Lindsay Vance - Secuestrada por un millonario 1-2-3

109 Pages • 49,106 Words • PDF • 943.2 KB
Uploaded at 2021-09-24 13:18

This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.


Lindsay Vance

Secuestrada por un millonario

Volumen 1

ARGUMENTO

Un secuestrador tan seductor como hechizante. Una joven secuestrada por su propia seguridad. Una tórrida pasión que le hará perder el piso. La linda Eva es raptada por Maxwell Hampton. Sólo que su rico y seductor secuestrador afirma haberlo hecho para salvarla de un peligro sobre el cual no quiere revelar nada. La joven, independiente y apegada a su libertad, va a revelarse contra este cautiverio forzado; pero su captor, dueño de un encanto hechizante es tan enigmático como persuasivo. Y Eva deberá luchar contra su propio deseo. Porque, ¿no dice el dicho que la mejor manera de vencer a la tentación es caer en ella? Descubra rápido el primer episodio de Secuestrada por un millonario, una saga de la nueva escritora inédita Lindsay Vance. Originaria de Canadá, Lindsay Vance no pensaba dedicarse a una cerrara literaria. Nacida en 1986 en una pequeña ciudad cerca de Toronto, esta apasionada de las películas de gángsters deja muy temprano su ciudad natal. Parte a descubrir el mundo antes de enamorarse de Nueva York y permanecer ahí indefinidamente. Primero periodista de moda y después cronista literaria, termina por descubrir una nueva pasión: la escritura de historias que combinan romance, suspenso y aventuras. Publicada en las ediciones Adictivas, Secuestrada por un millonario es su primera novela.

CAPITULO 1 El rapto

Cuando paso frente a la recepción, Jennifer, la anfitriona de Throwback Fitness, me saluda con la sonrisa que tiene reservada para los mejores clientes. — Hola señora Hampton, ¿ya se va? Le confirmo asintiendo con la cabeza y me escabullo. Hoy no tengo ganas de hablar con nadie. En el vestíbulo del décimo piso, la atmósfera es apenas menos avivada que en el gimnasio. La sesión de body-jam me permitió eliminar las toxinas y evacuar en parte el estrés que me perturba desde hace tiempo. Con un paso apresurado, recorro el pasillo hacia los ascensores que dan hacia la Quinta Avenida. Es ahí donde Tom, el chofer, debe recogerme con el Lincoln. Me examino de reojo frente al gran espejo empotrado en la pared de la izquierda. Balance rápido. ¡Últimamente hago este tipo de balances muy seguido! Considerando mi imagen en el cristal, aparentemente nada está mal. Estoy joven, en buena forma, muchos me consideran bella, inteligente, simpática, mi trabajo me gusta y, la cereza del pastel; llevo un año casada con James Hampton, un multimillonario con un físico de ensueño. Entonces, ¿cuál es el problema? No es necesario ir muy lejos: mi matrimonio, evidentemente. Sin embargo, todo había comenzado como un cuento de hadas. Mientras espero el ascensor, las imágenes vienen a mi mente... *** Bonnie, mi mejor amiga, me llevó a Acapulco durante las vacaciones. Ella cree que en ese tipo de lugares es donde se encuentra la mayor parte de tipos adinerados. Ahora bien, Bonnie siempre ha soñado con casarse con un millonario. De preferencia que parezca dios griego. La quiero mucho, pero no comparto sus fantasías. Por mi parte, no busco ni un esposo rico ni a un dios griego, simplemente estoy de vacaciones con ella. Llevamos dos días en Acapulco cuando por casualidad nos encontramos con un hombre que corresponde a la perfección con los sueños de Bonnie. Un físico de súper modelo y visiblemente cargado de dinero. Él bebe a sorbos un coctel en el bar del casino Play City. Nuestra entrada llamó su atención. Después de algunos minutos, parece obvio que se interesa en nosotras. Bonnie está emocionada. — ¿Te diste cuenta, me dice al oído haciendo como si no lo viera, que lleva zapatos Edward Green y un reloj Boucheron? Qué clase, ¿no? Y además ¡es totalmente de mi tipo! Yo no digo nada, pero también es de mi tipo. Debe ser difícil no encontrarlo seductor. ¡El resplandor de sus ojos cafés que nos miran mientras que él discute con el barman desprende un magnetismo increíble! La etapa de espera no duró mucho tiempo. El hombre nos ofrece un Acapulco Golden

y viene hacia nuestra mesa para presentarse: — Hola, me llamo James Hampton, ¿y ustedes? Su sonrisa resalta voluntariamente su mentón y sus labios delgados revelan una dentadura perfecta. Congeniamos. Él es un poco más grande que yo y trabaja en Nueva York en el sector financiero. Desafortunadamente para Bonnie, no le gusta ella sino yo. Y no lo disimula. Se muestra enérgico, acostumbrado a dirigir, a obtener siempre todo lo que quiere. Siento que no le está hablando a nadie más que a mí. Eso me halaga. ¡Sin tomar en cuenta que es tan apuesto como un dios! Cuando nuestras miradas se cruzan, siento una fascinación que nunca había experimentado. Al momento de dejarnos, dice: — Pasaré mañana a su hotel. Sin que sepamos si se dirige a Bonnie, a mí o a las dos. Con un tono de seguridad tal que ni siquiera pensamos en negarnos. De hecho, se dirigía a mí. A continuación, todo sucedió como en un sueño. Su soltura, su belleza y su determinación me subyugan. James hace todo para seducirme, dedicando su tiempo a organizar salidas y multiplicando los regalos. Así, cada mañana, enormes ramos de orquídeas esperan a que me despierte. Una pequeña nota las acompaña, indicando el programa del día. Por ejemplo, el sobrevuelo en helicóptero (rentando para la ocasión) de la bahía de Santa Lucía, paseos por las colinas del lugar o excursiones en su yate bautizado « The First » hacia las playas de la isla de la Roqueta. No me da ni un segundo de descanso. Por medio de Bonnie, quien la supo del jefe de nuestro hotel, me enteré que él hizo en algunos años una fortuna colosal gracias a varias hazañas maestras que marcaron un referente en la historia de Wall Street. El mundo de las finanzas lo acecha y le teme. No es su fortuna lo que me atrae: sino que un hombre de esa calidad se haya fijado en mí. ¡No lo puedo creer! Una noche, durante una de nuestras cenas en el mejor restaurante de Acapulco, sobre una terraza que da hacia el Pacífico, me confiesa que quiere que yo sea su mujer. Que pondrá manos a la obra para lograrlo. Como prueba de su amor, me ofrece un pequeño estuche. En el interior, un anillo de Van Cleef & Arpels con el más grande solitario que uno pudiera soñar. Parece serio, sinceramente deseoso de casarme conmigo. Lo que vivo es un verdadero cuento de hadas. Su energía me transporta. Los días que acaban de pasar me han aturdido. Todo va tan bien bajo su iniciativa. Él proclama su amor con una convicción tan comunicativa que creo amarlo también. La felicidad me llega de golpe sin preverlo. ¿Por qué habría de rechazarlo? Al día siguiente de su declaración, le dije que sí. Y después de algunas horas, una vez respetado el plazo de ley, me convertí oficialmente en la señora James Hampton… *** El ascensor que llega al piso del Throwback Fitness me regresa al presente. Lejos del cuento de hadas. La cabina está ya llena de gente, pero logro deslizarme hasta la pared del fondo para no ser molestada por la proximidad de los demás ocupantes. Todo el mundo se dedica a mirar al vacío. Eso me da oportunidad de volverme a hundir en mis pensamientos.

*** Entonces mi matrimonio fue la apoteosis de una semana de ensueño en Acapulco. De regreso a Nueva York, el sueño continuó por un tiempo. James es un personaje usual de la alta sociedad. Pasamos los fines de semana en su propiedad de Key West o en las Bahamas. Entre semana, casi diario, hay un evento en el cual debemos participar. Cocteles, inauguraciones y galas acontecen una tras otra a un ritmo desenfrenado. Al principio, la frecuentación de las premières en Broadway, los restaurantes de cuatro estrellas, las noches en clubes exclusivos me deslumbran. Pero poco a poco, me doy cuenta de que James sólo me lleva para aumentar su orgullo. Exhibiéndome a su lado, muestra su éxito frente a los ojos de todos. Cuando quiero reducir un poco el ritmo de estas salidas, él lo toma mal. Es la primera desventaja de mi sueño. La vida de esposa de millonario como James la concibe para mí no me conviene. Mis gustos son más simples. Ya hemos tenido varias peleas en cuanto a esto, siendo el principio de las hostilidades nuestra primera discusión seria sobre mi trabajo en la despacho Hillerman Bros. En mi mente, es obvio que a pesar de la fortuna de mi marido, quiero conservar mi trabajo. Primero para asegurarme un mínimo de autonomía financiera, y segundo porque mi trabajo me gusta y me hace sentir realizada. No quiero verme reducida a hacer el papel de accesorio, aun cuando este accesorio posee todo el lujo con el que pueda soñar. Mi independencia y mi libertad valen más para mí que una vida de apariencias eternas. Cuando se lo dije, mi marido entró en cólera. Me regañó con un tono glacial: — ¿Quieres retomar tu trabajo? Pero no me casé contigo para que pierdas tu tiempo en estupideces... Fue hiriente y despectivo, sin escuchar mis argumentos. Tuve la impresión de encontrarme frente a un hombre distinto al que había conocido en México. Para él era más importante la imagen que daba que yo. — ¿Pero que podrían pensar los demás cuando se enteren que la mujer de James Hampton trabaja como adjunta de prensa en un despacho jurídico de tercera? ¡Eres irresponsable, Deva! Tu nuevo papel no es ése... Mi nuevo papel consiste en estar siempre a la disposición de mi señor y amo — es decir él — y dejarme exhibir en las fiestas banales, las cenas, las fiestas en las cuales participa. A cambio, está dispuesto a cubrirme de lujosos regalos. Es el único trato en el que puede pensar. No cedí. A la mañana siguiente, estaba en mi puesto en Hillerman Bros. Después de un último intento tempestuoso para impedirme ir, James se fue a su oficina, pálido de rabia. Esa misma noche, un email me esperaba en mi bandeja de entrada. De: James Hampton Para: Eva Hampton Asunto: Sin comentarios Inspección de mis sucursales en Singapur y luego en Tokio después de una escala en Sídney. Ausencia de una decena de días. Lástima que no puedas venir conmigo ya que tienes trabajo. James Es un nuevo aspecto de su personalidad. La maldad mezquina. El aura del príncipe de Acapulco se desvanece progresivamente. Quince días más tarde, cuando regresó a nuestro

loft de Park Avenue, lo recibí con la mayor naturalidad evitando hablar de temas que pudieran molestarle. Él no dijo nada. Durante algunas semanas, hasta creí en la posibilidad de arreglar las cosas. Hice un esfuerzo. Por su parte, nada. Poco a poco, se mostró menos afectivo conmigo. Más crítico. Ya no es solamente mi trabajo lo que le molesta, sino también mi forma de vestir, mis salidas, mis pasatiempos y más generalmente mis gustos en todos los ámbitos. De hecho, quiere manejar mi vida como maneja la de sus empleados. Me rebelé. Hubo más peleas. Y entre más me sublevo contra su dominio, más me reprocha mi deseo de independencia. Eso es algo intolerable para él. Poco a poco, se alejó de mí. A pesar del poder que quiere ejercer sobre mí, se vuelve cada vez más un extraño para mí. El segundo enfrentamiento significativo se produjo el día en que exigió que terminara toda relación con Bonnie y mis viejas amigas. A pesar de que tengo la esperanza de salvar nuestro matrimonio, no puedo aceptar esa exigencia. La pelea me llevó a evocar la posibilidad de una separación. James se negó categóricamente. Ya no sé ni qué pensar de su actitud. Así llevamos varios meses. Una pareja caótica, condenada a permanecer unida por la incomprensible voluntad de mi esposo. Siento como si hubiera caído en una trampa. Una trampa de cual no puedo salir. Nadie, ni siquiera Bonnie que está al tanto de mis problemas, puede venir en mi ayuda. Yo misma tengo que encontrar la solución. Últimamente, mi depresión viene de ahí. *** Al ascensor llega a la planta baja. Salgo después de los demás y me inmovilizo en medio del vestíbulo. Una nueva idea para convencer a James de separarnos, al menos por un tiempo, acaba de pasar por mi mente. Esta noche debemos participar en un coctel en el Waldorf Astoria. Tal vez el mejor momento para hablarle de eso sea cuando lleguemos. Ni rastro de Tom, mi chofer, en el vestíbulo. Salgo a la calle. A esta hora, el tráfico en la Quinta Avenida es bastante pesado. Echo un vistazo a ambos lados. Tom y el Lincoln no están ahí. Es la primera vez que llega tarde. Camino por la banqueta, me alzo sobre la punta de los pies para buscar en el tráfico la limusina azul metálico. ¿Tal vez está del lado de Central Park? No, nadie. ¿Qué hago? Si Tom hubiera tenido un contratiempo de última hora, me habría avisado. Lo llamo a su celular. No hay respuesta. Qué extraño, él no es así. Y ahora el viento sopla más fuerte. Las borrascas se cuelan entre los edificios. La lluvia amenaza. No puedo quedarme esperándolo indefinidamente. Ni modo, tendré que regresar al loft a pie. Caminar quince minutos no me va a matar. Para que Tom me vea en caso de que esté atrapado en el tráfico, camino por la orilla de la acera. El humo de los escapes se me mete a la garganta, el ruido de los motores me ensordece. Algunas gotas de lluvia comienzan a caer. De pronto, un gran Dodge frena justo al lado de mí. La portezuela se abre al vuelo y un hombre surge del interior. Intento apartarme, pero todo pasa tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de dar un paso hacia atrás. El hombre ya me está tomando por la cintura. En el momento en el que voy a soltar un grito, su mano se aprieta contra mi boca y su otra mano me lanza hacia el interior del vehículo.

Ahí, otro hombre amortigua mi caída. A pesar del miedo que me paraliza, puedo ver a través de los vidrios empañados a los transeúntes que me rodeaban en la acera. Apenas si se dieron cuenta de lo que acaba de pasar. De pronto, el pánico se apodera de mí. Me retuerzo intentando liberarme. — ¡Déjenme!, grito con una voz enloquecida. ¿Qué es lo que quieren? Intentando controlarme, un hombre me responde: — No se preocupe, señora, no queremos hacerle daño... El Dodge arranca secamente con un rechinido de llantas. Con la aceleración, mi cuerpo se pega más al asiento. El hombre repite: — No se preocupe. Todo estará bien. ¡Seguro que sí! Un terror indescriptible se instala en mi pecho. Aun así logro mascullar: — ¿Quién es usted? No me dejan continuar. Mientras que uno de los dos hombres me bloquea el brazo, el otro me venda los ojos. Intento resistirme, pero es caso perdido. Además, la desesperación que me gana me deja sin medios. Durante mi corta lucha, la voz no ha dejado de repetir: « Vamos, cálmese, no tiene nada que temer, cálmese... » Mientras estoy inmovilizada, siento que me levantan la manga del suéter y me hunden una aguja en el brazo. ¡Oh no!... déjenme… Comienzo a llorar. Estoy totalmente aterrada. Luego mi mente se nubla. Es el efecto de lo que me inyectaron. Intento resistirme, pero me adormezco muy rápidamente. *** Cuando abro los ojos, me siento toda inflamada. Estoy acostada sobre una cama grande, toda vestida en una habitación inmensa que me es perfectamente desconocida. El único punto luminoso es una lámpara en la cabecera de la cama, aunque su luz es bastante tenue. La mayor parte de la habitación está en la penumbra. Me es imposible mover los brazos y las piernas, me pesan toneladas. Sin embargo, no las tengo atadas y, aparentemente, no estoy herida. De pie cerca de la cama, un hombre me mira. ¿Qué diablos es esto? No lo puedo ver bien porque su pecho y su rostro están en la sombra. A pesar de todo, hay algo indefinible en su apariencia que me hace pensar en mi marido. Murmuro con una voz casi inaudible, aliviada de ponerle fin a la pesadilla: — James, yo no... — No, yo no soy James. Habló suavemente, apenas más fuerte que yo. Intento levantar mi cabeza, pero estoy demasiado débil. Lanzo un gemido. — No se intente mover por ahora, retoma él, le dimos un sedante. Pero el efecto no va a durar mucho. La voz no tiene nada que ver con la de James. Ésta es pausada, grave, llena de calma. Una voz tranquilizadora. Sin embargo, a medida que voy recobrando la consciencia, una cantidad inmensa de imágenes me llegan a la mente. Primeramente, vuelvo a ver la agresión, mi pánico, la angustia que me revuelve el estómago. Sucesión de recuerdos ultrarrápidos. La Quinta Avenida, el Dodge negro, los dos hombres, la venda en mis ojos. Se trata de un secuestro. No hay otra palabra. Fui secuestrada por unos desconocidos.

¿Pero por qué? ¿Con qué objetivo? ¿Dónde estoy? ¿Y quién es ese hombre? Intento pensar calmadamente, pero demasiadas preguntas se acumulan en mi cabeza. Quisiera hacérselas, pero mi voz es demasiado débil. Después de todo, voy a seguir su consejo, esperaré a recuperar mis fuerzas. Inmóvil al lado de mí, él no dice nada. Me observa. Mis ojos recorren la habitación en busca de una ventana por la cual pueda ver algo del mundo exterior. Para encontrar algún indicio del lugar donde me encuentro. Imposible. Las ventanas han sido cuidadosamente cerradas. Luego examino la habitación en sí. Al menos lo que logro distinguir en la penumbra. Pocos muebles la decoran, pero todos son de lo mejor. Diseño ultra fino. Hasta reconozco un sillón de Jasper Morrison por haberlo admirado en una foto de una revista. ¿Eso qué quiere decir? ¿Quiénes son estas personas que me secuestraron para llevarme a este apartamento de lujo? ¡Qué extraño! Como no tengo ni la menor idea de cuánto tiempo duró mi sueño inducido, puedo tanto encontrarme en Nueva York como en Washington, en Baltimore o Filadelfia. Tal vez hasta más lejos. No se escucha ningún ruido exterior. Bruscamente, me doy cuenta de que mi garganta está tan seca que no puedo ni pasar saliva. Con trabajo logro articular: — ¿Puedo tomar algo? Inmediatamente, aquél a quien bauticé mi guardián — a falta de algo mejor — me sirve un gran vaso de agua fresca y me ayuda a beber sosteniéndome la cabeza. Sus gestos son diestros, precisos, tan eficaces como los de una enfermera. A la luz de la lámpara de cabecera, descubro su rostro, debe tener unos treinta años como mi marido. Efectivamente, se parece un poco a James. Mi primera impresión era razonable. La diferencia es que su cabello es negro como un cuervo mientras que mi marido tiene el cabello castaño, y que sus ojos son azules mientras que mi marido los tiene cafés. Un hermoso azul agua marina, hecho. Los ojos masculinos más bellos que haya visto. ¿Qué me hace pensar así? Una sonrisa se me escapa. Por supuesto que no es el momento de tener este tipo de pensamientos, pero si mi monólogo interior retoma su actividad, es una señal de mi estado mejora. Afortunadamente, demasiado ocupado dejando el vaso, mi guardián no vio mi sonrisa. Lo miro discretamente de reojo. Cuando lo miro con la luz, el falso parecido con James desaparece. Es inequívoco. Fue sólo una impresión, una ilusión. De hecho, él es todavía más guapo. De una belleza atormentada, angulosa, menos clásica tal vez, pero más interesante. En otras circunstancias, caería fácilmente bajo el hechizo de este tipo de belleza. ¡Estoy enloqueciendo! Inconscientemente, frunzo el ceño. — ¿Qué sucede?, se inquieta mi guardián. ¿Algo está mal? Si necesita algo más, dígame. Su amabilidad me perturba. Tal vez sólo es una máscara. Una forma de ganarse mi confianza. ¿Pero para obtener qué? ¡No tengo ni la menor idea! Sin embargo no es una pesadilla lo que estoy viviendo, es la realidad. Efectivamente estoy acostada sobre una cama en una habitación que no conozco, vigilada por un hombre que tampoco conozco. ¡Una situación loca! Y además sigo teniendo el miedo, clavado en mi vientre, listo para surgir. Poco a poco, mi capacidad de razonar regresa a mí. Una cosa es clara, me han secuestrado. Y no se secuestra a alguien sin ninguna razón. Al contrario, la operación generalmente tiene el objetivo de sacar algo, casi siempre dinero. De pronto, la evidencia se

impone. Un escalofrío recorre mi columna vertebral. ¿Y si, simplemente, me estuvieran utilizando para obtener un rescate de mi marido? La angustia me invade. Después de todo, James es inmensamente rico. Deben creer que él podría pagar sin ningún problema. Tengo un nudo en la garganta. Estoy en una situación más grave de lo que creía. Todo el mundo conoce las técnicas de los secuestradores. Casi siempre son brutales y rápidas. A veces torturan a sus víctimas para hacerlas hablar y luego las matan cuando ya obtuvieron lo que querían. Puedo verme desde ahora golpeada...torturada...violada... tal vez hasta asesinada. Un sudor helado moja mi frente. Tengo miedo.

CAPITULO 2 El secuestro

Las teorías más locas me vienen a la mente, Debo relajarme. Pensar detenidamente. Antes que nada, ni dejarme engañar por la cortesía y la amabilidad de mi secuestrador. Pero mi preocupación. Siento que un peso me oprime el pecho. Si no logro calmarme, creo que la hiperventilación me ganará en cualquier momento. Respirando profundamente, pausadamente, como me lo enseñaron en el gimnasio, logro superar esta crisis de nervios. Con una voz intranquila, pregunto: — ¿Quién es usted? Luego continúo rápidamente: — ¿Qué quiere? ¿Por qué me secuestró? Con una delicadeza casi felina, el hombre quita mi cabecera y se pone al pie de la cama. Tiene la elegancia y la gracia de una pantera. ¿Pero podría también ser peligroso? Sea como sea, así puedo verlo frente a frente. Su expresión no revela nada de lo que piensa. A pesar de la angustia que me paraliza, no puedo evitar ver en él una belleza que me quita el aliento. Si bien sus ojos no traicionan sus pensamientos, su mirada no tiene nada de hostil. Al contrario, parece benévola. Con un gesto rápido, acomoda una mecha de su cabello para que le caiga sobre la frente. Sus manos son bellas, visiblemente cuidadas, los dedos largos, sutiles, delicados. Ni su apariencia ni su físico lo hacen parecer un malhechor. Aunque bien es cierto que los secuestradores no tienen un físico particular. — Me llamo Maxwell... — ¿Maxwell qué? Ignorando mi interrupción, continúa: —…y si la traje a mi casa — tal vez no me crea, pero es la verdad - , si la traje a mi casa fue para protegerla de un peligro que pone su vida en riesgo. Mis ojos se abren por completo a causa de la estupefacción. Me quedo fija. Durante unos pocos segundos, esa respuesta a la cual no me esperaba me impide cualquier reacción. Luego, con un movimiento brusco, me enderezo y me siento sobre la cama. — ¿Qué está diciendo? ¡No es cualquier cosa! Él hace una señal de que no, sin tomarse el tiempo de contradecirme abiertamente. ¡Había pensado en todo menos en eso! Pensé en las teorías más extravagantes habían pasado por mi mente, ¡pero nunca algo así! Que él me diga que me secuestró — porque ahora es seguro, no es cualquier guardián, es el líder — con el único objetivo de protegerme... — ¿Cuál peligro? ¿Quién quiere matarme? Él se da cuenta de mi incredulidad. — Le advertí que no me creería. Sin embargo, se lo repito, su vida corre peligro, tiene que creerme. — ¡Pero al menos dígame por qué! No soy estúpida, puedo comprender las cosas si

me las explican. El hombre sacude la cabeza, afectando de nuevo a su mechón rebelde, el cual vuelve a poner en su lugar con el mismo gesto elegante y maquinal. — Sería demasiado simple si le pudiera explicar. Desafortunadamente no puedo, el asunto es muy complicado. Si se lo dijera, creería que estoy loco. ¡Vamos mejorando! No simplemente afirma que un peligro mortal me acecha para justificar mi secuestro, sino que además, afirma que no puede precisar la naturaleza de dicho peligro. ¿Estoy alucinando, o qué? ¡Y me saca eso como un mago saca un conejo de su sombrero! No tiene ningún sentido. Justo en el instante en que voy a responder sin creer sus palabras, tiene una reacción que me desconcierta. Se pone en cuclillas al pie de la cama a fin de que nuestras caras se encuentren a la misma altura. Y, en esta posición, me mira intensamente, sin decir una palabra, como si quisiera hipnotizarme. De una forma inexplicable, esta reacción me calma inmediatamente. Me callo. Ya no sé ni qué pensar... Nos miramos directamente a los ojos por un momento, sin hablar. Puede que me equivoque, pero creo poder ver una plegaria al fondo de su mirada. Como si me pidiera creer en esta historia insensata por ahora. Mis neuronas se activan a máxima velocidad. Por una parte, tendría que ser una idiota para tragarme un cuento así, él no puede ignorar eso. Entonces, su historia no es un invento. Pero por otra parte, podría tratarse de una maniobra para jugar con mi mente. Considero desesperadamente ambas posibilidades. La duda crece en mí. Mi mirada refleja tan claramente mi indecisión que al fin vuelve a tomar la palabra. — Confíe en mí. No quiero hacerle ningún daño... Su voz sigue siendo grave, calmada, pausada. Su mirada luminosa. ¡Imposible, lo que me pasa es imposible! Mi lucha interna llega a su punto máximo. Mi razón me grita que no le crea, que no confíe para nada en él. Sin embargo, una parte de mí no puede evitar pensar que tal vez mi razón se equivoca. Ese Maxwell no se comporta como un loco o un iluminado. De haberlo querido, pudo inventarse fácilmente una historia más creíble. ¿Entonces estará diciendo la verdad? Para salir de este dilema, cambio de tema. Otra pregunta me llega inmediatamente a los labios. — Pero... ¿mi marido sabe que estoy aquí? Si no le aviso, se va a preocupar y seguro llamará a la policía... ¡Aunque a juzgar por mi situación marital, ya no estaría tan segura! — No se preocupe. Viniendo de alguien más, este tipo de respuesta no me dejaría satisfecha. Ésta es simplemente una forma de ignorarme mandarme al diablo. Pero la manera en que la dijo emite una persuasión tal, que se lleva mi consentimiento aunque no lo quiera. Aun así insisto. — ¿Y mis amigos? ¿Mi trabajo? Ellos también se van a preguntar dónde estoy. No es costumbre mía desparecer entre la naturaleza. Mi amiga Bonnie por ejemplo, hablamos por teléfono varias veces al día, ella va a... — Le digo que no se preocupe. No hay ninguna razón para hacerlo. Tanto su amiga Bonnie como todos sus cercanos fueron avisados.

¿QUÉ? ¿Conoce a mi familia? ¿A mis amigos? ME pregunto cómo los contactó, qué les pudo haber dicho. Mientras que él pronunciaba estas últimas palabras, su tono se volvió más vivo, más cortante. Visiblemente. Maxwell no aprecia que alguien pueda dudar lo que él afirma. Maxwell… ¿al menos es su verdadero nombre? Detrás de su cortesía, uno puede ver al hombre acostumbrado a dar órdenes. Definitivamente, es alguien difícil de entender. Constato con amargura: — Resumiendo, soy su prisionera. — No, usted es mi invitada. — ¿Entonces puedo llamar a Bonnie para tranquilizarla yo misma? Sacude la cabeza negativamente. — Por su seguridad, es preferible que no se comunique con nadie hasta que el peligro haya pasado. De hecho mis hombres tomaron su teléfono. Con él, podrían localizarla fácilmente y eso es precisamente lo que hay que evitar. ¿Pero qué es todo esto? — ¿Puedo saber qué está pasando?, le respondo enojada. Y antes que nada, ¿cómo conoce a mi familia y amigos? ¿Con qué derecho hurga entre mis cosas y se inmiscuye en mi vida privada como si fuera lo más natural del mundo? Frente a mi expresión de furia, Maxwell se apresura a agregar: — Lo siento, no podía hacer otra cosa. Pero tranquila, esto no durará mucho tiempo... Prudentemente, me abstengo de hacer muy evidente mi mal humor. De decirle a qué grado me enoja que me hayan robado mi teléfono. Ya que él es más fuerte por ahora, voy a seguirle el juego. Le haré creer que me he resignado pero sin ser demasiado dócil para evitar levantar sospechas. Y en cuanto tenga la oportunidad, llamaré a alguien. Por más que diga que soy su invitada, es obvio que soy su prisionera. Por más que la jaula sea de oro, no deja de ser prisión. Además tengo horror de sentirme encerrada. No lo soporto. Buscando bien, tal vez logre encontrar una forma de escaparme. Varios segundos pasan. Tomo mis zapatos. Es lo que traía puesto al salir del gimnasio, un par de viejos Repetto, y alguien me los quitó antes de acostarme sobre la cama. Me parecen lamentables en esta habitación tan lujosa. Eso me molesta. Adopto un tono agresivo para preguntar: — ¿Puedo moverme o también está prohibido? Él se tensa, un brillo de disgusto pasa por su mirada que se ensombrece hasta volverse casi violeta. Eso lo vuelve más seductor, pero siento que sería mejor que no juegue con él ya que no parece apreciar mi ironía. Aun así, retoma rápido el control y, con una sonrisa un poco forzada (al menos eso me parece) y un largo gesto del brazo, me anuncia: — Claro que puede moverse. Todo el apartamento está a su disposición. De hecho, le daré un recorrido... ¡Eso es algo nuevo! La prisionera visita su calabozo con su verdugo... Una vez que salimos de la habitación, recorremos un largo pasillo recubierto de una moqueta blanca tan blanda que siento como si caminara sobre una espuma tibia y suave. El apartamento parece vacío, todas las puertas están cuidadosamente cerradas. Sobre los muros, grandes pinturas abstractas armonizan con los tapices antiguos. Llegamos a un gran vestíbulo con decoración moderna, cálida, sobrecargada en algunas partes y con un toque de clasicismo en otras. Justo lo que me gusta. Ningún efecto de pura apariencia como en el loft de James. Una entrada con dos puertas, de dimensiones imponentes da manifiestamente hacia el exterior.

Maxwell abre una segunda, más pequeña, que comunica la cabina con un ascensor interno. En pocos segundos, éste nos lleva hasta la cima del inmueble. Allí, en lugar de la terraza tradicional que esperaba, llegamos en medio de un jardín lujoso con tres niveles. Cascadas en miniatura saltan de un nivel a otro por medio de pilas de mármol. Flores entre las cuales reconozco dalias, margaritas y claveles japoneses lanzan notas de colores al ambiente. Más lejos, encima de los arbustos, se erigen el One World Trade Center y las otras torres de Manhattan. ¡Una prisión de lujo! Mi pánico inicial se convierte en una especie de expectación. Mis ideas se mezclan. ¿Dónde estoy? ¿Debo seguir teniendo miedo? En todo caso, mi carcelero tiene los modales de un hombre de mundo. ¿Ésa es una razón suficiente para que me sienta tan bien? De pronto, me doy cuenta de que no hemos dejado la Big Apple. ¡Estamos en Nueva York! Es irracional, lo sé, pero siento como si nada grave me pudiera pasar aquí. Estoy en mi casa. Más allá de una sala de jardín de madera clara al lado de una impresionante parrilla, Maxwell me muestra una fila de bambús. — Hay una cancha de tenis detrás de los arbustos. Usted podrá jugar ahí con Sheldon. — ¿Sheldon? ¿Quién es Sheldon? — ¡Ah! Es cierto, todavía no lo ha visto. Él y su esposa Martha están a mi servicio. Ellos la acompañarán cuando yo tenga que ausentarme. ¿Tenga que ausentarme? ¿Acompañarme? ¿Piensa mantenerme aquí por mucho tiempo? Bueno, al menos no me vigilará todo el tiempo. Y sin duda será más fácil engañar a sus empleados para poder llamar a alguien. Mi horizonte se aclara. Todavía no es el mejor de los climas, pero al menos se ilumina un poco. Me esfuerzo en no dejar ver mi satisfacción, pero Maxwell es observador. — Se ve más relajada que hace poco, eso me alegra. ¿Lee mis pensamientos o qué? — No, es simplemente que aprecio estar al aire libre. Mi pequeña frase, pronunciada con el tono más huraño posible, no provoca ningún comentario de su parte. ¿Habrá entendido la indirecta? En todo caso, no demuestra nada. Regresamos al ascensor deteniéndonos en cada uno de los pisos que nos separan de mi calabozo. Hay dos. ¡Esto no es un apartamento, es un palacio real! Justo debajo de la terraza, una piscina con un spa linda con una sala deportiva. A ésta no le echamos más que un vistazo, pero me parece que está mejor equipada que la de Throwback Fitness. Otra diferencia, el material parece nuevo y el equipo impecablemente acomodado. De hecho, así también está la piscina. Todo aquí es del mayor lujo y parece salido de una revista de diseño o arquitectura. Maxwell me asegura que puedo ir y venir cuando quiera. — La cancha de tenis, la piscina, la sala deportiva, ¿qué más podría faltar? No pretendo quedarme aquí una eternidad. ¿Cuánto tiempo piensa mantenerme prisionera? Él me responde sin dudar: — No como prisionera sino invitada, ya le había dicho. En cuanto a la duración, es difícil de precisar, eso depende de demasiadas cosas. Todavía me falta información y colocar un dispositivo que me permita neutralizar a quienes atentan contra su vida. Mis colaboradores trabajan en ello exhaustivamente, no hay lugar para ningún error. En algunos días sabré más… Una respuesta vaga. Eso significa que no quiere decir nada concreto o que es un

desequilibrado mental, aunque no lo parezca. ¿Cómo saberlo? Mientras tanto, sigo entre la espada y la pared. ¿Debo creerle? ¿No creerle? Mi corazón no sabe qué hacer... Una biblioteca y una sala de cine abarcan el piso de abajo. La sala de cine, de tamaño mediano, equipado de una veintena de sillones a la antigua artísticamente dispuestos, ofrece toda la comodidad que se pueda desear. No es necesario decir que también lo puedo utilizar, según agrega él. Como la decoración kitsch me recuerda a algo, Maxwell me confirma que está inspirada en la del Grauman’s Chinese Theater de Los Ángeles. Al fin regresamos a nuestro punto de partida. El gran vestíbulo. Al salir del ascensor, mi secuestrador declara negligentemente que estamos en el sexagésimo piso. ¡Entonces es imposible saltar por la ventana! Estoico, pone su mano sobre mi codo. ¿Qué significa este repentino acercamiento físico? ¿Será que...? Pero no, no es una familiaridad fuera de lugar. Es sólo para indicarme el camino. De todas formas este contacto me perturba. En lugar de ir hacia la habitación donde me desperté, atravesamos una parte del apartamento en dirección hacia el cuartel de los empleados. Mentalmente, noto la presencia de varias computadoras, pero ningún rastro de teléfono. En cuanto se vaya, si logro estar sola, quiero ir al exterior a toda costa. En todas las habitaciones reina una atmósfera de lujo discreto, muy alejado del agresivo modernismo al cual mi marido me ha acostumbrado. Es un apartamento donde se debe vivir bien. ¡Reflexión idiota! Como si me fuera a quedar aquí... Pensar en el loft me regresó a James. ¿Se habrá dado cuenta de mi ausencia? Nada es menos seguro. Nuestra relación ha estado muy tensa últimamente. Se preocupará demasiado tarde, si es que acaso llega a preocuparse... Sheldon y Martha están en la cocina. Una pareja de unos cuarenta años. El hombre se levanta cuando entramos, tiene el cabello muy corto, el rostro un poco arrugado y creo ver en sus ojos un destello de simpatía. Ella, una linda rusa en buena forma. Vestida con una blusa gris y un pantalón antracita, se seca rápidamente las manos con un trapo antes de recibirnos sonriendo. Una vez hechas las presentaciones, Maxwell reclama nuestra atención. — Pongámonos bien de acuerdo. Éstas son las reglas que seguirán durante estos días... Sin duda ya aleccionó a sus empleados puesto que se dirige esencialmente a mí. — Usted es libre de ir a donde quiera dentro del apartamento, incluyendo la terraza, y utilizar todo el equipo. Pero ni intente salir. Todas las salidas están bloqueadas y necesita un código para abrirlas. Voltea hacia ellos. — Por su parte, están a su servicio. Harán todo lo que esté en su poder para que su estancia sea agradable. Martha. Cuento contigo para prepararle los platillos que te salen tan bien. Y tú, Sheldon, vigilarás que todo esté bien. Pero bajo ninguna circunstancia debe comunicarse con el exterior, es extremadamente importante. ¿Comprendieron? La pareja asiente. Yo me conformo con mirarlos sin decir ni una palabra esperando que mi silencio exprese claramente mi desaprobación. Pero muy a mi pesar, estoy impresionada. Las dimensiones de su apartamento, el lujo en él y sobre todo la manera en que parece haber previsto todo... Pareciera que en verdad se preocupa por mi comodidad. En este instante, se escucha el timbre de un celular. Es el de Maxwell. Lo toma del bolsillo de su chaqueta, escucha tres segundos y corta la comunicación. Luego me lleva fuera de la cocina. En la sala que atravesamos al venir, se detiene y se planta frente a mí,

hablándome con un tono más familiar. — Debo irme. Confía en mí, Eva, no intentes escapar ni comunicarte con nadie. Se trata de tu vida... Con las últimas palabras, su voz adquiere un magnetismo oprimente. Luego se voltea y se va después de haberme lanzado una mirada intensa. Por dos segundos, creí encontrar en su mirada la misma plegaria muda que percibí antes. Pero tal vez sólo sean ideas que me hago. Todavía presa de las mismas dudas, me siento sobre un sillón para al fin pensar. Desde que retomé la consciencia, no me ha dejado mucho tiempo. Algunos minutos más tarde, tocan a la puerta. Es Sheldon. — Disculpe, señora, ¿a qué hora quiere cenar? Su apariencia es un poco tensa, parece incómodo, pero su tono es respetuoso y su mirada me rehúye. Siento como si se estableciera una barrera entre nosotros. Una barrera impenetrable. Hago un gesto vago. — No lo sé... Sólo necesito estar a solas un momento. Tengo que pensar en todo esto... — Bien, señora. Será como usted desee. Sólo tiene que llamarnos. ¿Lo hace a propósito o qué? ¡No será muy fácil establecer un contacto con él si se comporta así! Tal vez tendré más suerte con su esposa. Él sale del salón cerrando la puerta sin hacer el menor ruido. Alzo los hombros y decido regresar a la habitación. Para no perderme, tomo la ruta por donde vinimos. En el camino, había visto algunas computadoras. Como me imaginaba, hace falta un código para conectarse y no lo tengo. Me son inútiles. Al pasar por el vestíbulo, intento abrir la gran puerta doble que da hacia el exterior. A pesar de mis esfuerzos, permanece irremediablemente cerrada. Eso no me sorprende, pero tenía que intentarlo. Por primera vez, tengo el sentimiento físico de estar encerrada bajo llave. Totalmente aislada del mundo exterior. No hay dudas, soy prisionera. Una prisionera privilegiada, debo admitirlo, pero aun así prisionera. ¿Cómo podré escapar? ¿O simplemente para avisarle a Bonnie? Debe haber un teléfono en algún lugar, Me enojo. Me siento como una niña pequeña castigada por algo que ignora. La sala de baño al lado de la habitación es del mismo estilo del resto del apartamento. Desmesurada, lujosamente equipada, decorada con un gusto muy elegante. Encuentro una gran cantidad de productos de belleza y accesorios de higiene, visiblemente nuevos, sobre la bandeja y en los cajones de un tocador. Doblado sobre una silla, un kimono de terciopelo bordado parece esperarme. Pareciera que Maxwell pensó en todo. De repente, me doy cuenta a qué grado estoy fatigada. La idea de tomar un baño me anima. Abro las llaves y, algunos minutos más tarde, me hundo con voluptuosidad en la mini-piscina con hidromasaje. Pero pronto, a pesar del bienestar producido por el baño, la soledad y el silencio que reinan despiertan mis preocupaciones. En verdad tengo que escuchar una voz familiar, amigable. Daría todo lo que tengo para hablar con Bonnie. Abrigada con el kimono, regreso a la habitación. Ahí, veo un sobre colocado encima de la mesa baja. Hasta ahora no lo había visto. Éste contiene una nota. « Eva, Hay ropa en los armarios. Son de tu talla. Espero que te gusten. Maxwell. » ¡En verdad pensó en todo! Contemplo las blusas, las faldas, las camisas, los

pantalones, los vestidos y los leggings que abastecen los armarios de la habitación. Toda la ropa es de las mejores marcas. Mis favoritas. Es como si hubieran sido elegidas especialmente para mí. ¿Maxwell tendrá un sexto sentido? Inclusive hay, en una cajonera aparte, todo un surtido de ropa interior. Absorbida por mis pensamientos, no me doy cuenta de cómo pasa el tiempo. Tres golpes discretos en la puerta me regresan a la hora actual. Martha pasa su cabeza por la abertura. — La cena está lista, señorita, pronuncia dulcemente. — Gracias, Martha, me cambio y voy. Me pongo un vestido y voy con ellos al comedor. Muy en el fondo, su presencia aquí me tranquiliza. Sé que sólo están obedeciendo las órdenes de Maxwell y su actitud tan amable me reconforta un poco y tranquiliza mi angustia. Llena de esperanza, intento interrogar a Martha y Sheldon para descubrir quién es Maxwell, qué es lo que quiere de mí o para intentar obtener alguna información acerca del supuesto peligro que me acecha. Mis esfuerzos son en vano. Son muy corteses y hasta serviciales, me preguntan si no necesito nada más pero evitan cuidadosamente responder a mis preguntas. No puedo reprocharles nada por lo atentos que son, pero mi última esperanza se desvanece. La comida, hay que admitir que estaba excelente, se termina en un ambiente triste. Frente a mi insistencia en querer hacerlos hablar, Martha y Sheldon permanecen educados pero firmes. Intentan tranquilizarme — el Sr. Maxwell no quiere hacerme daño, estoy en un lugar seguro -, pero rápidamente se vuelve obvio que no obtendré más información. Al momento del café, decepcionada por no haber obtenido resultados, les pregunto si puedo hacer una rápida llamada a mi mejor amiga. Ambos me miran con un aire apenado y Sheldon dice: — Lo siento, señora, no podemos permitirle eso. Después de la cena, enciendo la televisión en la sala. Evidentemente, nadie habla de mi caso en los noticieros. Me lo esperaba, pero más vale estar segura. Después, por más que intento buscar en todos los canales, nada me interesa. No tengo ganas de ver cualquier programa. Hacia las dos de la mañana, Maxwell, que ha regresado sin que escuchara el menor ruido me sorprende frente al aparato al cual le quité el sonido. — ¿Todavía no te has dormido? — ¿También quieres regular mis horarios? Respondí con un tono seco, sarcástico, lleno de animosidad. Él levanta las manos para calmarme. — No te enojes, no soy tu enemigo. — ¿Qué prueba tengo de ello? ¡No me dices nada! ¡Ni quién eres, ni de qué estoy amenazada, ni cómo te enteraste de eso! Él se sienta sobre el sillón al lado de mí. Para evitar su contacto, me alejo lo más que puedo. Es puramente instintivo puesto que debo reconocer que, hasta ahora, no ha tenido ninguna mala actitud conmigo. Voltea hacia mí: — No seas tan negativa. Te aseguro que estoy haciendo todo lo posible para que esto sea lo menos difícil posible. Estoy consciente de que puede ser doloroso para ti, pero eso no durará mucho tiempo. Considéralo como un trago amargo que ya pasará. — ¿Un trago amargo que ya pasará? En realidad, es una pesadilla. Soy una prisionera, peor que si estuviera esposada y tuviera los pies amarrados... Con estas últimas palabras, me levanto y me voy a mi habitación.

CAPITULO 3 Terreno peligroso

Al despertarme, después de una noche agitada, reflexiono acerca de mi situación. No es muy buena. Un desconocido de nombre Maxwell me tiene prisionera en su apartamento bajo el pretexto de que un peligro mortal me amenaza. Se niega a explicarme más. A pesar de que las condiciones de mi secuestro sean excelentes, este rechazo a decirme el origen y la naturaleza de la amenaza me inquietan profundamente. ¿Quién podría atentar contra mi vida? No creo tener enemigos. Es incomprensible... mi vida es plana. Como todo el mundo, tengo un trabajo, un marido, amigos. ¿Será que lo único que quieren de mí es el dinero de James? Y lo peor de todo, ese el sentimiento de estar en prisión, de no poder controlar mis acciones. DE ser totalmente dependiente de mi secuestrador. No soporto que limiten mi libertad. Inclusive admitiendo que Maxwell no me mienta (una simple hipótesis), me parece inadmisible que me quiera apartar de mi propia suerte. Ayer no dije nada. Estaba desorientada. El secuestro y toda esa información me habían sacudido. No estaba en mis cabales. Pero hoy estoy mejor. No me dejaré tan fácilmente, necesito una explicación. Cuando Martha me trae mi desayuno, le pregunto negligentemente si mi carcelero ya se levantó. — El señor fue muy temprano. — ¿Y a qué hora regresará? — No lo sé, señora. ¡Definitivamente, es una manía suya no decirle nada a nadie! Después de una ducha express, me voy a la piscina. Algunas brazadas me harán bien. Al pasar por el vestíbulo, intento abrir la puerta que da hacia el exterior. Uno nunca sabe, tal vez el sistema de seguridad no fue activado cuando Maxwell salió. Un olvido le puede pasar a cualquiera. Pero los bloqueos están activados, la puerta no se abre. Regresándome para dirigirme hacia el ascensor, descubro a Martha observándome. Incómoda, busco una excusa plausible, pero ella se me adelanta: — Es inútil, señora. Todas las salidas se bloquean automáticamente, me informa con una voz suave. Después se va. Así, ella y su marido me vigilan permanentemente. Sin hacerse notar. Eso no me hará las cosas más fáciles. Tendré que ser prudente si quiero encontrar una forma de salir de aquí. Después de una hora y media de natación, voy a la terraza. El sol de septiembre ilumina los techos de Manhattan. Desde la terraza, como me había dado cuenta el día anterior, no hay ninguna posibilidad de alertar a nadie. Como el ejercicio me dejó agotada, me derrumbo sobre un camastro cuando Sheldon sale del ascensor. — ¿La señora prefiere pescado o carne para su comida? Es difícil odiarlos cuando ambos se muestran tan atentos...

Un poco más tarde, al dirigirme hacia la biblioteca, busco por los rincones con la esperanza de encontrar algo, lo que sea, que pueda darme laguna información sobre la identidad de mi secuestrador. Nada. Abro algunas puertas, echo un rápido vistazo. Las habitaciones están vacías, lujosamente amuebladas, siempre con ese mismo gusto delicado, pero pareciera como si nadie las ocupara. A priori, no veo nada que me pueda ayudar. Sin embargo, no me atrevo a hurgar por culpa de Sheldon y Martha. Tal vez están en alguna parte por aquí. Espiando cada uno de mis movimientos. Las alfombras son tan espesas que no se escucha el ruido de los pasos. Además, el silencio que reina en el apartamento me pone incómoda. En la comida, la suprema de faisán a la mantequilla de trufas es tan deliciosa que felicito a Martha. ¡Hasta exagero un poco para ganarme su simpatía, uno nunca sabe! Ella recibe mis cumplidos con una sonrisa educada, pero permanece igual de distante. Responde evasivamente a mis preguntas o se cierra como ostra en cuanto éstas se orientan hacia los temas más peligrosos. Por ejemplo cuánto tiempo va a durar mi estancia aquí o si lleva mucho tiempo trabajando para Maxwell. Ya no intentaré hacerla hablar. Es inútil. Paso la tarde frente a una película de acción que me permite no pensar demasiado en mi situación tan extraña. Luego paso más de media hora en el gimnasio antes de tomar un baño. Igual que la noche anterior, ceno sola. Con Martha y Sheldon sólo hablo lo mínimo indispensable. Maxwell no ha regresado. El silencio y la soledad comienzan a pesarme. Si hubiera regresado, tal vez habría podido hablar con él. Y además, debo confesármelo a mí misma, su presencia disminuye mi angustia. En mi cama, necesito mucho tiempo para encontrar el sueño. Mis preocupaciones regresan. Estoy segura de que Bonnie debe estar preocupada. Normalmente, no pasa ni un día sin que hable con ella. También en Hillerman Bros, Larry debe estarse preguntando qué pasó conmigo. Nunca había faltado al trabajo sin dar aviso personalmente. Y las mismas preguntas se repiten una y otra vez. ¿Quién es Maxwell? Trabaja, parece rico, muy rico. Es imposible que quiera el dinero de James. ¿Entonces qué? ¿Qué está sucediendo? ¿De qué peligro pretende protegerme? No puedo quitarme esas preguntas de la cabeza. Me obsesionan. Como soy incapaz de encontrarles cualquier tipo de respuesta, siento cada vez más como si estuviera en una historia donde yo no soy más que una marioneta cuyos hilos son jalados por alguien más. De hecho, ¿no soy más que un títere con James también? Sí, pero con mi secuestrador es diferente. Las formas no son las mismas. Pero a pesar de su aparente equilibrio y de su encanto, ¿no podría ser un mitómano particularmente hábil? Eso explicaría que diga lo mínimo posible. Eso también explicaría la seducción que ejerce. Recuerdo haber leído en alguna parte que los mitómanos a menudo podían ser unos seductores temibles. Al día siguiente, es Martha quien me despierta con el desayuno. A la primera pregunta que le hago, me responde que Maxwell todavía no ha regresado. ¡Diablos! Yo que esperaba poder sacarle información, me veo de nuevo sola, encerrada con mis dos guardianes. ¿Qué puedo hacer si no es recomenzar lo que hice ayer? A pesar de los recursos a mi disposición, éstos no son ilimitados. Y además, necesito lo esencial: la libertad. Entonces, brazadas en la piscina, lectura del último libro de Dan Brown en la biblioteca y desayuno servido por Sheldon. El tiempo pasa, minuto tras minuto, con una lentitud desesperante. No tengo ni la menor idea de cómo salir de aquí. Estoy condenada a esperar. James, Maxwell, ¿por qué los hombres que se cruzan conmigo tienen tantos problemas con mi libertad?

Después de la comida, holgazaneo en la terraza aburriéndome con mi inacción cuando la puerta del ascensor se abre. Es Maxwell. Una ráfaga de adrenalina me saca de la somnolencia en la cual estaba hundida. Definitivamente, este hombre es increíble. ¡Demonios, no tengo remedio! En lugar del estricto traje obscuro que siempre le he visto hasta ahora, lleva puesto un pantalón de mezclilla, una camisa a cuello abierto, una chaqueta de cuero y botas. El estilo casual le queda mejor que el traje Berluti. Le da un aire aventurero. No me muevo del camastro y hasta me doy el lujo de tomar un sorbo de soda mirándolo de reojo. Él se queda por un instante inmóvil contemplándome de lejos. Como siempre, su rostro no deja ver nada de lo que piensa, comienzo a acostumbrarme a eso. Al fin suelta un « hola » que no lo compromete a nada, avanza y me ofrece una pequeña caja. Levanto los ojos hacia él. — ¿Qué es eso? ¿Las llaves del apartamento? ¡Pum! ¡Toma ésa! De hecho, vi perfectamente que se trata de un estuche con la marca Cartier. Ignorando mi ironía, él lo entreabre. — Me di cuenta de que tu collar estaba huérfano así que me permití traerte un pequeño regalo... ¡No es cierto! ¡Una esmeralda sobre un medallón de platino! Espléndido. Y se había dado cuenta de que no llevaba ningún colgante en mi cadena. Disimulando mi emoción, pero con la garganta cerrada, acepto el estuche que pone en mi mano. Es el tipo de detalle que James nunca ha tenido. — Muy lindo. ¡Magnífico! — ¿Pero por qué este regalo?, continúo. ¿Tienes algo que quieras que te perdone? Por una milésima de segundo, siento que su mirada me fusila. Es sorprendente la velocidad con la cual sus ojos cambian de color según su estado de ánimo. Van del azul agua marina hasta el violeta obscuro. Sin embargo, su control de sí mismo es también impresionante. Él aprieta la mordida, quita el mechón rebelde de su frente mientras que un intento de sonrisa se dibuja sobre sus labios. — Tal vez para disculparme por no haber venido más rápido. Temía que mi ausencia te hubiera preocupado... ¿Qué decir? Me quita todos los medios. — Lo único que me preocupa en este momento es saber cuándo me vas a dejar salir. — Desafortunadamente, eso todavía no será posible. No tuve las buenas noticias que esperaba. Eso explica mi larga ausencia. Estoy tras un tipo muy astuto que no se deja atrapar fácilmente. Por ahora, ignora la trampa que le estamos preparando. Pero si por mala suerte lo presintiera, sería lo más difícil del mundo hacerlo caer... — ¡Eso no me dice mucho! — No tiene caso entrar en detalles de la operación. Toda la información que hay que verificar parte por parte para tender la trampa y... — ¡Ahora estás tratando de darle vueltas al asunto! Puedo aceptar que no puedas decirme todo. Pero al menos podrías decirme quién eres y cómo llegaste a intervenir en mi vida. — Al contrario. Todo está conectado. Sé que es difícil de creer, pero es esencial que actúe como lo hago. Te lo repito de nuevo, tu vida está en peligro a causa de una maquinación que no podrías ni imaginarte.

— ¡Justamente! Al menos dime cómo te enteraste. — Imposible. Lo supe por la más grande de las casualidades y los eventos que siguieron me condujeron a secuestrarte para ponerte a salvo. Revelarte algo más preciso pondría todos mis planes en riesgo. ¡Casi podría convencerme! — Pero en fin, ¡no veo cómo podría cambiar si me dijeras quién eres! — Eso cambia todo. Nos quedamos en silencio por un largo momento. No estoy convencida, pero no encuentro ningún argumento para contradecirlo. Tiene una forma de mirarme a los ojos cuando me habla, una mirada directa, abierta, que me hace perder el hilo de mis ideas. De repente, pregunta con una sonrisa de duda: — ¿No te gustó el colgante? — Sí. — ¿Entonces por qué no lo pones en tu cadena? Saco la joya de su estuche, y por poco se me cae. Hago un gesto para atraparlo, Maxwell avanza su mano, nuestros dedos se rozan por una fracción de segundo. Sus ojos se cruzan con los míos. Mi corazón da un salto dentro de mi pecho. Rápidamente, aprieto la esmeralda en la palma de mi mano. — ¡La tengo! No tengas miedo. Y la cuelgo en mi cadena. Después de haber admirado el efecto del colgante alrededor de mi cuello, Maxwell consulta su reloj. — Disculpa, debo irme... En el instante en que voltea, agrega: — La esmeralda es una piedra hecha para ti. ¡Es la única que deberías ponerte! El cumplido me hace sonrojar. Antes de que pueda pronunciar una palabra, él se dirige hacia el ascensor cuya puerta se cierra. Este hombre es más rápido y más indomable que un felino. Ni siquiera tuve tiempo de agradecerle antes de que haya desaparecido. Pensativa, acaricio la esmeralda con la punta de los dedos. El atardecer la hace brillar como fuego. Siento una emoción que no logro definir con precisión. Lo que resta del día pasa lentamente. No tengo ganas de leer ni de ver una película. Sólo me queda el gimnasio. Como dice el instructor: « Transpirar para no pensar. » Excepto que a veces, una no impide a la otra. Efectuando a consciencia ejercicios de acondicionamiento, me reprocho no haber sido más firme. No haber insistido. Maxwell me manipuló como quiso con sus bellas palabras y yo me dejé. De acuerdo, estaba anonadad por su regalo, pero aun así, debí haberlo enfrentado. Sí, pero ¿cómo resistirme a él? Cuando está frente a mí, siento sin quererlo una atracción tan fuerte que mi mente se nubla. En su ausencia, puedo tomar todas las decisiones que quiera, mas sólo basta con que aparezca y que me vea para que olvide la mitad de ellas. ¡Eso es algo que nunca he sentido con mi marido! ¡Ah! ¿James, qué haces? ¿Me estás buscando? Hay una confusión enorme en mi cabeza. Y encima de todo, Maxwell me ofrece este magnífico regalo... ¡Debo estar loca para haberlo aceptado! ¿Por qué me pone así el pensar en él? Sobre todo que no sólo está la esmeralda. También está la razón por la cual me la dio. Eso fue lo que más me afectó. Ya sabía que era elocuente, inclusive encantador cuando quiere. Pero descubrir de pronto que me pone la suficiente atención como para darse cuenta de que no llevo más que una simple cadena en el cuello, sin nada en ella, me corta el aliento.

¡Seguramente es otro truco para ganarse mi confianza! ¡Una manipulación sentimental! Y vuelvo a pensar súbitamente en su mirada cuando casi dejo caer la esmeralda al suelo. Había en el fondo de sus ojos que no percibí en ese momento. Como un calor que nunca había notado. ¿Podría ser que yo le guste, que se sienta atraído hacia mí? La idea me toma tan desprevenida que me siento sonrojar. ¡En verdad pienso muchas locuras! Es absurdo. La situación ya es lo suficientemente complicada como está como para que la complique más con mis fantasías sentimentales. De por sí es difícil saber dónde me encuentro. Normalmente, debería desconfiar de sus bellas palabras. Odiarlo. Pero en el fondo, una voz interna me aconseja confiar en él. No sé quién es y sin embargo me tranquiliza. Como si fuera un amigo que conozco desde siempre. Estoy en una situación intrincada. Por ahora sólo encuentro una solución: sudar. Después del calentamiento, paso a la velocidad máxima. En mis audífonos, el hip hop remplaza a la música electrónica. Transpiro fuertemente. Sobre el Airex Balance-Pad, encadeno los movimientos. Equilibrio y luego estabilidad vertical. ¿Maxwell es un manipulador? Buena pregunta. Ahora coordinación. Y mi respuesta es: no lo sé. Cuando está conmigo, no siento como si me manipulara. ¿Puedo estar equivocada? Más rápido el movimiento de las piernas. ¿Eso significa que es sincero? También es una buena pregunta. También me la hago. Más flexibilidad en la pelvis, los hombros relajados, los brazos muy tensos. Tampoco lo sé. Retomar el equilibrio. Pequeños pasos a los lados sin que mis pies dejen el suelo. No logro saber con certeza si es sincero. Los músculos me arden. Sin aliento, empapada en sudor, me derrumbo sobre la alfombra. Necesito algunos minutos para recuperar la respiración. Estoy exhausta, pero avancé más que antes. El ritmo de mis latidos baja progresivamente. Por momentos, estoy convencida de que Maxwell me miente, que inventó todo eso del peligro que amenaza mi vida. A veces, su sinceridad parece indudable. Me odio por no haber reclamado más explicaciones enseguida. Y ahora se ha ido. ¿Hasta cuándo? La cena es tan sombría como ayer. A pesar de los esfuerzos de Martha para cocinar platillos dignos de un gran chef, como muy poco, con la mente en otra parte. Terminada la comida, previendo que tendré dificultades para dormirme, voy a la biblioteca a buscar un libro. El que sea, al azar. Pero no tengo ganas de leer, de ver la televisión y mucho menos de ver una película. De hecho, no tengo ganas de hacer nada. Lo que me gustaría sería platicar con Bonnie, ambas recostadas sobre su cama en su estudio en Queens. Lo hemos hecho tantas veces ya que veo la escena como si estuviera allí. Al volver a pensar en lo preocupada que debe estar por mi brusca desaparición, una repentina tristeza me invade. Mi ánimo está por los suelos. Lanzo el libro que acabo de abrir. En ese mismo momento, alguien toca la puerta. Exasperada, respondo un poco brutalmente: — ¿Qué es lo que quieren? Debe ser Sheldon o su mujer preocupándose de que no haya aprovechado la cena y

me arrepiento de mi brusco acceso de cólera contra los dos sirvientes que se muestran tan humanos conmigo a pesar de la situación. Pero para mi sorpresa es Maxwell quien entra. — ¿Qué es lo que pasa? Pareces enojada... Entonces, todo el rencor y toda la ira que llevo dos días acumulando se desbordan du un golpe. — ¿Enojada? ¿Estás bromeando? ¡Ya no puedo más! ¿Cuánto tiempo más piensas tenerme así? Ya no puedo soportar esta situación, sin saber nada de nada. Ni por qué me secuestraste, ni quiénes son esas personas que me amenazan, ni quién eres. ¡Si esto continúa, voy a tener una crisis de nervios! Maxwell me observa por un momento sin abrir la boca. Siento que un combate interior se libra en su mente. Bruscamente, me señala un sillón. — Toma asiento, Eva, te voy a decir quién soy. Él se queda de pie frente a mí y suelta de golpe con una voz neutra: — Soy Maxwell Hampton, el hermano de James.

CAPITULO 4 Al borde del precipicio

La enormidad de lo que Maxwell me acaba de decir me deja petrificada por dos segundos. Me quedo sin voz. Luego mi combatividad retoma el control. — ¡Pero James no tiene hermanos! — Más bien nunca te ha hablado de mí. — ¿Y por qué no me habría hablado de ti? ¿Porque te dedicas a secuestrar personas y se avergüenza de ti? A pesar del sarcasmo de mi respuesta, su aplomo me desconcierta. Algo en el fondo de mí me dice que no está mintiendo. Es la verdad. Él es el hermano de James. De hecho, está sonriendo, con una sonrisa breve, pero todo en su expresión me indica que no está bromeando. Toma asiento frente a mí. — No, no me dedico a secuestrar personas. Me dedico a las finanzas… — Como James, ¡qué práctico! Él asiente silenciosamente y continúa sin parecer darse cuenta de mi sarcasmo. — Te debo varias explicaciones. James no te ha hablado de mí porque siempre hemos tenido una relación difícil. ¡Mucho más que difícil, ambos somos muy diferentes! De hecho nuestra relación es tan mala que llevamos años ignorándonos. Nunca nos vemos... — No te creo. Si eres su hermano, déjame llamarlo para... Maxwell sacude negativamente la cabeza. — No, es imposible. Por razones que no puedo darte ahora, James de be permanecer fuera de todo esto. ¡No hay opción! Tengo que arreglar este problema solo, a mi manera. ¿Y yo no tengo nada que decir en todo esto? Frente a mi mutismo, termina por sacar su permiso de conducir — efectivamente su nombre es Maxwell Hampton — y una vieja foto - no hay dudas, se trata de él y de James más jóvenes. Los comparo mentalmente. Obviamente, conozco menos a Maxwell que a mi marido. Pero tanto este último, después de nuestro matrimonio, reveló rápidamente su egoísmo, su necesidad de dominación y la tiranía que pretendía ejercer sobre mí, como Maxwell, a pesar de su deseo de controlar todo, se muestra atento a mis necesidades y a mi comodidad. Sigo reprochándole el haberme secuestrado y n comprendo de qué peligro cree protegerme, pero desde que estoy aquí, nunca ha sido agresivo, ni siquiera frente a mis sarcasmos. Mientras que mi marido me exhibe como un trofeo y denigra mis elecciones para vestirme que no son lo suficientemente vistosas como para tener un valor, Maxwell tiene atenciones conmigo y me ofrece un bello regalo. Él se muestra más generoso, más abierto. En una palabra, más gentil. Y esta diferencia puede verse en su físico. A pesar de que tiene un aire de parentesco, no tienen nada en común. La innegable belleza de James es digna de una revista de moda, atrayente pero fría, casi congelada, agresiva y a veces inquietante. Maxwell posee más encanto, un magnetismo hechizante que lo vuelve misterioso, pero puede verse en él una calidez y una impresión de seguridad. Sus modales tampoco son los mismos. Mi marida

nunca se relaja, siempre está tenso, obsesionado con el autocontrol y su apariencia. Por el contrario, Maxwell es más natural, menos obnubilado por la imagen que da. Es evidente con el gesto que tiene constantemente de acomodarse el mechón rebelde de cabello que le cae sobre la frente. Ciertamente es sólo un detalle, pero es significativo. En todo caso, lo que acaba de decirme cambia la situación. Sigo sin saber cuál es el peligro del que me quiere proteger, pero ahora comprendo mejor el interés que tiene hacia mí. De alguna forma somos de la misma familia. Aun si no nos conocíamos, no soy una completa extraña para él. Es mi cuñado. Me parece que ni confiar totalmente en él (tendría que decirme más para lograrlo), desde ahora puedo darle más crédito. Eso me incita a considerarlo de forma diferente, ya no es un simple secuestrador. Después de un momento de silencio, clava su mirada en la mía y agrega: — Lo único que necesitas saber, es que te protejo y que aquí estás segura. Cuando ya no haya peligro, serás libre. ¿Ahora me crees? — Sí, termino por decir perturbada por la intensidad de su voz. ¡Qué confuso! ¿Si me pregunta que si creo en Santa Claus, también diré que sí? Sonríe ampliamente. Su mirada parece brillar. Continúo: — Pero por favor, dame más detalles sobre tus problemas con James. Él adopta una expresión distraída, se inclina hacia adelante, pasa una mano por su cabello, se muerde los labios. ¡Si continúa así, me voy a enamorar! — No hubo un problema en particular. Más bien una incompatibilidad fundamental. Hay personas hacia quienes uno siente aversión y otras hacia quienes uno se siente naturalmente atraído... Por la manera en que me mira al pronunciar las últimas dos palabras, adivino que están dirigidas especialmente a mí y mi corazón se detiene por un segundo. — ¿Quieres decir una especie de instinto? — Exactamente. Algo contra lo que es difícil luchar, dice bajando la voz. — Yo también lo siento, murmuro en un suspiro. Nos observamos un momento en silencio, asustados de haber revelado tanto sobre nosotros mismos sin quererlo. La atmósfera ha cambiado, lo que leo en sus ojos me hace un nudo en la garganta y no me atrevo a moverme para no traicionar mi propia emoción. ¡Estoy casada, no tengo derecho a sentir esto! Luego Maxwell se levanta bruscamente y dice: — Es tarde, deberíamos ir a acostarnos. *** A partir del día siguiente, nuestra relación mejora. Maxwell se ausenta por menos tiempo. Pasa más tiempo conmigo. Me avisa cuando va a salir. Está más relajado, menos a la defensiva. También más natural. Sus atenciones conmigo aumentan. Seguido, me ofrece un regalo cuando regresa. No un colgante con una esmeralda como la primera vez. Joyas más modestas. A veces cosas simples, como un ramo de flores o el álbum G I R L de Pharrell Williams porque alguna vez le dije que me encantaba. Paralelamente, comenzamos a hablar juntos. A hablar realmente. No como viejos amigos, pero al menos ya no como adversarios. Regularmente, aprovecho nuestras

conversaciones para intentar hacerlo decirme quién me amenaza. Pero en este punto, permanece inflexible. Esquiva todas mis trampas, no me dice nada nuevo. A pesar de esta disimulación que me pesa, aprendo a apreciar un poco su presencia. Un día, él habla, con un humor que no le conocía, de sus brillantes años de estudiante en Princeton. Cada confidencia que me hace representa también para él una oportunidad para cuestionarme sobre mi vida, mis ocupaciones. Hemos hablado mucho de mi trabajo y su interés sincero me conmueve. No sé por qué, pero me es muy importante que comprenda que trabajar es esencial para mí. ¡En verdad se interesa en lo que hago, no como James que me ve como un accesorio que realza su imagen! Su humor igual, la mezcla de reserva y de amabilidad con la que me rodea. Es inútil tratar de negarlo, siento una especie de inclinación pro Maxwell. Y estoy segura de que por su parte, él no es insensible a mi encanto. Así pasan dos días. Una noche, cuando se aparta para dejarme salir primero de la sala, me tropiezo. Para evitar que me caiga, él me detiene. Como es mucho más alto que yo, levanto la mirada. — ¡Oh! perd… No tengo tiempo de terminar, su boca ya está sobre la mía. Enloquecida, quiero empujarlo, pero mi cuerpo no me obedece. Mis músculos se tensan. Suavemente, sus labios rozan los míos, los presionan delicadamente. Una deliciosa sensación de vacío se instala en mi pecho. Respiro el aroma de su loción. Una fragancia almizclada con un toque de ámbar. Sus ojos están tan cerca de los míos que siento que me ahogaré en ellos. ¡No, no puedo hacer esto! Pero su mirada hace que mi consciencia se calle. No me resisto. Entonces su boca se apodera de la mía. Sin que me oponga, nuestras lenguas se interrogan, se descubren con precaución. Entablan una lenta danza de aterciopelados movimientos que me aturden. Miles de sensaciones me asaltan, cada una más deliciosa que la anterior. El beso de Maxwell me embriaga. Mis músculos se relajan. Él me aprieta con más fuerza por los hombros, su gesto es suave, un escalofrío me recorre muy a mi pesar. Su contacto hace nacer en mí algo indescriptible. Quisiera que esto no se detuviera nunca... Bruscamente, su boca me abandona. Él sacude la cabeza y murmura con una voz casi inaudible: — Esto no es razonable. Con mis ojos todavía clavados en los suyos, pareciendo esperar una respuesta, asiento con la cabeza. Exacto. No es para nada razonable, ¡pero es tan bueno! — Discúlpame, Eva, retoma, ¡no debí hacerlo! — No, no, fue mi culpa, yo... Nos separamos. Frente a mi habitación, me desea buenas noches. Por la abertura de la puerta, lo miro alejarse en el pasillo. Es la primera vez que un beso me pone así. Cierro la puerta, me recargo contra la pared. El sabor de sus labios me persigue. El olor a almizcle y ámbar me baña todavía. Aprieto mi cara con ambas manos. Una especie de rasgadura me atraviesa. ¿Qué significa lo que acaba de hacer? ¿Y yo por qué cedí tan fácilmente? ¿Fue una respuesta a la tensión que atormenta? ¿Una simple reacción física a nuestra promiscuidad de los últimos días? Sin embargo yo no soy así. No me reconozco. ¿Qué pensará de mí? Imposible quedarme en esta incertidumbre. Las cosas tienen que estar claras entre nosotros. Sin pensarlo dos veces, me lanzo fuera de mi habitación. ¿Mi objetivo? Volver a ver a

Maxwell. Explicarle que cedí a un impulso pasajero pero que no volverá a suceder. Que no debemos volver a dejarnos llevar. Al menos ésa es la razón que me doy a mí misma. ¿Pero en verdad es lo que pienso? Conscientemente sí, sin duda alguna. ¿Pero en el fondo? Recorro el apartamento silencioso. ¿Dónde podría estar? No hay ninguna luz encendida. El gran vestíbulo está obscuro. Atravieso el pasillo, la pequeña sala que quedó tal y como la dejamos hace unos quince minutos. Ningún ruido proveniente de la cocina. También está vacía. ¿Tal vez su oficina? Él sale de ésta justo en el momento en que llego. Nos inmovilizamos. El tiempo parece detenerse. Congelados a algunos centímetros el uno del otro, nos miramos directamente a los ojos. Mi boca está tan seca que ninguna palabra puede salir de ella. Su mechón cae sobre su frente, pero no parece darse cuenta de ello. Y yo, ¿cómo me veré? Un escalofrío me hace estremecer. La tensión es tan palpable entre nosotros que parece de plomo. De pronto, un impulso irresistible nos lanza el uno hacia el otro. Me abraza con locura. Me acurruco contra su calor. Con los labios en mi cabello, murmura: — ¡Oh, Eva!, si tú supieras... Esperaba que me detuvieras hace rato... Te esperaba... Es importante para mí... Con una voz entrecortada por la emoción, respondo: — Para mí también es importante. Luego me levanta entre sus brazo y me lleva hacia su habitación. La habitación está sumergida en la penumbra. Maxwell no enciende la luz, adivino su cuerpo, presionado contra el mío. Busco sus ojos mientras que, con sus manos, levanta mi rostro hacia el suyo. Por un instante, creo que va a besarme y las mariposas se revuelven en mi estómago frente a esta idea. Pero la tensión de sus músculos, la contracción de sus hombros y la mirada tortuosa que me lanza me dejan boquiabierta. Él parece tener una lucha interna como si se estuviera conteniendo. Como si el desearme y no poder ceder ante la atracción lo hiciera sufrir. Las emociones evolucionan en sus ojos tan expresivos. Esbozo un movimiento y me hundo en su abrazo, me presiono contra su torso antes de cerrar los ojos de placer. Nuestras frentes se tocan, nuestros labios están tan cercanos que una ola de deseo me anuda el vientre. Siento la respiración de Maxwell acelerarse y, en mi pecho, mi corazón late a mil por hora. ¿Qué estamos haciendo? Su perfume almizclado me rodea de nuevo y pierdo la cabeza. Ya no pienso más. En nada. Sólo quiero saborear el bienestar que me invade. Maxwell acerca su boca un poco más, lo cual acaba por completo con mi razón. — Eva, te deseo tanto, resopla Maxwell a mi oído. — Yo también, murmuro. — ¡No puedo contenerme más! Tengo demasiadas ganas de besarte. — Maxwell… Y mi voz enronquecida por el deseo bajo el efecto de su confesión hace que todo suceda. Por un instante, el tiempo se detiene, luego Maxwell toma posesión de mi boca. Su beso es primero tierno, nos degustamos con timidez. Luego su lengua viene a cosquillear mi labio superior y me inflamo. Atento a mis reacciones, mordisquea mi boca y, con cada nuevo asalto, evito gemir. Todo mi cuerpo reacciona y, muy a mi pesar, me arqueo para sentirlo más cerca de mí. Maxwell pasa una mano por mi cabello y me toma de la cintura con la otra, provocando una nueva descarga eléctrica en mis venas. Al fin, nuestras lenguas se mezclan antes de comenzar una deliciosa danza.

¿Cómo puede un simple beso provocarme este efecto? Retrocediendo, Maxwell me mira con una intensidad tal que despierta en mí una miríada de sensaciones inéditas. Una pregunta muda flota en sus ojos. Entonces enardecida por la proximidad de su cuerpo, respondo pasando mis manos alrededor de su nuca para jalarlo hacia mí. Él se estremece y por fin se abandona antes de recostarme sobre la cama sin romper nuestra cercanía. Dominándome con todo su ser y su mirada envolviéndome, comienza a descubrir mi cuerpo, torturándome. Sus dedos rozan mi cuello, mi nuca, el lóbulo de mis orejas, provocando mil escalofríos, mientras que sus labios siguen el camino de sus manos con delicadeza. Él murmura mi nombre, me susurra cuánto me desea, acentuando cada palabra con un beso, se detiene en las zonas que me arrancan gemidos. Es más fuerte que yo, mis senos se tensan mientras que lentamente, en una exquisita tortura, sus caricias lo conducen hacia mi escote. Mi respiración se acelera. Maxwell juega con la tela, excita la punta de mis pezones endurecidos a través de mi sostén, recorre mis curvas, divirtiéndose con mis reacciones y con un salvaje brillo en los ojos... pero no desabotona mi camisa. Él continúa su progreso por encima de la prenda. Una bocanada de calor quema mi pecho, me arqueo, solicitando sus caricias, pero él no detiene su juego, apreciando volverme loco. Continuando con su aventura, me atormenta un poco más trazando un camino de lava hasta la línea de mi cintura. Él sonríe, satisfecho de su efecto cuando tenso mi pelvis, antes de enlazarme firmemente. Las palmas de sus manos calientes sobre mi piel, la presión de sus dedos alrededor de mis caderas... Cada partícula de mi cuerpo que toca es sensible a su contacto. Atenta al recorrido de sus dedos, intento no moverme. Sin la menor prisa, con gestos mesurados, me acaricia, llevándome hasta el borde del precipicio. Esto no se parece a nada de lo que haya conocido hasta ahora. ¡Es tan... perturbador! Me besa de nuevo. Este beso, más apasionado que el primero, más profundo, más sensual, me deja jadeando de deseo. Mientras que nuestras lenguas se enfrentan en una lucha sensual y ardiente, con un movimiento instintivo me acerco más a él. Maxwell abandona mi boca para poner sus labios en el valle entre mis senos. De nuevo, ese contacto sobre mi piel desnuda. Me cuesta trabajo contener mis suspiros. Al mismo tiempo, él desabotona mi camisa y la abre con suavidad para después quitármela completamente. Delicadamente, desabrocha mi sostén rozando mi hombro, las curvas de mis senos y las aureolas sensibles y tensas de deseo. Mi corazón golpea con más fuerza cada vez. Una vez que mi pecho está enteramente ofrecido a su vista, toma mis pezones entre sus labios, los dibuja con la punta de los dedos. Los provoca con la lengua, los mordisquea, los aspira. Ondas de calor me atraviesan, escalofríos corren por mi piel. Paso mis dedos por la seda de su cabello sin retener los suspiros que se me escapan. Maxwell desabrocha mi pantalón, luego me lo quita, explorando cada parte que descubre, mis caderas, el interior de mis muslos, mis rodillas, mis tobillos. Sus caricias son cada vez más íntimas y audaces, como si quisiera marcar su presencia sobre todo mi cuerpo, que reclama persuadiéndose de que efectivamente estoy allí, que esto no es una fantasía. ¡Si es un sueño, por favor que no me despierte jamás! Pronto, sólo mis bragas de encaje se interponen entre mi feminidad y él. Al descubrirlas. Maxwell contiene el aliento. ¡Hay que decir que no esconden mucho! Lentamente, desliza dos manos bajo el fino resorte de un lado al otro de mi cintura,

acercándose a mi sexo para tocarlo. De la manera más sensual, baja el pedazo de encaje por mis piernas. El roce de la tela agregada a la caricia de sus manos es un delicioso calvario. Ahora me toca a mí contener el aliento. Algunos instantes más tarde, me encuentro desnuda entre sus brazos. Luego enciende la lámpara de la cabecera. Una suave luz tenue nos inunda. Su camisa vuela. Su torso, a la vez poderoso y fino, sus músculos marcados y la línea de sus abdominales me fascinan. Su pantalón y su bóxer toman el mismo camino que su camisa, revelando sus atléticos muslos, sus finas piernas y su deseo más que evidente. ¡Dios mío! ¡Es todavía más apuesto desnudo que vestido! Se extiende a mi lado. Nuestros cuerpos están ahora al descubierto. Su olor almizclado me invade. Me atrevo a tocarlo. Su piel es suave, firme. Dibujo cada músculo con la punta de los dedos mientras que él echa su cabeza hacia atrás. Bajo sus manos, su cuerpo se contrae. Desciendo por sus muslos, rodeo su sexo que se endurece bajo mi audacia. Ahora yo me divierto con el deseo que provoco en él. Lamo sus labios con avidez, saboreo su piel y hago que mis manos desciendan hasta perturbarlo. Mi bravura le sorprende y parece divertirle, un obscuro brillo danza en sus ojos y me vuelve más atrevida. Juguetona, rozo la base de su virilidad, tardándome un poco para hacerlo gemir, le enredo una mano alrededor antes de remontar hacia sus caderas. — Eva… ¡vas a volverme loco!, suspira de nuevo con una voz ronca. De repente, me atrapa por las muñecas, reúne mis brazos encima de mi cabeza y las aprisiona con una mano de acero antes de chocar contra mi boca con un beso febril. Su cuerpo pesa suavemente sobre mí. Él se inclina hacia el buró para tomar un preservativo y lo pone muy cerca. Sus muslos duros se imponen a los míos, abren firmemente mis piernas. Contra mi sexo ya húmedo se presiona la rígida barra de su miembro erguido. El saberlo tan cerca me excita todavía más. Tengo el sentimiento de estar indefensa. Mientras que me veo reducida a su voluntad, mis pensamientos se enloquecen. Amo su dominación, tanto como la temo. — Eres tan bella, murmura. Me callo, igualmente fascinada por su belleza y la fuerza viril que ésta emite. Enderezándose, maltrata mi pecho, exasperando mis pezones hasta obtener mis gemidos. Najo sus caricias, ondulo, mientras que descargas de placer me atraviesan. Luego una de sus manos se desliza a la parte baja de mi vientre y alcanza mi botón rosa. Con la punta de sus dedos, cosquillea este punto tan sensible, lo presiona tiernamente, lo abandona algunos segundos, regresa a él, lo abandona de nuevo. Con todos mis músculos tensos, mordiendo mis labios para no gritar, muevo mi cabeza de un lado al otro. Mi mirada no lo suelta y lo que él lee en ella hace que su erección se endurezca todavía más contra mi pierna. Su pulgar continúa estimulando mi sanctasanctórum mientras que introduce su índice en mi grieta. Mi corazón deja de latir. Su dedo me penetra y vuelve a salir, esta vez dejo escapar un grito. Él comienza un lento vaivén, que me transporta hacia otra realidad. No existe nada más que este exquisito movimiento. Cuando desliza también su índice en mí, separo un poco más mis muslos, llamando con todo mi ser su caricia. Mete y saca sus dedos cada vez más rápido, cada vez más profundo, llevándome hasta el borde del goce mientras que la punta de su pulgar ejerce una presión aún más fuerte sobre mi clítoris y su otra mano exaspera mis pezones. Voy a... Pronto soy incapaz de disimular el estado en el que me pone. Mi agitación, los jadeos que se me escapan, el balanceo cada vez más amplio de mi pelvis evidencian el placer que

amenazan con sumergirme. Su sonrisa es inequívoca, al igual que su virilidad rígida. ¡Le gusta hacerme languidecer! Entonces deja mi pecho y mi surco. Intento en vano protestar cuando escucho el ruido de un empaque que se abre. Cuando su rodilla se insinúa entre mis piernas, lo tomo de los hombros. Luego él atrapa mis muslos y los cierra alrededor de su cintura con un gesto posesivo que lleva de nuevo a su sexo hasta la entrada de mi cueva. Con una mano bajo mis nalgas que amasa, cargándome a medias, retoma con la otra su caricia. Excitando mi clítoris, aprisionándolo y haciéndolo vibrar bajo su pulgar y su índice, me impone un delicioso ritmo hasta que, vencida, ondulo contra él, frotándome contra su impresionante erección. Este instante me produce vértigo. Cuando finalmente la ola de placer me invade, su sexo tenso me penetra empujando con fuerza. Muy lento. Cierro los ojos. Maxwell se hunde profundamente en mí, luego me inmoviliza. Nos quedamos así algunos instantes, reunidos en el mismo abrazo. Luego se retira todavía más lento de lo que me penetró, antes de hundirse más profundamente. Comienza lentas idas y venidas en mi grieta, entrando y saliendo a un ritmo delicioso, introduciéndose con más vigor en cada golpe. Sus amplios movimientos de pelvis me colman, las ondas me recorren y me muevo de adelante hacia atrás para sentirlo más fuerte. — Maxwell, repito como una letanía. Lo aprieto con todas mis fuerzas, animándolo, suplicándole con todo mi ser que me tome con más fuerza, más rápido. Así, aumenta el ritmo progresivamente. Sus puñaladas se aceleran, se hunde en mí firmemente, llevándome insaciablemente hasta el éxtasis. Pero en cuanto se da cuenta que estoy a punto de rendirme, desacelera. — Más... balbuceo. Su boca roza la mía. — Hay que saber tomarse su tiempo... Cuando el tumulto que me agita comienza a calmarse, su golpeteo empieza de nuevo. Más rápidos. Más vigoroso. Mi placer renace. Maxwell lo detiene en cuanto percibe que estoy a punto de llegar al límite. Me impone esta frustración justo antes de que alcance la cima. Jadeante, gimo continuamente hundiendo mis uñas en su espalda. Le muerdo el hombro, arqueo la espalda para recibirlo hasta el fondo. Sus manos palpan mis nalgas, masajean mis caderas, dibujan garabatos de lava en mi espalda baja. Su sexo me colma, hurga en mí y cada golpe me acerca a la explosión final mientras que Maxwell pellizca mis pezones entre sus labios y los mordisquea gentilmente. Todo mi cuerpo se tensa y hormiguea de sensaciones. Al fin, con una última puñalada, me hace atravesar la última puerta y él explota a la vez. Me acerco a él mientras que olas de placer inundan mi mente y millones de punzadas recorren mis venas. Nuestros corazones laten al unísono mientras que el orgasmo me atraviesa, corriendo desde mi cadera hasta la punta de mis senos, hasta la yema de mis dedos. Cada partícula de mi cuerpo reacciona ante el placer que me acaba de dar. Me siento tan bien allí, entre sus brazos viriles, mientras que en sus ojos un brillo de ternura choca contra mí. Cuando recupero el ánimo, Maxwell recargado en su codo sigue con la punta de un dedo la curva de mis senos. Las sonrisa que me lanza y la contracción en mi vientre bajo dejan presagiar que muestro deseo está intacto. Me jala hacia él y me susurra al oído: — ¡Sigo teniendo ganas de ti, Eva! ¡Yo también! ¡Si supieras cuántas ganas sigo teniendo de ti!

CAPITULO 5 La revelación

Cuando abro los ojos, un rayo de luz penetra por las cortinas de mi habitación. Ya es tarde. Imágenes de la noche anterior llegan a mi mente. Con una sonrisa en los labios, me despierto completamente recordando la partida de Maxwell después de haberme llevado « a mi casa » (si puedo llamar así la habitación en la cual estoy prisionera). Sus palabras dulces, acariciantes. Mi agradable languidez. La ternura de su último beso cuando el sueño comenzaba a ganarme. Anoche, la pasión nos ganó. Un impulso contra el cual ninguno de los dos tuvimos fuerzas para luchar. Ni fuerzas ni ganas. Cedí en una embriaguez que Maxwell compartía. ¡Increíble! Increíble y sin embargo perfectamente simple. Podría decirse que las cosas no pudieron haber pasado de otra manera. Todavía adormilada, veo un sobre encima del buró y, justo en el mismo momento, tocan a la puerta. — ¡Adelante! Martha asoma la punta de su nariz con la bandeja del almuerzo. Una escena que me parece curiosamente familiar. Como si aceptara la situación. ¿Será que mi voluntad de irme comienza a debilitarse? Dejando la bandeja, me informa que « el Señor » se fue temprano pero que le pidió que me dijera que no me preocupe. Salió para ocuparse de mi asunto. La decepción que siento no disminuye mi buen humor. A cambio, me pregunto si Martha escuchó lo que pasó durante la noche. Sea como sea, muero por que ya salga para poder abrir el sobre. Éste contiene un mensaje de Maxwell. « Querida, No estaré aquí cuando despiertes. Pero llevo conmigo tu perfume y los más bellos momentos de nuestra noche. Te mando un beso apasionado. Maxwell. » ¡Me llamó querida! Ataco con apetito el pan tostado con mantequilla y los huevos revueltos con tocino. Un poco más tarde, bajo la regadera, una pregunta me llega a la mente. ¿Una vez que ha pasado la fiebre, será que Maxwell siente lo mismo que yo? Se mostró tan afectivo, me habló con un acento tan franco durante la noche que no puedo creer que nuestra aventura sea un capricho pasajero para él. Y además, también está esa nota que me dejó. ¿Pero hay algo seguro en esta vida? Si bien mi corazón me dice que es sincero, mi mente me dice que sea prudente. Después de todo, soy su cuñada. Aun cuando ambos hermanos tienen una relación conflictiva, no dejan de ser hermanos. Y acabo de engañar a uno con el otro. A James con Maxwell. Moralmente, mi aberración es más que reprochable. Tal vez hasta condenable a los ojos de mi amante de una noche. Es cierto que no puede imaginarse el infierno que mi

marido me hace vivir desde hace meses. Ignora nuestros problemas de pareja. Si es que nos podemos llamar una pareja. Es haciendo estas reflexiones que me doy cuenta bruscamente de que mi amor por James está definitivamente muerto. Llevaba tiempo pensándolo, pero ahora estoy absolutamente segura de ello. Eso no simplifica mi situación. Ya no amo a James, eso es seguro. ¿Pero eso significa que estoy enamorada de Maxwell? Mmm, tal vez... Por eso acelero, precipito las cosas. Bueno, digamos que tengo una pequeña inclinación hacia él... un poco más que eso... Después de la ducha, voy directamente a la terraza. ¿Quién lo diría? Al pasar por el vestíbulo, no verifiqué si la puerta estaba cerrada. Es la primera vez que olvido hacerlo desde que estoy secuestrada en este apartamento. ¿Pero sigo estando secuestrada? No hablamos del tema anoche... En la terraza, el sol de septiembre inunda Manhattan. Un sol tibio y dorado. Las torres resplandecen como fuego. La ciudad de Nueva York nunca está tan resplandeciente como en otoño. Sentada en medio del jardín, cerca de una de las mini cascadas, escucho el ruido del agua que corre de pila en pila. Es así como Maxwell me descubre al salir del ascensor. Me levanto. Por una fracción de segundo, nos observamos con los ojos llenos de preguntas- al menos los míos... y quiero creer que los suyos también. Luego sonríe. Vuelvo a reconocer a mi amante de la noche anterior. Pero ahora que ésta ha pasado, una especie de incomodidad nos aleja al uno del otro. Me toma la mano. — ¿Qué estabas haciendo?, pregunta. — Estaba pensando en nosotros. Su mirada comienza a brillar de tal forma, que no puedo evitar sonrojarme. — Y entonces, ¿cuáles fueron las conclusiones de tus meditaciones? — No hay ninguna... Sus ojos se obscurecen. —… quiero decir que no hay conclusiones definitivas... Esto es demasiado nuevo para mí... todo lo que me ha sucedido en tan poco tiempo... — Nada te presiona. — No, lo sé, pero aun así hay cosas que debemos discutir. — De acuerdo. Y me lleva hacia el balancín. Me siento a su lado. Su cuerpo tan cercano, casi tocándome, despierta en mí recuerdos de nuestro encuentro, pero me obligo a concentrarme. — Entonces, ¿qué quieres decirme?, ataca. — Pues, que no sé bien ni en dónde estoy y... Pone un dedo sobre mis labios para impedirme continuar. — Discúlpame, antes de que comiences, debo advertirte. Logré encontrar un momento para verte, pero en cualquier momento me llamarán. Es muy importante. En cuanto mi teléfono suene tendré que irme. ¿De acuerdo? — De acuerdo. Intentaré ser breve. Entonces, primero que nada, la pregunta clave. ¿Puedes decirme si sigo secuestrada y quién atenta contra mi vida? La pequeña flama que brillaba en los ojos de Maxwell se apaga. Toma mi mano. — Sí, sigues estando en peligro. ¡Ahora más que nunca! Nadie debe saber dónde estás. Bajo ninguna excusa. Si lograran localizarte, no tardarían mucho en matarte.

Exploto sin disimular mi enojo: — ¡Por lo tanto, eso significa que sigo siendo prisionera y que me prohíbes hablar por teléfono! ¡Y también significa que te sigues negando a decirme quién me está amenazando! Dejo pasar un tiempo y concluyo: — Entonces, nada ha cambiado. Maxwell intenta pasar un brazo por mi hombro. Con un gesto vivo, me aparto. — ¡No! Respóndeme. De reojo, constato que sus rasgos se endurecen. Permanece un instante en silencio y luego agrega con una voz cortante: — Exactamente. Nada ha cambiado. Pero viendo que estoy a punto de explotar de nuevo, agrega rápidamente: — ¡Excepto por lo que pasó anoche entre nosotros, obviamente! ¡Oh! ¡No lo ha olvidado! ¡Al menos! — Y mientras no haya resuelto este problema, no debes salir del apartamento ni comunicarte con el exterior. Con nadie del exterior. Y tampoco puedo decir quién está detrás de todo esto. Me dejo llevar por la rabia. — ¡Es demasiado fácil! Antes podía entender que no confiaras en mí. O que temieras que cometiera una... En este instante, el timbre de su teléfono detiene en seco mi impulso. Rápidamente, me interrumpe, se levanta y presiona tiernamente mi rostro entre sus dos manos. — Perdóname, Eva. Tengo que irme. ¡Es urgente! Y se va. Necesito distraerme de mi rabia abortada. ¡Gritaría de frustración si sirviera de algo! La puerta del ascensor se vuelve a cerrar. Su capacidad para desaparecer es prodigiosa. Cerca de mí, la cascada continúa sonando. A lo lejos, los edificios siguen brillando bajo el sol. Doy algunos pasos en el jardín. Más allá de la valla de bambús, la cancha de tenis está desierta. Mi enojo cae poco a poco, remplazado por una inmensa decepción. Así, como Maxwell lo dijo tan bien, nada ha cambiado. Excepto nuestra relación íntima, ¡eso es aparte! Pero no es lo suficientemente fuerte como para que cambie su actitud. Sigo en una montaña rusa. A veces voy de subida y otras de bajada. Una canción nostálgica me viene a la mente. Una canción que cantaba mi abuela: « Autumn Leaves ». ¡Vamos! ¡Sacúdete! ¡No vayas todo el tiempo de un extremo al otro! Como no hay mejor remedio para una depresión que una buena dosis de sudor, quince minutos más tarde me encuentro en el gimnasio. ¡Nunca me había ejercitado tanto! ¡Cualquiera creería que fue mi entrenador el que me mandó a secuestrar! No todo es completamente negativo, pero sigue quedando camino por recorrer. Montada en una bicicleta, pedaleo hasta perder el aliento vigilando mi ritmo cardiaco cuando Sheldon entra anunciándose con un breve golpe en la puerta. Dejo de pedalear y sonrío para indicarle que lo escucho. ¡Después de todo, él no es responsable de la actitud de su patrón! — El señor me pidió avisarle que llegará tarde para la cena, dice gentilmente. — Gracias por avisarme, entonces cenaré sola, agrego antes de volver a pedalear. Pero Sheldon, con su impecable estilo habitual, parece dudar, incómodo, y esboza una sonrisa de malestar. — Es que... creí comprender que el señor quería que lo esperara. ¡Ah, mira!

Una vez que Sheldon se ha ido, ya no tengo ganas de hacer bicicleta. Para meditar tranquilamente, me refugio en la biblioteca. Maxwell me quiere ver. Bueno, al menos eso ya es algo. ¿Pero por qué? ¿Para disculparse por su actitud? ¿Para decirme por fin lo que quiero saber desesperadamente desde que estoy en este apartamento? ¿O simplemente para hacer su acto de gran orador y enredarme de nuevo? La única forma de saberlo es esperar hasta que regrese. Durante la siguiente hora, imagino una vez más todas las hipótesis que ya he elucubrado varias veces en mi mente. Hipótesis no 1: desde el principio, Maxwell no ha hecho más que mentirme. Pero si es el caso, ¿con qué fin me ha secuestrado? ¿Por qué me mantiene aquí? Sólo suponiendo que sufriera de alguna enfermedad mental sus acciones tendrían sentido. Ahora bien, no se comporta como un loco. Llego a un callejón sin salida. Hipótesis no 2: me miente sólo en partes. ¿Por qué motivo? Tal vez porque me secuestró creyendo que tenía una buena razón para ello y al final resultó que no era así. Ahora, ya no sabe cómo justificar mi secuestro y eso es lo que explica que esté acorralado. De ahí sus mentiras. Es una idea demasiado loca para ser creíble. Hipótesis no 3: desde el principio sólo me ha dicho la verdad. Es inútil decir que esta es mi hipótesis preferida. Deseo con todo mi corazón que sea la verdadera. Sí, pero entonces, ¿qué es lo que le impide darme la identidad de quien quiere matarme y por qué? Nada. Entonces, nuevamente un callejón sin salida. Por más que me exprima el cerebro, no encuentro ninguna hipótesis satisfactoria. Las tres poseen puntos fuertes y débiles y ninguna es mejor que la otra. Después de haberlas examinado a consciencia, me veo obligada a rechazarlas. Y finalmente, no he avanzado nada desde que comencé a examinar la situación. Además, evidentemente, lo que vivimos juntos complica seriamente el problema. Al principio, lo único que sentía por Maxwell era cierta atracción. Mejor dicho una ligera inclinación. Desde anoche, esa inclinación se materializó en algo más fuerte que pone mis sentimientos en juego. Ahora bien, siempre he tenido problemas para razonar correctamente al hacer abstracción de mis sentimientos. Conclusión: esta misma noche debo recibir una explicación de su parte. No pienso aceptar que me siga considerando como una irresponsable. Eso es lo que James me reprochaba. Que me manejo irresponsablemente. Pero eso es falso, solamente quería que mi marido me tratara con igualdad. Y ahora quiero lo mismo con Maxwell. Que no me mienta, aunque sea por mi bien, y que deje de tomar decisiones por mí. Entonces, es estrictamente necesario que me dé una explicación. Cuanto antes, mejor. Mientras tanto, las horas pasan interminablemente. ¿En qué ocuparé tanto tiempo? Como estoy en la biblioteca, tomo un libro. Me aburre después de algunos minutos. Enseguida, me instalo en la réplica miniatura del Grauman’s Chinese Theater, pero las tribulaciones de Gustave H y de Zero Moustafa en Grand Budapest Hotel no tardan en cansarme. No dejo de torturarme con las preguntas que quiero hacerle a Maxwell y nada logra distraerme. Martha y Sheldon, a quienes voy a ver a la cocina para cambiar de ideas, se muestran como siempre muy serviciales. Pero a pesar de su amabilidad, no logro calmarme. Desesperada, me preparo un baño probando todos los productos a mi disposición, los cuales son bastantes. ¿Mi esteticista se habrá aliado con mi entrenador? El calor del agua me relaja y me entumece. Cuando el baño se enfría, le agrego agua

hirviendo. Así pasa el tiempo. Ya no quiero seguirle dando vueltas al tema. No sirve de nada. Y el tiempo corre tan rápido que poco a poco pierdo la noción de la hora que es. Tres golpes en la puerta de la habitación me sacan de mi adormecimiento. — ¿Sí? — Soy Maxwell. — ¡Oh! ¡Un minuto! ¡Ya voy! ¿Tan pronto? ¿Pero qué hora es? ¡No puede ser cierto! Ojalá que no entre. Nunca me había salido de la bañera y secado tan rápido. Luego Maxwell me dice a través de la puerta que me espera en la sala. Estoy ansiosa por enfrentarlo, pero decido arreglarme con esmero. ¡Quizás mi encanto logre engatusarlo! Después de haber escogido, sin presionarme, un pequeño vestido Ralph Lauren y sandalias de tacón Gucci, me siento frente al tocador para maquillarme. Estrictamente ceñido en un impecable traje azul marino, Maxwell se levanta en cuanto llego a la sala. Su mirada me dice claramente que mi vestido tiene toda su aprobación. Me baja ceremoniosamente la mano señalándome discretamente a Sheldon, quien está acomodando un ramo de flores. La mesa, iluminada por algunas velas diseminadas por aquí y por allá, está puesta para dos con más esmero que cuando ceno sola. Bajo la tenue luz, un pequeño cofre púrpura con toques de plata lanza una nota de color. Sheldon termina sus últimos arreglos y se escabulle. Maxwell me acerca una silla. — Es para ti, me susurra al oído señalando el cofre. Lo abro. — ¡Oh no! ¡Estás loco! Pero mi sonrisa desmiente a mis palabras. Maxwell toma mi mano y desliza en mi muñeca un fino brazalete de oro gris, ónix y esmeraldas. — Todavía no conozco bien tus gustos, así podría haberme equivocado... Dijo « todavía ». ¿Pensará en seguir? — ¡No te equivocaste para nada, es magnífico! Pero ahora será difícil exigir una explicación. Durante la cena, no me atrevo a abordar el tema que me quema los labios. De hecho, estamos demasiado ocupados saboreando lo que Martha nos preparó. Se superó a sí misma. Maxwell se muestra encantador, pero también evita toda conversación demasiado íntima... Tal vez imagina que hay algo. No es sino hasta el momento del café que tomo valor. — Tengo que hablar contigo. A juzgar por cómo frunce el ceño. Veo que no me equivocaba. Se lo esperaba. Sin embargo, responde con un tono anodino: — Te escucho. — No puedes seguir tratándome como si nada hubiera pasado entre nosotros. No soy una damisela en peligro y no puedes jugar al cuñado preocupado por mi seguridad, no después de lo que pasó en tu habitación... Mientras hablo, observo cómo una sonrisa embaucadora aparece en sus labios. ¿Cree que voy a caer? En este instante, hace un gesto hacia mí. Retrocedo. — ¡Y no intentes distraerme con tu encanto! — Eso no pareció molestarte anoche. Sonrisa todavía más embaucadora. Intenta tomarme la mano. La quito. — Tal vez... pero quiero hablarte de otra cosa. Para ser breve, te lo pregunto una vez

más: ¿de qué peligro estoy amenazada? ¿Por quién y por qué? Instantáneamente, su rostro se cierra. — Ya te lo dije, no puedo decírtelo. — Y yo he estado pensando mucho. No aceptaré más evasivas. Si no quieres decirme nada, sólo hay una explicación, y es que me mientes. ¡Desde el principio! No sé con qué objetivo, pero me mientes. Él deja caer violentamente sus manos sobre la mesa. — ¡No! No te miento. Pero es imposible que te diga lo que quieres saber. — En ese caso, a mí me es imposible confiar en ti. En lo absoluto. Bajo ninguna circunstancia. Si mientes sobre un tema tan importante, significa que puedes mentir sobre todo lo demás. Comprendió perfectamente la indirecta. Nos confrontamos con la mirada. Su mordida está apretada, sus narinas palpitan, una vena se hincha en su sien. Por mi parte, mi corazón late a máxima velocidad dentro de mi pecho, mis nervios están tensos al límite, mis manos tiemblan tan fuerte que las cruzo sobre mis rodillas. Al fin se relaja, regresa su mechón a su lugar, se obliga a sonreír. — Escucha, Eva... — No, ya no te escucharé mientras no respondas a mis preguntas. No pareces darte cuenta que he arriesgado por ti. Que engañé a mi marido contigo. ¡Y te comportas como si no fuera nada! ¿Crees que cedo con cualquier hombre sólo porque tiene una sonrisa encantadora? ¿Crees que estoy acostumbrada a engañar a James? ¿Que soy el tipo de mujer que se acuesta con el primero que se le pone enfrente? Con los labios apretados, responde a esta avalancha de preguntas sacudiendo negativamente la cabeza. Sus ojos no dejan los míos. Creo leer en ellos una especie de debilitamiento. Agotada por esta explosión de rabia, me callo de golpe. El silencio que cae sobre nosotros pesa una tonelada. Maxwell cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, sé que va a hablar. — ¿Pero no lo comprendes, Eva? ¡Es James quien está tras de ti!

Continuará...

Lindsay Vance

Secuestrada por un millonario

Volumen 2

ARGUMENTO

¿Cómo reaccionaría si la tuvieran retenida como prisionera y su secuestrador se revelara tan seductor como misterioso? Las revelaciones de Maxwell Hampton dejan a la linda Eva perpleja. Bajo el encanto de su secuestrador, ella duda, de cualquier forma, en confiar en él, siendo que la atracción que sienten el uno por el otro es cada día más fuerte. ¡Apresurada por conocer toda la verdad, la chica ya no sabe qué creer, ni siquiera si el peligro es real! Sin embargo, a pesar de esta cautividad forzada y de las dudas, ella no puede luchar contra la confusión que Maxwell provoca en ella… Reencuéntrese con Eva y Maxwell, en el segundo volumen de Secuestrada por un millonario, la saga de la nueva autora Lindsay Vance.

CAPITULO 1 LA DURA REALIDAD

Arrinconado, Maxwell acaba de admitirme que es James, mi esposo, quien me quiere muerta. Yo me quedo completamente atónita, literalmente aturdida. Es tarde. Cenamos en el pequeño salón del apartamento donde me mantiene prisionera después de haberme raptado. Su objetivo era, según él, ponerme en un sitio seguro porque alguien quería eliminarme. ¿Quién era ese « alguien »? Hasta ahora, no había respuesta. Maxwell continuaba negándose a decírmelo. Por lo tanto, los primeros días de mi cautividad, estaba aterrorizada por la situación, como cualquiera lo habría estado en mi posición, aunque estuviera retenida en un apartamento lujoso y que Maxwell se revelara un carcelero más que seductor. Luego, él había aceptado darme a conocer que era el hermano de James, mi esposo, un hermano del que nunca había escuchado hablar antes. Frente a mi incredulidad, Maxwell me había proporcionado las pruebas de esa relación fraternal, pero, enseguida, a pesar de nuestra mutua atracción, y aunque hayamos pasado una noche de amor apasionada, continuaba negándose a revelarme quién era el « alguien » a quien le molestaba mi vida. En ese aspecto, se mantenía inflexible. Así que, yo dudaba en entregarle mi confianza, a pesar de la atracción cada vez más fuerte que estaba experimentando por él. En efecto, nada probaba que toda esta historia no era una invención, que él no era un mitómano; no lo aparentaba, es verdad, pero yo me mantenía a la defensiva. Y, resulta que, presionado por mis preguntas, ahora me afirma que es James, mi esposo, quien quiere eliminarme. Yo no puedo creerlo. ¡Esto es enorme! Mi relación con James, ciertamente, no es la misma que al principio, se muestra cada vez más a menudo despectivo hacia mí y si estoy segura de algo, es de que ya no hay amor entre nosotros… ¡Pero querer matarme! ¡Eso no tiene sentido! El silencio se instala entre nosotros, un silencio pesado. Nos observamos sin que, ni él ni yo, tomemos la iniciativa de romperlo. Una pequeña frase da vueltas en círculos en mi cabeza, siempre es la misma: « ¡James quiere matarme! ¡James quiere matarme! ». Finalmente, respiro profundo y me levanto; la tensión se vuelve más fuerte. — ¿A dónde vas?, me pregunta Maxwell. — Yo… A ningún lado… Necesito relajarme… Cuando paso cerca de él, él hace un movimiento para tomarme la mano. Yo lo eludo. — No… yo… tengo que reflexionar… Él no insiste. Al cabo de un momento, me planto frente a él. — Lo que dices no tiene sentido. — ¡Oh! Sí. ¡Desafortunadamente, no hay ninguna duda! ¡Él luce tan seguro de sí mismo! ¿Será verdad? A menos que… ¡Oh!, no sé. En lugar de reflexionar en el vacío, decido tomar el toro por los cuernos. Ya que él afirma que no

hay ninguna duda, va a tener que proporcionarme pruebas de lo que alega. ¡Y de inmediato! — ¿Puedes responder a mis preguntas? — Sí. — ¿Todas las preguntas que te haré? — Sí. Yo me siento de nuevo, intentando ordenar mis ideas. ¿Por dónde empezar? ¿Qué preguntas hacerle? Hay tantas… — Dime precisamente por qué rompiste toda relación con tu hermano. — Rompí la relación con él cuando me di cuenta de lo que era, y las primeras señales remontan a nuestra infancia, sería demasiado largo de… — No, no te librarás tan fácilmente de esto. Tengo todo el tiempo, así que, explícame con detalles. Maxwell se sirve una copa de bourbon, parece dudar, luego se lanza: — La primera vez, debíamos tener unos diez años, James estaba tomando cursos particulares con un profesor de letras, un hombre severo. Un día, un collar al que mi madre le tenía mucho afecto, un collar valioso, desapareció. Lo buscamos por todas partes. Ella era muy desordenada y tenía el deplorable hábito de dejar sus joyas en cualquier lugar… Él habla lentamente, como si quisiera presentar las cosas lo más claramente posible. Yo lo escucho sin perder ni un detalle. — James fingió haber visto a su profesor ocultar algo en su cartera, no sabía qué, afirmaba él. Acusado de esa manera, el profesor se ofendió. En un primer momento, él se negó a que hurgaran en su cartera y no se decidió sino hasta que lo amenazaron con llamar a la policía. El collar fue encontrado entre sus pertenencias, él fue despedido. Unos meses más tarde, James se jactó frente a mí de haber escondido la joya él mismo, para vengarse porque el profesor le había puesto una mala nota en una tarea. Tenía diez años. Maxwell se calla, bebe un trago de bourbon. Yo sacudo la cabeza, eso corresponde más o menos a lo que conozco de mi esposo. Sin embargo, necesito más información. — Evidentemente, eso no fue agradable. ¡Pero a los diez años, James no era más que un niño! No se puede condenar a alguien por una acción cometida a esa edad… — Estoy de acuerdo contigo, solamente que esa no fue la única historia, hay más. No necesariamente de robos, sino de embrollos, cuestiones dudosas, y, como por casualidad, las víctimas siempre eran las personas que se entrometían en su camino. Al crecer con él, me di cuenta de que utilizaba sistemáticamente a las personas como peones, para servir a sus intereses, y siempre sin el más mínimo escrúpulo. Los tomaba cuando le convenía, los desechaba cuando ya no necesitaba de ellos; los demás no contaban para él. Y ellos no estaban interesados en bloquearle el camino, en ese caso, él no tenía piedad. Eso también es parecido a mi esposo. ¡Egoísta, cínico, calculador, despiadado, todo eso es él! Es todo lo que no supe o quise ver al principio y que terminó por saltarme a la vista como una evidencia. De cualquier forma, de eso a cometer un asesinato, hay mucha diferencia. Mientras yo hago esas reflexiones, Maxwell continúa: — Es así como medí hasta dónde podía llegar. Nos convertimos, poco a poco, en extraños el uno para el otro. Él sabía que desaprobaba su conducta y me evitaba tanto como le era posible, pero el punto sin regreso llegó con Debbie… — ¿Debbie? — Deborah Langman. Una buena chica, a quien yo le tenía afecto; una chica gentil e inteligente. Estaba en el último año conmigo en la secundaria, salíamos juntos, nada muy serio, pero nos apreciábamos. James hizo todo lo necesario para que ella saliera con él.

Cuando quiere, puede ser un temible seductor, las chicas no se le resisten. ¡Yo sé algo de eso! — Ella no se le resistió. Durante algunos meses, formaron la pareja más popular del colegio, se mostraban en todas las fiestas. Luego, ella se enamoró de él, locamente enamorada. Fue entonces cuando él la dejó. No sé hasta qué punto él estaba comprometido, pero la verdad es que, cuando la desechó, de la noche a la mañana, sin una palabra de explicación, ella intentó suicidarse. Nos enteramos al salir de clases, el colegio estaba en ebullición, todo el mundo se preocupaba por ella. Salvo mi hermano, quien tenía una velada prevista ese día y quien fue a reunirse con sus amigos como si nada hubiera pasado. Cuando alguien le comentó que era su novia, él simplemente levantó los hombros diciendo que él no podía hacer nada. Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba profundamente podrido, que nunca le perdonaría su indiferencia frente al acto desesperado de Debbie. Él se queda callado de nuevo, con una expresión lejana, con la mirada perdida. — ¿Y luego? — ¿Luego? Afortunadamente, Debbie sobrevivió. Era el final del año escolar, James estaba inscrito en Yale, yo en Princeton. Desde entonces, nunca nos volvimos a ver. Ya no nos hablamos. Él bebe otro trago de bourbon, parece perderse en sus recuerdos, su silencio se prolonga; yo me siento atrapada entre la espada y la pared. Sin embargo, sus confidencias tienen, indudablemente, un tono de franqueza que suena adecuado. Ciertos detalles de la vida con mi esposo me regresan a la mente, detalles que van en dirección al relato que acabo de escuchar. El hecho de que James no tenga amigos, por ejemplo. Aunque frecuenta a una enorme cantidad de personas, todas las que giran a su alrededor son, ya sea colaboradores a su servicio, o personas que le deben algo de una manera u otra. Durante cocteles, galas, estrenos en Broadway, recepciones mundanas, cenas en el Eleven Madison Park o en el Bernardin, no vi en su entorno más que personas que dependían de él o relaciones superficiales. Nunca recibimos a alguien en el estudio, nunca me presentó a un amigo íntimo, un amigo como lo es Bonnie para mí. Eso me había sorprendido en el momento sin que sacara conclusiones, ahora se vuelve más claro. Pero, de todas maneras, eso no es suficiente para cometer un crimen. Que James sea un individuo malo, de acuerdo, sin embargo, no logro aceptar la idea de que pueda querer matarme. ¡Es demasiado grande! Por supuesto, nuestra pareja va mal en este momento, pero no hasta el punto de llegar a extremos tan radicales. Es del tipo de cosas que no se ven más que en las películas. ¿Debo concluir que este proyecto de asesinato es una invención pura y simple de Maxwell? ¿Que es un mentiroso aún más hábil de lo que creía? ¿Un mitómano enfermizo bajo tratamiento psiquiátrico? Después de todo, si James nunca me habló de su hermano es tal vez porque éste último está loco. Desde que estoy presa en este apartamento, no he escuchado más que una versión, la suya. ¿Y si fuera un desequilibrado profundamente afectado? ¿Cómo discernir entre lo verdadero y lo falso en lo que está diciendo? Honestamente, no lo sé, ya no sé. Nos miramos, cara a cara. ¿Sincero o charlatán? ¡Es imposible saberlo con certitud! Si no logro imaginar que James pueda querer matarme, aún menos logro imaginar que Maxwell me mienta acerca de todo esto. Ciertos detalles no se equivocan, aunque mi

razón me dice que es posible, mi corazón me grita que es imposible. De cualquier lado que me gire, estoy atrapada; definitivamente, tengo que reflexionar con tranquilidad, examinarlo detenida y tranquilamente, evacuando la presión. Maxwell deja su copa, se levanta, viene a colocarse detrás de mí. Veo su reflejo en el gran espejo que me hace frente, con sus manos sobre mis hombros, ligeras y, al mismo tiempo, tan presentes, tan suaves, se inclina. Si tan solo pudiera estar segura de que no me está mintiendo. Su respiración roza mi cuello cuando murmura: — ¿Eva, qué me obligas a hacer? Hay cosas de las que no me gusta hablar… Él dice las palabras necesarias, en el tono necesario, en el instante necesario. ¿Cómo dudar de su sinceridad? Yo coloco mis manos sobre las suyas, este simple contacto me tranquiliza. Sí, ¿pero si esta habilidad, justamente, fuera parte de su mitomanía? Aún esta duda que se insinúa entre él y yo. Sus labios rozan mi nuca, yo cierro los ojos, sus manos pesan un poco más fuerte sobre mis hombros. — Pero tú estás aquí, susurra con una voz tan baja que apenas lo escucho. Estás aquí y eso es bueno… Sus dedos se deslizan sobre mis hombros, encierran mi cintura; yo adivino sus intenciones, está buscando persuadirme. Sus dientes mordisquean mi oreja. Un impulso de ternura me lleva hacia él, a responder a su expectativa; yo también tengo ganas de encontrarme de nuevo en sus brazos, de acurrucarme en su calor, de dejar de atormentarme. Sería tan delicioso dejarme llevar, entregarle mi confianza sin segundas intenciones, pero me resisto con todas mis fuerzas. La revelación que acaba de hacerme con respecto a James aún se acompaña de demasiados puntos oscuros para que baje las armas tan rápidamente. Necesito un poco de retroceso, me desprendo de él, sin quererlo, girándome hacia él. — Ahora no, por favor… Un resplandor de descontento en su mirada, o de decepción, no lo sé. Rápidamente, agrego con una sonrisa débil: — Necesito reflexionar, estar sola un momento. Su mirada se suaviza. — Entiendo. Como es tarde, más de las dos de la mañana, él me acompaña hasta la puerta de mi habitación. Intercambiamos un beso, él también parece preocupado, atormentado por algo. ¿Será el recuerdo de Debbie que lo forcé a remover? ¿Será que no respondí como él esperaba a su impulso de ternura? Las dos cosas, tal vez, pero no puedo hacer nada al respecto. Él se va. Una vez que estoy sola, súbitamente, tomo consciencia de que no le hice la pregunta más importante. ¿Cómo sabe que James quiere eliminarme si ya no mantienen una relación desde hace años? Cautivada por su relato, conmovida por su emoción, me hizo falta la presencia de ánimo necesaria para preguntarle de qué manera había descubierto los proyectos de mi esposo. Es difícil ir a interrogarlo ahora, podría creer que cambié de opinión y eso no es lo que quiero. Después de haberme preparado para la noche, me acuesto. Sin embargo, el sueño se me escapa. Todavía con las mismas reflexiones que giran en el vacío, cambio de posición en la cama constantemente, con la mente tensa y los nervios a flor de piel. Los animales que caen en las trampas deben sentir lo mismo que yo, un sentimiento de impotencia total. A pesar de la hora tardía y la fatiga, no logro quedarme dormida, es definitivo. ¿Qué hago? ¿Intento leer? ¿Mirar la tele? Por ningún motivo. Finalmente, convencida de que no

podría conciliar el sueño, me levanto y me pongo un kimono sobre mi camisón. Tengo que hacer algo, mi forzada falta de acción me molesta. ¡Ah! ¡Si tan solo pudiera hablar con Bonnie! Ella, a menudo, me da buenos consejos. Bastaría con escaparme una media hora para poder hacerle una llamada, explicarle lo que me está sucediendo y pedirle su opinión. Además del consuelo, me aportaría una perspectiva nueva sobre la situación. Desafortunadamente, huir de esta prisión es imposible. Aunque… ¿Es tan seguro? Salgo de mi habitación. ¿Por qué no intentar, una vez más, encontrar una salida? Durante más de una hora, recorro el apartamento silente, hurgando. ¿Lo que busco? Cualquier cosa, una puerta secreta, una trampilla que tenga acceso a una habitación, una obertura, incluso mínima, que me permitiera comunicarme con el exterior. Mi búsqueda es tan delicada que debo tener cuidado de no hacer ruido para no alertar a nadie. Tengo que aceptar lo evidente, no hay ninguna manera de escapar de esta prisión de lujo. *** Cuando me despierto, tarde por la mañana, Maxwell ya se fue, dejándome una nota: « Eva: Estaré ausente el día de hoy durante todo el día y lo siento, Aún hay demasiados parámetros por arreglar y disposiciones por tomar en el asunto que ya conoces, pero cenamos juntos y te diré todo lo que deseas saber. Maxwell. » « Lo siento » está escrito en mayúsculas y « cenamos juntos » subrayado dos veces. ¡Sin embargo, es un contratiempo! Ayer, no tuve derecho más que a una parte de la explicación, la continuación está planeada para esta noche; causas de fuerza mayor. Este retraso me molesta un poco, pero algunas horas de sueño me hicieron descansar. Después de una ducha vigorizante, las cosas me parecen menos sombrías que anoche. El fracaso de mi expedición nocturna no me derribó y Maxwell es cada vez más encantador conmigo. Para engañar a mi aburrimiento, decido hacer un maratón de cine; esto me evitará dar vueltas en círculo y cavilar, una y otra vez, las mismas interrogantes esperando su regreso. Afortunadamente, la sala de proyección está copiosamente surtida de películas que no he tenido la ocasión de ver. No obstante, a pesar de esta distracción, el tiempo se alarga. Por la noche, estoy impaciente por escuchar las respuestas de Maxwell a mis preguntas. Sobre todo una que es esencial para mí: ¿cómo se enteró de que James quiere asesinarme si ya no mantiene ninguna relación con él? De hecho, es la primera pregunta que le hago cuando nos encontramos solos, los dos. Al regresar, él propuso hacer una parrillada en la terraza, según lo que escucho, es el campeón de la parrilla. Así podremos hablar sin ser molestados, en la completa intimidad; su propuesta, definitivamente, me conviene. Una vez que los preparativos están terminados, yo ataco sin vacilar: — ¿Cómo supiste que James quería matarme? Él suspira. ¡Parecería que cada solicitud de explicación lo hace sufrir! Con el fin de poner las cosas en claro, agrego: — Y no busques escabullirte, no…

Él me corta el habla: — No estoy buscando escabullirme, pero no es sencillo. Tengo que remontar a tres meses atrás, cuando Oprah Winfrey organizó una gran gala de beneficencia en el Carnegie Hall. Todas las personas importantes de New York estaban invitadas… — ¡Lo recuerdo, yo estaba ahí! — Lo sé, yo también. Incluso, fue ahí donde te vi por primera vez; alguien me dijo que eras la esposa de James. En esa época, no representabas nada particular para mí, solamente eras la esposa de mi hermano. Considerando que me negaba a mantener una relación con él, no me interesabas especialmente… ¡Yo ni siquiera te vi ese día! — Y luego, tu belleza me golpeó con el primer vistazo. Tenías algo diferente, una ausencia de pose, una naturalidad que se distinguía en medio de todas esas mujeres sofisticadas y superficiales que buscaban por todos los medios darse a notar. Tú aportabas una nota de frescura y simplicidad; incluso el vestido que usabas era un modelo de buen gusto. ¡Se dio cuenta de mí enseguida! Maxwell habla lentamente, elige sus palabras con cuidado. De vez en cuando, como para remarcar lo que dice, coloca su mano sobre la mía. En cada ocasión, ese movimiento me altera, pero cautivada por sus palabras, lo escucho con atención. — Pero debo reconocerlo, me intrigabas. Te observaba discretamente. En algún momento, me encontré detrás de ti, tan cerca que podía escuchar lo que decías. Tus modales también eran diferentes, eras espontánea, directa, no jugabas a ser una de esas intelectuales de moda que siempre se sienten obligadas a emitir su punto de vista sobre todo y cualquier cosa. En resumen, quedé encantado. ¡Y yo que no sospechaba nada! Involuntariamente, sonrío. — ¡Oh!, no te burles de mí, se defiende él, quedé encantado contigo. Estoy tan conmovida por su declaración que protesto con una vocecita, un poco ronca: — No me estoy burlando, para nada… Él no parece notarlo, ya que prosigue: — Lo que me sorprendía más era que estuvieras casada con James. No concordaba para nada con lo que sabía de mi hermano, me parecía extraño que estuvieran juntos, casi imposible, y sin embargo, ése era el caso. Forzosamente, me hacía preguntas. En ese instante, la parrillada nos llama al orden, las parrillas desprenden humo por la terraza y se vuelve urgente girarlas. Maxwell se apresura a las brasas y luego me hace frente de nuevo. Me acaricia ligeramente la mejilla con la punta de los dedos. Delicioso contacto, lamentablemente, demasiado breve. — Tengo que admitirte algo… ¡Vaya! No me gusta esto… Hasta ahora, seguí lo que me decía son aprehensión, impaciencia por escuchar la continuación. Ignoraba que sabía de mi existencia desde hace tres meses, aún más que había quedado encantado conmigo, pero ese « tengo que admitirte algo » me hace fruncir el ceño. — Sí, tengo que admitirte algo, repite con una sonrisa maliciosa. Cuando digo que me intrigabas, no es para nada exacto, más bien debería decir que estaba… enamorándome. ¿Eh? ¿Qué es lo que acaba de decir?

Él retoma, con una mirada seria, de pronto: — Te amé desde la primera noche, Eva. Su confesión me conmociona. Nuestras miradas se enganchan, nuestras sonrisas se responden. Su rostro se acerca al mío, su boca roza la mía y encuentro en ella, de nuevo, el aroma a almizcle y ámbar que me gusta tanto. Sus manos me estrechan con dulzura, un beso nos une, suave y embriagador. Bastaría con muy poco para que me deje llevar por el impulso que me empuja hacia él, pero no quiero dejarme llevar. En todo caso, no antes de que haya respondido a todas mis preguntas. — ¡Aún no me has dicho cómo supiste que James quería matarme! — ¡Eres despiadada, Eva! — Te equivocas… Y para mostrárselo, llevo su mano a mis labios y beso el interior de su muñeca, ahí donde late una vena que lleva la sangre a su corazón. — No, no soy despiadada, pero quiero saber. Él suspira. — Bueno… Después de esa noche de gala en el Carnegie Hall, decidí saber un poco más sobre ti y sobre su pareja. — ¿Por qué? — Porque había algo que andaba mal en su unión. No sabía qué exactamente, pero olía que había algo sospechoso. No olvides que fui educado con James, lo conozco, conozco su mentalidad. — ¿Y descubriste algo? — No de inmediato. Aparentemente, ustedes eran una pareja parecida a millones de otras parejas. Sin embargo, al profundizar, mis hombres se enteraron de que James tenía una amante. ¿QUÉ? A costa de un enorme esfuerzo de voluntad, logro no demostrar nada. Sin embargo, la noticia me impresiona, un sabor amargo invade de pronto mi boca. Me siento manchada, humillada, traicionada. Maxwell retoma: — Más bien debería decir « que James tiene una amante » porque no es cuestión del pasado. Se encuentra con ella varias veces por semana en su apartamento de Staten Island. Nunca se muestran en público, no porque la chica se oponga – por el contrario, estaría encantada de exhibirse de su brazo –, sino porque él se niega rotundamente, le interesa que su relación se mantenga secreta. Imágenes desfilan en mi cabeza, vuelvo a ver a James tal como lo conocí en Acapulco, James el seductor, brillante e irresistible; el príncipe azul. Luego, veo de nuevo al James frío, dominante e irritable de los últimos meses. Y ahora, los dos se mezclan para formar un James hipócrita; mi humillación le da paso a la rabia. Y decir que ese bastardo exigía de mí que fuera una esposa modelo, siempre disponible y muy obediente, y él, durante ese tiempo, se reunía con esa… esa… Bruscamente, le pregunto: — ¿Cómo se llama? ¿La conozco? — No. Se llama Rachel Towsend. ¡Nunca escuché hablar de ella! En un aspecto, lo prefiero, me habría sentido aún más humillada si la hubiera conocido. — ¿Y… es bonita? Maxwell asiente con la cabeza.

— Sí. No tan bella como tú, por supuesto, pero también es bonita en su estilo. Yo logro emitir una risita sarcástica, pero me suena falsa incluso a mí misma. Rápidamente, prosigo: — Apuesto a que es rubia, alta… — Sí, interrumpe Maxwell, bruscamente. Es rubia, alta, delgada y muy llamativa. ¡Pero ése no es el problema! Desde hace algunos instantes, un cambio, casi imperceptible, se produjo en él. El Maxwell hombre de acción remplazó al Maxwell agradable y atento conmigo, se puede ver en algunos detalles mínimos pero reales: mirada menos calurosa, movimientos más tajantes, habla más rápida, se siente que está en un área que domina. Frente a mi mirada interrogante, él continúa: — El problema es que, a causa de ella, James quiere eliminarte. — ¿Por qué? ¿Ella se lo pidió? — No, para nada. Ella solamente tiene la intención de que se case con ella y está convencida de que se va a divorciar de ti. Sin embargo, James no puede divorciarse. ¡Yo estoy en una muy buena posición para saberlo! — ¿Por qué, según tú? — Porque un divorcio mancharía su imagen. Para él, sería la prueba de un fracaso y mi hermano no soporta el fracaso, sobre todo si es en público. Así que decidió que debías desaparecer. — ¿Cómo lo supiste? — Soborné a uno de sus guardaespaldas, quien en realidad es su matón, un hombre de confianza, encargado de los asuntos turbios. Un tipo que le es enteramente sumiso, llamado Sam Crocker. Tal vez ya lo has visto, siempre está a su alrededor… Con la cabeza, le hago una señal de que no. — Sea como sea, ese Sam Crocker me dio a conocer hace poco tiempo que James estaba elaborando el plan de un accidente de automóvil sofisticado, durante el cual tú encontrarías la muerte sin que se pudiera revelar nada sospechoso. ¡Me refiero al crimen perfecto! La voz de Maxwell traiciona su tensión. Completamente sumergido en lo que está diciendo, parece haber olvidado el mundo exterior. ¡Eso lo vuelve aún más sexy! ¡Ups! ¡Sé que no es el momento de pensar en eso, pero me hace sentir un poco mejor! — Los preparativos estaban casi terminados, agrega él, iba a pasar a la acción. En cuanto me enteré, es decir, el día anterior a tu rapto, tuve que actuar con urgencia. Primera cosa: alejarte del peligro; es lo que hice al traerte aquí. Segunda cosa: atrapar a James para impedirle definitivamente hacerte daño; es decir, reunir las pruebas de su intento de asesinato. Estoy trabajando en ello desde hace algunos días, pero aún no está ganado… Él se calla. Durante un largo momento, nos quedamos sin decir palabra. Me convenció, todas mis dudas se esfumaron. Me hacen falta palabras para expresarle mi agradecimiento. Con una sonrisa, él me tiende la mano. — ¿Respondí a tus preguntas? — Sí, salvo que… Una última. ¿En tus planes, pensaste en lo que me iba a convertir una vez que la amenaza de James hubiera sido alejada? — Al principio, mi principal preocupación era enviarte a algún lugar donde estuvieras segura, al menos durante algún tiempo. Pero, después de lo que pasó entre nosotros, me dije que no quería que estuvieras lejos de mí. De hecho, ya no quiero que nos separemos, Eva…

Por temor a que mi voz traicione mi emoción si me atrevo a hablar, asiento con la cabeza, pero pongo en ello toda la convicción de la que soy capaz. Él me toma en sus brazos, me abraza, refugia su boca en mi cabello. Pegado a mi oreja, sus labios murmuran: — Quiero que siempre estés aquí, Eva. ¡Oh! Sí… Sus ojos se entrecierran, se sumergen en los míos, tengo la impresión de que me penetran hasta el corazón. Yo paso una mano por su cabello. ¡Qué suave es! Los dedos de Maxwell juegan con la cadena de mi cuello, comienzan a desabotonar mi blusa. Yo me pongo nerviosa. — ¡Aquí no! Podrían vernos… A pesar de la noche que está cayendo, la terraza se mantiene suficientemente iluminada. Con una risita, él me guía hacia el ascensor. — Tienes razón. Bajemos a mi habitación…

CAPITULO 2 DOMINACIÓN

Al día siguiente por la mañana, un ruido inhabitual me saca del sueño. Inmediatamente, imágenes de la noche me regresan, una noche aún más ardiente que la primera. Vuelvo a ver a Maxwell inclinado sobre mí, con sus ojos atentos en la penumbra, la dulzura de sus caricias, nuestra comunión en los mismos encuentros apasionados. En los primeros resplandores del alba, me trajo de regreso y dormí de un tirón, como un bebé. Cada vez estoy mejor con él. De repente, el ruido se repite. ¿Pasos? En todo caso, no viene de la habitación. Consulto la hora, son las siete. ¡Ojalá que no se haya ido, tengo que preguntarle algo! Salto de la cama y, poniéndome un kimono sobre mi piyama, me precipito al pasillo. No hay duda, son sonidos de pasos que provienen del gran vestíbulo. En el momento en que desemboco en la gran pieza de dimensiones imponentes, Maxwell, de frente a la gran puerta entreabierta, está a punto de salir del apartamento. ¡Uf! ¡Todavía está aquí! Sorprendido, se gira de golpe. Su traje oscuro resalta su silueta delgada y musculosa. Sus cejas se levantan imperceptiblemente, un principio de sonrisa juega en sus labios. Mecánicamente, acomoda su mechón rebelde. ¡Es increíble lo apuesto que es! — ¡Eva! Discúlpame, ¿te desperté? Yo me acurruco en sus brazos. — No importa… Tan solo quería verte antes de que te fueras… Intercambiamos un ligero beso, luego, yo retomo: — Algo que me pasó por la cabeza… ¡Aquí va! ¿Si no puedo utilizar mi teléfono porque podría ser rastreado, podrías proporcionarme otro? ¡Uno que sea seguro! Instantáneamente, su rostro se alarga; se va su principio de sonrisa. — ¿Por qué? — ¡Tengo que hablar con Bonnie a como dé lugar! Comprendes, es mi mejor amiga y yo misma quiero darle noticias sobre mí. Debe estar preocupada, eso es seguro, incluso si la previniste… La mirada de Maxwell se ensombrece, sus labios se contraen. Incluso antes de que haya abierto la boca, ya sé lo que va a responderme. Para intentar hacerlo reflexionar, ejerzo presión: — ¡Te lo ruego! ¡Es importante para mí! No sé lo que le dijiste exactamente, pero si pudiera explicarle yo misma, personalmente, lo que me sucede desde hace ocho días, eso la tranquilizaría… Él me toma por los hombros. — ¡No, Eva, créeme, es demasiado peligroso!

¡Y otra vez! — ¿Pero, qué… El me cierra la boca con un beso y agrega precipitadamente: — Ahora, perdóname, estoy muy presionado… Y, fiel a su costumbre, desaparece en un guiño, dejándome sola y decepcionada detrás de la puerta cerrada. La seguridad se instaló automáticamente. ¡Y pensar que esta maldita puerta aún estaba abierta hace menos de un minuto! Habría podido forzar mi paso, escaparme, eso le habría enseñado a no disponer de mí sin pedirme mi opinión. ¡Eso le habría enseñado a no comportarse como un tirano! ¡Pero perdí la ocasión! Helada por su obstinación, me quedo inmóvil algunos segundos, contemplando tontamente la puerta. Mi buena disposición del despertar huyó, fue remplazada por una irritación que crece a cada segundo. ¿Por qué siempre tengo que tropezar con un muro? A pesar de su amabilidad y de los momentos de ternura que nos unen, Maxwell nunca renuncia a controlar todo, a decidir todo, sin tener en cuenta mi opinión, como si ésta no tuviera un valor. ¡Parece que se considera el mismo Dios! ¡Ok! ¡Ahora, cálmate! En ese instante, la voz de Martha se inquieta suavemente: — ¿Busca algo, señora? — No, no, gracias Martha. Ella está de pie en la entrada del pasillo, con las manos ocupadas con una bandeja de desayuno, aparentemente, el de Maxwell. Tomo consciencia de que, para ella, estoy en el vestíbulo a las siete de la mañana, aún sin peinar y, visiblemente, saliendo de la cama. Yo agrego precipitadamente: — Pensé escuchar un ruido, pero finalmente no era nada. — Eso sucede en ocasiones cuando se despierta, me explica ella con una sonrisa comprensiva, mezclamos el sueño y la realidad. — ¡Tiene razón, sin duda, eso es lo que sucedió! — Sin duda. ¿Le traigo el desayuno? — ¡Oh!, sí, muchas gracias. Ella se va sin decir una palabra. ¿Se habrá dado cuenta de que hay algo diferente entre Maxwell y yo? ¿Algo diferente? ¡Mmmh! ¡No demasiado! Regreso a mi habitación para prepararme un baño. Ese encuentro con Martha calmó en parte mi irritación provocada por la actitud de Maxwell. ¿Pero por qué éste rechaza, una vez más, que llame a Bonnie con un teléfono asegurado? ¡Y no solamente a Bonnie! En Hillerman Bros, seguramente Larry debe estar haciéndose preguntas, está en un buen lugar para conocer mi consciencia profesional y este silencio prolongado debe parecerle sospechoso. No es mi estilo desaparecer mientras tengo expedientes en curso. ¡Maxwell debería comprenderlo! ¡Pero, antes que nada, Bonnie! En verdad necesito escuchar su voz, hablar con ella, escuchar sus palabras de consuelo. ¿Maxwell no puede darse cuenta de que esta reclusión forzada en un apartamento que, sin embargo, me es extraño, me pesa cada vez más? ¿Que si esto continúa, el aislamiento al que estoy reducida me volverá loca? Por otro lado, debo reconocer que sus decisiones parten de un buen sentimiento: quiere protegerme; solamente que los buenos sentimientos no siempre bastan. No tenemos la misma relación que al principio, nuestra relación ha cambiado.

Desafortunadamente, él no lo toma en cuenta. ¿Por qué quiere controlar todo constantemente? ¿Imponerme lo que tengo que hacer o no hacer? Ya no soy una niña a quien le dictan su conducta. *** Cuando regresa para el almuerzo, mi mal humor no está completamente borrado. Al principio de la comida, intercambiamos banalidades, pero el ambiente está menos relajado entre nosotros, puedo ver en su actitud que no ha olvidado la pelea de la mañana; yo tampoco. En la primera ocasión, renuevo mi solicitud de llamar a Bonnie; en esta ocasión, realmente luce exasperado. — ¡Te repito que es imposible! — ¿Por qué? — Porque aún no conozco exactamente los detalles del plan de James y debemos ser más cuidadosos que nunca. La explicación me parece descabellada. ¿Qué riesgo podría haber en llamar a alguien extraño al asunto desde un teléfono móvil anónimo? ¿Está paranoico, o qué? Al estar perfeccionando la trampa, gracias a la cual espera hacer caer a James, ve peligro en todas partes. No obstante, para no aceptarme completamente derrotada, ataco por otro ángulo. — ¿Pero qué le dijiste a Bonnie al teléfono? ¿Qué te respondió? ¡Al menos me puedes hablar de eso! Con un suspiro de exasperación, lanza: — Nunca la tuve al teléfono, le envié un e—mail de tu parte. ¡No es verdad! — Un e—mail que especificaba que estabas bien, retoma él. Que no debía buscar contactarte, que no podías decirle más por el momento y que la volverías a contactar en cuanto pudieras. No puedo creer lo que estoy escuchando. ¡Hackeó mi correo! — ¿Y firmaste como si fuera yo quien lo enviaba? — Sí, no podía hacerlo de otra manera, era la única manera de evitar que James pudiera alcanzarte. El enfado sube en mí, un enfado tan violento que, en un primer momento, soy incapaz de pronunciar una palabra. Debe leerse en mi mirada porque agrega en un tono de disculpa: — Tienes que entender, Eva, era por tu bien. ¡Esto es demasiado! De pronto cristalizadas, todas las quejas a las que le doy vueltas desde esta mañana me desbordan; tienen que salir. Con una voz tensa, áspera, exploto dando rienda suelta a mi enojo: — ¿Qué estás diciendo? ¿Por mi bien? ¡No, pero no puedo creerlo! Luego, retomo con una voz menos irritada: — ¡Supongamos que era por mi bien! Tal vez tienes razón… ¡Simplemente, no puedes permitirte todo con el pretexto de que es por mi bien! Él intenta decir algo, pero yo no le dejo el tiempo. — ¡Nadie tiene derecho a tomar decisiones que no le conciernen más que a mí, sin siquiera mantenerme informada, y mucho menos, el derecho de hacerse pasar por mí con mi mejor amiga! ¡Hay cosas inadmisibles! ¡Cosas que no acepto! ¡Estoy… estoy pasmada! Maxwell acerca una mano a mí, ese simple movimiento es la gota que derrama el

vaso. Me levanto tan bruscamente que mi silla cae al suelo. Lanzando mi servilleta a la mesa, me precipito a la puerta. — ¿A dónde vas? — A mi habitación, necesito estar sola. ¡Si es que no fuerzas mi puerta! ¡Serías capaz de hacerlo! ¡En esto estoy siendo injusta! ¡Pero, no importa! — Vamos, Eva, no lo tomes así… Estamos en el umbral de la sala de estar. Él luce sinceramente apenado, pero yo no quiero dejarme ablandar. Él hace un movimiento para retenerme, yo lo ignoro. Su expresión apenada, sin duda, me enternecería si no estuviera tan furiosa. ¡Pero fue demasiado lejos! ¡Por ningún motivo voy a ceder bajo el pretexto de que quiere mi bien! No quiero que piense que puede manejarme a su antojo, jugar conmigo como con un títere. ¡Y que, además, volveré a caer en sus brazos gracias a algunas palabras de disculpa y sonrisas embaucadoras! Una vez llegada a mi habitación, me dejo caer en la cama. ¡Tengo ganas de gritar! No, ¿pero qué piensa? ¿Que voy a soportar sin decir nada de esta manera de tratarme como algo insignificante? ¡Ordenarme « haz esto », o « haz aquello »! Si lo cree, se está engañando. Reflexionándolo bien, no hay mucha diferencia entre Maxwell y James. Éste último también quería dirigir mi vida. ¡Finalmente, los dos hermanos se parecen mucho! Le doy vueltas a esta idea durante mucho tiempo en mi cabeza. Maxwell y James. ¿Por qué siempre atraigo a ese tipo de hombres? Machos autoritarios incapaces de comprender que no estoy reclamando más que lo que me merezco, dirigir mi vida yo misma como lo pretendo y tomar yo misma las decisiones que la conciernen. A causa de cuestionármelo y comparar a los dos hermanos, me hago consciente, poco a poco, de que no se parecen tanto. Por supuesto, los dos tienen un encanto impresionante, pero en mi esposo no hay detrás, todo es superficial. ¡Estoy mejor con Maxwell de lo que nunca lo estuve con James! Mi enojo se calma progresivamente a medida que reflexiono. Por supuesto, el comportamiento de Maxwell me disgusta en ciertos aspectos, es inútil regresar a ellos, pero también tiene aspectos que me gustan. ¡Oh! ¡Sí! Su amabilidad, en primer lugar, la atención que le da a los demás, su sensibilidad, su buen humor; cualidades de las que nunca vi el más mínimo rastro en James. Éste último se mostraba atento, pero era con un objetivo egoísta. Por el contrario, Maxwell me conmueve por su naturalidad, sabe mantenerse sencillo a pesar de su fortuna, tiene un no—sé—qué abierto que no se puede fingir. De eso, tampoco, vi el más mínimo rastro en James. Y también está su humor cuando está relajado, su manera de moverse, de mirarme cuando cree que no lo estoy viendo. En resumen, no hay punto de comparación. Entre más tiempo pasa, más me aparecen sus cualidades, pero, sin embargo, no olvido sus defectos. Cada vez que vuelvo a pensar en el e—mail que le envió a Bonnie haciéndose pasar por mí, un arranque de enojo me invade de nuevo; es algo que no puedo dejar pasar sin reaccionar. Algunos golpes a la puerta interrumpen el curso de mis reflexiones. — ¿Eva? ¿Todavía estás enfadada? — ¡Sí, todavía! Él se aclara la garganta. — ¿Tú… no quieres abrir la puerta?

Yo me levanto, giro el picaporte, abro el batiente. Él está de pie en el marco, con una rosa en la mano. ¿Quiere hacerme ceder? — Es para ti, me dice tendiéndome la rosa. Para que hagamos las paces. A pesar del nudo en la garganta, logro conservar un rostro indiferente. — Gracias. — ¿Sigues molesta conmigo? — Sí, sigo molesta. Al mismo tiempo, mi corazón gritó « ¡No, no estoy molesta contigo! », pero me cuido mucho de no dejarle ver lo que siento en el fondo de mí, podría aprovecharse de esta debilidad e imponerse de nuevo. Por el momento, todo en su expresión indica que se está cuestionando, que tiene dudas. Eso es lo que yo deseo, su indecisión es conmovedora; no piensa en acomodar el mechón rebelde que le cruza la frente. Su mirada ansiosa me interroga ávidamente. ¡Ya está! ¡Voy a ceder! Él se inclina hacia mí, roza su boca con mis labios. Aliviado, me agarra por la cintura, me presiona contra su cuerpo, durante algunos segundos, intercambiamos un beso apasionado. Es suficiente con que me toque para que yo me derrita. ¿Cómo podría resistírmele? Pero, antes de ceder, me interesa poner los puntos en las ies. Retrocediendo un paso, me desprendo. — ¡No te equivoques, aún estoy enojada! Y retomo nuestro beso, ahí donde lo dejamos. Después de un breve instante de estupor, es él quien rompe nuestros tiernos preámbulos, él también retrocede. La incomprensión más completa se lee al fondo de sus ojos. — ¡Espera, Eva! ¡Ya no estoy entendiendo! ¿Estás molesta conmigo o no? — ¡Sí, estoy molesta contigo, pero de cualquier forma tengo ganas de ti! Intercambiamos una mirada inequívoca, una mirada cargada de deseo. Desconcertado, me mira un momento sin decir nada, luego, un brillo se enciende en sus ojos, mientras una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Yo jalo su rostro al mío, pero, en lugar de retomar nuestro beso, él me abraza ardientemente, tratando de arrastrarme hacia la cama. — ¡No, así no!, exclamo yo, desprendiéndome. Él me interroga con la mirada. Acercándome de nuevo, me presiono contra él y pruebo delicadamente su boca. — ¡Esto está mejor! Visiblemente, se está cuestionando, pasa nerviosamente una mano por su cabello. Su incomodidad lo vuelve más cercano aún. — No veo la diferencia, intenta bromeando con una pequeña sonrisa. — ¡Siempre eres tú quien dirige! ¡Así que, el día de hoy, déjame hacer lo que yo quiero! Él me observa como si fuera un animal extraño, luego se da cuenta de lo que tengo en la mente y su sonrisa reaparece. Sus ojos se ponen a brillar de nuevo. — De acuerdo. ¡Con la condición de que no sigas enfadada conmigo! — No me chantajees, ya veremos después… — Eres dura. — Déjame probarte lo contrario. Yo desabotono su camisa, deslizo mis manos a lo largo de su pecho. ¿Cómo puede tener una piel tan suave? A pesar de las ganas que tengo de un encuentro ardiente, me

esmero por acariciarlo ligeramente, sin apuro. Saboreando el terciopelo de su piel tibia y suave, la flexibilidad de su musculatura, respirando su aroma. La camisa se abre ampliamente en su torso, que parecería estar esculpido en mármol. Pecho lampiño y abombado, pectorales poderosos, vientre plano, contraído; las minúsculas bayas marrones de sus pezones. Un escalofrío fugaz corre por su piel cuando los beso. Torpemente, él intenta deslizar el tirante de mi camiseta; yo empujo su mano. — No, déjame a mí… sola… Visiblemente, mantenerse pasivo no es parte de sus costumbres, él quisiera participar. Una vez que su pecho está desnudo, acaricio amorosamente sus hombros y su espalda, como si estuviera moldeando las formas de un dios griego. Por el momento, se mantiene inmóvil, pero, por sus ventanas nasales afiladas, su respiración acelerada, con escalofríos que recorren su piel, presiento que no se conformará durante mucho tiempo con esta pasividad. Mi boca se entretiene en su pecho, esparciendo en él pequeños besos al azar; me embriago con su aroma. Maxwell me deja actuar, pero lo imagino impaciente por intervenir y esa impaciencia me enciende. Mientras mis dedos descienden a lo largo de su abdomen encogido y acometen contra la hebilla de su cinturón, él ya no lo soporta, me empuja suavemente, para después recostarme sobre la cama y dominarme con todo su cuerpo. — ¡No, no estás siguiendo el juego! ¡Debías dejarme actuar! — ¡No puedo, Eva! ¡Es más fuerte que yo! Yo lucho, él me abraza más fuerte, intenta tomar las cosas a la ligera, bloquea mis sacudidas riendo. Pero yo no acepto ser vencida tan fácilmente. — ¡Eres un tramposo! — ¿Yo?, se sorprende abriendo grandes los ojos. Su indignación es fingida, está actuando groseramente, con una mala fe tan flagrante que estallamos en risa los dos. Yo aprovecho para escarpar de él; el momento siguiente, estamos de rodillas sobre el colchón, desafiándonos con la mirada, como niños peleoneros. Pero nos cuesta trabajo conservar nuestra seriedad, contemplo a placer su pecho desnudo, su cabello alborotado, sus ojos brillantes de excitación, la protuberancia que deforma su pantalón. ¡Nunca había lucido tan sexy! — Hagamos un trato, me propone él. — ¿Qué tipo de trato? — Ya no te enfadas y, a cambio, por cada prenda que me quites, yo te quitaré una. ¿Qué idea? ¿Una especie de strip—poker? ¿Por qué no? — Me parece justo. ¿Mis ojos están tan brillantes como los suyos? — Considerando que tú tomaste ventaja, es mi turno de comenzar. Yo asiento con la cabeza. Con una sonrisa prudente, él se acerca a mí, toma el tirante de mi camisa entre su pulgar y su índice, lo baja por mi hombro. Repite la operación con mi otro tirante. Mis senos impiden que la tela baje. Él desliza un dedo entre ellos y la tela, tira de ésta última con un pequeño jalón seco y el top se encuentra alrededor de mi cintura. Luego, mi sujetador desaparece como por encantamiento. Con un movimiento infinitamente tierno, abarca mi pecho con sus dos manos, lo presiona delicadamente; esta simple presión me corta la respiración. Nuestras miradas no se abandonan. Maxwell susurra: — Siento tu corazón latir.

¡Late únicamente por ti, mi hermoso amor! Lentamente, la palma de sus manos se desplaza, roza las puntas de mis senos que se llenan de placer. Él a penas me toca, sin embargo, mis pezones se yerguen bajo este roce, casi imperceptible; duros, impacientes por una caricia más precisa. La excitación tensa mi pecho, cuyas fibras nerviosas están todas en alerta. Mi sangre corre más rápidamente por mis venas, mi piel se eriza, mi espalda se arquea, un violento escalofrío me sacude de la cabeza a los pies. Nunca había sido tan sensible. Con una torsión del pecho, intento apartarme de su maniobra. Él no lo acepta, sus manos me atrapan de nuevo, retoman su curso por mi piel desnuda, abordan los lugares más vulnerables, los hacen vibrar con una precisión diabólica. Mi placer continúa aumentando, siento venir el momento en el que ya no podré resistir, cuando me susurra en un suspiro: — ¡Tus senos me vuelven loco! Para disimularle mi debilidad, me lanzo a su cuello. Con el rostro enterrado en el hueco de su hombro, estrechándome contra él con todas mis fuerzas, suelto con una voz jadeante: — ¿No crees que es mi turno ahora? — ¡Para nada! ¡Tenías demasiada ventaja! Y, sin tomar en cuenta mi renuencia, me quita la falda. Una vez que ésta desapareció, rodea mis caderas con sus brazos y coloca su mejilla sobre mi monte de Venus. Una nueva bocanada de calor me enciende, tengo la impresión de estar entregada sin defensa a su merced; más descubierta que si estuviera desnuda. — Hueles bien, Eva, murmura presionando su rostro contra el encaje de mis pequeñas bragas. A través de la delgada tela, su respiración ardiente inflama mis músculos del diafragma, el cual se abre. Su caricia está muy cerca de hacerme desfallecer y me saca un gemido. Nunca me dejé llevar de esta manera. ¡Y decir que era yo quien quería guiar el baile y es él quien me lleva! Huyo a su contacto lo más rápidamente posible para evitar abandonarme por completo. Necesito contener de inmediato la incandescencia que sube de mi vientre. Cuando sus dedos se deslizan bajo mis bragas, por fin encuentro la fuerza para sublevarme. — ¡No, detente! ¡Ahora, es mi turno! Y lo rechazo firmemente. ¡Algunos segundos más y ya no habría podido resistirme! ¿Se dio cuenta? A priori no y, afortunadamente, porque habría tenido que aceptar mi derrota. En conformidad con el trato que hicimos, es su turno de dejarse llevar. Primero, recorro con la punta del dedo los huecos y los bultos dibujados por su correa abdominal; él me observa intentando tomar una expresión relajada. Luego, paseo mis labios por su piel tibia; su mirada se hace más aguda. Él coloca una mano sobre mi cabeza, se estremece cuando yo insinúo la punta de mi lengua en su ombligo, lamo su vientre contraído, en el límite del cinturón. Él respira cada vez más fuerte, sus dedos se pierden nerviosamente en mi cabello. Algunas contracciones tensan sus músculos cuando mordisqueo su piel suave. Su respiración se acelera. Cuando vuelvo a elevar los ojos, nuestras miradas se encuentran, unas miradas ciegas. Casi alucinadas. En la suya se lee una tensión extrema, sin duda la misma que se podía leer en la mía hace algunos instantes. ¡Ahora soy yo quien te lleva!

Yo desabrocho su cinturón, jalo de su bragueta, bajo su pantalón a lo largo de sus muslos. Lleva puesto un bóxer gris con negro, éste lo ciñe tan estrechamente que su pene en erección se revela con una precisión anatómica, como si la tela le hiciera una segunda piel. Yo agarro el borde del bóxer y se lo quito. Su sexo se levanta, con toda su soberbia; durante un instante, el tiempo se detiene. Maxwell suelta un gruñido cuando envuelvo su miembro con mis dos manos, éste se tensa aún más. Cálido y suave a la vez, tan frágil bajo su apariencia de fuerza brutal. Unos sobresaltos nerviosos agitan la larga forma arqueada, mientras mis dedos la presionan; la emoción me estrecha la garganta. ¡Estamos jugando con fuego! De repente, Maxwell pasa su mano por detrás de mi nuca y me jala hacia él, un pequeño grito estalla de mi garganta. En un movimiento impetuoso, él me da la vuelta, rueda sobre la cama, arrastrándome. Estrechamente apretados uno contra el otro, nos abrazamos con todas nuestras fuerzas. Luego, el tumulto que nos llevó tan cerca de la explosión se tranquiliza poco a poco; caemos lado a lado. Pero la tregua no dura, rápidamente, él vuelve a tomar la iniciativa. Mientras lame mis labios con pequeños lengüetazos, desliza mi tanga; tengo unos voluptuosos escalofríos mientras sus dedos siguen la curva de mis caderas o se entretienen en el interior de mis muslos, divirtiéndose en provocarme. Estamos desnudos, siento estremecimientos de voluptuosidad aún más fuertes cuando él atrapa mi brote ardiente entre su pulgar y su índice. Tengo la impresión de que toda mi sensibilidad se refugió ahí; una débil queja se me escapa. Él me abraza, se incorpora por encima de mí, sus manos descienden de mi espalda alta a la baja, se adaptan a las formas de mis glúteos mientras sus labios buscan los míos. Encantada, le ofrezco mi boca, él la toma con autoridad, su lengua se anuda a la mía; mezcla de seguridad y ternura que me arrastra en un torbellino de sensualidad. Nuestras respiraciones se mezclan, nuestras lenguas se confrontan, se evitan, se adivinan, se encuentran de nuevo para confrontarse en un suave combate donde no hay vencedor ni vencido. Emocionada hasta lo más profundo de mí misma, me agarro desesperadamente a él, mi vientre busca ávidamente su sexo; éste penetra de pronto. Una onda de felicidad me sumerge cuando él me susurra al oído: — ¡Nunca había deseado a una mujer como te deseo! ¡Y yo nunca había deseado a nadie como te deseo! ¿Cómo podría cansarme alguna vez de sus besos? Me aturden como un alcohol fuerte. Por los discretos movimientos de su mano deslizada entre nosotros, me doy cuenta de que se está proveyendo de un preservativo. Luego, sus dedos cuestionan mi feminidad, ya húmeda; uno de ellos se inmiscuye profundamente en mí, me saca un gemido de placer y, durante todo el tiempo durante el cual su dedo me registra, yo lanzo pequeños gritos de éxtasis, mientras mi vientre lo reclama. El orgasmo se infla de nuevo como una marea que toma su impulso antes de explotar. Lentamente, Maxwell quita su dedo y desgarra el empaque del preservativo, el cual se pone rápidamente. De golpe, me penetra. Sofocada de felicidad, gimo arqueando la espalda, con el fin de saborear mejor el instante, de sentir mejor su posesión. Él se mantiene dos o tres segundos sin moverse, un tiempo que me parece una eternidad. Un vértigo deslumbrante me retiene al borde del abismo. Tengo la impresión de que mi corazón deja de latir, mis nervios están completamente tensos. Pero esta espera no puede durar; ni para él, ni para mí. Los dos alcanzamos nuestros

límites. De pronto, siento su sexo entrar más profundo en mí, su baile frenético provoca en mí nuevos gemidos de mi parte, nuevos gritos. El flujo de un gozo contenido durante demasiado tiempo me arrastra sin que pueda hacer nada para retrasarlo más. En los brazos de mi amante, saboreo una ebriedad que nunca había conocido hasta este día. A la queja de éxtasis que surge de lo más profundo de mi garganta, responde una queja más breve, más grave, y Maxwell entra en mí una última vez, antes de alcanzar el orgasmo, en el momento exacto en el que la voluptuosidad me sumerge.

CAPITULO 3 EL INTENTO

Abro los ojos, un rayo de luz se filtra por las cortinas. Aún es temprano. Recostado cerca de mí, con un brazo estirado a través de mi vientre, Maxwell descansa; es la primera vez que dormimos juntos. La noche transcurrió como un encantamiento, una noche maravillosa que me vincula aún más a él. ¡Qué lástima que haya sido tan corta! Me parece que una sangre nueva corre por mis venas, un delicioso sentimiento de bienestar me invade a medida que recupero la consciencia, un bienestar que saboreo, pero que me altera. Con James nunca tuve esta sensación de plenitud física y paz interior. ¡Nunca me llevó tan lejos! Observo a Maxwell, dormido, me parece más cercano. Hasta que nos derrumbamos en la madrugada, abrumados por la fatiga, se mostró al mismo tiempo tan ardiente y tan generoso, que aún estoy muy conmovida. Sus párpados cerrados, sus rasgos pacíficos por el sueño, su pecho que se levanta regularmente al ritmo de su respiración le dan un aspecto tan desarmado que una pizca de tristeza me toca el corazón. ¿Por qué no estás así todo el tiempo? Él suspira en su sueño. ¿Con qué podrá estar soñando? Tengo cuidado de no moverme para no perturbarlo, para no romper la armonía de este instante mágico. Esta noche estuvimos de un extremo al otro en la misma sintonía, parecía un sueño que no terminaría nunca. Nunca, incluso al principio, sentí una ósmosis como ésta con James. Con la presencia de Maxwell a mi lado, la habitación me parece más calurosa, menos extraña. Un sentimiento de bienestar me invade. Mis ojos se entretienen en la ligera línea de sus hombros, en su brazo que me comunica su calor, en la sábana arrugada, enredada alrededor de su cintura. — ¿Por qué me miras así? Yo dejo salir una exclamación de sorpresa. — ¿No estabas dormido? — ¡Sí, estaba durmiendo, y luego, la mujer más linda del mundo me despertó! ¡Siempre encuentra las palabras que me conmueven! Yo lo beso, es un placer estrecharme contra él, respirar el aroma de su cuerpo, entregarle mis labios. Sobre todo, es un placer sentir sus manos tomar posesión de mí de nuevo. Me acurruco en sus brazos. ¿Por qué tengo la impresión de que, cuando me toca así, nada grave puede pasarme? Es una locura, lo sé bien, pero qué importa. Su dedo se coloca sobre mis labios, sigue sus curvas; yo lo mordisqueo. — ¿Tienes ganas de morderme, eh? Yo lo miro de arriba abajo. ¿Qué quiere decirme? ¿Está hablando en serio o no? Su expresión no me informa mucho, pero un brillo divertido se muestra en sus ojos. ¿Habrá adivinado mis pensamientos más secretos? — En ocasiones y en ocasiones no, depende… — ¿De qué?

— Depende de si eres amable o malvado. Él estalla en risa. — ¡Yo nunca soy malvado! Él se levanta, abre las cortinas; la luz de la mañana lo inunda cuando se estira frente al ventanal. Sus músculos se mueven ágilmente bajo su piel mate, parece un gran felino domesticado. Me hace pensar en esa estatua de Miguel Ángel que se encuentra en un museo italiano que ya no recuerdo. Al regresar hacia mí, consulta su reloj. — ¡Esto me cuesta mucho, Eva, pero tengo que irme! Yo evito mostrar mi decepción. ¡Estábamos tan bien! Mientras se viste, le pregunto si voy a tener que quedarme otra vez en secreto durante mucho tiempo. Solitaria, totalmente aislada del mundo exterior. Inmediatamente a la defensiva, él me lanza un vistazo interrogante, su mirada cambia a azul oscuro; se muerde el labio inferior mientras termina de abotonar su camisa. ¡Ah! ¡No, su jueguito no volverá a pasar! Yo insisto con una voz cortante: — Necesito hablar con alguien. ¡Me estoy asfixiando aquí! — ¿Yo ya no te basto?, me dice intentando bromear. — No, no tengo ganas de reír, Maxwell, es bastante pesado para mí quedarme completamente sola aquí, no poder prevenir a Larry en la oficina, ni tranquilizar a Bonnie. Si tan solo pudiera hablar con Bonnie… — Lo sé, pero no es posible. ¡Es demasiado arriesgado! Su voz sonó breve y seca. A pesar de mis esfuerzos, la decepción se lee en mi rostro. Él se sienta en el borde de la cama, me toma la mano, me da un beso en la palma. ¡Siempre comportándose ambiguamente! — Discúlpame, Eva, retoma él, comprendo lo importante que es esto para ti, pero no debes hablar por teléfono con nadie mientras el asunto no esté arreglado. Ni hablar por teléfono, ni salir, bajo ningún pretexto. James te está buscando, puso en marcha todos los medios de los que dispone para encontrarte y, sinceramente, no puedo decirte con precisión cuánto va a durar esto. Esperaba que mi informador, Sam Crocker… ¿Lo recuerdas? Te hablé de él… — ¿El que te reveló el plan de James? — Sí, esperaba que testificara ante la policía y que su testimonio permitiera inculpar a mi hermano y destruirlo. Desafortunadamente, Crocker se niega a testificar y no hay forma de hacerlo cambiar de opinión. Teme por su vida en caso de que su nombre aparezca oficialmente durante la investigación. — Entonces estoy condenada a quedarme encerrada en secreto eternamente, le digo con hastío. — No, exageras la situación, es momentáneo. Estoy haciendo todo lo que es humanamente posible para desbloquear la situación. Ya tengo diferentes pistas y estamos perfeccionando los últimos detalles de una nueva estrategia que debería dar sus frutos dentro de poco. Es cuestión de algunos días, a lo sumo… Su mirada se sumerge en la mía y agrega: — ¡Confía en mí, te lo suplico! — No es la primera vez que me pides que confíe en ti, pero tú también podrías confiar en mí y no tratarme siempre como una asistida. ¡Estoy harta de que tomes las decisiones en mi lugar! — Intento actuar lo mejor posible por tu bien.

Por su tono, me imagino que está afectado. No obstante, segura de que no obtendré nada más de esto, no me obstino, pero una pizca de resentimiento me desgarra el corazón. Estamos estancados, la situación no se mueve ni un milímetro. Sin duda, está haciendo todo lo posible para volver mi secuestro lo más agradable posible, pero en cuanto al resto, ¿realmente está actuando? Nada me lo prueba, después de todo, lo único que tengo es su palabra. No, no debo dudar de nuevo… Sea como sea, es inútil continuar acosándolo, sé por experiencia que eso no sirve de nada, no cederá. ¿Algún día veré el final de esta pesadilla? Nada es menos seguro. ¡En ocasiones estoy al borde del desaliento, y luego, no! No quiero dejarme derribar, si existe una solución, debo encontrarla por mí misma. Después de su partida, me preparo un baño. Mientras mi cansancio se disipa poco a poco, me dejo llevar por un sueño agridulce. Por un lado, la noche que acabamos de pasar definitivamente confirmó que me gusta estar con Maxwell, siento por él lo que nunca había sentido por nadie, mucho más que una atracción banal. Amor, atrevámonos a decirlo. Pero, por otro lado, aún subsisten dudas y ciertos aspectos de su carácter me exasperan. Sí, pero además, nuestra intimidad no puede ser más estrecha de lo que es. ¡Y no sólo se trata de la intimidad física! Soy feliz con él, plenamente. Compartimos los mismos sentimientos, de eso estoy segura, ciertas palabras que pronunció en el transcurso de la noche me convencieron. Sin embargo, a pesar de esta armonía, no olvido las zonas oscuras. Dulzura y amargura, lo positivo y lo negativo, nunca el uno sin el otro, los dos siempre relacionados indisolublemente. ¿Cómo librarme de esto? Estoy atrapada entre mi corazón y la razón. Es ahora cuando debería conversar de todo con Bonnie, sin contar que me voy a volver loca si continúo dando vueltas en círculo como un león enjaulado. Y Maxwell que continúa negándose a proporcionarme un teléfono. No tendré el valor de enfrentarlo una vez más por esto. Mi ánimo está de lo más bajo cuando dejo la habitación. ¿A dónde ir? ¿Qué hacer? Estoy desilusionada. ¿Tomar un libro de la biblioteca? Ni siquiera terminé el que comencé. ¿Ver una película en la sala de proyección? Eso no me llama para nada la atención. ¿Agotarme en el gimnasio? Gracias, ya di mucho. En mi desesperación, me dirijo al pequeño salón para ver la tele cuando me cruzo con Martha. — ¡Ah! ¡Señora! Justamente, la estaba buscando. ¿Me necesita? — No, Martha. ¿Por qué? Mi relación con ella, como con su esposo, mejoraron progresivamente desde que estoy encerrada en el apartamento. A pesar de sus modales un poco formales que me desconcertaron al principio, son sinceramente atentos y amables. En varias ocasiones, su presencia me ha levantado el ánimo. — Porque voy a ayudar a Sheldon a limpiar la terraza. ¡No ha sido limpiada durante mucho tiempo y al señor Maxwell le interesa que esté muy limpia! ¡Definitivamente, tiene el control de todo! Martha concluye: Entonces, si nos necesita, estaremos arriba. ¡No dude en llamarnos! Con esas palabras, se da la media vuelta y se va. Yo entro en el pequeño salón y enciendo la tele: una emisora de noticias, no quiero ver juegos ni entretenimiento, ni novelas. Desafortunadamente, las noticias tampoco logran interesarme. Así que me desconcentro, contemplo la pantalla sin ver las imágenes, sin escuchar el sonido.

De pronto, una idea se enciende en mi cabeza. Si Martha y Sheldon están limpiando la terraza, sin duda lo estarán haciendo durante un buen tiempo. Durante ese tiempo, no estarán en este piso, es poco probable que regresen pronto, eso me deja toda la libertad para registrar el apartamento con toda tranquilidad, más minuciosamente de lo que lo hice la última vez. Con un poco de suerte, tal vez encuentre un teléfono. En todo caso, es mi última esperanza. Dicho y hecho. ¿Por dónde voy a empezar? Evidentemente, la oficina de Maxwell se impone, la otra noche no me atreví a entrar en ella porque colinda con su habitación y temía despertarlo. Esta mañana, lo aprovecho, ya no hay nadie. La pieza es amplia, llena de armarios. Sobre los estantes y en los cajones se alinean pilas de expedientes ordenados impecablemente. Mi trabajo es facilitado, una rápida inspección basta; no encuentro ningún teléfono atascado por descuido entre dos pilas de expedientes. ¡No se puede tener éxito en el primer intento! Enseguida, abordo la oficina propiamente dicho. El sillón me molesta, lo alejo. Algunos cajones están cerrados con llave, es inútil que me entretenga con ellos, no tengo el material necesario para forzar las cerraduras y, además, no tengo ninguna habilidad para ese tipo de trabajo. Espiando los sonidos del apartamento – nunca se sabe, Sheldon o Martha podrían volver a bajar sin avisar –, registro a toda velocidad los cajones que me son accesibles. ¡Bingo! El último, el más bajo, contiene un computador portable. Evidentemente, nada está conectado, pero los cables están al lado, cuidadosamente acomodados en una caja; parecería que el material nunca fue utilizado. ¿La suerte me estará sonriendo por una vez? Rápidamente, efectúo las diferentes conexiones, parece querer funcionar. Ojalá que no haya código… El computador arranca. ¡Y MIERDA! ¡Es necesario el código de acceso! Bueno, de cualquier forma, no hay que engañarse, sí efectivamente hay un acceso Wi—Fi probablemente está protegido con una clave. Me dejo caer en el sillón, mi esperanza era mínima, de acuerdo, pero se esfuma. ¡Sin suerte! Me levanto casi de inmediato. ¡Éste no es el momento de lamentarse! El desánimo será para más tarde, por ningún motivo hay que rendirse en el primer fracaso. De cualquier forma, es un teléfono lo que necesito. Comienzo a revolver de nuevo, un poco por todas partes. Al cabo de algunos minutos, es evidente que no hay el más mínimo teléfono en la oficina de Maxwell. Pasemos a la habitación, ahí la búsqueda es más larga, más minuciosa, más difícil también. Posee un guarda ropa impresionante y un teléfono no tarda en deslizarse en una pila de camisas o suéteres; o incluso haber sido olvidado en el bolsillo de un saco. Me tomo el tiempo de explorar todos los bolsillos de todos sus trajes, mientras continúo acechando con angustia los sonidos del apartamento. Tendría problemas para explicar lo que estoy haciendo aquí si fuera atrapada en plena acción. Desgraciadamente, como en una oficina, mi investigación resulta infructuosa, aquí tampoco, ningún teléfono fue olvidado o extraviado. ¿Qué me queda? ¡Las otras habitaciones? La noche en la que buscaba una salida para huir, inspeccioné el pequeño salón, la lavandería, el comedor, las habitaciones para invitados, el vestíbulo de la entrada, el gran salón; si hubiera algo, sin duda me lo habría topado. Para mayor tranquilidad, de cualquier forma efectúo un segundo registro. No hay ningún teléfono extraviado en ningún

rincón. ¿Voy a tener que renunciar? No estoy segura, existe un lugar en el que aún no me he aventurado, incluso ni siquiera he entrado nunca. Es la habitación de Sheldon y Martha, ellos habitan muy al fondo del apartamento, en la suite de la cocina. Un cuarto de baño, una habitación y un salón privado están reservados para ellos. ¡Pero es su área privada! ¡Están en su espacio! Aunque no sentí ninguna molestia registrando las pertenencias de Maxwell, tengo dudas en fisgonear en la habitación de Martha y Sheldon. Maxwell me raptó y secuestró, es él quien me prohíbe hablar por teléfono, él me retiene prisionera y no se incomodó al sustraer mi teléfono móvil y hackear mi correo. Así que no tengo escrúpulos hacia él. Por el contrario, Martha y Sheldon siempre se han mostrado correctos conmigo. ¿Tengo derecho a introducirme a su habitación y violar su intimidad? ¡Si me sorprenden, no tendré ninguna excusa! De acuerdo, moralmente, es condenable. Solamente que, no estoy registrando por indiscreción o por curiosidad malsana: estoy retenida aquí contra mi voluntad. Absolutamente, necesito un teléfono para llamar a Bonnie y a la oficina. ¡No es lo mismo! ¡Cualquiera podría entenderlo! Eso no impide que me sienta mal conmigo misma frente a la idea de introducirme en su habitación y registrar en sus cosas. No obstante, debo hacerlo, es necesario. Antes que nada, tomar precauciones. Me dirijo al ascensor, con dirección a la terraza. Martha y Sheldon están sumergidos los dos en la gran limpieza de otoño. Él, inclinado sobre un macizo de anémonas de Japón, está cortando las flores marchitas, con la ayuda de un pequeño secador. Herramientas de jardinería están esparcidas sobre el terreno a su alrededor. Ella, rodeada de un número impresionante de productos domésticos, y cubierta con un inmenso delantal de plástico, con detergente con grandes cantidades de agua en el suelo embaldosado alrededor del asador. Aparentemente, aún tienen bastante por el momento. Al percibirme, Sheldon se incorpora. — ¿Busca algo, señora? — No, yo… ¡De hecho, sí! Creo que olvidé mi suéter ayer… uno amarillo con estampado Parma… ¿De casualidad no lo habrán visto? — Yo no vi nada, señora, pero hay que preguntarle a Martha. Martha tampoco vio nada. No es sorprendente, mi suéter amarillo con estampado Parma está acomodado en su lugar en el armario de mi habitación. Me disculpo por haberlos molestado y vuelvo a tomar el ascensor, un poco avergonzada por haberles mentido, pero estoy decidida a encontrar un teléfono, cueste lo que cueste. ¡Si me apresuro, tengo tiempo! A pesar de mi determinación, no me siento cómoda cuando comienzo a inspeccionar su habitación, tengo la sensación híper molesta de estar violando una intimidad, de ser una ladrona, de cometer una acción imperdonable. Dejé abiertas todas las puertas que me separan del gran vestíbulo, esperando escucharlos de lejos si llegan sin avisar. A pesar de esta precaución, no las tengo todas conmigo. Cualquier ruido me hace sobresaltarme y, en mi situación, te das cuenta de que hay una cantidad astronómica de ruidos, incluso en un apartamento silencioso. Tengo las manos húmedas, mi corazón golpea en mi pecho, cada segundo me detengo para escuchar, con todos los sentidos en alerta. El más ínfimo roce de tela me inquieta, el más mínimo chirrido de un cajón o una

puerta me asusta. Mi tarea es todavía menos fácil ya que debo volver a poner lo que desordené exactamente como estaba antes, con el fin de que no se den cuenta de mi intrusión. Mis nervios están completamente tensos. Después de haber explorado muy apresuradamente las mesas de noche y un ropero, es en una cómoda, en medio de otros insignificantes objetos, que me encuentro al fin, frente a frente, con un teléfono; es un modelo viejo. Necesito de toda mi voluntad para no soltar un grito de triunfo. ¡Dios mío, haz que funcione! ¡Haz que la batería esté cargada! Estoy tan nerviosa que se me escapa de las manos y cae en el cajón. ¡Tengo que tranquilizarme! ¡Que respirar profundo! Funciona, la batería parece estar en forma. Al momento de marcar el número de Bonnie, me doy cuenta de que ya no lo recuerdo. Habitualmente, cuando le llamo por teléfono, mi teléfono móvil lo marca él mismo. Después del tiempo durante el cual no lo he hecho, salió de mi mente. ¡Es tan estúpido! Por más que le doy vueltas en mi cabeza en todas direcciones, nada me llega. ¿Voy a llamar a Hillerman Bros? El número del trabajo lo sé de memoria, pero voy a tener que pasar por el conmutador, tal vez esperar a que Larry esté disponible y, sin duda, perder un tiempo precioso. ¡Y no tengo demasiado tiempo! Vacilo. De repente, el número que esperaba tanto se alinea en mi cabeza, todos los números en el orden correcto. Soy incapaz de decir por cuál milagro se produjo esto. ¡Es brujería! Mis dedos nunca habían volado tan rápidamente sobre las teclas; el timbre suena. ¡Respóndeme, Bonnie! ¡Oh! ¡Te lo suplico, respóndeme! Descuelgan, al fin. — ¡Bonnie! Yo… — ¡EVA! El grito de sorpresa de mi amiga cubre mi voz. Antes de que logre decir una palabra, ella prosigue: — ¿Qué está pasando? ¿Te sucedió algo? ¿Por qué no me llamaste? Estaba muerta de la angustia… Como de costumbre, diez mil preguntas al mismo tiempo. — ¿No recibiste mi e—mail? ¡De hecho, el de Maxwell! ¡Pero, es inútil complicarlo por el momento! — Sí, pero parecía tan poco que fueras tú, que me preocupé. ¡Debiste llamarme! — No podía llamar, Maxwell confiscó mi teléfono y yo… — ¿Maxwell? ¿Quién es Maxwell? ¿Estás enferma? ¿Tuviste un accidente? ¿Dónde estás ahora? ¿En el hospital? — No, no estoy en el hospital. ¡No sé exactamente dónde estoy! No estoy enferma y no tuve un accidente, solamente que… — ¡Oh! Es que estoy contenta de que estés bien… Escucho desde aquí su suspiro de alivio. Tan solo el sonido de su voz me reconforta el corazón, ella no puede darse cuenta del bien que me hace. Me hace falta el valor para pedirle que deje de hablar un poco, es tan bueno escucharla, reencontrarme con ella tal como es. Ella me causa la sensación de retomar mi lugar en el mundo normal, un mundo en el que los esposos no matan a su esposa cuando desean separarse de ella, un mundo en el que no se rapta a las personas bajo el pretexto de venir en su ayuda. Un mundo en el que no soy retenida como prisionera en el interior de un lujoso apartamento, por un salvador potencialmente surgido de ninguna parte. ¡En resumen, el mundo normal!

Desafortunadamente, ése no es el mundo en el que vivo desde hace una semana, y tengo que informárselo a mi amiga. — ¡Escúchame, Bonnie, te lo ruego! ¡Es súper importante! Ella agrega en voz baja: — De cualquier forma, estoy contenta… Así que, lo más rápidamente posible, le cuento todo, desde mi rapto hasta el momento presente. Al mismo tiempo que acecho ansiosamente la posible llegada de Martha o Sheldon, le describo a grandes rasgos lo que me sucedió, y concluyo preguntándole lo que ella piensa. — Bueno… no estoy segura… Parece tan irreal… ¿No me estás haciendo una broma? — ¡Oh! ¡Bonnie! Tú me conoces, eso no es mi estilo. — Sí, tienes razón, discúlpame… Hay un silencio, y durante esa pausa repentina, un ligero ruido procedente del pasillo me llega. ¿Alguien que sale del ascensor? — Perdóname, Bonnie, tengo que colgar. Intentaré llamarte de nuevo. Rápido, rápido, volver a ordenar todo. Un último vistazo para asegurarme de que no olvidé nada y me deslizo afuera de la habitación. Cuando Martha empuja la puerta de la cocina, me encuentra frente a la puerta abierta del refrigerador. Yo le dirijo mi sonrisa más hermosa. ¡Ten cuidado con no exagerar! — Dime, Martha, no encuentro la Coca, ¿ya no hay? Con una sonrisa sorprendida, me muestra la botella de Coca que se destaca en su lugar habitual. — ¡Ahí, señora, justo frente a sus ojos! — Discúlpeme, le digo con una risita, no sé dónde tengo la cabeza… Sus ojos me siguen mientras saco la botella del refrigerador y me sirvo en un vaso. ¿Sospechará algo?

CAPITULO 4 EN EL PUNTO MÁS BAJO

Al regresar a mi habitación, me cruzo con Sheldon, quien regresa de los trabajos de limpieza en la terraza. Amablemente, me pregunta: — Perdón, señora, ¿piensa usar la piscina el día de hoy? — No, no pienso hacerlo, Sheldon. ¿Por qué? — Porque tengo que cambiar el cartucho del filtro y si no piensa utilizar la piscina hoy, podría hacerlo ahora. — ¡Ande! Hágalo, me voy a quedar abajo… Con un carraspeo educado y una sombra de sonrisa, agrega: — A propósito, ¿encontró su suéter? — ¿Mi suéter? ¿De qué está hablando? Súbitamente, recuerdo el pretexto que alegué hace un rato para verificar si estaban en la terraza. La vergüenza me regresa. — ¡Ah! Sí, sí… gracias, estaba en la biblioteca. Él me lanza una mirada perpleja, al menos eso es lo que me parece, pero tal vez no es más que una idea que me hago. Además, después de mi respuesta, él continúa su camino sin preocuparse más por mí. Falsa alarma, ni él ni su esposa sospechan nada. No debo de ponerme paranoica. Una vez que regreso a mi habitación, me instalo frente al tocador y me dirijo una mueca en el espejo, tarareando algunos compases de « Turn the Night Up » de Enrique Iglesias. Me siento mejor. ¡Tuve a Bonnie al teléfono! A pesar de su brevedad, la comunicación me volvió a subir el ánimo. Por primera vez desde que estoy secuestrada, tengo el sentimiento de haber logrado algo, de ya no sufrir los acontecimientos sin reaccionar. Eso me hace un bien inmenso, me siento de mucho mejor humor. No eufórica, no, no se debe exagerar nada, pero reencontré mi dinamismo y un poco de optimismo en cuanto a la evolución de la situación, ésta ya no me parece tan sombría como antes. La pasividad a la que Maxwell me obliga me bajaba el ánimo; difícilmente soporto que le pongan trabas a mi libertad de acción. ¡Oh! Por supuesto, fundamentalmente nada ha cambiado. No me hago ninguna ilusión, mis problemas no desaparecieron como por arte de magia a causa de una simple llamada; estoy cruelmente consciente de eso. La amenaza de James, mis dudas frente al comportamiento de Maxwell, mi incertitud ante el futuro inmediato, están lejos de haber desaparecido. Y, desafortunadamente, debo reconocer que en esa área, mi amiga no me fue de gran ayuda. No fue su culpa ni la mía, no tuvimos el tiempo suficiente para conversar ampliamente; pero bueno, ahora está enterada. Hablé con ella, eso ya es una primera brecha en el muro de mi prisión, espero poder atravesar otras, encontrar ocasiones. ¡Hay que ver los puntos positivos!

Repartida entre el optimismo y el pesimismo, dejo que mi mente vague poco a poco. ¿Qué sucederá cuando la amenaza de James haya sido alejada? ¿En qué me convertiré? ¿Qué es lo que haré? ¿Y, para empezar, cuál será mi relación con Maxwell? Por una especie de acuerdo tácito, los dos evitamos abordar el tema. Es verdad que por el estado actual de las cosas, sería prematuro; me enseñaron que los problemas deben tratarse a medida que se presentan. No obstante, eso no me impide tener algunas ideas sobre la cuestión, algunas esperanzas, una dirección general. Así, la noche anterior, Maxwell dio a entender claramente que no quería que nos dejáramos. Yo tampoco quiero que nos dejemos, solamente que, mi experiencia desafortunada con James, me hirió. No puedo repetir el mismo error, no todas mis dudas están superadas. ¿Estoy decidida a comprometerme por mi lado como él parece desearlo? ¡Mmmm! ¡No es seguro! ¡Oh! ¡Sí, tengo muchas ganas de quedarme con él! ¡Ok, tengo ganas de hacerlo, pero de cualquier forma, no es seguro al cien por ciento! Sumergida en mis reflexiones, me desconecté progresivamente de lo que me rodea. De pronto, un impacto brutal me saca de mi sueño, un ruido violento que me regresa a la realidad. Parece que algo pesado cayó al suelo, explotando. Yo intento escuchar con atención, ya no escucho nada. Luego, progresivamente, otros ruidos suceden al primero, menos violentos, más confusos. ¿Es Sheldon que tiene problemas con el filtro de la piscina? Tengo la impresión de que viene de menos lejos y, si ya terminó con la piscina, ¿qué puede estar tramando? Es imposible identificar el origen de los sonidos, pero son cada vez más fuertes. ¿Qué está pasando? Estoy al acecho, no se debilitan, incluso parecería que el alboroto se intensifica. Bruscamente, siento miedo, un espanto instintivo, animal. ¿Qué hacer? Después de algunos segundos de duda, me levanto y abro la puerta. En el pasillo, el tumulto se vuelve más neto. Continuación de impactos, golpes, choques violentos, sonidos de caída. Doy algunos pasos. ¿Qué podrá ser? Ahora, un verdadero alboroto que proviene del vestíbulo de la entrada me llega. Creo identificar unas quejas, unos gruñidos sofocados. De pronto, escucho la voz de Sheldon que grita: — ¡No!, no… Luego, un silencio completo. Por el espacio de una fracción de segundo, me quedo paralizada, con la mente vaciada de cualquier pensamiento. La puerta de la cocina se abre en un estruendo; Martha surge de ella como una flecha y se lanza rápidamente, con grandes zancadas, hacia el vestíbulo. Yo le piso los talones, ella detiene en seco su recorrido y se gira hacia mí. — ¡No vaya, señora Eva! ¡Enciérrese en su habitación!, ordena con una voz autoritaria, con la que me quedo con la boca abierta. Nunca me había hablado con ese tono. Al momento en el que está a punto de irse de nuevo, un hombre armado, vestido de oscuro, surge del extremo del pasillo. Instantáneamente, se pone en posición de tiro y, en cuanto me percibe, apunta su pistola hacia el suelo, gritando con un tono nasal: — ¡No tema! Unas gafas negras enormes ocultan sus ojos, es lo primero que me impacta de él, aún más que su arma. Él gira la cabeza hacia el vestíbulo y lanza con una voz fuertemente

teñida de un acento texano: — ¡Date prisa, Dusty, están aquí! Martha se precipita hacia él. Una orden resuena: — ¡No se mueva y no le haremos daño! Todo sucede tan rápidamente que yo no tengo tiempo de reaccionar, además, el terror me paraliza; estoy aterrorizada. El hombre de negro tiene agarrada a Martha por la cintura e intenta presionarla al suelo; ella lucha con tanta energía que su agresor tiene las más grandes dificultades del mundo para contener sus patadas. Sin embargo, en ningún momento busca utilizar su arma. En ese momento, el tal Dusty hace su aparición. Más pequeño que el otro, más gordo, pero vestido de oscuro él también, y también con enormes gafas negras y una pistola, la cual apunta ostensiblemente hacia el suelo. A costa de un inmenso esfuerzo en mí misma, finalmente, logro salir de mi parálisis y me lanzo hacia la habitación. No sé qué está pasando, pero una cosa es segura, tengo que escapar a toda costa; el miedo me impulsa súbitamente. Tan solo pienso en una cosa: ¡ojalá que no me disparen! Escucho a mis espaldas al texano, quien se impacienta: — ¡Déjala correr por el momento, Dusty! Y dame una mano. ¡Ésta es una verdadera tigresa! Una vez que la puerta está cerrada, apoyo mi frente contra el panel y recupero el aliento. Siento un peso en mi pecho, mis manos están temblando, tengo las rodillas débiles y un nudo en la garganta. ¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué quieren? ¿Robar el apartamento? ¿Cómo entraron? Las preguntas se amontonan en mi cabeza, sin respuestas. Espero que no hayan herido a Martha o a Sheldon, están armados. ¿A menos de que sean hombres enviados por James? ¡Imposible! ¡Él no puede salir que estoy aquí! ¿No puede? Afuera, el tumulto parece calmarse, ya no escucho nada. ¿Se habrán ido? No soñemos, sería demasiado hermoso. Mi respiración recupera, poco a poco, un curso más regular. ¿Qué están haciendo? Pego mi oreja a la puerta preguntándome cómo reaccionaría si entraran a la fuerza. ¿Resistirme? ¿Pero cómo? ¿Con qué? Además, no tengo el tamaño para hacerlo. Es entonces cuando escucho: — ¿Eva, mi amor, dónde estás? La sorpresa me deja clavada al suelo: es la voz de James. ¿Cómo hizo para encontrarme? ¡La llamada que hice! Es la única explicación posible. ¡Maxwell tenía razón! ¡Fui estúpida, debí haberlo escuchado! ¡Estoy tan molesta conmigo misma! Unos golpes a la puerta. El miedo me impide hacer un solo movimiento, me paraliza literalmente. Los golpes se repiten. — ¿Eva? ¡Abre, no tienes nada que temer! Como no hay llave en la cerradura, el picaporte gira sin problemas. James está de pie en el umbral, jadeando, con una expresión preocupada. — ¡Ah! ¡Eva, por fin!, exclama al verme. Él avanza un paso, viene a tomarme en sus brazos. Mi movimiento de retroceso no lo detiene, me abraza con ardor. — ¡Mi amor! ¿Estás bien? ¡Estaba tan preocupado, sabes… pero aquí estás! ¡Se acabó! Todo está bien… Su abrazo se aprieta más. Yo ya no comprendo nada. Desde que Maxwell me convenció de que mi esposo quería asesinarme, estoy acostumbrada a considerar a James

como un peligro mortal, como mi asesino potencial. Y helo aquí, frente a mí, estrechándome en sus brazos, clamando su preocupación y su felicidad por encontrarme. Ya no sé qué pensar, el giro de la situación me enreda completamente las ideas. Mi ausencia de reacción y mi silencio prolongado lo alarman. — ¡Eva, háblame, retoma con una voz apremiante, dime algo! ¿Al menos no te hicieron daño? Yo me fuerzo a sonreírle. — ¡No, no… estoy bien! ¿Pero, por qué tienes eso?, le digo señalando el arma deslizada en el cinturón del pantalón. — ¡Oh! ¿La pistola? Una simple precaución… ¡Maxwell puede volverse peligroso cuando los acontecimientos no transcurren como lo planeó! Yo estoy estupefacta. — ¿Sabes que estamos en casa de Maxwell? — ¡Por supuesto que lo sé! Eso y un cierto número de cosas de las que me enteré al buscarte. Tuvimos que hacer proezas para seguirte la pista, pero lo logramos. Mi hermano lo había arreglado todo desde hace mucho tiempo y había borrado cuidadosamente los rastros… — ¿Tú lo sospechabas? — Para nada. Al principio, lo único que sabía era que habías desaparecido; eso me costó mucho trabajo. ¡Estaba tan preocupado! ¡No comprendía nada! Enseguida organicé las búsquedas, revisamos todos los hospitales de New York, todas las comisarías, todos los sanatorios, todos los lugares en los que te hubieras podido quedar varada si habías tenido una enfermedad o accidente. ¡Un trabajo colosal! No estabas en ninguna parte. Él se expresa con convicción, sin dudar, sin refugiarse detrás de evasivas. Su naturalidad y su seguridad me impresionan. ¿Se habrá preocupado REALMENTE por mí? ¿Dice la verdad? ¿Está mintiendo? — Nos quedaba la hipótesis del rapto, continúa ininterrumpidamente, era la última posibilidad. Cuando apareció con certitud que no se podía tratar de otra cosa, removí cielo, mar y tierra para saber dónde estabas siendo retenida como prisionera. Sin alertar a la policía, evidentemente, es lo último que se debe hacer en estos casos. Todos mis colaboradores se consagraron en la tarea, trabajando día y noche, para intentar reconstruir tu recorrido. No fue fácil, dejé plantadas todas mis otras ocupaciones para dirigir yo mismo la búsqueda. Estaba muerto de la angustia. Su fluidez, ligeramente precipitada, la inquietud que atraviesa en ciertas inflexiones de su voz, sus sonrisas vacilantes, su mirada sucesivamente cortante o ansiosa, en resumen, todo en su actitud, absolutamente todo, respira franqueza y alivio por haberme encontrado. ¿Es sincero? ¿Me habré equivocado en cuanto a él y a Maxwell? Como quien no quiere la cosa, lo observo. Hace meses que no me hablaba así. Por momentos, tengo la impresión de volverme a encontrar con el hombre que me había encantado en Acapulco y muy al principio de nuestro matrimonio. ¿Será posible que el impacto de mi desaparición lo haya hecho hacer consciencia de que se preocupaba por mí? Yo me hago preguntas. Sin sospechar mis interrogantes mudas, él continúa: — Y luego, tuve dudas, habían cosas que no encajaban. Nueve de cada diez veces, los secuestradores exigen el dinero del rescate en las horas que siguen al rapto, no esperan. Su interés es que suceda lo más rápidamente posible, entre más se prolongue el negocio, más peligroso se convierte para ellos. Es lógico. Sin embrago, nadie estaba

reclamando rescate por ti. Al cabo de dos días, al ver que aún no había ninguna solicitud de dinero, cambié el enfoque de la situación… En ese momento, se escucha un grito en el pasillo; James frunce el ceño. Un mal presentimiento me atraviesa la mente. — ¡Espero que no les suceda nada a Martha y a Sheldon! ¡Ellos no son responsables, no hicieron más que obedecer! — Tranquilízate, mis colaboradores no son asesinos… Luego, él grita con dirección a la puerta: — ¿Todo está bien, Dusty? — ¡No hay problema, señor Hampton! James se gira hacia mí con una sonrisa enternecedora. — Ves, todo está bien… Eh… ¿dónde estábamos? — En el momento en el que cambiabas de enfoque la situación… — ¡Ah! ¡Sí! — ¿Y fue en ese momento en el que sospechaste que Maxwell me había secuestrado? ¡Si tan solo pudieras llegar, Maxwell, eso aclararía todo! — ¡Para nada! ¡Estaba muy lejos de imaginarlo! ¡De hecho, es por esa razón que necesité de tanto tiempo para encontrarte! En un principio pensé en la venganza de un rival, en los negocios, forzosamente se hacen enemigos. Por lo tanto, perdí dos días, casi tres, buscando cuál de entre mis rivales podía estar tan molesto conmigo como para arriesgarse a un negocio tan peligroso. Ninguno tenía el perfil que correspondía, eso también era una mala pista. Es la segunda vez que evita hablar de Maxwell, que desvía la conversación cuando su nombre sale a flote. ¿Por qué? ¿Porque no quiere inculparlo? ¿Porque eso lo pone incómodo? ¿Porque siente que se encuentra en un terreno menos sólido? No logro saberlo. Insisto. — Entonces, pensaste en tu hermano. James dice que no con la cabeza. — No inmediatamente. Aún perdimos tiempo. Comprendes, yo sabía que mi hermano estaba un poco… eh… ¿Cómo decirlo? Un poco desequilibrado, pero… — ¿Cómo que desequilibrado? Él parece dudar, como si tuviera escrúpulos, luego, de pronto se lanza de un tirón: — Tiene tendencia a ser mitómano, es por eso que te escondí su existencia. Ya no nos vemos desde hace años. Después de algunos segundos de silencio, agrega, con una expresión dolorosa: — No me gusta hablar de eso… ¡No es posible que me esté diciendo la verdad! Sin embargo, entre más lo escucho, más regresan mis dudas. Sus revelaciones con respecto a Maxwell me vuelven a llevar a mis primeras interrogantes, yo también me hice preguntas sobre el comportamiento de mi secuestrador, al principio; yo también me imaginé que podía ser mitómano. Es verdad, lo pensé, pero enseguida Maxwell disipó todas mis dudas. Sí… hasta que James las vuelve a traer a la superficie. ¿Entonces, todos esos momentos maravillosos que pasamos juntos desde hace tres días no eran más que una ilusión? No puedo creerlo, algo en el fondo de mí se revela ante esa idea. Mi corazón me grita que Maxwell no me mintió, no pudo mentirme, ciertos tintes de verdad no se equivocan. Me siento tan desamparada que debe poder verse en mi rostro. ¡Ya no sé qué pensar!

— En resumen, retoma James con un tono categórico, sabía que mi hermano era mitómano, pero de eso a que te secuestrara… No pensaba que su locura lo arrastrara tan lejos. Sin embargo, eso es lo que sucedió. Su rapidez por concluir me hizo sospechar. — ¿Qué te hizo llegar a su pista exactamente? — ¡Oh! Cierto número de detalles e información difícil de resumir. — Dímelos en pocas palabras. Él mira su reloj. — ¡No, es imposible! Además, Maxwell puede llegar en cualquier momento, es mejor que nos vayamos. — El nunca regresa antes del final de la tare. Tienes todo el tiempo de contarme… Durante el espacio de un destello, veo pasar un resplandor de cólera en sus ojos. Durante un instante, parecería que va a explotar; cambio a la vista. Ya no es el seductor de Acapulco, sino el esposo autoritario e irritable de estos últimos meses al que tengo de nuevo frente a mí. No obstante, logra contenerse. — ¡Bueno, si quieres, pero rápido! Recordé una vieja historia entre Maxwell y yo cuando éramos adolescentes. En aquella época, ya daba señas de desequilibro, eso pasaba durante la secundaria. Él estaba celoso y no soportaba mis éxitos. Yo tenía una novia, a quien se las arregló para seducir, por pura hostilidad contra mí. Enseguida, una vez que la había seducido, la abandonó. La pobre chica intentó suicidarse y… — ¿Cómo se llamaba? Él levanta los hombros. — ¿Qué importancia tiene? Pamela, creo… o Deborah… ya no recuerdo. ¡Dos versiones de la misma historia! ¡Dos versiones contradictorias! ¡Una de tantas! ¿Cuál de los dos hermanos dice la verdad? — Sea como sea, continúa James, fue al recordar esa historia que pensé que podía haberlo hecho de nuevo contigo. Él mira su reloj una vez más. — ¡Realmente tenemos que irnos! Es demasiado peligroso quedarnos aquí. — ¿Pero, Martha y Sheldon, qué va a pasar con ellos? La exasperación se lee en su rostro cuando me responde: — ¿Qué quieres que les pase? Ellos se van a quedar aquí y tú vas a venir conmigo. Estoy desgarrada. ¿Qué debo hacer? ¿Seguir a James o quedarme en el apartamento? Si lo sigo, puede ser peligroso para mí, pero si me niego, él querrá saber por qué y deberé admitirle que desconfío de él. Las dos soluciones son arriesgadas y no tengo ningún indicio concreto que me permita afirmar cuál de los dos hermanos tiene razón. Mi corazón se inclina por Maxwell, pero James se mostró tan convincente. ¿Cómo salir de este dilema? ¿Maxwell, dónde estás? James se impacienta. — ¡Ven, Eva! ¿Qué estás esperando? Al ver que no me muevo, me toma del brazo, tranquila pero firmemente. Yo me libero. — No, no sé… — ¿Cómo que no sabes? ¿Estás loca o qué? A pesar de sus esfuerzos, el enojo aumenta de nuevo en él; nos enfrentamos con la mirada. Finalmente, él hace unas muecas parecidas a una sonrisa. — ¿Qué tienes, mi amor? ¿La cautividad te enredó la mente? Eso sucede… Ven, te

voy a llevar a la casa… Y vuelve a tomar mi brazo, se dirige hacia la puerta. En ese instante, golpean. — ¿Qué pasa?, ladra él. — ¿Puedo entrar, señor Hampton? — Sí. Dusty entreabre la puerta. — ¿Qué quieres? — Discúlpeme, es para confirmarle que el objetivo de Queens fue eliminado. James le lanza una mirada asesina. — Bueno, bueno… está bien… Durante dos o tres segundos, no me doy cuenta de lo que acabo de escuchar. Luego, las palabras se desprenden de pronto en mayúsculas frente a mis ojos: OBJETIVO, QUEENS, ELIMINADO. Es como si hubiera recibido un puñetazo en pleno pecho. ¡Bonnie vive en Queens! — ¿Qué dijeron? Escondido detrás de sus gafas negras, Dusty no responde. Yo me giro hacia James: — ¿Qué dijo? Habló de un objetivo en Queens, ¿no? ¡Y Bonnie vive en Queens! Mi voz se vuelve más aguda a medida que las palabras salen de mi boca. James estrecha más su apretón en mi brazo. — Vamos, Eva, cálmate, se trata de otro negocio que nosotros… — ¡No es verdad! ¡Se trata de Bonnie! En esta ocasión, grité completamente. Dusty retrocede un paso, como si el asunto no le concerniera. James intenta agregar algo más, pero yo ya no lo estoy escuchando. Ahora soy yo quien lo agarra por el saco y lo sacudo. — Se trata de Bonnie, ¿no es así? ¿El objetivo de Queens, es ella? ¿Qué le hiciste? En toda mi vida, no recuerdo haber gritado tan fuerte. Él se libera con un movimiento brusco, da un paso hacia atrás, sin proferir una palabra. — ¡Pero respóndeme! ¡Fue a Bonnie a quien le interviniste el teléfono! ¡Fue así como supiste dónde estaba! El resplandor de triunfo que pasa por sus ojos me confirma que tengo razón. Él saca su pistola se su cinturón. — ¡Ya es suficiente! ¡Ahora cállate! ¡VA A MATARME! Casi histérica, continúo gritando: — ¿Qué le hiciste a Bonnie? ¿Qué le hiciste a Bonnie! El golpe con la culata del arma que me lanza al vuelo me alcanza en el pómulo y me aturde a medias. ¡Ese bastardo me golpeó! — ¡Te dije que te callaras! Atontada, en una especie de trance, lo escucho ordenarle a Dusty: — ¡Ve a abrir el camino para que no nos encontremos con nadie hasta el estacionamiento y envíame a Kenny! Yo intento resistirme, pero el dolor es tan fuerte que me entumece. A pesar de mis débiles intentos de resistencia, él no tiene ningún problema para empujarme fuera de la habitación. Al final del pasillo, Ken le da una mano; entre los dos, tienen aún menos dificultades para arrastrarme. Me queda una sola esperanza: que Maxwell llegue justo ahora. Sería un milagro, evidentemente, pero a veces los milagros existen.

Salimos del apartamento. James y su secuaz me flanquean estrechamente, tengo la sensación de estar caminando en una espesa niebla algodonosa. Un espantoso dolor me desgarra el cerebro. Aunque nos encontráramos con alguien en el ascensor, sin duda no tendría la fuerza para escaparme. De cualquier forma, no nos encontramos con nadie, Dusty hizo bien su trabajo, « abrió el camino ». Mi última esperanza de ver llegar a Maxwell desaparece. En el estacionamiento, un gran sedán oscuro con vidrios polarizados avanza silenciosamente y se detienen justo delante de la salida del ascensor, listo para partir. Dusty ya se subió al lado del conductor, James y Kenny me empujan en la parte trasera y toman lugar a su vez, uno a cada uno de mis lados. Inmediatamente, el sedán acelera y sale del estacionamiento. En una fracción de segundo, reconozco el entorno: estamos en la Quinta Avenida, no muy lejos de Saks, prácticamente al lado de mi casa. Está soleado, el tráfico es bastante denso a esta hora del día. Sobre la acera, un grupo de turistas asiáticos deambula tomando fotos en todas las direcciones. Yo estoy sentada entre James y Kenny, con una pistola apuntada hacia mí. Aterrorizada.

Continuará...

Lindsay Vance

Secuestrada por un millonario

Volumen 3

ARGUMENTO

Ella creía amarlo. Él quiere matarla. Eva se deja llevar por su amor hacia su radiante secuestrador, Maxwell Hampton. Pero el peligro la sigue acechando. Confrontada a la amenaza mortal que ahora avanza con el rostro descubierto, ella se encuentra atrapada. El torno destinado a triturarla se cierra lentamente. La aprieta impecablemente. ¿Cómo podría escaparse? Maxwell es su última esperanza. ¿Pero dónde está el apuesto millonario? ¿Su amor era sincero? ¿Maxwell también la abandonará? ¡Sumérjase en el emocionante final de la exitosa serie Secuestrada por un millonario! Secuestrada por un millonario, volumen 3 de 3. Esta edición está completa y sin censura, no contiene escenas cortadas.

Capítulo 1 La pesadilla

James baja su pistola. — Quédate tranquila y todo estará bien. Sigo demasiado impresionada para reaccionar. El golpe de hace rato me aturdió demasiado y me arde el pómulo. El menor movimiento me provoca dolores tan atroces que gemiría como un bebé si no me contuviera. Siento que estoy a punto de desmayarme. ¡Es el resultado de la resistencia que opuse a obedecerlo! Después de haber tomado por asalto con sus hombres el apartamento de Maxwell, James, mi marido, intentó convencerme de irme con él. Después de jugar al amante de hielo, pretendía estar muerto de preocupación por mi desaparición. Su actuación casi me convenció cuando uno de sus cómplices repentinamente confirmó que « el objetivo de Queens fue neutralizado ». Y entonces comprendí todo: ¡estaba hablando de Bonnie, mi mejor amiga! Exigí una aclaración. Al ver que su teatro se había caído, James se volvió loco de rabia y me golpeó brutalmente con un palo en la mejilla. Después, él y sus dos cómplices me llevaron fuera del apartamento. Medio somnolienta, no pude hacer nada más que seguirlos. Me condujeron hasta el estacionamiento y me metieron en un auto que nos esperaba. No solamente me sentía demasiado débil para intentar cualquier cosa, sino que además todo tipo de resistencia hubiera agravado mi situación. Por ahora, estoy en la parte trasera del vehículo entre James y uno de sus hombres, impotente, medio consciente y paralizada por el miedo. ¿A dónde me llevan? Lo ignoro, me cuesta demasiado recobrar el ánimo para preocuparme de eso ahora. Un solo pensamiento me cruza por la mente: Maxwell, a quien creía mi enemigo, dijo la verdad desde el principio. James quiere matarme. Ya no tengo la menor duda. ¡Qué idiota fui! El auto se incorpora sutilmente a la circulación de la Quinta Avenida. Un gran sol de otoño baña a Manhattan con una cálida luz dorada. Mientras que frente a mis ojos desfilan los lugares que conozco tan bien — la catedral de San Patricio, Tiffany, la New York Public Library, la boutique Hugo Boss, la entrada de Central Park —, la situación en la que me encuentro me aparece tal y como es. Casi desesperada. Cuando pasamos enfrente de Throwback Fitness, los eventos de estos últimos días me regresan a la mente. La agresión en la calle, el rapto en el auto, mi angustia, la inyección que me durmió y luego despertarme en una habitación desconocida en presencia de un hombre del cual no conocía ni el nombre. Ese hombre era Maxwell, a quien tomé por mi secuestrador en ese momento. Él decía querer protegerme manteniéndome encerrada para que James no pudiera hacerme daño. ¿Cómo podía imaginarme que mi propio marido quería matarme? Eso pasó hace tan poco tiempo, ¡una semana máximo! Y sin embargo, siento que han

pasado meses desde que ese evento le dio un giro radical a mi vida. Una nueva punzada me taladra la cabeza. Por orgullo decido no mostrar mi dolor. En este instante, el celular de James se manifiesta. Escucha por un momento entrecerrando los párpados. — OK, dice con una voz sorda, no cambiaremos nada. Me echa un vistazo rápido y luego se dirige al chofer: — Toma la interestatal 95, Nick, será mejor... ¿La interestatal? ¡Entonces no vamos al loft! Hace algunos días, cuando Maxwell me raptó a la salida del Throwback Fitness, estaba aterrada porque no sabía lo que me iba a pasar. Ahora, es mil veces peor. Estoy aterrada porque SÉ exactamente lo que me va a pasar. Es tan seguro como que dos y dos cuatro. No sé de qué forma, ni en qué momento, pero me va a matar. Maxwell me lo repitió lo suficiente. ¡Y yo que me tardé tanto en creerle! Incluso cuando me confesó que era el hermano de James, no quería escucharlo hablar de eso. Llegué a creer que había inventado toda esa historia y que era un mitómano. Hay que decir que estaba obsesionada con la prohibición que tenía de comunicarme con el exterior. Con el control que pretendía ejercer sobre mi vida y su dominio en todos mis gestos y acciones. ¡Estar tan a la defensiva me hizo juzgarlo erróneamente! Pero de todas formas, ¿cómo pude equivocarme tanto? Debí haber seguido mi instinto que me empujaba hacia él, ahora me doy cuenta de ello. Hacer que todas mis dudas se callaran. Todo el amor que siento por Maxwell me sumerge de golpe. No es el momento de distraerme, pero mi corazón late a máxima velocidad cuando pienso en él. Extraño su presencia. Recuerdo su encanto, su amabilidad, nuestros momentos de tierna intimidad a pesar de las circunstancias. ¡Oh! ¡Cómo quisiera que estuviera aquí! El tráfico en la vía express es relativamente denso. Es la hora pico. Los golpes de freno, rechinidos de llantas y las crisis de nervios se multiplican. Avanzamos a trompicones. A pesar de que mejoró un poco, mi dolor de cabeza cada vez que arrancamos y frenamos. Echo mi cabeza para atrás sobre el respaldo del asiento cerrando los ojos. — ¿Te sientes mal?, pregunta James con una voz que deja entrever un atisbo de enojo. — ¡Me duele la cabeza! Le da un golpecillo a su hombre en el hombro. — Dusty, ¿sigues teniendo tus pastillas milagrosas contra la migraña? — Sí, señor Hampton. — Dame una. Dusty obedece. James me da una cápsula amarilla y roja. — ¡Tómatela! Después, te sentirás mejor. — ¿Qué es? — Algo que el doctor le da a Dusty porque siempre tiene migrañas. — No, gracias… ¡No me voy a tomar cualquier cosa! Sin duda ignora que conozco el plan que tenía previsto para mí. Maxwell me lo reveló. Se trata simplemente de hacerme desaparecer fingiendo un accidente automovilístico. El hecho de saberlo me da una ventaja. Una ventaja ínfima, lo sé, pero una ventaja al fin. Siempre y cuando él continúe ignorándolo. — ¿A dónde vamos?, pregunto. No responde. Continúo jugando a no saber nada para que no se imagine que estoy al

corriente de sus proyectos. — ¿Por qué no me llevas al loft? — No hagas preguntas, ¡te diré a dónde vamos cuando sea el momento!, responde con un tono no deja lugar a réplicas. Luego agrega con una sonrisa irónica: — Puedes tomarte la pastilla sin peligro, no te quiero drogar… ¡No me pienso arriesgar! — No, ya me siento un poco mejor. — Como quieras, dice regresándole la cápsula a Dusty. Avanzamos cada vez más lentamente. Un embotellamiento se dibuja. Todos los carriles están llenos. Nick, el chofer, hace que lo puede para cambiarse de un carril al otro, pero no gana mucho con esto. Como si diéramos saltos de pulga en zigzag para ganar algunos metros. Sin embargo, conduce el automóvil a la perfección. Pasamos el Bronx. En este principio de otoño, toda la ciudad parece más luminosa. Las torres brillan bajo un sol de plomo, las carrocerías de los automóviles brillan como fuego, los motores se calientan. Una ligera bruma de calor que deforma la vista se eleva del asfalto. Al interior, el aire acondicionado aporta una deliciosa frescura, pero un pesado silencio9 reina. Me recupero poco a poco. ¿Y Bonnie? ¿Qué le sucedió a Bonnie? Dusty dijo « el objetivo de Queens fue neutralizado ». ¿Qué significa eso exactamente? ¡Estoy completamente segura de que se trata de Bonnie! La reacción de James cuando le hice la pregunta fue significativa. Pero si se trata de Bonnie, eso quiere decir que la tenía vigilada. Seguramente rastreó sus llamadas telefónicas. ¿Y las de quién más también? Tal vez las de todas las personas que están relacionadas conmigo directa o indirectamente. ¿Me estoy volviendo paranoica o qué? No, no es paranoia: ¡es la realidad! La extrema prudencia de Maxwell y las medidas que me imponía estaban ampliamente justificadas. ¡Dios mío, hasta mi rapto estuvo justificado! Las prohibiciones de Maxwell me irritaban, pero tenían su razón de ser. No eran únicamente un deseo de controlar todo. Me odio por haber dudado de él. Realmente hacía las cosas por mi bien. Hace rato, Dusty dijo claramente « el objetivo de Queens fue neutralizado ». ¿Qué significa eso precisamente? ¿Que tienen a Bonnie prisionera? ¿Que la secuestraron? ¿O que inclusive la mataron? Me doy cuenta cruelmente de que puedo esperar lo peor de mi marido. Es un hombre que no tiene ningún tipo de consciencia. Capaz de lo peor para lograr lo que se propone. ¡Oh, Dios mío! ¡Por favor que mi amiga no tenga nada! ¡Que no la estén maltratando, o algo peor! ¡Ella no tiene nada que ver con esto! ¡Su única falta fue ser mi amiga! Soy enteramente responsable. Si algo le llegara a pasar por mi culpa, nunca me lo perdonaría. El tráfico se vuelve más lento. Ahora avanzamos a vuelta de rueda. Metro a metro. Esporádicamente. Progresivamente, la circulación se bloquea en el momento en que llegamos a Yonkers. Se escucha el rugido de un helicóptero de la policía que nos sobrevuela a una altura baja. Bruscamente, James explota: — ¡Mierda, Nick, haz algo! ¡No nos vamos a quedar horas en esto! — No puedo hacer nada, señor Hampton. Mire allá, parece ser que hubo un accidente...

En efecto, a lo lejos se distingue una multitud de luces intermitentes mientras que el ruido de las sirenas nos llega a intervalos. Después de un momento, percibimos a cuatro o cinco automóviles afectados. No es un simple choque, es un accidente grave. Restos de carrocería, objetos diversos y algunas prendas se amontonan en la calzada. Algunos papeles vuelan con el viento. La colisión debió haber sido terrible. Mientras que un grupo de rescate actúa rápidamente, tres bomberos llegan con extintores alrededor de una pick-up amarillo fosforescente que comienza a incendiarse. ¿Tal vez podría aprovechar para hacer algo? El accidente debió suceder hace poco puesto que el caos sigue reinando. Cerca de las ambulancias, con todas las puertas abiertas, las luces encendidas y las sirenas sonando, médicos y enfermeras auxilian a los heridos menos graves acostados en el suelo. Un poco más lejos, los policías uniformados establecieron un perímetro de seguridad con ayuda de sus motocicletas e intentan hacer que los vehículos circulen por el único carril que ha quedado libre. Me enderezo imperceptiblemente. ¡Si tan sólo pudiera llamar la atención de un policía! — No te hagas ilusiones, Eva, me dice James ocultando la pistola que apunta hacia mí con la ayuda de un periódico, ¡si intentas algo, tendrás problemas! Mierda, ¿lee mis pensamientos o qué? Nuestro coche llega a la altura de los policías. Uno de ellos se encuentra a menos de tres metros de mí. No hago ni un gesto, ni siquiera lo miro. Sin embargo, nunca había deseado tanto que un miembro del servicio de orden público interviniera de una forma u otra. Pero no puedo arriesgar nada para llamarlo, James me vigila muy de cerca. Y el policía está tan ocupado haciendo que el tráfico se mueva que no le presta atención a los ocupantes de los vehículos. Con gestos imperiosos, él canaliza el embotellamiento hacia el espacio liberado. Pasamos el lugar del accidente. La vía rápida regresa a su tráfico normal. El auto acelera. — No aceleres tanto, Nick, ordena James con una voz dura, tenemos tiempo... Intento adivinar a dónde me lleva. Sin resultado. Siento que mi dolor de cabeza disminuye. Los dolores se vuelven menos fuertes, Bruscamente, pienso en Sheldon y Martha, los empleados de Maxwell que se ocupaban de mí mientras estaba cautiva. La última imagen que tengo de Martha, es el momento en que luchaba con el hombre contratado por James, a quien le estaba costando trabajo controlarla. Y creo que fue ella quien inició el combate. Para protegerme. ¡Qué injusta fui con ella! ¡Y con Sheldon también! De acuerdo, no me dejaban hablar por teléfono, pero sólo obedecían las órdenes de Maxwell. Y cuando fue necesario, vinieron en mi ayuda. ¡Espero que ella tampoco esté herida! ¡Que ni ella, ni su marido, ni Bonnie hayan sufrido algún daño por mi culpa! Por supuesto, no es culpa mía que estén implicados en todo esto, pero de todas formas me sentiría culpable si les llegara a pasar algo. No soy responsable, lo sé bien, porque el único responsable de todo esto se encuentra al lado de mí en el auto. Es James. Mi marido. El disgusto me invade. Un disgusto mezclado con rabia. Nunca he odiado a nadie, pero si hay alguien que se merece mi odio, definitivamente es él. Su egocentrismo extremo, su deseo de controlar todo, su desprecio con los demás nos llevaron a esta situación. Su violencia y el hecho de que sea capaz de matar para resolver sus problemas hicieron el resto. Él es enteramente culpable, y peor que eso, está enfermo. Me esmero en no mirar hacia él de miedo que lea en mis ojos toda la repulsión que siento hacia él. ¿Cómo puede

Maxwell ser el hermano de este hombre dispuesto a matar para salvar su imagen? Hasta ahora, he evitado pensar demasiado en Maxwell por temor a flaquear. Pero su sonrisa cálida y reconfortante me apareció de pronto. Como si estuviera sentado frente a mí en la sala de su apartamento, con sus ojos atentos clavados en los míos. Siento mi corazón latir más fuerte hasta hacerme daño. ¿Y si nunca lo vuelvo a ver? ¡Dios mío, ni siquiera puedo pensar en eso! Esta última prueba me obligó a darme cuenta cuánto lo quiero. Ya no puedo esconderme la profundidad de los sentimientos que tengo por él. Es mucho más que una atracción, es amor. Un amor poderoso, tenaz, que me desgarra ante la idea de tal vez no volver a verlo nunca. Debo hacer un esfuerzo para intentar dominar lo que siento ahora. Ahora llevamos más de una hora en el auto. ¿Sheldon y Martha habrán tenido la posibilidad de prevenirlo? ¿Cómo reaccionará cuando se entere que James me tiene? ¿Qué decidirá? ¿Cómo le hará para rescatarme? Porque no dudo ni por un segundo que intentará rescatarme. Me aferro desesperadamente a esta idea. Mi esperanza reside en él. ¡Pero espero que no corra riesgos! Espero que no se exponga imprudentemente. Mi imaginación me lo presenta ya en peligro. Me preocupo y mi preocupación toma rápidamente proporciones irracionales. Las hipótesis, cada una más pesimista que la anterior, pasan por mi cabeza. Lo veo herido, yaciendo ensangrentado en el suelo después de un tiroteo contra los hombres de su hermano. Puesto que este último puede decir que Dusty y Kenny no son unos mafiosos, pero yo estoy segura de que no dudarían en utilizar sus armas si la ocasión lo amerita. Esta perspectiva no es la ideal para subirme el ánimo. Y eso aumenta todavía más mi rabia hacia James. Le echo un vistazo por el rabillo del ojo. En ese mismo instante, su teléfono suena de nuevo. Contesta, y luego dice en un murmuro: — Estamos saliendo de Yonkers, estén listos siguiendo las primeras instrucciones. Sigue escuchando y, de pronto, lanza con una voz glacial: — ¡No! ¡Hagan lo que dije! Una arruga de enojo se forma en su frente cuando guarda su teléfono. Me lanza una mirada de maldad, parece estar a punto de decir algo, y luego se echa contra el respaldo con un gesto de amargura en los labios. Lo miro de reojo. ¿Qué le acaban de decir? ¿Que nada salió como previsto? No me atrevo a esperar a que contratiempo haya entorpecido sus proyectos, pero lo deseo con todo mi corazón. Cualquier cosa que obstruya sus planes sería bienvenida. De todas formas es inútil hacerme ilusiones, un contratiempo no cambiaría las decisiones que ha tomado. ¡No dejaría todo por algo tan ínfimo, conozco muy bien su obstinación! El auto se dirige a Connecticut. Que yo sepa, James no tiene ninguna propiedad allí. Al menos nunca me ha hablado de ello. Es cierto que estos últimos meses no nos hablábamos mucho por lo deteriorada que estaba nuestra relación. Sí, éste es el mejor momento para preocuparme por una casa que me ha escondido, o por una relación deteriorada... ¡justo cuando mi marido quiere MATARME! Si me lleva a un lugar perdido, un lugar hasta ahora secreto, cada vez tengo menos oportunidad de ser salvada. Cada kilómetro que nos aleja de Nueva York aumenta mi miedo. Intento controlarme, pero en el fondo estoy muerta de miedo. Si bien conozco las intenciones de mi marido en general, ignoro totalmente la manera en que va a proceder. Mientras permanezcamos en los límites de la civilización, una intervención de Maxwell me parecería todavía posible. En eso creía. A eso me aferraba. Pero ahora, después de haber dejado la autopista, mientras circulamos por el campo

en una ruta estrecha y poco frecuentada, la perspectiva de una intervención se atenúa. Mi preocupación aumenta a medida que las zonas habitadas le dejan lugar a un paisaje de colinas verdes y de árboles rodeados por estanques. Las pocas aldeas que atravesamos parecen desiertas. ¿Cómo podría Maxwell imaginarse dónde nos encontramos? A pesar de todos los medios de los que dispone, ¿cómo podría encontrarnos? Las casas se vuelven cada vez más escasas. Una villa aislada, por aquí y por allá, perdida en el bosque, se erige en soledad. El tráfico se vuelve prácticamente inexistente. El día está por llegar a su fin. Mi esperanza se reduce con cada minuto. Si bien no demuestro nada por fuera, en el fondo, el pánico me domina. ¿Quién me dice que James no va a modificar el plan que tenía previsto desde un principio y simplemente terminar conmigo en un rincón perdido en medio del bosque? Un escalofrío me recorre la columna. De pronto, se inclina hacia adelante. — Atención, Nick, es la siguiente a la derecha. Damos vuelta en una alameda llena de baches, mal cuidada. Los árboles que la rodean todavía no han perdido su follaje y su sombra reduce un poco más la luminosidad. El auto avanza lentamente. En esta tarde, con el sol poniéndose y la penumbra que se instala, el lugar parece siniestro. Mi angustia llega a su punto culminante cuando de pronto llegamos frente a una imponente villa rodeada de espesos árboles. Las ventanas están cerradas. Dos autos se estación frente a la entrada. Nick, el chofer, hace un cambio de luces. Inmediatamente, un hombre abre la puerta y abre la reja. Lleva un traje negro y lentes obscuros. James le da un golpecillo a Dusty en el hombro. — ¡Está bien, podemos entrar! Nuestro auto se estaciona al lado de los otros. ¡El bosque está tan cerca! Si pudiera llegar hasta él... Pero mi marido desconfía. — ¡Ken y Dusty, vigílenla! ¡Que no intente escapar hacia el bosque, eso complicaría el trabajo! ¡Este idiota piensa en todo! Seguida de cerca por los dos hombres que han desenfundado su arma, salgo del auto y subo los escalones lo más lentamente posible, escrudiñando por todos lados el obscuro bosque que nos rodea. A pesar de todo, sigo esperando que Maxwell aparezca en el último momento. Sé bien que es poco probable, que no puede encontrarse en este lugar perdido al fondo de Connecticut, pero mis esperanzas están puestas en él. Con toda la fuerza de mi desesperación. James, quien nos precede, voltea y me presiona: — ¡Apresúrate, Eva, no hay nada que ver! Luego le dice a quien nos recibe: — ¿Todo está listo, Burt? — Sí, señor Hampton. En media hora podremos ponernos en camino. ¿Ponernos en camino? ¡Dios mío! El accidente maquillado... Entramos en un inmenso vestíbulo. Tres o cuatro hombres, todos vestidos de negro y con lentes obscuros, se callan a nuestra entrada y saludan respetuosamente a mi marido. Obviamente, todos tienen un arma. Un fuerte olor a encerrado flota en el aire. A juzgar por la espesa capa de polvo que cubre la duela y los costosos muebles diseminados por aquí y por allá, el desorden que reina en la habitación no es muy reciente. La casa parece llevar años abandonada.

James se planta en medio del vestíbulo. — Bueno, no necesitamos discursos, ¡cada uno sabe lo que tiene que hacer! Volteando a Ken y Dusty que me vigilan de cerca, agrega: — Ustedes dos, ¡llévenla a la habitación y no la pierdan de vista! Mientras que los otros salen, mis guardianes me llevan al siguiente piso. Los sigo, con la mente curiosamente vacía, incapaz de alinear más de dos ideas coherentes. De pronto esta escena me parece irreal. Que se trata de una pesadilla y que en cualquier momento voy a despertar. Es imposible de otra forma. Esta villa aislada en medio del bosque, esos hombres con apariencia de mafiosos, inclusive mi marido que les da órdenes, ¡nada de eso existe! ¡No es posible! Me detengo en el rellano. Ken me empuja con el cañón de su arma. — ¡Avance! Esta simple palabra basta para regresarme a la realidad. ¡No, esto no es una pesadilla! Todo es muy real. No puedo tener ninguna ilusión. Mi lucidez regresa y, junto con ella, la bola de angustia que se me atora en la garganta. Estoy sola, a la merced de un asesino que me va a matar a sangre fría porque estorbo en sus planes. Y que ese asesino sea mi marido no cambia nada. No tendrá piedad alguna. Mi angustia se duplica. Nunca me había sentido tan mal. Pero, decidida a no mostrarlo, continúo con mi camino. Aún guiada por los dos hombres, atravieso un pasillo empolvado y lleno de telarañas que nos lleva hasta una pequeña habitación. Ésta sólo está amueblada con una cama y una silla. Los postigos están cerrados. Con un gesto de su arma, el llamado Dusty me hace una señal para que entre. Me siento en la silla. Él toma asiento sobre la cama mientras que su acólito se queda en el umbral de la puerta. Después de un largo silencio, logro articular: — ¿Qué estamos esperando? — A que el señor Hampton nos llame.

CAPITULO 2 Encuentro con la muerte

Ken y Dusty no hacen ni un movimiento, pero es evidente que no dejan de vigilar. Sentada sobre la silla, me recupero progresivamente. Mi dolor de cabeza ha desaparecido y el momento de debilidad de hace rato ya pasó. Por supuesto, el miedo sigue presente, carcomiendo sin descanso, pero eso no me impide pensar en las cosas, y mis ganas de luchar regresan. Algo es seguro, no me dejaré vencer sin combatir. Es sólo que, ¿qué puedo hacer? James me tiene a su merced. Tiene todo previsto y preparado. Sólo tiene que llevar a cabo su plan, es decir matarme. ¿Pero por qué? ¿Para salvar su imagen? ¿Porque no soporta el fracaso? ¿Porque está loco? Maxwell me lo había dicho, pero no podía creerlo. Sin embargo, es cierto: mi marido es un enfermo mental que no puede encontrar otra solución más que matar a los que el estorban. ¡Es delirante, pero es así! Esta idea me congela la sangre. Ante todo, no debo perder la cabeza. Debo mantener la esperanza, permanecer atenta y aprovechar el menor descuido para intentar cambiar la situación a mi favor. Si es que llega a haber un descuido... Es poco posible que eso suceda, él es temiblemente eficaz. Pero uno nunca sabe... Por el momento, es imposible intentar cualquier cosa. Mis carceleros están permanentemente alerta. Además, están armados y son dos. Cualquier iniciativa de mi parte para intentar engañarlos sería un suicidio. No tardarían nada en neutralizarme. Sin tomar en cuenta a los demás que hay abajo. Permanezco a la escucha de los ruidos exteriores. Hay muy pocos y son demasiado vagos como para darme alguna información útil. El tiempo pasa implacablemente. La espera se prolonga, cada vez más dura para mis nervios. Ken y Dusty parecen estatuas. Ahora sé lo que sienten los condenados a muerte a punto de ser ejecutados. Una angustia atroz, oprimente, alternando con breves instantes de esperanza irracional. ¡Para volverse loco! Sólo un milagro podría sacarme de aquí. El milagro de que Maxwell intervenga. Lo deseo con toda mi alma, pero muy en el fondo, ya no creo en eso. No pienso más que en el amor que nos unió y eso me ayuda a aguantar. La brusca aparición de Burt en la puerta de la habitación tiene en mí el efecto de una descarga eléctrica. — ¡Vamos!, dice sin mirarme. — ¿A dónde?, exclamo. — No lo sé. El señor Hampton nos espera. ¡Quiero que James me diga de frente por qué me quiere matar! Tomamos de regreso el mismo camino que de venida. La villa parece desierta. Los demás se han ido. O son invisibles. Solo en medio del vestíbulo abandonado, James voltea cuando bajamos la escalera. Se acerca a mí. — Ya nos vamos. Vendrás cono nosotros. — ¿Para qué? — Para arreglar nuestros problemas.

De pronto lo veo como si se tratara de un desconocido. Se ve impecable. No tiene ni un cabello fuera de lugar, una arruga en su traje, el menor rastro de emoción, ni la menor duda en su comportamiento. Eso me irrita y, paradójicamente, me impulsa al mismo tiempo. Una descarga de energía me invade. Él sostiene mi mirada sin reaccionar. Ni sus ojos ni la expresión de su rostro dicen nada de lo que piensa o de lo que siente. Es un bloque de hielo. La rabia aumenta en mí, pero me obligo a hablar con una voz pausada. — Me vas a matar, ¿no es así? Él no titubea. Tiene los nervios de acero. Con un gesto cortante, les hace una señal a sus mercenarios para que se alejen. — ¿Por qué tienes esas ideas en la cabeza? — ¡No son ideas! ¡Es la verdad, me vas a matar! Sin darme cuenta, alcé el tono. Él ríe: — Es inútil que grites, ¡sólo estamos mis hombres y yo aquí! Su seguridad desdeñosa me hace salir de mis cabales. De golpe, la rabia me domina. — ¡Pero es absurdo! ¡Estás loco! ¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Por qué me quieres matar? No responde. Al menos no enseguida. Adoptando una postura recta, me mira de arriba hacia abajo. Me siento como un ratón frente a un gato. Un gato cruel y seguro de su poder, que espera el momento perfecto para soltar el zarpazo definitivo. Al fin, dice con una voz suave: — Porque me obligas a ello, Eva. ¿Yo? ¿Yo lo obligo a matarme? ¡Está completamente loco! A pesar de mi miedo, a pesar de la rabia que hierve en mí, su respuesta me desestabiliza tanto que mi estupefacción no se le escapa. Deja pasar algunos segundos para después retomar con un tono más amargo: — Sí, eres tú quien me obliga. Desde el principio. No escuchas lo que te digo. No sigues mis consejos. Apenas nos habíamos casado cuando regresaste a tu trabajo. ¡Supuestamente para ser independiente! No tenías por qué querer ser independiente, ¡eras mi mujer! ¡Yo estaba dispuesto a llenarte de regalos, a llevarte a los lugares más exclusivos, a donde todo el mundo quiere ir! ¡Te ofrecía una vida de ensueño! Pero eso no era lo que te gustaba. ¡Tú querías trabajar! Pronunció las últimas palabras con una mueca de desprecio. Iba a responderlo, pero absorbido por su ira, no me da tiempo de hacerlo. — ¡Ser mi mujer no era suficiente para tu felicidad! ¡Además necesitabas actuar como quisieras sin importarte lo que yo pensaba! ¡Y que lo soportara! ¡Tu actitud era repugnante! No tomabas en cuenta todo lo que yo te daba: mi fortuna, mi posición social, mis relaciones. Como si eso no tuviera ningún valor. ¡Y lo peor de todo era que no me obedecías! Bajo pretexto de ser una mujer autónoma, libre como tú decías, yo tenía que soportar tus caprichos... Rápidamente lo interrumpo: — ¿Cuáles caprichos? Un brillo amenazante pasa por su mirada. — ¡Sí, caprichos! ¡Sólo te importaba lo que tú querías! ¡En todos los aspectos! Ya sea con tus salidas, con tu forma de vestir o con tus amigos, no seguías los consejos que te daba... ¡Nunca me dio consejos, sólo órdenes! Se calienta insensiblemente mientras habla. Su rostro, hace poco impasible, se anima

poco a poco. Hay ira en sus ojos. Una ira intensa, ardiente. Si su mirada pudiera matar, ya estaría muerta. ¡Y pensar que llegué a sospechar que Maxwell era un desequilibrado mental! ¡Un mitómano! ¡En realidad es James quien está loco! De repente, toma consciencia de lo enojado que está y da un paso hacia atrás alzando los hombros. — Es inútil continuar, obviamente no me estás entendiendo... — ¡Entiendo que me quieres matar! — No quiero, pero me obligas... Hay desprecio en su voz. Como si se sintiera infinitamente superior a mí. Perdido en su megalomanía, ni siquiera se da cuenta de que las razones que menciona no justifican en ningún caso un asesinato. ¡Lo único que hay en su cabeza es ira! Una ira sin fundamento racional. ¡Estoy impactada! Si él se hubiera equivocado conmigo (como yo me equivoqué con él), ¿por qué no divorciarse como todo el mundo? Pero no, nunca pensó en eso, estoy segura. — Créeme, continúa, si tuviera otra solución, la tomaría. Pero no la hay. Tú eres quien me obliga a deshacerme de ti. Sin embargo, tenía la situación bajo control. Todo se hubiera arreglado mucho más fácil si el imbécil de mi hermano no se hubiera metido... Su desprecio hacia Maxwell me saca de mis cabales. Una hipocresía tan flagrante mostrada con una arrogancia tal, es más de lo que puedo soportar de él. Mi voz aumenta un tono: — ¡No vale la pena que intentes buscar excusas! ¡Quieres deshacerte de mí porque te estorbo! ¡Porque eres un loco megalómano que no soporta que lo contradigan! Su mirada se vuelve aun más asesina. Su rostro se tensa más. Siento como si estuviera frente a una máscara de piedra donde sus ojos son el único componente vivo y emanan ira en estado puro. Esboza un gesto hacia su arma. Grito: — ¡Pues bien, anda, mátame! ¡Mátame y termina con todo si eso es lo que quieres! James desenfunda su pistola. En el mismo instante, un estrépito nos ensordece. La puerta que se abre de par en par interrumpe su gesto. Una voz ordena: — ¡Nadie se mueva! ¡Ni un solo gesto! Es la voz de Maxwell. James se congela. Yo vacilo. Siento como si mis piernas fueran a flaquear, que estoy a punto de derrumbarme. Sin fuerza. Mi corazón explota en mi pecho. La caída brutal de la tensión, el alivio y la felicidad que me invaden me paralizan. Quisiera gritar de alegría, pero ningún sonido sale de mi garganta. Quisiera lanzarme pero permanezco clavada en el mismo lugar. Maxwell, con un chaleco antibalas, permanece en el umbral de la puerta, con la pistola apuntada hacia su hermano. ¡Está aquí! Estas dos palabras son lo único que me viene a la mente. Está aquí, Nervioso pero en control de sí mismo. De una belleza increíble. Las lágrimas me vienen a los ojos y me cuesta trabajo contenerlas. Mil detalles me regresan de los últimos días que pasamos juntos en el apartamento. Su sonrisa atenta, ese gesto que tiene para regresar su mechón a su lugar, su gentileza, su sentido del humor, los maravillosos momentos que vivimos juntos a pesar de que la situación no era la mejor. Está aquí y, ahora lo sé bien, es el hombre que amo… A su lado, dos hombres con uniforma del SWAR, pesadamente equipados con fusiles de asalto, recorren el lugar con la mirada para asegurarse que nadie se esconde en la habitación. Uno de ellos se dirige a James: — Tire su arma al suelo, señor. Suavemente, sin movimientos bruscos. James obedece haciendo el movimiento. Muy lentamente. Como si fuera un robot.

Luego, se voltea todavía más lentamente para enfrentarlo y pregunta con altivez: — ¿Qué les permite entrar en mi casa de esa manera? Nadie le responde. Se escucha un ruido de pasos, sonidos metálicos, susurros provenientes de la entrada. — ¡Quiero saber, retoma él, con qué derecho irrumpen así en una propiedad que me pertenece! Un oficial del SWAT se encuadra en la entrada: — Escuchamos sus amenazas, señor. Y las grabamos. De hecho, acabamos de arrestar a algunos individuos que se encontraban en su casa. En la propiedad, en el parque y en el bosque. Y usted se encuentra bajo arresto por intento de asesinato con cómplices. James ríe. — Se trata de un asunto privado entre mi mujer y yo. No hubo ningún intento de nada. Están equivocados y no tienen pruebas. Luego, constatando que su argumento no tiene ningún efecto, alza los hombros y agrega: — Exijo hablar con mi abogado. — Por supuesto, señor, asiente el oficial. Venga con nosotros. Maxwell no dice nada, a partir de ahora su hermano es un desconocido para él; es quien quiso hacerme daño, lo leo en su mirada que no ha dejado la mía. Por su parte, James le lanza una mirada llena de ira cuando pasa frente a él, escoltado por dos hombres del SWAT que lo conducen al exterior. Mi amante vuelve a guardar su arma y da un paso hacia mí. Sus ojos agua marina me miran con una intensidad tal que siento que podría hundirme en ellos. La ternura y la preocupación que leo en ellos hacen explotar mi corazón. Me tranquilizan mucho más que las palabras. Él es único, no me abandonó. Sólo él puede apoyarme con tan sólo una mirada. Sin embargo, esta prueba me ha agotado. Estoy literalmente exhausta. Incapaz de moverme. Mis músculos están atrofiados, tensos como si acabara de correr un maratón. Él da otro paso, me toma entre sus brazos. Ligero perfume de almizcle y ámbar. ¡Por fin! ¡Todo ha terminado! Necesitaba este contacto para finalmente dar por terminada la pesadilla. Sus poderosas manos me presionan firmemente contra él. ¡Oh, qué delicia! ¿Cómo pude dudar? Y sin embargo, ya no lo esperaba. Un torrente de gratitud desborda mi alma. La suavidad de su abrazo me envuelve estrechamente, me da más fuerzas, me impregna de su calor y relaja mis músculos contraídos. Me hago pequeña entre sus brazos. Su cuerpo se estremece. Su mirada se clava en la mía. Dice con una voz conmovida: — ¡Tuve tanto miedo de no volver a verte viva! No abrazamos por un largo momento sin decir anda, simplemente enlazados. Lo que siento va más allá de las palabras que podríamos pronunciar. Una comunión que no puede expresarse. Alivio y felicidad mezclados. Nunca había sentido algo tan fuerte. Luego murmuro: — Perdón, Maxwell. Fui una idiota. Es mi culpa si... Me obliga a callarme poniendo su mano sobre mi boca. — Admito que me causaste el terror de mi vida. Su voz sigue traicionando la ansiedad que le causé. Las lágrimas que cada vez me cuesta más trabajo contener me inundan los ojos. Él quita su mano, dándome un beso en la comisura de los labios. — Pero ya no hablemos de eso...

Luego, de pronto, agrega señalando mi pómulo hinchado. — ¿Fue James quien te golpeó? Su mirada brilla de rabia. Me acurruco contra su torso. — Sí, pero ya no me duele. No hablemos de eso ahora, estoy bien... Su barba naciente me pica en la mejilla. Asiente con la cabeza. Su presencia tiene el poder de alejar todos mis males. Nos abrazamos con más fuerza. Estamos solos en el mundo. En este momento, los dos hombres del SWAT entran de nuevo al lugar. — Disculpen, pero debemos catear toda la casa para asegurarnos de que nadie se nos haya escapado. Suben al primer piso. Otros irrumpen también, se dirigen hacia la cocina y las habitaciones vecinas. No es sino hasta este instante que me regreso plenamente a la realidad. Hasta ahora, la presencia de Maxwell había erigido una especie de barrera invisible entre el mundo exterior y yo. Una burbuja me aislaba de todo lo que no fuera él. Estuve a punto de morir y él surgió como por acto de magia cuando yo creía estar al fondo del abismo. Un espíritu de confusión reina alrededor de la villa. Breves órdenes resonando en la noche, motores rugiendo, rechinidos de llantas bajo pasos precipitados. Maxwell no vino solo. Todo un equipo de policías acordonó el área y continúa su operación. Al mismo tiempo que la realidad regresa, la situación en la que encontramos me llega de golpe. Una pregunta me quema los labios, la más urgente, la más angustiante. — ¿Y Bonnie? Hay que... — No te preocupes, me interrumpe Maxwell con una sonrisa, Bonnie está bien. — Pero no te... La puerta que se abre violentamente me interrumpe. Bonnie aparece. Sus rasgos están cansados, su ropa rasgada y su cabellera en desorden. ¡Ni siquiera debo mirarme en un espejo para saber que yo estoy en el mismo estado! La mueca que tuerce sus labios vacila entre la sonrisa y las lágrimas. — ¡Oh! ¡Eva!, dice lanzándome a mis brazos. El sollozo que se atora en su garganta no le permite decir más. Yo tampoco puedo pronunciar ni una palabra. Nuestra emoción es demasiado violenta. Ambas estallamos al mismo tiempo. Las lágrimas que puedo ver en sus ojos provocan las mías, esas lágrimas que contenía con tanta dificultad desde hace un momento. Entre risas y lágrimas nos abrazamos con fuerza. — Bonnie, ¿no estás herida? ¿Dónde estabas? — Encerrada en un pabellón al fondo del parque. — ¿Pero estás bien? Mientras que nuestras preguntas se cruzan febrilmente, los policías continúan con sus investigaciones en la villa sin preocuparse de nosotros. Son discretos, casi no los notamos, pero su presencia no ayuda a nuestra intimidad. A pesar de todo, la alegría de nuestro rencuentro es más grande. Sin embargo, esta alegría no me impide ver a Maxwell alejarse discretamente. — ¿A dónde vas? — Ustedes deben tener muchas cosas que contarse, así que las dejo... — ¡No! ¡Espera! No tuvimos tiempo de hablar... — Más tarde, dice, el oficial quiere que vaya con él. Necesitamos arreglar unas cosas. Por ahora, quédate con Bonnie. Pero una pregunta me sigue obsesionando, una pregunta importante. Lo tomo de la

manga. — Dime, ¿qué le sucedió a Martha y Sheldon? ¿Siguen vivos? ¿No fueron heridos? — Tranquilízate, Martha y Sheldon están bien. Luego te explicaré todo eso con detalle. Por ahora, aprovecha a tu amiga, pronto regresaremos a la ciudad... Después de un tierno beso, me deja con Bonnie recomendándome una última cosa: — Las veré en cuanto termine con el oficial... ¡Siempre es tan educado para escabullirse! Desafortunadamente, nuestro rencuentro no dura mucho. Después de algunos minutos, Maxwell regresa. — ¡Eva! ¡Bonnie! El oficial quiere verlas. Éste nos espera en la entrada. — Señora Hampton, señorita Matthews, dice con su voz más seria, técnicamente tendría que llevarlas a la central para tomar sus declaraciones, pero gracias al señor... Señala a Maxwell. —…cumpliremos con esta formalidad hasta mañana. El día ha sido difícil para ustedes y merecen descansar. Voltea hacia mí. — En lo concerniente a usted, su marido está en custodia en nuestros cuarteles. Vamos a encarcelarlo. Puede dormir tranquila, no le hará daño. Luego, dirigiéndose a Bonnie: — En cuanto a usted, señorita, tampoco tiene nada que temer. Le agradecemos calurosamente su intervención y la comprensión que tuvo con nosotras. Después de que se ha ido, Maxwell le pregunta a Bonnie si desea que la acompañe a su casa. ¡A mí ni me pregunta! — ¡Oh! ¡No! A mi casa no, responde ella, ¡no esta noche! ¡No me sentiría bien y tendría demasiado miedo! Si me pudiera dejar en Newark, en casa de mis padres, sería perfecto. Muero por verlos y contarles mi aventura... En el trayecto, Maxwell propone que los tres nos detengamos en un café. Después de toda la tormenta de las últimas horas, necesitamos un descanso y no regresar cada quien a su casa, por su parte. ¿Pero sigo teniendo una casa? — Y durante este tiempo, aprovecharé para hacer unas llamadas, nos dice Maxwell. Bonnie y yo aprobamos esta pausa de alivio. No s detenemos en un pequeño café con un ambiente caluros, visiblemente abierto las veinticuatro horas. — ¿No vienes cono nosotros?, le pregunto a Maxwell. — No, me quedaré aquí un tiempo más. Vayan, después las alcanzo, me tranquiliza antes de darme un tierno beso. Hay pocas personas en la sala. Algunos clientes habituales en el contador bromean con la mesera. Bonnie y yo nos instalamos en un gabinete después de haber ordenado dos cafés. Le pregunto sin poder esperar: — ¿Entonces a ti también te secuestraron? Bonnie asiente con la cabeza. Ambas tenemos la cara de cansancio y ojeras. Yo, además, tengo un pómulo inflamado que comienza a tomar un color violeta. Ella lo roza con la punta de un dedo. — ¿Te sigue doliendo? ¿Cómo te lo hiciste? — James me dio un golpe.

— ¡Qué basura! Asiento con la cabeza, pero tuve tanto miedo por ella que primero quiero que me cuente todo lo que le sucedió. ¿Cómo la secuestraron? ¿Por qué? — ¿Por qué?, exclama ella. No me enteré nada... Bonnie se pellizca las mejillas, pasa una mano por su cabello despeinado, me lanza una mirada de reojo y luego me lanza con una voz destrozada: — ¡Parece como si estuviéramos saliendo de una secadora! Muy a mi pesar de mí, estallo de risa. ¡No cambiará nunca! — No hay de qué reírse, retoma ella con un aire de reproche. ¿Quieres saber cómo me secuestraron? Es simple: menos de una hora después de que me llamaste, dos tipos cruzaron mi puerta, me amenazaron con pistolas y me ordenaron seguirlos. — ¡Oh! Es mi culpa, soy enteramente culpable, digo tomándolo entre mis brazos. — ¡Ah! ¡Aun así te compadeces! La abrazo con fuerza. — ¡Sabes que siempre me compadezco, idiota! — Sí, sí, refunfuña sonriéndome. ¡Tuve tanto miedo por ti! De por sí tu llamada me había angustiado, ¡pero los criminales que llegaron fueron demasiado! Cuando los descubrí en la entrada, yo... yo... — Te comprendo. Pero lo importante es que no te hirieron. ¿Me odias? — ¡No, pensé que si tu marido quería matarte, no era tu culpa! — ¿Los dos criminales no te dijeron nada? — ¡Sólo que me convenía seguirlos! ¡Y no parecían amables! Después, me obligaron a subirme a un auto. Uno de los dos mantenía su pistola apuntaba su pistola hacia mí mientras que el otro conducía. Intenté hacerlos hablar durante el trayecto, pero no hubo forma de sacarles información. Ni siquiera respondían a mis preguntas. ¡Estaba muerta de miedo! ¡Y todo por mi culpa! ¡Oh Bonnie cuánto te amo!... Y continúa sobre la marcha: — ¡Bueno! ¡Ya hablamos suficiente de mí! Mejor dime cómo fue contigo... Le conté sobre la irrupción de James en el apartamento de Maxwell, su intento por incitarme a irme con él voluntariamente, lo que pensé cuando uno de sus hombres habló del objetivo de Queens que había sido neutralizado... — Y te preocupaste por mí, dice tomándome la mano. Nuestros dedos se presionan. Nos sonreímos. ¡No me preocupé, estaba muerta de miedo! Enseguida, continúo con el golpe, el rapto en auto, nuestra llegada aquí, la estancia en una habitación, la confrontación con James que admitió que quería matarme y finalmente la intervención extrema de Maxwell. Cuando termino de hablar, permanecemos algunos segundos en silencio, luego Bonnie suspira: — ¿Qué es lo que quieres hacer ahora? — No lo sé, no tuve mucho tiempo para pensar en ello... — Quiero decir, con Maxwell, ¿en qué etapa están? — Eso tampoco lo sé... Sin embargo no he dejado de pensar en eso desde que dejamos la villa... — Parece quererte en serio. Sí, parece. ¿Pero eso es suficiente?

Sus preguntas me vuelven a hundir en mis incertidumbres. Por esa parte, nada está resuelto. ¿Pero cómo confesarle mis dudas? ¿Mis reticencias? Tengo escrúpulos y, sin embargo, es mi mejor amiga. No es el mejor momento para hablar de ello. Sería demasiado largo. Porque esas reticencias no provienen de Maxwell, vienen de mí. Si dudo en comprometerme con él, es a causa de lo que he vivido con James. Por supuesto, la situación es diferente. Sobre todo ahora. Ahora, sé que amo a Maxwell como nunca amé a James. Los lazos que nos unen son de otra naturaleza, mis sentimientos son más profundos y más seguros. Me siento más madura. La prueba que acabo de atravesar me reveló mucho en ese aspecto. Pero de todas formas tengo mis dudas al volver a pensar hasta qué punto pude equivocarme con mi marido. Hasta qué punto pude cegarme sin sospechar su verdadera naturaleza. No debo cometer el mismo error. No lo soportaría, sigo estando demasiado vulnerable. El trauma provocado por los eventos que ocurrieron en la última semana es demasiado doloroso. Bonnie me saca de mis pensamientos atacando: — ¡Y tú también lo quieres, me lo dijiste por teléfono! — Sí, pero es complicado... Ella parece escéptica. — ¡No es tan complicado! ¡Ambos se gustan y ya no hay ningún obstáculo entre ustedes! Como la miro de forma inquisitiva, explica: — Porque después de algo así, vas obtener el divorcio de James sin ninguna dificultad. ¡Ése no es el problema! Está a punto de continuar cuando Maxwell llega con nosotras. Mi amiga se apresura a cambiar de tema: — ¿Por qué no vienes conmigo a casa de mis padres? Hay lugar para dormir... Lo pienso por un instante y rechazo su invitación. Intercambio una mirada rápida con Maxwell. Una mirada con la que me ruega rechazarla. De todas formas, yo también prefiero quedarme con él. Tenemos demasiadas cosas que decirnos. Regresamos a la limusina para ir de vuelta a Nueva York. Una vez que dejamos a Bonnie afuera del edificio de sus padres, regresamos hacia Manhattan. Solos los dos. De común acuerdo, hablamos muy poco. Sólo las palabras estrictamente necesarias que debemos intercambiar. La tensión acumulada a lo largo del día tarda en desaparecer. Por su parte, Maxwell se concentra en manejar. ¿En qué puede estar pensando? Cuando llegamos al apartamento, Martha y Sheldon nos reciben. Al ver su cálida sonrisa, me deshago súbitamente en lágrimas pidiéndoles perdón. La fatiga y la emoción de volver a verlos sanos y salvos me ganaron. Martha pone una mano sobre mi brazo. — No es nada, tranquila... Maxwell les agradece todo lo que han hecho. Cuando sus brazos me enlazan y me cargan, me abandono en ellos. ¡Qué alegría acurrucarme contra él! Sentir su calor envolviéndome. Respirar su aroma. Sus manos me presionan tiernamente mientras que me lleva. Me hubiera sido imposible dar un paso más, por lo agotada que estoy. Sólo un pensamiento cruza por mi mente aturdida todavía: estoy viva y Maxwell está aquí. Por el momento, es todo lo que cuenta. Mis ojos se cierran solos.

CAPITULO 3 Al fin libre

A la mañana siguiente, cuando abro los ojos, la sonrisa de Maxwell es lo primero que me ilumina. Después de que me cargó hasta la cama donde me derrumbé, muerta de cansancio, se quedó a dormir cerca de mí. Ahora, recargado sobre su codo a mi lado, espera a que me despierte. Un rayo de sol hace resaltar el profundo negro de su cabello, inunda su torso de luz, lanza reflejos dorados en su piel desnuda. Le sonrió de regreso. ¡Nunca había estado tan hermoso! — ¿Cómo estás, querida? ¿Tienes hambre? Martha no tarda en traer el desayuno... Le digo que no con la cabeza. — ¿No quieres comer?, pregunta sorprendido. — Sí, pero no ahora. Primero quiero que me expliques. — ¿Qué? — ¡Todo! ¿Cómo supiste que James me había secuestrado? ¡Cómo supiste dónde encontrarme? ¿Por qué la policía estaba contigo? ¿Quién fue el que... Sonriendo ampliamente, levanta las manos como para protegerse de la avalancha de preguntas. — ¡Basta! ¡Me vas a ahogar! — Es sólo que necesito saber. Ayer, el estrés y la fatiga me impidieron hacer muchas preguntas, pero quiero que me digas todo esta mañana. — De acuerdo, de acuerdo. Se sienta en la cama, busca la mejor posición, se acomoda y regresa a su mecha rebelde a su lugar. — Primero, tienes que saber que James había intervenido tu línea telefónica… ¡Eso ya me lo imaginaba! —…y eso duró mucho tiempo. Según la información que pudimos recopilar, parece ser que desde el principio de su matrimonio. ¿Qué? ¿En ese momento me espiaba? — ¿Pero por qué? — Quería controlar todo. Saber lo que pensabas, lo que le decías a los demás, lo que hacías. Acababa de casarse contigo y te consideraba como un objeto que le pertenecía. Para él, su mujer sólo era una de las tantas propiedades que tenía. La vigilaba igual que hacía con el valor de sus acciones de la bolsa... ¡En la época en que decía que me amaba, escuchaba mis conversaciones! ¡Repugnante! Esta nueva revelación me impacta. Ya conocía bien algunos aspectos algo obscuros de mi marido, pero siempre pensé que por lo menos al principio de nuestro matrimonio me amaba. Eso no era cierto, ya me estaba espiando desde entonces. Maxwell debe leer en mi rostro lo que estoy pensando, puesto que agrega: — Pero eso no es todo. James logró intervenir la línea de todos tus contactos, todos

tus amigos. Para que nada concerniente a ti se le escapara. Así, el teléfono de Bonnie estaba intervenido y el de su hermano Harold, como el de tus amigos Michäel y Rachel. En fin, el de todas las personas que eran cercanas a ti... Lo miro con una expresión de incredulidad tal que insiste: — No estoy inventando nada, tenemos pruebas irrefutables de esto, Inclusive logró hackear tus comunicaciones profesionales en Hillerman Bros. — ¿También hackeó mis mails? — Obviamente. Todo lo que recibías y enviabas pasaba por él. Eso fue lo que le permitió elaborar su plan para acabar contigo. Conocía tus horarios minuto por minuto, y estaba esperando el momento más favorable para actuar. Mi intervención cambió todo. De pronto, habías desaparecido y él ignoraba dónde te encontrabas y lo que estabas haciendo. — ¿Pero tú ya sabías todo eso cuando me secuestraste? — Sabía lo esencial. Es la razón por la cual era primordial que no te comunicaras con nadie. Y por la misma razón, no podía enviarle otro mail a Bonnie aparte del que ya le había enviado. James vigilaba sus mensajes y eso ponía en grave riesgo a tu amiga... ¡Y tú no me lo dijiste porque en ese momento no te hubiera creído! — Por suerte, continúa, cuando llamaste a Bonnie con el teléfono de Martha, ella se dio cuenta de inmediato. Me avisó. Enseguida me di cuenta de que James iba a seguir tu rastro sin perder ni un segundo y alerté a la policía. — ¿Por qué no le habías llamado antes? — Estábamos en contacto desde el principio. Le había comunicado mis sospechas al jefe de policía. Pero mientras no fueran más que simples corazonadas, no podían hacer nada. Cuando vimos que pasó de la palabra al acto, corrimos de inmediato al apartamento. Desafortunadamente, cuando llegamos, Sheldon me dijo que ya te habían llevado hacía unos minutos... — ¡Martha y Sheldon estuvieron admirables! ¡Martha me defendió! — Lo sé. Tuvieron algunas contusiones, pero nada grave. Sin embargo, quedaba un hombre de James en el apartamento. Estaba como loco y no sabía ni qué hacer. Dos policías del SWAT lo controlaron fácilmente. Se negó a dar cualquier tipo de información, pero suponemos que su misión era hacer parecer que todo había sido un asalto que salió mal y matar a Martha y Sheldon para hacerlo más creíble... ¡Dios mío, nunca me lo hubiera perdonado! Bruscamente, el peligro en el que estuvieron por culpa mía me llega de golpe con más crueldad. ¡Simplemente arriesgaron su vida! Me siento culpable de mi inconsciencia, de mi comportamiento infantil. Es cierto que era difícil creer en Maxwell cuando me aseguraba que James haría todo lo que estuviera a su alcance para matarte. Que no daría marcha atrás por nada. ¡Eso parecía tan extravagante! ¡Tan imposible! Sin embargo, debí haberlo escuchado. No ser tan obstinada. — ¡Si los hubieran matado, habría sido mi culpa! Maxwell permanece en silencio un instante. Luego me acaricia el cabello. — Lo importante es que están sanos y salvos. No sirve de nada hacerse reproches ahora. Es cierto, pero aun así... — Sea como sea, retoma, James te había obligado a seguirlo. Llegué demasiado tarde. Tendría que haber reaccionado más rápido puesto que no teníamos mucho tiempo. Toda nuestra información concordaba, fue en la villa de Connecticut que... — ¿La conocías?

— Sabíamos que serviría de punto de encuentro. Mientras que yo intentaba interceptarte en el apartamento, otro equipo del SWAT se dirigió hacia Connecticut para esperar ahí a los secuestradores. Necesitaban estar en sus lugares antes que ellos. Después de haber investigado la propiedad, los hombres tomaron sus puestos alrededor de la villa. — ¿Ya estaban ahí cuando llegué? — Sí. Inclusive estaban ahí cuando Bonnie llegó un poco antes que tú. Y no les quitaron la vista de encima. ¡Hubiera jurado que el bosque estaba desierto! — Cuando ambas partes de la banda estuvieron reunidas, el SWAT dejó que los hombres de James cumplieran con la última parte de los preparativos. El capitán quería acumular la máxima cantidad de evidencia para poder acorralarlo con más certeza. James tiene contactos, relaciones, mucho dinero. Queríamos evitar que saliera con la suya si todo el caso no estaba impecablemente armado. — ¿Y tú dónde estabas? — ¿Yo? Estaba en camino a la villa. Creo que nunca nadie ha recorrido el trayecto tan rápido. Estaba loco de preocupación. Por supuesto, sabía que la policía intervendría si tu vida o la de Bonnie estuviera en peligro, pero de todas formas tenía miedo por ti. Uno no te controla tan fácilmente y tenía miedo de que te rebelaras creyendo que ya no tenías más esperanza. Que tomaras alguna iniciativa desafortunada y que James terminara con eso de una forma distinta de como estaba previsto. ¡Tiene razón! ¡Si hubiera tenido alguna oportunidad de huir, la hubiera tomado! Intercambiamos una mirada llena de significado. ¿Lo que leo en los ojos de Maxwell es admiración? Si algo es seguro, es que no es incomprensión ni exasperación. Mucho menos descontento. ¿Él sí acepta que soy una mujer libre y autónoma, al contrario de James? En todo caso, en mis ojos sólo puede estar la gratitud y el amor que siento por él, aun cuando no encuentro las palabras para expresarme como quisiera. Con una voz llena de seguridad, pregunto: — ¿Y qué era exactamente lo que estaba previsto? — Iban a lanzar un auto hábilmente manipulado por un barranco con Bonnie y contigo dentro. Inclusive después de una minuciosa investigación, los expertos concluirían que la causa fue una falla mecánica. Para estar más seguros, las iban a llenar de drogas y alcohol antes de ejecutarlas e incendiar el auto. Nadie hubiera dudado que fue un accidente. Afortunadamente, la policía llegó a tiempo, justo en el momento en que James te iba a llevar. Ya sabes lo que pasó después... Me quedo sin decir nada por un momento. ¡Demasiados eventos en tan poco tiempo! ¡Demasiadas peripecias! ¡Tanto estrés y preocupaciones! ¡Tantas emociones encontradas! Cuando pienso que ayer a esta misma hora, estaba secuestrada y buscaba desesperadamente un teléfono para llamar a Bonnie. En ese entonces, la amenaza que pesaba sobre mí era una hipótesis lejana en el futuro. Después, viví en carne propia la intensidad de la ira que James acumuló hacia mí. ¡Una ira que llegaba hasta querer matarme! Sigo estando muy conmocionada. Ahora, todo ha terminado, pero todavía no me he repuesto enteramente de esta confrontación. Las imágenes regresan a mi mente. Imágenes que me hacen estremecer retrospectivamente. Vuelvo a ver la irrupción de James en el apartamento, lo vuelvo a ver golpeándome, me vuelvo a ver en la villa desafiándolo a matarme. En ese instante, creí que en verdad iba a morir. Un escalofrío me hace estremecer. — ¿Qué tienes?, se inquieta Maxwell.

— Nada. Me estoy tratando de recuperar. — Te ves pensativa. — No, pero todo sucedió tan rápido que me pregunto lo que va a pasar ahora... lo que voy a hacer... Tengo una idea pero... No responde enseguida, parece pensarlo. Lo miro de reojo. Acomoda su mechón aunque no sea necesario. — Ahora eres libre, Eva. Libre de hacer lo que quieras. Obviamente, si así lo deseas, puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. Pero después de esta prueba, comprendería si prefieres regresar a tu casa... ¿A mi casa? — Legalmente, sigues casada con James así que puedes disponer de su apartamento. Regresarás a tu trabajo, volverás ver a Bonnie y a tus amigos, retomarás tu vida normal... ¿Regresar al loft? Nunca me gustó vivir en ese lugar tan pretencioso y llamativo. Y además eso me traería demasiados recuerdos de lo que acaba de pasar. No, no es mi casa. Pero no se equivoca, debo regresar a mi vida normal. La vida de antes de James. Las veladas con Bonnie y su hermano, las salidas con Rachel y Michaël, mi puesto de agregada de prensa en Hillerman Bros si todavía me aceptan. — No quiero regresar al loft. — Te comprendo… Él va a continuar, pero se detiene y no dice nada. Nos miramos en silencio. ¿Acaso piensa lo mismo que yo? ¡Si tan sólo estuviera segura! Por otra parte, ¿por qué quedarme aquí ahora que el peligro está definitivamente descartado, que ya no corro ningún riesgo, que Maxwell ya no me tiene prisionera? No tengo ninguna razón para echar raíces en su vida. De hecho, no ha dicho nada que vaya en ese sentido. ¿Entonces por qué ese silencio que me hace tanto daño? Estuvo excelente, vino en mi ayuda sin escatimar esfuerzos, me salvó poniendo en riesgo su propia vida, eso ya es mucho. Ciertamente, tenemos un sentimiento muy fuerte el uno por el otro. ¿Pero eso significa que estamos obligados a no dejarnos nunca más? Sin embargo, la idea de una separación me destroza. Una sensación de vacío se forma en mi pecho. Una sensación dolorosa. ¿En verdad desea que tomemos nuestra distancia? Eso no fue lo que dijo. Dijo que podía quedarme todo el tiempo que quisiera, pero tal vez fue una simple cortesía de su parte. Una forma de no tratarme con mucha brusquedad. Lo observo a escondidas. Él tampoco parece estar cómodo. Finalmente, voltea hacia mí. — Tal vez no debería confesártelo ahora, Eva, ¡pero cambiaste radicalmente mi vida! El tiempo se detiene. Nunca lo había visto tomar un aire de tanta gravedad. Mi mirada se clava en la suya. Continúa: — Después de lo que pasó, comprendería muy bien que mi presencia te traiga demasiados recuerdos dolorosos y que quieras huir de mí... ¡Oh no! —…pero si hubiera una esperanza de que algún día una verdadera relación pudiera establecerse entre nosotros, debes saber que esperaré ese día. Nunca había sentido algo tan fuerte por alguien. ¡Estoy enamorado de ti, Eva! Tan enamorado como nunca lo había estado... De repente es como si miles de campanas se pusieran a repicar en mi cabeza. Su declaración me conmueve a tal grado que me siento un poco confundida. Me invade un sentimiento tan grande de felicidad que mis últimas dudas se desvanecen. Con los labios

temblorosos, esbozo una sonrisa. Los ojos me arden. El nudo en mi garganta sólo permite que un hilo de voz enronquecido se filtre: — Yo también te amo. Sus labios se acercan entonces a los míos. Aroma de almizcle y musgo. Nuestras bocas se pegan. Antes de cerrar los ojos, me ahogo en su clara mirada agua marina mientras que nuestros cuerpos se estrechan con pasión. Con la precipitación, mientras que nos enlazamos, el escote de mi baby doll se desliza bajo las manos expertas de Maxwell. Emergiendo de un revoltijo de encaje y de satín arrugados, uno de mis senos muestra insolentemente la punta de su pezón. Mi bello amante, a quien no se le escapa detalle alguno, lo roza ligeramente y su dedo describe un círculo que sigue escrupulosamente el contorno de la areola rosa pálido. Como resultado de la maravillosa magia de su caricia, un suave calor se expande por mis venas. El pezón se inflama, se endurece. Respiro más rápido. — ¿Está intentando provocarme?, pregunta mi amante con un tono burlón. ¿Por qué no? Me abstengo de responder. Bajo mis párpados medio cerrados, sigo los movimientos de su dedo. Mi piel se eriza. ¿Cómo es posible que reaccione tan rápidamente cada vez que sus manos me tocan? ¿No será un hechicero? Mi pecho se calienta. Siento como si se expandiera, se tensara hacia él. Maxwell toma delicadamente la punta de mi seno entre su pulgar y su índice. Me arqueo. La pellizca imperceptiblemente. Un escalofrío corre de mi nuca hasta mis hombros. ¿Placer? ¿Espera? ¿Aprehensión? Las tres se mezclan. El pellizco se acentúa. Me estremezco. Un nuevo escalofrío me atraviesa, con más fuerza que el anterior. — ¿Te lastimé?, pregunta quitando su mano. El tono de su voz refleja más una ternura divertida que una preocupación real. Un poco, pero es tan agradable... Sonriendo, le digo que no con la cabeza. Tranquilo, retoma la posesión de mi seno. Provoca la punta erecta de éste con la punta de su uña. Pongo una mano sobre la suya. — Sí, murmuro en un suspiro. Pero en el movimiento me llevé la baby doll. El revoltijo de satín y encaje recubre enteramente mi pecho de nuevo. — Esa prenda nos estorba, refunfuña Maxwell. Co un gesto repentino, hunde ambos brazos bajo la sábana, toma la parte baja de mi baby doll, la levanta por encima de mi cabeza para quitármela y la lanza al suelo. Luego toma la sábana y la lanza al pie de la cama. Entre risas y protestas, pongo una mano frente a mis senos y la otra en mi vientre bajo. — ¡Pero señor! ¡Se comporta como un... un... horrible patán! De rodillas a mi lado, con los ojos brillantes, me observa con un aire desafiante. — No, Eva, no como un patán, ¡más bien como un hombre enamorado! ¡Y estoy decidido a comprobártelo! ¡Touchée! Sus palabras me llegan directo al corazón. Me derrito frente a tal profesión de fe. No puede más que recibir mi más sincero consentimiento. En el fondo, la impaciencia que manifiesta está lejos de disgustarme. Aun así, a fin de continuar con el juego, mantengo la barrera de mis manos frente a mi pecho y mi sexo con una actitud de pudor ultrajado. Y sacudo la cabeza, frunciendo el ceño y con una falsa expresión de enojo. — ¡Detesto que me fuercen!

Sus ojos se desorbitan como si pusiera mi afirmación en duda. Una sonrisa carnívora descubre su dentadura perfecta. — ¿Quién dijo que quería forzarte? Es una declaración... Por poco dijo « de amor », pero se detuvo en el último momento. Lástima, me hubiera gustado escucharlo. Hago una mueca. Nos medimos con la mirada. Su pecho, grande y poderoso, se levanta al rápido ritmo de su respiración. Ligeramente inclinado hacia el frente, con todos sus músculos tensos, pareciera una fiera lista para atacar. El bulto que sobresale en su bóxer no deja lugar a dudas sobre la intensidad de su deseo. Pero la fiera no ataca. Se controla. Su mano se coloca sobre mi hombro, desciende por mi costado, llega hasta mi cintura, rodea la curvatura de mi cadera con una caricia apaciguante. Parece como si quisiera engatusarme. Regresa hacia mi pecho. Contengo el aliento. Separa la mano que tengo puesta sobre mis senos, dedo por dedo, como abriría un regalo. No hago nada para impedírselo. — ¡Eres muy bella!, exclama. El cumplido me emociona. Involuntariamente, enderezo el torso. Él me toma el puño y aleja mi otra mano que protege mi sexo. Ya no opongo resistencia. — ¡Eres muy bella!, repite. Un sentimiento complejo me invade. Siento como si nunca hubiera estado tan desnuda frente a él. Desnuda, desarmada y vulnerable. Como si fuera la primera vez que hiciéramos el amor juntos. Por su parte, Maxwell parece repentinamente indeciso, casi intimidado. Esto aumenta mi deseo por él. Una bocanada de calor sube hasta mi rostro mientras que él me devora con la mirada. Me lanzo a su cuello de un impulso. Aferrados el uno al otro, nos derrumbamos sobre la cama. Nuestros labios se unen, nuestras respiraciones se mezclan, su lengua se anuda con la mía. Con los nervios a flor de piel, me dejo llevar por la embriaguez de su beso. ¿Por qué siempre tengo que ceder tan rápidamente? ¡No hay dudas, es un hechicero! Para estar a mano, mis dedos se deslizan bajo su bóxer, el cual descienden a lo largo de sus muslos y sus piernas. Él me toma de las nalgas para presionarme contra él. Su virilidad tensa imprime su carne desnuda y su dureza sobre mi vientre. Nuestras lenguas se enfrentan en una danza aturdidora. ¡Que esto no se termine nunca! Pero cuando comienzo a divagar, me suelta. Por un instante, me abandona, se escabulle sutilmente a lo largo de mi cuerpo. ¿Qué está haciendo? Apenas tengo tiempo de preguntármelo cuando su boca ya está pasando de mis labios a mi cuello, el cual mordisquea antes de lamer el lugar que mordió. Luego, sin esperar, sus labios descienden de mi cuello a mis senos, se empecinan en las puntas erguidas. Las aspira mientras que sus manos se pasean por mi entrepierna y mis caderas. Hundida en sus caricias, me retuerzo suspirando. ¡Maxwell, eres un demonio! Su prisa no me da ni un segundo de descanso. Sin darme tiempo de recobrar el ánimo, retoma su camino. Ahora de mis senos a mi vientre, lamiendo o dejando besos furtivos aquí y allá. Su lengua se introduce en mi ombligo, obligándome a suspirar nuevamente. El placer entra en mí como una ola. Enloquecida, tomo nerviosamente su cabello con la ilusa esperanza de detenerlo. Pero su boca continúa con su peripecia, bajando más hacia mi feminidad atizada. No tengo la fuerza para oponerme. ¡Va a terminar conmigo! Dos de sus dedos entreabren mi sexo. Dividida entre la espera y el temor, me crispo

instintivamente. Su ardiente aliento que rodea mi botón íntimo borra de golpe mis aprehensiones. Al borde del vértigo, mis caderas se levantan como las de una víctima ofreciéndose voluntariamente a su sacrificio. Mi corazón late a mil por hora. ¡Con la espalda arqueada y los músculos tensos, no más que una bola de nervios y placer! La punta de su lengua se estrella contra mi clítoris. Es tan caliente y suave que una descarga eléctrica me desgarra en dos partes. La sacudida es tan fuerte que lanzo un grito. Dulce derrota que me transporta. Mis muslos se cierran como un resorte, mis uñas se hunden en el cráneo de Maxwell que aprisiono. Luego las ondas de mi orgasmo se apaciguan poco a poco. En un suspiro, murmuro: — ¡Nunca había estado tan feliz! Levanta la cabeza. — Yo también... Nos quedamos algunos segundos sin movimiento. Luego mi respiración retoma un ritmo más regular. De repente, un deseo que me atraviesa la mente me arranca una sonrisa. — ¿Por qué sonríes? ¿Me voy a atrever? Se recarga en un codo. Del rabillo del ojo, percibo su virilidad desplegada. Orgullosa y tensa como un arco, parece estarme desafiando. La mirada de Maxwell me interroga. Me atreveré: — ¿Te acuerdas de lo que jugamos la última vez? Él busca en su memoria, asiente con una mueca sorprendida: — Sí. Parece que lo intrigo. — ¡Pues ahora es mi turno! Durante un segundo o dos, se queda perplejo. Luego, súbitamente, se da cuenta de lo que eso significa y su mirada se ilumina. Algunos instantes más tarde, está extendido a mi costado. Mi mano se desliza por su vientre, toma su asta. Así, ésta parece más impresionante, mezcla de poderío y fragilidad que me enternece. Mis dedos golpean con lentitud hacia la base, lo rodean estrechamente. Ésta se arquea. ¿Apreté demasiado fuerte? Una sonrisa de Maxwell me tranquiliza. ¿Podré darle tanto placer como él me dio? ¿Mostrarme tan hábil como él? ¡Lo deseo con todo mi corazón! En todo caso, sus ojos nunca habían brillado con tal intensidad. Parece que quieren animarme. Me inclino hacia su vientre. La flecha orgullosamente erguida, caliente y viva se expande todavía más. Es la primera vez que la contemplo de tan cerca. Las venas dibujan en ella una red de finas líneas azuladas, su piel es de una suavidad de satín. Suelto la presión de mis dedos que remontan en una caricia envolvente. Con un brusco sobresalto, su virilidad se tensa más. Con la mordida apretada y los músculos tensos, Maxwell respira cada vez más rápido. Lanza un gruñido sordo cuando rozo con mis labios su miembro que me estremece. Un perfume pimentado llena mis narinas, un perfume que le prende fuego a mi cabeza. Mis labios se vuelven audaces, recorren su pene de arriba a abajo, descubren progresivamente sus diferentes sabores y los puntos más sensibles. Luego mi lengua recorre toda la longitud de la carne endurecida. Los gruñidos le dejan lugar a exclamaciones, pero que me llegan al corazón. Las caderas de Maxwell se arquean cuando me acerco a la punta de su sexo. Él cierra los ojos. Siento como si alcanzara lo más íntimo de su ser. ¡Es todo mío! Eso me da un poco de miedo y me

electriza al mismo tiempo. De pronto, murmura: — ¡Detente! Me detengo. ¿Lo estoy haciendo mal? Con la respiración entrecortada, me jala hacia él. Mi pecho choca contra el suyo. Sus poderosos brazos me enlazan como en una jaula, me voltean de manera que se encuentre encima de mí. — Basta, repite en voz baja. — Perdón si lo estoy haciendo mal, pero... Estalla de risa. — ¿Mal? ¡Pero lo estabas haciendo divinamente! En el momento en que abro la boca para responderle, me la cierra con un beso. Un beso travieso y rápido que me deja hambrienta. Sin embargo, al dirigirme ese cumplido, no podía haberme dado un placer más grande. Temía haber sido torpe, que mi caricia no le haya gustado y, al contrario, la apreció. — ¡Eres una diabla!, exclama antes de retomar mis labios. Me abandono con un suspiro de bienestar. ¿Podría amar más a Maxwell? El peso de su cuerpo sobre el mío, su lengua que juega con la mía, sus manos que se deslizan bajo mi cadera y masajean mis nalgas no tardan mucho en reavivar mi deseo. Él no tarda en darse cuenta de ello. Dos de sus dedos me penetran, comienzan un movimiento de vaivén. La sensación es tan sublime que mis ojos se cierran solos. En unos cuantos segundos, sus beso me comunica su fervor. Sus dedos me hunden en una alegría cercana al éxtasis. ¡Es increíble! Tengo que contenerme con todas mis fuerzas para no perder la cabeza. Una felicidad inhumana me arrastra sin miramientos. ¿Cómo puede producirme un efecto así? ¡Este hombre es demasiado! Pero mi cuerpo no escucha a mi mente y responde al vaivén de sus dedos que se acelera. Mi felicidad aumenta. Siento como si pequeñas burbujas irisadas venidas de lo más profundo de mí flotaran en mis venas, buscaran escapar, estallaran en la superficie de mi piel. En la semi inconsciencia e mi sensualidad naciente, percibo el ruido de un empaque que se abre, los gestos gracias a los cuales mi amante se coloca un preservativo. ¡Sí! ¡Ven ahora! Como si hubiera leído mi mente, me murmura al oído: — ¡Ya no puedo esperar más, Eva! ¡Yo tampoco! Su sexo se inserta en la orilla de mi cueva abierta. Levanto los muslos para aprisionar mejor sus caderas, empuño sus nalgas. Maxwell me labra frenéticamente. Abismo de delicia que me engulle inexorablemente. Mi corazón late a mil por hora. Con un golpe de sus caderas, se clava en el fondo de mí. Ardo como una antorcha, fuego de dicha que flamea instantáneamente. Un abismo de placer se abre en mí. Mis uñas rasguñan sus nalgas, nuestros jadeos se confunden en un mismo aliento. Incansablemente, me pulveriza. Me abro más a él, vencida y triunfante a la vez. Los progresivos deslizamientos hacia el éxtasis que nada podría detener me sacan pequeños gritos enloquecidos. Su ritmo se acelera. Mis movimientos responden a los suyos. Un mismo frenesí nos anima. En algunas idas y venidas profundas y poderosas, me conduce hasta la puerta del orgasmo. Vértigo como un desgarre hacia la felicidad. Un último asalto me hace atravesar el umbral. Dos gritos que explotan simultáneamente. Nos hundimos

juntos.

CAPITULO 4 Epilogo

Seis meses más tarde... ¡Ya son las seis! Afortunadamente, la lluvia ha cesado y una tranquilidad inhabitual reina en Nueva York desde hace varios días. Eso es raro a principios del mes de abril. A toda velocidad, me meto en Dean and Deluca. Uno encuentra ahí el jambalaya de pollo cajún de todo Manhattan y Bonnie adora el jambalaya de pollo cajún. La invité a cenar para celebrar su nueva promoción como jefe de ventas adjunto en Squire. ¡Nada mal para alguien de veinticinco años! Hace dos meses, fue ella quien me invitó para celebrar mi nominación al puesto de agregada de prensa titular en Hillerman Bros. Ahora tengo una oficina propi, responsabilidades más importantes y una asistente. ¡Pero esta noche la cena es en honor a Bonnie! Cuando hablamos por teléfono, ella me aseguró que estaría en mi casa a las siete con su hermano Harold. Eso apenas me deja tiempo para terminar mis compras, regresar y acabar con los últimos preparativos. Estoy colocando las botanas sobre la mesa cuando mis dos invitados llegan, Harold vestido de forma casual y Bonnie, fiel a sí misma, con un encantador vestido amarillo de marca Calvin Klein. Algunos minutos más tarde, plantada frente a la gran reja que da hacia Central Park, ella eleva su copa. — ¡Salud!, lanza. ¡Estoy celosa de la vista que tienes! — No me cansado de ella desde que estoy aquí. Ya dos meses... dos meses desde que el divorcio con James fue finalizado y pude comprar el apartamento. — Lo sé. ¡Lo hiciste bien, la vista es genial! La abrazo por los hombros. — Yo lo que veo, sobre todo cuando miro por la reja, es mi independencia. Gracias a este apartamento soy libre. Ya no dependo de nadie. — ¡Quieres decir que no dependes de Maxwell!, remarca con una sonrisa. — Sí. Después de lo que me pasó, necesito estar un poco sola. Maxwell me propuso quedarme en su casa, pero no es el mejor momento. Viví un calvario tal con James que tengo que reflexionar un poco, que recuperar mi independencia. Al menos por un tiempo... — No comprendo, me reprocha amablemente Bonnie, dices que lo amas hasta la locura y te niegas a vivir con él... Con una voz que espero suene convincente, replico: — ¡Estamos muy bien así! ¡Al fin! Casi muy bien... ¡lo sigo extrañando cuando no está aquí! Mi amiga alza los hombros. — ¡Haz lo que sientas! No te dejes influenciar; es imposible, eres terca como una mula. Pero...

— Hablando de Maxwell, interviene Harold, ¿tiene algo previsto para tu cumpleaños? Su hermana abre grandes los ojos. — ¿Pues qué?, se defiende él, Eva cumplirá veinticinco años la próxima semana, ¡al menos puedo preguntarle si su amado tiene previsto algo! — Tienes razón, le responde Bonnie, ¡pero esas cosas no se preguntan! Estallo de risa. Normalmente, mi amiga no se apega tanto a las reglas de cortesía. — No se peleen, puedo responderles. Para mi cumpleaños, Maxwell me llevará de vacaciones a un lugar soleado. De hecho, nos vamos mañana... ¡Y en su jet privado, de hecho! — ¿A dónde?, pregunta Bonnie súbitamente curiosa. — No tengo idea, no me lo quiso decir. Sólo me dijo que llevara mi bikini y mi bronceador... — Tal vez irán a Hawái, sueña Harold en voz alta. ¡No, Hawái no, es demasiado común! Mejor Cancún o el Caribe... ¡Ah! Las Bermudas, Antigua, Barbados... — Las Antillas me gustaría. ¡Pero no sé nada en absoluto! Quiere sorprenderme... Más práctica que su hermano, mi amiga se preocupa: — ¿Y tu trabajo? — ¡Fueron muy comprensivos! En Hillerman Bros me dieron permiso por quince días. Hay que decir que llevo seis meses trabajando como loca. Se las debía para agradecerles el apoyo que me brindaron después de lo que me pasó. En este instante, el timbre del horno nos indica que el jambalaya sólo espera que lo probemos. Para la ocasión, descorché una botella de Château Margaux. El vino y la reciente promoción de Bonnie contribuyen a mantener nuestro buen humor. Como es justo, la conversación gira esencialmente en torno a sus nuevas responsabilidades y todo lo que va a cambiar para ella. El reclutamiento y la animación de un equipo de representantes la apasionan, se muestra desbordante con las reuniones que debe organizar y dirigir, entusiasmada por la gestión de clientes más importantes. En resumen, trabaja diez horas al día, no tiene ni un minuto para ella misma y eso le alegra. Y yo estoy tan contenta por ella. *** Después de su partida y a pesar de lo tarde que es, consulto mi bandeja de entrada como lo hago cada noche antes de acostarme. ¿Quién sabe? Tal vez haya algún mensaje de Maxwell. No, ningún mail suyo. Un poco de decepción me estruja el corazón. Es cierto que ya me envió uno justo antes de que saliera de la oficina y de que él se fuera a cenar con tres banqueros del Midwest para negociar una gran operación financiera. A cambio, tengo un mensaje de Sidney Islington, el abogado que se ocupó de mi divorcio con James. ¿Qué quiere conmigo? El divorcio ya fue finalizado... De: Sidney Islington Para: Eva Morton Asunto: Proceso de James Hampton Estimada Señora, ¿Podría contactarme rápidamente para que discutamos algunos problemas relativos a

las consecuencias jurídicas de su divorcio? Respetuosamente, Sidney Islington, abogado PD: Actualmente estoy en San Francisco. Si lee este mensaje ahora (aunque ya casi sea medianoche en Nueva York), puede responderme inmediatamente, eso nos haría ganar tiempo. Miro la hora. Diez para la medianoche. ¿Qué significa eso de « algunos problemas relativos a las consecuencias jurídicas de su divorcio »? Espero que éste no haya sido invalidado por culpa de alguna informalidad cualquiera. ¡Sería un desastre! Ya que me invita a ello, mejor termino con el asunto cuanto antes, así tendré la mente más libre para irme mañana con Maxwell. De: Eva Morton Para: Sidney Islington Asunto: su email Estimado licenciado, No estaba dormida, no se preocupe. ¿Algunas cláusulas del divorcio fueron apeladas? ¿O bien el proceso entero? ¿O algo más? ¿Podría ser más preciso? Quedo de usted, Eva Morton Mientras espero, me hago un café el cual bebo a sorbos mientras reclasifico algunas carpetas en la computadora. Diez minutos más tarde, un nuevo email del abogado me aparece en la pantalla. No tardó mucho en responder. De: Sidney Islington Para: Eva Morton Asunto: Proceso de James Hampton Estimada señora, Perdón por haberla alarmado. No, tranquilícese, ni su divorcio ni ninguna de sus cláusulas han sido apeladas. El juicio es definitivo. Usted está divorciada y nadie le puede quitar la parte de los bienes que le fue asignada por el tribunal. Mi pregunta es concerniente al proceso de su ex marido que comenzará en dos meses frente al tribunal criminal de Nueva York. Como estaban casados en el momento del intento de asesinato y una mujer casada no puede atestiguar en contra de su marido, deberá firmar una declaración que su abogado (en este caso yo) enviará a la corte antes de que inicie el proceso. Es únicamente un trámite, pero entre más rápido se haga, mejor. Si pudiera pasar a mi oficina en los próximos días, sería perfecto. Mi secretaria le enviará el formulario que debe llenar. De nuevo mil disculpas por haberla asustado. Sidney Islington, abogado ¡Uff! ¡Tuve miedo! No tanto por el dinero, no reclamé nada en la demanda de divorcio. Fue el juez quien decidió que una pequeña parte (nada despreciable) de los bienes de mi esposo pasaran a mí. Pero si el juicio de divorcio hubiera sido anulado, no hubiera soportado estar nuevamente casada con James. ¡Eso me hubiera dado un fuerte golpe a la moral! Por fortuna, no es el caso. ¡Sin embargo, el día de mañana será pesado! De por sí

necesitaré todo mi tiempo para poner al día los archivos pendientes de Hillerman Bros y dejarle las últimas consignas a Samantha, mi nueva asistente. Y ahora, además tendré que ir a la oficina del abogado para firmar el formulario. Nunca voy a poder descansar. Sobre todo porque Maxwell pasará a recogerme a las cinco. ¡Maxwell! ¡Dos semanas de vacaciones a solas! ¡Wow! Con este pensamiento, le sonrío tontamente a mi computadora. Todos mis pequeños problemas de planeación para mañana desaparecen. No resisten frente a la perspectiva de lo que nos espera en los siguientes quince días. ¡Él y yo solos! ¡Eso es algo que soñaba en secreto! En seis meses, aparte de algunos fines de semana en Key West o las Bahamas, demasiado escasos para mi gusto, no habíamos tenido tiempo de escaparnos. Por supuesto, nos vemos muy seguido, casi todos los días, y podemos decir que estamos locamente enamorados el uno del otro. Es simple, desde que James ya no puede hacernos daño, prácticamente no hemos tenido ningún problema considerable. Siento como si estuviera soñando despierta. Evidentemente, su tendencia a querer protegerme muy a mi pesar no desapareció como por arte de magia. Pero ha ido disminuyendo poco a poco. ¡En ciertos aspectos hasta me anima! Sin embargo, debo de reconocer que esta tendencia protectora me fue útil después de que James fue arrestado, cuando los periódicos se abalanzaron sobre el suceso. Esencialmente las revistas de espectáculos. ¡Un millonario acusado de intento de asesinato contra su mujer fue una información tan explosiva que no podían dejarla pasar! En las horas que siguieron, las redacciones de US Weekly, de Vanity Fair o de People comenzaron con la caza. Hasta ahora, sin tomar en cuenta algunos artículos y fotos grupales donde aparecía acompañada por James, la prensa no se había interesado particularmente en mí. Era un personaje secundario en la jungla de las celebridades neoyorkinas. ¡Pero ahora de pronto pasé al primer plano! Sin haber hecho nada para merecerlo, todos se fijaban en mí. Los paparazzi se lanzaron en mi acecho, y los periodistas estaban dispuestos a cercarme para obtener mis declaraciones. Todos se lanzaron al loft para obtener de mi boca el relato de mi calvario y obtener la exclusiva de mis impresiones en caliente. En ese momento, estaba demasiado impresionada como para soportar una presión así. ¡Afortunadamente, no estaba allí! Hablé de eso con Maxwell y él me aconsejó no regresar. Justamente a causa de los paparazzi. Entonces se mostró eficaz. Con mucha astucia, los engaño y me condujo a un pequeño apartamento que posee en Greenwich Village donde permanecí unos quince días. El tiempo suficiente para dejar que el huracán mediático se alejara. Después de este episodio, hablamos mucho. Él admitió que su deseo de protegerme a toda costa no tenía por qué interferir con mi independencia. Me amaba, pero eso no significaba que tuviera el derecho de imponerme algo, aun cuando su temperamento lo llevaba a ello naturalmente. Yo era una persona responsable, capaz de tomar por mí misma las decisiones que me concernían. Ahora, me da la libertad de elegir. ¡Y es por eso también que estoy enamorada de él! Esta última reflexión me lleva en otra dirección. ¿Qué sorpresa me tendrá reservada para mi cumpleaños? Tiene un don mágico para encontrar lo que me gusta. Mi mente se pone a divagar. ¿A dónde me va a llevar? ¿Qué rincón paradisiaco tendrá en mente? Después de algunos minutos, dejó de pensar en ello. ¡Es inútil intentar adivinar, será mejor confiar en él! Estoy agotada, es casi la una de la mañana. Pongo el despertador a las seis de la

mañana y me acuesto. *** Al día siguiente, es el timbre de mi teléfono lo que me despierta. Dos minutos para las seis. ¿Quién podría ser? — Hola, hermosa. Espero que hayas dormido bien. Es temprano, pero tenemos muchas cosas que hacer el día de hoy... — ¡Oh, Maxwell! ¡Estaba soñando contigo! — ¿Y fue agradable? — Más que agradable... Él me murmura palabras de amor y promesas vagas pero deliciosa ante las cuales respondo de la misma forma. Luego concluye: — ¡Te recuerdo que estaré afuera de tu oficina a las 5 de la tarde! — ¡Como si pudiera olvidarlo! — ¡No te enojes! Es solamente una última confirmación porque, después, ya no tendré ni un minuto para recordártelo. Intercambiamos otras palabras de afecto, algunas cuantas promesas, y colgamos. Él tiene un trabajo aún más demandante que el mío. Salgo de la cama. ¡Voy en camino a un día de locura! *** Cuando entro en Hillerman Bros, Sharon está en la recepción hablando con un cliente. Discretamente, me hace una señal para indicarme que tiene algo que decirme. En cuanto el cliente se aleja, me acerco. Parece emocionada. — ¡El jefe quiere verte, Eva! « En cuanto llegue » precisó. ¡Ay! ¿Qué pasó? Pregunto: — ¿Es algo bueno o malo? — Creo que bueno... Estaba sonriendo... La información es importante, el gran jefe es tan serio que tiene la reputación de reír cada vez que se quema. Es la primera vez que me convoca de esta forma. Su secretaria particular me anuncia sin esperar más. A mi entrada, Joe Hillerman, el cincuentón barrigón, con el tono tan pálido que parece enfermo, siempre vestido de franela obscura y una corbata gris perla, esboza un intento de sonrisa. ¿Hoy está de buenas o qué? — Tome asiento, dice señalándome el sillón frente a su escritorio. Lo obedezco. Él pone sus codos sobre el escritorio, une sus manos frente a su boca. — Larry me informó acerca del caso del cual usted está a cargo para Men’s Health… Deja pasar un tiempo. — Creo que es su caso más importante desde que empezó a tener más responsabilidades, ¿no es así? Mantiene el suspenso... — Sí, señor.

— De hecho, ¿su nueva posición le agrada? ¿No tiene problemas con su asistente? — Mucho señor. ¡Para nada! Es decir... ¡Me enredo de forma lamentable! Reuniendo todo mi valor, termino: — Es decir que mi nueva posición me agrada y que no tengo ningún problema con Samantha. La sombra de su sonrisa se acentúa. — Había comprendido. No se preocupe. Nuevamente deja pasar un tiempo. Más largo que el primero. — Larry me informó, retoma al fin, que usted partirá en vacaciones a partir de esta tarde. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! — Sí señor, y... — Sólo tengo algo que aconsejarle, me interrumpe, ¡descanse y regrese en plena forma! Como lo miro sin decir nada, no muy segura de lo que debo comprender, agrega: — ¡Más casos la estarán esperando a su regreso, la necesitamos! ¡Uff! — Su estrategia para resolver los problemas de Men’s Health fue buena. ¡Bastante buena inclusive! De hecho, Larry cree que, desde hace algunos meses, usted ha tomado más confianza. Eso es algo bueno y quería decírselo personalmente. Así que espero que recargue sus baterías y regrese con miles de ideas para nuevos proyectos... Salgo de la oficina del director flotando en una nube. Las felicitaciones del gran jefe en persona me dieron un impulso. El resto del día pasa con un ritmo infernal, pero logro hacer todo lo que tenía pendiente. Archivos para Samantha, últimas recomendaciones para ella y hasta una visita express al abogado. A las cinco en punto, cuando Maxwell se anuncia, estoy al fin lista. *** Al día siguiente, la larga playa de la isla de Wabiratu se extiende frente a mis ojos deslumbrados. Cielo de un azul inmaculado, mar turquesa apenas agitado con un ligero estremecimiento y arena blanca hasta donde la vista alcanza. Detrás de la playa, algunas palmeras balancean suavemente su melena verde con la brisa. Sobre la colina, medio disimulada entre la lujosa vegetación, se perciben las blancas paredes de una vasta propiedad. La belleza del paisaje me deja sin voz. ¡Qué esplendor! Acabamos de llegar a nuestro destino después de quince horas de vuelo. En la última escala en Denpasar, el aeropuerto de Bali, tuvimos que tomar un helicóptero para llegar a la isla. Ésta es demasiado pequeña como para que los jets puedan aterrizar. De hecho, es demasiado pequeña para que siquiera haya un aeropuerto. Maxwell no es su único propietario. Wabiratu significa mucho para él, es ahí donde se refugia cuando quiere aislarse del mundo exterior. Así que ésa era la sorpresa que me tenía guardada. Lo abrazo fuertemente. — ¡Nunca había visto algo tan hermoso! Éste es un regalo magnífico... — Espera, esto no es todo.

En ese instante, un grupo de seis o siete indonesios aparece en la orilla de la zona de aterrizaje. La mayoría de ellos son niños. Todos nos hacen grandes gestos sonriendo. — Susilawati y su familia son los guardianes de la isla, me explica Maxwell. Ellos la cuidan cuando no estoy y, cuando vengo a pasar algunos días, me consienten como si fuera su hijo. Intercambiamos algunas palabras con ellos, luego nos dirigimos hacia la casa. Sin duda ésta es la sorpresa que Maxwell me tenía preparada puesto que es estupenda. Contrariamente a lo que pensaba, no es de un solo bloque, sino que se compone de cinco edificios que reproducen con un gusto exquisito la arquitectura balinense tradicional. Cada pabellón es diferente a los demás, y sin embargo, el conjunto irradia una armonía pacífica y refinada que incita a la meditación. Por medio de un inmenso ventanal, el más grande de los edificios deja ver una sala lujosamente amueblada que se abre al mismo nivel hacia una explanada con césped. Algunos lotos y rafflesias de tonos delicados rivalizan con los resplandecientes alhelís y jengibres indonesios. Los otros edificios contienen las suites destinadas a los huéspedes ocasionales. Pequeños arroyos poblados con peces gato corren por el césped. Ligeramente abajo, algunos escalones tallados en la roca dan acceso a una vasta piscina en la cual car una cascada artificial. Su burbujeo cristalino es el único ruido que perturba la serenidad del lugar. En el momento en que llegamos, un ave paradisiaca multicolor toma vuelo. ¡Es el palacio de las Mil y una Noches! Maxwell me toma de la mano. — ¿Vamos a la playa? Me cuesta trabajo alejarme de esta visión de ensueño, pero con él iría cualquier lugar. Bajamos el sendero por el cual llegamos. Los árboles con troncos enredados y follaje poco frondoso lanzan pequeñas manchas de sombra refrescante que el sol tropical atraviesa en algunos lugares. Y de repente, frente a nosotros, aparece la inmensidad del cielo y del océano simplemente interceptado por la línea amarillo pálido de la playa. Me quito las sandalias para dirigirme hacia la franja de espuma de las olas que rueda sobre el arenal. La arena caliente y suave me acaricia la planta de los pies. Así debió haberse visto el paisaje en la primera mañana del mundo. Como si estuviéramos en el alba de la humanidad. Volteo hacia Maxwell. — ¡Ven! Tiene un aire de gravedad. Su mirada color agua marina me observa con una expresión indefinible que nunca le había visto. Antes de que tenga tiempo de interrogarme, él pone una rodilla en el suelo y saca un estuche de su bolsillo. — Te amo, Eva. Sólo deseo una cosa, nunca había deseado algo con tantas fuerzas, que aceptes convertirte en mi esposa. Sé lo que has vivido y comprendo que no creas en matrimonio. Pero te amo tanto que estoy dispuesto a comprometerme para toda la vida contigo si quieres casarte conmigo... ¿Su mujer? Mi sorpresa es total. Sus palabras me conmueven hasta lo más profundo, acaban con las dudas que pudieran quedarme. Él no es como James, eso es seguro, y sabrá hacerme cambiar de opinión acerca del matrimonio. No puedo con tanta emoción. Mis ojos se llenan de lágrimas. No hago anda para contenerlas. ¡Es imposible que alguien sea más feliz que yo! Me da la pequeña caja con la marca Boucheron. Incapaz de pronunciar una palabra,

ni siquiera para decir que sí, me arrodillo frente a él. Nuestras manos se unen encima del estuche. Mis labios tiemblan, pero mi cabeza asiente varias veces. Con un movimiento que no tiembla y que significa « sí, sí, acepto, sí, sí, estoy de acuerdo ». Un movimiento cada vez más enérgico. En un mismo impulso, nos lanzamos el uno a los brazos del otro con una fuerza tal que perdemos el equilibrio y rodamos por la arena estallando en risas. Una risa mezclada de emoción que nos mantiene por varios segundos enlazados y felices. De pronto, un lejano ruido de voz se escucha. Algunas personas bajan por el sendero agitándose como locos, nos dirigen grandes señales, corren hacia nosotros. ¿Qué es? Bruscamente, reconozco a Bonnie y su hermano Harold, acompañados por Teddy y Lawrence, amigos de Maxwell que he visto dos o tres veces. No lejos de ellos, Beverly y Christopher, una pareja que conoció en Princeton, corre al lado de mis amigos Rachel y Michaël. Otros más. Todos nuestros seres queridos corren hacia nosotros para felicitarnos. Entre risas y lágrimas, volteo hacia Maxwell. — ¡eres mágico! — Pensé que te gustaría que tus amigos estuvieran aquí el día de nuestra boda. — Porque... ¿nos vamos a casar aquí? Radiante, asiente con la cabeza. Mis lágrimas se duplican. Balbuceo « sí, sí » pasando la parte trasera de mi mano por mis mejillas. Él me ofrece un pañuelo. — Sécate las lágrimas, hermosa, te amo demasiado para que llores... Un beso nos une. El primero que sella nuestra felicidad...

FIN

SOBRE LA AUTORA Originaria de Canadá, Lindsay Vance no pensaba dedicarse a una cerrara literaria. Nacida en 1986 en una pequeña ciudad cerca de Toronto, esta apasionada de las películas de gángsters deja muy temprano su ciudad natal. Parte a descubrir el mundo antes de enamorarse de Nueva York y permanecer ahí indefinidamente. Primero periodista de moda y después cronista literaria, termina por descubrir una nueva pasión: la escritura de historias que combinan romance, suspenso y aventuras. Publicada en las ediciones Adictivas, Secuestrada por un millonario es su primera novela.
Lindsay Vance - Secuestrada por un millonario 1-2-3

Related documents

109 Pages • 49,106 Words • PDF • 943.2 KB

31 Pages • 1,478 Words • PDF • 1.1 MB

111 Pages • 27,899 Words • PDF • 1.6 MB

70 Pages • 3,489 Words • PDF • 9.4 MB

193 Pages • 50,621 Words • PDF • 5.4 MB

16 Pages • 20 Words • PDF • 1.4 MB

109 Pages • 38,070 Words • PDF • 1.4 MB

98 Pages • 39,168 Words • PDF • 750.6 KB

206 Pages • 75,595 Words • PDF • 1.1 MB

481 Pages • 209,719 Words • PDF • 10.8 MB