lo tanto sub-humano, inhumano, no-humano.

Mitad y mitad

Había

una muchacha que vivía cerca de mi casa. La gente del pueblo hablaba de ella como una de las otras, «of the Others». Decían que durante seis meses era una mujer que tenía una vagina que sangraba una vez al mes, y que durante los otros seis meses ella era un hombre, tenía un pene y orinaba de pie. 6

La llamaban mitad y mitad, mita’ y mita’, ni lo uno ni lo otro sino una extraña duplicación, una desviación de la naturaleza que horrorizaba, una obra de la naturaleza invertida. Pero existe un aspecto mágico en la anormalidad y en la llamada deformidad. Según el pensamiento mágicoreligioso de las culturas primitivas se creía que las personas mutiladas, locas y sexualmente diferentes poseían poderes sobrenaturales. Para ellos, la anormalidad era el precio que una persona debía pagar por su —de él o de ella— extraordinario don innato. Hay algo irresistible en ser hombre y mujer a la vez, en el tener acceso a ambos mundos. En contra de algunos dogmas psiquiátricos, los mitad y mitad no sufren una confusión de identidad sexual, o una confusión de género. Lo que sufrimos es una absoluta dualidad despótica que dice que sólo somos capaces de ser uno u otro. Se afirma que la naturaleza humana es limitada y que no puede evolucionar hacia algo mejor. Pero yo, como otras personas queer, soy dos en un único cuerpo, tanto hombre como mujer. Soy la encarnación de los hieros gamos: la unión de contrarios en un mismo ser.

Miedo a ir a casa: homofobia

Para

las lesbianas de color, la máxima rebelión que pueden emprender contra su cultura nativa es a través de su conducta sexual. La lesbiana va en contra de dos prohibiciones morales: sexualidad y homosexualidad. Siendo lesbiana y creciendo católica, adoctrinada como heterosexual, I made the choice to be queer —para algunos esto es genéticamente inherente. Es un camino interesante que se desliza continuamente dentro y fuera de lo blanco, de lo católico, lo mexicano, lo indígena, los instintos. Dentro y fuera de mi cabeza. Conduce a la loquería, los locos. Es una forma de conocimiento —de conocer, y de aprender, la 7

historia de opresión de nuestra raza. Es una forma de equilibrar, de mitigar la dualidad. En una facultad de Nueva Inglaterra donde enseñé, la presencia de algunas lesbianas provocó el pánico entre las estudiantes y profesoras heterosexuales más conservadoras. Las dos estudiantes y nosotras, dos profesoras lesbianas, nos reunimos con ellas para discutir sus miedos. Una de las estudiantes dijo: «creía que homofobia significaba miedo a volver a casa tras la residencia universitaria».1 Y yo pensé, qué apto. Miedo a volver a casa. Y no ser aceptada. Tememos ser abandonadas por la madre, la cultura, la Raza, ser rechazadas, culpadas, dañadas. La mayoría pensamos inconscientemente que si revelamos este aspecto inaceptable de nosotras, nuestra madre/cultura/raza nos rechazará totalmente. Para evitar el rechazo, algunas de nosotras nos ajustamos a los valores de la cultura, relegamos las partes inaceptables a las sombras. Lo que deja solamente un miedo —que seremos descubiertas y que la Bestia de la Sombra se escapará de su jaula. Algunas de nosotras tomamos otra ruta. Intentamos hacernos conscientes de la Bestia de la Sombra, enfrentarnos a la lujuria sexual y a la lujuria por el poder y la destrucción que vemos en su rostro, discernir de entre sus rasgos la sombra que el orden reinante de los varones heterosexuales proyecta sobre nuestra Bestia. Sin embargo, otras damos otro paso: intentamos despertar a la Bestia de la Sombra que hay en nuestro interior. No muchas saltan de alegría ante la posibilidad de enfrentarse en el espejo con la Bestia de la Sombra sin acobardarse ante sus ojos de serpiente sin párpados, su fría y húmeda mano de almeja que nos arrastra bajo tierra, los colmillos obstruidos y siseando. ¿Cómo poner alas a esta particular serpiente? Pero algunas de nosotras hemos tenido suerte —en el rostro de la Bestia de la Sombra no hemos visto lujuria sino ternura; en su rostro hemos desenmascarado la mentira. 1 8

Juego de palabras en inglés entre homophobia y home, «hogar». [N. de e.]

Terrorismo íntimo: la vida en la frontera

El

mundo no es un lugar seguro para vivir. Temblamos en celdas separadas en ciudades cercadas, los hombros encorvados, apenas escondiendo el pánico bajo la superficie de la piel, tragándonos diariamente el golpe con el café de la mañana, con el miedo a que quemen nuestras casas con antorchas, a los ataques en las calles. Encerradas. La mujer no se siente a salvo cuando su propia cultura y la cultura blanca la critican; cuando los varones de todas las razas la cazan como a una presa. Alienada de su cultura materna, «alien» en la cultura dominante, la mujer de color no se siente a salvo en lo más profundo de su Ser. Petrificada, no puede responder, su cara está atrapada entre los intersticios, los espacios entre los diferentes mundos que habita. La habilidad para responder es lo que se conoce como responsabilidad, sin embargo nuestras culturas nos quitan nuestra capacidad de actuar —nos encadenan en nombre de la protección. Bloqueadas, inmovilizadas, no podemos avanzar, no podemos retroceder. Este retorcido movimiento serpenteante, el propio movimiento de la vida, más veloz que el rayo, helado. No nos comprometemos del todo. No utilizamos del todo nuestras facultades. Nos abnegamos. Y ahí, frente a nosotras, está el cruce de caminos y la elección: sentirnos como víctimas cuando otra persona tiene el control y por tanto es responsable y puede ser culpado —ser una víctima y transferir la culpa sobre la cultura, la madre, el padre, el ex-amante, el amigo, me absuelve de la responsabilidad—, o sentirse fuerte y, en gran medida, en control. Mi identidad chicana está forjada en la historia de la resistencia de la mujer india. Los rituales de luto de la mujer azteca eran ritos de desafío para protestar contra los cambios culturales que rompieron la igualdad y el equilibrio 9

entre mujeres y varones, y protestar contra su desplazamiento a un estatus inferior, su denigración. Como la Llorona el único medio de protesta de la mujer india era el lamento. So mamá, Raza, how wonderful, no tener que rendir cuentas a nadie. Me siento completamente libre para rebelarme y protestar contra mi cultura. Por mi parte, no tengo miedo a traicionar porque, al contrario que las chicanas y otras mujeres de color que crecieron blancas, o quienes sólo recientemente han vuelto a sus raíces culturales nativas, yo estaba totalmente inmersa en la mía. No fue hasta que fui al instituto que «vi» blancos. Hasta que trabajé en mi título de master no los había tenido a un brazo de distancia. Estaba totalmente inmersa en lo mexicano, un rural, rústico, aislado mexicanismo. Para separarme de mi cultura —y de mi familia— tuve que sentirme suficientemente competente ahí afuera y lo bastante segura por dentro para vivir la vida por mi misma. Sin embargo, cuando dejé mi casa no perdí el contacto con mis orígenes, porque lo mexicano forma parte de mí. Soy una tortuga, allá donde voy llevo mi «hogar» en mi espalda. No fui yo quien vendió a mi gente sino ellos a mí. Y sí, aunque el «hogar» permea cada músculo y cartílago de mi cuerpo, yo también tengo miedo de volver a casa. Aunque siempre defenderé mi raza y cultura cuando sean atacadas por los no-mexicanos, conozco el malestar de mi cultura. Detesto algunas formas de mi cultura, cómo incapacita a sus mujeres, como burras, nuestras fuerzas usadas contra nosotras, vulgares y burras portando humildad con dignidad. La habilidad de servir, afirman los hombres, es nuestra mayor virtud. Detesto cómo mi cultura hace caricaturas macho de sus hombres. No, no asumo todos los mitos de la tribu en los que nací. Puedo comprender por qué cuanto 10

más teñidas de sangre anglo, más firmemente mis hermanas de color y decoloradas glorifican los valores de su cultura de color —para compensar la extrema devaluación de la que es objeto por parte de la cultura blanca. Es una reacción legítima. Pero yo no glorificaré aquellos aspectos de mi cultura que me hayan dañado y que me hayan dañado bajo el pretexto de protegerme. Así que no me deis vuestros dogmas y vuestras leyes. No me deis vuestros banales dioses. Lo que quiero es contar con las tres culturas —la blanca, la mexicana, la india. Quiero la libertad de poder tallar y cincelar mi propio rostro, cortar la hemorragia con cenizas, modelar mis propios dioses desde mis entrañas. Y si ir a casa me es denegado entonces tendré que levantarme y reclamar mi espacio, creando una nueva cultura —una cultura mestiza— con mi propia madera, mis propios ladrillos y argamasa y mi propia arquitectura feminista.

La herida de la india-mestiza

Estas

carnes indias que despreciamos nosotros los mexicanos así como despreciamos y condenamos a nuestra madre, Malinali. Nos condenamos a nosotros mismos. Esta raza vencida, enemigo cuerpo. No fui yo quien vendió a mi gente sino ellos a mí. Malinali Tenepat, o Malintzin, ha pasado a ser conocida como la Chingada —the fucked one. Se ha convertido en una palabrota que sale de movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan boca de los chicanos una docena de veces al día. Puta, prostituta, la mujer que vendió a su gente a los españoles, son epítetos que los chicanos escupen con desprecio. El peor tipo de traición reside en hacernos creer que la mujer india en nosotras es la traidora. Nosotras, indias y mestizas criminalizamos a la 11

india que hay en nosotras, la brutalizamos y la condenamos. La cultura masculina ha hecho un buen trabajo con nosotras. Son las costumbres que traicionan. La india en mí es la sombra: La Chingada, Tlazolteotl, Coatlicue. Son ellas que oímos lamentando a sus hijas perdidas. No fui yo quien vendió a mi gente sino ellos a mí. Me traicionaron por el color de mi piel. La mujer de piel oscura ha sido silenciada, burlada, enjaulada, atada a la servidumbre con el matrimonio, apaleada a lo largo de 300 años, esterilizada y castrada en el siglo XX. Durante 300 años ha sido una esclava, mano de obra barata, colonizada por los españoles, los anglo, por su propio pueblo —y en Mesoamérica su destino bajo los patriarcas indios no se ha librado de ser herido. Durante 300 años fue invisible, no fue escuchada, muchas veces deseó hablar, actuar, protestar, desafiar. La suerte estuvo fuertemente en su contra. Ella escondió sus sentimientos; escondió sus verdades; ocultó su fuego; pero mantuvo ardiendo su llama interior. Se mantuvo sin rostro y sin voz, pero una luz brilló a través del velo de su silencio. Y aunque no pudo extender sus ramas y para ella en este momento el sol se ha escondido bajo la tierra y no hay luna, continúa avivando la llama. El espíritu del fuego la estimula para luchar por su propia piel y un trozo de suelo en el que permanecer, un suelo desde el que ver el mundo —una perspectiva, un terreno propio donde pueda sondear las ricas raíces ancestrales en su amplio corazón de mestiza. Ella espera hasta que las aguas no sean tan turbulentas y las montañas no tan resbaladizas con la ventisca. Golpeada y magullada espera, sus magulladuras se arrojan contra ella misma y contra el pulso rítmico de lo femenino. Coatlalopeuh espera con ella. Aquí en la soledad prospera su rebeldía. En la soledad ella prospera.

12

La prieta

13

Cuando

nací, Mamá grande Locha me inspeccionó las nalgas en busca de la mancha oscura, la serial del indio, o peor, de sangre mulata. Mi abuela (española, un poco de alemana, el rastro aristocrático debajo de su piel pálida, de ojos azules y cabellos enroscados, en un tiempo rubios) presumía que su familia fue una de las primeras que se establecieron en el gran campo de pastizales del sur de Tejas. Que lástima que nació m'ijita morena, muy prieta, tan morena y distinta de sus propios hijos güeros. Pero quería a m'ijita como quiera. Lo que me faltaba de blancura, tenía de inteligencia. Pero si fue una pena que fui oscura como una india. "No salgas al sol", mi mamá me decía cuando quería salir a jugar. "Si te pones mas oscura pensaran que eres una india. Y no te ensucies la ropa. No quieres que la gente diga que eres una mexicana puerca". Nunca reconoció que aunque ya eramos americanos por seis generaciones, aun eramos mexicanos y todos los mexicanos son parte indios. Yo pasé mi adolescencia batallando con sus demandas incesantes de que me bañara, que fregara los pisos y los aparadores, y que limpiara las ventanas y las paredes. Y cuando nos subíamos atrás en la camioneta del patrón que nos llevaba a los sembrados, me preguntaba, "¿dónde esta tu gorra" (para el sol? La gorra — el borde ajustado con tablillas de carton, el olan volando sobre mis hombros— me hacía sentir como caballo con tapaojos, miembro de la legión extranjera francesa, o monja cabizbaja por su toca. Un día en medio del sembradío de algodón, tiré mi gorra y me puse un sombrero. Aunque no me protegía del sol tejano de 110°F [43°C] como la gorra, ahora podía ver en todas direcciones, sentir la brisa, secarme el sudor del cuello. Cuando empecé a escribir este ensayo, hace casi dos años, el viento al que estaba acostumbrada de repente se convirtió en huracán. Abrió la puerta a imágenes viejas que me espantan, fantasmas viejos y todas las heridas viejas. Cada imagen una espada que me atraviesa, cada palabra una prueba. Aterrorizada, guarde el bosquejo de este ensayo por un año. 14

Estaba aterrorizada porque en esta escritura, tendré que ser dura con la gente de color que son las víctimas oprimidas. Aun tengo miedo porque tendré que llamarnos la atención a mucha mierda nuestra como nuestro propio racismo, nuestro miedo a las mujeres y a la sexualidad. Uno de mis más grandes temores es traicionarme a mi misma, de consumirme a mi misma con autocastigo, de no poderme quitar la culpa montada sobre mi espalda por años. Estas mis dos manos rápidas para darme cachetadas antes que otros me las den2 Pero sobre todo, estoy aterrorizada de hacer de mi madre la villana de mi vida en vez de enseñar como ella ha sido víctima. ¿La traicionaré en este ensayo por su temprana deslealtad conmigo? Con el terror acompañándome, me sumerjo en mi vida y empiezo el trabajo sobre mi. ¿Dónde empezó el dolor, las imágenes que me espantan?

Las imágenes que me espantan

Cuando

tenía tres meses, unas viejas manchas rosadas empezaron a aparecer en mi pañal. "Son sus rastros de esquimal", le dijo el doctor a mi mamá. "A las niñas esquimales les empieza la regla temprano". A los siete años me empezaron a crecer los senos. Mi mamá me los amarraba con una faja de algodón ajustada para que las criaturas en la escuela no los pensaran raros en comparación a sus propios pezones que parecían lunares morenos pianos. Mi mamá me aseguraba un trapo doblado en mis pantaletas. "Mantén las piernas cerradas, Prieta". Esto, el secreto negro entre nosotras, su castigo por haber fornicado antes de la ceremonia de boda, mi castigo por 2

De The Woman who lived forever (la mujer que vivió para siempre). Este poema y otros sin fuentes de referencia provienen de mis propios escritos inéditos.

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haber nacido. Y cuando se enojaba conmigo gritaba, "¡He batallado más contigo que con todos los demás y no me lo agradeces!". Mi hermana empezó a sospechar el secreto nuestro —que había algo "irregular" conmigo. iQué tanto puedes esconder de una hermana con quien has dormido desde la infancia en la misma cama? Lo que quería mi mamá a cambio de haberme dado a luz y por criarme era que me sometiera a ella sin rebelión. ¿Acaso me trataba de enseñar la habilidad para sobrevivir? No objetaba tanto mi desobediencia como mi cuestionamiento de su derecho a exigir mi obediencia. En esta batalla por el poder, se mezclaban su culpa de haberle dado vida a una niña marcada "con la seña", y pensar que me había hecho víctima de su pecado. En sus ojos y en los ojos de los demás me vi reflejada como algo "raro", "anormal", "CURIOSA". No vi otra reflexión. Incapaz de cambiar esa imagen, me retiré a los libros y la soledad y me alejé de la gente. Durante todo el tiempo que crecía me sentía como si no fuera de este mundo. Un ser ajeno de otro planeta —me dejaron caer en el regazo de mi mamá. ¿Pero con que motivo? Un día cuando tenía siete u ocho años, mi papá dejó caer en mi regazo una novelita de vaqueros del oeste de 25 centavos, el único tipo de libro que el podía conseguir en la botica. El acto de leer me cambió para siempre. En las novelas de vaqueros que leía, todos los empleados, los villanos y las cantineras eran mexicanos. Pero yo sabía que los primeros vaqueros fueron mexicanos, que en Tejas eramos más numerosos que los anglos, que las estancias de mi abuela fueron robadas por el anglo voraz. Sin embargo, entre las páginas de estos libros, tanto el mexicano como el indio eran bichos. El racismo que después reconocí en mis maestros y jamás podría ignorar, lo encontré en la primera novela de vaqueros que leí. 16

Mi papá muriéndose, la aorta se le reventó mientras que manejaba, la camioneta se volteo, arrojó su cuerpo y la camioneta se volcó sobre su cara. Sangre en el pavimento. Su muerte ocurrió cuando apenas entraba yo a la pubertad. El accidente destruyó irrevocablemente el mito de que existía una figura masculina que me cuidaría. ¿Cómo se pudo matar mi papa fuerte, bueno, hermoso como un dios? Que dios tan estúpido y descuidado. iQue tal si la casualidad y la circunstancia y el accidente mandaran? Perdí a mi papa, a dios, y mi inocencia, todo en un golpe sangriento. Cada 24 días, fiebres violentas me quemaban el cerebro. Fluía de lleno la regla acompañada por calambres, amigdalitis, y fiebres de 105°F [41°C]. Cada mes un viaje a los médicos. "Pura imaginación" decían. "Cuando madures y te cases y tengas hijos el dolor se parara". Una letanía monótona de los hombres de blanco durante toda mi adolescencia. Así como la sangre en el pañal me había robado la niñez, la matanza en la carretera me había robado la adolescencia. Y entre mis manos, sin saber como, tomé la transformación de mi propio ser. Nadie te va a salvar. Nadie te va a soltar corta las espinas alrededor. Nadie va a liberarte de las murallas del castillo ni despertarte a tu nacimiento con un beso ni bajarte por los cabellos, ni subirte en su corcel blanco. No hay nadie que alimente el anhelo. Afréntalo. Tendrás que hacer, hacerlo tu sola. —de "Letting Go" (El entrego) 17

Mi papá ya muerto, mi madre y yo nos consolamos. ¿No nos habíamos criado juntas? Habíamos sido como hermanas — ella tenía 16 años cuando me tuvo a mi. Aunque me quería, solo lo demostraba cubiertamente— en el tono de su voz, en una mirada. No era así con mis hermanos —ahí estaba el amor para que todo el mundo lo viera. Eran varones y substitutos de maridos, recipientes legítimos de su poder. Su lealtad fue y es para sus hijos varones no para las hembras. Ver a mi madre buscar en mis hermanos la protección, los consejos —un acto irónico. Ella y yo sabíamos que no recibiría nada de ellos. Como la mayoría de los hombres, no tenían nada que dar, al contrario necesitaban de las mujeres. Resentía el hecho de que mis hermanos bien podían tocar y besar y coquetear con ella, pero no mi hermana ni yo. Resentía el hecho de que la intimidad física entre las mujeres era tabú, sucia. Aun así no me podía descontar. "Machona, india ladina" me llamaba porque no me comportaba como una buena chicanita se debe comportar: después, con el mismo aliento me alababa y me regañaba, a menudo por la misma cosa — ser marimacho y andar con botas, no tener miedo de las víboras ni de las navajas, demostrar mi desdén hacia los roles de las mujeres, partir para la universidad, no hacer hogar ni casarme, ser una política, estar del lado de los campesinos.3 Aun a pesar de que ella trataba de corregir mis humores mas agresivos, mi madre secretamente estaba orgullosa de mi terquedad. (Algo que nunca admitirá.) Orgullosa de que había trabajado para asistir a la universidad. Secretamente orgullosa de mis pinturas, de mi escritura, aunque mientras tanto se quejaba porque yo no ganaba dinero con eso.

3

Movimiento campesino Chicano para construir el sindicato de los United Farm Workers (Campesinos Unidos), encabezado por César Chavez y Dolores Huerta.

18

Vergüenza

...tener

temor de que mis amigos vieran a mi mamá, que llegaran a saber que era vulgar—su voz penetrando todo rincón. Siempre cuando entrábamos en un cuarto llamábamos la atención. No quería que mis amigos la oyeran alardear de sus hijos. Tenía miedo de que se le saliera algún secreto, de que me criticara en público. Siempre me hacia pasar vergüenza al decirle a todos que me gustaba pasar el tiempo acostada leyendo en vez de ayudarle con el quehacer. ...comer de la bolsa en la escuela, esconder nuestros "lonches" papas con chorizo tras las manos ahuecadas en forma de taza y tragarlos cabizbajos para que las otras criaturas no pudieran ver. El delito se encontraba doblado entre la tortilla. Las criaturas blancas se reían, llamándonos "tortilleros", las criaturas mexicanas tomaban esa palabra como un garrote con el que se podían pegar uno al otro. Mis hermanos, mi hermana y yo empezamos a traer sandwiches de pan blanco a la escuela. Después de un tiempo dejamos de llevar comida totalmente. No hay belleza en la pobreza, en que mi madre solamente podía darle a uno de sus hijos el dinero para almorzar. (Todos nos pusimos de acuerdo de que se le diera a Nune, el crecía rápido y siempre tenía hambre.) No era muy romántico para mi hermana y yo andar vestidas con vestidos y pantaletas que mi madre nos hacía de costales de harina porque no podía comprarnos los de la tienda como las otras madres. Bueno, ya no me da vergüenza. Mamá. Mi corazón, se encorvó y rompió, una vez avergonzada de tus costumbres chinas. Amá, óyeme ahora, cuéntame tu historia, 19

otra vez y otra vez. Nellie Wong4 No fue culpa de mi madre que fuéramos pobres, sin embargo tanto de mi dolor y vergüenza provienen de la traición entre las dos. Pero mi madre siempre ha estado ahí para mi a pesar de nuestras diferencias y los golfos emocionales. Nunca ha dejado de pelear; es una sobreviviente. Aun hoy puedo oírla discutir con mi padre sobre como criarnos, insistiendo que todas las decisiones se hicieran entre los dos. La puedo oír llorando sobre el cuerpo muerto de mi padre. Ella tenía 28 años, fue poco educada, no tenía habilidades comerciales, y aun así al criarnos sola su fuerza fue mas grande que la de la mayoría de los hombres. Después que murió mi padre, trabajé en la siembra cada fin de semana y cada verano, aun cuando era estudiante en la universidad. (Solamente migramos una vez cuando tenía siete años, viajamos en el trasero de la camioneta de mi padre con dos familias más a los campos de algodón de Tejas occidental. Cuando perdí unas semanas de escuela, mi padre decidió que esto no podría suceder otra vez.) ...los aviones descendían sobre nosotros, cincuenta o hasta cien de nosotros nos dejábamos caer a la tierra, mientras una nube de insecticida nos laceraba los ojos, tapándonos las narices. Ni les importaba a los dueños de la industria agraria que no había sanitarios en las siembras anchas y abiertas, ni arbustos donde se pudiera una esconder. A través de los años, los confines de la vida agraria y ranchera empezaron a enfadarme. El rol tradicional de la mujer era una silla de montar que yo no me quería poner. Los conceptos "pasividad" y "obediencia" rastreaban sobre mi piel como espuelas y "matrimonio" e "hijos" me hacían 4

Nellie Wong, "From a Heart of Rice Straw" (Desde un coraz6n de paja de arroz). Dreams of Harrison Railroad Park (Sueños del parque Harrison Railroad), Kelsey Street Press, Berkeley, 1977.

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embestir mas rápido que las serpientes de cascabel o los coyotes. Empecé a usar botas y pantalones de mezclilla de hombre y andar con la cabeza llena de visiones, con hambre de más palabras y más palabras. Despacio, dejé de andar cabizbaja, rechacé mi herencia y empecé a desafiar las circunstancias. Pero he pasado mas de treinta años desaprendiendo la creencia inculcada en mi que ser blanco es mejor que ser moreno —algo que alguna gente de color nunca desaprenderá. Y es apenas ahora, que el odio de mi misma, el que pasé cultivando durante la mayor parte de mi adolescencia, se convierte en amor.

La muerte, la congelada reina de la nieve Escarbo una sepultura para enterrar a mi primer amor, un pastor alemán. Entierro el segundo, tercero y cuarto perro. El ultimo sufrió vómitos y convulsiones, envenenado por el insecticida. Lo enterré junto a los otros, cinco montones de tierra coronados por cruces de ramos que hice. ...Nunca más animales favoritos, nunca mas amores — ahora cortejo a la muerte. ... Hace dos años durante un día hermoso de noviembre en el parque Yosemite, caí al suelo con calambres, escalofríos severos y un temblor que se convirtió en espasmos próximos a convulsiones, después me dieron fiebres tan altas que sentía los ojos como huevos fritos. Sufrí esto por doce horas. Le dije a todo mundo, "no es nada, no se preocupen, estoy bien". Los primeros cuatro ginecólogos me aconsejaron una histerectomía. La quinta, una mujer, dice espera. 21

...El marzo pasado los fibromas en complot con una infección intestinal se me hicieron como sandías en mi útero. El doctor jugó con su navaja. La Chingada abierta, violada por la vara del hombre blanco. El alma por un rincón del techo de hospital se ponía más y mas débil, y me impulsaba a deshacerme de mis cochinadas, a soltar los temores y la basura del pasado que me estaban matando. Levanté la guadaña de La Muerte y me corté la arrogancia y el orgullo, las depresiones emocionales a las que me abandonaba, las mentiras que me digo a mi misma y a otra gente. Con su guadaña corté el cordón umbilical que me ata al pasado y a amigos y actitudes que me llevan abajo. Descortezar hasta el hueso. Hacerme absolutamente vulnerable. ...No puedo dormir por las noches. El ladrón dijo que volvería por mi. Alguien se fugó de la cárcel del condado y yo sé que el se escapó y vendrá por mi porque yo recogí una piedrota y lo perseguí, porque conseguí ayuda y lo agarramos. ¿Cómo se atreve a arrastrarme sobre piedras y ramas, raspándome las rodillas, cómo se atreve a cogerme de la garganta, cómo se atreve a estrangularme, cómo se atreve a echarme desde la puente [sic] y derramar mi sangre y quebrantar mis huesos en las piedras 20 pies abajo? Su aliento sobre mi cara, nuestros ojos solo a unas pulgadas de distancia, nuestros cuerpos rodando sobre la tierra abrazados tan íntimamente que nos podrían confundir con amantes. Esa noche el terror me encontró en la cama. No dejaba de temblar. Por meses el terror me llegaba por las noches y nunca me dejaba. Y aun ahora, siete años después, cuando ando en la calle en la oscuridad, y oigo pasos corriendo tras de mi, el terror me encuentra otra vez. Nunca más animales favoritos, nunca más amores. ... uno de mis amantes me decía que era frígida cuando no me llevaba al orgasmo. 22

...traje mi novio peruano a casa y mi madre decía que no quería que su "Prieta" tuviera a un "mojado" de amante. ...Mi madre y hermanos me llamaban puta cuando les dije que había perdido la virginidad y que lo había hecho a propósito. Mi madre y hermanos me llamaban jota cuando les dije que mis amigos eran homosexuales y lesbianas. ...Un amigo me' decía, "es tiempo que dejes de ser monja, una reina de hielo atemorizada de vivir". Yo no quería ser una regia reina de nieve con sonrisas heladas y las uñas listas para desgarrar a su víctima sin piedad. Sin embargo, yo sabía que mi ser distante, remoto, montaña dormida bajo la nieve era lo que le atraía. Una mujer esta enterrada debajo de mi, sepultada por siglos, supuesta muerta. Una mujer esta enterrada debajo de mi. Oigo su suave murmullo la escofina de su piel pergamino combatiendo los pliegues de su mortaja. Sus ojos por agujas picadas sus parpados, dos polillas aleteando. —de "A Woman Lies Buried Under Me" (Una mujer esta enterrada debajo de mi) Siempre me sorprende la imagen que tienen mis amigos blancos y nochicanos de mi. Me sorprende lo poco que me conocen, y el hecho que no los dejo que me conozcan. Han sustituido el retrato negativo que la cultura blanca tiene de mi raza con uno muy romántico e idealizado. "Eres fuerte", mis amigos dijeron, "como una roca”. Aunque el poder de tal imagen puede ser real, las cualidades míticas que lo acompañan no permiten que me traten como persona y me quitan la posibilidad de realizarme. El tener este "poder" no me exime de ser víctima en la calle, ni tampoco me hace la lucha para sobrevivir y para comer mas fácil. Para soportar el dolor y para controlar mis temores, me he cortado el pellejo. Oh son tantos los nombres del poder —orgullo, arrogancia, control. No soy la 23

congelada reina de nieve sino una mujer de carne y hueso con el corazón tal vez muy tierno, que se hiere fácilmente. No soy invencible, te digo. Mi piel es tan frágil como la de un bebé. Soy huesos quebradizos y humanos, te digo, soy un brazo roto. Tu eres el filo de la navaja, me dices. Hazlos cagar del susto. Se el holocausto. Se la Negra Kali. Escúpeles a los ojos y nunca llores. Oh ángel rota, tira el molde, remienda el ala. No seas piedra sino el filo de la navaja y quema con la caída. —Entrada en el diario, solsticio de verano de 1978.

Quién es mi gente

Soy

una puente [sic] columpiada por el viento, un crucero habitado por torbellinos, Gloria, la facilitadora, Gloria, la mediadora, montada a horcajadas en el abismo. "Tu lealtad es al Tercer Mundo", me dicen mis amigos negros y asiáticos. "Tu lealtad es a tu género, a las mujeres", me dicen las feministas. También existe mi lealtad al movimiento gay, a la revolución socialista, a la Nueva era, a la magia y lo oculto. Y existe mi afinidad a la literatura, al mundo artístico. ¿Qué soy? Una lesbiana feminista tercermundista inclinada al marxismo y al misticismo. Me fragmentarán y a cada pequeño pedazo le pondrán una etiqueta. ¿Me dices que mi nombre es la ambivalencia? Piensa en mi como Shiva, con un cuerpo de muchos brazos y piernas con un pie en la tierra color café, otro en lo blanco, otro en la sociedad heterosexual, otro en el mundo gay, otro en el mundo de los hombres, de las mujeres, un brazo en la clase obrera, los mundos socialistas y ocultos. Un tipo de mujer 24

araña colgando por un hilo de su telaraña. Mi identidad es de mujer. Quien ultraja a las mujeres me insulta a mí. Mi identidad es de lesbiana. Quien insulta a las lesbianas me ultraja a mí. Mi identidad es de feminista. Quien menosprecia el feminismo me desprecia a mí.

A quién le echamos la culpa El estirón entre lo que es y lo que debe ser.

¿Se

encuentra la raíz de nuestro malestar social en nosotros y dentro de las instituciones patriarcales? ¿Será que nuestras instituciones nacen de sí mismas y se multiplican por sí mismas y nosotros somos simplemente peones? ¿Será que las ideas tienen su origen en la mente humana o salen de algún limbo donde las ideas brotan sin nuestra ayuda? ¿A quién le echamos la culpa por todo el malestar que vemos alrededor nuestro? A nosotros mismos o al "capitalismo", al "socialismo", a los "hombres", a las "mujeres", a la "cultura blanca". Si no creamos estas instituciones, seguramente las perpetuamos con nuestro apoyo inadvertido. ¿Qué lecciones aprendemos del ladrón? Seguramente el racismo no es solamente un fenómeno blanco. Los blancos son "los meros meros" y se cagan sobre el resto de nosotros cada día de nuestras vidas. Pero lanzar piedras no es la solución. ¿Le damos al opresor/ladrón las piedras que nos lanza? ¿Cuántas veces nosotros, la gente de color, ofrecemos el cuello al machetazo? ¿De qué manera dejamos que nos amarren las manos? ¿Nos tapamos nosotros mismos las bocas con nuestra resignación de "dios lo manda"? ¿Cuántas veces nos negamos a nosotros 25

mismos antes de que cante el gallo, nos deshacemos de nuestros sueños y los pisoteamos en la arena? ¿Cuántas veces fallamos al no darnos ayuda uno al otro para subir los escalones? ¿Cuántas veces hemos dejado que otros carguen con nuestra cruz? ¿Dejaremos que nos crucifiquen una y otra vez? Es difícil liberarme del prejuicio cultural chicano en el que nací y me crié, y del sesgo cultural de la cultura anglo con que me lavaron el cerebro. Es mas fácil repetir los modelos y actitudes raciales que resistirlos, especialmente los que hemos heredado por miedo y prejuicio. Como una vieja chancla favorita que ya no nos queda, no queremos deshacernos de nuestro ser antiguo y cómodo para que el nuevo ser nazca. Tememos a nuestro poder, tememos a nuestro ser femenino, tememos a las mujeres de espíritu fuerte, especial-mente al aspecto de la Negra Kali, oscura y terrible. Por lo tanto, le rendimos homenaje al poder fuera de nosotras, poder masculino —poder externo— y no al poder dentro de nosotras. Yo no veo a los pueblos tercermundistas y a las mujeres como opresores sino como cómplices inconscientes de la opresión, legando a nuestros hijos y a nuestros amigos las ideologías de los opresores. No puedo descartar el rol de cómplice de que hago como cómplice, que todos hacemos de cómplices, ya que no gritamos lo suficiente recio en protesta. La enfermedad de la impotencia crece en mi cuerpo vigorosamente, no solo allá afuera en la sociedad. Y así como el uso de guantes, máscaras y desinfectantes no mata ésta enfermedad, tampoco las becas del gobierno, programas de derechos equitativos, o cupones para la comida desarraigan al racismo, sexismo, u homofobia. No es la respuesta escoger unos pocos como modelos, el compartir la torta no funcionara. La probé una vez y casi me envenena. Con mutaciones de virus como éstos, no se 26

puede aislar uno y tratarlo. Todo el organismo se envenena. Yo estoy con lo que amenace a nuestra opresión. Estoy con lo que nos rompa las ataduras sin matar y mutilar. Estoy con lo que sea y con quien sea que nos saque de nuestras vistas limitadas y despierte en nosotros los potenciales atrofiados. Como le doy la espalda a este viaje infernal por el cual la enfermedad me ha hecho pasar, las noches alquímicas del alma. Desgarrada de pies y cabeza, apuñalada, asaltada, golpeada. Me arrancaron la lengua (español) de la boca, y me dejaron sin voz. Me robaron mi nombre. Me chingaron las entrañas con el cuchillo de cirujano, y echaron el útero y ovarios en la basura. Castrada. Me apartaron de los míos, me aislaron. Me chuparon la sangre-vida por mi papel de mujer criadora —la última forma del canibalismo.

El mundo Zurdo

El

estirón entre lo que es y lo que debe ser. Creo que al cambiarnos,cambiamos al mundo, que el viaje por el camino de El Mundo Zurdo es el camino de un movimiento en dos sentidos —irse al fondo deuna misma y extenderse hacia el mundo, una recreación simultánea de una misma y una reconstrucción de la sociedad. Pero me siento confusa sin saber como se logra esto. No puedo descontar el hecho de que miles se acuestan diariamente con hambre. Los miles que hacen el atontecedor trabajo de mierda ocho horas diarias toda su vida. Los miles a quienes matan y golpean todos los días. Los millones de mujeres a quienes han quemado, los millones a quienes han violado. ¿Dónde esta la justicia para esto? No puedo reconciliar el ver a un niño golpeado con la 27

creencia de que escogemos lo que nos sucede, que creamos nuestro propio mundo. No puedo resolver esto en mi misma. No sé. Sólo puedo especular, tratar de integrar las experiencias que he tenido y atestiguado y tratar de buscarle el sentido a la violencia que nos hacemos uno al otro. En breve, trato de crear una religión en mis entrañas, y no desde lo externo. Trato de hacer las paces con lo que me ha sucedido, con lo que es el mundo, y con lo que debe ser. Cuando crecía, me sentía como una extraña que cayó al regazo de mi madre de otro planeta. ¿Pero con qué propósito? La mezcla de sangre y afinidades, en vez de confundirme o desequilibrarme, me ha forzado a lograr un cierto balance. Las dos culturas me niegan un lugar en su universo. Entre ellas y entre otras, yo construyo mi propio universo. El Mundo Zurdo. Yo me pertenezco a mi misma y no a cierto grupo. Yo ando por la cuerda floja con facilidad y gracia. Me extiendo sobre los abismos. A ciegas en el aire azul. La espada entre los muslos, una espada calentada por mi carne. Ando la cuerda —una acróbata en contrapaso, experta en el Acto de Equilibrio. La lógica, el patriarcado y el heterosexual han gobernado y han sido los dueños por mucho tiempo. Mujeres tercermundistas, lesbianas, feministas, y hombres orientados al feminismo de todos los colores se unen y se juntan para rectificar el balance. Solamente juntos podemos ser una fuerza. Nos veo como una red de espíritus emparentados, un tipo de familia. Somos los grupos raros, la gente que no pertenece a ningún sitio, ni al mundo dominante, ni completamente a nuestra propia cultura. Todos juntos abarcamos tantas opresiones. Pero la opresión abrumadora es el hecho colectivo que no 28

cuadramos, y porque no cuadramos somos una amenaza. No todos tenemos las mismas opresiones, pero tenemos empatía y nos identificamos con las opresiones de cada uno. No tenemos la misma ideología, ni llegamos a soluciones semejantes. Algunos de nosotros somos izquierdistas, algunos somos practicantes de la magia. Algunos de nosotros somos ambos. Pero estas afinidades distintas no se oponen. En el mundo zurdo yo con mis propias afinidades, y mi gente con las suyas, podemos vivir juntos y transformar al planeta

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Borderlands/La Frontera: la nueva mestiza Traducción: María Luisa Peralta

Vivir en la Frontera significa que tú no eres ni hispana india negra española ni gabacha, eres mestiza, mulata, híbrida atrapada en el fuego cruzado entre los bandos mientras llevas las cinco razas sobre tu espalda sin saber para qué lado volverte, de cuál correr; Vivir en la Frontera significa saber que la india en ti, traicionada por 500 años, ya no te está hablando, que las mexicanas te llaman rajetas, que negar a la Anglo dentro tuyo es tan malo como haber negado a la India o a la Negra; Cuando vives en la frontera la gente camina a través tuyo, el viento roba tu voz, eres una burra, buey, un chivo expiatorio, anunciadora de una nueva raza, mitad y mitad –tanto mujer como hombre, ninguno– un nuevo género; Vivir en la Frontera significa poner chile en el borscht, comer tortillas de maíz integral, hablar Tex-Mex con acento de Brooklyn ; ser detenida por be la migra en los puntos de control 30

fronterizos; Vivir en la Frontera significa que luchas duramente para resistir el elixir de oro que te llama desde la botella, el tirón del cañón de la pistola, la soga aplastando el hueco de tu garganta; En la Frontera tú eres el campo de batalla donde los enemigos están emparentados entre sí; tú estás en casa, una extraña, las disputas de límites han sido dirimidas el estampido de los disparos ha hecho trizas la tregua estás herida, perdida en acción muerta, resistiendo; Vivir en la Frontera significa el molino con los blancos dientes de navaja quiere arrancar en tiras tu piel rojo-oliva, exprimir la pulpa, tu corazón pulverizarte apretarte alisarte oliendo como pan blanco pero muerta; Para sobrevivir en la Frontera debes vivir sin fronteras ser un cruce de caminos.

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GLORIA ANZALDÚA Gloria Anzaldúa (1942-2004) nació en el Valle de Texas, Estados Unidos y pudo lograr una educación universitaria a pesar del racismo, sexismo y otras formas de opresión que ella experimentó en su vida como una tejana de séptima generación . Sus trabajos se mueven entre inglés y español al mismo tiempo para converger en una sola lengua. En Borderlands se identifica con múltiples identidades. Su autobiografía "La prieta," se publica en inglés en la obra This Bridge Called My Back, y en español en Esta puente, mi espalda: Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. El espacio de Anzaldúa mezcla culturas —sincretismo religioso— idiomas —inglés y español— prosa y poesía, así como sexualidad y género. Borderlands/La Frontera: The New Mestiza es reconocido como uno de los 38 mejores libros de 1987 por Library Journal y uno de los 100 mejores libros del siglo, por Hungry Mind Review y Utne Reader. Distinction. En sus trabajos teóricos, Anzaldúa invoca una nueva mestiza, que ella describe como un sujeto consciente de sus conflictos de identidad y usa el término el nuevo ángulo de visión con el fin de retar el pensamiento binario en el occidente. El modo de pensar de la “new mestiza” se encuentra ilustrado en el feminismo post-colonial.

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anzaldua-la vida en la frontera-vertical

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