Jessi Kirby_ Las cosas que pasan por el corazon

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Las cosas que pasan por el corazón

Las cosas que pasan por el corazón Jessi Kirby

Índice de contenido

Portadilla Legales Las cosas que pasan por el corazón

Kirby, Jessi Las cosas que pasan por el corazón / Jessi Kirby. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2015. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga Traducción de: Eloy Pineda. ISBN 978-950-49-4841-4 1. Novelas Románticas. I. Pineda, Eloy, trad. II. Título. CDD 813

© 2015, Jessi Kirby

Diseño e ilustración de portada: Diana Ramírez Imagen de portada: © Shutterstock

Publicado por acuerdo con HarperCollins Childen’s Books, una división de HarperCollins Publishers

Todos los derechos reservados

© 2015, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar

Primera edición en formato digital: septiembre de 2015 Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-4841-4

Para mis hermanas, que tienen corazones valientes y hermosos

Corazón (s.): órgano muscular hueco que bombea la sangre por el sistema circulatorio mediante contracciones y dilataciones rítmicas; el centro de la personalidad total, sobre todo en lo relacionado con la intuición, los sentimientos o la emoción; la parte central, más interna o vital de algo. Definición de la palabra «corazón»

Cuando las sirenas me despertaron justo antes del amanecer, no sé por qué supe que iban por él. No recuerdo que haya saltado de la cama ni que me haya atado los zapatos; tampoco recuerdo que las piernas me hayan llevado al camino de entrada, hacia el tramo de sendero sinuoso que hay entre nuestras casas. No recuerdo la sensación de mis pies golpeando el piso, ni mis pulmones inhalando aire, ni mi cuerpo corriendo para comprender lo que ya sabía, por mi corazón, que era cierto. Pero recuerdo cada detalle después de eso. Puedo ver las luces azules y rojas girando brillantemente contra el pálido cielo del amanecer. Puedo escuchar las voces entrecortadas de los médicos. Las palabras «traumatismo encefálico» repetidas entre la confusión del sonido de sus radios en el fondo. Recuerdo los sollozos profundos y ahogados de una mujer a la que no conocía, y que incluso ahora sigo sin conocer; el extraño ángulo de su camioneta blanca, su toldo oculto por los tallos rotos y las flores dispersas de los girasoles que crecían a lo largo del camino; la reja, astillada y rota. Recuerdo los cristales, que parecían grava, esparcidos por todo el asfalto. Sangre. Demasiada. Y su zapatilla tirada a un lado, en medio de todo. El corazón que había dibujado con un marcador negro en la suela. Aún puedo percibir el vacío de su zapatilla cuando la recogí, y cómo su ligereza me hizo caer de rodillas. Puedo sentir el fuerte apretón de las manos enguantadas que me levantaron y luego me contuvieron cuando traté de correr hacia él. No me dejaron. No querían que lo viera. Y por eso, lo que más recuerdo de esa mañana es que me quedé de pie a un lado del camino, sola mientras la oscuridad se cernía sobre mí a medida que el día se desplegaba. La luz de la mañana sobre los pétalos dorados y vibrantes que estaban dispersos por el lugar donde él yacía, agonizante.

La comunicación con los receptores del trasplante puede ayudar a los familiares de los donadores a asimilar la pérdida… En general, las familias de los donadores, los receptores y sus parientes y amigos pueden beneficiarse con el intercambio de ideas y emociones acerca de sus experiencias con la donación…, el regalo de la vida… Pueden pasar meses o hasta años hasta que estén listos para enviar o recibir una carta, o tal vez nunca se contacten. Programa de servicios para las familias de los donadores «Alianza de Vida»

CAPÍTULO UNO 400 días. Repito el número en mi cabeza. Dejo que se apodere del sentimiento de vacío mientras aprieto el volante. No puedo permitir que pase como cualquier otro día, sin hacer algo. 400 días merecen alguna clase de reconocimiento. Como el día 365, cuando le llevé flores a su mamá, pero no a su tumba, porque sabía que él habría querido que ella las tuviera. O como en su cumpleaños. Eso fue después de cuatro meses, tres semanas y un día: el 142. Lo pasé sola, porque no tuve ánimo para ver a sus padres ese día y porque en realidad una parte de mí, pequeña y secreta, creía que si yo estaba sola, tal vez aún habría una oportunidad de que él pudiera regresar de alguna manera, cumplir dieciocho años y seguir donde nos habíamos quedado. Estudiar juntos el último año; enviar solicitudes a las mismas universidades; ir a nuestra última reunión de alumnos o al baile de fin de curso; lanzar los gorros al cielo en la graduación y besarnos bajo el sol antes de que caigan al piso. Como él no regresó, me envolví en un buzo que aún conservaba muy leves restos de su aroma, o tal vez era mi imaginación. Lo estreché entre mis brazos y pedí un deseo. Pedí con todas mis fuerzas que no tuviera que hacer ninguna de esas cosas sin él. Y mi deseo se hizo realidad. Mi último año se volvió un borrón. No envié mis solicitudes a las universidades. No salí a comprar un vestido para el baile. Olvidé que había un cielo y una luz del sol bajo los cuales besarnos. Los días pasaron, uno tras otro; seguían un ritmo inquebrantable, sin fin. Parecía eterno, pero se fue en un parpadeo, como las olas que se quiebran en la orilla, o las estaciones que pasan. O el latido de un corazón. Trent tenía corazón de atleta: fuerte, estable, diez latidos más lento que el mío. Antes, nos acostábamos pecho contra pecho, y yo respiraba más lento para seguir su ritmo. Trataba de engañar a mi pulso para que hiciera lo mismo, pero nunca funcionó. Tres años después, mi pulso todavía se aceleraba con solo estar cerca de él. Pero encontrábamos nuestra propia sincronía, con su corazón latiendo a un ritmo lento, estable, y el mío llenando los espacios intermedios. 400 días y demasiados latidos por contar. 400 días, demasiados lugares y momentos en los que Trent ya no está. Y aún no he recibido ninguna respuesta de los únicos sitios donde sí existe. Una bocina suena detrás de mí, sacándome bruscamente de mis cavilaciones y de los nervios que hacen que me duela el estómago. Por el espejo retrovisor veo que el conductor maldice mientras gira para evitarme, levanta furioso una mano en el aire y sus labios articulan una pregunta a través del parabrisas: «¿Qué demonios haces?». Me pregunté lo mismo al entrar en el auto. No estoy segura de lo que estoy haciendo, solo de que tengo que hacerlo porque debo verlo con mis propios ojos. Por cómo se sintió cuando vi a los demás. Norah Walker fue la primera receptora en contactar con la familia de Trent, aunque solo después supieron su nombre. Los receptores y las familias de sus donadores pueden ponerse en contacto en cualquier momento a través del coordinador de trasplantes, pero recibir la carta nos sorprendió a todos. La mamá de Trent me llamó al día siguiente de recibirla y me pidió que fuera. Nos sentamos juntas allí, en la sala bien iluminada de aquella casa que guardaba tantos recuerdos, recuerdos que empezaron el día en que pasé corriendo por delante, por quinta vez, esperando que él notara mi presencia. El sonido de sus pasos mientras trataba de ponerse junto a mí hizo que corriera más lento, apenas lo suficiente para que me alcanzara. Su voz, poco familiar entonces, se las arregló para pronunciar las palabras con su respiración entrecortada. —¡Hey! —Respiración—. ¡Espera! —Respiración. Teníamos catorce años. Hasta ese momento éramos extraños el uno para la otra. Hasta esas dos palabras. Cuando me senté en la casa de Trent con su mamá, en el sillón donde él y yo solíamos ver películas y comer palomitas de maíz del mismo tazón, las palabras de una extraña, y la gratitud que había en ellas, me sacaron del lugar oscuro y solitario donde llevaba viviendo desde hacía mucho. Aquel día, la carta, escrita con mano temblorosa sobre un papel hermoso, despertó algo en mí. Era humilde y transmitía una intensa pena por la muerte de Trent, un profundo agradecimiento por la vida que él le había dado. Fui a casa esa noche y le escribí una respuesta, expresándole mi propio agradecimiento por los momentos luminosos que me habían dado sus palabras. Y después, otra noche, le escribí a otro receptor y luego a otro; a cinco, en total. Eran cartas anónimas para personas anónimas a las que quería conocer. Y cuando se las envié al coordinador de trasplantes para que se las hiciera llegar, lo hice con la débil esperanza de que esas personas me responderían; notarían mi presencia como él lo hizo. Miro sobre mi hombro y él está allí; sonríe y sostiene un girasol que es más alto que yo. Su tallo se arrastra

tras él, con todo y raíces. —Soy Trent —dice—. Me acabo de mudar a una casa que está a unos pasos de aquí, en esta misma calle. Supongo que vives cerca, ¿no? Esta semana te he visto pasar todas las mañanas. Eres rápida. Me muerdo el labio inferior mientras caminamos. Sonrío para mis adentros. Trato de no confesar que todos esos días he reservado mi velocidad para el tramo que está frente a su casa, desde que vi que el camión de mudanzas se detenía en el camino de entrada y él bajaba de un salto. —Soy Quinn —digo. Respiración. Escribir esas cartas me hizo sentir como si pudiera volver a respirar. En ellas, hablaba sobre Trent y todo lo que me dio cuando estaba vivo: la sensación de que podía hacerlo todo, felicidad, amor. Las cartas eran una manera de honrarlo y una esperanza de algo más. Una mano anónima que se estiraba hacia el vacío, buscando una conexión, una respuesta. Me río, porque él aún no recupera el aliento y porque no parece recordar el enorme girasol que cuelga de su mano. —Oh —dice, siguiendo mi mirada—, se suponía que era para ti. Yo… —Pasa una mano por su pelo con nerviosismo—. Yo lo arranqué por allí, cerca de la reja. Me lo ofrece y se ríe. Es un sonido que quiero seguir escuchando. —Gracias —respondo, y extiendo la mano para tomarlo. Fue lo primero que me regaló. Después de 282 días y de muchas cartas de ida y vuelta, formularios de aceptación y asesoría previa a la reunión, su mamá y yo conducimos a la oficina de servicios para las familias de los donadores, y nos sentamos juntas mientras esperamos a que lleguen, para conocerlos cara a cara. Así como Norah fue la primera en brindarnos sus palabras, también lo fue en ofrecernos su mano y a pesar de todas las veces que había imaginado conocerla, nada me había preparado para la forma en que me sentí al tomar su mano entre la mía, mirarla a los ojos y saber que allí también había una parte de Trent, una que le había salvado la vida y le había dado la oportunidad de ser madre de la niñita de pelo rizado que nos miraba desde detrás de sus piernas y de ser la esposa del hombre que estaba junto a ella, llorando. Cuando ella respiró profundamente con los pulmones de Trent y se llevó mi mano a su pecho para que sintiera cómo se llenaban y expandían, mi corazón también se llenó. Pasó lo mismo con los demás que conocí: Luke Palmer, siete años mayor que yo, nos tocó una canción con su guitarra; podía hacerlo porque Trent le había dado un riñón. Y John Williamson, un hombre callado pero cariñoso, que tenía más de cincuenta años, escribió cartas hermosas y poéticas sobre cómo su vida había cambiado desde que recibió su trasplante de hígado; sin embargo, luchó para encontrar las palabras correctas en nuestra pequeña recepción. Y luego estaba Ingrid Stone, una mujer de ojos de color azul pálido; aunque eran muy diferentes de los ojos café de Trent, gracias a ellos podía ver el mundo de nuevo y pintarlo con colores vivos en sus lienzos. Dicen que el tiempo sana todas las heridas, pero conocer a esas personas aquella tarde, una familia improvisada de extraños unidos por una persona, me curó más que todo el tiempo que había transcurrido. Por eso, cuando se sucedieron los días sin tener respuesta del último de los receptores, empecé a buscarlo. Esa es la razón por la que investigué en internet y comparé fechas con historias de las noticias y hospitales, hasta que lo encontré con tanta facilidad que casi no podía creerlo. También es por eso que, ante los demás, he fingido comprender la razón por la que no ha respondido: como nos dijo la mujer de los servicios para las familias de los donadores, algunas personas nunca responden, y esa es su decisión. He actuado como si no pensara en él todos los días ni me cuestionara esa decisión, como si hubiera hecho las paces con él. Pero a solas, en las interminables horas previas a la mañana que parecen durar eternamente, siempre regreso a la verdad: que no he hecho las paces en absoluto. Y no creo que pueda, a menos que haga esto. No sé qué pensaría Trent si lo supiera, qué diría si pudiera verme de alguna manera. Pero han pasado 400 días. Creo que sería capaz de entenderlo. Durante mucho tiempo, fui la única que tuvo su corazón. Solo necesito ver dónde está ahora.

El corazón tiene razones que la razón no entiende. Esto lo vemos de mil formas.

BLAISE PASCAL

CAPÍTULO DOS No hay dónde dar vuelta en esta carretera, aunque querría hacerlo. Solo veo una caída abrupta por una colina de robles cubiertos de musgo que se elevan sobre la hierba alta y dorada del verano. Sigue así por kilómetros, serpenteando por toda la costa donde él ha pasado sus diecinueve años de vida, a menos de sesenta kilómetros de distancia. Cuando los árboles por fin dan paso a la amplia extensión azul del océano y el cielo a la orilla de su pueblo, me tiemblan tanto las manos que tengo que hacer un alto en un mirador que hay en la cuneta. Una delgada neblina bordea el acantilado y se funde bajo la luz de la mañana que se dispersa sobre el agua que hay más allá. Apago el automóvil, pero no salgo. En cambio, bajo las ventanillas y respiro. Son respiraciones lentas y profundas, con las que intento tranquilizar mi conciencia. He estado aquí muchas veces, en Shelter Cove. He pasado por este lugar y me he dirigido al pequeño pueblo de la playa innumerables días de primavera y verano, pero hoy se siente diferente. No percibo la ansiosa expectación que solía crearse entre mi hermana Ryan y yo en el asiento de atrás mientras viajábamos con mamá y papá en nuestra camioneta, llena de toallas de playa, tablas para surfear y la hielera con toda la comida chatarra que no nos permitían comer en casa. Tampoco noto la sensación de libertad que se creó cuando Trent obtuvo su licencia para conducir y vinimos en su camioneta a pasar el día, sintiéndonos mayores de edad y románticos. Hoy solo siento una horrible determinación y la tensión que la acompaña. Miro el agua a lo lejos y se me ocurre una idea alarmante. Me pregunto si, en alguna de las ocasiones en que he estado aquí, he visto alguna vez a Colton Thomas. Si Trent y yo pasamos junto a él en la calle, si nos miramos a los ojos durante medio segundo antes de ver otra cosa sin pensar, como extraños, completamente inconscientes de que un día se crearía este vínculo entre nosotros. Antes de que todo sucediera. Antes del accidente de Trent, de escribir cartas y de conocer a los demás; antes de que yo pasara muchas noches esperando noticias de Colton Thomas y preguntándome por qué nunca las recibí. Es un pueblo pequeño, lo suficiente como para que nos hayamos visto en alguno de mis viajes. Pero una vez más pienso que tal vez no sucedió. Probablemente él no pasaba sus veranos como los demás. He estudiado la cuidadosa línea del tiempo que su hermana llevó en su blog, que es lo que me llevó hasta él. Aunque ella lo empezó hasta que lo pusieron a él en la lista de trasplantes, sé que tenía catorce años cuando su corazón empezó el insoportablemente lento proceso de insuficiencia. Llegó a la lista cuando tenía diecisiete años. Y habría muerto de no haber recibido una llamada cuando ya casi cumplía dieciocho, el último día en que Trent tuvo diecisiete años de edad. Hago a un lado la idea y la pesada sensación que la acompaña. Vuelvo a respirar hondo y me recuerdo que debo ser cuidadosa. Ya he roto demasiadas reglas, escritas o no, y protocolos diseñados para proteger a las familias de los donadores y los receptores, para evitar que sepan demasiado. O que esperen demasiado. Pero cuando encontré a Colton y su historia, expuesta para que cualquiera la viera, reemplacé estas reglas en mi mente con un nuevo conjunto de reglas y promesas que me he repetido una y otra vez, que me han llevado hasta aquí hoy y que me reafirman lo suficiente como para volver a la carretera mientras las repaso de nuevo: respetaré el deseo de Colton Thomas de no establecer contacto, aunque no creo que nunca llegue a entenderlo. Solo quiero verlo, ver quién es en realidad. Tal vez entonces pueda entenderlo o por lo menos quedar en paz con él. No voy a interferir en su vida. No voy a hablar con él, ni siquiera para escuchar el sonido de su voz. Él ni siquiera sabrá que existo. Me estaciono frente al local de alquiler de kayaks Good Clean Fun, al otro lado de la calle, y apago mi auto pero no salgo. En cambio, me doy un momento para absorber los detalles del local, como si pudiera ver algo que me diga más sobre Colton que todas las publicaciones del blog de su hermana. Tiene el mismo aspecto que en las fotos: tablas de remos y kayaks perfectamente apilados llenan los estantes a ambos lados de la puerta, brillantes salpicaduras de amarillo y rojo contra la mañana gris. Detrás, como puede verse a través de la ventana del frente, una serie de trajes de neopreno y chalecos salvavidas cuelgan en filas ordenadas, listos para los clientes del día en busca de aventura. Nada fuera de lo que esperaba. Aun así, es extraño verlo ahora: es un local por el que debo de haber pasado más de una vez y al que nunca le presté atención. Hoy es un lugar que siento que ya conozco, con una historia que integra muchas más cosas que el equipo que hay en los estantes. Aún no abren y la calle está casi vacía, pero delante, donde el muelle se adentra en el océano picado y gris, los habitantes de la localidad han salido y empiezan el día. Los surfistas salpican en el agua, a ambos lados de los pilares cubiertos por mejillones. Un pescador ceba su caña antes de lanzarla por encima del barandal. Dos ancianas en pants caminan a paso rápido por la orilla del agua, charlando y agitando sus brazos con entusiasmo mientras avanzan. Y en el estacionamiento que hay junto al muelle, tres muchachos en pantalones cortos y sandalias descansan contra el barandal, mirando las olas mientras el vapor asciende lentamente en espiral desde las tazas de café que sostienen en sus manos. Decido que el café es una buena idea. A falta de otra cosa, puedo calentarme las manos con una taza. Tal vez eso baste para que dejen de temblarme. Y buscar uno me daría algo que hacer, además de sentarme al otro

lado del local a esperar mientras pierdo la seguridad en mí misma poco a poco a cada segundo que pasa. A unas cuantas puertas de donde estoy hay un letrero que se ve prometedor: EL LUGAR SECRETO. Le echo otro vistazo rápido al local cerrado de alquiler de equipo; luego salgo del coche y me dirijo a la banqueta, tratando de parecer cómoda y relajada, como si viviera aquí. La niebla de la mañana y el olor a sal marina espesan el aire y, aunque el calor aumentará con las horas, aún hace suficiente frío como para que el vello de los brazos se me erice mientras camino. Cuando empujo la puerta de la cafetería, el olor del café me envuelve junto con las notas melosas de una guitarra acústica que salen de la pequeña bocina que hay sobre la puerta. Mis hombros se relajan un poco. Casi siento que solo quiero tomar un café, tal vez dar un paseo por la playa e irme sin cruzar más límites. Pero sé que no es cierto. Esto implica demasiadas cosas, y a él, como para que sea capaz de hacerlo. Una voz que viene de detrás del mostrador me sobresalta. —¡Buenos días! En un momento estoy contigo. —Es cálida y fácil, como una sonrisa. —Muy bien —respondo, consciente de lo acartonada que suena mi voz en contraste con la suya. Como no he practicado mucho la interacción con la gente, trato brevemente de pensar en algo que añadir, pero me quedo en blanco. Doy un paso atrás y miro alrededor. Es un lugar acogedor, con paredes de color turquesa oscuro que hacen que destaquen las fotografías de surfistas en blanco y negro que hay sobre ellas. Sobre mí cuelgan viejas tablas de surf suspendidas del techo por cuerdas gastadas. Junto al mostrador y recargada contra la pared, hay otra a la que le falta un pedazo, como si se lo hubieran arrancado de una mordida, donde han escrito a mano el menú. No tengo hambre en absoluto, pero de todos modos lo reviso por completo, buscando panqueque, para variar. Era el favorito de Trent, sobre todo después de una mañana de natación. Si él salía temprano y teníamos tiempo antes de la escuela, íbamos al pueblo y comprábamos uno para compartirlo en nuestro pequeño lugar secreto: una banca oculta detrás del restaurante, con vistas al arroyo. En ocasiones hablábamos acerca de su próxima reunión o la mía, o de nuestros planes para el fin de semana; sin embargo, mi momento favorito era cuando simplemente estábamos ahí, sentados, con el sonido suave del agua que fluía sobre las rocas y el silencio cómodo que surgía de conocernos de memoria, con el corazón. Un muchacho con pelo rubio y suelto y ojos azul brillante sale por la puerta de la cocina, secándose las manos con una toalla. —Lamento la espera —dice, lanzándome una sonrisa inmaculada que contrasta con su piel bronceada—. Aún no llega mi ayudante, no tengo idea de por qué. Mueve la cabeza en dirección al pizarrón que reporta las condiciones para surfear del día: «Olas del sur de dos metros, brisa marina. ¡Ve ahí afuera!». Cuando mira por la ventana en dirección a la playa y se encoge de hombros, tengo la impresión de que está de acuerdo con eso. No digo nada. Finjo examinar el menú. El silencio es un poco incómodo. —En fin —dice, juntando las manos—. ¿Qué te ofrezco esta mañana? En realidad no quiero nada, pero estoy aquí y creo que es demasiado tarde para irme. Además, él parece agradable. —Quiero un café con moka —digo, pero no parezco del todo segura. —¿Es todo? —pregunta. Muevo la cabeza de arriba abajo. —Sí. —¿Estás segura de que no quieres nada más? —Sí. Quiero decir, no, gracias. Estoy segura. Bajo la vista al piso, aunque noto que él me está mirando. —Está bien —dice después de un largo instante. Su voz suena más amable ahora—. Te lo traeré en un minuto. —Hace un gesto en dirección a las cinco o seis mesas vacías—. Hay muchos asientos, elige el que quieras. Escojo una mesa metida en una esquina, que da a la ventana. Afuera, el sol se abre paso a través de la mañana gris, llenando el agua con luz y color. —Aquí tienes. —El muchacho del café coloca un tarro humeante, del tamaño de un tazón, y un plato con un bizcocho—. Chispas de chocolate con banana —dice cuando volteo a verlo—. Sabe a felicidad. Me dio la impresión de que quizá necesitarías un poco esta mañana, así que es cortesía de la casa. El café también. Sonríe, y reconozco el cuidado con el que lo hace. No ha sucedido solo esta mañana. Es la misma sonrisa que la gente me lanza desde hace tiempo, como con una mezcla de compasión y pena, y me pregunto qué es lo que ve en mí que le hace pensar que la necesito. ¿Mi postura? ¿Mi expresión? ¿Mi tono? Es difícil adivinarlo después de tanto tiempo. —Gracias —digo. Y luego trato de regresarle una sonrisa real, para que ambos estemos seguros de que me siento bien. —¿Ves? Ya está funcionando. —Sonríe—. Por cierto, soy Chris. Llámame si necesitas algo, ¿está bien? Asiento con la cabeza. —Gracias. Regresa a la cocina. Me recargo en el respaldo de la silla, con el tarro caliente entre mis manos, y me siento un poco más tranquila. Aunque aún puedo ver el local de kayaks al otro lado de la calle, me siento a una distancia segura y razonable, como si estar aquí no fuera incorrecto. Un surfista camina por la acera y atisbo unos ojos verdes y una piel bronceada que hacen que aparte la vista rápidamente, hacia la espuma de mi café de moka. Es atractivo. Me resulta sorprendente haberlo notado, y no puedo evitar una punzada de culpa. Un momento después la puerta se abre con un vaivén, y él avanza directo hacia el mostrador sin verme en el rincón. Toca el timbre cinco veces con rapidez. —¡Hey! ¿Hay alguien trabajando aquí hoy o todos están afuera, en el agua? Chris regresa de la cocina con una sonrisa de familiaridad en el rostro. —Bueno, miren quién decidió regalarnos su presencia esta mañana. —Se saludan chocando las palmas de sus manos por lo alto y se dan uno de esos medios abrazos de hombres sobre el mostrador—. Me da gusto verte.

¿Ya surfeaste? —Vi el amanecer en el agua —dice el de los ojos—. Acabo de llegar. Estuvo bueno. ¿Por qué no viniste? — Toma una taza y él mismo la llena. —Alguien tiene que encargarse del negocio —dice Chris, tomando un sorbo de su taza. —Alguien tiene equivocadas sus prioridades —dice el otro con mucha seriedad. Chris suspira. —Así son las cosas. —Lo sé. Así son cuando no te esfuerzas —dice su amigo simplemente. Sopla suavemente sobre su taza—. Por eso estás aquí ahora, para que no te pierdas de esas cosas. —Eso es profundo, amigo. —Chris sonríe—. ¿Tienes más palabras sabias que quieras soltarme esta mañana? —No. Pero se supone que este oleaje seguirá. ¿Sesión al amanecer mañana? Chris inclina su cabeza, reordenando sus prioridades. —¡Vamos! —Su amigo sonríe—. La vida es demasiado corta. ¿Por qué no? —Muy bien —dice Chris—. Tienes razón. A las cinco y media. ¿Quieres algo de comer? Cuando una pequeña parte de mí espera que él responda que sí para que se quede, me doy cuenta de que he seguido su conversación con mucha intensidad. Y a él también. Avergonzada, llevo la taza a mis labios, más para esconderme detrás de ella que para tomar un sorbo. Me obligo a ver de nuevo la calle por la ventana. —No, tengo que abrir el local. Una familia de ocho viene a alquilar kayaks en un momento, y le prometí a mi hermana que estaría allí para atenderlos. Sus palabras, pronunciadas de manera casual, me golpean con rapidez, como una andanada de flechas: «kayaks», «local», «alquiler», «hermana». Se me revuelve el estómago ante la posibilidad, demasiado real, de que sea él. Está allí de pie, a unos cuantos metros. Inhalo de prisa ante la idea y de inmediato me atraganto con el café. Ambos muchachos me miran mientras toso y estiro la mano para tomar el vaso de agua de la mesa. Golpeo mi tarro, enviándolo al piso con estrépito. El café se vierte en todas direcciones. El surfista da un paso hacia mí mientras yo salto y me alejo de mi asiento. Chris le lanza un trapo sobre el mostrador. —Colt, atrápalo. El corazón se me sale del pecho llevándose todo el aire del cuarto con él, de modo que no puedo respirar. Colt. Como Colton Thomas.

Los científicos han identificado neuronas que se disparan cuando se reconoce a una persona. Por tanto, [es posible que] cuando el cerebro del receptor analiza las características de una persona que impresionó de manera importante al donador, el órgano donado puede proporcionar poderosos mensajes emocionales que son un síntoma de que el individuo ha sido reconocido. Estos mensajes de retroalimentación ocurren en milisegundos y el receptor [puede llegar a creer] que conoce a esa persona. «Memoria celular en trasplantes de órganos»

CAPÍTULO TRES Colton Thomas camina hacia mí, arrugando sus cejas oscuras con preocupación, con el trapo en una mano y la otra estirada hacia el charco de café derramado. —¿Estás bien? Asiento con la cabeza, todavía tosiendo, aunque me encuentro lejos de estarlo. —Por aquí, pasa por aquí. Yo me encargo de todo. Me toma del codo con suavidad y me pongo tensa ante su contacto. —Lo siento —dice, dejando caer su mano rápidamente—. Yo… ¿Segura de que estás bien? Está allí de pie, justo enfrente de mí, con un trapo de cocina en la mano, preguntándome si estoy bien. Esto no debería estar pasando. Esto no es lo que se supone que debería suceder, esto… Aparto la vista. Toso una vez más, luego me aclaro la garganta y tomo aire con vacilación. «Tranquilízate, tranquilízate», me digo. —Lo siento —logro decir—. Lo siento mucho. Es que… —Está bien —dice, como si estuviera riendo. Mira sobre su hombro a Chris, quien parece como si ya estuviera preparándome una nueva taza de café. —¡Otro recién hecho va en camino! —grita Chris. —¿Ves? —dice Colton Thomas—. No hay de qué preocuparse. Señala la silla más cercana—. Yo te lo llevo. Puedes sentarte. No me muevo ni digo nada. Se agacha para limpiar el café con el trapo, pero luego me vuelve a ver y sonríe; eso me sorprende porque es muy diferente de la sonrisa débil que muestra en muchas de las fotos de su hermana. No se parece al de las fotos. Creo que ni siquiera habría adivinado que eran la misma persona, tal vez ni aunque hubiera entrado caminando en el local de sus padres. El Colton de las fotografías estaba enfermo. Tenía la piel pálida, ojeras, la cara hinchada, los brazos delgados y una sonrisa que parecía forzada. La persona que está hincada frente a mí está llena de vida y muy sana, y es a quien… Quiero apartar la vista, pero no puedo. No después de cómo me ha mirado. Deja la mano quieta sobre el piso pegajoso, como si hubiera olvidado lo que está haciendo. Y entonces, sin apartar la vista de mí, se pone de pie lentamente hasta que nos quedamos cara a cara y puedo ver el verde profundo de sus ojos mientras buscan mi mirada. Su voz es más suave, casi titubeante, cuando finalmente habla. —¿Eres…? ¿Alguna vez…? ¿Yo...? Sus preguntas flotan, sin que termine de formularlas, en el espacio que hay entre nosotros, y por un momento me sostienen allí. Y luego el pánico surge como una ola. La realidad de lo que he hecho, o he estado peligrosamente a punto de hacer, me golpea, me lleva a pasar junto a él golpeando su hombro y a salir por la puerta antes de que diga nada más. Antes de que podamos mirarnos durante más tiempo. No miro atrás. Camino por la acera hasta mi auto lo más rápido posible, impulsada por la seguridad de que no debí venir y de que tengo que irme ya, ahora mismo. Mezclado con la consciencia de haber cometido un error horrible, está el sentimiento sobrecogedor de que quiero conocer mejor a esta persona. Colton Thomas, con ojos verdes y piel bronceada, me sonríe como si me conociera. Es muy diferente de la persona que imaginaba que me encontraría. La puerta suena detrás de mí y luego oigo pasos, lo que hace que quiera correr. —¡Hey! —grita una voz—. ¡Espera! —Es su voz. Esas dos palabras... Hacen que quiera… detenerme y esperar, darme vuelta y solo verlo de nuevo. Pero no lo hago. En cambio, camino más rápido. Me alejo. «Esto fue un error, un error, un error», pienso. Meto la mano en mi bolsillo y presiono una y otra vez, frenética, el botón de mi llave para abrir la puerta. Cuando me bajo de la acera y estiro la mano hacia mi coche, sus pasos se escuchan justo detrás de mí. —Hey —repite—, olvidaste esto. Me congelo, apretando los dedos alrededor de la manija de la puerta. Mi corazón late con fuerza mientras me doy vuelta lentamente, para enfrentarlo de nuevo. Él respira con dificultad. Me da mi bolso. —Ten. Lo tomo.

—Gracias. Nos quedamos allí de pie, casi sin aliento, buscando las palabras. Él las encuentra primero. —Yo… ¿Te sientes bien? Pareces… Tal vez no te sientas bien. Las lágrimas se me agolpan al instante, y sacudo la cabeza. —Lo lamento —dice, dando un paso atrás—. Eso fue… No es asunto mío. Yo solo… —Sus ojos recorren mi cara, escrutándome de nuevo. Esto es más que un error. Muevo la manija y abro la puerta; me meto y la cierro detrás de mí con mano temblorosa. Tengo que irme ahora mismo. Me enredo con las llaves buscando la correcta, pero todas parecen iguales. Y siento sus ojos sobre mí, y solo pienso en irme, y nunca debí haber venido, y… Encuentro la llave, la meto en la ranura de encendido y le doy vuelta. Cuando lo hago, alzo la vista a tiempo para ver que se aparta sobresaltado del camino y regresa a la acera. Empujo la palanca de cambios para avanzar, doy vuelta al volante y presiono el acelerador con fuerza. De repente, se produce un impacto que hace mucho ruido. Un insulto surge de no se sabe dónde. El metal y el vidrio crujen. Me golpeo la barbilla contra el volante. La bocina suena y en la quietud del momento me doy cuenta de lo que acabo de hacer. De todo lo que acabo de hacer. Cierro los ojos, esperando débilmente que de alguna forma no haya pasado nada. Que solo haya sido un sueño, como cuando sueño con Trent y todo es muy claro y real, hasta que despierto y me doy cuenta de que estoy sola y él se ha ido. Abro los ojos lentamente. Tengo miedo de hacer cualquier otra cosa, pero mi mano se mueve automáticamente y coloca la palanca de cambios en neutro. Y luego se abre mi puerta. Colton Thomas no se ha ido. Está justo allí, mirándome con preocupación y algo más que no estoy segura de lo que es. Se inclina hacia el interior del coche y se estira para apagar el motor. —¿Estás bien? Su voz suena preocupada. Me tiemblan los labios, pero afirmo con la cabeza, evitando su mirada y combatiendo las lágrimas. Percibo sabor a sangre. —Estás herida —afirma. Levanta la mano solo un poco, como si estuviera por apartar el pelo de mi cara o limpiar la sangre de mi labio, pero no lo hace. Solo me mira. —Por favor —dice después de un largo instante—, deja que te ayude.

[Los científicos han descubierto que] el corazón no es solo una bomba sino también un órgano de gran inteligencia, con su propio sistema nervioso, capaz de tomar decisiones y en conexión con el cerebro. De hecho, el corazón «habla» con el cerebro, y la manera en que se comunican afecta a nuestra percepción y nuestras reacciones ante el mundo.

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CAPÍTULO CUATRO Colton está de pie entre el paragolpes de mi coche y la VW combi azul que golpeé, valorando los daños. —En realidad no estuvo tan mal —dice, en cuclillas entre los dos paragolpes—. Quiero decir que tú fuiste la más afectada. —Mira el montón de servilletas que aprieto contra mi labio inferior—. Eso va a necesitar puntadas. Tenemos que llevarte a un doctor. Trato de ignorar la parte de «tenemos». Necesito irme de ahí ahora más que antes, pero acabo de complicar las cosas exponencialmente. —No pudo irme así —digo—. Acabo de golpear el coche de alguien. Tengo que hacer un informe o algo. O por lo menos llamar a mi seguro. Y a mis padres. ¡Dios mío! Cuando salí por la mañana, ellos ya se habían ido y probablemente esperan que esté allí cuando regresen a casa para el almuerzo, porque así ha sido todos los días durante las últimas semanas, desde la graduación. Colton se pone de pie. —Puedes hacer todo eso después. Antes, necesitas que te atiendan. Escribe una nota y deja tu número; aquí la gente es amable. Y apenas lo abollaste. En realidad no es tan grave. Quiero discutir con él, pero mi labio palpita y el calor pegajoso de las servilletas con las que lo presiono me produce náuseas. —¿De veras? —De veras —dice, mirando por arriba de su hombro—. Espera. Regreso en un momento. Se da vuelta y corre con facilidad hasta el local de alquiler de kayaks, donde se ha reunido una pequeña multitud, tal vez la familia que mencionó en la cafetería. Los adultos ven alternativamente sus relojes y a su alrededor mientras un par de adolescentes están recargados contra la ventana, absortos en sus teléfonos, y los dos niños más pequeños se persiguen entre los kayaks de los estantes. Tengo que irme, dejar una rápida nota en la combi y salir de aquí ahora, antes de que esto llegue más lejos. Regreso de prisa a mi coche y me agacho sobre el asiento del conductor para tomar mi bolso. El súbito movimiento me provoca una nueva ola de dolor, y la sustancia pegajosa corre hacia mi boca; tengo que respirar a fondo antes de buscar una pluma y algo donde escribir. Miro al otro lado de la calle y veo cómo Colton se acerca a la familia de clientes. Parece pedir disculpas mientras hace gestos en mi dirección, probablemente explicándoles lo que acaba de suceder. Ellos asienten y él saca su teléfono, hace una breve llamada, luego se despide de mano de todos antes de darse la vuelta para regresar. Yo finjo estar tan profundamente absorta en escribir mi nota que no levanto la vista cuando sus pies se detienen enfrente de mí. —Puedo llevarte al hospital —se ofrece. Escribo mi nombre y mi número telefónico en la parte inferior de la nota. —Gracias, de verdad, pero está bien. Puedo manejar sola. —No lo sé —dice—. ¿Estás segura de que es una buena idea? —No estoy tan mal. Me siento bien. Yo… —Mira. —Toma la hoja de papel y la observa—. ¿Por qué no la dejo en el coche, cambiamos asientos y me dejas manejar? No me muevo. En parte porque sé que es una mala idea y en parte porque estoy un poco mareada. Colton se inclina frente a mí, así que no puedo evitar su mirada. —Escucha, necesitas que te cosan. Yo acabo de tomar el día libre y no puedo dejar que te vayas sin más, así como estás. No espera a que le responda, sino que camina hacia el parabrisas de la combi, levanta el limpiaparabrisas y mete la nota debajo de él. Antes de que pueda inventar una excusa para que no me lleve, está de regreso en el asiento del conductor de mi coche, donde sigo sentada. Lo miro por un largo instante, lo suficiente para repasar todas las razones por las que es un error dejar que esto avance un paso más. —¿Puedo? —pregunta. Y cuando me mira con esos ojos, la profundidad que hay en ellos hace que le diga que sí. No hablamos mientras conduce por la calle principal, por lo menos no al principio. El pequeño pueblo de playa, antes adormecido, ahora ha cobrado vida, y la gente que va a la orilla llena las aceras rumbo a la arena con sus sandalias, sus vestidos ligeros y sus bolsos de playa llenos que cuelgan de sus hombros. Me doy cuenta de que me mira a cada instante y tengo que esforzarme para no establecer contacto visual. Por fin, cuando parece que está absorto en sus propios pensamientos, lo miro de reojo y trato de tomar nota de todos los detalles.

Pantaloncitos cortos de color azul, camiseta blanca, sandalias. No tiene el brazalete de MedicAlert. Todo esto me sorprende, como si debiera mostrar alguna señal externa. Se ve cómodo conduciendo mi auto, y trato de sentirme bien con eso, pero no lo estoy. Creo que nadie más lo ha manejado desde que Trent se fue, y se siente como si al cerrar mis ojos, justo en este momento, lo pudiera ver allí, en ese asiento con una mano en el volante y la otra en mi rodilla, cantando fuerte con la radio y cambiando las palabras a propósito para hacerme reír. Poniendo mi nombre en cada canción que oímos. Pero no hay música ahora, y Colton Thomas está conduciendo mi automóvil. Un río profundo de culpa me recorre, y mientras avanzamos intento elaborar un nuevo conjunto de reglas para tratar con la situación que he creado. No le haré preguntas y responderé lo menos posible. No mencionaré de dónde vengo, por qué estaba en Shelter Cove ni quién soy. Tal vez ni siquiera le diga mi nombre real, porque… —Así que eres Quinn —dice, manteniendo sus ojos en el camino—. Empecemos de nuevo. Lo miro sorprendida por mi propio nombre. Luego recuerdo la nota que acabo de firmar. —Yo soy Colton. —Lo sé. —Se me escapa antes de que pueda evitarlo. —¿Cómo? Hay una nota de decepción en su voz que no logro entender. Asiento con la cabeza. Trago saliva. Deseo estar en cualquier lugar que no sea este. —Sí —digo muy rápidamente—, yo…, tú… Tu amigo de la cafetería mencionó tu nombre. Lo miro para ver si me cree, pero luego me doy cuenta de que no tiene ninguna razón para no creerlo. Él no tiene idea de lo que sé. Una ola de náusea o culpa —es difícil distinguirlas— pasa sobre mí. Debo decirle la verdad en este momento. Tal vez se horrorice tanto que dé vuelta, conduzca de regreso a su tienda, salga del auto y ese sea el final. Yo me iría y me aseguraría de que nuestros caminos nunca se vuelvan a cruzar. Cerraría la puerta que no debí abrir. Abro la boca para pronunciar las palabras, pero se alcanzan entre sí y chocan en el fondo de mi garganta —Entonces ¿estabas escuchando? —pregunta Colton, con un esbozo de sonrisa—. ¿Lo suficiente para oír mi nombre? Miro por la ventanilla y le confieso la verdad. —Sí. —¿Y no eres de aquí? —No. —¿Estás de vacaciones? Niego con la cabeza. —Solo vine por un día. No digo de dónde vengo. —¿Sola? —Su voz suena esperanzada. —Sí. Nos detenemos ante una luz roja. Él se queda callado por un momento, y doy vuelta a esa palabra en mi mente: sola. Así me he sentido durante mucho tiempo. Durante 400 días. Desde el día en que Trent murió he estado sola. Pero justo ahora, en este momento, me doy cuenta de que no me siento así. He imaginado cómo sería ver a Colton Thomas, me he preguntado cómo se sentiría mirar de lejos a la persona que recibió una parte tan vital de lo que fue Trent, mirar el pecho de un extraño y saber lo que hay en su interior. La mamá de Trent me dijo que su abuela se puso fuera de sí cuando supo que había donado su corazón. A ella no le preocupaba ninguno de los demás órganos, pero el corazón era diferente. El corazón es lo que hace que una persona sea lo que es, y ella pensaba que debió ser enterrado con él. Después de conocer a los demás, esperaba que conocer a otra persona que estaba viva gracias a Trent sería algo curativo. La sanación definitiva. Pero no imaginé, en ningún momento, que cuando lo hiciera me sentiría de inmediato y de alguna manera menos sola. —No es un mal principio —dice Colton, como si pudiera escuchar mis pensamientos. —¿No es un mal principio para qué? —Para una segunda oportunidad —añade simplemente.

Los griegos creían que el espíritu residía en el corazón. En la medicina tradicional china, se cree que el corazón almacena el espíritu, el shen. La idea de que el corazón es como un libro interior que contiene el recuento de toda la vida de una persona (emociones, ideas y recuerdos) aparece en los primeros días de la teología cristiana, pero puede tener raíces tan antiguas que se remontan hasta la cultura egipcia. Ninguna otra parte del cuerpo humano ha sido conmemorada tan ampliamente en la poesía ni ha tenido un uso tan frecuente como símbolo del amor y el alma.

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CAPÍTULO CINCO Los dos nos ponemos tensos cuando las puertas de la sala de urgencias se abren, y en cuanto traspasamos la entrada estoy de regreso en la realidad. La realidad de Colton, quien, según todas las publicaciones del blog de su hermana, ha vivido entrando y saliendo de hospitales, con una medicación interminable que debía ser constantemente reajustada, estancias prolongadas y viajes urgentes, miedos que los llevaban a él y su familia a cruzar estas mismas puertas temiendo lo peor. La idea hace que quiera tomar su mano en la mía mientras caminamos hacia el mostrador de recepción. Detrás de él, una mujer robusta con una bata de médico de color verde menta está sentada frente a una computadora, dando golpecitos a las teclas. Permanecemos de pie por un momento antes de que ella levante la vista y recorra mi cara con una mirada de desinterés. Se detiene, por un breve instante, en las servilletas llenas de sangre que mantengo arrugadas contra mi labio; luego toma un portapapeles de su organizador y lo desliza hacia mí a través del mostrador antes de regresar su atención a su computadora. —Toma asiento y llena esto —dice sin mirarme—. Te atenderemos en cuanto sea posible. Su voz es monótona, como si hubiera dicho esas palabras un millón de veces, y me lleva a preguntarme cómo tendría que entrar por la puerta para que no me hablara así. Pero no me lo pregunto por mucho tiempo. —Gracias —digo, y ella vuelve a levantar la vista, pero esta vez se queda viendo a Colton y parece sorprendida. —¡Colton, cariño! Lo siento, ¡no te vi! —Se gira en su silla para levantarse, cruza la puerta que hay junto al mostrador y coloca su mano sobre el brazo de él en un instante —. ¿Todo está bien? ¿Quieres que llame al doctor Wilde? —No, no, estoy bien —dice—. En realidad me siento estupendamente. Es mi amiga quien necesita atención. Tiene un buen corte en el labio. Creo que necesita unas cuantas puntadas. La enfermera se lleva una mano al pecho, visiblemente aliviada. —Qué bueno. —Me mira disculpándose—. Lo siento. No quiero decir que sea bueno que tú estés herida, solo que Colton… —Solía venir con frecuencia. —La interrumpe—. Lo siento; fue una grosería no hacer las presentaciones. — Me sonríe y hace gestos en dirección de la enfermera—. Quinn, te presento a Mary. Mary, mi amiga Quinn. Mary lo mira a los ojos por un momento antes de volver a verme, el tiempo suficiente para que intercambien algo entre ellos, una pregunta, quizás, o una opinión. Hace que enderece mis hombros cuando vuelve a prestarme atención. —Bueno, Quinn, es un placer conocer a cualquier amiga de Colton. —Me extiende una mano, pequeña pero firme. —Gusto en conocerla, también. —Le estrecho la mano mientras lo digo. —¿Tienen mucho de conocerse? —pregunta mientras aún tiene mi mano entre las suyas. Miro a Colton. —Nos acabamos de conocer —responde él con una rápida sonrisa. Asiento con la cabeza, y como parece que él o yo deberíamos dar más explicaciones, todo se vuelve un poco tenso entre los tres, allí de pie, mientras Mary aún sostiene mi mano. Colton se aclara la garganta, luego señala el portapapeles que tengo en la mano. —¿Por qué no nos sentamos para que puedas llenarlo? —Sí, sí —dice Mary, soltando por fin mi mano—. Ustedes dos vayan a sentarse, y en cuanto hayas terminado te llevaremos a una sala. Me sonríe amablemente; parece una especie de aprobación que estoy segura de que no merezco. —Gracias —repito, y me doy vuelta para buscar un asiento, pero la voz de Mary hace que nos giremos de nuevo. —Colton, cariño —dice, mirándolo con ojos húmedos—. Te ves muy bien, de veras. —Sacude la cabeza, y sus ojos se llenan de lágrimas—. No puedo creer que ya haya pasado un año. Es muy agradable verte tan… Se acerca y lo abraza con fuerza antes de que él pueda hacer otra cosa. Le toma un segundo, pero finalmente pasa los brazos alrededor de ella, en un abrazo que es extraño y tierno al mismo tiempo. —Me da gusto verte a mí también —dice. Observar este momento hace que me sienta como una intrusa, cuando es obvio que él trataba de evitar el tema. Me doy vuelta y reviso el lugar en busca de un asiento. Solo hay otras tres personas en la sala de espera de urgencias: un hombre encogido en la silla azul de plástico como si llevara allí mucho tiempo, acunando su brazo en regazo, y una pareja de ancianos sentados el uno junto al otro, cada uno leyendo una sección diferente

del periódico. El hombre descansa una mano sobre la rodilla de la mujer, un gesto que es tan familiar y que parece tan innato en ambos que hace que me quede donde estoy. No puedo recordar la última vez que Trent colocó su mano sobre mi pierna de esa manera. Pero sí recuerdo que cada vez que lo hacía, sus dedos tamborileaban como si les resultara imposible quedarse quietos. La voz de Colton me regresa al presente. —Hey, lo lamento. Aparto la mirada de la pareja mientras él se sienta junto a mí y exhala ruidosamente. —Está bien; fue muy amable… cuando te vio. Me mira y trata de sonreír, pero puedo notar su tensión. —De todos modos —agrego, tratando de aligerar el momento—, parece que en este lugar es conveniente conocerte. No es una pregunta, pero deja espacio para una respuesta. Si quisiera darme una. No me la da. Solo me lanza otra sonrisa, mueve la cabeza de arriba abajo y se echa hacia atrás en su silla con los brazos cruzados sobre su pecho. Y entonces está a millones de kilómetros de distancia en su silla azul, aquí a mi lado, y yo estoy sola de nuevo. Busco algo que decir, un cambio de tema que tal vez lo haga reír, pero no sé qué decir porque..., bueno, no lo conozco. Así que no digo nada. Tomo la pluma que hay en el extremo de una pequeña cadena y empiezo a llenar el formulario. De todos modos, quizá es mejor mantener esta distancia. Es mejor que no avancemos más. Lleno el formulario en silencio mientras Colton está sentado junto a mí, golpeando el piso con los pies con aire ausente y tamborileando con los dedos sobre el brazo de la silla; en estos momentos existimos en universos separados, como antes de que yo viniera aquí y entraran en colisión. —No es necesario que te quedes conmigo —digo cuando termino con la primera hoja—; si te quieres ir, no hay problema. Ya has hecho suficiente con traerme, de verdad. Esto lo regresa de dondequiera que estuviera. —¿Qué? No. ¿Por qué iría a otro lado? —Se acomoda en su silla para verme de frente, y su mandíbula se suaviza—. Lo siento. En realidad no me gustan los hospitales, es todo. Ya pasé demasiado tiempo en ellos. Hace una pausa, como si supiera que se está exponiendo a que yo pregunte por qué. Puedo sentir que desea enormemente que no lo haga y que es de lo último que querría hablar justo ahora, así que no pregunto. Las preguntas son un territorio peligroso para nosotros, y de alguna manera ambos parecemos reconocerlo. De todos modos, me ofrece una explicación. —Soy propenso a los accidentes —dice—. Como tú —añade con una sonrisa. Repaso toda la secuencia de acontecimientos: yo derramo el café, salgo corriendo de la cafetería y choco mi auto. Y me hace reír pensar cómo debe de ver todo eso. —Me porté ridícula allá, ¿verdad? —No. —Colton trata de mantener una expresión seria, mientras niega con la cabeza—. En absoluto. —Se encoge de hombros y deja ver una sonrisa—. No fue nada. Nadie lo vio. —Tú lo viste. Y fue una tontería total. Ahora Colton se ríe. —No, solo parecías… —Loca. Parecía totalmente loca. Lo siento. Todo esto me parece muy embarazoso. —No loca —dice—. Un poco peligrosa, tal vez. —Sonríe de nuevo—. Pero está bien. He hecho cosas peores en público. —Mira sus piernas y su sonrisa se disipa un poco—. Una vez me desmayé enfrente de toda la clase, en sexto de primaria. Traumé a todos porque me golpeé con el escritorio mientras caía y terminé con doce puntadas en la cabeza. Tuve que andar por allí con el aspecto de un Frankenstein calvo por un tiempo después de eso. —Se ríe de nuevo, pero la sonrisa desaparece rápidamente. Nos quedamos callados por un momento, y de pronto siento como un golpe en el pecho. Esta historia me resulta familiar. Su hermana la escribió: al principio nadie se dio cuenta de que habían empezado a sucederle cosas como esa y luego todo empezó a empeorar, casi de la noche a la mañana. —De todos modos —dice, volteando para verme de frente—, lo que hiciste fue mucho más impresionante. —Es una manera de decirlo. —Bajo la vista; trato de concentrarme en el formulario que tengo sobre las piernas y no en lo cerca que estamos, pero mis ojos vuelven a ver los suyos—. Gracias por traerme. Estoy segura de que la mayoría se habría espantado. —Yo no soy como la mayoría —dice, encogiéndose de hombros—. Y como te dije, estaba impresionado. —Se aclara la garganta y mira al mostrador—. Así que vamos, dale esos papeles a Mary. No voy a ir a ninguna parte. En cuanto le entrego el portapapeles a Mary, otra enfermera con traje del mismo verde menta, pelo rizado y suelto, teñido de rojo brillante, me escolta por el pasillo a una sala de exploración. Me siento sobre el papel delgado y arrugado que cubre la camilla y bajo la mano con la que he presionado las servilletas en mi labio por un tiempo que me ha parecido una eternidad. Parece una buena señal que no sienta nada caliente o pegajoso cuando las aparto, pero de pronto me siento nerviosa. Expuesta. La enfermera ve mi labio desde donde está de pie, luego pone una mano a cada lado de mi cabeza y la inclina hacia atrás con cuidado bajo la luz para tener una mejor perspectiva. —¿Así que eres una nueva amiga de Colton? —pregunta, casi como con descuido. Es el mismo tono que he notado en Mary. Interés. Un atisbo de protección. —Hum…, sí. No sé cuál es la respuesta correcta ni si hay una en realidad. Abro la boca para explicarlo, pero el gesto tira del corte de mi labio y hago una mueca. Ella inclina mi cabeza hacia abajo, para que nuestros ojos queden a la misma altura. —Es un muchacho dulce. Todos lo adoramos. —Se pone de pie, se acerca al gabinete y regresa con un paquetito de gasas y una botella de solución del color del óxido—. Hazme un favor, cariño, y échate hacia atrás en la camilla.

Obedezco, y vierte parte del líquido en la gasa y la pasa con suavidad por la piel que rodea la cortada. —Ha pasado por muchas cosas. Pero es un luchador. Tomó todo con más desenvoltura y valor que la mayoría, ¿sabes? Asiento con la cabeza como si lo supiera, y ella se desplaza apoyando un pie en el piso e impulsando su silla hasta el tacho de basura; presiona el pedal para que se abra la tapa y arroja en él la gasa manchada. Luego se desliza de nuevo hacia mí, echa más solución en un nuevo pedazo de gasa y lo frota una vez más en mi labio, solo que ahora más cerca de la cortada. Yo hago una mueca de dolor cuando la toca directamente. —Lo siento. Está sensible, lo sé. —Vuelve a pasar la gasa por las orillas—. La buena noticia es que es pequeña. Debería bastar con dos o tres puntos de sutura. Te curaremos y te irás de aquí en un momento. —Está bien. —Vuelvo a mover la cabeza de arriba abajo, tratando de permanecer tranquila, aunque un pánico silencioso empieza a crecer dentro de mí. Nunca me han cosido antes. Nunca me rompí un brazo, nunca tuve que pasar por nada más complicado que una inyección. De pronto empiezo a temblar; me siento débil ante la idea de la aguja entrando y saliendo de mi labio. Ella debe de ver el miedo en mi rostro, porque pone su mano sobre la mía y la estrecha. —Está bien, dulzura. No sentirás nada después de que lo adormezca. Y está justo en la orilla de tu labio, así que la cicatriz apenas será visible, si llega a dejar alguna. Siento que mis ojos empiezan a humedecerse, y ella también lo ve. —¿Quieres que vaya por él? ¿Por Colton? A veces ayuda que alguien esté aquí contigo, y él también es un profesional en..., bueno, en todo. Me sorprende cuánto quiero decir que sí, a pesar del hecho de que para mí él es un extraño, casi tanto como ella. Pero después de ver lo incómodo que se sentía en la sala de espera, niego con la cabeza y miento por la que parece ser la enésima vez hoy. —No, gracias; me siento bien. —¿Estás segura? Respiro hondo, asintiendo al exhalar. —Muy bien, entonces. —Se pone de pie y se quita los guantes, doblándolos entre sí—. En breve vendrá alguien a prepararte; luego te colocaremos una gasa y te podrás ir. —Gracias. —De nada. —Me sonríe de nuevo y me da un golpecito en la mano—. Solo prométeme una cosa. Me incorporo sobre mis codos. —¿Qué cosa? Estoy esperando que diga que tengo que ser valiente, o que debo tener más cuidado, pero no. Me mira con ojos amables y firmes. —Prométeme que, como… amiga de Colton, tendrás cuidado con su corazón. Es fuerte, pero también frágil. —Frunce los labios por un segundo—. Solo sé buena con él, ¿está bien? Se me hace un nudo en la garganta, y muerdo el interior de mi mejilla. —Lo haré. Lo prometo —logro decir apenas. Mi voz suena débil y asustada, pero ella no da muestras de notarlo. O tal vez piensa que solo se trata de los nervios por las puntadas. No tiene idea de lo descuidada que he sido, o de que tal vez conozco mejor ese corazón que él mismo. Asiente como si hubiéramos llegado a un acuerdo y cierra la cortina; me quedo recostada sobre la camilla, mirando los agujeros en los mosaicos del techo. Se vuelven borrosos en un instante. Pienso en Colton, en cuánto tiempo pasó enfermo, esperando un corazón, preguntándose si alguna vez llegaría y sabiendo lo que sucedería si no lo recibía: que moriría sin ni siquiera haber llegado a vivir realmente. Cuando Trent murió, pensé que lo peor fue que nunca lo vi venir. No tuve modo de saber que ya nos habíamos dado el último beso, que nos habíamos dicho las últimas palabras, que nos habíamos tocado por última vez. Pasé los primeros meses bajo el peso de esos arrepentimientos, pensando en miles de cosas que habría hecho de otra forma de haber sabido que iban a ser las últimas. Pero ahora pienso en la transformación de Colton cuando atravesó las puertas del hospital. Todo debió de regresar de golpe a él, y creo que lo comprendo. Debe de ser mucho peor saber lo que está por venir. Por un momento casi comprendo que él no haya querido establecer contacto con la familia de Trent, ni conmigo, después de que le escribí. Si yo fuera él, tal vez yo tampoco lo desearía. Quizás también preferiría dejar atrás toda esa parte para poder seguir adelante con la vida que pensaba que no iba a tener. De pronto siento que fui muy egoísta al buscarlo. Una pregunta pequeña e incómoda, que casi me asusta al planteármela, surge al final de estos pensamientos: ¿y si no he sido completamente honesta conmigo sobre las razones por las que quería encontrarlo? Justifiqué la búsqueda con la idea de que lo necesitaba para poder pasar a otra etapa, para poner una especie de punto final, para despedirme de todo. ¿Y si en realidad todo lo que he tratado de encontrar es cómo conservar una parte de Trent? A esta pieza le he dado más significado que al resto, porque tal vez una pequeña parte de mí siente como si su esencia aún estuviera allí, en su corazón. Por eso, una hora después, cuando salgo caminando y veo a Colton todavía en la sala de espera, me protejo de la calidez de su sonrisa e ignoro el pequeño aleteo que provoca en mi pecho. También es por eso que, cuando él se pone de pie sin decir nada, mira mi labio y vuelve a levantar su mano como si fuera a tocarlo, retrocedo de prisa, poniendo entre ambos la mayor distancia posible. Y es por eso que, cuando nos detenemos frente al local de sus padres, no salgo del auto y no me atrevo a mirarlo. Me concentro solo en el volante que tengo frente a mí. —Así que volvemos a estar donde empezamos —dice. Sus palabras cuelgan entre nosotros, un resplandor de la mañana y un inicio que no debió existir. Todo lo que puedo hacer ahora es terminarlo. —Siento que hayas dedicado todo el día a esto —digo—. Gracias por todo. Sueno rígida, fría. Él no dice nada, pero siento que sus ojos tratan de atrapar los míos, y tengo que usar todas mis fuerzas para que no lo logren. —Me tengo que ir —digo con la mayor firmeza que puedo—. He estado fuera demasiado tiempo y mis padres se van a preocupar, y en realidad… «No lo mires, no lo mires, no…», me repito.

—¿Quieres comer algo antes de irte? —pregunta. Lo miro. Deseo no haberlo hecho, porque su sonrisa está llena de esperanzas y posibilidades. —Yo… No. Gracias, pero tengo que irme. —Oh... —Su sonrisa se desvanece—. Está bien. —Está bien —repito. Ninguno de los dos se mueve ni habla. Y luego lo hacemos al mismo tiempo. —¿Tal vez en otra ocasión? —Fue un placer conocerte. Se echa hacia atrás en su asiento. —Lo tomaré como un no. —Sí. Quiero decir, no. No puedo..., no debo. Ni siquiera trato de explicárselo, porque sé que si lo hago complicaré más las cosas. Odio su mirada, como si le hubiera roto el corazón. Pero estoy tratando de tener cuidado con él como dijo la enfermera, y eso significa terminar con este sentimiento antes de que ni siquiera tenga oportunidad de comenzar.

De todas las historias del corazón, los relatos de duelo son los que se graban más profundamente en la psique de los pacientes. Pero esas pérdidas a menudo están enterradas: son heridas que los pacientes están renuentes a revelar [por completo].

DOCTORA MIMI GUARNERI, El corazón habla: una cardióloga revela el lenguaje secreto de la curación

CAPÍTULO SEIS Cuando llego al camino de entrada estoy desorientada, porque no recuerdo haber manejado hasta casa. Busco en mi mente alguna prueba concreta de que realmente conduje de regreso, pero lo único en lo que puedo pensar es en la cara de Colton cuando se inclinó por la ventanilla del acompañante y me dijo adiós por última vez, y la manera en que se veía en el espejo retrovisor, de pie en medio de la calle vacía, mirando cómo se alejaba mi auto, con una mano medio levantada en el aire. Debo de haber repasado el día en un loop interminable durante todo el camino a casa: su entrada en la cafetería, sus ojos y cómo me miró. La forma en que me dijo adiós, como si todavía no pudiera creerlo. El dolor sordo de mi labio es lo único que evita que sienta que todo este día fue un sueño. Y ahora estoy de regreso. En mi lugar de siempre, donde sé que mi mamá me estará esperando, ansiosa y preocupada por saber dónde he estado. Enojada cuando sepa lo que pasó. Apago el auto y me quedo sentada escuchando cómo el motor deja de sonar en la noche silenciosa, hasta que estoy lista para enfrentarla. —¿Dónde has estado? —pregunta mi madre, dirigiéndose a la puerta en cuanto entro—. ¿Sabes cuántas veces te llamé hoy? No lo sé. No tengo el hábito de revisar mi celular y ni siquiera de encenderlo. Cierro la puerta detrás de mí y coloco el bolso en la mesa de entrada. —Lo sé, lo siento. Fija su mirada en mi labio inflamado y mis puntadas, cruza el espacio que hay entre nosotras en dos pasos y ya está aquí, con mis mejillas entre sus manos, echando mi cabeza hacia atrás para ver mejor, tal como hizo la enfermera. Solo pasa un segundo hasta que el tono de su voz cambia de furioso a preocupado. —Dios mío, Quinn, ¿qué pasó? Al instante se me humedecen los ojos como respuesta a la preocupación que hay en su voz. —Nada. Yo… —Respiro hondo, trato de mantener firme mi voz, pero la manera en que me mira hace que me derrumbe por completo, con lágrimas y todo—. Le pegué a un coche, me golpeé la cara con el volante y… —¿Tuviste un accidente? —Me echa hacia atrás sujetándome por los hombros y revisándome por completo en busca de daños—. ¿Por qué demonios no me llamaste? ¿Alguien más salió herido? —No, nadie más resultó herido. Fue contra un auto estacionado y no había nadie más, así que dejé una nota y… —¿Dónde ocurrió? Dudo por un momento, porque no deseo explicar por qué estaba en Shelter Cove. Pero no hay manera de evitar la verdad, sobre todo por el golpe a la combi y el viaje al hospital. —Shelter Cove. —Me encojo de hombros. Llorosa. Patética. Las cejas de mi mamá chocan entre sí, lo que hace que se arrugue su frente. —¿Qué estabas haciendo allí? ¿Por qué no me dejaste una nota ni respondiste el teléfono cuando te llamé? Quinn, no puedes desaparecerte así como así. No hay manera de que pueda responder honestamente a esas preguntas. Mis padres han estado cerca de mí desde el día del accidente de Trent. Han sido muy pacientes conmigo. Incluso han apoyado la idea de que me reúna con los receptores, aunque sé que los hace sentir muy incómodos. Creo que esperaban tanto como yo o tal vez más, que todo eso me ayudara a poner una especie de punto final a una etapa. No me han dado más que amor y tiempo. Han permanecido allí, esperando a ver lo que necesitaba, entendiendo cuándo quería espacio y cuándo necesitaba hablar. Sin presionarme. Pero sé que detrás de toda su paciencia está la esperanza de que saldré adelante y la preocupación de que tal vez no lo haga. No le puedo decir a mi mamá que estuve en Shelter Cove buscando al receptor del corazón de Trent, así que no lo hago. —Lo siento —respondo—. Debí decirte adónde iba. Solo que… tenía que irme lejos, empecé a manejar y terminé allí, en la playa. —Hago una pausa y me fijo en cómo suena esta explicación; se siente terrible porque sé lo que implica el tono de mi voz: que era uno de esos días en los que queda dolorosamente claro que no he salido adelante, como hace unas semanas, el día 365 después de la muerte de Trent, cuando regresé de la casa de sus padres y no salí de mi habitación en tres días. —Lo siento —repito, y las lágrimas fluyen de nuevo. Son lágrimas genuinas, porque estoy de veras arrepentida por preocuparla, por usar de esta manera el dolor como una excusa y por lo que hice hoy al ir allí. Lo lamento todo. Me ve a la cara. Al final, respira hondo y deja escapar un suspiro. —¿Llamaste al seguro o a la policía? Niego con la cabeza, y ella respira hondo de nuevo y asiente con rigidez; sé que estoy empujando los límites de su simpatía.

—¿Por qué no subes, te bañas, y luego bajas a cenar y aclaramos esto? Le paso los brazos alrededor, en un abrazo agradecido. —Lo siento, mamá. Me regresa el abrazo sin dudarlo. —Lo sé. Pero tienes que ser honesta conmigo, Quinn. Si tienes un mal día y necesitas alejarte o quieres estar sola, tienes que decírmelo. Házmelo saber. Solo sé honesta conmigo, es todo lo que pido. —Está bien —digo en su hombro, y me prometo en silencio que así lo haré. Después de mi baño y de una cena durante la que desplazo la comida por todo el plato en lugar de comerla, soy completamente honesta con ella cuando digo que me siento agotada por todo lo que pasó en el día y solo quiero irme a la cama. Mi cuarto está demasiado silencioso y se ha acumulado el calor del día. Abro la ventana por completo, aspiro el aire frío y percibo el olor de las colinas que entra con él. Afuera, los grillos rompen el silencio y las primeras estrellas centellean en lo alto del cielo oscuro. Cruzo el cuarto hasta mi ropero, casi con miedo de mirar mi reflejo. Evité dar la cara al espejo del baño, pero aquí, sola en mi cuarto, no puedo. Me paro frente al de mi ropero, y mis ojos van directo a mi labio todavía hinchado, donde los pequeños puntos negros de sutura destacan en agudo contraste con mi piel pálida. Son una prueba de lo que sucedió hoy. De que encontré a Colton Thomas y de que, a pesar de todas las reglas que me había impuesto, lo conocí. Hablé con él. Pasé tiempo con él. Me llevo los dedos a las tres puntadas y me pregunto por un segundo cuántas se necesitaron para cerrar el corazón de Trent en su pecho. La idea hace que me cueste trabajo respirar. Mis ojos vagan por las fotografías encajadas en las orillas de mi espejo, fotos tontas en bailes de grupo, instantáneas nuestras de viaje con los amigos que teníamos en común. Toda la gente de la que me he apartado al tratar de aferrarme a él. No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de que, aunque ellos también lo querían mucho, sus mundos no se detuvieron como el mío cuando él murió. Lo hicieron por un momento, el tiempo suficiente para llorar la pérdida de su amigo, pero poco a poco retomaron todo donde se había quedado. Volvieron a los ritmos y la rutina de la vida. A tomar nuevas fotografías. A planear su futuro. Se forma un nudo en mi garganta, y mis ojos caen sobre mi fotografía favorita, donde estamos los dos. Fue tomada en uno de sus encuentros de natación la última primavera. El sol brilla e ilumina el agua resplandeciente de la piscina en el fondo. Trent está de pie detrás de mí, fuerte, rodeando mis hombros con los brazos bronceados y apoyando la barbilla en el hueco de mi cuello, sonriendo directo a la cámara. Yo estoy recargada contra su pecho, riendo. No recuerdo por qué, si fue algo que dijo o hizo, y ahora, por más que trato de conservarla, he empezado a olvidar la sensación de estar así entre sus brazos y la manera en que podía hacer que todo desapareciera. Paso mi dedo por el vidrio del marco y acaricio el girasol seco que está colgado junto a él. Fue lo primero que me dio, el día en que nos conocimos. Corté el tallo y lo puse en una jarra cuando llegué a casa, y después de pasar juntos casi todas las tardes de esa primera semana, caminando de la casa de uno a la del otro para que pudiéramos seguir hablando, los pétalos empezaron a vencerse. Entonces colgué la flor de cabeza, como hacía mi madre, y la dejé secar hasta que pude preservarla, porque sabía que la flor era nuestro principio. La conservé allí como recuerdo de que yo tenía razón. Los pétalos han perdido casi todo su color debido al tiempo y al sol y son tan quebradizos que han empezado a desmoronarse y a caerse solos. Apenas parece una flor. Pero no la he tirado porque no puedo… Me da miedo olvidar muchas cosas si lo hago. Me doy vuelta, me acerco a la cama y me echo sobre ella; pero sé que no voy a dormir. No me molesto en cerrar los ojos. Me quedo recostada mirando un nudo de la madera de mi techo, deseando que sea posible regresar a la época en que él estaba aquí y la pasábamos juntos; que él pudiera estar conmigo, aunque fuera por un momento, para recordarme cómo se sentía, antes de que también eso se desvanezca.

La corriente electromagnética del corazón tiene una amplitud sesenta veces mayor que el campo del cerebro. También emite un campo de energía 50 000 veces más potente que el del cerebro, y puede medirse a más de tres metros de distancia del cuerpo.

DOCTORA MIMI GUARNERI, El corazón habla: una cardióloga revela el lenguaje secreto de la curación Los datos [de un estudio titulado «La electricidad del contacto»] demostraron que «cuando la gente se toca o está cerca una de otra, ocurre una transferencia de energía electromagnética producida por el corazón». Instituto HeartMath

CAPÍTULO SIETE Despierto tan lentamente que puedo sentir cómo se desprenden las capas de mi sueño; lucho para conservarlo porque sé que en cuanto abra los ojos, Trent se irá y me quedaré sola. De nuevo. 401 días. La casa está tan quieta que sé que estoy sola, y entonces me doy cuenta de que es sábado y mis padres probablemente ya salieron a dar su paseo de fin de semana hasta la cafetería del pueblo, seguido de una vuelta por el mercado de granjeros, antes de regresar a casa para, como mamá impuso, pasar un día sin teléfonos ni correo electrónico, trabajando en el patio, cocinando o leyendo juntos. Es parte de la campaña que empezó para modificar todo su estilo de vida después de que papá irrumpiera en la cocina un domingo por la mañana, hablando confusa e incoherentemente. Ella lo llevó rápidamente al hospital, temiendo lo peor. Después de horas de pruebas, los doctores determinaron que no había tenido un verdadero infarto cerebral, sino algo llamado ataque isquémico transitorio. Nos dijeron que había sido un breve bloqueo del flujo de sangre al cerebro, y aunque no se había producido ningún daño permanente, fue un aviso importante. La antesala de un infarto cerebral. Desde la silla que había en el rincón de la habitación de papá en el hospital, observé cómo mi mamá estaba de pie junto a su cama, sosteniendo su mano mientras el doctor mencionaba todos los factores de riesgo: presión arterial, colesterol, malos hábitos alimenticios, tensión nerviosa, etcétera, etcétera. No era nada que mamá no hubiera tratado de decirle, pero supongo que era diferente viniendo de un doctor y después de un ataque. Cambiar todo eso ya no eran recomendaciones inteligentes, sino un asunto de vida o muerte. Cuando regresamos a casa, papá aún temblaba, pero mamá tenía un propósito y un plan. Junto con los medicamentos que los doctores le recetaron, ella iba a cambiar todos los factores de riesgo que pudiera. Cuando estaba conmigo, trataba de concentrarse menos en los beneficios para la salud de este «cambio de estilo de vida», pero yo sabía lo que estaba haciendo. Luchaba por la vida de mi papá. Mis dos abuelos habían muerto antes de cumplir los sesenta años, uno de un ataque al corazón, el otro de un infarto cerebral, y no iba a permitir que la historia se repitiera y ella se convirtiera una viuda como su madre. O su hija. En primer lugar, contrató un asistente para su negocio de contabilidad y ella misma se ocupó de la mayor parte de la carga de trabajo de papá. Después, insistió en que él estuviera en casa todas las noches antes de la cena, una cena saludable que ella cocinaba, en lugar de quedarse hasta tarde en el trabajo y comer algo en camino a casa como siempre hacía. Yo esperaba que él se resistiera y dijera que tenía demasiado trabajo como para hacer ese cambio, pero no lo hizo; y así fue cómo supe que él también debía de estar asustado. Todos lo estábamos. Habían pasado nueve meses desde la muerte de Trent, y pensaba que mis padres aún estaban recuperándose de la impresión de darse cuenta de que la vida podía irse en un instante, sin avisar. En un latido. Por fortuna, mi papá había tenido un aviso, fuerte y claro. No había estado en la mesa para la cena durante toda mi infancia, pero de pronto estaba allí todas las noches, comiendo obedientemente pescado a la parrilla, vegetales y granos que no conocíamos. Luego, mamá lo extendió a los fines de semana, que en los últimos años él había pasado por lo general en la computadora de su oficina casera, respondiendo correos electrónicos del trabajo y revisando informes y hojas de cálculo, gruñendo porque nadie más podía hacer su trabajo de manera adecuada. No había sido siempre así. Solía ser él quien nos despertaba al despuntar la mañana y nos llevaba a correr por los serpenteantes caminos campestres que había alrededor de nuestra casa. Ahora es mamá quien lo despierta y lo saca temprano por la mañana los fines de semana. Dan un largo paseo por el pueblo, hablando y riendo juntos, solos los dos. Reconectándose, supongo que se puede decir así, después de tantos años dedicados a lograr que despegara el negocio y a hacer que Ryan y yo fuéramos a la escuela, a las prácticas y las reuniones. Es bueno que estén conectados de nuevo, y estoy contenta de que puedan concentrarse en eso, porque, en cierta forma, me quitan un poco de atención. Abajo, en la cocina, mi mamá ha dejado una nota recordándome que la abuela vendrá después del almuerzo con las damas del Sombrero Rojo porque quiere pasar un tiempo conmigo, o tal vez porque mamá le pidió que fuera mi niñera después de mi accidente, y la abuela necesita ayuda con un «proyecto». Además, hay una jarra de jugo de pasto de trigo en la heladera para mí. Los jugos también forman parte del régimen. En cambio, me dirijo a la cafetera, meto una pequeña taza de plástico y pongo un jarro debajo del chorro. Mi teléfono vibra desde el mostrador, y cuando lo levanto no reconozco el número. Dudo por un momento; pienso en dejar que entre el buzón de voz y regresar la llamada después, cuando no acabe de salir de la cama, pero lo

levanto. —¿Sí? —Hola, ¿podría hablar con Quinn Sullivan, por favor? —La voz es masculina, formal. —Ella habla. —Entrecierro los ojos—. Yo soy Quinn. —¡Oh! —Se aclara la garganta—. Hola. Usted, hum…, creo que golpeó mi combi ayer y me dejó una nota con este número. —Sí —digo, llevando mi café a la isla del centro de la cocina—. Lo siento. Sé que debí quedarme y esperar a que regresara, pero me corté un labio y fue necesario que me cosieran, y… —Suena el timbre de la puerta—. Lo siento; hay alguien en la puerta. ¿Puedo devolverle la llamada luego? —Por supuesto —dice el hombre, y cuelgo sin despedirme. Coloco el teléfono en el mostrador y me dirijo al pasillo que da a la puerta, deseando estar vestida ya, porque la primera reacción de la abuela, al verme aún en pijama cuando se supone que debería estar arreglada, será recordarme la importancia de «superarlo», como ella dice, que es lo que ha estado haciendo cada día durante los últimos dieciséis años, desde que murió mi abuelo. Me detengo en la entrada, arreglo mi pelo lo mejor que puedo y me preparo para que ella haga un gran escándalo por mi labio y el accidente, del que indudablemente mamá ya debió contarle. Luego respiro profundamente y abro la puerta. Y todo el aire se escapa de mí de repente. Colton Thomas está de pie en mi puerta, con su teléfono en una mano y la otra detrás de su espalda. —Hola —saluda. Se mueve sobre sus pies. Me lanza una sonrisa titubeante—. Así queeeeee, como te estaba diciendo, me dejaste una nota, tu número y… Demasiadas cosas pasan a toda prisa por mi mente a la vez, demasiadas como para formar una frase; pero miro sobre su hombro y allí está la combi VW azul que golpeé, con la defensa abollada y todo. Él sigue mi mirada y la observa sobre su hombro. —No te preocupes por eso. —Me vuelve a ver—. Y por favor, no te asustes. Yo solo… —Hace una pausa y mira sus pies por un momento; luego vuelve a verme, con la vista fija en mi labio—. Solo quería… asegurarme de que estás bien. Y decirte que no te preocupes por la combi. Me diste una excusa para arreglarla. Por fin encuentro mi voz, pero sale con un tono agudo. —¿Por qué no me dijiste que era tu coche? «No puedes estar aquí», es todo lo que puedo pensar. —Estabas muy alterada, no quería que te sintieras peor y…, lo siento. Debí decir algo. —Pero ¿cómo supiste dónde…? «No puedes estar aquí.» Abre la boca para contestar, pero duda. Se aclara la garganta. —Conozco a algunas personas. —¿En el hospital? ¿Esa enfermera? ¿Ella te dijo donde vivo? Yo…, tú… «No puedes estar aquí.» Me detengo al darme cuenta de que él no es más culpable que yo por buscarlo. No sé qué hacer porque el solo hecho de verlo de nuevo hace que la cara se me ponga roja y sienta que las piernas me tiemblan. Cruzo los brazos sobre mi pecho, consciente de pronto de que aún estoy en pijama. Aparto la vista de él y la fijo en las uñas de mis pies, que no me he preocupado en pintar desde hace una eternidad. —Lo siento —dice, inclinándose un poco para atrapar mis ojos—. En realidad lamento haberme presentado así. No es…, no es algo que suelo hacer. —Me mira como lo hizo en la cafetería, y provoca un aleteo que empieza en lo profundo de mi pecho y se extiende por el resto de mí en un instante—. Ayer fue…, tú estabas... —Frunce el ceño. Se aclara la garganta y mira al piso, a mi casa, al cielo. Por fin, me mira—. Lo siento. No sé qué estoy tratando de decir. Solo es que... —Respira hondo y deja escapar el aire lentamente—. Solo quería verte de nuevo. Antes de que pueda responder, saca su mano de detrás de la espalda. La extiende hacia mí. Y me rompo en un millón de pedazos invisibles. Lleva su vista de mí al girasol que tiene en su mano y de regreso. —Hum… No logro responder. Ni siquiera puedo respirar. Los ojos me arden y el piso se siente inestable debajo de mí. Lo miro allí de pie, en mi puerta, con un girasol en su mano, y todo lo que veo es un flash de Trent. Es demasiado. Todo esto es demasiado. Sacudo mi cabeza como si así pudiera alejarlo. —Yo…, no. No puedo. Lo siento. —Doy un paso atrás y empiezo a cerrar la puerta, pero su voz me detiene. —Espera —dice, con aspecto confundido—. Lo siento. Esto fue…, en realidad no lo pensé bien. Apenas…, en realidad me gustó conocerte ayer, y pensé que tal vez… Hunde los hombros y parece perdido de una manera que hace que tenga deseos de terminar su frase. —¿Qué? —susurro. Abro la puerta una fracción más—. ¿Qué pensaste? No responde de inmediato y no me muevo de la puerta. —No sé lo que pensé —dice finalmente—. Solo quería conocerte mejor, eso es todo. —La mano que sostiene el girasol cae a un lado—. Debo irme. —Se inclina y deposita la flor en el escalón de entrada, a mis pies—. Fue un placer conocerte, Quinn. Me da gusto que estés bien. No digo una palabra. Él asiente, luego se da vuelta y baja lentamente del pórtico, para alejarse. Miro el girasol sobre el escalón. Colton cruza el camino de entrada hacia su combi, y sé que si se va ahora no regresará y será el final de todo. Este debe ser el final de todo. Solo que, en este momento, no quiero que pase. Mi corazón late en mis oídos con más fuerza con cada paso que él da, pero cuando llega a su puerta, el único sonido que escucho es mi propia voz. —¡Espera! La palabra nos sorprende a los dos. Colton se congela, y pasa un segundo antes de que se dé vuelta. Entonces me da miedo haber cometido un terrible error, haber cruzado una línea no solo con él, sino también con Trent. Solo cuando se da vuelta y me mira con esos ojos sentimentales, me doy cuenta de que ya estoy parada al otro lado de la línea.

—Espera —repito, con más suavidad esta vez. No tengo que decir nada más, lo que es bueno porque aún estoy tan impactada que no podría hacerlo. Colton cruza el patio y regresa a los escalones del pórtico rápida aunque cautelosamente, como si no quisiera asustarme de nuevo. Se detiene enfrente de mí, un escalón abajo, así que quedamos viéndonos a los ojos. Espera a que diga algo más. Estoy impresionada. «¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo?», me pregunto. —¿Qué vamos…? ¿Qué vamos a hacer con tu combi? —tartamudeo—. ¿Cómo… puedo ocuparme de ella, o pagarte o… algo? Él niega con la cabeza y sonríe. —No. No es nada. —No es nada, es… —No encuentro las palabras correctas; ninguna palabra, en realidad—. Tengo que hacer algo por ti de alguna manera… por tu combi. «¿Qué estoy haciendo?», me pregunto. Se da vuelta lentamente para verme de frente. —No necesitas hacer nada por mí. No vine por eso. —Se encoge de hombros y lanza una sonrisa a medias—. Me gusta estar contigo. Así que, si no hay nada más, tal vez basta con que pases a saludar la próxima vez que regreses a Shelter Cove. ¿Qué te parece? ¿Lo harás en algún momento? Es una invitación, pero parece consciente de que me está ofreciendo una graciosa salida, si eso es lo que estoy buscando, y la comprensión de este pequeño gesto me conmueve. Siento que mis ojos vagan hacia su pecho, y el mío se encoge. —Está bien —accedo finalmente—. Lo haré… en algún momento. Una lenta sonrisa se extiende por su rostro. —En algún momento, entonces. Sabes dónde encontrarme, ¿verdad? Asiento con la cabeza, y nos quedamos allí parados mientras el sol cae sobre nosotros y el día empieza a ser más caluroso. Después de un instante, se da vuelta para irse y esta vez no lo detengo. Lo miro mientras camina a su combi y entra. Agita la mano para despedirse; luego retrocede por el camino de entrada y yo me quedo parada en el pórtico. Una brisa acaricia suavemente mi piel, trayendo el aroma del jazmín y una delicada oleada de algo más. Esperanza, tal vez, o posibilidad. Espero hasta que se da vuelta en el camino y desaparece, para volver a mirar el girasol. Esta vez se ve un poco diferente, menos como un recordatorio doloroso y más como una señal de que quizá Trent lo entendería. Eso es lo que me digo cuando me inclino para recogerlo. Y mientras pienso: «Sí, sé dónde encontrarlo».

En un día cualquiera, en los Estados Unidos hay aproximadamente 3 000 personas en lista de espera para un trasplante de corazón. Cada año hay casi 2 000 donadores. Los pacientes que son candidatos para un trasplante de corazón están en una lista, en espera del corazón de un donador. Esta lista es parte del sistema estadounidense de asignación de órganos donados. La Red de Obtención y Trasplante de Órganos (OPTN, por sus siglas en inglés) aplica este programa. La OPTN tiene políticas instauradas para asegurarse de que los corazones de los donadores se entreguen de manera justa. Estas políticas se basan en la urgencia, los órganos disponibles y la ubicación del paciente que habrá de recibir el corazón (el receptor). Instituto estadounidense del corazón, los pulmones y la sangre

CAPÍTULO OCHO Las palabras de Colton flotan a mi alrededor en mi cuarto mientras me siento frente a la computadora, mirando la primera publicación del blog que leí sobre él. Me recuerdan, como cualquier otro conjunto de palabras, a antes de que supiera dónde encontrarlo: «hombre, 19 años, California». La familia de Trent solo había recibido la información básica acerca de los receptores de sus órganos, y esas tres cosas eran todo lo que sabía del receptor de su corazón. Eso es cuanto sabía cuando le escribí. Y más tarde, eso fue a lo que me aferré cuando no respondió y yo quise averiguar dónde podía encontrarlo, porque necesitaba saber más acerca de él. Una serie de palabras, separadas por comas, escritas en un cuadro de búsqueda: «hombre, 19 años, California». Agregué «trasplante de corazón» y obtuve 4,7 millones de resultados en 0,88 segundos. Filtré los resultados por fecha y relevancia y se redujeron aún más por ubicación geográfica; pese a todo, los enlaces no tenían fin y eran como piezas que podrían pertenecer al mismo rompecabezas o no. Los seguí noche tras noche, dando vueltas a las piezas bajo el pálido brillo de mi computadora, hasta que encontré las que parecían encajar. Hay doce centros de trasplante en California, pero solo en uno de ellos se había realizado un trasplante de corazón el día en que murió Trent. Lo encontré entre las publicaciones de un blog, escrito por una muchacha que, aunque estaba increíblemente asustada, trataba de mantener la esperanza acerca de su hermano menor, que había estado en la sala de terapia intensiva de ese hospital. Ya le habían puesto un corazón artificial, pero se debilitaba cada día que pasaba mientras esperaba uno nuevo. Vi la fotografía de Colton en el blog de su hermana, con su sonrisa cansada y los pulgares arriba para la cámara mientras sus padres y su hermana lo rodeaban ese día, con los ojos llorosos y sonrientes. Su hermana escribió que, cuando se tomaron esa foto, acababan de saber que habían encontrado un corazón adecuado y que, según todas las pruebas, tenía una compatibilidad perfecta. Debió de ocurrir por la época en que, a kilómetros de distancia, a Trent le extraían el corazón del pecho, mientras nuestras familias estaban reunidas en la sala de espera derramando lágrimas de otro tipo. En el minuto en que se extrae el corazón de un donador, el reloj empieza a correr y los doctores están en una carrera contra el tiempo para llevarlo hasta el receptor. El corazón se guarda en una bolsa de plástico sellada que se llena con una solución esterilizada y luego se transporta en hielo, casi siempre en helicóptero. Así ocurrió con el de Trent. Y mientras lo llevaban volando al centro de trasplantes, preparaban a Colton para cirugía. Su familia rezó y le pidió a sus amigos que hicieran lo mismo; lo que para ellos era cuestión de vida o muerte fue un procedimiento rutinario para los médicos que lo realizaron. Solo unas horas después de que extrajeron el corazón de Trent de su pecho, lo pusieron en el de Colton. Los vasos sanguíneos se reconectaron, y cuando la sangre de Colton lo llenó, el corazón empezó a latir de nuevo por sí mismo. Justo en el instante en que mi mundo se detenía por completo. Pasando sobre unas palabras que he visto tantas veces que podría recitarlas de memoria, recorro la pantalla hacia abajo, hasta la siguiente fotografía de Colton, que fue tomada justo después de que despertó de la cirugía. Está recostado de espaldas en la cama del hospital, con los extremos de un estetoscopio en sus orejas, mientras la mano de otra persona presiona el círculo plano contra el pecho de Colton, que escucha sus nuevos latidos. Me resultó difícil mirar esta fotografía la primera vez, tantos meses después de la muerte de Trent; era difícil no sentir de nuevo la afilada garra de la pérdida. Pero también era imposible no conmoverse por lo que vi capturado en ella y la emoción evidente del rostro de Colton Thomas. Hizo que quisiera conocerlo. Y después de meses sin que mi carta tuviera respuesta, empecé a hacerlo a través de las palabras y las fotos de su hermana. Recorrí todas las publicaciones del blog de Shelby y, con ellas, construí líneas de tiempo paralelas. En el día en que enterramos a Trent, Colton tuvo la primera biopsia de su nuevo corazón y no mostró señales de rechazo. Nueve días después, él tenía la fuerza suficiente para salir caminando del hospital y regresar a casa con su familia, y yo me sentía demasiado débil para asistir al último día de mi primer año de preparatoria sin Trent. Pasé ese verano, y luego mi último año, suspendida en una neblina de dolor. Colton se fortaleció durante ese tiempo, impresionando a los doctores con sus avances. Sanando. Entonces no lo sabía, pero meses después de la muerte de Trent, cuando escribí mi carta anónima al hombre anónimo de diecinueve años de edad, de California, él estaba haciendo todo lo que estaba a su alcance para salir adelante y superarlo. Y ayer decidí que yo tenía que verlo para hacer lo mismo. Ahora no sé qué pasará. Recorro la pantalla hasta la publicación más reciente del blog de Shelby, escrita semanas antes, el día 365. Era el aniversario de la muerte de Trent y de la segunda oportunidad de vivir de Colton, el punto de partida de

nuestras líneas de tiempo paralelas. Las uní ayer, aunque ese debería ser también el final. «En algún momento» no debería llegar nunca, pero entonces pienso en él allí de pie, sonriéndome en el pórtico, con el sol cayendo y brillando sobre nosotros como una invitación, y sin importar cómo debería ser, no se sintió como el final. Un golpe en la puerta interrumpe mis pensamientos antes de que puedan llegar más lejos. Reconozco el rápido golpeteo que suena como un staccato y sé que es la abuela. También sé que solo tocará una vez más antes de entrar con su llave y subir las escaleras para ver por qué no he respondido. Es sorprendentemente rápida para tener ochenta años, así que cierro deprisa mi laptop, me peino el cabello con los dedos y me levanto del escritorio justo cuando escucho los segundos golpes. Cruzo rápidamente la habitación, pero la vista de la flor de Colton en mi ropero me detiene por un momento. Está justo debajo de mi fotografía con Trent y la flor, ahora desmoronada, que él me dio el primer día. Mis ojos van directo a él, y su sonrisa me deja congelada. Me pongo tensa mientras reflexiono y espero a que llegue la familiar rigidez en mi pecho. Pero no llega, y miro otra vez la nueva flor. —¿Fuiste tú? —susurro. Aunque sé que no es posible, casi espero una respuesta esta vez. Pero al igual que todas las otras veces, lo único que escucho en el silencio que me rodea es el golpeteo de mi propio corazón. Un recordatorio innegable de una verdad que una vez fue inasumible: que yo sigo aquí aunque él ya no está. —Bueno, mírate —dice la abuela, quitándose los lentes de sol Jackie O cuando llego a la parte superior de las escaleras. —Mírate tú —respondo con una sonrisa. Levanta los brazos y se da una pequeña vuelta. —Todos me miran siempre, muñeca. Hay buenas razones para que lo hagan, especialmente hoy. La abuela lleva su vestido rojo y morado de gala, como ella y las damas de la Sociedad del Sombrero Rojo lo llaman. Su animado grupo de mujeres de cierta edad viste con orgullo colores chocantes para mostrar que tienen los años suficientes como para que no les importe. Cuanto más ostentoso, mejor. Y la abuela es ostentosa de nacimiento. Hoy ha elegido mallas moradas con una blusa suelta que hace juego, una boa de plumas rojas y su característico sombrero rojo de ala ancha, con un penacho de plumas moradas que sigue flotando y agitándose en el aire incluso cuando ella ha dejado de moverse. Cuando llego a la parte inferior de las escaleras, extiende los brazos y me envuelve en un abrazo de plumas y el aroma familiar de la abuela, que combina el olor a Estée Lauder, crema Pond’s y Salvavidas de menta. Lo respiro y le devuelvo el abrazo antes de que se aparte y me mire largo y tendido. —¿Cómo estás? —pregunta, moviendo mi barbilla de lado a lado—. Te noto algo diferente… Llevo mi mano a los tres puntos de sutura de mi labio, y ella agita la mano con desdén. —No, no es eso. Eso solo hace que tu labio parezca más lleno y carnoso. Vuelve a inclinar mi barbilla, volviéndola a un lado y al otro, y contengo la respiración. La abuela siempre tiene una manera de mirarte que hace que sientas que está viendo tu interior realmente, y lo que podría ver hoy me hace sentir nerviosa. —No lo sé —dice al final, dejando caer su mano. Yo suspiro—. Te ves bien, tan bien que debiste ir a almorzar conmigo y mis muchachas. Sonrío porque «las muchachas» que integran su sección de la Sociedad del Sombrero Rojo tienen más de setenta años, aunque no lo aparentan. Son un grupo alborotador. —Lo siento —digo—. Estaba muy cansada después de lo de ayer. La abuela asiente con rapidez. —Bueno, estoy contenta de que te hayas levantado y hagas tus cosas. Tenemos trabajo: brownies. Veinticinco docenas para nuestro puesto en la feria. —¡Vaya! —Claro que ¡vaya! Ahora ven a ayudarme con las compras. Descargamos el coche, la abuela se coloca su delantal rojo mientras yo precaliento el horno, y luego las dos ponemos manos a la obra. Es una de mis maneras favoritas de pasar el tiempo con la abuela. Ella dirige y yo la sigo, y entonces marcamos un ritmo en el que abrimos huevos, medimos y batimos. A veces hablamos todo el tiempo; otras estamos calladas, ensimismadas. Hoy guardo silencio un rato, pero sé que no durará. Ella espera hasta que vierto la primera tanda de masa en la charola engrasada, para empezar con las preguntas. —Así que —dice de manera poco casual—, tu madre dice que tuviste un pequeño choque en la costa ayer. Que fuiste en tu coche hasta allá sin decirle a nadie. Me entretengo con la espátula, raspando toda la masa del platón, sintiéndome mal por irme y preocupar a mis padres, por no mencionar lo del accidente. —¿Andabas de cacería? —pregunta con una sonrisa maliciosa. —¿Qué? —Me río. Su pregunta me sorprende, aunque nada relacionado con ella me debería sorprender—. ¿De cacería? —¿Las chicas no lo dicen así? —pregunta mientras levanta su platón para mezcla con unas manos que tiemblan solo un poco más de lo normal—. ¿De cacería como una lagartona? Sostengo una fuente de hornear con firmeza debajo de su platón, y ella vierte la mezcla. —No. Eso es… —Me río, deseando que Ryan estuviera aquí para oír esto—. Eso es algo totalmente diferente, abuela. Y no creo que nadie lo llame así. —Bueno, como quieras llamarlo. A eso es a lo que yo iba a la playa cuando tenía tu edad. En cuanto me ponía el traje de baño, todos los muchachos me rodeaban. —Abre el horno, desliza dentro las dos fuentes y lo cierra—. Así es como atrapé a tu abuelo, ¿sabes? —Sonrío ante la idea de la abuela cuando era joven, a la caza de muchachos en la playa—. Por eso se casó tan rápido. Me vio con ese traje de baño y no pudo esperar a verme sin él, si sabes a lo que me refiero, y cuando… —¿Cuánto tarda esto en cocinarse? —interrumpo.

La abuela me guiña un ojo. —Cuarenta minutos exactamente. Empieza a medir el polvo de chocolate para otra tanda y estira la mano para tomar la harina. —No fui de cacería —digo, evitando sus ojos—. Solo quería alejarme, hacer algo diferente. —Aunque suene vago, sé que ella apoya este razonamiento. —Está bien, eso es bueno. A veces tienes que apartarte de ti misma, salir, regalarte un día en la playa —dice como si estuviera orgullosa de mí, como si fuera un signo de que progreso o de que salgo adelante, y siento una punzada de culpa que me hace seguir hablando. —En realidad no llegué a la playa. Choqué el auto cuando iba para allá, así que no… La abuela se da vuelta hacia mí. —Bueno, lo importante es que fuiste, Quinn. Es un principio. —Lleva nuestros dos platones a la pileta y abre la canilla—. Debes regresar. Te diré una cosa. Si yo tuviera tu aspecto, te aseguro que no me pasaría el verano sentada en la casa sola; estaría de cacería. —Me guiña un ojo de nuevo—. O por lo menos en la playa, en bikini bajo ese glorioso sol. No dice nada más y yo tampoco, y esa es una de las cosas de la abuela que amo. Sabe cuándo decir solo lo necesario. Y hoy esto basta para hacerme reflexionar, y mis pensamientos van de nuevo hacia Colton y sus palabras: «Sabes dónde encontrarme». Lo sé, y no puedo dejar de pensar en eso. —Tal vez lo haré —concedo después de un rato—. Regresaré allí en algún momento.

Hay muchas cosas en la vida que atraerán tu mirada, pero solo unas pocas atraparán tu corazón. Persíguelas.

MICHAEL NOLAN

CAPÍTULO NUEVE Los brownies me sirven para justificar mi viaje a Shelter Cove la mañana siguiente. Choqué su combi, luego él me llevo al hospital y estaba lo bastante preocupado como para venir a confirmar que seguía bien. Y fue lo bastante dulce como para traerme una flor, lo bastante inteligente como para no presionar demasiado. Lo menos que puedo hacer es llevarle un plato de brownies. Sé, por lo que publicó su hermana en su blog, que a él le gustan los dulces; brownies fue lo primero que quiso comer cuando le permitieron volver a hacerlo, y la abuela es la mejor cocinándolos. Es lo mínimo que merece. Y luego iré a la playa. Pongo varios en un plato, lo envuelvo en plástico y les escribo una nota a mis padres, que salieron juntos esta mañana. Luego tomo mi bolso de playa y me dirijo a la puerta para repetir el mismo viaje que hice hace un par de días, igual de nerviosa que entonces, si no es que más. Cuando doy vuelta en la calle principal y veo la combi de Colton estacionada casi en el mismo sitio donde estaba la primera vez, mi corazón se acelera y paso junto a ella sin estacionarme en el lugar vacío que hay detrás. Bajo el volumen de la música para pensar mejor. Ahora todavía tengo una opción. Si sigo manejando, en realidad no he hecho nada malo en relación con Colton y Trent. Pero si hago eso, si sigo conduciendo, no tendré otra oportunidad de saber más de él. «En algún momento» expirará, Colton se olvidará de que lo dijo, y tal vez será demasiado tarde para regresar. El semáforo se pone en rojo. Me da unos momentos más para pensar. Pongo las intermitentes. Las quito. Las vuelvo a poner. Cuando el semáforo se pone en verde, dudo lo suficiente como para que el coche de detrás me toque la bocina. Y entonces doy vuelta en U y conduzco de regreso hacia donde se encuentra Colton Thomas, después de 402 días. De regreso adonde me estacioné la primera vez. Cuando me detengo, la abolladura aún sigue en su combi VW y es más grande de lo que recuerdo, lo que hace que me encoja. Miro el plato de brownies en el asiento del acompañante y de pronto me parecen completamente ridículos. No sé lo que estoy haciendo. Ahora que estoy aquí, en realidad no sé dónde encontrarlo. Bajo la ventanilla y miro alrededor como si pudiera verlo en cualquier momento. El aire de la mañana aún es frío y me relaja un poco cuando respiro lenta y profundamente. Es casi la misma hora a la que llegué el otro día, y según dijo Colton, eso significa que debe de estar en la tienda de kayaks o en la cafetería. Pensé en llamarlo antes de salir, pero me pareció exagerado. Además, no sabía si yo seguiría adelante con todo esto hasta ahora, cuando estacioné el auto. En realidad, aún no estoy segura. El local de kayaks parece cerrado, y hasta la cafetería está oscura. Todavía podría… —La palanca de velocidades está en neutro, ¿verdad? ¿El coche está apagado y todo? La voz me saca de mis divagaciones, y cuando levanto la vista veo a Colton recién salido del agua, con el pelo y el traje de neopreno aún escurriendo y la tabla de surf bajo el brazo. —Regresaste. Está feliz, pero no sorprendido. —Yo…, sí. Estiro la mano para tomar el plato de brownies y lo saco por la ventana a modo de explicación. —Te traje esto como agradecimiento. O disculpa. Yo… —Miro la abolladura de su paragolpes y me siento tonta y avergonzada, lo que me hace hablar rápido, en un solo hilo de palabras—. Fuiste muy amable al llevarme al hospital después de que golpeé tu combi, me siento mal de que no me dejes pagarte y sé que actué de forma extraña ayer. Bueno, también me porté así el primer día que nos conocimos y… lo siento. Saco el plato por la ventana todavía más, como si el movimiento pudiera compensar la horrible confusión que siento. Estoy oxidada en hacer esto, en hablar con la gente en general. Pero la manera en que él está parado con una sonrisa, escuchando cada palabra, lo hace diez veces más difícil. Colton parpadea una vez, dos veces; luego sonríe ampliamente y estira la mano hacia el plato. —No te sientas mal. Y menos por traerme esto. Los brownies son mis favoritos. Tengo que contenerme para no decir: «Lo sé». —Gracias —dice con sinceridad—. ¿Tú los hiciste? Recarga su tabla de surf contra el auto, toma el plato de mis manos, quita la envoltura de plástico y escoge uno. Le da una mordida. Mastica lentamente, como si estuviera haciendo una prueba de sabor o algo así, y por medio segundo me preocupa haber alterado la receta mientras los cocinábamos por estar pensando en él en lugar de concentrarme en la harina y el polvo de chocolate. Por último, se lo traga. —¡Vaya! —dice, con las cejas alzadas—. Este es, con toda seguridad, el mejor brownie que he comido en toda mi vida, en toda. Siento que mis mejillas se encienden. —En serio. —La sonrisa desaparece de su cara para enfatizar sus palabras—. Y he comido una buena cantidad de brownies.

Pone un gesto tan serio que me hace reír. —Gracias. Yo… Qué bueno que te gustaron. —Qué bueno que regresaste. —Sonríe—. Y decir que me gustó es poco. —Engulle la segunda mitad de su brownie—. ¿Qué otros talentos tienes y qué vas a hacer hoy, además de entregar la mejor disculpa del mundo? Me río de nuevo mirando mis piernas. —No sé. Estaba pensando en ir a la playa porque el otro día no pude llegar. —Estará llena de gente. —Colton mira sobre su hombro hacia la oscura tienda de kayaks—. Podría mostrarte una playita estupenda, un poco alejada de los sitios trillados. Un lugar para los que vivimos aquí. —Hum. —Aclaro mi garganta. Tomo en consideración la idea por un momento—. No, está bien. No quiero quitarte más tiempo. Estoy segura de que tienes que… —Miro el local de nuevo—. Solo quería darte las gracias. Lo siento de nuevo por tu combi. Busco con descuido mis llaves y se caen en la hendidura entre mi asiento y la consola del centro. —No es gran cosa —dice Colton—. No tengo más planes. Solo deja que me cambie y podemos… —No puedo. Tengo que llegar a casa a cierta hora, y no quiero terminar en un lugar alejado, sin mi coche, y que me tengas que traer de regreso, o algo parecido. Se encoge de hombros. —Solo tienes que seguirme, ¿sabes? Pero no demasiado cerca porque tiendes a meter fuerte el acelerador. Así llevarás tu auto y te puedes ir cuando quieras. —Lo dice de manera sencilla, como si en realidad no fuera un gran problema; luego me mira esperando una respuesta—. Solo es un día. Y necesito a alguien con quien compartir estos brownies, o me los comeré todos de una sentada. Así que en realidad me estás haciendo un favor. Sonríe y la luz del sol atrapa el verde de sus ojos; eso decide por mí. —Está bien. Solo un día. —Bueno. Perfecto. —Sonríe y toma su tabla—. Voy a cambiarme, entonces. Regreso enseguida. —Descansa su mano bronceada sobre mi puerta, se inclina y me regresa el plato de brownies—. ¿Puedes cuidármelos? Los tomo, y él se da vuelta y cruza la calle trotando hacia el local de kayaks. Antes de desaparecer en el interior, mira hacia atrás sobre su hombro. —No te vayas —grita. Estoy nerviosa y feliz al mismo tiempo, mientras busco mis llaves caídas. No podría irme aunque quisiera.

Cada latido empieza con un único impulso eléctrico o «chispa». El sonido característico que escuchamos con un estetoscopio, o cuando colocamos la cabeza en el pecho de alguien a quien amamos, es el sonido de las válvulas del corazón que se abren y se cierran en perfecta sincronía. Es un ritmo en dos partes: una danza delicada de sístole y diástole, que lleva las partículas con carga eléctrica a través de las cámaras del corazón cada segundo del día, cada día de nuestras vidas.

CAPÍTULO DIEZ Me estaciono en la cuneta detrás de Colton, y antes de que pueda poner mi coche en neutro, él ya salió de su combi y se dirige hacia mí. Apago el motor y salgo al aire salado, donde el sonido grave del agua rompiendo contra las rocas se desplaza desde abajo del acantilado donde estamos. —Es un día perfecto —dice Colton, mirando sobre el agua—. ¿Quieres confirmarlo? —Claro. En realidad no sé qué es lo que estamos confirmando, pero me siento más que feliz de descubrirlo. Caminamos por un área llena de hierba donde un hombre solitario está sentado en la playa leyendo su periódico mientras su perrito olisquea el suelo detrás de él. Y cuando llegamos a la gruesa cuerda a la orilla del acantilado, tengo una vista del agua y las rocas que hay debajo. A diferencia del otro día, hoy la niebla no abraza los acantilados y no se atisba ni una nube en el cielo de color zafiro que se extiende a todo lo ancho y largo. Es el tipo de día que te ruega que no lo desperdicies. Siento un pequeño tirón en mi pecho ante la idea, porque me hace pensar en Trent. Él nunca desperdiciaba ni un solo segundo. Para él era como si un reloj empezara a contar en el momento en que sus pies tocaban el suelo cada día. Recuerdo estar con él y desear que redujera el ritmo solo por un día, que se quedara quieto. Pero esa no era su naturaleza, y tampoco parece la de Colton. Sus dedos tamborilean en el poste que tenemos frente a nosotros, y puedo sentir que está de pie junto a mí, noto esa energía nerviosa que pertenece a ambos. Trato de pensar en algo, en cualquier cosa, para llenar el silencio, pero se sigue extendiendo. Miro la superficie cristalina que surge alrededor de las enormes rocas que se elevan por encima del agua. Están dispersas en grupos cerca de la orilla y siempre me han parecido como pequeñas islas, más que rocas. Un grupo de pelícanos con aspecto territorial cubre la parte superior de las rocas más cercanas a la orilla, y uno de ellos despega o aterriza cada varios segundos. Mis ojos recorren el frente escarpado hacia el agua, donde el impulso constante de las olas lo suaviza, y miro cómo el agua se eleva sobre la roca y luego retrocede. Colton se aclara la garganta y patea una piedra en el piso. —Entonces ¿te puedo hacer una pregunta? Trago saliva. Aclaro mi garganta. —Está bien —digo lentamente. Toma un sorbo de la botella de agua que tiene en la mano y aleja la mirada de nuevo, lo suficiente como para ponerme nerviosa. Pienso en un millón de disculpas, razones o explicaciones diferentes para cualquier cosa que vaya a preguntarme. —No te gustan mucho las preguntas, ¿verdad? —inquiere, volteando hacia mí con una mirada que me hace juguetear con mis manos. —No, no tengo ningún problema con las preguntas. ¿Qué clase de pregunta es esa? —Sueno tan nerviosa como me siento. —No te preocupes, no importa. —Me lanza una rápida sonrisa—. No es para tanto, solo es un día. Así que ¿qué tal si nos relajamos y lo disfrutamos? ¿Qué tal si pasamos un día realmente bueno? Recuerdo rápidamente uno de los textos del blog de Shelby, una cita de Emerson que publicó y que explicó que le recordaba a Colton y su actitud, a cómo trataba la vida después de su cirugía: «Escribe en tu corazón que cada día es el mejor día del año. Ningún hombre habrá aprendido correctamente algo hasta que sepa que cada día es el del juicio final». Recuerdo que lo leí y pensé que él y yo habíamos aprendido esta verdad, que cualquier día podría ser el último. Pero habíamos elegido hacer diferentes cosas con ella. Él la puso en práctica en cuanto pudo. Regresó a las cosas que adoraba, a la vida de antes. Yo hice lo opuesto durante mucho tiempo. Pero de pie aquí, con él, ahora se siente como una oportunidad para hacer las cosas a su manera. —Está bien —digo finalmente—. Un buen día, en verdad. —Bueno, me da gusto que hayamos llegado a este acuerdo. —Una sonrisa amplia y feliz se forma en su cara, se da vuelta abruptamente y camina de regreso a su combi. Lo miro mientras se aleja, y observo algo que no había percibido antes: un kayak doble de color amarillo brillante atado a un soporte en la parte de arriba. Un miedo difuso se materializa en algún rincón de mi mente mientras él alcanza la correa al frente del kayak. La desata rápidamente, se mueve a la parte de atrás y baja el kayak al pavimento golpeando el plástico pesado. Miro detrás de mí a las rocas y el agua que forma remolinos abajo, y de pronto no me parece muy pacífico. Cuando vuelvo a ver a Colton, él desliza la puerta de atrás para abrirla y saca dos remos, que coloca cuidadosamente sobre el kayak. Me quedo donde estoy, en la negación de todas las piezas que se están sumando justo enfrente de mí. «En realidad no vamos a hacerlo, él no está pensando que vamos a hacerlo. Yo nunca…», pienso. —¿Alguna vez te has subido a un kayak? —grita. El hombre de la banca levanta la vista con cierto interés; luego regresa a su periódico cuando se da cuenta

de que la pregunta no iba dirigida a él. Cruzo rápidamente la hierba, tratando de pensar si hay una manera de salir de esta. Estaba a favor de la playa y de admirar las rocas, pero andar en kayak entre ellas está a kilómetros de mi zona de confort. Y no parece algo que él debería hacer, con todo… Parece riesgoso. —¿Sí lo has hecho? —pregunta con una sonrisa. Luego, sin esperar una respuesta, busca en el interior, extrae un chaleco salvavidas y me lo extiende. Yo niego con la cabeza. —No. Yo no… En realidad nunca me he subido a un kayak en ningún lugar, así que no creo… Este no me parece un buen lugar para empezar. Ya sabes, para una principiante. Todas esas rocas… Ahora en mi mente solo hay bordes filosos y olas quebrándose. —En realidad es un lugar estupendo —afirma—. Muy protegido. Hacemos muchos recorridos aquí. —Hace una pausa con una sonrisa—. Es donde aprendí. —¿De verdad? Sueno como si en realidad no le creyera, pero sí le creo. Y me doy cuenta de que quiero saber más, más sobre él y quién es. En sus propias palabras, no las de Shelby. Puedo ver en su cara que esto es importante para él. —Claro —dice—. Cuando tenía seis años, mi mamá por fin dejó que mi papá me trajera aquí con él. «Ocho años antes de que te enfermaras», completo. «Ocho años antes de que empezara todo y fueras al doctor porque tu mamá pensaba que tenías gripe.» Me siento culpable por conocer una parte de su vida que no sabe que conozco, pero no es en lo que él está pensando en este momento. Trato de no pensar en ello tampoco. Trato de estar aquí, ahora, con este Colton en lugar del enfermo que tan bien creo conocer. Agita su cabeza, se ríe ante el recuerdo. —Desde hacía mucho tiempo le había rogado a mi mamá que me dejara venir, y entonces, cuando dijo que sí, llegamos aquí, miramos el acantilado y me encontré con el mismo panorama que tú viste hace un segundo. — Se queda callado un momento—. Utilicé todas las excusas que se me ocurrieron, pero mi papá solo me puso un chaleco salvavidas, me dio unos remos y cargó el kayak por las escaleras sin decir palabra. Cuando llegamos abajo, me puso en el asiento; luego se hincó enfrente de mí y dijo: «Solo confía en tu viejo, ¿está bien?». Yo estaba tan asustado que solo asentí. A continuación me aconsejó: «Bien. Haz lo que te diga cuando te lo diga; lo peor que puede pasar es que te enamores». Río de nervios y trato de mirar a cualquier lugar que no sea él, pero no funciona. Colton hace una pausa, me sonríe y me ve con esos ojos, y entonces voltea a ver el agua. —Del océano, es a lo que se refería. Que lo siguiera y quisiera estar en él todo el tiempo, de una manera u otra. —Me vuelve a mirar—. Tenía razón. Después de ese día, ya no me podían apartar de la orilla. Sé que esta es una versión de la verdad, y es la que me deja saber. Pero también sé de los años en que estuvo enfermo, las épocas que pasó lejos de la orilla porque estaba entrando y saliendo del consultorio de los doctores y del hospital. Una parte de mí desea preguntarle de eso, pero la otra no quiere pensar en él de esa manera. —En realidad no tengo recuerdos así —digo. «Ya no», lo completo en mi cabeza. Veo un atisbo de sendero de tierra, las zapatillas de Trent, los dos haciendo que nuestros pasos y nuestras respiraciones coincidan, y la culpa se retuerce en mi interior. —Mi hermana y yo solíamos correr juntas, pero se fue a la universidad, así que ya no corro sin ella. Es la versión de la verdad que puedo dejar que él sepa. —Eso está muy mal —dice Colton. Tiene el aspecto de alguien que está a punto de hacer una pregunta de nuevo, pero la piensa mejor—. Hace mucho tiempo que no venía aquí, pero es un estupendo lugar que mi padre me enseñó y que tengo muchas ganas de ver de nuevo. Tiene sus trucos, pero vale la pena. ¿Quieres intentarlo? No respondo por un instante. Entrar con un kayak al océano me asusta de verdad, pero confío en él con tanta facilidad que eso me asusta más. Aparto la vista rápidamente y la paso sobre la orilla del acantilado, hacia el agua que se arremolina sobre las rocas, que es exactamente cómo se siente mi estómago. —Está bien. Hagamos la prueba. —No sueno muy convencida. Colton se esfuerza para poner cara seria, pero una sonrisa se le escapa por la comisura de los labios. —¿Estás segura? Afirmo con la cabeza. —Pareces asustada. No tengas miedo. Solo haz lo que te diga, cuando te lo diga y estarás bien. Se queda callado y deja que la sonrisa se extienda rápidamente por su cara, y aunque no dice nada más, puedo sentir que el resto de las palabras de su papá revolotean alrededor en la brisa que se levanta entre nosotros justo entonces. Colton saca más equipo de su combi, y antes de que tenga una oportunidad de responder o de cambiar de opinión y pensar mejor las cosas, tengo el chaleco salvavidas sobre mi traje de baño. Colton lleva una camiseta de neopreno con sus pantaloncitos cortos, y vamos cargando el kayak por las escaleras de cemento hacia la playa llena de piedras. Nos quedamos sin aliento mientras él lo empuja a la orilla del agua y me hace un gesto para que tome el asiento del frente. Lo hago y me entrega un remo. —¿Estás lista? —¿Ahora mismo? ¿No necesito primero una lección o algo así? Colton parece divertido. —Esta es la lección. Es más fácil enseñarte en el agua. Es muy poco lo que debes aprender, así que solo súbete y yo remaré para alejarnos de aquí. Luego te mostraré. ¿Suena bien? —Me sonríe, y yo reúno toda la confianza que puedo para responder. —Claro —logro decir, pero mi corazón late en mi pecho con preocupación cuando una ola rompe sobre las rocas enfrente de nosotros, golpeando contra la playa con un silbido bajo. «Esto está sucediendo de veras», pienso. —¡Aquí vamos! —dice la voz de Colton detrás de mí. El kayak sale impulsado hacia el frente, luego se bambolea fuerte cuando salta a su interior, haciendo que yo pierda el equilibrio por un instante. Pero en el momento siguiente su peso nos estabiliza, y siento que su remo

se adentra en el agua a un lado y luego al otro, y avanzamos. Me pongo tensa cuando una ola se acerca a nosotros, porque parece cada vez más alta a medida que se acerca, como si fuera a quebrar antes de que podamos evitarla; pero Colton rema con más fuerza y pasamos sobre ella con facilidad: el kayak se eleva al frente de la ola y se desliza hacia abajo en la parte de atrás. Colton hunde el remo una vez más a ambos lados y entonces nos deslizamos con suavidad y firmeza sobre la superficie del agua. Por fin, respiro. —Eso no fue tan aterrador como pensabas, ¿o sí? —dice detrás de mí. Me doy vuelta lo mejor que me lo permite el rígido chaleco, sorprendida. —En absoluto —respondo orgullosa. —Pequeñas victorias —dice. Lo miro por un largo momento; lo miro recargarse en el asiento y respirar a fondo como si estuviera bebiéndose la mañana, como si hacer esto fuera una pequeña victoria por sí sola, y supongo que lo es. Me hace sentir como si lo acabara de conocer. Como si esas dos palabras fueran una muestra del tipo de persona que es. —Adoro eso —dice—. Pequeñas victorias. Son las que cuentan. Como estar aquí hoy, justo ahora. Sus palabras flotan entre nosotros, bajo la brillante luz del sol, y puedo ver lo que significan para él. Cuando sus ojos barren el cielo, el agua y las rocas, y luego regresan a los míos y descansan allí, verdes y tranquilos, quiero decirle que sé la verdad. Que sé por qué puede ver las cosas de esa manera. Quiero decirle quién soy y qué estaba haciendo en la cafetería el otro día. Todas las palabras empiezan a abrirse camino hacia la superficie, elevándose como burbujas de aire perdidas entre el agua. —Estamos a la deriva —dice Colton. Las burbujas se disipan y la corriente se lleva mis palabras sin haberlas dicho. Él sonríe y levanta el remo de sus piernas, regresándome al momento presente. —Hora de aprender. ¿Estás lista? Digo que sí con la cabeza, todavía volteada hacia atrás. —Muy bien. Vas a sostener el remo aquí y aquí, donde se encuentran estas agarraderas —dice y me hace una demostración. —Está bien. Agradecida por tener algo más en lo que concentrarme, volteo hacia el frente, tomo mi propio remo, que ha estado balanceándose sobre mis piernas, pongo las manos sobre las agarraderas y lo sostengo enfrente de mí. —¿Así? Colton se ríe. —Perfecto. Ahora date la vuelta un segundo para que pueda mostrarte cómo hacerlo. Lo hago, y él introduce su remo en el agua a un lado, con un golpe fuerte y firme que nos hace deslizarnos suavemente como una pluma sobre la superficie lisa del papel. Luego saca ese lado y repite el movimiento con el extremo opuesto del remo. —Es como si estuvieras trazando círculos con las manos, igual que haces con tus pies cuando pedaleas una bicicleta. Inténtalo. Deja su remo sobre sus piernas, yo muevo la cabeza de arriba abajo y me doy vuelta para probarlo. El primer intento que hago es demasiado superficial, y mi remo apenas roza el agua. No nos movemos. Siento que mis mejillas se enrojecen. —Prueba de nuevo. Húndelo más. Me concentro en usar mis brazos para empujar el remo más a fondo en el agua, como lo hizo Colton, y me asombro cuando avanzamos unos metros. —Aquí vas —dice Colton. Animada por él y por el hecho de que realmente nos movimos, regreso el primer extremo a lo profundo, sintiendo la resistencia del agua mientras mi remo empuja. Pienso en los círculos, como los pedales de una bicicleta, tal como lo dijo, y sigo haciéndolo, y después de unos cuantos impulsos estamos cortando la superficie cristalina a una velocidad decente. Me río, feliz y orgullosa de ser yo quien está impulsando esta pequeña embarcación. —Lo estás haciendo bien —dice Colton detrás de mí, y siento el impulso hacia adelante de su remo, moviéndose también en el agua. Miro sobre mi hombro—. Solo rema —me pide—. Yo me sincronizaré contigo. Asiento con la cabeza y me doy vuelta, de cara a la amplia extensión del océano azul y el cielo, y hundo mi remo una y otra y otra vez, hasta que marco mi propio ritmo con firmeza. Al principio puedo sentir los golpes de Colton esforzándose para que coincidan con los míos, pero después de unos cuantos más, caemos en un ritmo sincronizado, en dos tiempos, que nos aleja de la orilla, más allá de las islas de roca, hacia las aguas profundas. La aleta de un delfín rompe la superficie mientras pasamos remando por un grupo de algas, a la deriva bajo el sol. El único sonido es el ritmo de nuestros remos y mi respiración; inhalo y exhalo con cada golpe de remo, y siento como si pudiera hacerlo eternamente, como si pudiera remar hasta el horizonte y más allá. Se siente bien perderse en los ritmos naturales de la respiración y el movimiento sin pensar en nada más. Como solía hacerlo cuando corría. Hasta ahora, no me había dado cuenta de que casi había olvidado esa sensación ni de que la extrañaba. —Estoy impresionado —grita Colton detrás de mí—. Eres más fuerte de lo que parece. —Muchas gracias —le respondo, gritando sobre mi hombro con una sonrisa. Lo tomo como un cumplido. Me siento fuerte ahora, y me sorprende que mi cuerpo recuerde cómo es esa sensación. —¿Así que quieres ir remando hasta Hawái, o quieres ver la cueva? Puedo escuchar la sonrisa en su voz una vez más, y entonces siento la ausencia de sus golpes de remo. Levanto el mío del agua y lo coloco sobre mis piernas, notando el ardor en mis brazos y mis hombros. —¿Qué cueva? —pregunto y me giro para verlo. —La cueva que vinimos a ver —responde simplemente. Miro alrededor con cuidado, sin ver ninguna cueva por lado alguno—. En la base de esa roca que pasamos. La grande. —Oh —digo, mirando alrededor—. No la vi cuando pasamos. —Es porque está un poco oculta. —¿Como una cueva secreta? —bromeo.

—Algo así —dice Colton con una sonrisa—. De todos modos, no es parte del recorrido habitual. Demasiada responsabilidad. Vamos, te la mostraré. —Hunde a fondo su remo a un lado, y el kayak empieza a dar vuelta lentamente—. ¿Me ayudas? —pregunta—. Yo no puedo manejar esta cosa solo. Lo dudo. Sus hombros son sorprendentemente anchos y sus brazos son fuertes, pero de todos modos me doy vuelta y hundo mi remo en el mismo lado que él, y en unos cuantos golpes más estamos frente a la orilla de nuevo, dirigiéndonos de regreso a las rocas. De pronto me doy cuenta de que nunca había estado tan lejos de la orilla, lo que es estimulante porque resulta aterrador. Cuando éramos niñas y veníamos a la costa, Ryan nadaba tan lejos que yo siempre estaba segura de que los salvavidas tendrían que ir a sacarla, y más adelante Trent también lo haría, compitiendo con sus amigos hasta después de las boyas o hasta el final del muelle. Sin miedo. Pero yo nunca pasaba siquiera de donde las olas rompían. Pensaba que era inmenso. Pero hoy no lo pienso. Aquí y ahora, me siento como no me sentía desde hace mucho, mucho tiempo, y eso me hace abrigar deseos de conservar esta sensación. Aquí, debajo de un cielo de un azul imposible, creo que comprendo a qué se refería el papá de Colton con eso de enamorarse del océano. Tal vez lo único que se necesita es un guía en quien confiar. —Todas esas rocas solían ser parte de la línea costera —dice Colton detrás de mí. Miro las rocas con más cuidado, y ahora que lo ha dicho, puedo ver cómo sus capas de color coinciden con las de los acantilados. —¿Qué sucedió? —Erosión —responde—. Me lo puedo imaginar como una de esas secuencias que abarcan mucho tiempo, con olas quebrándose contra los acantilados y tormentas cayendo sobre ellas, y agua y aire llenando las hendiduras y ampliándolas para formar túneles y cuevas, hasta que las partes débiles se desmoronan y todo lo que queda son estas pequeñas islas de roca. Por la manera en que lo dice, puedo visualizarlo perfectamente, como si estuviera sucediendo frente a nosotros. Y así pasa, en realidad, solo que es tan lento que no puedes verlo, del mismo modo en que el dolor erosiona a una persona con el tiempo, desgastándote hasta que casi desapareces. —Como sea, la que tiene la cueva es esa, justo enfrente de nosotros —dice Colton. A unos treinta metros de distancia, la roca más grande del grupo se eleva sobre el agua. Es muy plana en la parte de arriba y está cubierta con alguna especie de flores silvestres amarillas, que se mecen suavemente bajo la luz del sol y entre la brisa del océano mientras tratan de alcanzar el cielo. Mis ojos siguen una hendidura que empieza angosta cerca de la cima y baja hasta la mitad de la roca, donde comienza a ensancharse hasta lo que parece que podría ser una apertura en la base. El agua entra y sale de ella cada pocos segundos, con el ritmo continuo de las olas. —El día está muy tranquilo; podemos entrar —dice Colton. Miro otra vez la apertura, que está oscura y no parece lo bastante alta; mido mi valor. —Si es como la recuerdo, se trata de una de las cosas más asombrosas que he visto. Hay una cámara principal que está abierta en la parte de arriba, de modo que el sol brilla sobre el agua, y hay otras dos pequeñas cámaras que están conectadas y la marea bombea el agua para que entre y salga de ellas como… —Como un corazón —digo. La idea sale de la nada y de todos lados al mismo tiempo. Me doy vuelta. Colton parpadea de manera casi imperceptible, pero lo veo y me dan ganas de retirar esas tres palabras que acabo de decir. «Estúpida», pienso. Hace un momento estábamos en el océano, pasando el día, y la razón por la que estamos conectados se había quedado atrás, en la orilla. Pero ahora esa razón está justo aquí, llevándome hacia atrás como la marea. —Así es —dice simplemente—. Supongo que es como un corazón. Me lanza una media sonrisa y se queda callado por un largo momento. Me preocupa que pueda decir algo sobre su propio corazón, el de Trent. —¿Qué te parece? —pregunta en cambio—. ¿Quieres entrar? Es seguro. Lo prometo. —Sus cejas se elevan mientras sonríe con esperanza. Sé que probablemente sea segura y confío en él, de verdad. Pero no hay nada seguro acerca de lo que estoy haciendo aquí con él, o la manera en que me hace sentir, o la forma en que parece confiar en mí. La culpa golpea mi conciencia, recordándome cada cosa incorrecta que ya he hecho. Pero entonces algo más grande me recorre, un impulso hacia Colton y lo que siento ahora mismo. Respiro a fondo y dejo que salga lentamente, alejando todo aquello en lo que no quiero pensar. Y luego miro a Colton; en verdad lo miro de una forma que no me había permitido. —Sí —digo—. Quiero. No responde por un momento, solo sostiene mi mirada bajo la luz brillante del sol. —Bien —dice, como si fuera otra de sus pequeñas victorias—. Porque esta es la parte en la que te enamoras.

[El latido es] un vínculo con el movimiento universal que nos rodea, las mareas, las estrellas y los vientos, con sus ritmos sorprendentes y sus fuentes invisibles.

STEPHEN AMIDON y THOMAS AMIDON, El motor sublime: una biografía del corazón humano

CAPÍTULO ONCE Nos sentamos un poco alejados de la caverna, mientras el kayak se eleva suavemente con cada ola que pasa debajo de nosotros, mirando el agua que rompe alrededor de la roca y luego penetra en la apertura como por un embudo. Como lo he hecho durante las últimas diez olas, me echo hacia atrás tratando de ver cuánto espacio hay entre la superficie del agua y el techo del túnel; no puede ser más que de unos treinta a sesenta centímetros más alto que nuestro kayak. —¿Estás bien? —pregunta Colton. Usa su remo para que retrocedamos un poco—. No tenemos que entrar si no quieres. —Estoy bien —miento. Pero las siguientes palabras son la verdad—. En verdad me gustaría. —Cuento los latidos que le toma al agua salir precipitadamente—. Solo necesito verlo una vez más, y luego podremos entrar. —Está bien —dice Colton, colocándonos enfrente de la entrada. Unos segundos después, siento que otra ola surge detrás de nosotros y eleva el kayak ligeramente. Miró cómo el agua se cuela de nuevo por la entrada, con rapidez. —Recuerda lo que te dije —me dice, moviéndonos hacia atrás mientras nos mantiene en ángulo en relación con la apertura—. Todo lo que tienes que hacer es remar fuerte, luego levantar tu remo y echarte hacia atrás cuando te lo diga, ¿está bien? Vamos a atrapar la siguiente ola que entra. Y lo lograremos, te lo prometo. —Entendido —digo, con mucha más confianza de la que siento. Estoy tan hundida que es todo lo que puedo hacer. —Está bien, aquí vamos, justo ahora —dice cuando la próxima ola crece detrás de nosotros—. Date vuelta. ¡Rema! Lo hago y siento el inmediato poder de sus golpes de remo cuando se unen a los míos. Nuestro impulso crece, y de pronto despegamos mientras la ola atrapa el kayak. Siento un ataque de miedo mientras nos levanta y nos manda volando… justo al agujero en la roca. —Échate hacia atrás —grita Colton. Lo hago, llevando mi remo al pecho y gritando al mismo tiempo. No parece que haya manera de pasar por la apertura, así que aprieto mis ojos y me afianzo contra los lados del kayak. Hay mucho ruido, pero al mismo tiempo todo suena amortiguado. El kayak golpea fuerte contra las paredes de roca del túnel, tirándome en el interior. Aprieto mi remo como si mi vida dependiera de él. —Está bien —escucho que Colton grita por arriba del ruido—. ¡Quédate abajo! Por el momento, hay cero posibilidades de que haga otra cosa. Incluso con los ojos cerrados puedo saber que está oscuro. El aire es pesado por la humedad y la sal, y se siente denso al respirar. Aprieto los ojos todavía con más fuerza, segura de que vamos a morir porque «No puedo respirar, no puedo respirar, no puedo…». Y entonces algo milagroso sucede. El túnel nos escupe como al final de un tobogán y todo queda casi en calma. Me quedo tirada por un momento, con miedo de abrir los ojos, escuchando. Puedo oír mi propia respiración, la de Colton, y el agua golpeando contra la roca, y algo más ¿que gotea? —¡Ja! Lo logramos. —Colton deja escapar una risa extasiada, y luego el kayak se mece y siento una mano en mi hombro—. Hey, ¿estás bien? Ya puedes abrir los ojos. Entreabro uno y luego el otro, y lo primero que veo es su cara sobre la mía. Me mira, y es imposible que pueda respirar si él está tan cerca. —Lo logramos. ¡Mira! Jadeo. Lejos, muy por arriba de mí, puedo ver el cielo a través de una apertura que parece una claraboya en el techo de la caverna. Es una ventana que lo enmarca perfectamente, haciendo que el azul contraste con las paredes oscuras de la roca. —Oh, ¡Dios mío! —susurro—. Esto es… Ni siquiera sé cómo llamarlo. Es lo más hermoso que he visto en mi vida. Me incorporo poco a poco, como si todo fuera a desaparecer si me muevo muy rápido. La luz del sol entra por la apertura en ángulo, haciendo brillar la niebla que flota en el aire, iluminando cada pequeña gotita de agua. A nuestro alrededor, el agua atrapa la luz del sol y la lanza contra las paredes de la caverna, ondeando y bailando. Otra oleada de agua se cuela por la apertura por la que acabamos de entrar y luego se dispersa, reorganizando los pequeños reflejos como una vuelta a un calidoscopio. Puedo sentir que Colton fija sus ojos en mí, observando cómo admiro todo esto. Agita su mano en el aire, creando pequeños remolinos en la niebla. —Cuando era niño, solía pensar que esto eran todos los iones negativos flotando. —¿Los qué? —pregunto, mirándolos arremolinarse y bailar. —Iones negativos. —Se ríe—. Lo siento. Olvidé que no todos crecieron con mi familia y sus locos datos de información al azar. Ahora en realidad quiero saberlo. —¿Qué…? ¿Qué son?

—Son los que se liberan en el aire cuando las moléculas de agua chocan con algo sólido. —Hace un gesto para abarcar la caverna que nos rodea—. Como esas rocas, o la playa cuando una ola se quiebra. Pero no solo vienen del océano. Pueden venir de cualquier lugar: una cascada, la lluvia. —Hace una pausa y sonríe con un poco de inseguridad—. De todos modos, es bueno que los respires. Son curativos, de acuerdo con mi papá y mi abuelo, por lo menos. Se queda callado, y sigo sus ojos hacia la neblina iluminada por el sol que flota sobre nosotros. Inhalamos profundamente al mismo tiempo, y no sé si es la belleza de este lugar, sus palabras o los iones negativos, pero puedo sentir que algo me recorre, algo que no he sentido durante mucho tiempo. Es el impulso de otra persona, de Colton, sutil como la marea, pero allí está, debajo de todo lo demás. —Gracias… —digo de pronto—. Gracias por traerme a este lugar. Una sonrisa se extiende lentamente por su cara, y se encoge de hombros. —Me imaginaba que si todo lo que tenía contigo era un día, más valía que fuera bueno. Bajo los ojos para ver mis manos en el remo sobre mis piernas. —Lo has logrado. —Vuelvo a ver a Colton—. En realidad es el mejor día que he tenido en mucho tiempo. Él asiente, mientras sigue sonriendo. —Yo también… No tienes idea. Pero no nos quedemos cortos, porque esto no se ha terminado. Nos quedamos sentados quién sabe por cuánto tiempo, respirando el aire, hablando y mirando la luz y el agua mientras la cueva se llena y se vacía. Hasta que la marea empieza a subir y no tenemos otra opción más que salir de allí. La sensación de ensueño y euforia de la cueva permanece con nosotros aun después de que la corriente nos regresa a la repentina luminosidad del día. Perdura en el aire salado que nos rodea mientras remamos a la orilla y extendemos nuestras toallas sobre la playa de piedras. Y se cuela entre nosotros mientras él me cuenta acerca de todos los lugares que planea visitar este verano, lugares que no ha visto desde hace mucho tiempo; la seriedad de su voz hace que yo quiera acompañarlo. No pregunto por qué ha pasado tanto tiempo sin ir a esos sitios que parece adorar. Ya sé la respuesta. En cambio, me dejo llevar e imagino cada lugar que describe: una cueva a la orilla de un acantilado imposiblemente alto, donde nos podemos sentar con los pies colgando del borde y sentir el trueno de la espuma golpeando nuestros pechos. Una playa con el agua tan clara que podemos salir a remar y ver hasta a siete metros de profundidad, donde las colonias de estrellas de mar de color púrpura cubren el fondo. Su ensenada favorita, donde podemos ver una cascada que cae desde un acantilado en la arena, en la que el agua dulce se mezcla con la salada de las olas que llegan hasta la orilla. Usa la palabra «nosotros» con mucha facilidad, como si fuera un hecho que yo ya estoy incluida en sus planes más allá de este día. Y una parte de mí quiere creer que eso es posible. Mientras sigo recostada al sol, y su calor penetra en todo mi cuerpo cubierto por mi bikini, la verdad se arrastra lentamente, cargando con ella una ola de culpa tan fuerte que me pica los ojos. Los abro y miro a Colton descansando sobre su espalda, con los ojos cerrados y la cara al cielo mientras describe otro lugar mágico de sus recuerdos, y de pronto ya no se siente posible. Aún lleva su camiseta de neopreno, lo que, en otras circunstancias, podría carecer de sentido. Pero sé lo que hay debajo. Lo sé porque lo he visto en una fotografía que Shelby publicó en su blog: Colton con el pecho desnudo, después de su cirugía. Casi no soporté verla, aunque al mismo tiempo era imposible no estudiar la cicatriz de color rojo brillante que lo recorría debajo del centro. La cicatriz que marca el lugar donde abrieron su pecho para sacar su corazón enfermo y ponerle otro, fuerte, para salvar su vida. La misma cicatriz que, solo me doy cuenta en este momento, Trent debió de tener cuando lo enterraron. Me trago las lágrimas junto con la terrible y horrorosa sensación de que lo he traicionado de mil maneras diferentes al estar con Colton y al sentirme como lo hice en el agua: fuerte, libre y… feliz. Parece incorrecto, por demasiadas razones, que me sienta feliz por esos momentos. Feliz con otra persona. —¿Qué te parece? —pregunta Colton mientras abre los ojos, gira la cabeza y me mira; mi expresión de preocupación borra la sonrisa de su cara—. Hum, ¿estás bien? Se sienta, pone una mano como si la fuera a colocar sobre mi hombro y luego la echa hacia atrás, con las cejas fruncidas por la preocupación. —¿Hice…? ¿Qué hice mal? Me incorporo de prisa, limpiando las lágrimas que corren debajo de mis pestañas. —Lo siento. Estoy bien. No sé lo que pasó. Solo… —No puedo idear una explicación remotamente creíble, así que no lo intento—. No es nada. Colton me mira por un instante largo, sus ojos recorren mi rostro buscando lo que no le digo, y estoy segura de que puede verlo todo. Pero entonces acerca su mano a mi mejilla sin decir una palabra, y esta vez no la retira. Con un movimiento suave como el de una pluma, me seca una lágrima, y cuando siento su tacto, deseo que mantenga su mano allí. Aparto la vista hacia el océano brillante, porque no sé qué hacer con el loco torbellino de emociones que se ha despertado en mí. —Debemos nadar —dice Colton. Me toma de la mano, intencionalmente esta vez, y me ayuda a levantarme con amabilidad. —¿Qué…? —Agua salada —dice, llevándome a la orilla del agua—. Cura casi todo. Olfateo, y limpio mis ojos con la mano libre mientras mis pies siguen a los suyos. —¿A qué te refieres? Colton se da vuelta y me mira directamente con esos ojos suyos. —Es un dicho que mi papá siempre solía repetirnos a mí y a mi hermana…, una de esas cosas que creces oyendo todo el tiempo, así que en realidad no significa mucho hasta después, cuando lo entiendes. —¿Crees eso? —pregunto, pensando que el agua salada de seguro no curó su corazón. Él me mira como si fuera una pregunta tonta.

—Claro. Es buena para el alma. Una pequeña ola rompe sobre las piedras, a nuestros pies, y la frialdad del agua hace que un escalofrío suba por mis piernas. —Vamos —dice con una sonrisa—. Es más fácil si no piensas en ello. Solo húndete. Apenas ha terminado de decir las palabras cuando suelta mi mano, da dos zancadas y se clava debajo de la siguiente ola. Sale con un fuerte grito de alegría, sonriendo y sacudiendo el agua de su pelo, y viéndolo en ese momento, con el océano, el sol y el cielo brillando a su alrededor, lo siento de nuevo: la fuerza distintiva de la posibilidad. Y entonces lo sigo, me hundo sin pensar en nada más. Nadamos quién sabe cuánto tiempo más, lanzándonos alternativamente debajo de las olas y tratando de atraparlas. Estar en el agua hace que deje de pensar y regreso al momento en que la culpa no puede atraparme, ni siquiera cuando una ola me lanza contra Colton y él me atrapa. Me toma con un brazo y luego con el otro antes de que ninguno de los dos nos demos cuenta, y después nos vemos a los ojos en el agua, tan cerca que puedo ver cada pequeña gotita de agua en su cara. Me roba el aliento la idea que surge en ese momento. «¿Y si tuviéramos más de un día?», pienso.

Todos los corazones cantan una canción incompleta hasta que otro corazón responde con un susurro.

PLATÓN

CAPÍTULO DOCE Cuando subimos las escaleras de regreso, hasta donde están estacionados nuestros autos, el sol está bajo en el cielo, derramando una línea dorada desde la arena húmeda hasta el horizonte. Puedo sentir el cosquilleo de la sal y mi piel quemada por el sol mientras me estiro para ayudar a Colton a cargar el kayak de regreso a los soportes en el techo de la combi. Él aprieta las correas con fuerza, estiba los remos en la parte de atrás y desliza la puerta para cerrarla, pero no hace un amago de ir a ningún lado una vez que está cerrada. En cambio, se recarga contra en un costado de la VW, y hago lo mismo. Nos quedamos así, mirando el sol sobre el agua y dejando que el calor del metal se extienda por nuestra espalda. Me pregunto si está pensando lo mismo que yo: que a pesar de nuestro acuerdo de hacer que todo sea simple, se siente como si hubiéramos compartido más de un día. —¿Sabes? —dice Colton, mirando cómo el sol se hunde en el cielo—. Técnicamente hablando, el día aún no termina. —Se da vuelta hacia mí, con esa mirada de esperanza de nuevo en su rostro—. ¿Tienes hambre? Conozco una estupenda pizzería. Podemos comer y entonces, tal vez… Se detiene cuando niego con la cabeza. —No puedo. Es domingo. —¿No comes pizza los domingos? Apenas me las arreglo para poner una cara tan seria como la de él. —No. Solo los martes. Los dos nos reímos un poco, pero se desvanece rápidamente porque ambos sabemos lo que se avecina. —En realidad desearía quedarme —digo con suavidad. Y honestidad—. Los domingos son de cena familiar, y mi mamá se pone un poco loca si no estoy allí. —Sé lo que es eso —dice Colton, tratando de no sonar desencantado, aunque sin lograrlo—. No puedes faltar a esas cosas. La familia es importante. Cuando lo miro, me lanza una sonrisa que me hace imaginar, por un instante brevísimo, que lo puedo invitar. Pero luego imagino todo lo que seguiría: presentarlo, y preguntas, y él sentado en el lugar de la mesa donde Trent solía sentarse, y… «Tengo que irme ahora», pienso. —Muchas gracias por este día —digo, tratando de sonar ligera, pero las siguientes palabras surgen abruptamente—. En realidad fue hermoso. Todo. La sonrisa de Colton se desvanece un poco. —De nada. Me aparto de la combi y permanezco de pie, erguida. —De verdad me tengo que ir. —Espera —dice Colton de pronto. Del mismo modo en que yo lo hice ayer, como si no pudiera evitarlo, igual que me pasó a mí. Ahora tiene una expresión seria. —Escucha —dice—. Sé que antes dije que solo un día, pero eso fue… No fui completamente honesto. Y si ahora dejo que entres en tu auto y te alejes de nuevo sin decirte la verdad, me arrepentiré todo el camino a casa. Me congelo ante esas palabras: honesto y verdad. Baja la vista por un momento, luego vuelve a verme a los ojos. —De cualquier modo, te prometo que no te sorprenderé tocando a tu puerta de nuevo, pero si alguna vez decides que quieres pasar otro día así, alguna vez, yo tengo muchos disponibles, y… este me gustó. —A mí también —respondo, y es todo lo que digo, porque sus palabras y la manera en que me está mirando envían pequeñas punzadas por todo mi cuerpo—. Gracias de nuevo. Él asiente, resignado, como si fuera la respuesta para la que estaba preparado. —Está bien, entonces, Quinn Sullivan. Fue un placer pasar el día contigo. —Su tono es más cortés ahora. —También contigo. —Sonrío. Doy unos pasos hacia atrás, hacia mi auto. Mi corazón golpetea en mi pecho. —Maneja con cuidado —dice Colton. —Lo haré. Tú también. —Así lo haré. Podemos seguir así por toda la eternidad, encontrando pequeñas cosas sin sentido que decirnos para demorar lo inevitable, porque no es lo que ninguno de los dos quiere en realidad. Pero ambos llegamos a nuestras puertas y colocamos las manos en las manijas, como si la decisión ya se hubiera tomado. Me paro de puntas, así que puedo verlo sobre el techo de mi coche, esperando el último momento. —Buenas noches, Colton —digo. Me lanza una media sonrisa y un rápido asentimiento. —Buenas noches. Luego entra en su combi, cierra la puerta y enciende el vehículo. Entro también en mi auto, pongo la llave en el encendido, pero no le doy vuelta. Veo por el espejo retrovisor

que Colton me lanza una última mirada, luego arranca desde la cuneta y agita la mano para decir adiós por la ventanilla abierta y se aleja. Me siento allí, en la oscura quietud de la noche, hasta que no puedo escuchar su combi, y entonces pienso en una palabra que he repetido en mi mente muchas veces: «Regresa». Una palabra que era una súplica para Trent. «Regresa.» Una palabra que sé que pedía lo imposible. «Regresa.» Hoy la susurro para el sol que se pone sobre el océano y la marea que se lleva los momentos que Colton y yo compartimos en el mar. Para Colton Thomas.

El corazón es carne dura que no resulta fácil lesionar. En dureza, tensión, fuerza general y resistencia a las heridas, las fibras del corazón sobrepasan por mucho a todas las demás, porque ningún otro instrumento realiza un trabajo tan pesado y continuo como el corazón…, expandiéndose cuando desea atraer lo que es útil, abrazando su contenido cuando es hora de disfrutar lo que se ha atraído, y contrayéndose cuando desea expeler los residuos.

GALENO, médico del siglo II, «Sobre la utilidad de las partes del cuerpo»

CAPÍTULO TRECE Lo primero que observo al llegar a casa es el automóvil de Ryan en el camino de entrada. Por un instante, me preocupa que algo le haya pasado a papá de nuevo, pero entonces él da la vuelta en la esquina de la casa con la manguera del jardín. Salgo del auto aliviada pero confundida. —Aquí está mi niña —dice mi papá, enrollando la manguera mientras llego al pórtico del frente. Me ve y luego hace una expresión de sorpresa—. Brillas…, es eso o te has quemado mucho con el sol. Miro mis brazos enrojecidos. —Se me pasó el tiempo. Que… —¿Te la pasaste bien en la playa? La culpa por la media verdad que les conté en mi nota me pica alrededor del pecho, y trato de no empeorarla añadiendo algo más. —¡Sí! —Mi voz es más aguda de lo que esperaba, pero él no muestra haberlo notado. —Estupendo. —Sonríe y estira un brazo hacia mí mientras camina—. Es bueno verte salir y que disfrutes el momento —dice, atrayéndome para abrazarme. Me besa en la parte superior de la cabeza; luego sus ojos se fijan en mi labio—. ¿Arreglaste todo con el conductor del otro coche? Miro la arena que aún tengo sobre el empeine de mis pies. —Sí. En realidad fue muy amable. Dijo que su coche no recibió daños y que no necesitábamos llamar al seguro ni nada, así que todo está bien. Mi papá me mira con sospecha. —¿Puso eso por escrito? Porque la gente dice esas cosas y luego se da la vuelta y te demanda. Niego con la cabeza. —Él no es así. Solo es un muchacho de la playa, y la combi estaba un poco maltratada de todos modos. En realidad no fue gran cosa. Mi papá eleva una ceja sin preocuparse por esconder su sonrisa. —Un chico de la playa, ¿eh? ¿Guapo? —No —digo de inmediato—. No se trata de eso. —Oh, entonces ¿es poco atractivo? Lo golpeo en el hombro. —No, no lo es… Por cierto, ¿qué está haciendo Ryan en la casa? Pensaba que iba en un avión rumbo a Europa. —Vi lo que acabas de hacer. No tenemos que hablar del muchacho de la playa que no es nada atractivo. — Me guiña un ojo—. En cuanto a tu hermana, no sé lo que le pasa. Llegó aquí hace rato. No ha dicho mucho. —¿Rompieron? Él asiente. —Supongo. —Este puede ser un verano largo —digo, mirando la casa. —Sí, puede que lo sea. Cualquiera que conozca a mi hermana, lo comprendería. Pero la mayoría no la conoce en realidad; solo ve la versión que ella quiere que se conozca. Es la muchacha a la que todos voltean a ver cuando entra en algún lugar, y la que entra como si todos debieran verla. En sus mejores momentos, es el alma de la fiesta. El tipo de persona que puede ganarse a cualquiera con su ingenio y su energía natural. Pero tiene capacidad de acabar con la fiesta en sus peores momentos, como este, si un rompimiento es la razón por la que no se ha ido al viaje por Europa que le tomó dos años de planes y ahorros. Lo he visto muchas veces. Respiro hondo y echo los hombros hacia atrás. —Gracias por el aviso. Mi papá se ríe. —Vamos a saludar…, le dará gusto verte. Me acerco a la puerta, y él tiene una maliciosa expresión en la cara. —Pero no vayas a mencionar nada del aro en la nariz…, ni de su pelo. —¿Qué? —Ya verás. —Dios mío, Ryan, ¿qué te hiciste en el pelo? Mi hermana deja de picar y levanta la mano con la que sujeta un cuchillo.

—Nada —dice. Me quedo allí parada, con la boca abierta ante el hecho de que su pelo, que ella siempre había mantenido largo y ondulado sobre su espalda, ahora tiene un corte bob angular, asimétrico, a la altura de la barbilla a un lado y rasurado por atrás. Definitivamente un pelo de rompimiento. Lo acentúa un pequeño diamante en su aleta nasal derecha. Ella trata de poner cara seria, pero una sonrisa empieza en la comisura de sus labios y entonces no puede contenerse. —¡Estoy bromeando! —Me lanza una sonrisa plena, que puede lograr que cualquier persona haga lo que sea por ella, y baja el cuchillo, mientras da golpecitos en su nuca y su cuello como si se tratara de una nueva sensación—. ¿No te parece adorable? —¡Por supuesto! —digo, tratando de expresar su mismo entusiasmo, pero es imposible. Estoy mirando, sé qué estoy mirando, pero no puedo evitarlo—. Solo que es tan… diferente, pero en realidad se te ve muy bien. En verdad estoy siendo honesta. El pelo muestra la graciosa curva de su cuello, y el pequeño diamante resalta perfectamente su bonita nariz. Se ve hermosa y ruda al mismo tiempo, lo que supongo que es su objetivo. —Gracias —dice, acercándose y atrayéndome para darme un fuerte abrazo con sus pequeños brazos. Huele a la albahaca fresca que estaba picando, y a la misma loción perfumada de The Body Shop que ha usado, y que yo le he robado desde que tengo memoria, y me hace sentir contenta. Por lo menos tiene el mismo olor. —Es algo estereotipado, lo sé, pero me encanta. Era tiempo de cambiar. —Así que tú y Ethan… Lo siento. —No te preocupes —dice, soltándome del cálido abrazo—. Ya me había cansado de ser su manic pixie dream girl, y estoy segura de que no lo iba a seguir por Europa asegurándome de que él estuviera contento con la vida. —¿Tú ibas a ser su qué? —pregunto. Es difícil imaginarla siguiendo a alguien o siendo algo que ella no quiere ser. —Su chica hada alocada y de ensueño —dice, poniendo rectos sus pequeños hombros—. Es un tropo femenino totalmente sexista que analizamos en mi clase de Estudios de la Mujer este semestre, y me abrió los ojos por completo al hecho de que todo este tiempo he sido exactamente eso para Ethan. En realidad, creo que tal vez he sido eso para todos mis novios. —Regresa a la tabla para cortar en la isla central y empieza a picar de nuevo. Con un extra de venganza. —¿Has sido su qué? —No estoy completamente segura de saber lo que es un tropo, pero ella parece molesta por ello. Suspira, como si yo estuviera probando su paciencia un poco más allá de su límite. O como si yo tuviera mucho que aprender. —Él tenía esa idea de mí, ¿sabes? La muchacha bonita y rara que entra en escena y le muestra al muchacho sensible y ligeramente alejado del mundo cómo vivir y disfrutar la vida. Ese tipo de chica. Por la manera en que lo dice, me doy cuenta de que piensa que es algo malo, así que evito señalarle la ironía de que justo ahora, mientras pica enloquecidamente la albahaca con su nuevo corte de pelo, el pequeño diamante en su nariz, sus botas de combate y sus pantaloncitos cortos, parece a la vez alocada y un poco hada. —Yo solo era eso para él —continúa ella, ondeando el cuchillo mientras lo dice—, y ahora ya no lo soy. — Coloca la tabla de cortar sobre la orilla de un tazón grande y usa el cuchillo para echar la albahaca pulverizada sobre la ensalada de tomate—. Es mejor así. Me acerco al tazón y me arriesgo a perder un dedo para seleccionar un tomate cherry. —Pero ¿qué pasa con tu viaje? ¿Perdiste todo el dinero que ganaste como mesera? —Probablemente perdí lo del boleto de avión. Es horrible, pero el resto iba a ser solo albergues y lugares baratos que encontraríamos una vez que llegáramos allá. Todavía me queda mucho. —Hace una pausa—. Encontraré otro lugar donde ir sola. Tal vez Marruecos. Nadaré en el agua color turquesa e iré en autobús de pueblo en pueblo con los habitantes locales, compraré joyas baratas en mercados al aire libre, me emborracharé con extrañas bebidas extranjeras y besaré a hermosos muchachos que hablan inglés a medias y que me quieran complacer a mí. —Da vuelta al molinillo de pimienta sobre el platón—. Eso, o hago mi solicitud para estudiar un año en el extranjero en esa escuela de arte en Italia a la que quería ir. —¿Cuánto te cuesta llevar a una vieja contigo? A cualquiera de los dos lugares —pregunta la abuela desde la puerta de la cocina. Me pregunto, sobre todo por el bien de Ryan, cuánto tiempo ha estado ella aquí. —¡Abueeeela! —chilla mi hermana, y se precipita sobre nuestra abuela, aplastándola con el mismo fuerte abrazo que me dio unos minutos antes. Al mirarlas, puedo confirmar lo que todos siempre han dicho. Son como dos gotas de agua, solo que separadas por sesenta años. Es una cualidad que no puedo identificar con precisión, una confianza en el modo en que se desenvuelven, con naturalidad. Pero debe de saltarse algunos genes de la familia, porque mi mamá carece de ella y yo también. La abuela se aparta de Ryan y recorre con la vista su última encarnación, a la distancia de un brazo. —Dime con sinceridad, abuela. ¿Qué te parece? Ella saca su pequeño pecho, cómoda y hasta un poco orgullosa de que la juzguen. La abuela la mira de arriba abajo una vez más. —Sensacional. Me gusta. Excepto por esa cosita en tu nariz. Parece como si necesitaras un pañuelo. Si cualquier otra persona en el mundo le hubiera dicho eso a mi hermana, la habría conocido furiosa. Pero como es la abuela, Ryan estalla en risas que llenan la cocina y nos resulta imposible no unirnos a ella. Luego la abuela se da vuelta y rodea la isla central de la cocina hacia mí, poniendo una mano ligera pero endurecida por la jardinería sobre mi mejilla. —¿Y cómo estás tú, querida? Veo que también tienes un nuevo aspecto. Miro mi vestido de playa y mis sandalias. —Fui a la playa —le digo con orgullo. —¿De cacería? —pregunta. Niego con la cabeza.

—Bueno, te ves bien —dice, mientras su mano se mueve en un círculo frente a mí y me recorre hasta llegar a mis dedos con arena—. Te ves bien con el sol, la arena y el mar. —Gracias —digo, un poco nerviosa. A diferencia de Ryan, yo no me siento cómoda cuando me miran tan de cerca. Tal vez porque se siente que es lo que todos han hecho desde la muerte de Trent. Y porque justo ahora parece como si la abuela pudiera ver a través de mis quemaduras de sol. —Fui a andar en kayak —agrego—. Tomé una lección. «¿Qué estoy diciendo?», pienso. —¿De veras? —Ryan alza una ceja mientas me entrega un choclo. Me pongo a quitarle los granos; deseo regresar el tiempo y no haber hecho esta confesión involuntaria. —Eso es maravilloso, dulzura —dice la abuela, usando un tono mucho más delicado conmigo del que usó con mi hermana. Como si yo fuera más frágil que ella. Me da una palmada suave en la mejilla—. Si lo disfrutaste, debes seguir haciéndolo. Ve a ese océano y disfruta el sol, nada en el mar y bebe ese aire puro. Es lo que siempre digo. —Eso es de Emerson, abuela. Estaba en la tarjeta de cumpleaños que te envié el mes pasado —dice Ryan, esparciendo aceite de oliva sobre la ensalada caprese. Solo ella podría atreverse a desafiar a la abuela. —Grandes sabios entonces, Emerson y yo —dice la abuela. Abre la heladera, saca una botella de vino blanco y se da la vuelta hacia mí—. De todos modos, muñeca, estoy encantada de ver que haces este tipo de cosas. Creo que merece una pequeña celebración, de verdad. Pone la botella bajo el sacacorchos y la descorcha con un sonido sordo y bajo, que se escucha en el momento esperado. Luego saca un vaso de la vitrina y lo llena más de lo que la mayoría consideraría aceptable. Ryan se ríe. —¿Qué? No tiene sentido volver a llenarlo en cinco minutos —dice con un guiño—. Soy vieja. Me he ganado el derecho de sentarme y disfrutar un vaso de vino con mis dos hermosas nietas. Es todo lo que necesita Ryan para considerarse invitada. Toma dos vasos más y se sirve en el suyo, terminándose la botella. Le lanzo una mirada que hace reír a la abuela. —¿Qué? —dice Ryan—. Es lo que estaría haciendo en Europa ahora mismo. La abuela levanta su vaso y lo choca con el de Ryan. Yo tomo una botella de agua mineral de la heladera y lleno mi propio vaso. —Por los nuevos inicios —dice mi hermana, y eleva su vaso en mi dirección, dándome la clara impresión de que no está hablando solo de sí misma. —Por los nuevos inicios —repite la abuela. Una pequeña oleada de culpa me recorre, y no logro repetir esas palabras, pero me las arreglo para elevar mi vaso. Entre el suave sonido del cristal al chocar de los vasos y la luz de la noche que se cuela por la ventana de la cocina, hay algo reconfortante y esperanzador en esas palabras. Bebo un pequeño sorbo antes de bajar mi vaso. La abuela me da una nalgada. —Ahora ve a arreglarte para la cena. No quiero meterme en problemas con su mamá. Ya me echa la culpa por la manera en que esta ha terminado. Ryan solo sonríe y toma otro sorbo de su vino como si fuera cosa de todos los días. —Bien —digo, tratando de sonar molesta, pero estar con las dos juntas me hace sentir feliz—. Por cierto, ¿donde está mamá? —Me dejó aquí y luego se fue a ese mercado orgánico para gente con ideas alternativas, donde paga tres veces más que en la tienda común por carne alimentada con hierba, masajeada, bendecida y con un corazón sano para alimentarnos a todos. Ryan y yo nos vemos a los ojos: la abuela ha dicho «alternativa». —Mercados de moda para gente con ideas alternativas —dice Ryan con una sonrisita mientras pone la ensalada en la heladera. —Vaya engaño. —La abuela está de acuerdo. Termino de limpiar el último choclo, lo pongo en la bandeja y miro alrededor en espera de otra tarea para la cena que alargue el tiempo que tengo que pasar en la cocina con las dos, porque me doy cuenta justo ahora, en este momento, de cuánto quiero a mi abuela y cuánto he extrañado a mi hermana. Tener a Ryan de regreso es como contar con una cantidad de energía diferente en la casa. —Vamos. —La abuela llama mi atención—. Necesito hablar con tu hermana sobre su liberación del tropo del hada enojada. —Me da otra nalgada, y yo me dirijo a las escaleras, sabiendo que quiere pasar unos momentos a solas con Ryan. A pesar de toda la bravuconería que muestran, sé exactamente cómo va a terminar. La abuela querrá asegurarse de que Ryan está haciendo lo correcto y hará que sea directa. Ryan se enojará con la abuela, es necesario, y luego volverán a formar un frente común sólido. Así ha sido desde que el abuelo murió cuando yo tenía siete años y Ryan nueve. Nadie había visto antes a la abuela tan completamente perturbada, mucho menos paralizada y callada. Siempre estaba moviéndose, y aún lo está, siempre activa, siempre haciendo algo. Pero cuando mi abuelo murió, se detuvo; yo no lo entendí entonces, pero ahora he conocido ese sentimiento durante demasiado tiempo. Cuando le sucedió a la abuela, yo evitaba cualquier habitación donde se encontrara, mientras mamá se encargaba de todos los detalles necesarios, un día tras otro. Yo no sabía qué hacer. Pero después de unas semanas, un día Ryan se acercó con determinación a la abuela, que estaba sentada en la silla donde al parecer había permanecido inmóvil desde el funeral, puso sus manos en sus caderas y le dio una orden a la abuela. —¡Levántate! De alguna manera estas palabras sacaron a la abuela de su parálisis inducida por el dolor, y desde entonces las dos han tenido esta comprensión y esta dureza con la otra que deseo que hubieran probado conmigo también. En cambio, cuando Trent murió, todos anduvieron de puntitas a mi alrededor, y me mimaban y actuaban como si estuviera hecha de cristal. Sin embargo, no tenían que preocuparse de romperme, porque ya

estaba destrozada en pequeñas astillas esparcidas por todo el piso, de las que escapan a la limpieza y salen de la nada, como cositas invisibles que te sorprenden cuando menos las esperas. Me detengo con cautela en los primeros escalones, con la esperanza de atrapar algunas de las palabras que intercambian Ryan y la abuela, pero ellas están susurrando, de modo que me doy por vencida y me dirijo a la habitación a bañarme. Con la puerta cerrada y la ducha abierta, me saco el vestido por la cabeza, quedo en bikini y me miro en el espejo que ya está lleno de vapor en las orillas. Busco aquello de lo que estaba hablando mi abuela, y casi pienso que puedo verlo: algo diferente, cortesía del aire fresco, el océano y…, y tal vez también Colton Thomas. Mi pelo oscuro cae en ondas, suelto, sobre mis hombros y mi pecho, ambos de un rojo profundo que sé que se desvanecerá mañana para quedar bronceados. Me inclino para acercarme y puedo ver que hay un nuevo brote de pequeñas pecas sobre la parte superior de mis mejillas y mi nariz. Le sonrío a mi reflejo antes de que se desvanezca detrás de volutas de vapor. Tuve un buen día. Por primera vez en mucho tiempo, realmente lo tuve, y es la razón por la que casi no quiero bañarme esta noche. Me gusta la sensación de la sal y la arena sobre mi piel, como un recordatorio de que hay un mundo entero que está vivo y sigue adelante allí afuera. Y que hoy fui parte de él de nuevo.

La mano no puede ejecutar nada más elevado de lo que el corazón puede imaginar.

RALPH WALDO EMERSON

CAPÍTULO CATORCE —¿Y qué nos cuentas de esa lección de kayak que tomaste hoy? —pregunta Ryan alegremente mientras pasa un plato lleno de maíz envuelto en papel aluminio. Siento que las orejas de mamá se afilan y lanzo una mirada de desaprobación a Ryan. —¿Qué? —pregunta ella inocentemente. Pero un pequeño resplandor que brilla en sus ojos me pide que responda—. Creo que es asombroso que hayas hecho algo así. «Y tú no quieres hablar de Ethan ni de por qué estás aquí ahora», pienso. —¿Qué fue eso? —pregunta mamá como si no hubiera escuchado bien a Ryan—. ¿Tomaste una lección de kayak hoy? —Me mira, confundida. Y con razón. Esto es demasiado inesperado—. ¿Tiene algo que ver contigo? — le pregunta a la abuela—. ¿Es algo del Sombrero Rojo? —La abuela niega con la cabeza y mamá vuelve a verme, todavía más confundida—. ¿Con quién fuiste? Paso el plato de maíz y tomo de Ryan el de carne comprada en el mercado para gente con ideas alternativas, intentando que todo parezca casual. —Fui sola, con nadie más. Ayer la abuela y yo hablamos de hacer algo así, de modo que hoy tan solo… lo hice. Como un capricho —agrego, tratando de decirlo de la manera en que lo haría Ryan, con la suficiente resolución y confianza como para que nadie lo cuestione, sin importar el hecho de que navegar en kayak no me había interesado nunca antes, jamás. Mamá solía captar esos detalles, pero desde que abriga el miedo de que papá sufra un infarto cerebral, se ha mostrado poco astuta con ese tipo de cosas. O funciona o es una historia que todos están más que deseosos de aceptar, porque entonces viene una serie de preguntas, como si regresara de circunnavegar el planeta, y no de una lección de kayak en la costa. Todos hablan al mismo tiempo mientras se pasan la comida y se sirven. Todos, excepto la abuela, que se sienta con una sonrisa burlona mientras observa el interrogatorio. Papá: ¿Te la pasaste bien? Mamá: No te mojaste tus puntadas, ¿verdad? Ryan: ¿Tu instructor era hombre? Papa: ¿Adónde fueron? Mamá: Se te puede infectar. Ryan: ¿Era guapo? ¿Soltero? —Woow —digo, una vez que he contestado todas sus preguntas—. Solo fue una lección de kayak. Sueno irritada, y sé qué estoy enojada conmigo misma por estirar la verdad y omitir un detalle extremadamente importante de esta historia. ¿Por qué tuve que mencionarlo? Mamá alisa su servilleta sobre sus piernas. —Lo siento, cariño. Creo que solo estamos felices por escuchar que hoy has disfrutado tu día. Es emocionante —dice con una sonrisa y una ligera elevación de hombros. Sé que tiene razón, y me siento mal de que vestirme y dejar la casa sea ahora causa de celebración. —No es la gran cosa —digo, más a mi plato que a ella, como si no supiera que ellos me observan todos los días para ver si este será en el que finalmente empiece a salir adelante. La abuela interviene. —Lo que tu madre está tratando de decir, dejando todo el blablablá a un lado, es que estamos felices de ver que estás empezando a… —¿Superarlo? —termino con su palabra favorita. —Exactamente —dice, dejando el tenedor en la mesa—. Así que mi pregunta para ti, Quinn, ahora que se han terminado las del público poco conocedor, es si tienes planes de ir de nuevo. Creo que deberías hacerlo, si sabes lo que te conviene. Soy lo suficientemente vieja como para saberlo. Golpea mientras el hierro está al rojo vivo. —O el instructor de kayak —agrega Ryan por lo bajo. —¡Ryan! —la reconviene mamá. —No sé. —Me encojo de hombros—. No he hecho planes definidos. —Me quedo callada y por un momento me imagino deteniendo el auto enfrente del local de Colton, entrando en él y diciéndole que me gustaría pasar otro día juntos—. Tal vez —agrego, y decirlo en voz alta me hace sentir nerviosa. —Oh, no me salgas con esa tontería de quizás —dice la abuela. Toma un sorbo con delicadeza, con el meñique levantado, de su vaso de vino y asiente mientras se lo pasa—. Hazlo mañana, o nunca lo harás. Mamá le lanza una mirada a papá que significa que ya ha discutido con su madre, pero me gusta. Es como si la abuela pensara que finalmente puedo manejar un poco de amor difícil. —Tiene razón —dice Ryan—. ¿Por qué no? «¿Por qué no?», me pregunto. Escucho a Colton diciendo esas mismas palabras en la cafetería, y puedo pensar en muchas razones por las que definitivamente no debo hacerlo. Pero se está volviendo cada vez más difícil sostenerlas, sobre todo con las reacciones de mi familia.

—¿Qué piensas? —pregunta mi mamá—. ¿Por qué no te das otra oportunidad? Todos tenemos cosas que hacer mañana, y sería mejor que quedarte en la casa vacía, tú sola, pasando horas en la computadora, buscando… «Buscando a ese receptor del corazón», pienso. Todo queda en silencio por un momento, y me pregunto qué pensarían si lo supieran. Si supieran lo que están animándome a hacer. —Sería mi regalo —dice papá. Alza su cerveza como si estuviera haciendo un brindis. Miro a mi familia por un momento, con sus rostros esperanzados. Como si esto fuera lo que finalmente pudiera sacarme de donde he estado. Y no puedo negarme. —Está bien, está bien, regresaré allí —digo, y sueno más convencida de lo que lo estoy. No me siento segura de ir a navegar en kayak de nuevo, ni de volver a ver a Colton para hacerlo, pero puedo manejar hasta Shelter Cove y pasar el día en la playa y dejar que crean que he tomado otra lección si eso los hace felices. —¿Mañana? —pregunta la abuela. Arquea una sola ceja en mi dirección, dando a entender qué respuesta quiere. —Mañana. —Es un hecho, entonces —dice con una autoridad que nadie desafía. Y sin decir más, regresamos a la cena, mientras la noche se hace más profunda a nuestro alrededor, en la terraza. Los grillos cantan en el fondo, y todas las velas de mamá parpadean y danzan en sus soportes de Mason mientras la charla se desvía hacia Ryan y sus planes para el verano, ahora que está en casa. Hablan de intentar que le reembolsen sus boletos de avión, la posibilidad de pasar un año en la escuela de arte italiana que tanto la emociona, la seguridad de viajar sola por Marruecos. La siguiente revisión médica de papá. Lo último que ha aprendido mamá sobre la salud. La próxima reunión de la Sociedad del Sombrero Rojo de la abuela. No hablo demasiado, y no parecen notarlo, tal vez porque he permanecido callada durante mucho tiempo, desde lo de Trent. Sin embargo, hoy es diferente. Aquí, rodeada de mi familia y sus buenas intenciones, no estoy deseando que él regrese. No estoy tratando de revivir el pasado. Hoy me dejo llevar de vuelta al océano y a un kayak, y a la posibilidad de otro día con Colton. Sé que lo que estoy haciendo es peligroso, pero pienso en lo que sentí al estar con él hoy y la verdad es que quiero sentirlo de nuevo. Después de que se han levantado y lavado la vajilla, se ha retirado la comida, y han llevado a la abuela a casa, les digo a mis padres que estoy cansada de mi gran aventura y los dejo sentados al fondo de la terraza, junto a la piscina, mientras una vela parpadea suavemente junto a los dos vasos de vino que hay en la mesa entre ellos, y la noche cae, suave y azul, alrededor de nosotros. Hago una pausa una vez que estoy en el interior y observo sus siluetas a través de la ventana. Están asintiendo y hablando, y mi papá estira la mano a través de la mesa para descansarla sobre el brazo de mamá. Ella se inclina hacia él y ríe, y verlos juntos me hace evocar uno de esos momentos que surgen de la nada. No puedo recordar la última vez que Trent y yo nos sentamos de esa forma. No puedo recordar la última vez que cenó en nuestra casa un domingo. Venía casi todos los domingos, así que debió de ser menos de una semana antes de morir. Pero no puedo recordarlo. Todas las noches que pasó en nuestra mesa con nosotros se han vuelto borrosas, se han desvanecido un poco en las orillas. Recuerdo la facilidad con la que él charlaba con mis padres, alabando el sazón de mi mamá u ofreciéndose a ayudar a mi papá con cualquier gran proyecto para el jardín que mencionara. La manera en que siempre bromeaba con la abuela sobre las damas del Sombrero Rojo y sus antigüedades y cómo molestaba a Ryan como si fuera su propia hermana. La forma en que nos quedábamos en la terraza, afuera, mucho tiempo después que todos los demás se fueran. Con su brazo en el respaldo de mi silla, con mi cabeza en su pecho, nos sentábamos a mirar cómo aparecían las estrellas en el cielo. Puedo recordar todo eso. Pero no puedo recordar la última vez que estuvo en nuestra casa para una cena de domingo. Lo daría todo ahora mismo por regresar, aunque solo fuera por unos momentos, por haber prestado más atención. Inscribir cada detalle de él, y de los dos juntos, en mi corazón, donde podría mantenerlos a salvo para siempre. Donde ni el tiempo podría borrarlos. Siento mi cuerpo pesado mientras trepo las escaleras rumbo a mi cuarto, y todo lo que quiero es echarme en la cama y quedarme dormida para soñar con Trent; pero dudo cuando llego a la parte superior de la escalera. Ryan ya está en su habitación, y puedo oír el ahogado ritmo de la música que escapa de su puerta junto con la franja de luz que asoma por debajo. De pronto, en contraste, mi cuarto parece demasiado oscuro, demasiado callado. Quiero estar bajo la luz, la energía y la música de la habitación de mi hermana, algo que marcaría una diferencia con la quietud que ha imperado en la mía durante los últimos nueve meses, mientras ella estaba en la universidad. Toco con cuidado porque ella quería que siempre tocara así. No estoy segura de que apliquen las mismas reglas. Sigue siendo la misma en muchas cosas, pero muchas son diferentes también. Ryan tiene un nuevo aire, como si estuviera por arriba de la vida que llevaba aquí, lo que supongo que es cierto después de estar lejos. —Adelante —grita del otro lado de la puerta. La abro apenas lo suficiente para asomar mi cabeza entre la rendija de la puerta. —Hey —digo; me doy cuenta de que en realidad no tengo una razón específica para estar aquí. —Hey —repite, lanzándome una mirada divertida—. Pasa. ¿Qué hay de nuevo? Abro más la puerta, pero permanezco en la entrada, sintiéndome todavía un poco insegura. —No sé; solo… —Sonrío. Trato de pensar en algo que decir—. Me da gusto que estés en casa. —A mí también —dice, bajando el volumen de la música. Pasa la mirada sobre mí con cuidado hasta que sus ojos descansan sobre las puntadas de mi labio. Junta las cejas. —¿Cómo estás? Pero de verdad. No como le responderías a mamá, sino cómo estás en realidad.

Da una palmada a la cama junto a ella, y me doy cuenta de que es exactamente lo que estaba esperando cuando toqué a su puerta. Doy un paso adentro y cierro la puerta hasta que oigo el golpecito de la cerradura, refugiándome en el cuarto de mi hermana como si fuera un capullo. Quiero contarle sobre hoy, sobre Colton, la cueva y la sensación de estar en el océano. La sensación de estar con él. Pero no sé si deba; hará preguntas, demasiadas, y no quiero tener que mentirle para responderlas. No digo una palabra. Se sienta a un lado de la cama y aparta una pila revuelta de revistas para hacerme un lugar. —Siéntate, vamos a hablar. Me siento. —Estoy bien —digo, aunque no sueno convencida ni siquiera para mí misma. —¿De veras? —pregunta llanamente—. Todavía tienes fotos tuyas con Trent en tu cuarto. Allí está. Ese tono directo que antes deseaba que usara conmigo. Me echo hacia atrás. Me levanto para irme. —¿Qué estabas haciendo en mi cuarto? —Me sorprendo de lo incómoda que me hace sentir de pronto. —Espera. —Coloca con firmeza su mano sobre mi hombro—. No te pongas loca… Solo me asomé cuando llegué y vi que estaban allí, es todo. Me vuelvo a sentar en la orilla de la cama, dándole la espalda. La cama se desplaza con su peso, y ella rodea mis hombros. —Es como una cápsula del tiempo. Una triste. No respondo. —Tal vez —dice con suavidad—, tal vez es hora de… Las lágrimas afloran en mis ojos, calientes y furiosas, y me doy vuelta para enfrentarla. —¿De qué? ¿De quitarlas y actuar como si él nunca hubiera existido? —No —dice, más firme ahora que amable. Estira el brazo para poner una mano sobre la mía, pero yo la aparto—. Eso no es lo que quise decir. —Suspira—. Solo que… ¿no te pone triste mirarlas todo el tiempo? Me limpio los ojos, odiando que después de tanto tiempo, las lágrimas todavía broten con tanta facilidad. —No son las fotos lo que me pone triste. Es que sin ellas, todos esos pequeños detalles acerca de Trent empezarán a desvanecerse. —Lo sé. Me creas o no, Quinn, todos lo amábamos y todos lo extrañamos todavía. Sé que lo hacemos de un modo diferente a como lo extrañas tú, pero creo… —Hace una pausa, y me doy cuenta de que está tratando de elegir sus palabras con cuidado—. Creo que tú misma te estás poniendo barreras para superarlo. De veras. Mamá me contó de todas las cartas y las reuniones con los receptores, y que estás buscando al muchacho del corazón. Ella está preocupada de que te hayas apegado demasiado a eso, a encontrarlo, y parece… que tal vez lo que necesitas es dejarlo ir un poco. Me muerdo el interior de la mejilla con fuerza y siento que mis hombros se hunden. Ella se coloca enfrente de mí, así que tengo que mirarla. —Encontrar al tipo que tiene el corazón de Trent no lo va a traer de regreso. Y tampoco actuar como si estuvieras muerta. La rabia me invade, caliente y punzante. —¿Crees que no lo sé? —No responde, solo aprieta los labios, como si no supiera qué decirme. Como si ahora yo también fuera diferente—. Lo sé —digo con más suavidad, sintiéndome de pronto insegura de mí misma porque veo a Colton parado allí, en el escalón de la entrada, con el girasol en su mano. Pienso en lo fácil y familiar que se siente estar con él, y de pronto me hace poner en duda mis propios sentimientos. Me hace preguntarme por qué me siento tan atraída hacia él. Miro mis manos que se retuercen sobre mis piernas. —No estoy tratando de hacer que regrese. Solo intento… Miro las revistas dispersas por la cama y pienso en cómo explicar lo que quiero decir, lo que estaba tratando de hacer en realidad al ponerme en contacto con la gente a la que Trent ayudó, aunque ya no estoy segura de saberlo. Pensaba que era para poner un punto final. Pero esto, con Colton, es diferente. Hago a un lado la idea y recojo una fotografía de una playa de arena blanca. —¿Qué es todo esto? —Muevo la mano para señalar el amontonamiento que hay sobre su cama, como un modo de cambiar el tema. Hay páginas arrancadas de revistas: fotos de playas, ciudades de aspecto exótico, un jardín japonés, un museo de arte, un lago como un espejo que refleja las montañas y el cielo que lo rodean. Hay palabras recortadas, de todos los tamaños y tipos de letra: «Crea, sé audaz, vive libre...». —Es para un tablero de visión —dice, tal vez tan aliviada como yo por cambiar el tema. —¿Qué es un tablero de visión? —pregunto, apartando la humedad de mis ojos—. ¿Tiene algo que ver con esa cosa de la chica hada alocada? Ryan se ríe. —No, para nada. —Lo piensa bien—. Bueno, tal vez un poco. Es una herramienta inspiracional. Una manera de visualizar lo que quieres de modo que te sea más fácil concentrarte en ello. —Busca entre una pila de recortes —. Tú eliges imágenes o palabras de cosas que quieres hacer, ser o tener, o cosas que te inspiran, y las pones donde las puedas ver todos los días, para que te lo recuerden y para que sigas avanzando hasta que lo logres. Se queda callada por un momento, y estoy segura de que está pensando en las fotos que tengo en mi cuarto, mis fotos con Trent que yo miro todos los días. Fotografías de cosas que ya no puedo tener porque solo existen en mi pasado. —¿También aprendiste eso en tus clases de Estudios de la Mujer? —pregunto, sin querer que regresemos a nuestra conversación anterior. Se ríe. —No. De mi compañera de cuarto, que adora el new age. Está metida hasta el fondo en esas cosas. Mira — dice, entregándome una revista con una portada bañada por el sol—. Deberías hacer uno. Empieza con este. Viajar es más fácil. Encuentra un lugar hermoso al que te gustaría ir y recórtalo.

Cuando lo dice, lo primero en lo que pienso es en el interior de la cueva de hoy, con el reflejo del agua bailando alrededor. Y Colton sentado frente a mí. Quiero regresar allí. Dudo de que pueda encontrar una fotografía que llegue a ser tan hermosa, pero de todos modos tomo la revista; Ryan se echa hacia atrás con las suyas y hojeamos nuestras revistas sin decir más. Toma un pote de helado con galletas de su mesa de luz, come un poco y me lo pasa. —Come. Estás muy flaca últimamente, y el pastel sin gluten y sin azúcar de mamá ya no puede tomarse como un postre. Me río. —Por Dios, no tienes idea de las cosas que hemos comido desde que te fuiste —digo, escarbando en el centro, donde están todas las galletas. —Bueno, come. —Ryan sonríe y toma otra revista—. Y luego regrésalo. No puedo recordar la última vez que nos sentamos juntas así, pero se siente bien estar en su cuarto, compartiendo una cuchara y un pote de helado y hojeando revistas. Se siente normal. Veo de reojo a Ryan, que está ocupada recortando fotos y palabras con abandono, segura de sí misma como siempre. Concentrada en ver su futuro en lugar de su pasado. Justo entonces deseo tomarle una fotografía y ponerla como inspiración para hacer lo mismo. Doy vuelta a las páginas de la primera revista distraídamente, sin saber por dónde empezar. En verdad, no he pensado mucho en el futuro durante los últimos 402 días. Y de todos modos, las cosas que quería me parecen insignificantes y lejanas ahora. De haber estado aquí antes, sentada en la habitación de Ryan, probablemente habría recortado fotografías de cómo quería que fuera mi vestido de graduación, de la universidad a la que Trent y yo queríamos ir juntos, del anillo que imaginaba que me daría en algún momento o de la casa que habríamos tenido. Habría hecho un collage de la vida que tendríamos juntos. Eso es lo que haces cuando piensas que has encontrado a tu amor verdadero. Todavía no sé qué se hace cuando lo pierdes. Dejé de correr, no quería ir a la graduación de la preparatoria, me aparté de todos nuestros amigos hasta que dejaron de llamar. Mamá y papá me hicieron ir a la graduación, pero me salí cuando empezaron la presentación de diapositivas como tributo a él. No cumplí con las fechas de presentación de solicitudes a la universidad y no me importó. Pasé la mejor parte de los últimos trece meses sola y estancada, como una viuda de dieciocho años que no desea hacer planes ni esperar el futuro, sin importar cuánto trataran los demás de sacarme de allí. Paso las hojas de más revistas, una tras otra, palabras que no me dicen nada y fotografías que no representan algo que quiero, o que considero al menos como una posibilidad. Hasta que llego a una que hace que me detenga. Paso mis ojos por la imagen, atrapo todos los detalles: agua limpia y luz de un atardecer dorado, arena que parece terciopelo y una botella solitaria deslavada en la orilla. El contenido de la botella es lo que me llama la atención. Dentro del cristal transparente hay un corazón de color rojo profundo, soplado en vidrio. El sol pasa, brillante, a través de él, en el ángulo correcto, de modo que lanza una sombra roja sobre la arena. Nunca he visto nada igual. El corazón es hermoso y frágil, y está seguro dentro de su botella, como las viejas notas que supuestamente viajan en la distancia y el tiempo, a través de calmas y tempestades, para finalmente encontrar la orilla. Y para que en ese momento alguien las encuentre.

El corazón promedio late ochenta veces por minuto, lo que significa que, en un día cualquiera, tu corazón latirá aproximadamente cien mil veces. En un año, habrá latido cuarenta y dos millones de veces y en toda una vida latirá casi tres mil millones. Mientras tanto, está recibiendo sangre y expulsándola a los pulmones y a todo el cuerpo… No descansa. No se cansa. Es persistente en su impulso y su objetivo.

DOCTORA KATHY MAGLIATO, El corazón es importante: recuerdos de una cirujana cardiovascular

CAPÍTULO QUINCE —Levántate. No necesito abrir los ojos para saber que Ryan está parada junto a mí en la cama. Me quita las cobijas, y me revuelvo para recuperarlas. —¿Estás loca? ¿Qué hora es? —Las seis —responde—. Hoy hará calor desde primera hora, así que levántate. Vamos a salir a correr. Bizqueo para verla, ya con su ropa de correr bajo la pálida luz de la mañana. —¿En serio? —En serio. —No tengo zapatillas para correr —digo, estirando la mano para buscar mis cobijas. —¿De veras? —Ryan cruza mi cuarto, abre la puerta del placard y se trepa para alcanzar el fondo, donde están apiladas todas las zapatillas de marca Saucony que he tenido. Empiezan a volar, una tras otra, aterrizando en la alfombra con un golpe seco. —Estoy segura de que habrá dos que te sirvan —dice. Luego se dirige a mi ropero y saca un par de pantaloncitos cortos, una camiseta y un brasier deportivo. En seguida, mi hermana cruza la habitación, aparta las cortinas y abre por completo la ventana, dejando entrar el aire frío de la mañana. Hace una pausa por un instante para respirarlo y luego me sonríe. —Vamos. Levántate…, te sentará bien. Papá está esperando. Luego sale del cuarto: su manera favorita de terminar una discusión. «¿Papá está esperando?», me pregunto. Él lleva más tiempo sin correr que yo. Más de 403 días. El número surge en mi mente automáticamente, pero sin su peso habitual. Hoy se siente diferente porque ayer fue diferente. Estiro los brazos por arriba de mi cabeza, haciendo una pequeña mueca ante el inesperado dolor que siento en mis hombros. Y luego todo regresa a mí: el kayak con Colton, la luz del sol, el agua, su mano agitándose por la ventanilla mientras se alejaba en su combi. La sensación de vacío que ese adiós dejó en mí. Y luego la charla en la cena con mi familia acerca de regresar hoy. Mi teléfono vibra en la mesa de luz, y el sonido me sobresalta. Estiro la mano para levantarlo, esperando que sea él y al mismo tiempo diciéndome que no lo espere, que no sea ridícula. Pero cuando miro la pantalla, es un texto de un número que ahora reconozco. Me congelo. Lo miro hasta que vuelve a vibrar en mi mano, y entonces lo abro. Estaba pensando. Ayer fue un día estupendo, pero te apuesto que hoy podría ser mejor. ¿Qué te parece?

Sonrío, y mi primera idea es que ya lo es. Llega otro mensaje: Voy a trabajar en la tienda por la mañana, pero tal vez podríamos vernos más tarde.

Leo las palabras una y otra vez, tratando de pensar en una respuesta. —¡Quinn! —Ryan asoma su cabeza por mi puerta, y salto de nuevo, sin saber qué hacer con el teléfono en mi mano—. ¿Qué estás haciendo? Vámonos. Pongo el teléfono de nuevo en la mesa de luz. —Nada. Solo estaba apagando mi alarma. —Bueno, vamos; levántate. Te estamos esperando. Sé que no se va a ir hasta que salga de la cama, así que lo hago. La respuesta a los mensajes de Colton tendrá que esperar, porque mi hermana no lo hará. Mamá está en la cocina, vestida para el trabajo, cuando bajo las escaleras. —Buenos días —dice alegremente, dejando su jugo verde y estirando los brazos hacia mí. —Buenos —respondo. Me muevo un poco y le doy un rápido abrazo. Ella besa la parte superior de mi cabeza. —Es bueno verte levantada. Y vestida. Tu papá se va a poner contento. Será su primera carrera en años. — Puedo ver el esfuerzo para contenerse de lo complacida que esto le hace sentirse. Nunca fue la corredora, sino

siempre la porrista, y está resplandeciente, de regreso a su antiguo papel—. Te están esperando afuera. Yo entro a trabajar temprano y regresaré alrededor de las cinco. Que tengan un buen día, ¡y diviértanse corriendo y andando en kayak! —Me da otro beso en la cabeza, y me aprieta el brazo y puedo sentir su esperanza. —¡Quinn! —grita Ryan desde afuera—. ¿Vienes o no? No respondo, solo me dirijo al pórtico, donde ella y papá están esperando. Tiene una pierna subida en el barandal y se estira, tocando los dedos de sus pies con facilidad. Papá se ríe cuando me ve. —Buenos días, cariño. Parece que los poderes de persuasión de tu hermana también funcionaron contigo, ¿eh? —Le da un tirón a mi cola de caballo. —Algo así. —Sacudo mis piernas y me estiro un poco. Mi papá me ve, luego ve a Ryan y entonces pasa un brazo sobre cada una de nosotras, acercándonos a él para darnos un fuerte abrazo como hacía cuando éramos más pequeñas, juntando tanto nuestras mejillas que casi se aplastan. —Este es un regalo para su viejo, ¿saben? Como antes. Excepto que ahora ustedes dos me tendrán que esperar. He salido a caminar con su mamá, pero ni siquiera quiero pensar en el tiempo que ha pasado desde la última vez que corrí. Yo sé exactamente cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que corrí, pero no quiero pensar en eso. En cambio, voy más atrás, hasta antes de conocer siquiera a Trent, cuando Ryan y yo empezamos a correr con nuestro papá. Ella tenía quince años y yo trece, y esas carreras con él eran especiales. Las hacíamos en el verano y en los fines de semana, cuando él aún tenía tiempo. Nos levantaba y nos hacía salir temprano, sin decirnos nunca adónde íbamos ni cuánto correríamos, pero siempre se aseguraba de que hubiera un destino atractivo, algo que mostrarnos, como la cima de un risco desde donde podíamos ver todo el océano, un túnel hecho de robles y musgo, viñedos que se extendían por kilómetros con pequeñas uvas ácidas que arrancábamos al pasar, un camino fuera de ruta donde veríamos venados, pavos salvajes y conejos. Ryan y yo siempre hacíamos un escándalo por tener que levantarnos, pero ambas adorábamos esas carreras con él y las cosas que nos mostraba. —No sé, a Quinn le falta un poco de práctica. —Ryan me mira con una chispa que me reta detrás de su sonrisa—. Creo que los dos podríamos patearle el trasero. Siento que un viejo fuego empieza a parpadear, uno competitivo. Ryan y yo corríamos a campo traviesa y en pista, pero yo había entrado al equipo de la escuela, siempre fui un poco más rápida. La volvía loca, y era una de las cosas que más me gustaba de correr. Era mío. Mi lugar para brillar cuando ella lo hacía en todo lo demás. Papá niega con la cabeza. —No necesitamos competir ni nada por el estilo. Solo iremos lento y recuperaremos lo que sentíamos. —Me ve a los ojos—. Así, te será más fácil regresar. Por la manera en que me mira, sé que no se refiere a un regreso físico. Más de una vez después de la muerte de Trent, me preguntó si quería salir a correr con él, aunque él tampoco corría. Siempre había sido nuestro momento especial, y creo que estaba buscando una manera de reencontrarlo, de saber que yo me sentía bien, porque no habíamos hablado siquiera de esa mañana después de lo que ocurrió. Él fue a quien me entregaron los paramédicos y quien me llevó al hospital, siguiendo a la ambulancia con sus luces giratorias. Pero después de ese día yo me encontraba tan perdida que no podía hablar con él, de la misma manera en que no podía pasar corriendo por ese tramo. —Está bien, corramos con calma —dice Ryan—. Pero yo escojo la ruta. —Trato hecho —responde papá. —Bueno. Tengo una idea de adónde quiero ir. —Me mira con una sonrisa—. Es un poco difícil pero nada que no puedas hacer. Respiro profundo. Espero estar a la altura del reto. Ella baja las escaleras de prisa y papá y yo la seguimos. No estoy segura de que tenga razón en que yo puedo hacerlo, pero espero que sí. Respiro otra vez mientras mis zapatillas aplastan las hojas en el camino de entrada. Ryan empieza a trotar de inmediato, igual que mi papá, y entonces no me queda otra opción. Nos dirigimos por nuestro camino de entrada a un paso lento de calentamiento que se siente torpe, como si mi cuerpo no recordara ya cómo se hace. Ryan hace una pausa, y por un segundo me congelo ante la idea de correr por ese tramo de la calle, pero ella lo sabe bien y da vuelta en dirección opuesta. Trotamos en fila india por el estrecho andador, con Ryan al frente, papá en medio y yo en la retaguardia. Me concentro en poner un pie enfrente del otro, no solo porque lo necesito para mantener el paso, sino porque, en cuanto empezamos a correr, lo primero en lo que pienso es en Trent. Yo fui quien lo hizo correr. Él era nadador y jugador de polo, definitivamente no un corredor, y al principio pedaleaba su bicicleta junto a mí en ocasiones, acompañándome y forzándome a acelerar el paso. Fue hasta el segundo año de preparatoria que empezó a correr conmigo los fines de semana porque su entrenador le dijo que necesitaba hacer condición; también porque era otra forma de pasar el tiempo juntos con los horarios tan apretados que teníamos. Nos veíamos a primera hora en un lugar entre nuestras casas para correr por el pueblo, desayunábamos abundantemente en Lucille’s y luego regresábamos caminando a casa, hablando y riendo como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Me detengo, porque de pronto me duele el pecho y me quedo sin respiración. —No creo que pueda. Mi papá se da la vuelta. —¿Estás bien? —No. Yo… creo que necesito regresar. Ryan se detiene y se da la vuelta. Tiene las mejillas encendidas y respira con dificultad mientras camina de regreso hacia donde estoy. Espero que me dé una orden para seguir corriendo, pero sus ojos se suavizan cuando me ve. —¿Te sientes bien? —pregunta—. Apenas es la primera vez que lo vuelves a hacer. No es necesario que regreses. Papá también parece entenderlo.

—Vamos. Hagamos esto juntos. Vamos más lento. —Solo concéntrate en respirar —dice Ryan—. Deja que tus piernas hagan el resto. Se da vuelta y vuelve a empezar, y esta vez mi papá me hace una señal para que yo vaya delante de él. Doy un paso, luego otro y otro, hasta que caigo en algo parecido a un ritmo, aunque uno que se siente pesado y sin práctica. Y después de unos minutos logramos un paso lento pero firme. Ryan me impulsa hacia adelante, y el ritmo de un pie frente al otro se vuelve un poco más fácil. Respiro con dificultad, inhalo y exhalo, inhalo y exhalo, y mi corazón late con fuerza, desacostumbrado a trabajar así. Mis piernas me queman al principio, y luego empiezan a cosquillearme mientras la sangre llena y expande los capilares de una manera en que no lo ha hecho por mucho tiempo. Mi cuerpo empieza a recordar, empieza a regresar. Empieza a despertar de nuevo, como ayer. Ryan da vuelta en un sendero de tierra de un solo carril, y de inmediato sé adónde vamos. Miro a papá, que viene detrás, y su sonrisa me dice que él también lo sabe. —¿El risco? —le grito a Ryan—. ¿En la primera carrera que hacemos de vuelta? —Claro —grita ella sobre su hombro—. ¡No tiene sentido dar pasos a medias! —¿Estás tratando de matarme? —grito. —Estoy tratando de hacer lo opuesto —dice—. Ya lo lograste antes. Los tres recorremos el sendero sinuoso entre los robles, en la falda de la colina, donde la sombra da un ambiente más fresco que lo vuelve cómodo, y hago lo mejor que puedo para mantener el paso. A pesar de la dificultad, empiezo a relajarme un poco, dejo de pensar tanto. La mañana tiene el aroma de las plantas; el polvo enfriado por la noche se eleva alrededor de nosotros, y lo inhalo. Después de un kilómetro, o algo así, de colinas onduladas, el camino da una vuelta abrupta y se convierte en una pendiente inclinada con una serie de zigzags, y lo único en que pienso entonces es en llegar a la cima sin caminar, porque como todos solíamos decir en el equipo, no se camina cuando se corre. Ryan se mantiene una vuelta delante de mí, así que solo la atisbo mientras asciende por la colina. Detrás de mí, la respiración de mi padre se vuelve más dificultosa, al igual que la mía, y sigo mirando sobre mi hombro, confirmando que esté bien. —¿Cómo te sientes? —pregunto. —Ahí, más o menos. —No puede respirar—. ¿Y tú? —Igual. No decimos nada más porque nuestra atención se concentra en subir la colina. Justo cuando pienso que estoy a punto de romper la regla cardinal del corredor, el camino empieza a nivelarse. Y los árboles se abren para mostrarnos un cielo sin nubes, primero, luego la cima de las otras colinas, y finalmente el océano. Ryan ya está sentada en la roca gigante que es nuestro destino, sonrojada y con aspecto victorioso. Se para cuando nos ve, se lleva las manos a la boca y lanza un grito triunfal. Papá me alcanza y levanta los brazos, como si estuviera cruzando la línea de meta. Yo también lo hago, porque en realidad se siente como todo un logro. —Bien hecho —dice Ryan, estirando una mano hacia abajo para ayudarme a trepar a la roca—. Sabía que podrían llegar hasta la cima. —Yo no —digo, impulsándome para subir. Papá busca una saliente de la roca y se impulsa a sí mismo hacia arriba, y todos estamos allí, en la cima del risco, mirando los kilómetros que separan nuestras colinas doradas de los azules jaspeados del océano y el cielo. —Mira —dice Ryan mientras tratamos de recuperar el aliento—. Se siente muy lejos, pero en realidad está justo allí. —Me mira entonces—. Tienes que ver lo que está enfrente de ti. El bosque y los árboles, o el océano sobre las colinas. —Dinos más, oh, sabia Ryan —dice papá, aún sin aliento, pero claramente sorprendido—. ¿Cuándo te volviste tan filosófica? Ryan entorna los ojos y lo empuja con el codo —El último trimestre, en filosofía. —Luego se da vuelta hacia los dos. Hace una pausa y mira a sus pies por un momento, y luego de vuelta a papá—. Eso o hace unos días, cuando Ethan terminó conmigo en el aeropuerto —dice sin emoción. —¿Qué? —No puedo contener mi impresión. —Ouch —dice papá, haciendo una mueca por ella—. Lo siento, cariño. Eso debe de doler. —Sí. Pero solo por un día o dos. —Patea una piedra lejos de la roca, y la miramos mientras da tumbos por el risco—. Ya lo asimilé. —¿De veras? —pregunta papá. —Estoy trabajando en eso. Yo sigo tratando de procesar que alguien haya cortado con mi hermana. Nunca nadie había cortado con ella. —Esa es mi chica —dice papá—. Eso es todo lo que puedes hacer. —Le pasa un brazo por los hombros—. De todos modos, nunca me gustó ese muchacho. Era algo odioso. Eso la hace reír. Papá pone una mano en la espalda de Ryan. —¿Quieres que lo encuentre? ¿Que le baje los humos? —No, creo que ya lo hice yo. —Una sonrisa se extiende lentamente por su cara. Papá eleva las cejas. —¿Sí? ¿Qué hiciste? Puedo ver a mi hermana, furiosa, en medio de un aeropuerto, y las posibilidades son interminables. —Los detalles en realidad no importan. Basta con decir que algunos hombres amables, con walkie-talkies, me escoltaron fuera del área de abordaje, y parecían muy preocupados por saber dónde estaba uno de mis zapatos, pero no lo suficiente como para dejar que regresara por él. —¿Le lanzaste tu zapato? —pregunto, aunque estoy segura de que lo hizo. —Entre otras cosas. Mi café de Starbucks, mi celular… —Se encoge de hombros. Suspira—. Estoy contenta de no haber llegado a Europa antes de descubrir que era un imbécil. —Hiciste bien —dice mi papá—. Vive y aprende. —Exactamente —dice Ryan, luego me mira y sé en cuanto dice esas palabras que ya no está hablando de sí misma—. Y entonces lo superas.

Escribe en tu corazón que cada día es el mejor del año. Ningún hombre habrá aprendido nada correctamente hasta que sepa que cada día es el día del juicio final.

RALPH WALDO EMERSON

CAPÍTULO DIECISÉIS No sé cómo responder a los mensajes de Colton. Recorro mi habitación, imbuida de más energía de la que he tenido en mucho tiempo. Luego tomo mi teléfono, me siento en el piso y los leo de nuevo. ¿Qué le digo? ¿Era una verdadera invitación a salir? ¿Qué hora es «después»? Necesito ayuda con esto, así que me vuelvo a levantar y cruzo el corredor hacia la habitación de Ryan. Cuando asomo mi cabeza, escucho su ducha, de modo que entro de puntitas. Miro alrededor, a lo que fue una habitación limpia y ordenada hasta hace unos días. Ahora sus bolsas están en el rincón, y de ellas se derraman vestidos y maquillaje. Libros y revistas llenan la cama, y hasta ha sacado todos sus viejos lienzos del placard y los ha recargado contra la pared como si fuera una pequeña galería, y sé en cuanto los veo que habla en serio cuando dice que armará un portafolio para esa escuela de arte. Poso la vista sobre el ropero, el único lugar limpio, donde ahora descansa el tablero de visión contra el espejo de Ryan, ya completado un collage ingenioso, lleno de color, de sus deseos y sus objetivos, de sus planes para salir adelante. Debió de permanecer levantada en la madrugada para terminarlo. Eso, o nunca se fue a dormir. Ella tiene ese tipo de concentración maníaca, como si con solo mantenerse en movimiento las cosas que le molestan no pudieran alcanzarla. Lo opuesto a mí. Me hace preguntarme si, de no haber estado lejos en la universidad este último año, las cosas habrían sido diferentes para mí. Más parecidas a este día. En letras grandes y en negritas, cruzando el tablero de Ryan, están las palabras «Nuevos inicios», y debajo de ellas, dispersas sobre varias fotografías de lugares a los que quiere ir, «Incluida Italia». Sobre todas esas imágenes hay palabras que suenan como cosas que mi hermana diría: «Piérdete gloriosamente, encuéntrate a ti misma, confía, ama, contén el aliento y salta». Cosas que creo que ella puede hacer de manera natural. Recuerdo la fotografía que encontré, la del corazón en la botella. Metí la revista debajo de la cama, esperando que ella no la encontrara y la recortara. Cuando me agacho y miro, aún está allí. La ducha se cierra en su baño, y paso las hojas con rapidez. Encuentro la página que doblé, opuesta a la imagen del corazón en la botella, y me desaparezco del cuarto de Ryan con la revista. No es que a ella le importe. Probablemente me enviaría con la pila de revistas a terminar mi propio tablero. Pero algo de esta imagen en particular hace que la quiera conservar para mí sola. En mi cuarto, me siento bajo el brillante cuadrado de luz del sol sobre la alfombra. Abro la revista en esa página y recorto cuidadosamente la imagen, manteniéndola allí por un momento. No estoy segura de lo que representa para mí…, solo que se siente como algo que necesito. Voy al espejo de mi placard, donde mis fotografías con Trent están metidas alrededor de las orillas y el girasol seco del día que nos conocimos cuelga de la esquina superior. No quito nada, como Ryan pretende que haga. No estoy lista para hacerlo, todavía no. En cambio, deslizo la fotografía entre el espejo y su marco. Al frente y al centro. Y luego dejo que mis ojos caigan sobre el girasol que Colton me dio apenas dos días antes. Está arriba de mi placard; todavía tiene los pétalos de color dorado, solo están un poco marchitos en las orillas por no ponerle agua. Lo levanto y doy vuelta al tallo entre mi pulgar y mi índice, haciendo girar la flor en un remolino borroso y brillante antes de ir al librero por el platón de cristal que quedó de los centros de mesa de la graduación de Ryan, con sus pétalos de flores y velas flotantes. Llevo el tazón al lavabo del baño, lo lavo y lo lleno, luego regreso al ropero, donde está la flor. El tallo es grueso y necesito hacer varios intentos para cortarlo con las tijeras; pero lo consigo cerca de la base de la flor, y una vez que esta queda libre, la pongo en el pequeño tazón lleno de agua. Flota allí, brillante, vivo y valiente en su propio y pequeño mar, debajo de las fotografías. Como me sentí en el océano. Como quiero volver a sentirme. Antes de pensarlo mejor, estoy en el auto. En el asiento del acompañante está mi bolso, armado de nuevo como para un día en la playa, y de nuevo es una simulación. En mi bolsillo llevo dinero que me dio papá para el almuerzo y mi lección de kayak. Traté de salirme sin tomarlo, porque hacerlo se sentía como una mentira, pero no me dejaría cruzar la puerta sin él. Al igual que mamá y Ryan, parece compartir la esperanza de que esto sea mágico para mí, y ahora siento la responsabilidad de fingir por lo menos que lo es. Aún es relativamente temprano cuando dejo el camino de entrada y salgo a la carretera. Bajo las ventanillas y respiro el aire y el calor pesado que vienen de las colinas. En cuanto llego a la autopista, el aire sopla con fuerza, fresco y más frío, y se siente como si estuviera hundiendo de nuevo un dedo del pie en el flujo de la vida que ha estado pasando sin mí todo este tiempo. No tengo ningún plan y no sé qué voy a decir cuando llegue allí, pero hago como Colton me dijo ayer y manejo sin pensar en ello. El impulso es suficiente para llevarme por el camino sinuoso a Shelter Cove, pasar el acantilado donde Colton y yo estuvimos ayer y llegar a la pequeña avenida principal, donde justo ahora mis ojos encuentran la combi de color turquesa estacionada enfrente del local de su familia. Esta vez no hay un lugar vacío junto a ella, así que manejo hasta el estacionamiento que está en la base del muelle y me estaciono allí. Solo hasta que apago

el auto y me quedo en silencio por un momento empiezo a pensar en lo que estoy haciendo aquí. El torrente de energía que sentí cuando dejé la casa se desvanece como el final de una canción, y en su lugar queda una culpa que me carcome. Sé lo que estoy haciendo. Estoy usando mi media verdad acerca de la lección de kayak y los textos de Colton como razones para regresar aquí. Pero sirven más como excusas: para olvidar mis propias reglas, para ignorar el tirón de mi conciencia, para verlo de nuevo. Todas esas cosas que quiero son mucho más fuertes que mis reglas y razones, lo bastante como para traerme de regreso a su local, donde puedo ver todos los kayaks alineados en sus estantes y las siluetas moviéndose detrás de la ventana. Siento un revoloteo en el estómago y me detengo a medio camino; casi me doy vuelta, pero entonces veo su perfil. Está cargando una pila de chalecos salvavidas, pero en cuanto sus ojos recorren la calle a través de la ventana, se detiene. Sé que me ve, porque sonríe directo a mí. Y ahora es demasiado tarde para darme vuelta. Contengo todas las mariposas que han alzado el vuelo en mi estómago y obligo a mis pies a moverse. Sale a la puerta en menos de un segundo, agitando su cabeza como si dudara en creer que estoy parada allí. —¡Viniste! —dice, incapaz de evitar que su sonrisa se extienda por toda su cara, justo hasta el verde de sus ojos. Tiene sus manos extendidas a los lados—. Así es, otro día y… —Hace una pausa—. Aquí estás. La brisa levanta unos mechones sueltos de mi pelo alrededor de mi cara, enviando escalofríos por mi nuca. Colton da un paso hacia mí y levanta su mano como si quisiera apartarlos, pero hace una pausa y, en cambio, pasa su mano por las ondas de su propio pelo castaño. —No lo esperaba —dice. —Ojalá que esté bien; yo… Antes de que pueda terminar, una chica de pelo rubio que tiene un aspecto vagamente familiar sale de la tienda. —Hey, Colt, ¿puedes…? Se detiene cuando me ve, pasa la mirada de mí a Colton y de regreso a mí. —Oh, hola. Lo siento. No sabía que hubiera alguien más aquí. ¿Puedo ayudarte en algo? —Su tono es amigable y atento, como si yo fuera una clienta. Se me encoge el estómago, y me quedo allí sin decir nada por un momento. Es Shelby, la Shelby cuyas palabras e ideas he leído. Cuyas alegrías y temores he visto. A quien siento que conozco, tal vez mejor que a Colton. Mi conciencia regresa precipitadamente, con el peso completo de todas mis reglas y las razones por las que las he roto. —En realidad solo pasaba por aquí —digo rápidamente. Conocer a Colton era una cosa, pero esta es una línea que ni siquiera anticipé que cruzaría. —Espera. ¿Qué hay acerca de navegar en kayak? —pregunta Colton, como si fuera algo de lo que estábamos charlando. Sus ojos me miran por un instante, y algo brilla en ellos. —Yo, hum…, cambié de opinión. —Se me seca la boca, y doy un paso atrás—. Tal vez otro día. No pretendía molestarte en tu trabajo. —Espera —repite Colton—. Tú no… Está bien. Salí de trabajar hace media hora. Shelby se ríe. —Espera. ¿Pasársela caminando de un lado a otro fue trabajar? Colton le lanza una mirada asesina, luego vuelve a verme. —Quinn, esta es mi pequeña gran hermana, Shelby. Shelby, mi amiga Quinn. Tuvo su primera experiencia en kayak ayer y ahora ha regresado por más. Creo que podríamos ir a la cueva de nuevo. Shelby alza una ceja a Colton, luego sonríe y me estira la mano. —Siempre me da gusto conocer a una amiga de Colton —dice, con cierto tono de voz. Es el mismo que escuché en las enfermeras del hospital al principio, y lo merezco. Me lanza una rápida sonrisa y luego se da vuelta hacia Colton. —Eso es asombroso, pero ya estás apartado, Colt. Puedo notarlo en su voz: ella no quiere que vaya a ningún lado conmigo. —¿Apartado? —Colton se ríe—. No estoy apartado. Ni siquiera tengo permitido… Shelby le lanza una mirada llena de significado. —Exactamente. —Vamos —dice él, dando un paso hacia ella. En sus ojos hay una súplica, y algo en su voz hace que suene como si tuviera que ver con otra cosa y no solo conmigo. Levanta una mano. —No. Mamá y papá me matarían. Lo sabes. —Sus ojos permanecen serios, a la altura de los de él. Colton suspira, exasperado, luego parece recordarme y lanza una sonrisa, pero esta vez es más forzada, más como una demostración. —Papá no está aquí, Shel. Y además ella no es una clienta, es una amiga. —Colton, no puedo porque no están aquí. Y él me dejó a cargo. Y si algo pasara… —Nada va a pasar. No tomaremos un kayak de la tienda. Me llevaré el de papá. Está en la parte de atrás. Shelby lanza un profundo suspiro y se muerde el labio inferior, claramente debatiéndose. —Eso no es lo que importa. —Entonces ¿qué es? —dice Colton, con más fuerza en su voz de la que le he oído—. Estaré bien. Me siento bien. Se lleva la mano al pecho por un momento, lo que no sería notorio para nadie más, pero yo lo comprendo y ella también. —Colton… —Su voz vacila, como si estuviera quebrada. —Di que sí —dice él, lanzando una sonrisa con hoyuelos en las mejillas—. Por favor. Quinn quiere navegar en kayak. Ella es principiante, y no sería correcto dejarla sola. Papá se molestaría si lo hiciéramos y se enterara. Shelby mira a Colton por un largo instante, y puedo ver que su renuencia se vuelve resignación, lo que me hace pensar en la publicación que escribió acerca de la primera vez que Colton regresó al agua, y lo orgulloso y

feliz que se sintió por volver a hacer lo que amaba, aunque pusiera nerviosa a toda su familia. —Está bien —dice después de un momento largo—. Pero debes regresar en unas horas. Tengo un recorrido de cuatro personas a las tres de la tarde, y tú en verdad tienes una cita. —Lo ve a los ojos durante mucho tiempo —. No olvides tu… —Ya entendí. —La corta Colton. —Y asegúrate de llevar tu teléfono —añade—, y si algo pasa… Él coloca un brazo sobre los hombros de ella y los estrecha. —Estaremos bien, te lo prometo. ¿De acuerdo? Me mira, y de pronto siento un gran sentido de la responsabilidad. Es su hermana con quien estoy hablando, la que ha estado con él, lo ha sostenido y ha ayudado a cuidarlo todo el tiempo. Quien se preocupa por él más como una mamá que como una hermana. Miro a Shelby, pidiendo una especie de aprobación, pero la sonrisa que me lanza no parece otorgarla. —De acuerdo —digo al final, y las palabras se sienten pesadas en mi lengua. Cargadas, de alguna manera, con la responsabilidad y el conocimiento de que me acabo de hundir más. Colton aplaude. —Bien. Voy a la parte de atrás a cargar el bote y te encuentro enfrente en un minuto. —Está bien. —Afirmo con la cabeza—. Yo solo… Voy por mi bolso. Me doy vuelta para regresar a mi coche, porque no quiero quedarme allí con Shelby, pero ella me detiene suavemente con una mano sobre mi brazo. Mira las puntadas en mi labio. —¿Tú eres la chica a la que Colton llevó al hospital el otro día? Mi corazón golpea en mi pecho debajo de la mirada directa. —Sí. —Ten cuidado —dice, mirándome directo a los ojos—. Se supone que no se deben mojar. Sé que está hablando de los puntos de sutura, pero no puedo dejar de oír el eco del «Ten cuidado» de la enfermera mientras dice esas palabras. Yo afirmo con la cabeza como lo haría con mi mamá si me dijera algo. —Lo tendré. —Doy un paso atrás—. Fue un placer conocerte. —Para mí también. Sonríe, pero no regresa al local. Yo me doy vuelta y cruzo la calle, tratando de no mostrar que llevo prisa e imaginando que me mira todo el trayecto. Cuando llego a mi coche, arriesgo una pequeña mirada y ella agita su mano. Mensaje recibido. Fuerte y claro. Abro la puerta y recorro todo el intercambio en mi cabeza: su preocupación, su insistencia en que él esté bien, lo que no tiene permitido hacer; me pone nerviosa. ¿Él no está bien? Shelby no ha publicado nada desde hace mucho tiempo, así que no sé si hay algo de lo que preocuparse, en el aspecto médico… «¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy…?», me pregunto. Escucho un motor que se detiene a mis espaldas y sé que es Colton en su combi, con el kayak cargado en la parte de arriba y la preocupación de su hermana y mi promesa de ser cuidadosa detrás de él. —No te tardaste nada —digo. —Tenemos que irnos de aquí antes de que ella cambie de opinión —dice, sonriendo por la ventanilla abierta —. Entra. Y una vez más, a pesar de todas las voces en mi mente que dicen no, que hay mucho en juego, que no es justo para Colton y que no sé lo que estoy haciendo, escucho la voz débil y suave que viene de una parte muy profunda, la que insiste en que tal vez debo hacerlo.

Nunca nadie ha medido, ni siquiera los poetas, cuánto puede resistir un corazón.

ZELDA FITZGERALD

CAPÍTULO DIECISIETE Nos paramos a la orilla del acantilado, mirando las olas que se precipitan contra las rocas con una fuerza que puedo sentir en mi pecho —Hum. Yo no… Niego con la cabeza; esta vez escucho a la voz de la lógica y la preservación de mí misma. —Tal vez andar en kayak no era nuestro destino, después de todo —dice Colton. Miramos mientras otra ola golpea y se arremolina sobre las rocas que parecían tan pacíficas ayer, y no puedo estar más de acuerdo—. Tengo una mejor idea. Ven. Volvemos a meternos en su combi, y me instalo en el vinyl agrietado del asiento, acostumbrándome a su textura debajo de mis piernas. Colton se voltea para ver sobre su hombro mientras pone marcha atrás, apoya un brazo detrás de mi respaldo, y sus dedos rozan mi hombro. Envían un escalofrío por todo mi cuerpo que él ve cuando nuestros ojos se encuentran mientras da vuelta y aparta su brazo. El calor se agolpa en mis mejillas y me río. —¿Qué? —pregunta Colton. —Nada. Sacudo mi cabeza y miro por el parabrisas, luego al tablero y detrás de nosotros, donde hay una tabla de surf en la base; a las alfombras llenas de arena debajo de mis pies; a cualquier cosa para no mirarlo a él, porque tengo miedo de lo que podría ver en mi cara. Cuando miro abajo, algo me llama la atención. Es una caja transparente de pastillas, como la que mi mamá le da a mi papá todas las mañanas con sus medicamentos y un montón de vitaminas. Esta tiene dos filas; cada compartimiento incluye por lo menos una pastilla, y en lugar de las iniciales de los días de la semana, hay horas escritas con un marcador. Tengo la pregunta en la punta de mi lengua cuando Colton ve lo que estoy mirando. Se estira, levanta la caja y la guarda en la bolsa de su puerta con una sonrisa tensa. —Vitaminas —dice—. Mi hermana insiste mucho en que las tome. Las envía conmigo a todos lados. Algo en su tono y la manera en que mira hacia atrás justo ahora me advierte que no haga preguntas, pero no lo necesito. Sé que no son vitaminas. Viajamos rápido por la carretera de la costa, con las ventanillas abajo para que nuestro cabello vuele suelto por nuestras caras y la música a un volumen elevado, de modo que las palabras no son necesarias, y se siente bien. Dejamos el momento tenso atrás. —¿Adónde vamos? —pregunto por encima de la música. La carretera traza un amplio arco hacia el interior, y tomamos la salida. Colton baja el volumen de la música un poco. —Otro de mis lugares favoritos —dice—. Pero antes necesitamos algunas provisiones. Nos detenemos en el estacionamiento polvoso de la Riley Family Fruit Barn, un lugar que mi familia y yo solíamos visitar cada otoño para recoger manzanas y tomarnos fotos con montañas de calabazas de todos los tonos imaginables y brillantes de anaranjado. Nunca he estado aquí en verano, pero resulta claro que es algo de lo que me he perdido. El estacionamiento está lleno de familias entrando y saliendo de los carros, desempacando carriolas, cargando canastas llenas de frutas en sus cajuelas. Un tractor que remolca una plataforma pasa rodando, lleno de niños y padres; algunos sostienen melones llenos y redondos y otros dan jugosas mordidas a rebanadas recién cortadas. Sigo a Colton mientras se abre paso entre la gente y se dirige a la sombra del puesto de frutas. Pasa sus dedos sobre el arcoiris de frutas con aire ausente mientras avanza. —El mejor lugar que conozco para iniciar un día de campo —dice sobre su hombro, lanzándome un durazno que atrapo con dificultad—. ¿Qué te gusta? —pregunta Colton, deteniéndose enfrente de un puesto que contiene varias pilas de frutas perfectas. Lo reviso y veo una canasta de frambuesas tan rojas que no parecen reales. Colton las toma. —¿Qué más? ¿Sándwiches? ¿Papas fritas? ¿Todo? —Sí. —Río—. Todo. ¿Por qué no? Está tan feliz con todo esto que es contagioso. Cargamos una canasta llena de provisiones para un día de campo: un par de sándwiches, papas fritas, refrescos a la antigua en botellas de vidrio, más fruta y luego completamos todo con barritas de miel que encontramos en contenedores cerca de la caja. Dos de cada sabor. Afuera, tres amistosas cabras en miniatura caminan detrás de nosotros, con ojos hambrientos y gruñidos tontos, mientras avanzamos. Estar junto a Colton de esta manera, bajo la luz del sol y el aire de la costa, me hace sentir la claridad del día. Fácil. Como si dejáramos lejos nuestros mundos reales. Encontramos una banca a la sombra y nos sentamos juntos, compartiendo las frambuesas directo de la canasta y lanzando unas cuantas a las cabras que ahora están delante de nosotros, rogándonos. Me cuenta cómo se traumó de niño con esas mismas

cabras, y me río mientras me recargo en él; por un segundo me olvido de mí misma y dejo que una mano caiga sobre su pierna, como un gesto familiar. Se detiene a media frase y mira abajo, como si fuera a quitarla. Hay un largo momento de silencio. Trato de pensar en algo que decir. Colton mira su reloj y se aclara la garganta. —Hay un lugar que quiero mostrarte, pero tenemos que irnos pronto para que regrese a tiempo e impida que mi hermana se ponga nerviosa —dice, levantándose—. Tal vez quieras hacer una parada en el baño antes de irnos… No hay ninguno en el lugar al que vamos. —Está bien. —Me paro rápidamente, agradecida por tener una excusa para tomarme un momento y poder recuperarme. Él señala un letrero con la silueta de una granjera, y tomo ese camino—. Aquí nos vemos. —Aquí te espero —dice, abriendo una botella de agua. Cruzo el estacionamiento rumbo al baño y miro atrás solo por un segundo, pero es suficiente para ver que abre su puerta, saca el estuche de pastillas, toma unas cuantas y las engulle con un trago de agua. Lo siento por él en ese momento, siento que tenga que tomar el medicamento que sea, y lo siento porque es algo que él cree que necesita ocultar… que sienta que tiene que ocultar algo. Pero yo también estoy ocultando cosas. Entonces entiendo por qué es tan fácil estar con él, y por qué tal vez él siente lo mismo conmigo: no tenemos que reconocer esas cosas que deseamos mantener ocultas, las cosas que definen quiénes somos. Podemos hacer una nueva versión de nosotros mismos, sin pérdida ni enfermedad alguna. Somos nuevos para el otro y para nosotros mismos. Cuando regreso del baño, Colton está dejando a un lado el teléfono. —¿Lista? En cuanto digo que sí, ya estamos de nuevo en la combi. Sale de la granja de frutas y entra en el camino, pero no nos dirigimos de regreso a la carretera. En cambio, seguimos el camino que serpentea entre los robles y los olmos, que se elevan y se inclinan hasta que se juntan sobre nosotros. Seguimos la curva de las colinas, y cuando podemos oler el océano en el aire, damos una rápida vuelta para subir por un camino inclinado y sinuoso en un ángulo casi imposible. —¿Adónde vamos? —pregunto de nuevo. —Ya verás —dice Colton—. Casi llegamos. Cuando finalmente alcanzamos la cresta de la colina, puedo ver que estamos en un lugar, muy por arriba del océano, que nos rodea por tres lados, de un color azul profundo y lanzando chispas como si el sol se derramara y se fragmentara sobre su superficie. Nos estacionamos en un pequeño terreno junto al camino, y Colton mira mis sandalias. —¿No hay problema si caminas un poco con esas? No es muy lejos. —No. —Bien. —Sonríe—. Porque creo que te gustará este lugar. Miro alrededor y de pronto sé dónde estamos. —¿Es Pirate’s Cove? Es una playa nudista. Había oído de ella, que estaba llena de hombres viejos con sobrepeso y desnudos, que en ocasiones jugaban voleibol y siempre se acostaban al sol y se bronceaban..., bueno, todo. —Nosotros… No vamos a ir, ¿verdad? Colton se ríe tan fuerte que escupe el sorbo de agua que acaba de tomar. Cuando finalmente recobra la compostura, me sonríe. —No, no vamos de día de campo a Pirate’s Cove, a menos, por supuesto, que en verdad quieras. El lugar al que vamos tiene una vista mucho mejor. Sígueme. Toma la bolsa con todas nuestras provisiones para el día de campo, se pasa las asas por los hombros y se dirige a un pequeño sendero de tierra que no había observado cuando estacionamos. Sigo de pie en el mismo lugar cuando Colton se da vuelta. —¿Vienes? Lo sigo por el estrecho sendero, que da vueltas entre arbustos tan altos que siento como si fuera un túnel, y solo puedo verlo a él enfrente de mí. No hablamos, y no puedo evitar preguntarme qué es lo que vamos a ver, pero no lo digo en voz alta. Me gusta la idea de no saberlo, y el hecho de que adonde sea que me lleve me dará otra perspectiva de él. Después de unos minutos, aminora el paso, y también lo hago yo hasta que se detiene por completo. —Muy bien, ¿estás lista? —¿Para qué? —Para mí lugar favorito para almorzar. —Lista. Da un paso a un lado, y enfrente de nosotros hay una cueva que se abre al océano como una ventana. A través de ella, puedo ver el azul profundo del agua y toda la amplitud del horizonte, y me doy cuenta de que es uno de los lugares de los que me había hablado cuando estábamos recostados en la playa. Y ahora nos encontramos aquí, justo como él lo dijo. —Vamos —dice, tomando mi mano—. Solo ten cuidado con los vidrios en la cueva. La gente deja muchos. Hace más frío cuando damos un paso dentro del arco de la roca, pero lo que siento más que nada es el calor de la mano de Colton alrededor de la mía mientras nos abrimos paso entre los restos de fiestas secretas y fogatas ocultas de las noches de verano. Cuando llegamos al otro lado, donde la luz del sol y los sonidos del océano nos llegan, deja caer su mano. —¿Qué te parece? No es una vista mala, ¿verdad? —Para nada —logro decir. La orilla del acantilado donde estamos es como la orilla del mundo, con su abrupta caída debajo de nosotros. Colton se agacha y se sienta como si estuviera en cualquier silla o banca de cualquier otro lugar. Yo me agacho hasta tocar el suelo y hago lo mismo, aunque casi hace que mi corazón se me pare. Él limpia el pequeño espacio

que hay entre nosotros, desempaca nuestro almuerzo, y pronto tenemos nuestras espaldas apoyadas contra la roca del interior de la cueva; una brisa sopla sobre nosotros mientras admiramos la vista. Colton toma su sándwich, pero en lugar de darle una mordida, mira el agua como si estuviera pensando algo. —¿Sabes lo que es realmente extraño? —pregunta, después de que una ola se estrella y retrocede. —¿Qué? —Es extraño que no sepa nada de ti, en realidad. —Hace una pausa—. Pero que sepa mucho acerca de ti. Me da gusto que no me mire, porque estoy segura de que me vería palidecer. Si tan solo supiera lo extraño que es, lo mucho que sé acerca de él sin siquiera conocerlo tampoco. Cuántas fotografías he visto, cuántos momentos de su vida, grandes, felices, dolorosos y atemorizantes. Momentos que me conmovieron hasta las lágrimas, que hicieron que quisiera conocerlo, que justificaron mi búsqueda. Y entonces pienso en lo bien que conozco el corazón que late en su pecho justo ahora. Cómo eso me hace sentir como si también lo conociera en otro ámbito. Cómo una pequeña parte de mí se pregunta si el corazón de Trent que está en su pecho es lo que hace que me resulte tan fácil estar con Colton. Si es lo que nos da esa sensación, como si a pesar de que no nos conozcamos muy bien, nuestros corazones sí se conocieran. —Hum —es todo lo que digo…, es todo lo que puedo decir. Le doy una pequeña mordida a mi sándwich para no tener que decir nada, aunque no tengo apetito en este momento. Algo en su tono hace que me dé temor seguir el hilo de su conversación, pero no logro evitarlo. —¿Qué… sabes? —pregunto, a pesar de que temo su respuesta. —Bueno, para empezar, sé que no eres la mejor conductora del mundo —dice con una sonrisa. —Gracioso. —Veamos —dice, como si pensara—. Sé que vives en el campo, con una familia unida. Asiento con la cabeza. —Que se te hace un hoyuelo cuando sonríes, y que deberías sonreír más porque me gusta. Esto me hace sonreír. —¿Ves? —dice—. Así. El calor sube de mi pecho hacia mi cuello. —Sé que eres valiente para hacer cosas que te dan miedo. Como el kayak ayer o sentarte aquí ahora. —Me mira a los ojos—. Eso también me gusta. Recorre mi cara con su mirada por un instante que se siente demasiado largo, pero luego se fija en mis ojos y habla con más suavidad y amabilidad. —Confías con facilidad, pero las preguntas parecen espantarte, lo que significa… —Hace una pausa, al parecer sopesando con cuidado sus siguientes palabras—. Hay cosas de las que no quieres hablar. Aparto la mirada, asustada de que si dejo que vea mi cara, sabrá más de lo que ya sabe, que verá todo. —Está bien —dice, leyendo mi reacción de manera incorrecta—. Todos cargamos cosas como esas, cosas de las que preferiríamos olvidarnos. —Hace una pausa, respira largo y luego suspira—. El problema es que casi nunca puedes hacerlo, no importa cuánto te esfuerces. Justo entonces escucho dos cosas en su voz: dolor y, detrás de eso, culpa. Esos sentimientos me resultan tan familiares que no son difíciles de reconocer, y creo que puedo adivinar por qué nunca contestó mi carta. Debe de haber representado todo lo que él no quiere: una conexión con su pasado, el reconocimiento de la muerte de un extraño y el dolor de los que lamentan esa muerte. La culpa debió de acompañar todo eso. Lo que siento en este momento es empatía, porque las cosas con las que cargamos, de las que no hablamos, son las mismas. Una ola revienta contra las rocas de abajo y el agua blanca las engulle, ocultándolas momentáneamente debajo de la espuma blanca que se arremolina. Miro a Colton y él lleva su mano a mi rostro; pasa su pulgar lentamente sobre mi mejilla y me doy cuenta de que está de nuevo humedecida por las lágrimas. —Lo siento —dice—. Sea lo que sea por lo que has pasado. —No tienes por qué sentirlo —digo. Mi voz sale con más fuerza y emoción de la que pretendo. Quiero alejar el peso de su culpa—. Por favor, nunca lo sientas. —Quiero que comprenda lo que en realidad quiero decir. Lo miro entonces, y digo algo que la mamá de Trent me dijo y que yo no creí. Justo ahora quiero, más que nada, que Colton lo crea por sí mismo—. No puedes sentirlo por algo que no puedes controlar. Baja la vista a su regazo y luego vuelve a fijar sus ojos en los míos, buscando como si supiera que hay algo entre nosotros que corre más a fondo que la conversación, aunque él no puede verlo y yo no lo muestro. Estamos sentados a la orilla de un precipicio, con una larga caída y sin red de seguridad. —Entonces no hay nada que sentir —dice, alejándonos de esto—. Solo estemos aquí ahora. —¿Ese es tu mantra? —Algo así. —Se encoge de hombros. Está a punto de decir algo más, pero su teléfono suena en su bolsillo. Lo toma y lo pone en silencio. —¿No tienes que contestar? —No, es mi hermana. —Deberías contestar. Parecía un poco preocupada. —Siempre es así conmigo. Protectora. —Agita una mano como si no fuera gran cosa, pero su mirada salta al agua, evitando la mía—. Tiene buenas intenciones, pero llega a exagerar. A veces creo que todavía me ve un poco desvalido. Nos quedamos callados por un momento, y pienso en la fotografía de cuando entró en el hospital: pálido pero sonriente, flexionando sus brazos delgados, con Shelby a un lado haciendo lo mismo. Lo miro de reojo, el mismo pelo oscuro y los mismos ojos verdes que destacan contra el bronceado profundo de su rostro. —Eso no es lo que veo —digo. —¿No? —pregunta con una sonrisa. —No. Se inclina para acercarse. —Entonces ¿qué ves? Estoy consciente de la irregularidad de mi respiración y de la suya mientras lo miro. Todas las fotografías

que hay en mi mente desaparecen, las de él antes y las de Trent; estoy con Colton, aquí y ahora. —Veo… —Hago una pausa y me echo un poco hacia atrás, poniendo más espacio entre nosotros—. Veo a alguien fuerte. Que ya sabe mucho sobre la vida. Alguien que comprende lo que significa tomarse un día y lograr que sea un buen día. —Hago otra pausa, mirando al agua por un momento; luego vuelvo a verlo—. Alguien que me está enseñando a hacer lo mismo. —Sonrío—. Me gusta eso. —Esto lo hace sonreír—. Así que tal vez podamos seguir haciéndolo —digo, sorprendiéndome a mí misma—. Haciendo que cada día sea mejor que el anterior, y estar aquí y ahora, y todo eso. —¿Mañana? —O pasado mañana. —Los dos días. Su teléfono suena de nuevo. —Maldita sea —dice—. Tenemos que irnos. Otra ola se estrella contra las rocas que hay abajo, levantando un rocío salado en remolinos y rodeándonos, haciendo borrosos nuestros pasados y las cosas en que no queremos pensar. Nos quedamos allí unos minutos más, en el presente y las posibilidades que ofrece, y luego recogemos nuestras cosas y regresamos a nuestros mundos separados.

Necesitarás tomar medicamentos inmunosupresores de por vida para tu trasplante [de corazón]. Es vital que no dejes de tomar nunca estos medicamentos y que no cambies la dosis, a menos que tu médico o enfermera de trasplante te diga que lo hagas. Si dejas de tomar tus medicamentos inmunosupresores, con el tiempo permitirás que tu cuerpo rechace el órgano. Guía para el cuidado del paciente del hospital de la Universidad de Chicago «La vida después de tu trasplante»

CAPÍTULO DIECIOCHO El coche de Ryan es el único que hay en el camino de entrada cuando regreso. Al subir los escalones del pórtico, puedo verla tendida junto a la piscina en una de esas sillas tumbonas, con una de las revistas de cocina de mamá extendida sobre su cara. Me acerco a ella sin saber si está despierta, y levanta ligeramente una esquina cuando me escucha. —Hey, ¿cómo estuvo la lección de kayak? Es una pregunta normal, pero puedo notar en su voz que está sonriendo, como si estuviera bromeando al preguntarlo. Probándome. Me siento en la silla junto a ella. —Las olas eran demasiado grandes como para salir hoy. —¿Y qué hiciste entonces? —Regresar aquí. Se quita la revista de la cara, luego estira las manos hacia atrás y se vuelve a atar la parte superior de su bikini antes de sentarse. —Sí, pero te fuiste todo el día. ¿Qué hiciste antes de regresar? —Nosotros… yo… —Me corrijo demasiado tarde. —Ja. Lo sabía. —Eleva una ceja y sonríe—. ¿Y quién es él? —¿Y si estuve con uno de mis amigos? Ryan baja sus lentes de sol y pone sus ojos a la altura de los míos. —¿Cuándo fue la última vez que saliste con uno de tus amigos? Me encojo de hombros. En realidad no puedo recordarlo. —Bueno. Entonces ¿quién es el chico? —¿Cómo sabes que hay uno? —Es una suposición —dice—. Eso, y que sé cuándo hay algo que no me estás diciendo. Así que habla. ¿Quién es él? No respondo de inmediato. Quiero contarle sobre Colton y el día de hoy. Quiero contarle lo que se sintió sentarse junto a él en ese acantilado. Que me siento preocupada y atraída al mismo tiempo. Quiero que me aconseje, como lo hizo la primera vez que le pregunté sobre besar a Trent, y después de la primera pelea que tuvimos, y si debía ser o no la primera en decir te amo, o si en realidad estaba lista para dormir con él. Ryan siempre tenía las respuestas a todas mis preguntas. Quiero saber lo que pensaría si supiera la verdad, pero también me siento aterrada. —Él es... —digo, eligiendo mis palabras y los detalles con todo cuidado—. Es el instructor de kayak que me dio la lección el otro día. Solo almorzamos, porque hoy no pudimos sacar el kayak. Verdades a medias, omisiones. —Y… —Se inclina, esperando. —Y luego regresé a casa. La última edición de Coma bien viene volando hacia mí y tengo que agacharme. —Oh, vamos. Dime algo. —Eso hice. Me lanza una mirada seria. —Se llama Colton. Ryan hace un movimiento con la mano como diciendo «Por favor» y yo no quiero decir nada más. En cambio, me encojo de hombros. —No lo sé, él es…, es muy dulce. Solo salimos por ahí. —Eso es estupendo —dice, estirando una mano hacia mi pierna. Me da una palmada—. De veras. Es bueno salir adelante. Salir adelante suena mejor que superarlo, pero aún siento una punzada de culpa ante la idea, lo que de alguna manera debe de verse en mi rostro, porque Ryan cambia el tema. —De todos modos, es mejor de lo que puedo decir de mí misma por el momento. —Hace un gesto en dirección de las revistas y las envolturas de dulces dispersas por todo alrededor—. ¿No tendrá un hermano mayor que también sea dulce? —Solo una hermana —digo antes de que pueda impedirlo y hago una rápida pregunta para evitar que siga con ese tema—. ¿Te sientes bien? Pareces… Ryan se encoge de hombros. —¿Aburrida? Lo estoy. Se supone que ahora mismo debería estar al otro lado del mundo, pero aquí estoy. En casa. Descansando junto a la piscina, leyendo las revistas de mamá, saliendo con la abuela y sus damas del Sombrero Rojo. Las adoro y todo eso, pero ahora sus vidas son más excitantes que la mía, lo que es… triste.

—¿Y qué hay del tablero de visión y tu portafolio de arte? ¿Qué hay de la carrera de hoy? Pensaba que estabas lista para nuevos inicios y para conquistar el mundo. Ryan entorna los ojos. —Lo sé. Eso significa fingirlo hasta que lo logras. —Sus labios hacen una pausa durante un segundo—. Claramente aún no lo logro. —¿A qué te refieres? —Quiero decir que Ethan terminó conmigo en medio del aeropuerto y voló a Europa solo, y yo soy tan… — Sacude su cabeza, donde está reviviendo cualquier situación por la que haya pasado, y estoy segura de que se encuentra a punto de enojarse de nuevo, pero mira al piso y solo hunde un poco los hombros—. Estoy muy triste. Es lo que aparece en su cara instantáneamente ahora que lo ha dicho, y no puedo creer que no lo haya visto hasta este segundo. —Estaba tan enamorada de él... —Baja los ojos a su regazo—. Estoy tan enamorada de él. —Sacude su cabeza de nuevo—. Y lo odio, porque tomó mi corazón y lo pisoteó. No debería seguir amándolo. Y ahora… es paralizante. Como si mi mundo se estuviera desmoronando justo enfrente de mí, como bien lo sabes. Digo que sí con la cabeza. Lo sé mejor que nadie. —Oh, Dios, lo siento. Fue estúpido decirlo. —No, no lo fue —digo—. No solo… No es como si solo sucediera. No tienes que ser tan cuidadosa conmigo. En realidad, me gustó lo de ese método de «fingirlo hasta lograrlo». Esa carrera dolió, pero también se sintió bien salir de nuevo. —Vaya que sí. —Ryan está de acuerdo, pero aún parece un poco perdida—. Así que tal vez podemos fingirlo juntas por un rato. ¿Seguimos corriendo? Ryan lo piensa por un momento y la chispa regresa a sus ojos. —Claro, eso me gusta. Pero antes tenemos que salir de esta casa. Y conseguir más chocolate. Y tal vez ropa nueva para correr, si lo vamos a fingir bien. Tus pantaloncitos cortos viejos y raídos no van a atraer a nadie. Le lanzo la revista de regreso. —Esos son mis favoritos. Los he tenido desde siempre. —Claro, y para salir adelante es hora de que encuentres un nuevo par de pantaloncitos favoritos. Vamos al pueblo con Ryan al volante, lo que siempre resulta divertido y aterrador al mismo tiempo. Con la música a todo volumen y mi hermana cantando junto a mí, se siente como antes. Casi como era antes, pero mejor, más cercano, como si estuviéramos en esto juntas. Llegamos a Target, la tienda más importante del pueblo; tal como solíamos hacerlo antes de que Ryan se fuera a la universidad, compramos un café en Starbucks y cruzamos los pasillos con aire acondicionado en busca de las cosas que necesitamos y de las que no necesitamos. Cuando llego a casa, tengo un guardarropa completamente nuevo, cortesía de Ryan y el dinero que ya no gastó en su viaje. En mi cuarto, saco todo de las bolsas y me tiro sobre la cama, sintiéndome motivada por mi nueva ropa, como Ryan dijo que pasaría. Reviso mi teléfono por enésima vez, pero no hay mensajes de Colton. Todavía no es hora de cenar y tengo un poco de tiempo que perder, así que cruzo mi habitación en dirección a mi escritorio, abro la tapa de mi laptop y hago clic en el blog de Shelby, esperando que haya algo nuevo, alguna nueva fotografía de él, o una pequeña cita o historia relacionada con él, pero es la misma publicación que ha estado desde su revisión después de un año: A todos nuestros amigos y familiares, les estamos agradecidos por todo su apoyo. Ha sido un año largo, pero la revisión de Colton salió estupenda y finalmente se está adaptando a sus medicamentos…

Recuerdo la caja de pastillas, y a Colton engulléndolas cuando pensaba que no podía verlo. Me quedo sentada durante un momento, luego escribo en el cuadro de búsqueda: «medicación posterior al trasplante de corazón». Surgen millones de resultados en segundos, muchas revistas y artículos médicos que no creo comprender, pero debajo de la página de resultados, una línea de algún foro sobre trasplantes me llama la atención. Has intercambiado la muerte por un tratamiento médico de por vida…

Hago clic en el vínculo de la cita, que viene de un paciente de trasplante de corazón de cuarenta y dos años de edad. Continúa así: No me malinterpreten. Haría ese intercambio de nuevo sin pensarlo. Y a mi edad, eso es algo que puedo manejar. Hay limitaciones. Limitaciones médicas, y físicas también. Riesgos que podías correr cuando eras joven y no tenías ningún problema médico. Por más que quieras, no es algo que puedas olvidar. No te lo puedes permitir. No importa si estás cansado, o no quieres tomar los medicamentos porque odias cómo te hacen sentir. No importa si sufres efectos secundarios importantes. Eso es parte de tu vida ahora, al igual que las revisiones médicas, las biopsias y la vigilancia de tu peso, tu presión arterial, tu ritmo cardíaco. Es un regalo, pero una enorme responsabilidad que llevas sobre los hombros. Y si no puedes encontrar una forma de salir adelante con todo eso, entonces te pones en riesgo a ti mismo y a tu trasplante. Tienes que ser cuidadoso contigo mismo y honesto acerca de tus límites.

Pienso en Colton, en lo sano y fuerte que se ve. Pero tal vez hay limitaciones que no puedo ver o que no conozco. Siento deseos de ser cuidadosa con él, como dijo la enfermera y como dijo Shelby sin pronunciar esas palabras en realidad. Me hace sentir responsable de su corazón, en más de un sentido.

Los ritmos que cuentan (los de la vida, los del espíritu) son los que bailan y fluyen en la propia vida. El movimiento en gestación desde la concepción hasta el nacimiento; la diástole y la sístole del corazón; cada sucesiva respiración, el surgimiento y el flujo de las mareas como respuesta a la atracción de la luna y el sol; el recorrido de las estaciones, de un equinoccio o un solsticio a otro… Esos, y no los segundos que pasan eternamente y que registran los relojes de mesa y los de pulsera, y no los días, los meses y los años que impone el calendario, son los que definen el tiempo… Moramos en su interior hasta el final de nuestros días.

ALLEN LACY, El jardín sugerente: jardinería para los sentidos, la mente y el espíritu

CAPÍTULO DIECINUEVE Después de esa primera carrera matutina, Ryan y yo nos turnamos para elegir la ruta de nuestra carrera. Hay mucho trabajo en la oficina, más que el que mamá puede hacer sola, así que papá ha regresado a su rutina normal y solo corremos las dos. Corremos por caminos flanqueados por filas y filas de viñedos, por senderos de una sola pista con barrancos ocultos debajo de helechos y hiedra venenosa. En ocasiones hablamos, pero la mayor parte del tiempo solo somos nosotras y la mañana, el ritmo de nuestros pies y respiraciones, los latidos, y el ardor de mis músculos y pulmones mientras me recuerdan cómo es estar viva. Después de nuestras carreras, Ryan se dirige a casa de la abuela para pintar y trabajar en su portafolio, y yo conduzco hacia la costa. En algún punto del camino que da vueltas entre los árboles, me convierto en la persona que Colton conoce. Empezamos a vernos todos los días en el acantilado donde fuimos con el kayak el primer día. Y me pregunto si es para evitar a Shelby, si me está ocultando algún secreto como el que yo guardo. Trato de no pensar en eso, y es fácil cuando estamos juntos. Él me muestra todos los lugares que solía visitar, cavernas ocultas y caminos costeros, lugares que contienen recuerdos de su infancia. Así es como empiezo a conocerlo. No tengo que hacer ninguna pregunta, porque me muestra su pasado de esta manera: el pasado que quiere que yo conozca, sin camas de hospital, tubos de oxígeno ni cajas de plástico llenas de pastillas. Empiezo a reconocer el ritmo de nuestros días, cómo parecen ventanas de tiempo por las que podemos salir al agua o estar al sol. Trato de ser cuidadosa, de ver cualquier limitación que él pudiera tener. La única parece ser que tiene que tomar sus medicamentos. Trato de anticiparlo. Cuando creo que ha llegado el momento de que él tome una dosis, me aseguro de distraerme con cualquier cosa que encuentre: girasoles que crecen a lo largo de un camino, una fila de pelícanos que se deslizan cerca de la superficie del océano, la búsqueda de conchas en la arena. Trato de darle unos momentos para las cosas que él no quiere que vea. Aprendo de él todas las cosas que sí quiere que vea, en los detalles que señala y las cosas que dice. Aprendo que admira a su papá, pero que está más cerca de su abuelo, quien le heredó su amor por el mar y viejas leyendas de marinero. Conoce casi todas las constelaciones del cielo y las historias que hay detrás de cada una de ellas. De veras cree que cada día puede ser mejor que el anterior. Creo que también aprende de mí. Dejo que las cosas salgan sin que él tenga que preguntar. Le cuento sobre las carreras con Ryan y acerca de la abuela y sus damas del Sombrero Rojo. Le cuento que no estoy segura de lo que pasará conmigo. Que me gusta lo que estoy haciendo ahora. Que quiero seguir haciéndolo. Y hay una corriente entre nosotros que se forma y crece en nuestros momentos de silencio y también en los que reímos a carcajadas. Lo veo cuando nuestros ojos se encuentran y él sonríe, lo escucho en la manera en que dice mi nombre. Lo siento cada vez que nuestras manos, hombros o piernas se rozan. Creo que él también lo siente, pero hay algo que lo hace contenerse. No sé si es por mí o por él, pero bailamos alrededor del otro, Colton y yo, a pesar de los imanes de nuestros centros, que laten llenos de vida y nos acercan cada día más. Un día, después de que hemos remado en el kayak y hemos almorzado, le digo que quiero aprender a surfear, así que empezamos en la tarde con lo básico. Me empuja de una ola a otra, gritando para que me levante y aplaudiendo cada vez que lo hago, aunque me caiga de inmediato. Lo hacemos una y otra vez hasta que finalmente lo logro. Braceo hasta alcanzar una ola con todas las fuerzas posibles, y solo me da un pequeño empujón, lo suficiente para que entre. Esta vez, cuando grita para que me pare, lo hago, y encuentro mi equilibrio y monto la ola hasta el final. Es la sensación más asombrosa del mundo y no quiero detenerme ni salir del agua, así que nos quedamos, en las últimas horas de la tarde, braceando y surfeando hasta que me tiemblan los brazos y apenas puedo levantarlos. Luego nos sentamos más allá de donde rompen las olas, con nuestras tablas cerca la una de la otra flotando en la superficie cristalina del agua. El viento de la tarde se ha apagado, y los visitantes de la playa han empezado a marcharse, con excepción de los que se quedan para la puesta de sol. Ya está bajo y pesado sobre el agua. Siento los ojos de Colton sobre mí mientras miro el sol y luego me doy vuelta para verlo a él. —¿Qué? —pregunto, cohibida. Colton sonríe y gira su pie en el agua. —Nada, solo que… —Su rostro se pone más serio—. ¿Sabes cuántos días pasé deseando hacer esto? Es… Dice algo más, pero no lo escucho porque una frase se queda dando vueltas en mi mente. «Cuántos días, cuántos días…» De pronto me siento intranquila. No tengo idea de cuántos días han pasado desde que Trent murió. No sé cuándo dejé de contar. No sé cuándo me alejé de esa cosa que me ataba a mi dolor, que me lo recordaba un día tras otro. Como penitencia por no ir con él esa mañana, por no estar con él en ese momento, por no poder salvarlo ni decirle adiós. Y ahora ni siquiera sé cuántos días han pasado.

Perdí la cuenta. Le fallé de nuevo. —¿Podemos entrar? —digo de pronto—. Por favor. Me duele el pecho. Siento esa vieja y familiar rigidez, y no puedo respirar. —¿No quieres esperarte a saber si lo podemos ver? —pregunta Colton. —¿Ver qué? —pregunto. He perdido el hilo de lo que él decía. No puedo atrapar suficiente aire en mis pulmones: están olvidando cómo respirar. —El resplandor verde —dice Colton, señalando al sol que ahora ha desaparecido hasta la mitad debajo del agua, y que se hunde rápidamente. —¿Qué? —El resplandor verde —repite—. Mira. En el último segundo, cuando el sol se desliza en el agua, si todo es adecuado, puedes verlo. Se supone. —Sonríe—. Mi abuelo solía hacer que lo viéramos, y cada vez nos repetía el viejo dicho de que si ves el resplandor verde, puedes ver dentro del corazón de la gente. —Colton hace trazos con un dedo sobre la superficie del agua y se ríe con suavidad—. Él jura que lo ha visto, por eso siempre sabe lo que todos están pensando. «Ver en el corazón de los demás», pienso. Mi corazón se agita con toda la verdad, las mentiras y las omisiones que guarda. Todas las cosas que no quiero que Colton vea. Todas las que me he ocultado a mí misma. Ni siquiera sé ya lo que hay en mi corazón. —Mira —dice Colton de nuevo, señalando al horizonte—. Pasa rápido. Los dos volteamos hacia el sol, una brillante bola anaranjada que se hunde en el agua llenándola de brillos dorados con su luz. El sol parece acelerarse, desapareciendo más rápido por segundos. Entro en pánico. Quiero ver a otro lado; quiero que Colton aparte la vista. Sé que solo es una historia, pero contengo la respiración mientras el sol se desliza hacia abajo, y en el último segundo miro a Colton. Él se sienta quieto, con los ojos enfocados con fijeza en el horizonte. Y entonces el sol se va. Él suspira. —No hubo resplandor verde hoy. Lo veo a los ojos por un instante, luego observo a lo lejos el parche vacío de cielo donde el sol casi expone mis secretos, y es todo lo que puedo hacer para no llorar. En mi habitación, detrás de la puerta cerrada, no puedo contenerlo más. Mis manos tiemblan mientras tomo mi calendario de la pared y me siento en el piso con él. ¿Cómo pude dejar de llevar la cuenta? ¿Qué mañana desperté y no pensé en el número? ¿Qué noche fui a dormir sin que Trent fuera mi último pensamiento? Recorro las páginas de los meses del calendario hasta el día 365, que es la fecha que nunca podré olvidar. Pongo mi dedo en un pequeño cuadro que viene después de él, pero un sollozo me sacude, dejando escapar las lágrimas que logré contener durante todo el camino a casa. La culpa se acumula en mi estómago. «¿Cómo perdí la cuenta?», me pregunto. Me limpio los ojos y trato de concentrarme en la cuadrícula de espacios vacíos que fueron días sin Trent, días a los que les seguí la pista porque era una pequeña manera de aferrarse a él, de saber siempre cuánto tiempo había pasado, y necesito saberlo de nuevo… —¿Qué estás haciendo? —pregunta Ryan. Ni siquiera la escuché entrar, pero en el segundo en que ella me ve, se coloca de rodillas enfrente de mí—. ¿Qué salió mal? Dejo caer el calendario, pongo mi cabeza en mis manos y sollozo. —Quinn, hey. ¿Qué pasa? —Su tono es de simpatía, lo que empeora las cosas. Levanto la cabeza y la miro. —Yo no… —Una fresca ola de lágrimas brota con fuerza—. No sé cuántos días han pasado desde que él murió. Perdí la cuenta, y ahora no puedo recordarlo, y necesito… —Inspiro antes de que otro sollozo me sacuda, y pongo mi cabeza de nuevo entre mis manos. Los brazos de Ryan me rodean, y siento cómo su mentón descansa sobre mi cabeza. —Shhh. Está bien. Está bien —repite, y quiero creerle, pero ella no tiene idea—. No tienes que llevar la cuenta —dice con suavidad. Lloro en el pecho de mi hermana; es la única respuesta que puedo darle. —No tienes que hacerlo —dice, retirándose con delicadeza para que pueda mirarme—. Eso no lo hace menos importante ni significa que lo extrañas menos. Aprieto los labios, niego con la cabeza. Hay tantas cosas que ella no sabe. —No es así —dice, ahora con más firmeza—. Tenía que suceder, y se supone que así pasa. Tienes permitido sentir menos dolor y tienes permitido sentirte feliz de nuevo. —Hace una pausa—. Tienes permitido empezar a vivir de nuevo…, no es una traición a Trent. Él querría que lo fueras. Una nueva ola de lágrimas surge al oír su nombre. —¿De qué se trata todo esto? —pregunta—. ¿Es porque olvidaste el número de días, o es por Colton? Porque han pasado todos los días juntos durante las últimas dos semanas, ¿y sabes una cosa? Has sido feliz. No tienes que sentirte culpable por eso. —Pero es… —Es algo bueno —dice Ryan. Quiero creerle. Y parte de mí le cree. Parte de mí sabe que tiene razón, porque yo no puedo negar en absoluto la manera en que se siente estar con Colton. Pero tampoco puedo negar la culpa que se esconde debajo de la superficie cada vez que estoy con él. Parece una traición a Trent sentirse de esa manera. Y sé que ocultarle todo eso a Colton es una traición aún mayor. Miro el calendario en el piso enfrente de mí: cada cuadro en blanco es un día que estuvo igualmente en blanco hasta que lo conocí. —Hey —dice Ryan, apretando mi hombro—. Vas a tener días y momentos como estos, cuando todo regrese a ti precipitándose, y está bien. Pero también vas a tener días, muchos, en que te sentirás bien, y eso también es

correcto. —Me acomoda el pelo detrás de mi oreja—. Lo creas o no, incluso tendrás un día en que te volverás a enamorar; pero tienes que estar abierta a esa posibilidad. Sé que está tratando de verme a los ojos, pero yo mantengo la vista fija en el calendario sobre mis piernas. —Ustedes dos se amaron demasiado, pero a ti aún te queda toda una vida por vivir. Tienes que saber que Trent querría eso para ti. Muevo la cabeza afirmativamente, como si tuviera razón, me limpio las lágrimas de las mejillas y la miro directo a los ojos. —Lo sé —digo, pero no es porque le crea. Es porque necesito estar sola. Porque si Trent me viera ahora, no sé si querría que yo estuviera haciendo esto.

Tu visión solo se aclarará cuando puedas buscar en tu propio corazón… Quien busca en su interior, despierta.

CARL JUNG

CAPÍTULO VEINTE Ya estoy despierta cuando mi teléfono suena en la mesa de luz. Sé que es Colton, que llama para decir buenos días y hacer planes para hoy, pero dudo si alcanzarlo. No le expliqué ayer por qué deseaba irme de manera tan repentina y él no preguntó, pero sé que esto no puede seguir así mucho tiempo… yo teniendo estos instantes de desmoronamiento y él solo dejándolos pasar. Con el tiempo, va a pedir algún tipo de explicación, y no sé lo que haré entonces. El teléfono deja de zumbar y un momento después suena el pitido que indica que tengo un mensaje de voz. —¿Quinn? —Hay un golpecito en mi puerta—. ¿Ya estás despierta? Es papá. —Estoy despierta —digo, con el volumen suficiente para que me escuche—. Pasa. Me incorporo y él abre la puerta, pero no entra. Solo se queda allí parado con su ropa de correr, lo que resulta una sorpresa. Es un día laboral. —Buenos días, querida. Es hora de correr. —¿Dónde está Ryan? —pregunto. Después del episodio de la noche anterior con mi calendario, también estoy un poco preocupada por verla. —Se fue a pintar —dice papá, y siento un aleteo de alivio—. Solo tiene unos días más para la fecha límite en que tiene que enviar su portafolio. Parece que va en serio. Tomó todas sus cosas y dijo que regresaría a la noche. —Se encoge de hombros—. De todos modos, me dejó órdenes estrictas de que fuera tu pareja para correr. —¿Y el trabajo? —Tomé el día libre… uno de los privilegios de ser tu propio jefe. —Aplaude—. Vámonos. Afirmo con la cabeza, pero no me muevo. El calendario todavía está en el piso junto a la cama, y todavía no sé cuántos días han pasado. Después de que Ryan se fue anoche, me colapsé en la cama, incapaz de hacer nada, mucho menos contar los días. —No saltes de la cama tan rápido —murmura, mostrando un poco de decepción. De inmediato me siento mal. —Lo siento, yo solo… —Todavía estoy agotada después de anoche. Pesada y hueca al mismo tiempo—. En verdad no me siento bien como para correr hoy. Entonces mi papá entra y se sienta a la orilla de la cama. —¿Y qué tal la carrera al desayuno? Es nuestra oportunidad. Vamos, no has pasado mucho tiempo conmigo últimamente. Quiero escuchar qué hay de nuevo. Mientras comemos tocino. Y huevos. Y bocadillos y salsa de carne. —No lo tienes permitido. —Salsa light. Tocino de pavo. —Me toma por el pie a través de las cobijas—. Vamos, alegra al viejo con tu compañía. Sonrío y cedo. Tengo un poco de hambre. Y ha pasado mucho tiempo. Nos sentamos en el mismo gabinete que siempre usábamos cuando veníamos a comer aquí antes. Desayunar con papá en Lucille’s era otra de esas cosas, como correr, que empezaron como parte de nuestra rutina habitual; luego, a medida que el negocio empezó a despegar, se volvió un lugar para las ocasiones especiales, y al final dejamos de venir. No puedo recordar la última vez que estuvimos aquí, pero la pequeña cafetería de campo no ha cambiado nada. Papá se inclina sobre su café en su taza mellada, cierra los ojos y aspira el aroma como si fuera el mejor olor del mundo. —¿Y qué hay de nuevo? —Toma un sorbo. Lo saborea—. Te has vuelto una vaga de la playa últimamente. Afirmo con la cabeza. —Me divierto allí. —Y Ryan dice que estás adquiriendo velocidad de nuevo. Dice que ya eres tan buena como ella. —Toma otro sorbo de su café. —¿Eso dice? —Esto me hace sonreír, porque ella preferiría presionarse hasta el desmayo antes que admitirlo ante mí—. Es divertido, porque todo lo que me dice es que puedo hacerlo mejor. Mi papá se ríe. —Eso parece correcto. Probablemente puedes hacerlo. Tú hermana dice las cosas como las ve. Siempre ha sido así. —Hace una pausa y deja su café en la mesa para recoger el menú. Pienso en las cosas que Ryan me dijo anoche, acerca de no contar los días ni sentirme mal por pasar el tiempo con Colton, y quiero creerlas de veras, pero es difícil, sabiendo que lo que ella ve no es el cuadro completo. Mi papá cierra el menú, dobla sus manos encima de él y me doy cuenta de que hay algo más detrás de este viaje a desayunar. Me pongo tensa, esperando ver de qué se trata y que ella no le haya contado acerca de Colton, de la noche de ayer ni nada más.

—Estaba pensando algo —dice, tratando de sonar casual, sin lograrlo—. Tal vez quieras inscribirte para tomar algunas clases en la universidad de la ciudad, para que puedas unirte al equipo de campo traviesa. Al entrenador le encantaría tenerte. Dijo que estaría feliz de admitirte, aunque no compitieras por la universidad. —¿Qué? —La sorpresa oculta mi alivio—. ¿Hablaste con él? —Ryan lo hizo. —Wow, ¿soy algo así como su proyecto de ayuda para este verano? —No —dice papá—, ella solo quiere verte feliz. Y correr de nuevo parece ser una de las cosas que tiene ese efecto en ti. —Se queda callado un momento—. ¿Sabes? Eso y la playa, y quien sea que esté allí contigo. Tal vez el chico de la playa que no es tan feo. Bajo la vista para ver el menú, completamente nerviosa de nuevo. —¿Ryan también te contó eso? —No es necesario que ella lo haga. Tu mamá y yo lo podemos ver. Y es bueno, Quinn, es… —¡Dios mío! —Veo un perfil familiar que se pone de pie dos gabinetes detrás de mi papá. —Cariño, en verdad está bien… Niego con la cabeza, haciendo un movimiento con la mano para señalar detrás de él, porque no puedo decir palabra alguna. Se da vuelta y también la ve, solo que él no queda paralizado como yo en el momento. En cambio, deja su servilleta sobre la mesa, se pone de pie y va a saludar a la mamá de Trent. Se abrazan y no puedo oír lo que dice, pero veo que él me señala con la mano, sentada en la mesa, antes de que se acerquen caminando. Me pongo de pie, sintiéndome culpable de pronto de que haya pasado tanto tiempo desde la última vez que fui a visitarla. —Quinn, querida —dice, abriendo los brazos—. ¡Me da gusto verte! —A mí también —respondo, y aparte del impacto inicial, es verdad. Me da un abrazo tan largo y apretado que resulta un poco incómodo. Luego, finalmente me aparta sujetándome por los hombros. —¡Mírate! ¡Te ves asombrosa! —Gracias. Usted también. Y es verdad. Las ojeras bajo sus ojos, que parecían permanentes, han desaparecido, y su cabello tiene color de nuevo, y hasta se ha puesto maquillaje. Casi parece la versión de ella misma que solía hacernos bromas si nos atrapaba en un beso, y que se preocupaba por mis tiempos en las carreras tanto como Trent. La misma de antes. Casi. —Gracias —dice—. He tratado de salir estos días, ofreciéndome como voluntaria por aquí y por allá…, manteniéndome ocupada, tú sabes —agrega, y hay una pizca de tristeza en ello. Mi papá se las ingenia para que la conversación siga siendo ligera. —Quinn también ha estado ocupada —dice—. Está corriendo de nuevo y ha estado tomado clases de kayak. Me deja espacio para intervenir. No lo hago. «Mantenerse ocupada» parece el código para «salir adelante», y resulta poco considerado admitirlo ante la mamá de Trent, aunque ella lo dijo primero. Ella inclina su cabeza a un lado, estira la mano y la pasa sobre mi mejilla. —Es fabuloso escucharlo, dulzura, de veras. ¿Y qué hay con la universidad? Mi papá se aclara la garganta, y me sorprendo a mí misma elevando la voz; no quiero que tenga que responder de nuevo por mí. —Todavía lo estoy pensando, pero podría tomar unas cuantas clases en la universidad de la ciudad en el otoño…, las suficientes como para correr con ellos. Puedo sentir que mi papá sonríe junto a mí. La mamá de Trent lanza sus brazos adelante para abrazarme de nuevo. —Oh, Quinn, ¡eso es maravilloso! —Me aprieta con fuerza y habla en volumen bajo, cerca de mi oído—. Trent se sentiría feliz de que te esté yendo bien. Muy feliz. Pienso cómo pasé los primeros 400 días después de su muerte; por primera vez, trato de imaginar lo que él pensaría si pudiera verme entonces. No sé si es este cambio de enfoque o la sinceridad de la voz de su mamá, pero le creo. Pienso si él pudiera verme ahora, si querría que me mantuviera ocupada y que hiciera planes y… que lo superara. —Escuchen —dice—. Tengo una cita, así que tengo que irme, pero me dio gusto verlos a los dos. Me da un abrazo más, luego abraza también a papá. Y antes de darse vuelta para irse dice adiós, pero escucho algo más en la despedida. De alguna manera se siente más final que los otros adioses que nos hemos dicho. Más como dejarlo ir. Aunque me hace sentir un poco triste, lo entiendo. Siempre estaremos conectados por Trent y nuestro pasado, pero el tiempo ha estirado esa conexión de modo que se siente débil, algo que parece inevitable. Mi papá me mira después de que ella sale por la puerta. —¿Estás bien? Eso fue… inesperado. —Estoy bien —respondo con honestidad. —Bueno —dice, pasando los brazos alrededor de mis hombros—. ¿Podemos terminar nuestro desayuno? Nos volvemos a sentar a la mesa y algo en mí se relaja, tanto que le cuento algunas cosas sobre Colton: que su familia posee un local de alquiler de kayaks, acerca de la cueva y lo asustada que estaba para remar al entrar, y el acantilado donde pasamos un día de campo. Se siente bien hablar de él en voz alta. Sin mantenerlo tan secreto y separado de esta parte de mi vida. Sigo compartiendo con entusiasmo los pequeños detalles de todo eso cuando me doy cuenta de que mi papá solo está sonriendo y escuchando. —¿Qué? —pregunto, sintiéndome de pronto un poco apenada. —Nada —dice, negando con la cabeza—. Suena como si fuera alguien con quien vale la pena estar. Bueno para ti. Sonrío. —Lo es. Extraño a Colton justo en ese momento, y me doy cuenta de que hoy es el primer día en quién sabe cuánto tiempo que no lo he visto. Ni siquiera he tenido oportunidad de escuchar su mensaje.

Cuando llego a casa, cierro la puerta de mi cuarto y oprimo el botón del buzón de voz, esperando que surja la voz de Colton, con el tono de siempre, como si estuviera sonriendo mientras habla. —Hey, buenos días. Probablemente ya estás levantada y corriendo por las colinas con tu hermana. Sé que tal vez íbamos a manejar por la costa pero yo..., hum, olvidé que tengo que ir al norte todo el día. Es por algo de la tienda, así que lo reservaremos para otra ocasión. La buena noticia es que regreso mañana por la noche, y definitivamente debes venir para ver los fuegos artificiales, si puedes…, si quieres. —Hace una pausa—. Yo quiero que vengas. —Hay otra pausa y luego se ríe un poco—. De todas formas, llámame cuando puedas, y que tengas buen día, ¿de acuerdo? Espero verte mañana por la noche. Vuelvo a reproducir el mensaje y a escuchar su voz por segunda vez y luego una tercera; cuando pienso en verlo de nuevo, espero también que sea lo que sea que tenemos, pueda crecer. Que podamos crecer.

No hay un instinto como el del corazón.

LORD BYRON

CAPÍTULO VEINTIUNO En todos los días que pasamos juntos, aún no he estado en la casa de Colton, pero me pide que nos veamos allí hoy. No tengo que ver la dirección para saber cuál es la suya, porque en cuanto doy vuelta a la esquina veo la combi estacionada en el garaje abierto. En el tramo del camino al acantilado que está flanqueado por casas blancas, de estilo moderno, la de Colton destaca, y mi primer pensamiento es: «Por supuesto, esta es su casa». Está construida más atrás en la propiedad que las demás, y la fachada con tejas la hace parecer más cálida y más habitable que las casas de alrededor, con sus líneas elegantes y sus exteriores fríos. Brillantes flores tropicales bordean el jardín, y una fila de toallas y trajes de neopreno cuelga sobre el barandal del segundo piso. Aminoro la velocidad y me estaciono en la cuneta al otro lado de la calle, y una pequeña ola de nerviosismo me recorre cuando veo que Colton pasa por la puerta del garaje y lanza un par de toallas en la combi. Está a punto de dar vuelta y regresar cuando me ve y se adelanta en mi dirección. Yo respiro a fondo antes de salir; ahora estoy incluso más ansiosa porque ha pasado un día desde que nos vimos y nunca antes he estado en su casa. O tal vez es porque Ryan insistió en que me pusiera su vestido. O porque suele ser la hora en que me dirijo a casa. Se siente diferente llegar de noche. —¡Vaya! —dice Colton, encontrándome a la mitad de la calle—. Te ves... —¿Gracias? Creo. —digo, dando las gracias en silencio a Ryan. —Lo siento, sí. Eso fue definitivamente un halago. —Baja la vista, y veo un destello de pena en sus ojos que me hace sonreír. —Tú también te ves ¡vaya! —digo, haciendo un gesto a su ahora familiar uniforme de camiseta de surfear y pantaloncitos cortos. Se ríe, pero es verdad. Su camiseta se ajusta a sus hombros solo lo suficiente, y su color verde oscuro hace que destaquen su bronceado y sus ojos. —Gracias —dice—. Lo intento. Nos quedamos allí, en medio de la calle, disfrutando la brisa de la noche y mirándonos en el crepúsculo, hasta que un auto da vuelta en la esquina y luego baja la velocidad, arrancándonos de nuestro pequeño momento. Colton hace un movimiento con su cabeza hacia su garaje. —Solo voy a cargar el kayak y podemos irnos. —Me mira mientras avanzamos hacia el camino de entrada—. Trajiste traje de baño, ¿verdad? —Claro, está en el coche. ¿Debo ir por él? —Sí. En realidad, tal vez quieras ponértelo aquí para que no tengas que hacerlo en el estacionamiento. Aunque tengo mucha práctica en cambiarme detrás de una toalla cuidadosamente sostenida, es agradable no tener que hacerlo, así que regreso al coche y tomo mi traje. Cuando regreso al garaje, Colton está empujando el kayak en el techo de la combi. —¿Dónde puedo…? —Puedes usar mi baño —dice sobre su hombro, mientras empuja el kayak hacia delante, sobre el soporte, por arriba de su cabeza—. Está al final del corredor, la última puerta a la izquierda. —Está bien —digo distraídamente, pero no voy a ninguna parte. Mis ojos han encontrado una delgada franja de piel expuesta entre la cintura de los pantaloncitos de Colton y su camiseta mientras se estiraba para sujetar el kayak sobre el soporte. Es mucho más clara que la de su cara o sus brazos, y sé por qué. Nunca se ha quitado la camiseta. Nunca lo he visto sin ella, solo he adivinado sus cicatrices y el aspecto que deben de tener ahora, siempre ocultas debajo de un traje, una camiseta de neopreno o una camiseta. Me atrapa viéndolo y sonríe antes de bajar los brazos, ocultando las partes que no está listo para mostrarme. —¿Necesitas que te indique el camino? «Sí», pienso. —No —respondo—, puedo encontrarlo. Paso por la puerta rumbo al corredor. Exhalo. Doy vuelta a la izquierda y camino por el corredor, que está casi oscuro excepto por una luz que surge de una puerta al final del corredor, a la derecha. Estoy a punto de pasar por delante rumbo al baño, pero justo cuando llego a la franja de luz que sale del cuarto, algo en el ropero me llama la atención. Me detengo enfrente de la puerta a medio abrir, esperando no hacer ruido, y luego miro sobre mi hombro para asegurarme de que Colton tampoco viene, lo que me hace sentir todavía más culpable. Pero cuando no veo más que la puerta cerrada que lleva al garaje, la curiosidad me gana y empujo la puerta con suavidad. Jadeo. Llenando todas las paredes de la habitación, hay repisas que sostienen botellas de todo tipo y tamaño, y cada una de ellas contiene un barco, flotando dentro del vidrio. El que vi desde el corredor es el más grande, como un jarrón grande y transparente puesto de lado, con uno de esos barcos de mástil alto y vela tras vela hinchada por un viento invisible. En otras hay barcos más pequeños, botes de vela y otras embarcaciones cuyos

nombres no sé. Algunas botellas son redondas y perfectamente transparentes; otras son cuadradas, o están hechas de cristal grueso, con nubes de burbujas, de modo que las naves que haya en su interior tienen una calidad más suave, casi de ensueño. No puedo evitarlo. Doy un paso dentro del cuarto y tomo una de las botellas más pequeñas. Dentro hay una nave que parece pirata, con velas oscuras raídas que se ven como si el viento las estuviera azotando. Doy vuelta a la botella en mis manos, luego la levanto por arriba de mi cabeza, inspeccionando la parte de abajo para ver si puedo entender cómo metieron la nave. —Ese es el Essex —dice Colton desde atrás. Su voz me produce una sacudida. Abro la boca para decir algo, me hago bolas con la botella en mis manos y luego la pongo de regreso en el anaquel rápidamente, sintiéndome culpable, culpable, culpable. Él la toma con cuidado y la sostiene entre nosotros. —Lo siento —digo—. No estaba tratando de espiar. Iba camino al baño, pero entonces vi los barcos a través de la puerta y no pude… ¿Es tu cuarto? Colton se ríe, luego coloca la botella en su lugar y mira las paredes, con todos sus barcos y botellas. —Sí —dice. Yo también miro a mi alrededor, no solo a las paredes llenas de barcos, sino al escritorio, limpio excepto por algunas fotografías enmarcadas de su familia y una de esas lámparas con brazo expandible. Junto a él, su cama está tendida con cuidado, cubierta con un simple edredón azul. Arriba de la cabecera, pintada en la pared con letra manuscrita de tipo antiguo, hay una cita que me parece vagamente familiar: «Un barco está seguro en el puerto, pero los barcos no se construyen para quedarse allí». Mis ojos viajan hacia abajo, a la mesa de luz, donde hay una botella de agua, una pila de libros y dos filas de frascos de medicamentos. Aparto la vista de ellos, sabiendo que a él no le gustaría que los viera, y la regreso a las paredes llenas de barcos. —¿Los coleccionas? Colton se aclara la garganta, nervioso o tal vez apenado, no puedo saberlo. —Algo así. Quiero decir que yo los hice. —¿Tú los hiciste? —Debe de haber cientos, apilados en cuatro niveles en las cuatro paredes de su cuarto—. ¿Todos estos? Wow. —Sí. Por lo general no le cuento eso a la gente. —Sonríe, pero sus ojos no buscan los míos—. Es una especie de pasatiempo de viejo. No puedo evitar la risa. —No es un pasatiempo de viejo —digo, pero no me escucho convincente. Probablemente porque eso es lo que parece. Colton voltea hacia mí. —No, en verdad lo es. Mi abuelo me enseñó a hacerlos hace algunos años. —Guarda silencio por un momento, pasa los ojos por las paredes de barcos guardados en cristal—. Las llamaba botellas de la paciencia. Los viejos marineros solían hacerlas con cualquier cosa que encontraban en sus barcos cuando estaban en el mar varios meses seguidos. Era una forma de pasar los días. Lo estudio mirándolos, observo la sonrisa que se escapa ligeramente de su rostro, y las cosas que dice empiezan a conectarse en mi mente: hace unos años, botellas de la paciencia. —Solía tener mucho tiempo disponible. —Añade—. Y supongo que él imaginaba que era una buena manera de gastarlo. Me trajo un juego un día, lo puso en mi escritorio y trabajamos juntos hasta que estuvo terminado. —Mira una de sus manos y ahora vuelve a sonreír—. Tú levantaste el primero que hice. —¿Puedo? —pregunto, estirando de nuevo la mano hacia la botella. Me la entrega, y miro de cerca al barco con sus pequeñas velas. —¿Cómo lo metes? —Magia —dice. Golpeo su hombro con el mío. Y el contacto envía un aleteo por mi interior. —No, de veras. —Trato de sonar seria—. ¿Cómo lo haces? Colton se da vuelta para verme de frente y con delicadeza pone sus manos sobre las mías en la botella para que la sostengamos juntos, en el pequeño espacio que hay entre nosotros. Me mira sobre la curva del cristal, con sus manos cálidas sobre las mías. —Construyes el barco fuera de la botella de modo que quede plano y contraído. Luego lo metes y esperas haber hecho todo correctamente; cuando jalas la cuerda para elevar el mástil y las velas, si tienes suerte; hay magia, se levantan y cobran vida. Hace una pausa y mira al barco a través del grueso cristal, pero no puedo quitar mis ojos de los suyos. Puedo verlo sentado aquí en este cuarto con su abuelo, pálido y delgado como era en las fotografías, construyendo pacientemente cada pequeño barco mientras esperaba su propia forma de magia, la que lo haría levantarse a él y cobrar vida de nuevo. —No es complicado —dice, después de un largo instante—. Solo frágil. «Frágil», pienso. La palabra me atrapa, me trae de regreso a lo que la enfermera de urgencias me dijo acerca del corazón de Colton. —Son hermosos —digo—. ¿Todavía los haces? Parpadea y aparta su mirada por un segundo; luego vuelve a verme a los ojos y sonríe. —En realidad no. Eso fue… —Hace una pausa, parece sorprenderse a sí mismo—. No tiene caso construir pequeños barcos que nunca verán el océano cuando puedes estar en él todos los días, en la realidad. Sonríe, un interruptor se enciende y se apaga y puedo sentir que hemos terminado con esta conversación. También aquí, en este cuarto. —Hablando de estar en el océano —añade—, debemos irnos ya, si no queremos perdernos los fuegos artificiales. —Está bien —digo, aunque no estoy lista para terminar con esto—. Solo necesito un minuto para cambiarme.

Sin embargo, en lugar de irme, hago una pausa y estiro la mano hacia él, hacia su pecho. Ligeramente. Con todo cuidado. «Frágil», pienso. Pero él no se siente de esa manera debajo de mi mano. Para nada. A través de todas las capas que hay entre nosotros, su camiseta, la cicatriz que oculta y la sólida curva de su pecho, casi puedo sentir el firme, inconfundible latido de su corazón. El mío casi se para, y una fuerza, repentina y gravitacional, me atrae un paso más hacia él. Nos quedamos en la puerta así por un momento largo que se siente frágil. Él mira mi mano en su pecho, y aunque quiero mantenerla allí para seguir sintiendo esto, la bajo y paso junto a él rumbo al corredor, dejando los barcos, esa cercanía y los ritmos de ambos, de nuestros latidos, arremolinándose en el aire detrás de mí.

Rompe la luz donde ningún sol brilla; donde ningún mar corre, las aguas del corazón empujan con sus mareas.

DYLAN THOMAS

CAPÍTULO VEINTIDÓS Al principio creo que el color rojizo del agua es un efecto de la luz. Empujamos juntos el kayak cuando el sol tira del último pedazo de sí mismo en el horizonte, dejando atrás un cielo anaranjado que se desvanece rápidamente para tomar un color azul en las orillas. La brisa está quieta y es cálida y la superficie del agua es tan tranquila que parece más un lago que un océano. —¡Vaya! —susurro mientras ayudo a Colton a empujar el kayak en el agua que le llega hasta las rodillas—. Es hermoso aquí, esta noche. Colton mantiene la vista en el horizonte. —Podría verlo todos los días y nunca me cansaría. —Yo también —digo. «Así», pienso. Aquí, con los dedos de los pies hundidos en la arena, el agua formando remolinos fríos y suaves alrededor de mis piernas. «Contigo…», pienso. —¿Lista? —dice Colton, sosteniendo el kayak con firmeza para que entre en él. Doy un paso adentro, y Colton lo hace un segundo más tarde; luego de acomodarnos, hundimos nuestros remos en el agua oscura. Lo hacemos con facilidad sobre una pequeña ola y luego otra. Miro mi remo mientras empuja sobre la superficie, dejando pequeños remolinos del color del óxido. —¿Por qué el agua se ve así? —pregunto sobre mi hombro. —Es una marea roja —responde Colton. —¿Una marea roja? —Miro abajo de nuevo, sin que me haya gustado cómo suena, sobre todo después de que dejé que me convenciera de remar desde nuestra pequeña ensenada hasta el muelle en la oscuridad para ver los fuegos artificiales en el agua. Volteo a verlo—. Me da miedo preguntar qué es. —No es nada para espantarse —dice—. Se debe a un tipo especial de alga que florece de pronto, por toda la costa. Es maravilloso cuando sucede. —¿De veras? —Mantengo mi vista sobre el agua mientras nos deslizamos lentamente sobre ella. Parece más sucia que maravillosa. —Sí. Es cosa del azar… Nadie puede predecirla ni controlarla, supongo, porque nadie sabe realmente siquiera qué la causa, pero de noche… Se queda callado, y cuando me doy vuelta, su cara está toda iluminada de una manera que se ha vuelto familiar para mí. Me hace sonreír. —¿De noche qué? —pregunto. Mira el agua, como si se estuviera debatiendo entre contestar o no; luego me lanza una sonrisa con hoyuelos en la mejilla. —Solo espera. Ya verás. —Ahora de veras me da miedo preguntar. Colton se ríe. —No hay nada que temer, te lo prometo. —Señala con el remo la silueta del muelle a la distancia—. Anda. Vamos a tener que avanzar más rápido si queremos llegar allí a tiempo para ver el inicio de los fuegos artificiales. Miro al muelle que sobresale del océano, destacándose contra un cielo que se oscurece rápidamente. —Parece que está lejos… ¿Estás seguro de que podremos regresar? ¿No nos vamos a perder en el mar ni nos va a comer la marea roja nocturna o algo así? —No te puedo prometer nada —dice Colton encogiéndose de hombros—. Esos son los riesgos que estoy deseoso de correr esta noche. Sonríe, tranquilo y confiado, sintiéndose como en casa en el agua y en este momento, y de nuevo puedo sentir un zumbido entre nosotros en el aire. —Riesgos que deseas correr, ¿eh? Asiente lentamente y trata de parecer serio. —Para tu beneficio, por supuesto. —Está bien, entonces —digo, incapaz de evitar que se asome una sonrisa en mi cara—. En ese caso, supongo que yo también lo deseo. —Qué bien —dice Colton, y estoy muy segura de que esta vez es la respuesta que estaba deseando y esperando. No aparta sus ojos de los míos mientras la sonrisa regresa a su cara—. No te arrepentirás. El cielo toma un color índigo y surgen las primeras estrellas, pequeñas y brillantes sobre el océano, mientras nos deslizamos suavemente sobre la superficie. Mis golpes de remo son fuertes al principio, tan llenos de nerviosa energía que estoy segura de que puedo remar hasta el horizonte y regresar sin agotarme. Pero después de unos momentos en silencio, volvemos a nuestro ritmo familiar, sin palabras; me relajo y encuentro mi camino de regreso al lugar que hace que todo desaparezca, excepto el océano, el cielo, y nosotros, deslizándonos juntos por ese lugar invisible donde uno termina y el otro empieza. Mis ojos se ajustan gradualmente a la oscuridad, casi al mismo ritmo en que esta nos rodea. Los cierro por

un momento para dejar que el aire, el agua y la noche se adentren en mí. Todo se siente eléctrico, vibrante, vivo y cargado de posibilidades. Navegando sobre el agua, a través de la oscuridad, yo también me siento así. Es un sentimiento que empieza en lo profundo de mi pecho y me recorre, amplio y en expansión. Casi demasiado fuerte como para contenerlo. Recuerdo momentáneamente la fotografía en mi ropero, el corazón de cristal rojo asegurado dentro de una botella, y luego todos los barcos de Colton en las suyas, y entonces me doy cuenta de la verdad en las palabras garabateadas en la pared sobre ellas: «Un barco está seguro en el puerto, pero los barcos no se construyen para quedarse allí». Para esto es para lo que se construyen, para esta misma sensación. Y tal vez…, tal vez también es para eso para lo que sirve el corazón. Todavía tengo los ojos cerrados cuando siento que el ritmo de Colton se detiene, y sé que levantó su remo del agua. —Aquí está —dice detrás de mí, con la voz llena de entusiasmo—. Quinn…, ¿lo ves? Abro los ojos y él se inclina hacia delante todo lo que puede, acercándome su remo a través del agua. Por un segundo no estoy segura de que mis ojos no me están engañando. La noche ha caído por completo, las luces del muelle brillan a la distancia y las estrellas llenan de puntos el cielo sobre nosotros; pero donde su remo corta la superficie del agua, emerge un brillo de un color azul pálido. Parpadea y se va. —¿Lo viste? —pregunta Colton, y antes de que pueda responder, desliza su remo por el agua de nuevo. Una vez más, aparece un brillo de un color azul tenue que desaparece casi tan rápido como surge. —¿Qué es eso? —pregunto. Miro el agua, esperando a que pase de nuevo. —Es el agua —dice Colton. Se ríe suavemente mientras hunde un extremo del remo, lo hace dar una vuelta rápida y enciende otro resplandor azul, más brillante esta vez que la anterior. —Pero… —No concluyo la frase. En cambio, hago lo mismo con mi propio remo y me sorprendo cuando aparece el mismo resplandor azul a su alrededor. Me río con ganas. No hay una explicación lógica para este…, este… Ni siquiera sé cómo llamarlo. Puedo sentir la mirada de Colton. —Esperaba que pudiéramos verlo —dice. —¿Qué es? —Sigo dando vueltas a mi remo, sin creerlo. —Se le llama bioluminiscencia —responde—. Son todas esas algas de las que te hablaba. Usa su remo para atrapar agua como si fuera una cuchara, la deja caer por el borde y cuando las gotas golpean la superficie, crean una luz azul, pequeña, apenas discernible. No puedo ver el semblante de Colton en la oscuridad, pero sé, por su voz, que está sonriendo de oreja a oreja. —¿Cómo lo hacen…? Barro el agua con mi remo de nuevo, tratando aún de comprender cómo algo así puede ser real. —Es su mecanismo de defensa —explica—. Como un reflejo. Cuando algo las toca, responden con luz. Ahora pasa su remo por el agua, trazando un amplio arco, y aparece de nuevo el brillo de color azul suave, más especial ahora debido a la razón por la que sucede. Porque cuando estas pequeñas cosas tienen miedo, brillan. —Esto es…, es mágico —exclamo. Hago girar de nuevo mi remo suavemente. Me siento mareada por la noche, el agua y el brillo. Y por Colton, que me muestra todo esto. Por dármelo, en realidad. —¿Cómo sabes tanto sobre tantas cosas? —pregunto. Colton se ríe. —¿Es una pregunta capciosa? —No, de verdad. Me muerdo un labio, deseando no haber hecho la pregunta, porque me asusta la intención que tenía. A lo que me refería es: ¿cómo es que sabe mostrarme cosas que no me doy cuenta de que necesitaba ver, o llevarme a lugares a los que no había adivinado que necesitaba ir? Cuando Trent murió, fue como si hubiera retrocedido un paso por completo en la vida, porque vi lo frágil que es en realidad. Pero Colton…, él me está empujando al frente de nuevo desde el momento en que nos conocimos, mostrándome el lado hermoso de la misma verdad. —No importa —digo después de un momento—. No sé lo que quise decir. Un estallido grave se escucha a la distancia, y agradezco que Colton aparte su atención de mí por un instante. —El primero de la noche —dice, levantando su barbilla hacia el cielo. Me doy vuelta a tiempo para ver el rastro de una raya blanca que sube por el cielo y luego explota en fragmentos de luz brillantes y centelleantes que forman arcos al caer sobre el agua, como un candelabro gigante. Colton toma el remo de sus piernas. —Vamos —dice. —Ni siquiera necesito fuegos artificiales con lo que hay en el agua —afirmo, mientras giro mi remo. No me he cansado del efecto suave de la luz de color azul. —Es el 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos; todos necesitan fuegos artificiales —dice Colton—. Vamos. Hunde su remo en el agua y nos hace avanzar; me uno a él, solo que ahora mantengo mis ojos bien abiertos, absorbiendo todo lo que puedo mientras nos dirigimos al muelle, abriendo un suave y brillante camino azul a través de la noche y su oscuridad. Remamos hacia los estallidos y las luces que explotan, y después de unos minutos estamos tan cerca que puedo oler el azufre del humo y sentir cada fuego artificial en el fondo de mi pecho. La gente de la playa aplaude mientras observa cómo uno de color rojo, blanco y azul, los colores de la bandera estadounidense, ilumina la noche y luego cae crepitando por todos lados. Remamos para acercarnos más al muelle. Bajo el estallido de color y luz de arriba puedo ver cómo el agua golpea suavemente contra los pilotes cubiertos de mejillones. Colton levanta su remo del agua y lo deja dentro del kayak, así que yo hago lo mismo y luego me doy vuelta. —Está bien —dice—. ¿Los quieres ver desde el mejor asiento en la casa?

—¿No es donde estamos justo ahora? —pregunto, sin apartar la vista del cielo. —Casi. Espera. Otro estallido hace eco en mi pecho, y de pronto tiemblo por el aire frío. El kayak se mece, y Colton lanza algo que aterriza en el agua con un golpe pesado que salpica todo. —Ancla —dice—. Para que no vayamos a la deriva. Afirmo con la cabeza mientras se inclina hacia delante al fondo de mi asiento y desengancha el cojín. No puedo ver mucho, pero sus manos conocen el camino. —Pon esto donde estaban tus pies, como una almohada. Yo haré que mantengamos el equilibrio. Me levanto lo suficiente para tirar del cojín que tengo debajo de mí y me las arreglo para colocarlo bien a los pies, y entonces Colton me entrega tres toallas dobladas. —Ten. Úsalas como almohadas. Así podrás echarte de espaldas y subir tus piernas sobre la parte del medio, justo aquí. —Da palmadas a la división plana que separa nuestros dos asientos. —¿Y tú? —Yo haré lo mismo en un segundo. —Está bien. Por un momento nos movemos a tientas, mientras cada uno se mueve ligeramente para tratar de ajustarse al movimiento del otro, inseguro de dónde poner las extremidades estando tan cerca de nosotros. Acomodo las toallas lo mejor que puedo sobre la almohadilla, y luego me dejo caer sobre ellas cuidadosamente, como él dijo. Una vez que estoy sentada, solo le toma a Colton un segundo hacer el cambio con su asiento, y también baja lentamente, estirando las piernas cerca de las mías en la parte elevada que hay entre nosotros. El kayak se balancea suavemente mientras nos acomodamos allí, recostados, con nuestras piernas rozándose entre sí. El calor sube por las mías, a pesar de la frialdad del aire. —Ahora tenemos los mejores asientos de la casa —afirma Colton. Luces rojas explotan sobre nosotros, haciendo que nos veamos tan sonrojados como me siento. Me cuesta trabajo apartar mis ojos de él, pero me echo hacia atrás todo lo que puedo y miro arriba. El siguiente fuego artificial sube muy alto; es una franja blanca vertical en el cielo sobre nosotros. Y después de la más pequeña de las demoras, cuando me pregunto si se encenderá, una luz azul brillante explota sobre nosotros y luego cae suave y lentamente, antes de desvanecerse en el aire que nos rodea. Permanecemos recostados allí, mirando cómo explotan los fuegos artificiales y caen alrededor, y puedo sentir las explosiones y crepitaciones en mi pecho, y el calor de las piernas de él entrelazadas con las mías. Con cada momento que me hormiguean, algo más crece con mayor fuerza. Una cosa que no habría predicho, y que ahora no puedo controlar ni explicar. Es un impulso que no quiero combatir más, que no puedo combatir más. El bote se mece suavemente mientras me siento, y no me sorprende cuando veo que Colton ya lo ha hecho. Sé que él también lo siente. Nos quedamos sentados allí, sin palabras, cara a cara entre el resplandor que hay abajo y arriba de nosotros. Tanta luz después de tanta oscuridad. Levanta una mano para llevarla a mi mejilla, enredando sus dedos de nuevo en mi cabello, y luego deja correr su pulgar, suave como una pluma, sobre la pequeña cicatriz de mi labio superior. El momento en que lo vi por primera vez y nuestros mundos chocaron regresa a mí precipitadamente. Siento escalofríos en mi interior. Me inclino hacia la calidez de su contacto, exhalo temblorosa mientras llevo la punta de mis dedos a su pecho. —Quinn, yo… —susurra las palabras, sin terminarlas, en mi boca mientras el espacio entre nosotros desaparece y nuestros labios finalmente se tocan. Mil fuegos artificiales explotan en mi interior y también los siento en él, en sus labios sobre los míos. Y sus manos en mi pelo, y la manera en que nos acercamos más y más. Todo lo demás se desvanece, y en este momento, cuando nos tocamos, somos luz.

Una de las cosas más difíciles en la vida es tener palabras en tu corazón que no puedes pronunciar.

JAMES EARL JONES

CAPÍTULO VEINTITRÉS Mientras remamos de regreso en la oscuridad, lo único que puedo ver enfrente de mí es la línea que he cruzado; resulta cegadora. Todavía puedo sentir los labios de Colton en los míos y el deseo en su tacto, fuerte y suave al mismo tiempo. Y puedo escuchar el sonido de mi nombre, susurrado por sus labios. Pero lo que puedo ver cuando cierro los ojos es su cara, justo antes de ese beso. Abierta, confiada, inconsciente de las verdades que he eludido, verdades que ahora siento como si hubieran crecido hasta convertirse en mentiras porque las he dejado sin pronunciar todo este tiempo. Remamos en un silencio que se siente más tenso que cómodo para mí, y mientras nos abrimos paso sobre el agua me pregunto si Colton también lo siente. Cuando llegamos a la orilla, estoy segura de que así es. No dice una palabra, pero me lanza una rápida sonrisa mientras levantamos juntos el kayak y lo cargamos, goteando y frío, sobre nuestras cabezas hasta su combi. Después de que lo dejamos allí arriba, él toma su mochila y me entrega una toalla seca. —Aquí tienes —dice—. Yo voy a…, dejaré que te cambies. —Gracias —digo, y él desaparece junto al asiento del conductor para darme espacio. Mientras estoy allí sola, el aire se siente más frío que cuando salimos del agua. Aún con la toalla envuelta alrededor, tiemblo mientras me quito el traje de baño debajo de ella y busco a tientas, con manos temblorosas, mi vestido. A través de las ventanillas, veo la silueta de Colton mientras se quita su camiseta de neopreno sobre su cabeza y estira la mano a su asiento para tomar su camisa. Miro abajo para tratar de concentrarme en que mis dedos abotonen el vestido de Ryan, pero la puerta de Colton se abre y atrapo un atisbo de él bajo la luz del interior: cabello revuelto por la brisa salada, mejillas sonrojadas por el frío de la noche, labios que sabían a ambas cosas cuando me besó. Una ligera sensación de aleteo crece en mi pecho y envía un torrente de calor por todo mi cuerpo mientras su puerta se cierra y la cabina se vuelve a oscurecer. Respiro hondo, y luego exhalo larga y lentamente. No tengo otra opción más que contarle todo, en especial cuando me siento como en este momento. Termino de vestirme con lentitud deliberadamente. Envuelvo y vuelvo a envolver mi traje de baño mojado en la toalla. Respiro lentamente de nuevo, cierro los ojos y vuelvo a imaginar el beso antes de alcanzar la manija de la puerta del acompañante. Cuando la abro, Colton me mira, luego gira la llave y se estira para accionar el botón de la calefacción en el tablero. —Lo siento…, debí poner la calefacción antes. Se ve que tienes frío. Afirmo con la cabeza mientras entro, uniendo las manos y llevándolas a mi boca como si el frío tuviera la culpa y no lo que estoy por decir. Luego cierro la puerta y trago saliva con fuerza. «Solo dilo. Cuéntaselo», me digo. —Colton, hay algo… —¿Quieres ir a visitar spas? Hablamos al mismo tiempo, nuestras palabras se superponen, interceptándose entre sí. Él se ríe. —Lo siento, tú primero. —Yo… —Dudo, y los leves nervios que había contenido se escapan de mí cuando una sonrisa aparece en la comisura de sus labios—. ¿Ir adónde? —pregunto. —A conocer spas —dice, con los ojos chispeantes por el brillo del tablero—. El Sandcastle Inn tiene uno bueno en el techo, y conozco el código. Podríamos entrar por un rato. Y calentarnos. Suena tan esperanzado que me permito imaginarme, por un segundo, sentada con él en un spa en el techo, mientras el vapor asciende en el aire nocturno, el agua caliente forma remolinos alrededor de nosotros y… —No puedo —digo demasiado rápido—. Yo… tengo que ir a casa. Tomo el cinturón de seguridad por encima de mi hombro y lo abrocho como decisión final. —Entiendo —dice Colton. La sonrisa se ha ido de su voz. Sus ojos buscan alguna razón para el modo en que he pasado de estar tan cerca a estar tan lejos, vagando en la oscuridad. Miro mis manos sobre mis piernas y no digo palabra alguna. No puedo decir nada. Una alarma suena en su teléfono sobre el tablero, lo toma y lo silencia sin siquiera verla. Miro el celular de reojo. Deseo que no lo hubiera ignorado porque sé que es un recordatorio de sus medicinas. Colton se aclara la garganta, enderezándose en su asiento. —Allá atrás en el agua, eso fue… Mis ojos regresan a él, mientras cada fragmento de mi ser ansía escuchar el resto de la frase, esperando saber lo que él cree que fue. Pero solo mira abajo y tamborilea con sus dedos sobre el volante, mirándolos por un instante largo. —Lo siento. Pensé que tú sentías… —Niega con la cabeza y mueve la palanca de velocidades para echar a andar la combi—. No importa. Te regresaré a tu coche. Da vuelta al volante y avanzamos lentamente por el camino, hacia su casa y a que él no sepa la verdad

acerca de Trent, de su corazón ni de lo que también sentí allá. —Detente —digo con suavidad. Colton presiona el freno, se voltea hacia mí y veo esperanza sin sentir peligro. —Yo sí me sentí así —digo. El alivio fluye por su rostro, y trato de ser valiente y honesta como él lo fue hace un momento. —Allá en el agua fue… —Hago una pausa, reuniendo valor—. Fue la primera vez que me he sentido así desde hace mucho tiempo. Desde… —Está tan cerca; la verdad sale a la superficie de nuevo—. Desde que perdí a alguien que era muy cercano a mí —digo, encontrando mi voz—. Alguien a quien amé. Hay cierto alivio en ese fragmento de verdad, pero es momentáneo. —Lo sé —dice Colton, mirando el volante. Todo en mí, respiración, pulso, pensamiento, se detiene. —¿Lo sabes? Sus ojos me recorren, y no veo nada de lo que esperaba: dolor, furia, nada de eso. Lo único que él me transmite en este momento es su simpatía. —Lo creía —dice con tranquilidad—. Te contienes de la manera en que a veces lo hace la gente que ha perdido a alguien. —Se queda callado un momento—. O cuando piensa que lo va a perder. Tuve una novia hace un par de años que se portó así cuando las cosas… —Aclara su garganta—. Se contenía así conmigo. De la manera en que tú lo haces. Mi corazón vuelve a la acción, golpeando contra mis costillas alternativamente con culpa, preocupación y alivio. Él no sabe que está hablando de Trent, pero puede ver más de lo que me doy cuenta. —Lo siento —digo—. Debí decírtelo antes, pero he estado… «Conteniéndome por otras razones aparte de sentirme culpable por Trent. Conteniéndome porque tengo miedo de lo que sucederá si conoces la verdad, de lo que perderé», pienso. Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas se acumulan, listas para aflorar con lo que sé que necesito decir a continuación. —No lo sientas —dice Colton, inclinándose para acercarse a mí. Muy suavemente aproxima sus labios a mi frente en un beso que no pide nada a cambio. Cierro los ojos y dejo que la sensación se adentre en mí y deseo que todo fuera siempre tan simple. Sus labios avanzan por mis sienes, bajan por mi mejilla y se quedan allí, a un suspiro de los míos. —Tú me dijiste —susurra—, que no lo sintiera por algo que no puedo controlar. Nuestros labios se rozan, y siento que no hay nada por lo que quiera contenerme. Casi me hundo en él, en otro beso, pero él se aparta, justo lo suficiente para vernos a los ojos en la oscuridad que hay entre nosotros. —Por favor —susurra—. No lo sientas por nada. Especialmente por esto.

Nada está menos en nuestro poder que el corazón, y lejos de ordenarle, estamos obligados a obedecerlo.

JEAN-JACQUES ROUSSEAU

CAPÍTULO VEINTICUATRO Conduzco a casa en silencio. Es un silencio oscuro y pesado, solo roto por un ocasional juego de faros. Veo fragmentos de esta noche: la puesta de sol, el brillo del agua, los fuegos artificiales, ese beso. Y destellos de otra noche y otro beso. La primera vez que Trent me besó, estábamos nadando de noche en mi piscina. Era tarde, después de que todos se habían ido a dormir. Había pasado nadando junto a él debajo del agua, sintiendo que mi pelo formaba ondas detrás de mí, bajo la luz, y esperando que mi silueta se viera tan bonita como me sentía entonces. Cuando salí, él estaba enfrente de mí. Sus manos apenas rozaron mi cintura, y nos quedamos allí en ese momento, preguntándonos y sabiendo al mismo tiempo lo que iba a suceder. Nuestro primer beso fue suave, dulce. Una pregunta sobre mis labios. Él sabía al chicle de sandía que siempre mascaba y a una noche robada al verano. El recuerdo produce un pequeño dolor alrededor de mi corazón, el tipo de añoranza que se siente distante y nostálgica. La sensación de sus labios sobre los míos es como un susurro de un recuerdo. Pero el recuerdo de Colton está vivo y palpitante. Si el primer beso de Trent fue tímido, una pregunta, besar a Colton fue como conocer la respuesta. Sabiendo que éramos la respuesta el uno para el otro. Pero hay muchas cosas enmarañadas en nosotros y a nuestro alrededor. Pérdida y culpa. Secretos y mentiras. Muchas cosas que él no sabe, cosas que lamento porque yo sí las puedo controlar. O pensaba que podía hacerlo hasta esta noche. Pensaba que las podía controlar hasta que reconocí esa sensación que había olvidado desde hace mucho y que no sabía que sentiría de nuevo. No sabía que podía volver a sentirla. Cuando me detengo en el camino de entrada, la casa está a oscuras; me quedo sentada por un momento y miro por la ventanilla a un cielo tan lleno de estrellas que parece inexistente, algo tan hermoso y frágil que en realidad no puede ser cierto. Y entonces se enciende la luz de la habitación de Ryan, y todo lo que quiero es que me diga que sí puede serlo. Salta un poco cuando entro precipitadamente por la puerta de su habitación sin tocar. —Hey, ¿Cómo te fue en tu…? —Su sonrisa se desvanece al verme—. ¿Qué salió mal? Eso es todo lo que se necesita. Doy los pocos pasos que me separan de su cama, donde está sentada, antes de deshacerme sobre ella, y todo lo que he estado conteniendo se libera. —Hey, hey, hey —dice, echándome los brazos alrededor—. ¿Qué pasa, qué sucedió? Cierro los ojos con fuerza y me hago ovillo mientras mis hombros tiemblan en sus brazos. —Quinn —dice, apartándome lo suficiente como para verme—. ¿Qué sucedió? Lo veo de nuevo, nuestro beso. —Yo…, él… —Entonces escucho sus palabras: «Por favor, no lo sientas por nada. Especialmente por esto», y muerdo mi labio inferior, mientras paso mis manos por mi cara, que está caliente y húmeda por las lágrimas. —¿Qué? Se incorpora ahora, con la preocupación grabada más profundamente en su expresión. Sacudo la cabeza. —Nos besamos en el agua, y él fue tan…, y yo… —Mi voz tiembla, y otro sollozo lleva mi barbilla a mi pecho. La voz de Ryan se vuelve suave de nuevo. —Ya hablamos de eso, de que está bien sentir… —No —digo, levantando la vista para verla a los ojos. —Quinn, sí. Tienes que creerme. Tú y Trent… —¡No es eso! La firmeza de mi voz nos sorprende a ambas, y ella se queda callada mientras me mira, fijándose en mis ojos abultados y mi barbilla temblorosa. —Entonces… ¿qué es? —pregunta lentamente, como si tuviera miedo de conocer la respuesta. Trago saliva sobre las lágrimas que se acumulan en mi garganta, y sobre el miedo de lo que ella pensará. —Hice algo horrible —susurro, mirando abajo, lejos de los ojos de mi hermana, a mis manos retorciéndose sobre mis piernas—. Algo que nunca debí hacer, y ahora… Llevo la palma de mi mano a mi boca para contener el sollozo que está surgiendo, y las palabras que sé que tengo que pronunciar en voz alta. Puedo sentir los ojos de mi hermana sobre mí, pero no los veo. —¿Qué? Solo dímelo. Lo que sea. Dudo por un instante, y luego hago lo que ella dice. Le cuento todo, empezando por la carta que escribí. Le cuento de los días en que esperé una respuesta, y las noches en que realicé búsquedas en internet para encontrarlo. Le cuento acerca del blog de Shelby y cómo lo encontré finalmente. Acerca de cómo nunca quise encontrarme con él, pero una vez que lo hice, quise conocerlo. Y cómo ahora que lo conozco, lo último que quería hacer era lastimarlo. Y luego le cuento de nuestro beso esta noche. Cómo se sintió y lo que dijo después,

acerca de contenerse y sentirlo. Y finalmente, cuando le he contado todo y ya no quedan palabras para lo que le hice, miro a mi hermana. Ella se queda callada por un momento después de que termino. Me siento en su cama, rodeada de pañuelos desechables, con los ojos hinchados y esperando a que me diga que va a estar bien, o que él comprenderá, o que no es tan malo como parece, pero no lo hace. Respira profundamente. Me mira como si lo sintiera por lo que está a punto de decir. —Tienes que decírselo. —Lo sé —digo, y reconocerlo hace que broten nuevas lágrimas en mis ojos, pero Ryan no se contiene. —No solo porque él merece saber la verdad. Necesitas decírselo porque es la única oportunidad que tienes para que lo que haya entre los dos sea real, si es lo que quieres. —Me mira, con ojos serios—. Pero primero tienes que decidir qué es lo que quieres en realidad. Estás indecisa, creo, pero… —Hace una pausa, aprieta los labios y luego dice algo más que yo ya sé, en un lugar profundo y oculto de mi ser—. Si quieres abrirte a Colton, primero tienes que dejar ir a Trent. Dejar que él sea parte de lo que eres: tu primer amor, tus recuerdos, tu pasado. Pero dejarlo ir. Tienes que hacerlo —dice con voz suave—, para que puedas estar aquí, ahora.

Y aceptarás las estaciones de tu corazón, tal como has aceptado siempre las estaciones que pasan por tus campos. Y mirarás con serenidad a través del invierno de tu dolor.

KAHLIL GIBRAN

CAPÍTULO VEINTICINCO Termino de atar los cordones de mis zapatillas y me levanto. Miro mi reflejo en el espejo. Respiro. Y luego dejo que mis ojos vaguen sobre las fotografías donde estamos Trent y yo. Las sigo por toda la orilla del espejo, hasta el girasol que él me dio, que cuelga pálido y seco junto a ellas. Respiro hondo una vez más, y luego lo tomo y lo acuno en mis manos con la mayor suavidad que puedo. Miro la fotografía que corté de la revista de Ryan. El corazón, deslavado en la orilla de una playa vacía, metido en una botella. Lo miro y pienso en lo que Colton dijo acerca de todos los barcos en sus botella, que no quería construirlos si nunca iban a ver el océano, y lo comprendo. Me siento de la misma forma. Me deslizo por la puerta del frente lo más rápido que puedo, porque necesito hacer esto sola. Mis piernas me llevan por los escalones hasta abajo, y empiezo a respirar de nuevo. Mi corazón empieza a funcionar de nuevo. Siento que mis pies golpean el piso, uno delante del otro, hasta que llego al final del camino de entrada. Y luego me detengo. Respiro. Y empiezo de nuevo, por el tramo de calle que he estado evitando desde hace tanto tiempo. La calle que fue nuestro inicio, hacia el lugar que pensaba que era mi final. Ha pasado tanto tiempo desde que no corro por esta calle que al principio parece poco familiar. Los árboles están más llenos, los viñedos más gruesos. Pero la conozco, sus colinas que suben y bajan y sus vueltas. Conozco el tramo donde los girasoles crecían silvestres en el campo y a lo largo de la reja. Donde todavía lo hacen. Brillan contra el cielo de verano, agitándose suavemente entre la brisa. Me detengo a escuchar y casi puedo escuchar su voz. —¡Hey! ¡Espera! Cierro los ojos y puedo verlo allí, sonriendo y sosteniendo el girasol en su mano. Pero entonces otro recuerdo lo hace a un lado. La reja hecha astillas, las luces que giran, pétalos y sangre dispersos por el suelo. Abro los ojos y estoy de regreso aquí, donde el suelo no muestra cicatrices, la reja ha sido reparada y los girasoles crecen altos y hermosos alrededor de ella. Fijo los ojos en el campo dorado mientras tomo la flor seca que sostengo y elevo la mano sobre mi cabeza. Miro los altos tallos doblados y agitándose cuando paso los dedos entre los pétalos que parecen papel y libero cada pequeña pizca en la brisa. Todos nuestros primeros y últimos momentos, y todos los que están entre ellos, se arremolinan y bailan en las corrientes invisibles, y luego, uno por uno, desaparecen para ir a un lugar del que siempre serán parte.

El miedo puede paralizar a la gente. Una razón por la que los receptores no escriben es porque temen herir o dañar de alguna manera a la familia al «hacer presente algo en lo que no quieren pensar»: la pérdida de su ser amado. Por supuesto, no se dan cuenta de que esta es una pérdida con la que cargas todos los días… Otra cosa que los disuade de escribir es el tiempo que necesita el receptor para sanar física y psicológicamente del trasplante. Un receptor tiene que tomar una gran cantidad de medicamentos para evitar toda posibilidad de rechazo. El proceso de equilibrar las cantidades necesarias de medicamentos puede tomar meses o años. El traumatismo corporal y el trauma espiritual son inmensos.

KAREN HANNAH, Servicios al donante de Intermountain: ¿por qué no escriben?

CAPÍTULO VEINTISÉIS El miedo es un nudo duro y pesado en mi estómago cuando me detengo ante el local de kayaks. Tengo que obligarme a salir del auto. La puerta del local se mantiene abierta con un tanque para buceo, y el letrero dice ABIERTO, pero cuando asomo mi cabeza por la puerta, no veo a nadie detrás del mostrador. Recorro el interior con la vista, aunque no hay nadie dentro ni fuera, mientras las palabras de mi hermana vienen a mi mente: «Tienes que contárselo. Merece saberlo». Lo sabía antes de que ella me lo dijera; era el miedo de perderlo lo que me mantenía callada. Pero parada aquí, ahora, me doy cuenta de que temo más lastimarlo. Me imagino su cara cuando se lo diga, y mi resolución para decírselo empieza a abandonarme. Ocupo todas mis fuerzas para seguir en esto. Después de un largo momento, respiro hondo y cruzo el umbral de la tienda. Sus estantes de equipo están limpios y brillantes bajo la luz de las primeras horas de la tarde, y un ventilador oscila lentamente, soplando el ahora familiar olor a plástico y neopreno en mi dirección. Miro alrededor, medio esperando que Colton venga del cuarto del fondo cargando un tanque completo para buceo o varios chalecos salvavidas con una amplia sonrisa, pero no aparece. Nadie sale a mi encuentro. Doy unos pasos titubeantes hacia el cuarto del fondo y entonces escucho una voz, apenas por arriba del zumbido bajo del ventilador. —¿Puedes callarte ya? —Apenas reconozco la voz de Colton, la manera en que se corta entre palabras—. Fue un error. Olvídalo ya. Me quedo quieta en mi lugar. —Por favor, no te enojes conmigo, Colton. —La otra voz es la de Shelby, y ella también parece molesta—. Solo quiero que te des cuenta de que no puedes cometer ese error. No debes hacerlo. En el segundo en que empieces a dejar tus medicamentos, corres el riesgo de sufrir un rechazo. ¿No lo comprendes? Puedes morirte. No me atrevo a moverme. Trato de no respirar. Shelby sigue hablando. —Así que nunca debes cometer ese error, Colton. Ni porque estés cansado, ni porque te hagan sentir horrible, o estés… distraído. —Suspira. El nudo de mi estómago se aprieta más. —¿Distraído? —Colton le recalca la palabra—. ¿Por qué? ¿Una chica? ¿La vida? Ya pasó más de un año. ¿Se supone que todavía debo quedarme sentado, vigilar mis signos vitales, mirar el reloj para la dosis siguiente y pensar que todo eso pasa en tiempo prestado? ¿Debo concentrarme en eso? La voz de Shelby muestra su enojo. —¿Te das cuenta de lo egoísta que te oyes ahora mismo, lo desagradecido? «No, no, no», pienso. Si sus palabras me dejan sin aire a mí, no puedo imaginar lo que están haciéndole a Colton. El silencio que sigue es insoportablemente largo, y hago un gran esfuerzo para no acercarme y pararme entre ellos. —Ufff —dice él finalmente. Su voz es plana. Fría—. En realidad ya lo dijiste. —Aclara la garganta. Se ríe, pero sin alegría. Está furioso—. Ya estoy cansado. Se oyen pasos, el rápido desplazamiento de sus sandalias sobre el piso, dirigiéndose hacia la entrada. Mi miedo se convierte en pánico de ser descubierta y miro alrededor en busca de un lugar donde ocultarme, no solo de Colton y Shelby, sino de todas las cosas que vine a decirle. —¿En verdad? ¿Ya estás cansado? —grita Shelby, y los pasos se detienen—. ¿Y qué hay de esa carta? Ha pasado más de un año de eso también, Colton. —La voz de ella ha recobrado la calma, pero es falsa, del tipo de calma al que recurres cuando sabes que estás lanzando una flecha que te hará ganar la batalla. No tiene idea de lo lejos que llega esa flecha. El pánico que crece en mi pecho se convierte en algo pesado y grueso que se extiende por todo mi cuerpo a la vez, mi corazón lo bombea hasta la última célula de mi ser, en forma de sangre. Se asienta allí, fijando mis pies al piso de cemento mientras el local empieza a dar vueltas. Me hundo contra la pared detrás de mí. «Esa carta», pienso. —Lo siento —dice Shelby. Su voz es más suave ahora, la culpa se arrastra en su entonación, pero sigue hablando—. Comprendo que es difícil. Y sé que escribirás a sus padres cuando estés listo. Pero por lo menos debes responder la carta que recibiste. Esa pobre chica perdió a su novio y trató de ponerse en contacto contigo, y tú no puedes dejar algo así sin respuesta. ¿Sabes cómo se debe de sentir? «Esa pobre chica», me repito.

Falta el aire en la habitación. Y también donde estoy sentada, con los ojos apretados para evitar que las lágrimas escurran por mis mejillas. «Esa pobre chica que trató de ponerse en contacto contigo. Que te buscó cuando no contestaste. Que te ha estado mintiendo desde el día en que te conoció», pienso. Hay un silencio que parece durar una eternidad, y la tensión crece tanto entre las paredes del local que sé que va a estallar en cualquier momento. Shelby sigue presionando, aunque en mi mente suplico que se detenga. —Tal vez te haga sentir mejor si yo la contesto —dice—. Tal vez te recuerde que es un regalo, Colton. No una carga. Siento que Colton estalla antes de que ella hable. —¿Crees que necesito un recordatorio? —Su voz muestra su irritación y sus heridas abiertas—. ¿No crees que el horario de medicación, la cardioterapia y las biopsias son suficientes? ¿O la cicatriz de mi pecho? ¿No crees que es suficiente? —Colton, yo… —No pasa un día sin que lo recuerde, una y otra vez. Lo afortunado que soy. Que debo estar agradecido. Que debo sentirme feliz tan solo por estar aquí. —Hace una pausa, se aclara la garganta—. Que la única razón por la que estoy aquí es por ese tipo muerto…, el novio, el hijo, el hermano, el amigo de alguien. Sus palabras, y la manera en que dice «ese tipo», como si Trent fuera un total extraño, me derriban, aunque ya estoy tirada, acuclillada sobre mis talones contra la pared. Una chispa de ira se enciende en algún lugar de mi interior, hacia él, hacia mí. A pesar de todas las reglas que rompí para encontrar a Colton, la de evitar el nombre de Trent en la carta fue la única que seguí en realidad. Ahora deseo no haberla seguido. Deseo haber escrito, anotado cada detalle de quién era Trent, para que él supiera quién era «ese tipo». Tal vez entonces habría respondido. Las manos me tiemblan, y una parte de mí quiere salir de las sombras, hacerle las preguntas para las que de alguna manera olvidé que quería una respuesta. El aire se vuelve denso con la tensión del silencio. Luego Colton sigue. —¿Sabes cómo se siente eso, Shelby? ¿Cómo se supone que voy a responder una carta como esa? ¿Le digo que lo siento por su novio? ¿Le prometo que voy a cuidar su corazón? ¿Que pensaré en eso todos los días y nunca olvidaré que estoy aquí porque él no está? —La voz de Colton recupera la compostura—. ¿No lo comprendes? Eso es lo que quiero. Quiero olvidar todo eso. ¿Por qué es tan horrible? ¿Querer una vida normal está tan mal? —Colton, eso no es lo que yo... —Alguien arrastra los pies, tal vez como si ella diera un paso hacia él. —Déjame solo —dice él—. Déjame solo. —Hace una pausa, y en el silencio, mi corazón atruena en mis oídos —. No necesito más recordatorios. Me obligo a ponerme de pie. Me concentro en poner un pie delante del otro, rápido, desesperadamente, en silencio. Necesito salir. Casi llego a la puerta cuando siento el cálido y familiar peso de su mano en mi hombro. —¿Quinn? —dice Colton—. ¿Qué estás…? —La inflexión sigue allí, en su voz, aunque puedo saber que está tratando de ocultarla por mí. Me muerdo el interior de la mejilla. Sé que debo darme vuelta y verlo a los ojos por él. Pero no lo hago. No puedo. —Hola —dice con amabilidad, haciendo que dé la vuelta para quedar frente a frente. Nos vemos a los ojos, y puedo percibir la tormenta en los suyos, su color verde brillante habitual está nublado por el surco de sus cejas. Se ve que quiere escapar tanto como yo. Miro sobre su hombro hacia el cuarto del fondo, deseando que Shelby no salga y me vea allí. —Lo siento. Debí llamar primero. Yo… Los ojos de Colton voltean en dirección de su hermana y todo lo que él no quiere que se le recuerde, y siento una puñalada de culpa cuando vuelve a verme sin idea de lo que tiene justo aquí. Justo enfrente de él. —No, me da gusto que hayas venido. Es solo… —Sus manos se posan sobre mi hombro, y trato de ignorar la complicada corriente que su contacto envía por mi cuerpo. Trato de no verlo a los ojos. —Espera —dice—. Ven conmigo. —¿Adónde? —pregunto sin intención, mirándolo sin querer. —A cualquier lugar —responde—. No importa. Por favor, solo… ven conmigo. La necesidad en su voz me inunda como una ola, y se abre paso por las pequeñas rendijas hasta los lugares más profundos y recónditos. Hace que quiera rodearlo con mis brazos y que quiera huir, pero no hago ninguna de esas cosas. Nunca lo he visto lastimado. Perdido. Lo miro de pie allí, enfrente de mí, y puedo sentir, en ese momento, cuánto me necesita. También cuánto lo necesito a él. Busco una señal de que él conoce la verdad acerca de la chica que le escribió esa carta, pero no hay ninguna. Sin decir una palabra, afirmo con la cabeza, y él me toma de la mano y nos vamos. A cualquier lugar lejos de aquí.

Solo podemos decir que estamos vivos en esos momentos en que nuestros corazones son conscientes de nuestros tesoros.

THORNTON WILDER

CAPÍTULO VEINTISIETE Conducimos con las ventanillas abiertas y el viento arremolinándose con fuerza alrededor de nosotros, llenando el espacio de nuestro silencio con aire salado y frío. Puedo sentir la tensión que brota de Colton mientras se mueve en su lugar y da vueltas. No sé adónde vamos, pero no importa. Avanzamos así, tratando de bloquear el ruido de nuestros pensamientos con el sonido del viento; y solo es hasta que estamos fuera del pueblo, en la carretera costera de dos carriles por la que nos dirigimos al norte por las colinas onduladas, que los hombros de Colton y la forma en que aprieta el volante se relajan un poco. —¿Alguna vez has ido a Big Sur? —inquiere, con una voz más pesada de lo normal. Por su pregunta, queda claro que no planea reconocer la pelea que acaba de tener con Shelby en el local, pero no puedo dejarla pasar, ya no. —Colton —digo titubeando. Me observa de reojo. —Hay un lugar llamado las cascadas McWay. Probablemente sea mi lugar favorito, pero no he estado allí desde hace mucho tiempo. Tiene el agua más clara y azul que hayas visto. Algunos días puedes ver a siete metros, hasta el fondo. Y hay una cascada que surge del acantilado, directo a la arena. He tenido muchas ganas de llevarte allí —agrega con una sonrisa. Su optimismo habitual ha regresado a su voz, y ahora suena más parecido a él mismo. O más al Colton que permite que vea—. Podemos comprar algo de comida en el camino, comer en las cascadas, salir en kayak, tener un día perfecto… —Colton. Mi voz es más firme esta vez, y espero que baste para decirle que no podemos ignorar lo que acaba de pasar. Que por mucho que queramos, no podemos seguir adelante mientras queden tantas cosas sin hablar entre nosotros. Él suspira. Mira hacia fuera por un instante, antes de regresar la vista al camino. —Solo quiero irme de aquí un momento. —Se mueve en su asiento, pasa sus dedos sobre el volante como si fuera una guitarra—. Eso, lo de mi hermana… —Está bien —digo rápidamente. Puedo ver lo incómodo que se siente, y debilita mi resolución de hablar sobre eso—. No tienes que explicármelo. La mía se porta igual cuando está preocupada, y de todos modos es entre ustedes, y… Ahora estoy dándole vueltas. De nuevo. —Así que oíste todo —dice Colton. Miro por mi ventanilla a las colinas cubiertas por la hierba ondulada y dorada del verano, lejos de las palabras que sigo repitiéndome una y otra vez, las palabras de Shelby y las suyas. Y entonces le digo la verdad. —Sí. Pero no es asunto mío. Yo… —Está bien —dice Colton—. No trataba de mantenerlo en secreto. —Pasa la vista sobre mí—. En realidad no. La palabra secreto se pega en mis entrañas, y aunque siento su mirada sobre mí, no puedo verlo a los ojos. Bajo todavía más la ventanilla, deseando que el viento se arremoline aquí y se lleve todos nuestros secretos. —De todos modos —dice, moviéndose de nuevo en su asiento—, no hay mucho que decir. —Desliza la vista de nuevo por el camino—. Me enfermé gravemente hace unos años… Una infección viral atacó mi corazón y lo dañó tanto que necesité uno nuevo. Me pusieron en la lista de trasplantes, pasé mucho tiempo esperando, entrando y saliendo del hospital, hasta que el año pasado finalmente tuve un nuevo corazón. Inhalo profundamente. Ya sé todo esto, pero oírlo de él mismo me golpea de una forma diferente. Colton hace una pausa, y al final de esa pausa puedo escuchar todo lo que no me dice. Las cosas que dijo a Shelby acerca de Trent y la carta. Las cosas acerca de su vida durante ese tiempo, y cómo es ahora. Espero, callada. Me preparo para que él me las diga, pero no lo hace. Solo mantiene la vista en la curva cerrada del camino y mueve ligeramente la cabeza, como si eso fuera todo, como si no hubiera más. Muevo la cabeza de arriba abajo lentamente a manera de respuesta, como si oyera todo por primera vez, como si fuera así de simple, pero necesito esforzarme mucho para mantener mi respiración estable y mi rostro neutral. La manera en que lo expone, como si fuera toda la historia, se siente como una puerta cerrada para mantenerme fuera. Tal vez es para mantenerme a salvo, pero ya es muy tarde. Sé demasiado. Detrás de todas las fotografías donde sonríe mientras pasaba por todo eso y debajo de la superficie de las publicaciones de Shelby acerca de lo positivo que su hermano era entonces, sé que había dolor, sufrimiento y culpa. Había enfermedad, debilidad y hospitalizaciones. Pérdida de peso, hinchazón y un procedimiento tras otro. Máquinas, sondas y medicamentos interminables. Esperanzas crecientes y decepciones aplastantes. Recaudación de fondos y vigilias de la familia. Grandes sustos y pequeñas victorias. Había una vida pasada detrás del vidrio del hospital y los confines de su casa mientras sus amigos y su familia sentían el aire del océano en sus pulmones, la luz del sol y el agua en su piel. Había un cuarto lleno de barcos que nunca dejarían su puerto de cristal transparente. Pero él sonreía para la cámara siempre. E intercambiaba la muerte por algo más que solo una vida de cuidado médico. La intercambiaba por un ancla de

culpa. No logro aceptar la idea de empeorarlo todo. No ahora. No cuando sé que todo esto todavía lo lastima. Me volteo hacia la ventanilla para que el aire que entra con fuerza sea una buena excusa para las lágrimas que hacen que me ardan los ojos. —No importa —dice Colton—. Estoy bien ahora. —Sonríe, tratando de aligerar el tono, y lleva un puño a su pecho—. Fuerte. Y tarde o temprano iba a saberse. —Se encoge de hombros—. Supongo que tan solo me gustaba que me conocieras sin todo eso. —¿Por qué? —pregunto, con la voz apenas algo más fuerte que un suspiro. Inclina la cabeza, pensándolo; luego abre la boca para decir algo, pero se contiene. Yo miro adelante, trato de darle espacio para que encuentre su respuesta mientras recorremos otra curva cerrada. El camino abraza la montaña por arriba del océano, y desde el lado del acompañante no puedo ver el precipicio, cosa que agradezco. Lo que puedo ver es el cielo y el océano que se extiende más allá de los acantilados, ancho y brillante bajo la luz de la tarde. Hace que tenga deseos de estar allí en el kayak, flotando en una de las zonas de color aguamarina, bañadas por el sol, que se ven en ese lugar seguro entre el océano y el cielo, donde nada más importa excepto el momento. Colton se encoge de hombros. —Porque no pienso en nada de eso cuando estoy contigo, y eso es… —Se detiene. Sonríe, pero no con la sonrisa que conozco. Esta parece vulnerable, como sus ojos—. Esa fue una época muy oscura de mi vida, y tú… —Me mira de nuevo, con ojos serios—. Tú eres como la luz después de todo eso. Me deshago allí mismo. Las lágrimas afloran y tomo su mano con la mía, la sostengo y trato de retenerlas, mientras lo veo todo: yo viéndolo por primera vez en la cafetería, él de pie en el escalón de la puerta con el girasol en su mano, los dos dentro de la roca hueca con el sol derramándose en ella y luego remando sobre la superficie del agua, como una silueta entre el océano brillante y el cielo explotando con fuegos artificiales. No puedo arriesgarme a perderlo todo. Toda esta luz. Me está viendo, esperando a que diga algo como respuesta, que diga que me siento de la misma manera. El camino enfrente de nosotros llega a una curva tan cerrada que obliga a Colton a volver la vista al frente, a reducir la velocidad y, como en tantos momentos, a adentrarse en sí mismo, y esta vez no lucho contra eso. Inclinada hacia él, veo un atisbo de la orilla del precipicio, el océano y las rocas golpeadas por las olas muy, muy abajo, y por un instante siento como si los dedos de mis pies colgaran de la orilla y estuviera decidiendo si saltar o no. Pero entonces me doy cuenta de que ya lo he hecho. Estoy cayendo tan abajo, tan rápido, que no vi cómo sucedió, y ahora ya no hay regreso ni nada de lo que sostenerse, excepto él.

A veces, en la vida se presentan esos momentos de realización indecible que no pueden explicarse por completo con esos símbolos llamados palabras. Sus significados solo pueden articularse con el lenguaje inaudible del corazón.

MARTIN LUTHER KING JR.

CAPÍTULO VEINTIOCHO Después de kilómetros de vueltas retorcidas, precipicios por un lado y la exuberante ladera verde, con barrancos y pequeñas cascadas, por el otro, la carretera finalmente se adentra en un llano y pasamos un pequeño letrero que dice CAMPAMENTO ESTATAL. Colton no da vuelta en el campamento sino que gira a la izquierda para entrar en un estacionamiento en el lado de la costa de la carretera. No hay nadie en el kiosco para cobrarnos, y como está desierto, tenemos que estacionar la combi nosotros mismos. Colton detiene el vehículo junto a la reja, bajo un ciprés que extiende sus ramas verdes, anchas y planas, como un enorme bonsái. Está callado cuando recorre el lugar con la vista. —No puedo creer que estés aquí conmigo. —Se inclina sobre el asiento y me da un beso, y yo puedo sentir una sonrisa en sus labios—. Este es mi lugar favorito desde siempre. Ven. Salimos y nos paramos cerca de nuestras puertas abiertas, estirándonos bajo la luz de la tarde. El aire es diferente aquí, más frío y ligero. El olor del agua salada se mezcla con los aromas de los árboles y las flores que crecen y se esparcen por la colina. No podemos ver ni escuchar el océano desde donde estamos, pero lo percibo, igual que puedo percibir cómo se aleja de Colton el último asomo de tensión mientras también lo respira. —Vamos a ver el agua —dice, y antes de que pueda responder, me toma de la mano y me guía a una corta escalera de madera que sube y pasa por la reja, al otro lado, donde un sendero serpentea a través de la alta hierba verde, luego desaparece a la orilla del acantilado. Trepamos por ella y luego caminamos, tomados de la mano, por el sendero. No decimos palabra alguna, pero no tenemos que hacerlo. La dulzura del aire, el tacto de la mano del otro, el sonido distante del océano…, todo es perfecto. Todo se siente como si fuera lo que necesitamos y como si estuviéramos donde debemos estar. Cuando llegamos adonde el sendero conduce a una empinada serie de escaleras, la vista del océano se desdobla ante nosotros. Hace que me detenga en seco. —¡Ahh! —Respiro—. Esto es hermoso. —Sabía que te encantaría —dice Colton con una sonrisa mientras recorre con la vista la amplia ensenada de agua del color del zafiro que hay abajo. En el extremo sureste, un arco blanco y gracioso de agua cae sobre el acantilado y se derrama sobre la arena antes de encontrarse con el océano. Colton inspira a fondo y lentamente, como si se estuviera bebiendo todo el aire, comparando cada detalle con la imagen que tiene en su memoria. —¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que viniste? —pregunto. Él no aparta los ojos del agua. —Mucho. Vine con mi papá, tal vez hace diez años. Vinimos a acampar solos, en la playa. —Sonríe—. Trajimos el kayak y nuestras tablas de surf y nos la pasamos en el agua todo el día. Luego llegamos aquí, hicimos hot dogs y galletas con bombones y chocolate sobre la fogata, y miramos las estrellas fugaces sobre el océano de noche. —Suena perfecto. —Lo fue. Un día perfecto. Así lo recuerdo, de todos modos. Pensaba mucho en él cuando estaba enfermo. — Me mira—. Pensaba que tal vez ese habría de ser el mejor día de mi vida. Ambos miramos mientras una ola, mucho más grande de las que he visto en Shelter Cove, se eleva, ganando velocidad y altura, y luego se estrella en una línea rápida con un trueno que puedo escuchar incluso a esta distancia. Colton lanza un silbido de tono grave. —¿Eres valiente? —No mucho —digo mientras la siguiente ola repite lo mismo, disparando agua blanca a las alturas cuando se estrella—. Está mucho más agitado aquí. Él asiente. —Sí, en realidad no es muy adecuado para el kayak. —Miramos mientras otra ola se desvanece a lo largo de la ensenada, en una perfecta línea vacía—. Pero sí es buena para surfear. Miro, sorprendida por el hecho de que cada vez que lo he escuchado decir eso, lo que pienso es que parece aterrador. Todavía prefiero atrapar el agua blanca cerca del muelle. —Puedes surfear si quieres, no hay problema. Yo miraré. La plataforma donde estamos parados tiene una banca y un mirador, y sé que le hará bien meterse en el agua. —¿De veras? ¿No te molesta? —No, adelante. Todavía no estoy lista para estas olas, pero he visto que puedes hacerlo. Se da vuelta hacia mí y sonríe, luego me acerca para darme un beso rápido y dulce que nos sorprende a ambos. —Gracias. No será mucho tiempo. —Tómate todo el que quieras.

—Está bien. Voy a cambiarme y por mi tabla. Empieza a recorrer el sendero, luego se detiene y regresa por un beso más. Este es más profundo y envía pequeñas olas de calor por todo mi cuerpo. Se retira un poco y descansa su frente sobre la mía, de modo que quedamos viéndonos a los ojos. Sonríe. —Está bien. Ahora sí, voy a cambiarme. —Bueno —repito—. Aquí te espero. Da unos pasos hacia atrás, manteniendo sus ojos en mí hasta que tiene que darse vuelta. Lo miro mientras sube trotando por el sendero rumbo a su combi, esperando a que regrese y me bese de nuevo, sabiendo que si lo hace, no podré contenerme más. Cuando regresa con su tabla de surf, he encontrado el camino a otra plataforma de madera, a medio camino entre las escaleras, que tiene una banca, un barandal y una vista perfecta de la cascada en la ensenada de abajo. —Te traje una camiseta —dice Colton, entregándomela—. Por si acaso. Se inclina para darme otro beso rápido, luego baja por las escaleras con su camiseta de neopreno y sus pantaloncitos cortos, con la tabla bajo el brazo, y me hace feliz verlo de esa manera. Vuelve a moverse con ligereza. Me paro junto al barandal por un momento y miro mientras lanza su tabla en el azul profundo del agua, salta en ella y empieza a bracear con la gracia y la facilidad de alguien que nunca pasa un solo día lejos de ella. Nunca sabrías que había sido de otra manera para él. Nunca lo sabrías desde el exterior. Una ola alta se eleva enfrente de él y me pongo nerviosa, como si fuera yo la que está allí, pero Colton hunde sus brazos y bracea con más fuerza, luego empuja la nariz de la tabla hacia abajo en el momento en que la ola se lanza hacia delante y empieza a romper. Por el más breve de los momentos puedo ver su silueta frente a ella, con la luz brillando a través del agua, y es tan hermoso que me dan ganas de llorar ante la imposibilidad de esta situación que he creado. Una suave brisa se levanta en remolinos del agua, trayendo un escalofrío y un muy ligero anticipo de lluvia. Recorre mi piel y me pongo la camiseta mientras él termina con la ola y da vuelta para bracear en busca de otra. Hay un destello en el horizonte, tan rápido que me pregunto si en verdad lo vi, pero unos momentos después escucho el grave y contundente trueno que retumba. Las nubes ya se han acercado, y empiezan a cubrir el sol que hace unos momentos era tan brillante. Colton atrapa la siguiente ola en el momento en que el destello de otro relámpago corta el cielo en zigzag. Esta vez solo pasan unos segundos antes de que retumbe el trueno. Veo que se empiezan a formar olas altas con crestas blancas, levantadas por el viento. Espero que Colton se acerque a la orilla, pero da vuelta a su tabla y se dirige hacia el mar agitado. Una gruesa gota de lluvia aterriza en mi mejilla, y me seco. Miro al agua, a Colton impulsando su tabla contra el fondo del cielo tormentoso, y deseo que regrese. Los relámpagos destellan de nuevo y él se levanta y se da vuelta hacia la orilla. Agita la mano desde el agua, asiente como si estuviera bien y luego eleva un solo dedo, como diciendo: uno más. Yo le respondo agitando la mano, y empiezan a caer gotas de lluvia, marcando gruesos puntos en la escalera y agregando una nueva capa al aire. Otro destello cruza el cielo y a continuación el estallido de un trueno parece abrirlo. Coloco la capucha sobre mi cabeza y entrecierro los ojos en el aguacero mientras Colton va por una ola y la atrapa. En cuanto termina de montarla, se impulsa con las manos el resto del camino. Cuando llega a la playa, se pone en pie, me hace una señal con la mano y luego se coloca la tabla bajo el brazo. Colton llega a la playa corriendo mientras un trueno retumba sobre nosotros. Me grita algo, pero sus palabras se pierden en el viento. La lluvia cae a cántaros, provocandome pequeñas punzadas de frío por toda mi cara y mi piernas descubiertas, la camiseta se empapa rápidamente. Cuando Colton llega adonde estoy, deja escapar un grito de alegría, y no puedo sino reír por la manera en que me debo ver allí parada, con mi pelo aplastado contra mis mejillas por la lluvia. —Vamos —grita, por arriba del ruido de la tormenta y el oleaje. Toma mi mano y me conduce a las escaleras, indicándome con un gesto que suba primero, delante de él. Subo los escalones de dos en dos, impulsada por la lluvia, el frío y el hecho de que él está detrás de mí. El destello de otro relámpago me hace gritar y siento que la explosión del trueno que lo acompaña golpea mi pecho. Colton se ríe a carcajadas detrás de mí. —¡Vamos, vamos, vamos! Cuando llegamos al final de las escaleras, el sendero de tierra se ha vuelto un pequeño río, y mis sandalias resbalan a cada paso que doy. La combi de Colton está junto a la reja; es una salpicadura de color turquesa brillante entre la bruma gris de la lluvia. Trepo por la pequeña escalera con Colton justo detrás de mí. La lluvia golpea con fuerza contra el techo de la combi y casi ahoga el sonido de la puerta lateral cuando la deslizo para abrirla. Entramos a tropezones, Colton sube detrás de mí y azota la puerta para cerrarla, todo en un solo movimiento. Por un segundo, parece como si se hubiera bajado el volumen, pero entonces el cielo desencadena otro torrente de lluvia aún más fuerte que el anterior. Me apoyo contra el asiento para recuperar la respiración, y él se acomoda junto a mí para recuperar la suya. Nos quedamos callados por un momento antes de que estallemos en risas. Colton se sacude el agua de su pelo; yo escurro el mío y me quito la camiseta empapada de mi pecho. —Eso fue una locura —dice, todavía sin aliento—. Salió de la nada. —No, no fue así. Yo la vi venir desde hace mucho. Nunca había visto nada igual. Pensé que te iba a caer un rayo allí. —Yo también —admite—. Nada como un pequeño roce con la muerte para recordarte que estás vivo. Sonríe y luego estira la mano detrás de él y toma dos toallas. Me entrega una. Pasa la suya por su pelo primero y hago lo mismo antes de quitarme la camiseta mojada y colgarla del respaldo del asiento del conductor. Otro trueno con relámpago hace irrupción, y la lluvia golpea con más fuerza como respuesta. Paso la toalla sobre mis hombros y tiro con fuerza; luego nos sentamos allí sobre la base, con nuestras espaldas recargadas contra un costado, recuperando el aliento y mirando la lluvia golpeando contra las

ventanillas. —Parece que vamos a tener que acampar aquí, por la manera en que está lloviendo —dice Colton, mirándome con una sonrisa—. Y ni siquiera llegamos a la cascada. —Ni hubo estrellas fugaces ni galletas con bombones y chocolate. —Lo sé —dice Colton, sacudiendo la cabeza—. Todo lo que tengo es… —Se inclina sobre mí y revuelve la consola del centro—, la mitad de una botella de agua, cuatro chicles y dos chocolates. No sé cómo vamos a sobrevivir. Hace todo lo posible para poner una expresión seria, pero tuerce la comisura de sus labios. Tiene un escalofrío. —Debemos quitarnos esta ropa mojada —digo, consciente ahora del frío. Una sonrisa inunda el rostro de Colton. Levanta una ceja. —¿Segura? Me río. —Lo dije mal, ¿verdad? No quise decir eso. Me refiero a que... —Colton solo sigue sonriendo mientras el calor fluye hasta mis mejillas y trato de explicarme—. Me refiero a que hace frío, estamos mojados y tú te puedes… Se ríe suavemente y estira su mano para acomodar un mechón húmedo de cabello detrás de mi oreja. Y en ese instante, cuando sus dedos rozan mi piel, hay un inconfundible cambio en el aire entre nosotros. La lluvia cae en un susurro constante, como una cortina de color gris tenue que nubla todo lo que está más allá del espacio donde estamos sentados, y me apoyo en él. Los brazos de Colton me rodean y me levantan para colocarme sobre sus piernas, de modo que quedamos el uno frente al otro. La toalla cae de mis hombros y un escalofrío me recorre, pero no siento frío. Solo el calor de sus manos mientras acarician mi espalda, mi pelo enredado y húmedo, y viajan por mi cuello y mis hombros, dejando un rastro de pequeñas chispas allá donde tocan. Lo beso y sabe a océano, lluvia y a todo lo que quiero en este momento. Un trueno retumba, grave y lejano, y siento cómo una ola de necesidad crece en ambos mientras nuestros labios se unen con más urgencia. Nuestros cuerpos siguen presionándose entre sí, esperando y necesitando estar más cerca. Colton se deshace de su toalla, y mis labios se desplazan a su cuello mientras paso mis manos por su pecho y las bajo a su estómago, donde siguen la orilla de sus pantaloncitos. Me atrae hacia sí como en un acto reflejo, y encuentra mi boca mientras yo encuentro la orilla de mi camiseta. Separo la tela húmeda de mi piel, me la quito por la cabeza, y la frialdad del aire envía otro escalofrío por mi cuerpo mientras paso mis manos por detrás y encuentro el gancho de mi brasier. Cuando dejo que se deslice hacia abajo por mis brazos y caiga al piso, siento cómo eso hace que Colton inhale de golpe. Acerca sus manos a mi cara y presiona su frente contra la mía, respirando con dificultad. Nos miramos a los ojos, sin enfocar. Escucho de nuevo la lluvia sobre el techo. Siento mi corazón golpeando en mi pecho y nuestras respiraciones, temblorosas y alteradas. Colton se echa hacia atrás un poco y pasa su pulgar sobre mi pequeña cicatriz del día que nos conocimos. Cierro los ojos mientras la besa. Respira hondo, luego se inclina hacia abajo, y cuando los abro, está tomando su camiseta de neopreno. Hace una pausa breve, la pasa sobre su cabeza y nos sentamos el uno frente al otro. Desnudos bajo la tenue luz. Contengo la respiración mientras mis ojos se apartan de los de él y bajan a su pecho, a la zona que ha mantenido oculta por tanto tiempo. La cicatriz empieza justo arriba de donde se unen sus clavículas y traza una línea limpia y delgada hacia el centro de su pecho. Puedo sentir cómo me ve en esa situación, que quiere ver lo que haré, y en ese momento la necesidad de estirar mi mano, de tocarlo, es abrumadora. Levanto mi mano, pero dudo en el espacio entre los dos, indecisa. Sin decir una palabra, toma mi mano y la guía hasta el centro de su pecho. La presiona contra su piel para que pueda sentir el golpeteo que es como el eco del mío. —Quinn… Susurra mi nombre y me trae de regreso a él, a un lugar donde solo existimos nosotros y el ahora. Me dejo caer de espaldas sobre la base, atrayéndolo hasta que puedo sentir todo el peso de su cuerpo sobre el mío. Sus labios recorren mi cuello hacia abajo, acarician con suavidad mi clavícula, regresan a mi boca y nos besamos lejos de nuestros pasados. Nos besamos lejos de todo lo que no seamos nosotros mismos, aquí y ahora. Nuestras cicatrices, nuestros dolores, nuestros secretos y nuestras culpas. Nos los damos y los tomamos el uno del otro hasta que se desvanecen en el ritmo de la lluvia. Y de la respiración. Y de los latidos.

Hay momentos en la vida en los que el corazón está tan lleno de emoción Que si por fortuna es sacudido en sus profundidades, como una piedra, Cae alguna palabra descuidada, se desborda y su secreto, Que se derrama sobre el suelo como agua, nunca puede volver a unirse.

HENRY WADSWORTH LONGFELLOW, «El cortejo de Miles Standish»

CAPÍTULO VEINTINUEVE Despierto poco a poco, de modo que de lo único de lo que estoy consciente al principio es de un sonido grave y continuo y la rítmica elevación y caída del lugar donde tengo recargada mi cabeza. Estoy envuelta en algo cálido, pero más allá de su orilla hay una corriente de aire cargada de lluvia que me hace acercarme más a Colton, al calor de su piel y al ritmo de su corazón. Por un instante la idea me sorprende. Durante mucho tiempo pensé en él como la persona que tenía el corazón de Trent. No puedo decir cuándo sucedió ni cuándo cambié de opinión, pero ahora esa idea se siente distante, incluso falsa. Este sonido que puedo escuchar y sentir es el del corazón de Colton. Abro los ojos, y cuando veo la curva de su barbilla, lo bronceado del brazo con el que me rodea, regresa una corriente cálida, la del recuerdo de sus labios suaves presionados contra mí mientras la lluvia caía insistentemente. Su corazón y el mío estaban juntos; esos momentos fueron nuestros, estuvimos a solas. Una luz pálida se filtra por las ventanas empañadas, y todavía escucho el sonido suave de la llovizna afuera, punteado por el de las gotas más grandes que caen del ciprés bajo el que estamos estacionados, golpeando el techo de metal de la combi. Llevo mi mano al centro de su pecho, paso un dedo delicado por su cuello, y Colton se agita ante el contacto. Respira hondo y cubre mi mano con la suya como lo hizo antes. La lleva a su pecho y sonríe sin abrir los ojos. —Hola —digo, sintiendo un poco de vergüenza de pronto, con nuestros cuerpos aún enredados bajo la cobija. Colton abre un ojo y luego el otro, e inclina su barbilla hacia abajo para verme. —Así que no lo soñé. —Una sonrisa se extiende por su cara—. Bueno, esta vez no. Me río y lo empujo jugando, pero los recuerdos de nosotros bajo la lluvia y la idea de él pensando en mí de esa manera desata una nueva oleada de calor en mi interior. Me estiro para alcanzar sus labios y sus brazos me rodean; como si todo estuviera por desaparecer de nuevo, escucho el zumbido de mi teléfono celular. Empiezo a estirarme para ver quién es, pero Colton me atrae hacia él y murmura en mis labios mientras me besa. —No te preocupes por eso ahora. Le regreso el beso mientras el teléfono sigue zumbando antes de quedar en silencio. Luego se escucha el corto sonido de un mensaje de voz. Una pequeña preocupación se adentra en un rincón de mi mente. Le dije a Ryan que iba a ver a Colton. Tal vez solo esté hablando para confirmar que estoy bien. Por lo general no pensaría mucho en ello, pero la tormenta, y el hecho de que no esté donde dije que estaría y de que se está haciendo tarde, hace que me sienta lo bastante ansiosa como para apartarme de Colton, llevar la cobija hasta mi pecho y alcanzar el teléfono. Cuando veo la pantalla, se me encoge el estómago. Doce llamadas perdidas. Mamá, Ryan, la abuela. Una y otra vez. —Dios mío. Colton se incorpora, alerta de pronto. —¿Qué? —pregunta— ¿Qué pasa? Casi dejo caer el teléfono mientras trato de recuperar el primer mensaje de voz. —Yo…, no sé, creo que tal vez, tal vez sea... La voz de Ryan, que suena con urgencia en mi oído, corta mis palabras. —Quinn, es papá. Tienes que venir al hospital ahora mismo. La puerta de urgencias se abre de golpe. Junto con un olor acre a antiséptico, un recuerdo de la última vez que estuve aquí, en este hospital, hace más de un año, me golpea con una fuerza para la que no estoy preparada. Yo hecha un desastre con mi ropa de correr, todavía cargando la zapatilla de Trent; mi papá en el mostrador de las enfermeras haciendo preguntas; las caras de los padres de Trent cuando me vieron. A él ya lo habían retirado de urgencias. Habían tomado decisiones. Habían firmado papeles. El capellán se había ido. Se despidieron sin mí. Me detengo, tratando de respirar, pero el piso se siente inestable debajo de mí. —Hey —dice Colton, tomándome por el codo—. ¿Te sientes bien? Abro la boca para responder, pero la vista de mi familia me detiene. Está sentada en las mismas sillas de color beige donde me senté con mi papá, esperando ver a Trent. Esperando a decirle adiós. Ahora son la abuela, mamá y Ryan quienes se sientan tensas, sin hablar. Mamá mira a media distancia; tiene una mirada afligida en el rostro, como si hubiera fallado, como si estuviera recorriendo en su mente todas las

cosas que pudo hacer de forma diferente. Ryan, que está vestida con sus ropas de pintar y parece al borde de las lágrimas, se concentra en algún lugar invisible en el suelo, como si pudiera contener las lágrimas en caso de que se concentrara lo suficiente. Y la abuela se sienta muy derecha y muy quieta, con el bolso sobre sus piernas y las manos dobladas sobre él, como la calma en una tormenta silenciosa. La mano de Colton se desplaza suavemente hacia mi espalda. —¿Es tu familia? Yo afirmo con la cabeza, reservándome las palabras «infarto cerebral». Y entonces cruzo la sala de urgencias hacia la fila de sillas. Cuando llego, Ryan es la primera en levantar la vista, y sus ojos se agrandan cuando nos ve. Solo entonces me doy cuenta del aspecto que debo de tener, con mi cabello enredado y ondulado alrededor de mi rostro, manchado de rímel, y la camiseta de Colton todavía húmeda sobre mí. —¿Qué sucedió…? ¿Papá está bien? —Siento las lágrimas preparadas para cualquier respuesta—. ¿Tuvo un infarto cerebral? Mamá se levanta y me atrae para darme un abrazo tan fuerte que me pregunto si es peor de lo que imaginaba. Después de un largo instante, afloja un poco la presión, pero no deja de abrazarme. —No se sabe todavía. Lo están evaluando ahora y pronto nos darán más informes. —¿Qué pasó? ¿Cómo…? Pensaba que él… —No termino porque me doy cuenta de que no he pensado nada sobre eso en las últimas semanas: ni sus medicamentos, ni sus revisiones médicas, ni sus síntomas. Solo suponía que estaba bien, lo daba por cierto. Me permití olvidar que no era así. —Me estaba ayudando con uno de mis lienzos —dice Ryan desde su asiento, sin levantar la vista del piso—. Y él… hizo unos ruidos divertidos de pronto, y pensé que estaba bromeando, así que me reí. —Me mira ahora, con lágrimas en sus ojos—. Me reí y entonces sus ojos se giraron, se pusieron en blanco y se cayó. Simplemente se cayó. —Retuerce sus manos sobre sus piernas. La abuela pone su mano sobre las de Ryan, con la fuerza suficiente para que deje de moverlas. —Entonces actuaste y llamaste al 911, y eso es todo lo que podías hacer. Ahora Ryan se incorpora. —No, debí haberme dado cuenta de inmediato, debí llamar antes. Mamá interviene ahora, para impedir que Ryan se culpe. —Tú hiciste lo que cualquiera de nosotros habría hecho, cariño. Lo demás no estaba bajo nuestro control. No creo que mi mamá crea sus propias palabras. Puedo verla de nuevo, repasando todas las medidas preventivas que debió imponerle a mi papá y hace que sienta deseos de acercarme a ella y decirle que no podía hacerlo, que en ocasiones, no importa lo mucho que te arrepientas de las cosas o que desees que sean diferentes, no hay nada que podamos hacer para cambiarlas. Colton se aclara la garganta y se mueve inquieto junto a mí. La abuela es la única, aparte de mí, que lo nota. —Quinn, no nos has presentado a tu amigo. —Mueve la cabeza en mi dirección y la preocupación me recorre. Colton da un paso adelante, con la mano extendida hacia la abuela. —Me llamo Colton. La abuela toma su mano entre las de ella. —Encantada de conocerte, Colton. Tú debes de ser la razón por la que Quinn está tan cautivada por el océano. Ya veo por qué —dice con un guiño—. Esta es mi hija, Susan, y la hermana de Quinn, Ryan. —Gusto en conocerlas a las dos —dice Colton. Mi mamá asiente y sonríe cortésmente. Ryan se levanta y le estrecha la mano, luego pasa la vista de él a mí y la regresa a él. —He oído hablar mucho de ti —dice. Le lanzo una mirada que ella no ve, porque parece estar estudiando a Colton. Luego me mira, y le suplico en silencio que no diga nada más. —Bien —dice, comprendiendo—. Gracias por acompañarla. —Por supuesto —responde Colton. Permanecemos allí por mucho tiempo, en silencio, hasta que un doctor de aspecto cansado y con una bata de color verde menta se acerca con un portapapeles en la mano. —¿Señora Sullivan? —¿Sí? —dice mamá, poniéndose de pie. Todos contenemos la respiración mientras el doctor aborda al grupo, que ya está de pie. —¿Puedo hablar sin reservas acerca de su esposo? Mamá asiente. —Bien —dice—. La buena noticia es que su esposo está estable; no sufrió un infarto cerebral y no hay daño permanente. Todos asentimos como si comprendiéramos. Luego esperamos la mala noticia. —La mala noticia es que este es su segundo ataque isquémico transitorio y que las exploraciones muestran que se está formando un pequeño coágulo en su arteria carótida, que va al cerebro. Si se deja sin tratar, es probable que sí sufra un infarto cerebral, o algo peor, en el futuro cercano. Tenemos varias opciones, pero el tiempo es muy importante, y me gustaría someterlo a cirugía lo antes posible. Mamá asiente, asimilando la noticia, como todos. —¿Puedo verlo? —Por supuesto —dice el doctor—. Venga conmigo. Ella nos mira, solo por un momento, a todos nosotros, y la abuela hace un movimiento con la mano para animarla. —Anda. Aquí te esperamos. La abuela ni siquiera termina de decirlo cuando mamá ya se ha dado vuelta para dirigirse al pasillo con el doctor. Veo que su atención se ha apartado por completo de nosotros y no la culpo. Hemos desaparecido y ahora su mundo es mi papá. Pienso en los dos, toda su historia juntos que abarca treinta y seis años y cómo me sentí al

perder a Trent después de solo una parte de ese tiempo. Cómo se sentiría perder a Colton ahora. Estoy segura de que para ella es diferente por todo ese tiempo, pero resulta aterrador darse cuenta de lo mucho que tu mundo gira alrededor del amor por otra persona. Ryan se echa hacia atrás en su asiento, aliviada, pero no por completo. —No puedo creer que me haya reído de él. Yo solo… Sucedió tan rápido que no me di cuenta. La abuela se da vuelta hacia ella y habla con voz suave. —Vamos, eso ya pasó. Tienes que olvidarlo. —Toma la mano de Ryan—. Tú y yo vamos a dar una caminata. El brazo de Ryan cuelga sin fuerza de la mano de la abuela, y ella niega con la cabeza y respira como si sintiera un escalofrío. —Levántate —dice la abuela, esta vez un poco fuerte. Así llama la atención de mi hermana, y un leve momento de comprensión se produce entre las dos, como si Ryan escuchara las palabras que le dijo a la abuela hace mucho tiempo e hicieran eco en ella. Traga saliva con dificultad. Asiente y luego obedece. La abuela voltea a vernos a Colton y a mí. —Ustedes dos estarán bien aquí, ¿verdad? —Sí —digo, aunque no estoy segura de que sea verdad. —Bien. No nos tardaremos mucho. Y luego pasa un brazo por los hombros de Ryan y la encamina por el pasillo hacia la puerta, para salir al crepúsculo nublado. Por fin exhalo. Colton se sienta junto a mí. —Eso fue aterrador, ¿eh? —Pone su mano en mi rodilla—. Pero parece que tu papá va a estar bien. —Desearía que hubiera una garantía —digo, mirándolo. Aprieta sus labios. —Nunca la hay. Para ninguno de nosotros, pero así es la vida. Nos quedamos callados por un momento. —¿Tienes hambre? —pregunta Colton—. ¿Sed? ¿Quieres un café, un chocolate caliente o algo? Sé orientarme en un hospital. —Sonríe, y no puedo creer la facilidad con que surgen estas pequeñas referencias a estar enfermo, ahora que lo sé. Casi como si él se sintiera aliviado de haber revelado su secreto. —Tal vez solo una botella de agua —digo débilmente. —Voy por ella. —Colton se pone de pie rápidamente, feliz de servir de algo, pero antes se inclina frente a mí, toma mi barbilla para que lo mire, se me queda viendo a los ojos y empieza a decir algo, pero entonces solo me besa con suavidad en la frente. —Quinn, yo… Regreso enseguida. Se da vuelta y se dirige a otro pasillo, y yo me apoyo en el respaldo de mi silla, meto las manos en los bolsillos del buzo y cierro los ojos para tomarme un minuto y respirar. Trato de concentrar mi mente en lo que le sucedió a mi papá, lo que el doctor dijo y la probabilidad de que todo esté bien. Pero no veo más que a Colton bajo la pálida luz de la tormenta, mi mano sobre su pecho desnudo, sus labios sobre los míos, la lluvia alrededor de nosotros como en un sueño. Abro los ojos y el brillo fluorescente del hospital lo aleja todo. Pasan unos minutos, y juego con algo que llevo en lo profundo del bolsillo por unos segundos antes de preguntarme qué es y sacarlo. Es un pedazo de papel, doblado en un cuadro pequeño y apretado. Empiezo a desdoblarlo sin pensarlo, pero me quedo paralizada cuando reconozco el papel gastado, de color crema. Casi se me para el corazón. Toda mi culpa y mis secretos salen precipitadamente de lo que tengo en mis manos, como un castigo por lo que he hecho. No tengo que abrir la carta para saber lo que dice. Yo escribí un borrador tras otro, noche tras noche, hasta que sentí que había quedado perfecta. Que decía exactamente lo que quería decirle a la persona que tenía el corazón de Trent. La náusea sube desde mi estómago mientras la desdoblo poco a poco, con cuidado para no romper el papel que alguna vez fue grueso y que ahora está desgastado por la tormenta y muchas cosas más. Mis ojos recorren las palabras, mi escritura, los dobleces que no son míos, los nuevos pliegues por haberse doblado y desdoblado una y otra vez. Los que Colton debió de hacer para que cupiera en su bolsillo, para llevarla con él. Miro las palabras, mis palabras, tan llenas de dolor y tristeza. La persona que escribió esa carta se siente como una extraña. Ella fue alguien que estaba buscando una manera de aferrarse a Trent. Alguien que no creía que pudiera amar a nadie más. Que no sabía que la persona a la que estaba escribiendo sería la que le mostraría que estaba equivocada. —¿Qué estás haciendo con eso? La voz de Colton hace que levante la cabeza, sorprendida, y el aspecto del impacto en su cara debe ser un espejo del mío. Sus ojos están fijos en la carta que tengo en mis manos. —Yo… —Trato torpemente de volver a doblarla, pero él coloca las dos tazas de café humeante en el piso y me la quita antes de que pueda hacerlo. Su repentina intensidad me sorprende. —Lo siento —digo—. No era mi intención… Estaba en tu bolsillo, y pensé que tal vez era… —No es tuya como para que la leas —dice Colton, y no sé qué es peor, su tono o la horrible ironía de sus palabras. Lo miro allí de pie, tratando de doblarla para que vuelva a ser el pequeño rectángulo que ha estado en el fondo de su bolsillo durante quién sabe cuánto tiempo, y no puedo más. No puedo soportar haber guardado este secreto tanto tiempo. Por fin encuentro las palabras. Las digo con cuidado, para que no se malinterpreten. —Es mía. Sus manos se congelan en el aire. Me mira confundido. —¿Qué? Su voz tiembla de una manera que hace que yo no quiera decir lo que sigue, pero que tengo que hacerlo. —Esa carta es mía. —Trago saliva con dificultad, con la boca repentinamente seca—. Yo la escribí. —¿Tú qué?

Trato de mantener mi voz tranquila. Deseo que haya más aire en esta sala. —Yo escribí esa carta. Para ti. Hace meses, después… —Mi voz se quiebra—. Después de que mi novio murió en un accidente. Esas palabras, y toda la verdad que hay en ellas, están hechas de aire, apenas son audibles, pero él las escucha, y cada músculo de su cuerpo se tensa. Sacude la cabeza. —Antes de conocerte —agrego, con la irrazonable esperanza de que de alguna manera eso marque una diferencia; pero en cuanto veo a Colton sé que no es así. Se queda en silencio y quieto como una estatua, excepto por un pequeño movimiento de su quijada que se aprieta. Me pongo de pie, doy un paso hacia delante. —Colton, por favor… Él retrocede. —¿Tú lo sabías? —pregunta, con voz fría—. Cuando nos conocimos, ¿tú sabías quién era? La pregunta desencadena un flujo caliente de lágrimas de mis ojos. —Sí —suspiro. Colton se da la vuelta para irse. —Espera —suplico—. ¡Por favor! ¡Solo deja que te explique…! Se detiene. Se da vuelta de golpe para verme de frente. —¿Explicar qué? ¿Que estabas buscando a la persona que tenía el corazón de tu novio? ¿Que me encontraste después de que firmé un papel que decía que no quería que se me buscara? —La ira brilla en su cara como los relámpagos sobre el océano—. ¿O que te quedaste junto a mí hace unas cuantas horas mientras te lo contaba todo y tú no dijiste nada? —Hace una pausa, y algo más destella en su cara. Tal vez el recuerdo de lo que vino después de eso. Pero se va rápidamente, y su voz se vuelve hueca—. ¿Qué parte quieres explicarme? Abro la boca para responder, pero la verdad de lo que he hecho me deja sin palabras por un momento. Y entonces doy la única explicación que puedo dar. —Nunca contestaste. Se lo digo al piso, no como acusación, sino como explicación de todo, en su forma más simple y honesta. Colton da un paso hacia mí. —¿Y por qué crees? Nunca quise algo así. Nunca quise nada de esto. —Me mira directamente a los ojos, y juro que no lo reconozco—. Hazme un favor. Olvida que me conociste. Porque yo nunca debí haberte conocido. Y luego se va. Atraviesa las puertas automáticas hacia la noche.

El síndrome del corazón roto El síndrome del corazón roto es un trastorno en que la tensión extrema puede llevar a una insuficiencia del músculo cardíaco. La insuficiencia es grave, pero a menudo de corto plazo… La causa del síndrome de corazón roto no se conoce por completo. En casi todos los casos, los síntomas son desencadenados por tensión emocional o física extrema, como dolor, enojo o sorpresa intensos. Los investigadores piensan que la tensión libera hormonas que «aturden» al corazón y afectan su capacidad para bombear sangre al cuerpo. Instituto estadounidense del corazón, los pulmones y la sangre

CAPÍTULO TREINTA Me siento en la silla de la sala de espera envuelta en una neblina, no me puedo mover. Estoy hundida. Gente sin rostro va y viene por delante de las sillas donde estoy sentada. Voces confusas hablan por el sistema de intercomunicación. La abuela está a mi lado, dando golpecitos con una mano en el brazo de su asiento y la otra sobre mi rodilla. Ryan se encuentra al otro lado. Ella no me mira, no dice una palabra, y no estoy segura si es porque está preocupada por papá, o porque está tan horrorizada de mí como yo. Soy una persona horrible, egoísta y mentirosa. Esperamos juntas en esas sillas, pero en nuestros mundos separados. Un doctor viene a darnos nuevas noticias. Acaban de llevar a papá a cirugía. Nos acomodamos. Se tardará unas horas. Mamá regresa con nosotras en silencio, con los labios apretados para mantener el control. Se ve pequeña allí, de pie, enfrente de nosotros y tan asustada. Es desgarrador y aterrador al mismo tiempo. La abuela se levanta y la abraza. —Todo va a estar bien. No puede saberlo con seguridad. Ninguna de nosotras puede, pero nos apegamos a la seguridad de la voz de la abuela. Mamá asiente sobre su hombro, y sus labios tiemblan. Sus ojos se humedecen, pero cuando nos ve a Ryan y a mí, algo cambia en ella. Ve a la abuela a los ojos, y ella la suelta de sus brazos. Mamá se seca los ojos, se endereza y abre los brazos para que nos acerquemos a ella. Se vuelve todo lo fuerte y segura que puede para nosotras, mientras repite las palabras de la abuela. —Todo va a estar bien. Nos sentamos en fila, la abuela, Ryan, mamá y yo. Estamos calladas mientras esperamos, llenas de preocupación, pero atraídas por la fuerza que extraemos de las demás. Con el tiempo, el cansancio las agota. La abuela se queda dormida con su mejilla recargada en su puño. Ryan se pasa a una fila vacía de sillas, se acomoda sobre ellas y se queda dormida en cuanto cierra los ojos. La barbilla de mamá cae sobre su pecho. Y entonces me quedo sola de nuevo. Los ojos me arden y el cuerpo me duele por el sueño, pero mi mente no lo permitirá. La escena con Colton se repite una y otra vez en mi cabeza mientras el reloj va marcando las horas como si fueran los latidos. Su dolor y su furia, mi culpa y mi vergüenza. Secretos. Mentiras. Heridas que no pueden remediarse ni tratarse. Un daño irreversible. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando el doctor aparece enfrente de nosotras. Pongo una mano en el hombro de mamá, y ella se incorpora de inmediato, parpadeando bajo la luz fluorescente. Las líneas que rodean sus ojos son profundas, pero cuando ve al doctor, se pone de pie, alerta. Él sonríe. —Las noticias son buenas. —Ryan y la abuela están ahora de pie y se unen rodeando al doctor—. La cirugía salió muy bien, pudimos retirar el coágulo y le colocamos una endoprótesis. Ahora está en recuperación. Mamá abraza al doctor. —Gracias, muchas gracias. La sonrisa del doctor es sincera, pero cansada; le da una palmada en la espalda a mamá. —No ha despertado todavía, pero puedo pedir a una enfermera que la lleve con él para que esté allí cuando despierte de la anestesia. Cuando el doctor nos deja, una enfermera llega para llevarse a mamá con papá. La abuela decide que se quedará y esperará, pero que Ryan y yo debemos irnos a casa. No discutimos con ella, y guardamos silencio mientras caminamos por el corredor, pero ambas parecemos lanzar el mismo suspiro de alivio. Sin embargo, para mí solo dura un segundo. Salimos por las mismas puertas que usó Colton, y ahora puedo sentir el peso completo de lo que lo hizo salir por ellas. La culpa entra como el aire la próxima vez que respiro, y mi corazón y mis pulmones la llevan a cada parte de mi cuerpo. Me pregunto dónde está él. «Regresa», pienso. «Quédate aquí.» Pero sé que no lo hará. El distante aullido de una sirena se hace cada vez más elevado y cercano mientras cruzamos el estacionamiento hacia el auto de Ryan. Ella oprime el botón del control remoto y abre su puerta. Miro la

ambulancia que pasa bajo el letrero de Urgencias. La sirena se detiene, pero las luces siguen girando, azul-rojo, azul-rojo, mientras las puertas laterales se abren y los médicos saltan por ambos lados. Luces azules y rojas, girando contra el pálido cielo del amanecer. Las voces entrecortadas de los médicos, la confusión del sonido de sus radios en el fondo. De pronto me falta el aliento. —Quinn —dice Ryan, pero su voz suena muy distante. Estoy en el camino, de rodillas, perdiéndolo todo una vez más. Las puertas traseras de la ambulancia se abren, y otro médico se trepa en ella, luego estira una mano y jala el extremo de una camilla. Llama a los demás. —¡Llévenselo! ¡Vamos, vamos! —Quinn, vámonos. —La voz de Ryan me saca de allí, al presente, pero no me duele menos. Aquí, he perdido todavía más.

Acude a tu pecho, toca allí y pregunta a tu corazón lo que sí sabe.

WILLIAM SHAKESPEARE, Medida por medida

CAPÍTULO TREINTA Y UNO Me siento en mi cama con el teléfono en la mano. Miro el número de Colton, lista para marcarlo con solo tocar el botón de llamar. Pero no lo hago. Sé que no contestará. Lo he hecho una y otra vez, y ahora va directo al buzón de voz, como si hubiera apagado su teléfono o se hubiera deshecho de él. He pensado en ir a buscarlo, he tratado de imaginar las palabras que podrían hacer que él lo entendiera, pero no hay ninguna. Trato de imaginar que regresamos en el tiempo. Trato de vernos juntos en el agua, o en esa ensenada con la cascada, o mirando la puesta de sol desde la playa. Pero ya no puedo hacerlo. Todo lo que veo es su rostro furioso, y escucho las palabras que me dijo, con una voz que sonaba como la de un extraño: «Olvida que me conociste». No fue furia lo que oí en esas palabras, fue un dolor que yo causé. Nadie puede decirme que fue un accidente, o que estaba más allá de mi control, o que no pude hacer las cosas de forma diferente. Lo busqué. Lo encontré. Me permití enamorarme de él. No tenía derecho a hacer ninguna de esas cosas. Fueron decisiones que yo tomé, pero al hacerlo, hice a un lado las suyas, y como dijo Ryan, arruiné cualquier posibilidad de que tuviéramos algo real. Borré todos nuestros momentos, días y experiencias antes de que existieran siquiera. Y ahora soy el pasado que él quiere olvidar. No tengo más opción que dejarlo. Me retiro al aislamiento de mi propio pasado, donde merezco estar. Allí estoy sola con todas las cosas que deseo que pudieran cambiarse. No duermo. No como. Le cuento a Ryan lo que sucedió cuando fui a su tienda para decirle la verdad, y luego le hablo acerca de la tormenta y el hospital. Después de eso apenas digo nada. Me da espacio. Corre sola. No hace preguntas ni ofrece consejos. No puedo saber si es porque no se los pido o porque ella no tiene ninguno. Un par de días después, cuando papá regresa a casa del hospital, salgo de mi cuarto para hacerle saber lo aliviada que me siento ahora que él se siente bien. Cuánto lo amo. Trato de ayudarlo para que se cuide a sí mismo, pero solo estoy presente a medias. Ryan, todavía conmocionada por haber presenciado su ataque, se la pasa alrededor de él, dándole abrazos y llorando de la nada. Mamá administra su recuperación: órdenes del doctor, recetas, lo cubre en la oficina. Yo me desvanezco en el fondo, hundiéndome cada vez más. Perdiéndome de nuevo. Estoy sentada ante mi computadora con el mismo pijama que he llevado los últimos dos días, recorriendo arriba y abajo el blog de Shelby, cuando Ryan entra sin tocar. Ve la fotografía de Colton en la pantalla antes de que yo pueda cerrar la ventana. —¿Todavía nada? Niego con la cabeza. —¿Por qué no lo llamas? —Lo he hecho. Muchas veces. Él no responde. Aprieta los labios y asiente. —Supongo que si yo fuera él, tampoco lo haría. No después de descubrir algo así. No me gusta hablar de eso, así que no digo nada. Ryan suspira profundamente y se apoya sobre el escritorio enfrente de mí. —Ya entré —dice. —¿Qué? —A la escuela de arte, en Italia. Les encantó mi portafolio. Al parecer, los corazones rotos producen arte irresistible. —Eso es estupendo —digo. Pero no suena convincente. La idea de no tenerla aquí me ahoga. —¿Cuándo te vas? —En un par de semanas. —Nos quedamos calladas un momento, y creo que sé qué es lo que quiere; parece un poco triste también—. Voy a extrañarte. Y estoy preocupada por ti. —No puedo ni mantenerme de pie. —¿Sabes que te dije que él merecía saber la verdad? Levanto la vista para verla. —Bueno, lo merece, Quinn. Merece saberlo todo. No solo lo que él cree que sabe. —¿De qué estás hablando? —pregunto. —Me refiero al resto de la verdad. Que empezó tratándose de Trent, pero que en algún momento eso cambió. Que te enamoraste de él. Que estabas asustada. Que no querías herirlo ni perderlo. Esas cosas son toda la verdad también, ¿o no? Mis ojos se inundan, y miro a mi hermana. —Me pidió que me olvidara de que lo conocí. —Trago saliva a pesar del nudo que tengo en mi garganta, y mi voz sale gruesa por las lágrimas—. No quiere oír nada que yo tenga que decir. —¿Estás bromeando? Esas son las cosas que él necesita escuchar de ti. ¿Crees que no se siente herido ahora mismo, caminando por allí, con solo la mitad de la verdad?

Las lágrimas, una tras otra, ruedan en silencio por mis mejillas ante esa idea. —Piensa en todas las cosas de las que siempre te has arrepentido por no hacerlas o decirlas. Todas las cosas que has deseado poder cambiar. —Mueve la cabeza de un lado a otro—. Entre toda la gente, tú eres la que más sabe cuánto pueden lastimar estas cosas. Tú sabes cuánto tiempo se pueden quedar contigo y cambiarte. Hace una pausa y echa un largo vistazo a Colton en la pantalla de mi computadora. Cuando regresa sus ojos a los míos, están llenos de seriedad. —Así que no las dejes. Haz algo. Ve a buscarlo y díselas.

Da todo tu amor. Obedece a tu corazón.

RALPH WALDO EMERSON

CAPÍTULO TREINTA Y DOS Me detengo en el mismo mirador donde lo hice la primera vez que conduje para ver a Colton. La luz del sol y el aire salado entran cuando bajo la ventanilla, y trato de respirar tal como lo hice ese día. Mis manos tiemblan de la misma manera ante la idea de verlo. Pero ahora muchas cosas son diferentes. Entonces, conduje prometiéndome que no hablaría con él, que sería invisible. Que no interferiría en su vida. Ahora necesito que él me escuche. Quiero que me vea. Y a pesar de lo que me condujo a él, no quiero ni pensar en que no sea parte de mi vida. Necesito decirle la verdad, que está enredada entre las mentiras. Que fui buscando el corazón de Trent, una conexión con el pasado, una manera de conservarlo. Pero que lo que obtuve cuando lo encontré a él fue una razón para dejarlo ir. Necesito decírselo. No lo cambiaría aunque pudiera. Cuando doy vuelta en la calle principal, estoy hecha un lío. Todavía más que aquel primer día. Me estaciono en el mismo lugar que entonces, enfrente de la cafetería, y observó a través de la ventana para ver si hay una posibilidad de que lo encuentre allí, pero está vacía. Respiro hondo y cruzo la calle hacia el local Good Clean Fun, con la cabeza baja, tratando de reunir valor mientras avanzo. Cuando me detengo en la cuneta y finalmente levanto la vista, el piso desaparece de debajo de mis pies. El interior del local está oscuro. Los estantes, que por lo general se encuentran llenos de kayaks, están vacíos, y delante de la puerta cerrada hay ramos de flores y letreros. Letreros con el nombre de Colton. Mis ojos se nublan y todo el aire en el mundo se agota. Doy un paso hacia la puerta, pero ni siquiera puedo ver bien. Todo lo que veo es el hospital, el rostro de Colton y su expresión cuando le dije la verdad. Su expresión cuando se fue. La forma en que no miró atrás. Me derrumbo justo donde estoy, como si no tuviera piernas. «Esto no puede estar sucediendo», pienso. No cuando no he tenido siquiera…, cuando no he logrado tener una oportunidad de hablar con él, ni de dejar las cosas claras, ni siquiera... de verlo. Hundo mi cabeza entre mis rodillas, y lloro. Lloro por mí misma, y por Colton, y por Trent también. Esto es demasiado. La vida, el amor y lo frágil que es todo. Se repite una y otra vez en mi cabeza, un estribillo triste y desesperado. «Esto no puede estar sucediendo, esto no puede estar sucediendo, esto no puede…» —¿Quinn? ¿Eres tú? Me tomo un segundo antes de registrar la voz, pero cuando lo hago, levanto la cabeza lentamente, con miedo de lo que me encontraré cuando mire a Shelby. Ella está de pie sobre mí, y para verla tengo que entrecerrar los ojos por la luz del sol y mis lágrimas. Me observa, luego ve las flores y los letreros ante la puerta, y abre mucho los ojos. —¡Dios mío! —exclama. Luego se sienta enfrente de mí y toma mis manos entre las suyas—. Él no… Esto es… Él va a estar bien. —¿Qué? —Apenas puedo pronunciar la palabra. —Colton. Va a estar bien. La gente sigue trayendo cosas aquí porque todavía no puede recibir visitas, y tuve que cerrar la tienda hasta que mis padres regresen. El alivio abre mi pecho, y finalmente la puedo ver. Tiene los mismos ojos verdes que él…, amables y conmovedores, pero en cierto modo también cansados. Yo me seco los ojos. —¿Qué sucedió? —Entró en rechazo agudo hace cuatro días. —Oh, ¡Dios mío! Mi propio corazón se detiene prácticamente, y la culpa me envuelve y me aprieta. Cuatro días antes, cuando nos fuimos del local después de su pelea con Shelby porque no tomaba sus medicamentos, cuando pasamos la tarde juntos y ni una vez lo vi tomar una pastilla. Hace cuatro días, cuando conoció la verdad. —De verdad nos espantó —dice—. Yo sabía que algo estaba mal cuando llegó a casa. Se fue a su cuarto, y escuché el ruido de vidrio quebrándose, y cuando entré corriendo, estaba rompiendo todas sus botellas. Hace una pausa, como si lo estuviera viendo de nuevo. —Entré corriendo y traté de detenerlo, pero no lo hizo hasta que acabó con todas; y no me habló, no me dijo qué le ocurría, solamente que quería estar solo. Unas horas después empezó a tener problemas para respirar, y se veía terriblemente mal. Estaba casi en insuficiencia total cuando la ambulancia llegó a la casa la mañana

siguiente. —Dios mío —susurro. Mis ojos se llenan de lágrimas, y miro mis manos, que se retuercen sobre mis piernas. «Es mi culpa, es mi culpa, es mi culpa», me repito. —Ya se encuentra estable, pero no fuera de peligro. Lo tienen bajo fuertes dosis de medicamentos contra el rechazo, y se lo tendrá que vigilar en el hospital hasta que sus biopsias estén limpias. —Shelby respira hondo y se apoya contra la pared—. No está respondiendo tan bien como les gustaría, aunque creo que…, creo que hay algo más que el hecho de saltarse unas cuantas dosis de sus medicamentos. —Me mira—. Él me contó lo que pasó… con la carta. Todos mis músculos se tensan, preparándome para escuchar lo que piensa de mí. —Por eso no te llamé cuando todo esto sucedió. Odiaba lo que hiciste. Cuando me contó, quise odiarte por no respetar su decisión sobre el asunto. Parpadeo y ella hace una pausa. Suaviza un poco su tono. —Pero luego me di cuenta de que yo estuve haciendo lo mismo durante un tiempo, solo que de un modo diferente. Lo expuse todo para que todos lo vieran, porque de alguna manera me hacía sentir mejor. Pero en realidad Colton tampoco quería eso. No sé qué decir. Shelby me mira a los ojos. —Me equivoqué al hacerlo. Y tú te equivocaste al hacer lo que hiciste. Vuelve a respirar hondo, y yo lucho por encontrar las palabras correctas para disculparme. —Pero ¿honestamente? —dice ella—. Desde que te conoció, él ha estado mejor de lo que nunca lo había visto. Nunca escribí acerca de eso, pero tuvo que luchar después de su trasplante con un montón de cosas con las que no sabíamos cómo ayudarlo. No estaba segura de que alguna vez tendríamos al viejo Colton de regreso. —Sonríe—. Pero entonces te conoció, y fue como si recuperara su vida. No sé si alguna vez he visto a mi hermano tan feliz como cuando estaba contigo. Así que si de algo hay que culparte es de eso. Lágrimas calientes resbalan por mis mejillas. Felices, tristes y agradecidas al mismo tiempo. Shelby sonríe. —Fuiste la primera persona por la que preguntó al despertar, y yo no quería…, no pensaba que fuera buena idea que te viera. —Toma mi mano entre las suyas y la aprieta—. Pero la está pasando mal ahora, y creo que necesita verte, así que es bueno que estés aquí. Yo puedo llevarte. Afirmo con la cabeza, todavía incapaz de hablar por mis lágrimas. Creía conocer a Shelby porque había seguido sus actualizaciones en la página de Colton y luego creí que la conocía mejor por las pocas veces que me encontré con ella, pero en este momento puedo ver lo que en realidad es: una persona que se preocupa, ferozmente protectora, de buen corazón, que haría cualquier cosa por su hermano, incluso perdonarme. —Gracias —logro decir por fin. Me vuelve a estrechar la mano. —Gracias a ti por encontrar a mi hermano.

Trae tus secretos, trae tus cicatrices… Desempaca tu corazón.

PHILLIP PHILLIPS, «Desempaca tu corazón»

CAPÍTULO TREINTA Y TRES —Adelante —dice Shelby cuando dudo afuera de la puerta del cuarto de hospital de Colton—. Se pondrá feliz de verte al despertar. —Me entrega un bolso, los ramos de flores y los letreros del local—. Ten, entrégale esto. Lo llevo todo en mis brazos. Desearía haber traído algo mío para dárselo. —Estaré en la recepción, si me necesitas, ¿está bien? Muevo la cabeza de arriba abajo y siento el corazón en la garganta. —Gracias. La observo mientras se aleja por el corredor, y cuando da vuelta en la esquina me quedo sola delante de su puerta. Miro el portapapeles del estante, con la etiqueta de color amarillo fosforescente que dice «Thomas, Colton», con las gráficas y notas a mano que no entiendo. Ver su nombre lo vuelve real, pero no es nada comparado con el segundo en que cruzo la puerta y lo veo allí, en la cama del hospital, con sondas y monitores conectados a él. Es una imagen que he visto antes, pero es muy diferente ahora que lo conozco. Mucho más nítida. Me acerco un paso más. Su pecho sube y baja a un ritmo lento y continuo, y los pitidos de los monitores resultan tranquilizadores. Camino hacia uno que parece un televisor, donde una línea constante recorre la pantalla, saltando con cada latido, una prueba visual de que su corazón todavía funciona. Cierro los ojos y le doy las gracias en silencio a Trent; pienso que, a pesar de que las circunstancias parecen extrañas e incomprensibles, se siente bien. Sé que a Colton no le gustaría verme así, y no quiero perturbarlo, de modo que al principio solo permanezco de pie allí, sin saber qué hacer. Pienso en todo lo que quiero decirle, todas las verdades que espero que escuche y también las cosas que espero que sienta. Pongo el bolso en el piso junto a la silla y coloco las flores en la mesa lateral con la mayor suavidad que puedo. Miro el monitor. Lo veo respirar. Su mano cuelga a un lado de la cama, y quiero alcanzarla y tomarla entre la mía. Presionarla contra mi propio corazón para que sepa que lo que hay en él es real. Me quedo de pie junto a la cama por un momento largo, luego me siento en la silla a esperar. Colton se agita al escuchar el sonido. Apenas entreabre los ojos, y luego los abre por completo cuando me ve. —Estás aquí —dice. Su voz es ronca y débil, y tengo que reprimir el impulso de pasar mis brazos a su alrededor y besarlo para darle mil disculpas. —Hola —susurro, con miedo de hacer algo más. Me siento más desnuda en este momento que cuando estuve con él bajo la lluvia, esa tarde. Se aclara la garganta y se impulsa un poco para levantarse. Hace un gesto, luego estira su mano, y yo llego allí en un segundo, tomándola con la mía, y todas las palabras que he esperado para decirle salen con torpeza, una encima de la otra. —Lo siento mucho, por todo esto, por todo, solo quería saber quién eras. Ni siquiera iba a hablar contigo, pero entonces entraste y todo cambió. Y cuando apareciste en mi puerta con esa flor, y me llevaste a navegar, y la cueva, y… Todos los días, me mostraste tanto, y se volvió cada vez más difícil, y no pude… —Hago una pausa, respiro temblorosamente, no me preocupo en secar las lágrimas que resbalan por mis mejillas—. No pude decírtelo porque nunca esperé enamorarme de ti. Y lo hice, y lo estoy, y sé que fue incorrecto cómo sucedió y que tú podrías no perdonarme, pero yo… —Quinn, detente —dice, con su voz rasposa. Dejo caer mis manos a mis costados y retrocedo un paso, aterrada de que nada de lo que acabo de decir importe. Él no me mira, solo tiene la mirada fija en el espacio vacío que hay entre nosotros. Nos quedamos en silencio por un momento largo, que se hace aún más largo por los pitidos de los monitores y el temor que crece en mi pecho. Finalmente me mira, pero es difícil interpretar sus ojos. —Yo no… —Se detiene. Respira hondo—. Nada de eso me importa. Aparta la vista y me derrumbo. —No como tú crees. Al principio sí, cuando me lo dijiste: no supe cómo manejarlo, así que no lo hice. Solo reaccioné así, porque odiaba que tú fueras la que había escrito esa carta. Ahora me mira con los ojos llenos de arrepentimiento, y no sé si puedo soportar lo que sigue. —Pero he estado acostado en esta cama durante los últimos tres días y en lo único que he pensado es que odio todavía más que yo fuera quien no te respondió. —¿Qué? —Doy un paso hacia él—. Eso ya no importa, eso fue… —Sí importa —dice Colton—, porque yo sí te respondí. —No te entiendo. —Te respondí —dice con tranquilidad—. Muchas veces. —¿Qué…?

Se impulsa para sentarse, y sus ojos encuentran la bolsa que Shelby me pidió que trajera. —¿Me pasas eso? Lo hago, y con algo de esfuerzo busca adentro, saca un hato de cartas unidas con una liga y me las entrega. —Son para ti. Miro la pila de cartas que tiene en su mano, docenas de ellas unidas, selladas y nunca enviadas, y no puedo pronunciar una sola palabra. —Ni siquiera podía hacerlo bien —dice—, no como quería, o como te merecías. Nada de lo que dijera iba a compararse con la manera en que me sentía. Sentía que no lo merecía, como si fuera incorrecto que alguien más tuviera que morir para que yo viviera. —Se encoge de hombros—. No sabía cómo dar las gracias por darme vida a alguien que perdió a una persona que amaba. No podía, así que no lo hice. Igual que tú. Me tiende el paquete de nuevo. —Estas cartas son tuyas, tanto como lo era esa otra. Las miro y puedo ver el peso de su culpa y de su corazón cargado con ella. Cuando las tomo, sé que nunca abriré ninguna, pero también sé que él necesita que las reciba. Así que lo hago. Nos sentamos en silencio bajo la tenue luz de su cuarto, con nuestros secretos y cicatrices alrededor. Por un momento deseo regresar a ese lugar mágico donde estábamos juntos, libres de nuestro pasado. Pero sé que no podemos. En realidad nunca estuvimos libres de él. Aunque los dos nos esforzamos y aunque los dos queríamos que fuera de otra manera, estábamos hechos de nuestro pasado, nuestros dolores, nuestras alegrías y pérdidas. Es la fibra básica de los seres y está escrita en nuestros corazones. Lo único que podemos hacer ahora es escuchar lo que hay en ellos. Coloco las cartas sobre la mesa y luego me acerco a Colton. Me subo a su cama y descanso junto a él. Pone su brazo a mi alrededor, y yo coloco mi cabeza sobre su pecho. Escucho el ritmo constante que quiero seguir escuchando. —¿Y qué sigue ahora? —pregunto. —¿Ahora? —Se ríe un poco—. Esa es una gran pregunta. —Hace una pausa, y cuando levanto la vista, puedo ver que sonríe—. Creo que podemos responder eso mientras avanzamos. Pero justo ahora… —Me acerca más, me besa en la frente—. Esto es suficiente. Esto lo es todo.

Por tanto, [en inglés] se dice que «sabemos de corazón» eso que se queda grabado en nuestra memoria o que hemos comprendido por completo. Y téngase en cuenta, además, que se cree que el corazón hace posible una forma más elevada de conocimiento, una comprensión superior a la que adquirimos con el cerebro.

F. GONZÁLEZ CRUSSI, Cargando el corazón: una exploración de los mundos de nuestro interior

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO Nos sentamos lo bastante alejados de la orilla como para ver toda la ensenada bajo la luz dorada del atardecer. En un extremo, la cascada se derrama sobre el acantilado en cámara lenta, con sus corrientes dando vueltas y saltando hasta la arena, donde se unen y mezclan con las olas que se precipitan a la playa. En el otro extremo están las escaleras donde me paré a ver a Colton en el agua, insegura de si tendría sentido estar juntos, pero sabiendo que lo tenía. Que lo tiene. —Este es el día que quiero, una y otra vez —dice Colton detrás de mí. Me doy vuelta para mirarlo. —Yo también. Sonríe y sacude la cabeza. —No puedo creer que hayas hecho esto. —Tu hermana me ayudó. Y mucho, en realidad. Cuando llamé a Shelby y le conté lo que pretendía hacer, ella se encargó de prepararlo todo para nosotros: kayak, tienda, campamento, galletas con bombones y chocolate, todo. —Es perfecto —dice Colton. —Que te hayan dado de alta merece un día perfecto. Él sonríe. —Igual que ser la corredora novata más rápida del equipo. Me hace reír, pero en realidad me siento bien con eso, feliz de tener un plan, aunque solo sea correr, tomar unas cuantas clases y ver adónde lleva todo. —No sé si eso va bien con el tuyo —digo—, pero lo aceptaré, así como te aceptaré a ti si vienes conmigo. —Debes hacerlo —dice Colton con una sonrisa. Hunde su remo en el agua y nos abrimos camino hasta la playa mientras la luz del sol se desvanece a nuestra espalda. Después nos bañamos bajo la cascada, Colton enciende la fogata y miro cómo el humo forma volutas y asciende en la noche, hasta llegar a las estrellas. Asamos malvaviscos y hablamos acerca de cuántos días perfectos más podemos pasar juntos, todos los lugares que veremos y las cosas que haremos. Todas las posibilidades que guarda para el futuro. Más tarde, cuando empieza a hacer frío, sacamos nuestras bolsas de dormir de la tienda y las unimos con el cierre. Las extendemos en la arena y nos tiramos allí, uno al lado del otro, mirando satélites y estrellas fugaces que cruzan el cielo. Me siento un poco cansada por el sol y el océano, pero no quiero cerrar los ojos. No quiero que este día termine nunca, y sé que Colton tampoco, por la forma en que sigue hablando. Sigue contándome historias de las estrellas y el mar. Solo se detiene para girarse de su lado y atraerme para darme un beso. Y ese beso es uno de esos momentos como el que tuvimos en el hospital ese día. Un momento que lo es todo. Es un momento en que puedo sentir la profundidad de la conexión que hay entre Colton y yo, entre todo. Puedo sentir los ritmos interminables de luz y oscuridad, las mareas y los vientos. La vida y la muerte, la culpa y el perdón. Y el amor. Siempre el amor. Estamos recostados juntos, callados, bajo el cielo interminable, junto a un océano sin fondo, y no hablamos acerca de que estas son las cosas que nos han unido. No hablamos de que no cambiaríamos ninguna de ellas. No tenemos que hacerlo, porque estas son las cosas que pasan por el corazón.

AGRADECIMIENTOS Primero y siempre, gracias a mi esposo, Schuyler, quien ganó mi corazón el día en que nos conocimos y quien es la razón por la que puedo escribir una historia de amor. A continuación, mi profundo agradecimiento a Alexandra Cooper, quien escuchó esta idea y me alentó cuando se me ocurrió y quien estuvo a mi lado a cada paso después de eso con su amable estímulo, sus agudos comentarios y sus cartas de edición legendarias, ¡en el mejor sentido de la palabra! No tengo suficientes agradecimientos para la indomable Leigh Feldman, quien me ayudó a lo largo de este libro de principio a fin como lo hace siempre: con gracia, humor y un corazón valiente. Muchísimas gracias a mi nueva familia en HarperCollins, que me ha hecho sentir bienvenida y cuidada desde el principio. Rosemary Brosnan, Alyssa Miele, Renée Cafiero, Raymond Colón, Jenna Lisanti y Olivia Russo: ¡estoy profundamente impresionada por este equipo dinámico! Y hablando de estar impresionada, sigo mirando la portada de la edición estadounidense y me maravillo de la brillantez de Erin Fitzsimmons y su diseño, que es perfecto para esta historia. Y luego están mis queridos amigos, que se han vuelto mi familia como escritora: Sarah Ockler, quien es mi hermana del alma literaria y a quien me siento afortunada de conocer, y todavía más de llamarla mi amiga. ¡Tenemos por delante muchos años de amistad, escritura, vino, tarot, chocolate y de ser maravillosas! Morgan Matson, desde el dormitorio en la universidad hasta nuestros días de escritura en la biblioteca con Albino Bunny, has estado a mi lado como amiga y compañera de escritura todo el tiempo, y para mí eso significa más de lo que puedas imaginar. ¡Espero con ansias muchos años más de escritura contigo, tu sonrisa y tus innumerables bebidas! Carrie Harris, Elana Johnson, Stasia Kehoe y Gretchen McNeil: ustedes, muchachas, y su amistad, su apoyo, sus consejos, sus correos electrónicos hilarantes y sus genialidades en general han significado un mundo para mí; no puedo imaginarme haciendo esto sin ustedes. Y por último, un amigo que era un extraño hasta que tropecé con su historia mientras investigaba para escribir esta: Zeke Kendall, quien tan pacientemente respondió cada una de mis preguntas para que pudiera conocer todos los pequeños detalles, y cuya historia y corazón son más sorprendentes que cualquier cosa que pudiera haber escrito. Es mi turno para retarte, Zeke: ¡hora de escribir!
Jessi Kirby_ Las cosas que pasan por el corazon

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