Para continuar la vida. El efecto terapéutico de los salmos en el proceso de duelo

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Para continuar la vida...

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Gloria Sierra Uribe

Para continuar la vida... Vivencia personal, familiar y terapéutica en caso de suicidio

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Dedicatoria Dedico este libro a mis amigas y amigos, compañeros de viaje y portadores de vida. Con cada una de ellas y ellos he encontrado razones suficientes para argumentar mi existencia. Gloria

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Prólogo Resulta una responsabilidad y un honor prologar uno de los trabajos de quien, durante tantos años, he admirado y reconocido por su fervor y absoluto compromiso con la vida de aquellos que, por alguna razón, han tenido la oportunidad de conocerla desde su espacio terapéutico y en la cátedra, bien sea como amigos o colegas. En esta oportunidad, la autora nos lleva cálidamente, de la mano −tanto a profesionales de las ciencias humanas como a personas del común que, por distintas circunstancias, se encuentran interesadas en el tema−, hacia una realidad dolorosa y cotidiana, como es la del suicidio. Realiza una sucinta conceptualización sobre los tipos de suicidio; elabora una propuesta de categorías del mismo, ejemplificadas de manera anecdótica, y por último, hace un análisis de sus causas y pone en evidencia la necesidad de una mirada multidimensional, que contribuya a entender este hecho tan desgarrador, y al tiempo, tan recurrente en nuestra sociedad. Además, presenta las condiciones, características y herramientas que, en los espacios terapéuticos, permiten, a los dolientes, entender y asumir su parte, para continuar la vida, a pesar del dolor, los sentimientos confusos y la sensación de impotencia, y a los profesionales, hallar espacios de reflexión en los cuales puedan preguntarse por su quehacer. Por ultimo, nos regala un cuento en el que pone de manifiesto su apuesta por la vida. Éste es también un pretexto pedagógico para reiterar lo que nos propone al dar pistas terapéuticas y preventivas: el tema del aplazamiento de la decisión propia y la decisión otorgada al otro; finalmente, la posibilidad infinita de muchas salidas para una misma situación. Hablar de la muerte desde la vida es posible y esa es la invitación que nos hace Gloria Sierra Uribe. Ella nos acerca a la lectura comprensiva de esta experiencia tan desbordante −que cuestiona los distintos estamentos de nuestra sociedad−, no para justificarla, ni para juzgarla, sino, básicamente, para proponer salidas que ayuden a unos y otros a seguirle apostando a la vida. Jarlin Sulelly Díaz Gómez Trabajadora Social - Especialista en Salud Mental

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Parrágrafe

El suicidio es una solución eterna para lo que, a menudo, no es más que un problema temporal. E. Rigel, 1988

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Introducción En el recorrido de los duelos, el suicidio es, sin lugar a dudas, el camino más espinoso para andar. Los familiares quedan atrapados en un sinfín de preguntas que nadie puede contestar. Los sentimientos de culpa y la sensación de que la tragedia se hubiera podido evitar son las constantes en el proceso luctuoso que se vive al interior de los hogares. Éstos, como es de esperarse, no se unen, por el contrario, los reproches van y vienen, quizá como una forma de sacar el dolor que agobia. Al repartir la culpa, la persona tiene la sensación de descanso, situación que es diametralmente opuesta a la realidad. La familia se fragmenta y un dolor interno de no comprensión y vacío acompañan estos duelos que requieren ser mirados con detenimiento. No es suficiente querer acompañar, es necesario tener una formación terapéutica y de asesoría para poder guiar, en forma acertada, este evento devastador en la estructura y dinámica familiar, social y personal. El recorrido que inicias, parte de una pequeña conceptualización sobre los tipos de suicidio y sus categorías; posteriormente, intentaré enunciar algunas causas de esta situación compleja y multidimensional, luego miraremos la diferencia en el ciclo vital, puesto que es muy distinto el suicidio de un niño, al de un joven o un adulto. Después, me aventuro a delinear unas pistas en prevención, en los ámbitos más cercanos como la familia, la pareja, la escuela y más allá, la sociedad. Al final del libro encontrarás una reflexión sobre el acompañamiento terapéutico, desde una postura epistemológica y teórica humanística, retomando algunos principios de su fundador: Carl Rogers. Finalmente, ofrezco una propuesta de terapia, que pretende ser una guía en esta difícil tarea. Como anexo, encontrarás un hermoso cuento. Fue inspirado en la película el Refugio de los suicidas y en esencia, considero que recoge mi sentir en esta apuesta personal que tengo en la conservación de la vida. No te lo pierdas.

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CapítuloI

Los rostros del suicidio

¿Qué es el suicidio? Etimológicamente, el suicidio, proviene del latín sui, de sí mismo y cidium, asesinato; también se le designa como autólisis vocablo procedente del griego auto: de sí mismo y lisis: disolución. En la historia se encuentra que, desde la Grecia antigua, se discutían posiciones filosóficas para condenarlo o justificarlo. Para Sócrates, es un atentado contra los dioses, únicos dueños de la vida y del destino de los hombres, aunque reconoce que la muerte constituye la liberación del alma y del cuerpo; para Platón, el suicidio es una cuestión que supera lo religioso, aunque lo comprende como una conducta que va más allá de las normas legales, religiosas o políticas. Aristóteles considera que el suicidio es, principalmente, de tipo sociopolítico y afirma que es una cobardía1. Al analizar los tipos de suicidio se hace más comprensible lo relacionado con el deseo de disolución de sí mismo o de asesinato “autoinflingido”, categoría ésta necesaria en el análisis de los procesos de duelo. Tipos de suicidio En la literatura existen diversas clasificaciones dependiendo de la disciplina desde las cuales se realizan: psiquiatría, sociología, antropología, filosofía, o psicología. Propongo una que he logrado establecer, luego de muchos años de aproximación terapéutica e investigativa en esta temática, y la acompaño con casos significativos que permiten una mayor compresión. Mi pretensión con este libro es la de elaborar una reflexión y sensibilización ante la problemática, con un único objetivo: la conservación de la vida, tarea que estoy segura nos compete y nos compromete a todos, por fortuna.

Los suicidas del más allá… 8

Podría pensarse que el suicidio siempre es un evento premeditado y que tiene un largo período de incubación hasta llegar a la decisión final, el cual involucra la forma, el lugar y el método como se llevará a cabo. Aunque esto, en esencia, es cierto, lo es también el hecho de que este último acto de la existencia, algunas veces, obedece a un impulso repentino, a una decisión precipitada por una situación desbordante para la persona o, en muchos casos, a una sensación inconsciente de querer matar el dolor o el problema, pero sin intención de eliminar la existencia. Es algo así como suponer inocentemente que por dentro va a desaparecer esa dolorosa sensación que no podemos resistir y que luego regresaremos triunfantes sin el peso de aquello que nos agota y que nos hace daño. Es increíble, pero así funciona a veces nuestro sistema emocional y si además, de por medio está un argumento de sufrimiento injusto, entonces, la fantasía es doble: por una parte, de querer desaparecer el dolor y por otra, de que el otro, o los otros, se arrepientan del daño que nos hacen o que suponemos que nos hacen, y de una vez por todas nos valoren y nos den nuestro lugar amoroso y afectivo. Esta fantasía es usual en motivaciones de suicidio por problemas de pareja o de conflictos intrafamiliares, cuyo principal protagonista suele ser el adolescente. Las personas con tendencias suicidas creen que pasarán a mejor vida, que en el más allá sí van a tener todo lo que se merecen y que los otros no les dieron; piensan que allá sí los entenderán2. Para este grupo de suicidas, la idealización permanente es la muerte como un encuentro con el paraíso y supone que la recompensa de vivir en este valle de lágrimas, llega en el momento de dejar de existir. Se puede fácilmente identificar este imaginario en comentarios tales como: “Al morir uno realmente descansa”, “cuando me muera, ustedes sí van a extrañarme”, “sólo van a saber de mí cuando ya no esté con ustedes”, “esta vida no vale la pena ser vivida”, “todo aquí es sufrimiento”. Encontramos aquí suicidas teológicos, confundidos con la necesidad y urgencia de confirmar la existencia de Dios: “Si Dios existe, lo confirmaré personalmente”3.

Suicidios de liberación Las personas que se sienten agobiadas por una situación inmanejable, ante la cual no encuentran soluciones reales ni viables en el tiempo, sienten que el suicidio es una excelente decisión en la resolución del conflicto. Pueden, incluso, en forma anticipada sentir el descanso de que por fin van a dejar de sufrir por la crisis que están atravesando. La liberación es real porque la situación es real, y lo más real para la persona que la está padeciendo es no encontrar la posibilidad de resolución al mediano y corto plazo. Algo a tener en cuenta es que estos problemas, por grandes que sean o parezcan, sí tienen solución, sin embargo, quienes los están viviendo no la encuentran y su mundo psíquico se desborda al no poder tener claridad mental y no vislumbrar el camino. La muerte se convierte, de este modo, en una estrategia para “salir del problema”. Es más 9

grande la crisis que la vida o, como diría Miguel Hernández ante la tristeza de una pérdida: “Me duele más tu muerte que mi vida”4. La solución tampoco llega con la muerte, especialmente, cuando el problema es de índole económico, como lo estamos presenciando en los últimos tiempos. Existe el caso −tristemente recurrente− de un padre de familia que, desesperado por una quiebra económica, se suicida y después, la familia ni siquiera puede cobrar su seguro de vida, dado que en la letra menuda del contrato con la aseguradora dice que el seguro no puede ser cobrado sino algunos años después de la muerte del asegurado, cuando la causal de la misma es el suicidio. El padre, en su angustia, opta por el suicidio para salvar a su familia de la quiebra y pasa desapercibido este detalle del contrato que había firmado5. El resultado: la familia queda llena de deudas y tristeza. Tampoco es el amor un argumento que justifica el suicidio. Seguramente, en momentos de desesperación, una persona puede sentir que es imposible vivir sin su ser amado, pero si se da la oportunidad, poco tiempo después expresará: “¿Cómo pensé en matarme por ese amor?”. Así las cosas, este suicidio, como cualquier otro, no se justifica desde ningún punto de vista, pues todos los problemas tienen solución o como diría sabiamente mi padre: “Y si no tiene solución, no hay problema”. El suicidio de liberación es argumentado por las personas que lo consuman, quienes, regularmente, escriben notas suicidas6, en esencia culpabilizantes, que dejan a quienes el suicida señala como responsables, en una situación emocional de hondo dolor. Estas notas se convierten en un valioso instrumento de ayuda terapéutica para el entendimiento del proceso de duelo, como lo veremos más adelante. El suicidio por liberación, en algunos casos, también está tristemente acompañado por decisiones funestas de solución masiva del problema (en forma colectiva); por ejemplo, ocurre cuando un padre desesperado considera −en su “patología”− que lo mejor “es que mueran todos, así nadie sufrirá”. Comete entonces, un acto inicial de homicidio y, posteriormente, se suicida. Podríamos citar miles de casos de homicidio y suicidios pasionales o motivados por condiciones de máxima tensión social, psicológica o emocional. Me permito narrar la historia de una mujer que, ante una crisis económica de proporciones inmanejables (múltiples deudas, el robo reciente de un taxi familiar, única vía de mantenimiento y sostenimiento), decide acabar con la vida de sus dos hijos (de 8 y 6 años) y luego con la suya. Para lograrlo, utiliza un juego con sus hijos, el de la gallina ciega. Les venda los ojos, coloca una cuerda alrededor de su cuello, sube uno a uno a una silla, ella hace lo mismo, alista su propia cuerda, bota al piso la silla de sus hijos y posteriormente, realiza su ahorcamiento. La cuerda del niño pequeño era una corbata del padre que cede y el nudo se suelta, así, el pequeño cae al piso y en una acción desesperada intenta bajar al hermanito de la cuerda, pero el peso y la altura no se lo permiten; dos horas más tarde, el padre regresa a casa, luego de estar buscando todo el día una opción laboral, y se encuentra con la cruel escena. La madre, seguramente, en su idealización patológica, deseaba irse a descansar con sus hijos, los cuales eran su 10

responsabilidad en la vida. ¿Fue una solución liberadora? ¿Qué va a pasar con los sobrevivientes? ¿Cómo será el duelo para padre e hijo luego de este hecho traumático e injusto que moviliza un sinnúmero de emociones y sentimientos? ¿Cómo podrán las dos familias de origen asumir esa fatal decisión de una madre desesperada y agobiada? ¿Qué argumentos emocionales se tienen para hablar con la madre, abuela, suegra y demás familiares? ¿A quién responsabilizamos del evento? ¿A los ladrones del taxi? ¿A la sociedad que no puede dar respuestas viables ante las crisis económicas de los ciudadanos? ¿A los familiares por no haber sospechado que algo así podría pasar?, ¿al marido por salir a buscar trabajo? Son muchas las preguntas que surgen y lo más difícil, pocas las respuestas que se dan. Mi reflexión está centrada en el tiempo y en las secuelas que un evento de tal magnitud genera para esta generación y las generaciones venideras. Si asumimos el enfoque transgeneracional7, que postula que los suicidios se transmiten por vía del inconsciente familiar, aunque no podamos afirmar que existe una posibilidad determinista8, sí podemos deducir que se da una mayor probabilidad de “resolver el problema, como lo resolvió mi abuelo”. De hecho, en la elaboración de las historias “clínicas”9, insisto en obtener información de estos eventos en generaciones anteriores y, especialmente, acerca de quién fue el suicida. La razón para ello es que, dependiendo del vínculo, del rol desempeñado y del género, la opción es mayor en quien tenga la influencia directa. Según lo planteado por Schützenberger, si el suicida fue un padre de familia y la razón fue, entre otras, un problema económico, el hijo mayor será más vulnerable ante esas situaciones, por lealtad familiar, pues en su estructura inconsciente está la información de cómo se resuelven de raíz los problemas económicos. El mayor móvil en los argumentos de estos tipos de suicidas es la soledad en la que se sienten inmersos. Pueden estar acompañados por muchas personas, pero lo que sí es cierto es que no sienten ninguna contención emocional ni soporte social y familiar real; además, no quieren ser un problema o una carga para nadie; eso incluye a los hijos, al cónyuge, al compañero o compañera, ante lo cual, lo mejor es “acabar con el problema”, definitivamente. Otro argumento que se encuentra ante el suicidio es la infidelidad, factor causante de inmensa rabia y dolor, desencadenante de actos irracionales, furias pasionales que, como es de suponer, dejan demasiado resentimiento en las familias involucradas. Una razón frecuente es la vergüenza social (el qué dirán): la situación vivida no puede ser mostrada socialmente y esto hace que la persona se sienta sin las fuerzas suficientes para afrontar tal evento: una estafa, un asesinato, una enfermedad vergonzosa (cuando ninguna en realidad lo es), pueden ser los detonantes; o, como lo veíamos en el caso anterior, otra razón suele ser no poder “mantener una familia, ni poder cumplir con los compromisos adquiridos”. Seguramente, luego del incidente narrado, surgieron expresiones tales como: “si ella nos hubiera llamado…”, “¿por qué lo hizo?, nosotros le hubiéramos ayudado de algún modo…”, etc. Sólo que la persona agobiada por el 11

problema ya está muerta y se llevó consigo también a su hijo. Los suicidios de liberación son muy dolorosos para los sobrevivientes porque, como analizaremos en el capítulo que hace referencia a duelo y suicidio, dejan una culpa muy grande en las personas cercanas al suicida, por no haber estado en el momento justo y no haber visto lo obvio, o no haber intuido o sospechado que algo así podría pasar y podría haberse evitado.

Los suicidios ordenados En esta categoría se encuentran los suicidios de enfermos mentales, especialmente los psicóticos10, que viven alucinaciones auditivas o visuales, y cuya acción o acto suicida se realiza porque están cumpliendo una orden dada por la voz que les susurra al oído. Estos casos son muy tristes porque, con una medicación psiquiátrica, se habrían podido evitar. Los otros suicidios ordenados son los que se conocen como colectivos, en los cuales, un líder, ejerciendo una fuerte presión emocional y psíquica, logra que sus seguidores consideren que las palabras por él anunciadas sean asumidas como verdades absolutas sin ponerse en duda sus lineamientos de vida o de muerte. Así las cosas, la voluntad de los discípulos o adeptos a los principios y postulados de “El elegido” será obedecida sin cuestionamientos. Los mayores casos de que se tiene conocimiento están ligados a sectas o movimientos de corte metafísico, los cuales buscan otra vida después de la muerte o la redención o glorificación del alma. Los duelos, en estos casos, son de difícil elaboración porque la emoción fundamental que se evidencia en la familia es la rabia dirigida, como es de suponerse contra el “Mesías” o líder del grupo. No deben olvidarse las prácticas suicidas de algunos adolescentes y jóvenes que hacen pactos y verbalizan su compromiso de muerte y suicidio. Se ven obligados por la presión grupal y por orden de ésta a terminar con su vida. Se conoce de ritos y cultos en los que estas prácticas deben ser cumplidas en honor al colectivo. En algunas comunidades de sicarios, el no poder cumplir con el “trabajito” supone que el practicante no merece estar dentro del grupo y se le presiona a cometer el acto suicida. Los suicidios religiosos de autoinmolación son suicidios que, aunque parecieran decisiones propias e individuales, no lo son, pues, en tanto se pertenece a una cultura y a una ideología en la que se es héroe y mártir por cometer tal acto, la voz del colectivo y la afirmación en la gloria eterna son suficientes para consumar el acto suicida, con fines de terrorismo o de resistencia. Existen otros suicidios dictados u ordenados que, realmente, son un homicidio encubierto, en el que una persona obliga a otra a ejercer acciones que atenten contra su existencia y que, en la mayoría de los casos, terminan con un suicidio consumado. Éstos se hacen bajo presión y fuertes amenazas no sobre la vida del sentenciado sino sobre sus 12

seres amados. Se tiene conocimiento de varios casos de estos eventos tan lamentables, sólo que las investigaciones legales a que dan lugar, no permiten su divulgación, por ello narraré el relato de un consultante, luego de realizar su psicogenosociograma11. Los protagonistas –tres generaciones atrás (todos muertos)– y lo transmitido que, según mi consultante es una “fuente clave”, pueden acercarnos a entender lo que estamos planteando: Mi bisabuelo era un hombre de 1.75 cm de estatura, negro, “bien plantado”, que siempre se sintió orgulloso de ser quien era, un fiel descendiente de los africanos, sólo vivió 17 años y su único descendiente fue mi abuelo. Su muerte trágica fue la bendición de los padres de mi abuela. Ellos, según cuentan, sufrieron mucho con esa relación: al bisabuelo, un hombre de ascendencia española de rango y abolengo12, propietario de todas las tierras que podía ver en el horizonte, le fue muy difícil sobreponerse al embarazo de su primogénita, fruto de la relación con un “negro”, trabajador a destajo de su hacienda y descendiente de esclavos que, en algún momento no muy lejano de la historia, había sido propiedad exclusiva de sus ancestros. Para mi bisabuelo era indispensable impedir definitivamente la unión de su hija con “ese hombre”. Relatan los que le contaron a mi consultante, que este hacendado, sin escrúpulos, solicitó gentilmente a su empleado que se quitara la vida y que, a cambio, le permitiría a su hija tener el fruto de ese “amor”, garantizando así que su muerte tendría algún sentido. Según narran, este hombre no dudó en hacer lo solicitado por su “amo” y luego de hablar con un sacerdote, quien trató de disuadirlo, dejó una nota a la madre de su hijo y en la oscuridad de esa misma noche se ahorcó cerca de la finca de su patrón y de su amada. Este relato, que suena a novela, en realidad no lo es. Además, como lo veremos ampliamente en el libro de vínculos de pareja, eso de atreverse a tener hijos con alguien prohibido era un claro peligro, especialmente, por el castigo que en su época era el destierro, propiciado por demás, por las autoridades eclesiásticas y civiles de la época. Conocer este secreto fue muy importante para mi consultante, puesto que pudo entender por qué tenía y tiene una obsesión casi enfermiza con la justicia. De profesión, abogado penalista, se especializó, sin saber por qué, en sucesiones, en manejo de testamentos y su oficio principal es hacer reparticiones de bienes que, a su entender, deben ser justas. Su mayor obsesión son los hijos ilegítimos y sus herencias porque, como se sabe, los testamentos escritos son de carácter afectivo, siendo la ley y sus códigos los que en última instancia definen el destino de los bienes del difunto. Este caso demuestra que no todas las páginas de nuestro libro están en blanco cuando nacemos y que la historia de los ancestros forma parte de nuestra historia, seamos conscientes o no de ella. Últimamente, una de las causas en las que anda este abogado, a quien poco quieren sus colegas, son los derechos civiles de los homosexuales y de los discapacitados mentales. Luego de desentrañar su historia se ha afianzado su decisión de lo que desea hacer; él 13

afirma: “en honor a ese negro voy a trabajar por los excluidos”. Mi paciente no regresó a terapia. Sé de sus logros gracias a los medios de comunicación y porque recientemente le solicité su autorización para este relato, a lo que respondió: “Si le sirve a alguien para hacer justicia, hazlo Gloria”.

Suicidios de mentira Estas personas se suicidan con la esperanza de estar en las honras fúnebres y ver toda la aflicción que están causando en los familiares o en las personas que en vida los hicieron sufrir. Son suicidios motivados por venganzas emocionales. La fantasía de resucitar en medio del entierro es inconsciente, pero se tiene, así como el goce por el dolor del otro. Este disfrute es anticipado y hace que el hecho sea premeditado; su principal móvil es la rabia. Las notas en este tipo de suicidio son muy culpabilizantes. Son suicidios de adolescentes o de personas con mucha debilidad emocional13, personas con poca estructura psíquica, que siempre miran los problemas desde fuera, delegando en otros su felicidad o infelicidad. Por tal razón es tan fácil para ellos dar el rótulo a los otros de: “Tú ya no me haces feliz”, “me mato para que tú sepas lo que perdiste”, “ahora es tu turno de sufrir”. No podría afirmarlo, pero los vínculos de pareja o noviazgo en los cuales aparecen chantajes emocionales de suicidio ante el abandono, son los mayores candidatos a cometer este tipo de suicidio. Recuerdo a una de mis estudiantes de psicología en sexto semestre. Su novio del bachillerato, quien no estudiaba, ni hacía nada, sólo esperaba que ella llegara de la universidad a suplir sus carencias afectivas y a que, cotidianamente, ella le confirmara que seguía siendo la misma, pese a que ésta avanzaba cada día en su carrera. La joven participó durante mucho tiempo en ese juego infantil y regresivo. Cada día llegaba a la hora acordada para no hacerlo sufrir, pero también, cada día veía con mayor claridad el vínculo enfermo e infantil en que se encontraba. Por miedo, no se atrevía a cuestionar y, menos aún, a terminar con la relación. Luego de pasar por varias asignaturas que le fueron develando su problema, se confrontó con su proyecto de vida y descubrió que su mayor dificultad era este noviazgo. No tenía nada en común con ese joven de 20 años (cronológicos pero 6 años emocionales), con ese niño demandante, absorbente y dependiente del

amor, en etapa simbiótica afectiva14. El temor era grande, no obstante, un día la muchacha decidió hacer la primera aproximación a la ruptura, la primera reacción de celos fue terrible. Su novio profería expresiones como: “¿Con quién estás saliendo, quién es más importante que yo?, tú me humillas porque yo no voy a la universidad, porque no tengo el dinero que tú tienes”. En realidad, ella no tenía a nadie, lo que sí tenía era un profundo cansancio y unos deseos inmensos de volar. 14

Las escenas de celos y de persecución en las zonas aledañas a la universidad fueron un martirio. Sus compañeras de clase, conocedoras de la situación, le avisaban cuando lo veían para que huyera, lo que incrementaba la rabia del muchacho y confirmaba sus hipótesis. Ella regresó a la relación con todas las promesas de una segunda oportunidad. Él prometió cambiar y ella hizo la advertencia de rigor: “Si vuelves a hacerme un escándalo es la última vez que me ves”. Esta “segunda luna de miel” duró un mes, él no cambió y ella cumplió su palabra, ante lo cual, él se suicidó. Este hombre no sólo se suicidó, sino que la forma en que lo hizo dimensionó toda su rabia e inmadurez: se disparó con un “changón”15 en el estómago, destruyendo la mayor parte de sus órganos vitales, pero el tiro no lo mató de inmediato: duró cuatro días en cuidados intensivos. Pude, personalmente, constatar las miradas y palabras de odio y de reproche de la madre del muchacho hacia la novia. Ella, en calidad de madre lastimada, jamás permitió que la novia se le acercara a su “bebé”. Antes de quitarse la vida, el joven escribió una nota suicida en la que afirmaba: “La responsable eres tú, ahora sufre, luego nos reuniremos en el más allá”. Estoy segura de que su fantasía era ver cómo la dueña de sus padecimientos tendría también su turno y que luego los dos, después de tanto sufrimiento, podrían por fin ser felices en la eternidad. Los días siguientes al deceso fueron agobiantes en la culpa y el dolor para mi estudiante, quien se cuestionaba a cada minuto su responsabilidad, sobre todo, por ser estudiante de psicología. Fue difícil y lenta su recuperación. La terapia y un grupo de mutua ayuda para sobrevivientes de suicidas, le ayudaron a elaborar su culpa, que luego se trasformó en rabia, y posteriormente, en recuerdo y aprendizaje. Años después me enteré de que esta psicóloga jamás ha querido ejercer en el área clínica, quizá afectada por la secuela, fijada en ella durante aquella experiencia, porque el suicidio de alguien siempre cambia la existencia de los otros. Estos suicidios, con connotaciones metafísicas (luego vendré por ti), dan lugar a un duelo difícil y a un suplicio en la búsqueda de alguien que dé respuestas, lo que hace que muchas personas sobrevivientes de estos actos suicidas acudan a “consultas” con un médium o con personas que dicen tener facultades para comunicarse con los seres del más allá. Lo cierto es que el sufrimiento se prolonga hasta que se demuestre la sinrazón de la culpa, ya que luego de muerto, el interlocutor se convierte en un fantasma, lo cual hace difícil la reelaboración de lo sucedido. Esto conlleva a decir, desde el punto de vista psicológico, que la persona sobreviviente, en algunos casos, puede morir de culpa y remordimiento, lo que se conoce en el lenguaje popular como: “Morir de pena moral”16.

Suicidio por lealtad En esta categoría encontramos los suicidios premeditados, pactados, especialmente 15

inspirados en novelas rosa o en amores prohibidos: la hermosa y trágica obra de William Shakespeare, con sus personajes amorosos y sufridos, Romeo y Julieta, ha sido inspiradora de miles de amantes en el mundo, que encuentran en su último acto, un final de fantasía y dan fin a la tragedia de un amor no comprendido, familiar y socialmente. Como lo veremos más adelante, en ocasiones, los adolescentes hacen pactos sagrados llegando a consumar su suicidio por lealtad al grupo y en cumplimiento de algunas promesas realizadas. Plantearé cómo algunas lealtades familiares invisibles17, referenciadas en apartes anteriores, hacen que algunos miembros acudan al suicidio para cumplir con el mandato familiar de una deuda transgeneracional. Categorías de suicidio Suicidio consumado Este tipo de suicidio es el que se logra realizar y la persona termina con su vida. Es importante decir que la persona que lo consuma, generalmente anunció el hecho o dio algunas pistas a las personas cercanas y éstas sólo lo entendieron posteriormente. También encontramos en este grupo a individuos que lo habían intentado y que, finalmente, encontraron el método adecuado. Este hecho de los suicidas recurrentes es necesario resaltarlo y trabajarlo en prevención porque, desafortunadamente, existe un mito generalizado de que aquel que tanto lo dice no lo hace y la realidad es que sí lo hace y lo intenta otras muchas veces; las autopsias psicológicas18 dan cuenta de ello. Al realizar un perfil post-mortem se encuentran muchas evidencias de que la persona amenazaba o simplemente verbalizaba su deseo de acabar con su vida, del mismo modo, se descubre que había intentos previos fallidos. Es preciso analizar esos actos aparentemente aislados de la adolescencia, época en la cual se presenta la mayor ideación suicida. Manuel siempre fue el excluido de una familia adinerada. En la ciudad natal lo veían como la oveja negra de don Rogelio, el principal tendero del pueblo: le tenían consideración porque, a pesar de su drogadicción, era un buen muchacho y, lo más importante, era “de muy buena familia”. Luego de sus crisis adictivas, de pasar días sin llegar a su casa, y ante los reclamos airados de su padre, Manuel les decía a sus padres: “Pronto descansarán”. Ellos no le creían y en silencio esperaban más un desenlace trágico de alguna “operación limpieza” de las que a menudo realizaban a los consumidores de droga, que un suicidio. Todos decían que él manipulaba, especialmente a la madre, con “ese cuentecito”. La madre, manipulable por demás, le daba todo lo que tenía guardado. Ella sabía que era para consumir droga, no obstante, “una madre, siempre es madre”; así fue como un día en el que toda la familia “feliz” estaba reunida en torno a la celebración del éxito de un partido de fútbol, Manuel pasó frente a ellos, por la sala principal y les dijo: “Que descansen”. Todos creyeron que, como siempre, dormiría veinte horas, comería y reiniciaría su ciclo de droga; sin embargo, se dirigió a la terraza ubicada en el quinto piso y desde allí se lanzó. El espectáculo que hubo con la caída fue de muy difícil elaboración. La culpa marcó y 16

dividió a la familia. Las opiniones se polarizaron entre los que pensaban que lo habían matado y los que sentían que él había decidido poner fin a su vida. Lo claro es que, un mes después, la madre de Manuel fue hospitalizada por una insuficiencia respiratoria, lo que obligó a la familia a replantearse las actitudes frente a lo acontecido. En este caso no es suficiente decir que el adicto era Manuel. Muy en el fondo, las familias reconocen que un miembro disfuncional es también responsabilidad suya, es lo que se conoce como síndrome del chivo expiatorio. No es lógico pensar que la familia es feliz y que todo lo ha hecho bien cuando uno de ellos es adicto y más cuando la madre ejerce conductas de “co-adicción”. Es cierto que “una madre, es una madre”, tomando la frase como signo de responsabilidad y de apoyo incondicional a los hijos; pero esta responsabilidad no debe ser malinterpretada hasta convertirse en una especie de pasaporte de la madre que le permite ocultar la realidad. En términos populares, esto significa “alcahuetear a su hijo”, pues, una persona, en tanto tenga a alguien que le sostenga la adicción (la madre o cualquier otro), será casi imposible de rehabilitar. ¡Cuánto daño hacemos, a veces, en nombre del amor en la familia! Si tan sólo pudiéramos ver hacia el futuro, las decisiones no estarían mediadas por el “pobrecito”. Por el contrario, se necesita una familia fuerte para que el adicto reaccione y al pedir ayuda se pueda mirar la posibilidad de la reestructuración de todo el sistema; no es fragmentándose como se ayuda, sino permitiendo el crecimiento y la responsabilidad de cada uno; así despejamos el camino. Las comunidades terapéuticas son enfáticas en este aspecto: si la familia no tiene unos lineamientos claros y todos los comparten, la adicción, en lugar de desaparecer, se incrementa, porque el adicto se beneficia de esa ambivalencia afectiva19 y comportamental de sus parientes. En el caso de Manuel, el padre siempre opinó que su hijo debería irse de la casa y si, en algún momento, pedía ayuda, él sería el primero en hacerlo, pero la madre y dos de sus hermanas opinaban lo contrario. Según ellas, era necesario apoyarlo con amor y oración; en la calle no le darían lo que medianamente tenía en casa: dormida, comida y dinero soterrado para el consumo. Lo que se infiere, entonces, es la disfunción existente en la pareja y en la familia, y cómo, en esa ambivalencia familiar, la persona queda atrapada y opta por una decisión radical: el suicidio. Finalmente, diré que las adicciones son multicausales y además, son, en esencia, un síntoma de una familia y de una sociedad enferma; manifiestan que la solución no puede ser la exclusión ni menos la inclusión con lástima y pesar. Éstas requieren, como es de esperarse, un abordaje interdisciplinario de profesionales expertos y de acuerdos familiares. La adicción es un drama humano que no debe terminar en el suicidio, pero por falta de elementos de juicio y ausencia de consenso familiar, termina lastimosamente así, en muchos casos.

Acto suicida (¿suicidio soterrado?) 17

Hace referencia a toda acción autoinflingida sea letal o no y se conozcan o no los móviles de la misma. En esta categoría y con la intención clara de abrir canales de prevención, es importante analizar algunas conductas que las personas realizan y que, al mirarlas con detenimiento, pueden perfectamente ser catalogadas como actos suicidas; entre ellas, podemos citar los siguientes comportamientos: conducir un vehículo a altas velocidades, en algunos casos, en estado de embriaguez; participar en competencias en las que exista una posibilidad de perder la vida (el juego de la ruleta rusa puede aplicarse para esta explicación); ingerir altas dosis de dulces, en el caso de pacientes diabéticos; el consumo de sustancias psicoactivas; ésta es, quizá, la mejor forma de ejemplificar el acto suicida. La persona no utiliza un método contundente y rápido, sino un método lento para conseguir su propia autodestrucción. En este caso, se sabe con certeza que se está acabando con la vida. Recuerdo una publicidad de hace algunos años realizada como estrategia preventiva frente a la drogadicción, decía: “La droga mata”. En esos días, yo realizaba algunos acompañamientos terapéuticos a un grupo de mutua ayuda de drogadictos y, con sorpresa, constaté que las recaídas de los enfermos fueron casi inmediatas. La publicidad impactó tanto que los consumos no solamente fueron retomados, sino que además fueron desmedidos. El análisis de lo que pudo haber sucedido arrojó una primera hipótesis, la cual partió de la afirmación de uno de los chicos que estaban en terapia. Él expresó: “Si esta cosa mata, hagámosle rapidito”. Su compulsión era evidente, lo que nos llevó a inferir que en el subconsciente o inconsciente del adicto existe claramente un deseo de muerte. Continuamos con las hipótesis y encontramos que en el comercial de televisión alusivo a la campaña mostraban a una persona que se iba deteriorando físicamente, segundo a segundo, lo que llevó a uno de ellos a manifestar: “Yo soy drogadicto, pero no quiero generar lástima ni pesar. Hay que morir pesando siquiera cincuenta kilos”. Fue realmente impactante el efecto que hubo en este grupo. El comercial, que se pensó como preventivo, y que seguramente apoyó y ayudó a que los no adictos no pensaran jamás en probar la droga, llevó a muchos adictos a un estado de aceleración de su proceso de adicción. El objetivo de prevención se logró, pero valdría la pena preguntarse si se pensó en el grupo consumidor. Es probable que la mirada sobre los adictos estuviera provista del prejuicio no tienen remedio, razón por la cual pueden haber sido olvidados a la hora de proponer la campaña. Finalmente, se deben incluir los adictos al tabaco, licor, y a la comida, entre otras. Todas ellas son, intencionalmente, conductas autoinflingidas que favorecen la probabilidad de muerte prematura. Algunos comentarios de las personas ante la solicitud o referencia de lo que están haciendo pueden darnos una visión de su intencionalidad autodestructiva: “De alguna cosa se tiene uno que morir”, “mi abuelo fumó toda la vida y duró ochenta años”, “el aguardiente es bueno para matar las lombrices”, “un cigarrillito no mata a nadie”. Para todo el trabajo preventivo es necesario elaborar unos protocolos de evaluación que incluyan claramente los actos suicidas así como los parasuicidas. 18

Actos parasuicidas Se conocen como todos aquellos actos no mortales que, en forma intencional, la persona asume al ingerir un medicamento en dosis superiores a la prescrita, autorizada o reconocida terapéuticamente. Esto puede ocurrir debido al desconocimiento de la acción de los medicamentos y por la famosa automedicación por situación referenciada. Esta práctica se guía por el siguiente razonamiento: “Si a mí me sirvió, a mi hijo, que tiene los mismos síntomas, le hará el mismo efecto”, reflexión que, además de ser falsa, es peligrosa. Se asume, adicionalmente, la combinación de los medicamentos, buscando beneficios secundarios. Por ejemplo, es una práctica regular, entre los estudiantes universitarios, tomar aspirinas y acetaminofén, con una buena cantidad de Coca Cola y café, como un mecanismo para forzar al cerebro a mantenerse activo durante la semana de preparación y presentación de exámenes, o realizar una mezcla de alcohol antiséptico con algún tipo de refresco, como una manera inocente e infantil de convertirlo en licor. Otras prácticas actuales que podríamos clasificar en las dos categorías anteriores, como acto suicida y parasuicidio, son aquellas en las que están incursionando los jóvenes, que toman droga veterinaria con el fin de experimentar nuevas sensaciones. Al ser interrogados acerca del por qué de su decisión, contestan: “Queremos conocer el límite, nos gusta esa adrenalina y sentir lo que les pasa a los caballos”. Tristemente, muchos mueren en el intento. Igualmente, tomar algunas plantas o frutos que generan estados alterados de conciencia −y por ello reconocidos como psicoactivos−, puede considerarse como una acción parasuicida. Tentativa de suicidio, acciones intencionales y conscientes. En esta categoría se registran todos los intentos de suicidio fallidos, sea porque el método utilizado no fue el más efectivo, o porque la persona fue encontrada por alguien a tiempo; o porque, luego de iniciar su acción suicida, ésta se arrepiente y pide ayuda. En esta categoría, la persona tiene una intención clara de poner fin a su vida, no lo logra y eso le genera varias posibilidades de reflexión. La primera reacción es una sensación de profunda frustración. Eso equivale a decirse a sí mismo: “Ni siquiera soy capaz de matarme”. Estos individuos son los futuros candidatos a volverlo a intentar, una y otra vez, hasta lograrlo. Otra reflexión es de vida, el individuo en cuestión se dice a sí mismo, algo semejante a esto: “Dios me dio una segunda oportunidad y me salvé, porque tengo una misión”, o algo por el estilo. Es posible que estas personas ingresen a grupos religiosos en los que se les refuerce esta creencia. En el fondo, se sienten culpables por haber intentado poner fin a su vida. Este grupo, de alguna forma, se salva y con el tiempo puede llegar a ser muy importante, por el apoyo que suelen brindar, con sus testimonios de vida, a personas en riesgo de suicidio. El mensaje es claro en este grupo: “La vida es de Dios y Él decide cuándo es el momento de morir”. Existe otro grupo en el que se encuentran los suicidas fallidos con secuelas físicas y psíquicas. Este grupo es de muy difícil manejo, por las condiciones emocionales que 19

presentan estas personas después del intento de suicidio. Alguien que se lanza al vacío de un cuarto piso y no logra matarse, pero queda lisiado, debe lidiar con una situación muy complicada: no quiere vivir, intenta quitarse la vida, no lo logra y, además, le toca vivir en una condición física de minusvalía permanente. Con respecto a este caso, traigo a colación el caso de dos personas a quienes he acompañado en este duro proceso. Una de ellas intentó suicidarse disparándose con un arma de fuego. Ella quería que todo el mundo se enterara de su dolor. Había sido abandonada por su amante, que además le era infiel, y por ello decidió darse un tiro en el corazón. La bala y su desconocimiento de la anatomía del pecho, unidos al pavor de la decisión, le jugaron una mala pasada: la bala se desvió y, en su recorrido macabro, destruyó todo lo que encontró a su paso; todo, menos la vida, así que esta mujer de 35 años pasó 6 meses en cuidados intensivos; perdió una buena parte de la funcionalidad de sus órganos vitales. La bala se depositó, finalmente, en la columna vertebral y le generó una condición de discapacidad irreversible. Su única movilidad actual depende de una silla de ruedas. Años después, esta mujer ha podido reestructurar su existencia. Sus dos hijos la acompañan en lo que ella denomina su calvario. Es una mujer multimedicada. Parecería estar supeditada a recordar que existen razones para seguir, lo cual, cada vez es menos nítido en su horizonte de expectativas de vida. La depresión, soledad, remordimiento y dolor están todos los días de su vida golpeando su puerta. Su compañero, que no es el padre de sus hijos, la acompañó durante los primeros meses y luego desapareció. Es complejo mantener una relación de pareja con una persona que no tiene claro si desea o no estar viva. El segundo caso, corresponde a un estudiante universitario, que luego de la pérdida del semestre y, ante el temor de la reacción de sus padres, especialmente de su padre, decide suicidarse lanzándose al vacío desde un puente peatonal de la ciudad. El muchacho elige una avenida demasiado transitada para no fallar en su intento. Esto podría leerse así: “Si no me mato en el salto, un carro termina el trabajo por mí”. Ni el salto mortal ni el carro fantasma lograron el cometido inicial, y este joven de 22 años, hermoso por demás, quedó en condiciones de salud lamentables. Fue necesario amputarle su pierna derecha por los estragos que hizo el vehículo que lo atropelló. Se están haciendo todas las gestiones para una prótesis, y en sus palabras se refleja su esperanza: “El día más feliz de mi vida será cuando pueda volver a caminar y me vea con los dos pies, sin este mochito”. Sé que su vida continúa después de ese episodio y que su tarea diaria consistirá en reinventarse, desde su interior, razones para que todos los días valga la pena ver el sol. Algo importante que se debe tener en cuenta en esta categoría es que algunos de estos actos suicidas son fallidos intencionalmente, es decir, que las personas que los realizan saben casi con certeza que no lograrán poner fin a su vida, pero también son conscientes de que los otros, especialmente los seres que aman, entenderán el mensaje, y acudirán a su encuentro. En términos psicológicos, la persona va detrás de la ganancia secundaria 20

de su acción. La más conocida de todas es el retorno del ser amado. La persona amada y perdida regresa, lo que no significa que se solucionen los problemas; seguramente, este regreso “falso y presionado” que, al principio puede parecer real, con promesas de “nunca más te abandonaré”, termina mal debido a que el chantaje y la manipulación lastimera no son los pasaportes más adecuados para establecer un vínculo de pareja sano20, al contrario, tarde o temprano el vínculo se rompe o los sentimientos de “estar atrapado” que padece el que retorna, son utilizados en contra de la persona que ejerce el chantaje. Un ejemplo de este caso puede verse claramente en la película Atracción fatal, en la que, el protagonista es infiel a su pareja con una mujer obsesiva. Ella lo manipula para mantenerlo a su lado, incluso, amenazando la integridad de su familia, hasta que el implicado se cansa y decide destruir a la mujer, llegando a límites insospechados. Ella amenaza al protagonista con matarse y matar a sus seres queridos, se convierte, entonces, en un ejemplo perfecto del suicida chantajista en potencia.

Ideación suicida En esta categoría podemos incluir todos aquellos sentimientos y pensamientos que las personas hacen tendientes a poner fin a su vida: desde pequeños comentarios en estados emocionales de irritabilidad o dolor, hasta las ideas más elaboradas que incluyen el método que la persona piensa utilizar, el día que ha planeado cometer el acto suicida. Incluso, en algunos casos, las personas arreglan sus “cosas”, escriben testamentos y redactan cartas o notas de despedida, es decir, se preparan para el final. Casi todos los seres humanos en algún momento de la existencia han realizado alguna mínima ideación suicida. De hecho, la posibilidad del suicidio da un cierto “alivio” a la raza humana, puesto que siempre tendremos un as bajo la manga, algo así como “si todo sale tan mal, me mato y ya”, es nuestra decisión, la última, pero es nuestra. La ideación suicida está acompañada de las fantasías de descanso, como de llanto y dolor de los otros cuando ya no estemos, también de cierto morbo post-morten, con relación a los vínculos y lo que será de sus cosas. La canción de J. Manuel Serrat da clara cuenta de esta categoría. Si la muerte pisa mi huerto, ¿quién firmará que he muerto de muerte natural? ¿Quién lo voceará en mi pueblo? ¿Quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal? ¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así? ¿Quién mentirá un padrenuestro y “a rey muerto, rey puesto” pensará para sí? ¿Quién cuidará de mi perro? ¿Quién pagará mi entierro y una cruz de metal? 21

¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral? ¿Quién vaciará mis bolsillos? ¿Quién liquidará mis deudas? A saber, ¿quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario? ¿Quién hablará entre sollozos? ¿Quién besará mis ojos para darles la luz? ¿Quién rezará a mi memoria, Dios lo tenga en su gloria, y brindará a mi salud? ¿Y quién hará pan de mi trigo? ¿Quién se pondrá mi abrigo el próximo diciembre? ¿Y quién será el nuevo dueño de mi casa y mis sueños y mi sillón de mimbre? ¿Quién abrirá mis cajones? ¿Quién leerá mis canciones con morboso placer? ¿Quién se acostará en mi cama, se pondrá mi pijama y gozará mi mujer? ¿Quién me traerá crisantemos el primero de noviembre? A saber, ¿quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario...? Con preocupación, encontramos, cada vez con mayor frecuencia, ideación suicida y verbalización de quererse morir en niños. Hace poco, una niña, de tan sólo 4 años, intentó quitarse su vida, utilizando una cuerda de guitarra de su padre. Al ser evaluada en psicología, dijo textualmente “quería terminar con todos los sufrimientos de mi vida”21. Esta respuesta tiene todo el dolor del mundo en un ser que, a su corta edad, sólo debería preocuparse por sus juegos infantiles y por inventar conversaciones diarias con su ángel de la guarda, antes de irse a dormir. Los adolescentes, grupo vulnerable a la ideación suicida, deben ser vistos con mayor detenimiento: sus cambios, la sensación de sentirse incomprendidos, aislados y sin espacios, con dificultades para establecer vínculos y desconociendo el futuro, el deseo de muerte, la ausencia de conectores vitales, su poca conciencia de la vulnerabilidad, y el miedo al fracaso, hacen que los adultos cercanos tengamos la lupa puesta y la distancia necesaria, para acompañarlos sin invadirlos. Las categorías descritas nos dan un panorama de las dudas y la angustia que vive el ser humano cuando piensa o lleva a la acción un deseo de suicidio. 11 Clemente, Miguel y González, Andrés. Suicidio una alternativa social. Biblioteca Nueva, Madrid, 1996, p. 38. 22 Esto se hace evidente en las notas de los suicidas, y tendrá una clara influencia nefasta y de mal pronóstico en los procesos de duelo. 33 Nota suicida, joven de 25 años estudiante de una facultad de ciencias humanas. 44 Miguel Hernández, poeta español, dedica un bello poema, titulado Elegía a un amigo que fue vilmente

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asesinado en tiempos de la guerra española franquista y que él no pudo acompañar a su entierro por estar encarcelado; el poema luego fue interpretado por Joan Manuel Serrat. 55 En cada país la norma es diferente, por ello no me aventuro a colocar un número exacto de años. 66 Notas suicidas. Ejemplo: “Cecilia es la única responsable de mi muerte, su infidelidad me llevó a la tumba”. Hombre de 49 años, Cecilia era su esposa desde hacía 20 años. El matrimonio tenía dos hijos. 77 Enfoque transgeneracional: postura teórica, planteada por Ancelin Schützenberger. A los interesados los invito a revisar el libro Ay, mis ancestros de la misma autora, en donde plantea claramente la herencia familiar traumática. 88 Determinismo: postura filosófica, según la cual, toda conducta humana está determinada por la cadena causa-efecto. En el caso de suicidio, no es literal esta afirmación, por el contrario, la herencia familiar es una de las muchas variables necesarias a tener en cuenta. 99 Se hace mención a la historia clínica por ser el término con que se designa con frecuencia esa recolección de datos, pero es necesario aclarar que en este enfoque humanista transgeneracional, se define como historias de vidas. 1010 Un estado psicótico hace referencia al estado de alteración mental en donde aparecen alucinaciones verbales y auditivas, con una máxima alteración de los estados emocionales y una abrumadora confusión. En tal estado, seguramente, el suicidio será una acción de la cual el responsable no lo es tanto, puesto que las ideas delirantes pueden ser una orden dada para quitarse la vida. 1111 Psicogenosociograma: la palabra proviene de genealogía, que significa: árbol genealógico, sociograma, que significa representación gráfica de los vínculos y psico que se refiere a las características de personalidad y formas de ser de cada uno de los integrantes de la familia. El psicogenosociograma incluye además, características, hechos sobresalientes, vínculos significativos, matrimonios, separaciones, divorcios, profesiones, alianzas, tipos de muerte, situaciones vergonzosas para la familia, etc. Finalmente, el psicogenosociograma comentado, es la historia de la familia en contexto, eso quiere decir, que se ubica la historia en los eventos sociales, políticos, ideológicos, religiosos y culturales de todas las épocas; se sugiere 4 ó 5 generaciones. Ancelin Shützenberger sugiere 8 generaciones, es decir, devolvernos en la historia 200 años. Con este consultante logramos acceder a la información cuatro generaciones anteriores. Los parámetros completos para la elaboración del psicogenosociograma en familia, pareja y grupo terapéutico aparecerán en el libro de pareja de esta misma colección. 1212 Rango y abolengo. El abolengo se refiere a la herencia y patrimonio que viene de los antepasados, especialmente, la descendencia de los nobles, y estos lo eran por su ilustre nacimiento, al no tener en su sangre impurezas, especialmente, en nuestro caso latinoamericano, al no contraer vínculos de consanguinidad con negros. También se era noble en España por gracia del príncipe que asignaba este rango a sus allegados. Dando lugar a una categoría social, que llegó a América por la conquista. El rango se determinaba por la categoría, jerarquía y condición social con que eran clasificados muchos de los personajes españoles en tierras coloniales y que se heredaban por vía de consanguinidad. 1313 Se entiende por labilidad emocional una alteración del afecto, cuya principal característica son los cambios abruptos y pérdida de control de los estados de ánimo: pasan en minutos de un estado de alegría, a un cuadro de depresión o pérdida de control; en estos casos es cuando se comete el acto suicida. 1414 Esta etapa simbiótica se caracteriza por ser la primera en aparecer en la dinámica de la pareja, y que da la sensación de que el otro es la solución a la existencia, los dos juntos para todos los planes y proyectos, encerrados en una urna amorosa, alejados del mundo, supliendo necesidades afectivas y de contacto, que pronto asfixiarán a uno o a los dos miembros de la pareja. En el libro de pareja de esta serie encontrarás todas las fases completas de los vínculos de pareja. 1515 Changón, arma de fabricación casera, que sólo tiene un tiro. 1616 Esta expresión hacía referencia a un dolor profundo invasivo que hacía que el doliente entrara en estado de depresión aguda, no volviera a levantarse, se enfermaba gravemente y moría. Es de recordar que aún no existían en el mercado las píldoras de la felicidad (antidepresivos). 1717 La lealtad familiar descrita por Ancelin Shützenberger, que a su vez retoma los conceptos de Bozsormendyi-Nagy, remite dos niveles de entendimiento. Uno sistémico, que refiriere las lealtades y justicias de un grupo familiar o social, y un sistema individual, es decir psicológico, en donde cada individuo establece sus

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propios patrones de lealtad y los cumple. Para el texto nos interesan los dos con énfasis en el sistema de lealtades familiares, en donde la autora plantea el libro de cuentas familiares, es decir, que recibimos, por herencia transgeneracional, las deudas de nuestros antepasados. En el caso de suicidio, se intuye que algo similar de pago de deudas puede acontecer, especialmente, en este tipo de suicidio por lealtad. Si se desea ampliación, revisar el libro Ay, mis ancestros de la autora, pp. 35-36; 71; 144. 1818 La autopsia psicológica es una herramienta legal, que en algunos casos solicitan las instancias pertinentes a las investigaciones, que permite realizar un perfil de la persona para evaluar si tenía posibilidades y rasgos de personalidad que la pudieran llevar a cometer el acto suicida. 1919 La ambivalencia emocional es una alteración del afecto que hace que una persona emita dos conductas o manifestaciones afectivas diametralmente opuestas a una misma persona; en el caso de la adicción, reproche, pero por otro lado, amor incondicional. La persona queda confundida, o también puede sacar provecho adicional de los integrantes del núcleo familiar, en especial, de los que son frágiles y no pueden tomar decisiones. En estos contextos, la familia se fragmenta en torno a una misma problemática, caso de Manuel. 2020 Todas las características de lo que es una pareja sana se encontrarán en el libro de pareja de esta misma colección. 2121 Esta historia se narró en el libro De la mano con los niños. Acompañamiento integral en el duelo infantil, en el aparte de suicidio y niños. Al lector interesado lo invito a leer ese capítulo.

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CapítuloII

El suicidio: Un drama ancestral

Características socioculturales, familiares y psicológicas de los suicidas Este aparte nos recuerda nuestro déficit en la familia, la sociedad, la pareja y en el terreno ocupacional. Por ello, aunque centraré mi análisis en características individuales, sería imposible intentar reducir un problema multidimensional a un listado de trastornos y alteraciones de la personalidad de quienes deciden acabar con su vida. No en vano, el sociólogo francés Emilio Durkheim (1897-1951), postuló la teoría de una sociedad enferma, en la que sus ciudadanos no pueden tener una vida sana y ese argumento de disfuncionalidad los lleva al suicidio. Para el mismo autor, este acto debe posibilitar una reflexión de la afección moral profunda (o síntoma de decadencia o desorientación social) de los individuos que optan por llevarlo a cabo como forma de romper con las normas impuestas por la sociedad. Lo planteado, entonces, no es la unicausalidad. Por ello es importante que las personas que nos dedicamos a la salud mental y a acompañar a familiares en procesos de duelo por esta problemática, logremos claramente señalar, a las personas involucradas, que la decisión no se dio por una sola razón, así el suicida pretenda hacerlo aparecer. Veamos un caso: un joven de 20 años dice en su nota suicida que la razón de su decisión es la infidelidad de su novia, a quien culpa por el hecho. Es verdad que lo último que sucedió fue eso, lo desbordó y no logró redimensionar su vida a partir de esta situación; sin embargo, es cierto que miles de jóvenes de 20 años tienen a diario rupturas afectivas. Lo interesante es constatar por qué para alguien es el epílogo de su existencia y para los otros, y otras, es sólo una experiencia más en su mundo emocional y de pareja. Analicemos con detenimiento cuál era la vida y la familia de Juan, cuál era su historia en sus vínculos afectivos, a qué se dedicaba, incluso, sería interesante y viable preguntarnos de dónde era (su origen también nos dará pautas), su religión, su ocupación y sus redes vinculares (amigos, comunidad, universidad, trabajo); del mismo modo, hemos de preguntarnos por sus pasiones y sus proyectos de vida; y seguramente, después de dar con las respuestas nos vamos a encontrar con muchas sorpresas. Ahora bien, la nota y su argumento final son válidos, en tanto son de él; no obstante, la realidad nos cuenta otra historia, y con esa información podemos claramente realizar el 25

mapa de escenarios, seguramente deficitarios, en los cuales se movilizaba Juan. La ruptura afectiva y la infidelidad de la compañera fueron detonantes en un mundo conclusivo y mal estructurado. Por ello, no podemos señalar una causa única y este hecho hace que la familia involucrada pueda disminuir en algo sus sentimientos de culpa; es obvio que no van a desaparecer, pero sí van a tener otra mirada. En terapia, suelo hacer con los familiares un mapa de escenarios para mirar en forma conjunta y diferencial cómo se movía la persona en ellos. En el caso de Juan, encontramos que era una persona sin amigos, con dificultades de permanencia en los empleos, casi todos estos informales, con una autoestima hecha añicos, un hombre que se sentía rechazado por las mujeres −según él, “por pobre”−, con una familia desestructurada, un padre abandónico y una madre sola (como tantas mujeres nuestras), que sacaba adelante los hijos, ayudada de una brújula, que no por estar nutrida en el amor, apunta siempre al norte. Añadido a todo esto, las perspectivas de acceder a una “buena” universidad eran remotas. Ana María, su novia, era su vida, desde hacía ocho meses, por ella hacía lo que fuera; pero su apego era desmedido. En varias ocasiones le propuso que se fueran a vivir juntos. Invitación a la que ella nunca accedió, pues él no tenía nada que ofrecerle. El fin de semana anterior al suicidio ella salió con compañeros de trabajo y bailó toda la noche con un compañero, quien a su vez le confesó sus sentimientos hacia ella. Ella, aunque gustaba de él, le dijo que tenía novio y que le era imposible tener una relación paralela. Al día siguiente, le contó a Juan lo sucedido. Él pidió detalles de la fiesta, y simplemente no le creyó, culpándola de haberle sido infiel. El domingo en la noche se ahorcó en el cuarto de su casa, dejando una nota en la cual decía: “No pude soportar la infidelidad de mi novia”. ¿Para quién es la tragedia?, ¿para Ana María?, ¿para la familia? Es importante poner este hecho en un contexto emocional, afectivo, laboral y familiar. El haber elaborado con la familia y con Ana María todo el contexto y la vida de Juan permitió que ella se liberara de la culpa: en terapia, a solas, me confesó que estaba cansada de una relación tan dependiente: “Yo era la mamá, la novia, yo era todo y eso me estaba matando; quizá fue lo que lo mató”. Con la familia, el análisis fue más difícil. Cada integrante, como es de suponer, culpabilizó a otro, dando como resultado una familia más fragmentada y disfuncional. Este aspecto será ampliamente desarrollado en otros apartes del libro.

Características sociales La patología social nos acerca a dimensionar que, cuando una sociedad está enferma, los individuos inmersos en ella también lo están. Esta situación no puede ser generalizada; la sociedad no es una masa amorfa, está mediada por un mundo hecho de interrelaciones entre sus miembros. Por ello, es necesario detenernos un poco en esta idea. Las características sociológicas nos darán pistas importantes en el análisis del tema 26

que nos ocupa. Haré referencia a la investigación del economista colombiano, Pedro Amaya, quien plantea que los cuatro principales problemas de Colombia son en su orden: la corrupción, la impunidad, la violencia y la ausencia de futuro de los jóvenes. ¿Cómo se interrelaciona la problemática de suicidio con este flagelo social que puede extenderse a toda América Latina? La corrupción, en esencia, genera problemas de inequidad social, pobreza, abandono de zonas y poblaciones vulnerables, acumulación de riqueza en manos de unos pocos, poca o ninguna conciencia de los bienes comunes, de lo público y ausencia de protección de lo colectivo. Desaparece la palabra nosotros y todo queda en manos de intereses particulares, el individuo se encuentra, entonces, sin la protección real, ni la contención suficiente por parte del Estado, cuya única misión sería: “Darle la certeza a los ciudadanos de que, ante situaciones de conflicto, les protege y acompaña en sus procesos”. El dios dinero hace de las suyas, los pueblos terminan con unos problemas sociales derivados de este flagelo, que son de dimensiones inimaginables en el mundo individual y colectivo; la fragmentación del tejido social, la pérdida de credibilidad y confianza harán que los individuos no tengan esperanzas; en el caso del suicidio, pierden un ente protector. Padecen orfandad de Estado. Unida a la corrupción, y como su hija legítima, está la impunidad, es decir que los robos a los colectivos, los miles de desfalcos al fisco, a la banca, y a todos los entes se quedan sin justicia, así como también la impunidad ante los actos delincuenciales atroces y de lesa humanidad que deja la guerra o la delincuencia común; los crímenes de estado, los crímenes políticos, estas realidades tan nuestras, son un detonante para arrasar con la vida. Frente a este panorama, el suicidio es perfecto para acabar con el callejón sin salida22, que estos problemas dejan a su paso. Para Amaya, la violencia es consecuencia de las dos anteriores y ocupa el tercer lugar. Son muchas las historias de nuestros pueblos en torno al asesinato, por el solo hecho de pensar diferente, opinar distinto o estar en el “lugar equivocado”. Hecho que resulta conmovedor. No olvidemos que el suicidio es un acto de violencia “autoinflingido”; es necesario decir que así como se penalizan las lesiones personales ejercidas contra otro, deberían preocupar las lesiones autoinflingidas y no sólo preocupar, sino acompañarse, puesto que la violencia se infiltra en nuestra mente y se convierte en un callejón sin salida. Mi mayor inquietud ante esta lista dolorosa que nos presenta Pedro Amaya es el cuarto problema: la ausencia de futuro en los jóvenes, triste realidad ya que es inconcebible que ellos hayan perdido la ruta, que no tengan un futuro digno y que los recursos individuales y colectivos sean tan frágiles. No se les puede pedir que den lo mejor de sí, bajo discursos de superación personal, insistiendo en que la fuerza interior será el pasaporte para llegar lejos: falacias del neoliberalismo y del individualismo, devastador discurso mentiroso y envolvente, que promete el éxito fácil, y que hace suponer que con golpes de suerte o con frases de cajón como: “Si él pudo, tú también”23, tenemos todo en 27

nuestras manos. Mentira que atrapa y entorpece el libre desarrollo de las personas, encadenadas en dar la medida de lo esperado en esa sociedad, en términos de individualismo y productividad, y que oculta que existen determinantes sociales y estructurales en general, que brindan todas las oportunidades a unos cuantos y muy pocas a muchos. Recuerdo la discusión planteada por uno de mis estudiantes cuando intentaba explicarle la importancia de la epistemología en el desarrollo de la carrera y en su formación como psicólogo: “Para qué nos engañamos, profesora, esa carreta no le sirve a uno de nada, usted cree que la epistemología da plata, enséñeme algo útil, yo necesito salir de pobre”. Aún no encuentro qué enseñarle para “salir de pobre” (hay tantas pobrezas disfrazadas de riqueza), su concepción realista y pragmática me dejó sin piso, en lo que, a mi manera de ver, era el inicio de una formación en las ciencias sociales y humanas. Este caso, en particular, me ha permitido dimensionar lo que está pasando por la mente de muchos de los jóvenes de hoy: dinero fácil, éxito en la música, en el deporte, y llegar tan lejos como el que más, esperar que la vida tenga reservados golpes de suerte. Todo ello, paradójicamente, se anhela en la inmediatez y sin mayor esfuerzo. Creen que hacerse músico es embelesarse con su cabello y saltar a un escenario, desconociendo las horas rigurosas de trabajo y disciplina que hay detrás de cada canción y detrás de cada músico exitoso. Se ha perdido el goce de la planeación y la tarea, por un interés excesivo en el resultado. La estrategia administrativa de los años 90 hizo su efecto y ahora los pasos para llegar a la meta importan realmente poco, a pesar de que ésta es cada vez más exigente y la apuesta de los adolescentes es cada vez menos comprometida. Una colega, con quien conversé recientemente, una mujer brillante en su desempeño laboral, con un doctorado realizado en el exterior, una experiencia ocupacional en ascenso y merecedora de un gran reconocimiento familiar y social, me relataba que su hija de 16 años, estaba, desde hace algún tiempo, presentando cuadros depresivos. Ahondando un poco en la posible vivencia de la joven, le pregunté cuándo terminaría su bachillerato. “En dos meses”, me contestó. Le pregunté, entonces, si sabía lo que la muchacha quería estudiar. Mi amiga me respondió: “Algo como música contemporánea; no sé cómo se llama”. Su respuesta empezó a darme pistas sobre el origen de las depresiones. Se remontaba un año atrás, cuando empezaba el drama de la elección de carrera, momento en el cual la presión familiar se incrementó para que estudiara algo que, según ellos, valiera la pena. Pregunté si habían tenido en cuenta sus gustos. Mi colega respondió: “¿Tú dejarías a tu hija estudiar danza o esas tonterías?”. Contesté afirmativamente y añadí que estaría profundamente interesada en que aquello que eligiera lo hiciera dando lo mejor de sí y permitiéndole, igualmente, equivocarse. La reflexión siguiente fue sobre los logros que la madre había alcanzado, loables, desde todo punto de vista. Sus padres, de ascendencia campesina, sólo fueron a la escuela primaria. Ella había realizado un doctorado. Es obvio que los había superado miles de veces; con razón, es el orgullo de su familia, pero, para que su hija la superara, ¿qué tenía que hacer, doctorado y posdoctorado? Esa es una carga delirante a los 16 años (y quizá a cualquier edad), esto, sin hablar de los éxitos del padre que también eran 28

innumerables. Natalia, la joven de 16 años, inició con su familia un proceso de acompañamiento. Al final de 5 sesiones, la decisión estaba tomada: danzas contemporáneas. La depresión desapareció y el apoyo y la valoración por la decisión fueron reales. Espero, en un corto tiempo, ver a una mujer realizada, no sé si exitosa como desean sus padres, lo que si sé es que recuperamos su sonrisa y sus sueños. El diálogo con la colega se convirtió en terapia y ésta en decisiones. Resulta fundamental que los adultos cercanos a los jóvenes no tengamos la estructura del “deberías” a flor de labios, sino la palabra posibilitadora de procesos. En esencia, necesitamos recuperar la fe en nuestros jóvenes, así el mundo parezca desalentador; nos queda una gran razón para vivir y generalmente ésta, es una pasión por algo. El que la encuentra encontró su ruta y sus coordenadas en el camino de su existencia, así fuera después de experimentar múltiples extravíos. Cada extravío, no lo olvidemos, es un peldaño, quizá oculto, para aquellos que tenemos el heroísmo de luchar por lo que amamos.

Características culturales El suicidio no se puede distanciar de la cultura, es necesario conocer los contextos en los que nos movemos para entender lo que sucede a sus moradores. Los profesionales de la salud y los académicos de una ciudad costera colombiana han presenciado, en los últimos meses, lo que ellos denominan la “epidemia suicida”. Maestros, adolescentes y jóvenes están optando por el suicidio como una forma de resolución de conflictos. Su experiencia les dice que el costeño no se mata; él tiene la alegría por dentro, la música que en ellos es del alma, les da las razones para no perder la esperanza; saben, además, que existe un mañana y que históricamente siempre han encontrado un atajo al dolor. La cultura, las ciudades, las estaciones, todo es necesario mirarlo cuando se trata de entender el suicidio. Existen ciudades anónimas, donde sus ciudadanos, como lo expresamos anteriormente, no existen, por ello, la cultura, contenedora o no, propicia ese mundo de desesperanzas y de ausencia de futuro; así, el suicidio también es anónimo. Sólo unos datos estadísticos fríos, emitidos por instancias legales dan cuenta de la cruda realidad. No podemos olvidar las decisiones de grupo. Hace unos años, en Colombia, se vivió una catástrofe en la percepción de futuro de sus indígenas, y ellos, ante una decisión gubernamental de desalojo de sus tierras, optaron por un suicidio colectivo. Los medios de comunicación, los personajes públicos y políticos entrevistados, opinaban que no había ninguna razón para esa decisión, lo que todos ellos desconocían o querían que los demás desconocieran era lo que significaba para los indígenas la tierra de la que iban a ser desalojados. Su filosofía y su cultura tenían una lectura diferencial de lo que significa el petróleo y la vida subterránea, comparada por ellos con sus venas, su sangre. Discurso 29

que, como es de suponer, poco importa a las multinacionales, interesadas en el oro negro de nuestro país, y en todos sus recursos naturales. Algo similar aconteció hace 500 años con el otro oro. Esa historia tampoco es “importante” para los gobernantes, pero para la comunidad sí. Su decisión colectiva ratifica lo dicho, las excavaciones iniciaron dos meses después sobre la tierra y sobre la simbología de venas abiertas de nuestros indígenas. El síndrome contagio tiene que ver con características culturales claramente establecidas. Los grupos poseen, además, múltiples identidades; muchos de ellos se relacionan, de igual forma, con lo que es conocido como la nueva cultura de la muerte. Me enteré de una preocupante situación por la solicitud de acompañamiento en campañas de prevención para suicidio, un hecho que jamás hubiera imaginado posible: en un pequeño pueblo colombiano, un grupo de jóvenes tomó la decisión de trastocar las fronteras temporales, alterando el tiempo. Según ellos, “vivirían a mil su existencia”. En sus palabras, significaba adrenalina pura, no entrar en depresión en ningún momento y, más aun, ser distintos; esta última, quizá, constituía la razón más excitante. El proyecto consistía en realizar un ritual de iniciación inmediatamente se cumplieran los 15 años, ritual de cambio de identidad, de nombre y de entrega absoluta a los designios del grupo, lo que significaba no tomar decisiones individuales o personales y renunciar a la familia de origen; desde su ingreso al grupo, la logia la reemplazaría. Lo que hacían con el tiempo era lo extraordinariamente sorprendente: por acuerdo colectivo decidieron que cada año cronológico nuestro (365 días) significaría una década. Además, se proponían vivir máximo 65 años, lo que significaba que vivirían 20 años en realidad. Eso, en sus términos, representaba ser “cucho”; quien llegaba a esta edad debería dejar el camino despejado para los nuevos adeptos (de 15 años) que inician su proceso. El final de la existencia a los 20 años, era el suicidio, como un acto digno, para dejar descansar el alma y el cuerpo. Este evento, salido de todo entendimiento, al hacerse público, prendió las alarmas de las autoridades y, especialmente, de los padres, ante la epidemia de jóvenes atrapados en este ritmo de vida por el cual ingresaban a un camino que no tenía tiquete de regreso. Las lealtades exigidas eran tan fuertes que nadie se atrevía a contrariarlas. La pregunta es: ¿a quién se le ocurrió algo tan psicótico?24 La respuesta nunca se supo, ya que vivían en una finca, haciéndose pasar por misioneros. Este grupo, simplemente, desapareció tan misteriosamente como había aparecido; lo que es cierto es que la fiscalía encontró en sus predios varios restos de jóvenes. Las investigaciones demostraron que todos habían terminado con la vida de forma similar: una buena dosis de cianuro combinada con cocaína, para que −en sus términos− “el viaje”, así como el encuentro con la luz fueran placenteros. ¿Qué hacían en esos 5 años o en esas cinco décadas? Vivían con toda su energía, cada experiencia era multiplicada. Sólo dormían 2 ó 3 horas, consumían sustancias alucinógenas para permanecer en estados alterados de conciencia. Para sostener ese ritmo de vida, cometían actos ilícitos; el principal era distribuir y vender drogas ilegales. 30

La vida era en éxtasis, los afectos y los vínculos tan transitorios como ellos, sus encuentros sexuales eran como asistir al mejor de los gimnasios para entrenar los músculos. Se les prohibía estar deprimidos, sólo podían estar auténticamente felices, viviendo en un paraíso soñado. La historia fue narrada por un adolescente que fue rescatado por su familia. Tiempo después, él mismo, desde la protección que recibió, denunció esta situación. No lo hizo en su ciudad porque la amenaza de muerte a los desertores se cumplía. El temor era inmenso, pero su familia logró ser escuchada desde el exilio. Al ser allanada la finca, sólo encontraron los rastros de un suicidio colectivo. Así se autoexterminó este experimento de locura. La historia es un relato de pueblo, con múltiples versiones, la más aceptada es que todo obedeció a una secta satánica, “algo endemoniado se les metió a esos muchachos en el alma”. Lo cierto del caso es el impacto emocional en los jóvenes de esta localidad, frente a lo cual oscilaban entre la tentación y el miedo, la búsqueda de lo desconocido y los deseos inmensos de pertenecer a algo y de encontrar algo diferente, ¡totalmente diferente! No se sabe del líder, supongo que al cumplir sus 65 años murió, en la misma forma: suicidio público, ritualizado, como homenaje y prueba de lealtad, siendo enterrado con honores por aquellos que también envejecían a su ritmo. Luego del hallazgo de los cuerpos y de escuchar todas las versiones, en el pueblo se produjo una ola de suicidios, en promedio, 12 jóvenes y un profesor de historia en un mes. Este hecho es lo que se conoce como efecto contagio, tan peligroso, que es necesario estar al tanto del mismo para hacer campañas de conservación de la vida. Con esta información, otros colegas y yo nos acercamos a un grupo de jóvenes para hablar de proyecto de vida. Muchos de ellos tenían una dificultad enorme con relación a la perspectiva de futuro. Resultó imposible que ellos pudieran hacer ejercicios en donde la proyección fuera superior a 5 años, sólo decían: “¿Quién de ustedes (refiriéndose al equipo de capacitación) nos puede garantizar que vamos a llegar a viejos?”. Ninguno de nosotros respondió, pues, no somos los dueños de la vida. Aunque es cierto que nadie puede garantizar la vejez del otro, imaginar que moriremos en la edad tercera, nos permite ir por la vida fabricando futuro y sueños. El caso anterior ilustra unas características especiales que jamás serán una generalidad. Lo que pretendo es sensibilizar al profesional para que se acerque a esta temática y esté dispuesto al análisis de esta inmensa posibilidad sociocultural, la cual puede consistir en la facilitación y validación del suicidio o por el contrario, en la construcción de vida. Sugiero que se realicen cartografías sociales25 que, con seguridad, nos darán luces de cómo se vive la cotidianidad y los códigos culturales y sociales de los barrios y las ciudades. Esta lectura social y cultural es necesario enmarcarla en el contexto de los seres humanos y la familia, por ello iniciaré el siguiente aparte con una definición de esta última.

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Características familiares Para este aparte retomaré la política pública por la garantía de los derechos, el reconocimiento de la diversidad y la democracia en las familias en Colombia. Aunque me he remitido a documentos expedidos por la Alcaldía de Bogotá, la información que estos aportan se aplica para cualquier país de América Latina, dado que las características de nuestras ciudades guardan muchas similitudes. Según la política pública: Las familias son una forma primordial de organización social, determinadas históricamente, en donde se construye social y culturalmente la filiación y el afecto. Son ámbito fundamental de humanización; unidades portadoras, creadoras y realizadoras de valores, sujetos colectivos de derechos, con capacidad para transformarse y trasformar su entorno y la sociedad de la que hacen parte. En el proceso de humanizar y socializar a sus miembros, las familias son el escenario básico para la constitución de subjetividades, soportan los proyectos de vida, producen y reproducen la cultura y satisfacen necesidades básicas a través de la provisión económica. Las familias y sus redes comunitarias de apoyo son fundamentales para la construcción democrática de ciudad, a partir de la gestión social, política, económica, cultural y ambiental de los territorios que habiten. Las familias, como redes sociales, son afectadas por las crisis que les imponen cambios y transformaciones, tanto en su organización como en su dinámica y estructura relacional interna y en sus funciones social, económica y política. Las familias reciben, asimilan, resisten y dan respuesta al impacto de las crisis propias de los contextos y momentos históricos en que se inscriben. Estos cambios y transformaciones dan lugar a una diversidad de formas familiares que no son fácilmente reconocidas por la cultura y las leyes26. Puntualizaré, además, que la familia tiene unos deberes especiales con sus miembros como: amor incondicional y contención emocional en situaciones de dificultad. Cuando estos no se cumplen, se inicia un proceso de fragmentación de la red familiar, haciendo que sus miembros entren en crisis, las cuales, en ocasiones, pueden ser sintomáticas, ya que algunas personas enferman, otras están asintomáticas o son latentes. La familia asintomática es la que nos da consciente o inconscientemente el pasaporte al suicidio. Pretender ahondar en el tema de las familias disfuncionales y patógenas sobrepasa el interés de esta reflexión; lo que es necesario decir es que han logrado identificar algunas características que permitirán hacer una ruta de entendimiento, tanto para la prevención, como para el acompañamiento de las familias sobrevivientes de esta situación. Iniciamos la lista con las familias desestructuradas, en situaciones de separación, divorcio, uniparentalizadas, familias conflictivas en las que los hijos quedan en la mitad. Estos pueden ser altamente manipulados por uno de sus padres, para odiar al otro, en ocasiones, para pasar cuentas de cobro emocionales o económicas. Es frecuente escuchar expresiones tales como: “Para que usted pueda ver a su hijo, primero consigne la 32

mensualidad”. No estoy defendiendo la irresponsabilidad económica, ni nada por el estilo, estoy haciendo un llamado para que ese tema se resuelva entre los adultos y no se involucre a los niños. No sugiero con esto que los divorcios creen condiciones suicidas, lo que afirmo es que esta situación puede ser un detonante del evento. La experiencia nos dice que al hacer el análisis de la familia, ésta casi siempre se encontraba en crisis en el momento en que uno de sus miembros decidió quitarse la vida, y este hecho no es una casualidad, es una causalidad. En forma similar, hemos encontrado, presencia de pautas violentas, ejercidas por uno o varios de sus miembros, violencia física y psicológica, descalificación, poca valoración del miembro suicida, incluso, desconocimiento de su cotidianidad. El siguiente testimonio ilustra esto: Nosotros no sabíamos en qué andaba ese muchacho, él era como un inquilino en esta casa, venía, traía ropa sucia, que su mamá lavaba; comía todo lo que podía y nuevamente se iba para la calle. No me di cuenta a qué hora se dañó ese muchacho, no me duele, él no era realmente una persona de fiar, a mí me producía desconfianza que viniera. No puedo decir que estuvo bien lo que hizo, realmente nosotros esperábamos que le pegaran un tiro. Él se dañó después que lo despidieron del trabajo27.

La violencia28, en todas sus manifestaciones, es un atentado contra el mundo emocional y la salud mental de todos los integrantes de la familia. La descalificación, esa sensación de no sentirse amado por la familia es, quizá, uno de los eventos, conscientes e inconscientes, que mayor deseo de muerte y de venganza produce. Por ello se repite, casi sin modificarse, el patrón de maltrato: hijo maltratado genera un padre maltratador, como una forma, la peor de todas, de venganza y de resolución intrapsíquica de quitarse la rabia de encima. La lógica es la siguiente: “Si a mí me dieron palo, y aquí estoy, que éste también reciba palo”. Esa lógica de muerte emocional es una constante. Otra situación que agrava la crisis familiar y que repercute en cualquiera de sus miembros, es la pérdida de empleo de los padres, problemas laborales, económicos y de estabilidad que generan precisamente eso, inestabilidad en todos los sentidos: emocional, familiar, social. La familia pierde su función principal de proveedora, la inversión de roles se hace inminente, se reestructura obligatoriamente toda la dinámica, los hijos se ven obligados a decisiones colectivas que, en ocasiones, no asimilan de la mejor forma y que, aunque parezcan sencillas, no lo son. Por ejemplo, cambiar de un barrio a uno con condiciones económicas menos favorables, o vivir transitoriamente en casa de algún familiar son, entre otras, decisiones que desequilibran la dinámica del hogar. Si a éstas le agregamos conflictos individuales, pueden darse las pautas necesarias para gestar una idea suicida o un suicidio consumado. Insisto, no es este hecho unicausal, es multidimensional, por ello, la dinámica familiar requiere una mirada al interior y en contexto. Existe una situación que es interesante plantear, la cual hace referencia a la madurez o inmadurez emocional, así como a la capacidad de los miembros de la familia para ejercer sus funciones. Me refiero, específicamente, a “los hijos de niños”, expresión que designa 33

hijos de personas excesivamente jóvenes. Ésta genera una alta posibilidad de desequilibrio en los miembros. Vemos, con preocupación, embarazos de niñas menores de 15 años, sin ningún tipo de madurez. Lo que nos obliga a preguntarnos: ¿cómo pueden una niña y un niño, ejercer sus funciones de padres? Eso es absolutamente improbable; es más, quienes de inmediato pasan a ejercer el rol de padres, en el mejor de los casos, son los abuelos; pero ellos son eso: abuelos, no padres. La cadena de roles sustituidos son un drama en la construcción sana de los vínculos afectivos. Los padres no son reconocidos como tales y cuando quieren ejercer su papel, los hijos están demasiado distantes de los afectos. Es usual que los problemas de estos hijos de niños surjan en la adolescencia, ya que a estas alturas, el padre biológico, por decirlo de alguna forma, tiene 25 ó 28 años y, a esta edad, es normal que quiera realizar su rol e imponer normas. Incluso, puede pretender, en vano, acercarse a su “hijo”. Este último le pasa la cuenta de cobro pertinente: lo desconoce y descalifica, le devuelve con creces el abandono vivido en su niñez y la función inadecuada de su rol. Si bien el padre no ha respondido, ¿quién a los 15 años se dedica a un niño demandante e invasivo? Nadie. Para esa función se necesita preparación y madurez. Esto es necesario tenerlo en cuenta en los trabajos de prevención del suicidio. Hace algunos meses, llegó a terapia una mujer en crisis emocional. Su único hijo, un joven de 26 años, había tenido un intento de suicidio la semana anterior a nuestra cita. La razón: ella se había negado a prestarle el carro para salir de rumba con su reciente novia y con sus amigos. Esta amenaza de suicidio era una constante, además del maltrato verbal, cargado de frases de odio profundo hacia su madre, una mujer de 42 años, sola, trabajadora, rumbera como su hijo y quien llevaba dos años con un alto índice de alcoholismo. Él se había criado con su abuela y cuando cumplió 8 años, su mamá, aconsejada más por la culpa que por el deseo, se lo llevó a vivir con ella. Ese fue, según este chico, el principio del fin. Así se expresaba: ¿Para qué me llevó a vivir con ella y con ese tipo? ¿Para dejarme encerrado? Ellos siempre tomado y jugando cartas, bailaban y peleaban, y yo, encerrado en mi cuarto, esperaba en qué momento se matarían. ¡Qué pesadilla! exclamaba. Según ellos, yo tenía todo, juguetes y dinero para pedir hamburguesas; eso es lo que esa señora me dio. Ella me quitó mi verdadero hogar, con mis abuelos, que son mis padres. Cuando mis abuelos me escucharon (tenía 14 años), ya era tarde, tenía mucha rabia, ahora los odio a todos y sé que van a sufrir cuando me mate. Ellos son los responsables.

Es importante ampliar alguna información de este doloroso caso. Este joven ha repetido el patrón de sus padres. Se embarazó a los 20 años con una niña de 15 años, el hijo anda de casa en casa, algo similar a lo que él mismo vivió. Al preguntarle por el niño, dice: Él sí es lo que yo amo, pero no tanto como para amargarme la vida pensando en qué va a pasar con su futuro, para eso tiene a mi mamá, que ella haga con él lo que no hizo conmigo.

La terapia ha sido difícil, sus niveles de agresión y ausencia total de control de las emociones, hacen de este hombre un ser al límite. Su familia siempre espera el final devastador, incluso, la situación produce tanto desgaste con la manipulación, que he intuido que si lo hace, algunos descansarían. Sus actos manipuladores, destructivos, 34

abusivos, hacen que la familia haya llegado a situaciones extremas. Muchos de ellos desean denunciarlo por los robos y abusos cometidos, pero la mamá no lo permite y con su dinero paga todos “los daños de su hijo”. De nuevo, enhebrando miserias en los otros, en nombre del amor. No es el objetivo de este texto narrarles todo el proceso terapéutico, pero esta mujer ha tenido que trabajar mucho en la elaboración de sus culpas y de sus responsabilidades. Es cierto que su hijo es mayor de edad, pero también lo es que responde ante la vida con muchos de los elementos dados o no por ella y el supuesto padre, que, como es de suponerse, nunca ha ejercido su papel como tal. Los profesionales de la salud mental, en la elaboración de historias clínicas, incluyen siempre antecedentes de suicidio en la familia y este dato es relevante. En cuanto un tío, un abuelo o, en el peor de los casos, un padre o un hermano se suicida, se valida en el inconsciente la forma mágica para acabar con los problemas de raíz. Eso significa que se pueden incrementar las posibilidades de un suicidio en personas con antecedentes familiares suicidas. Quiero insistir que ante situación de antecedentes es importante conocer las causas de la decisión, la edad, el sexo y la forma como se realizó el acto suicida, por la lealtad invisible que conduce a que una persona pueda intentar repetir la pauta. En nuestro país, en una época de dolor e impunidad (que parece no terminar), se produjo el exterminio casi completo de un grupo político. Me refiero al movimiento Unión Patriótica, uno de sus líderes, un hombre de 45 años, fue asesinado, como casi todos sus integrantes; este hombre no sólo era un líder político, era un excelente padre, hermano, esposo, hijo y ciudadano. Su muerte se vivió como una tragedia en mi pueblo. Recuerdo la expresión del rostro de uno de sus hermanos (compañero mío de bachillerato) en el funeral. Sentí, mirándolo, algo parecido a lo expresado por un padre de familia: “La bala que mató a mi hijo, me mató a mi también”. Un ser sin vida deambulaba en la funeraria, como si su alma no encontrara paz. Pregunté por él un par de veces, me contestaron que lo veían ausente, se había retirado de su trabajo y permanecía mucho tiempo en casa acompañando a sus padres; él era soltero y el único hombre que quedaba en casa luego del asesinato de su hermano. La misa del primer aniversario fue preparada con lujo de detalles por el colectivo del partido y él participó activamente, sólo que no asistió. Ese día, narra la mamá, estuvo muy inquieto, y con razón, tenía la decisión en su corazón. La misa se celebró a las 5 de la tarde, hora en que el hermano fue asesinado, la misma hora, según el reporte de medicina legal, en que Gabriel29 se quitó la vida. Se ahorcó en el baño de su casa, de una forma cruel y desgarradora, con un alambre de púas. Intuyó que así estaba su vida, desgarrada, desangrada; no era entonces suficiente matarse, había que decirle al mundo lo que estaba sintiendo. Su nota suicida, un mensaje de dolor por la injusticia, por la sangre entregada al país impunemente. En honor a Gabriel este relato de su dolor. En la situación anterior existió una muerte de alguien muy significativo, que desbordó 35

los límites del entendimiento y reconstrucción emocional de este joven. La lealtad invisible30 se hizo manifiesta, con una fecha significativa, lo que se denomina síndrome de aniversario31. Todo en este suicidio es simbología, lectura de un duelo no elaborado. Su mensaje en la fecha exacta fue claro: “Aguanté un año”. En lo anterior, se está planteando lo que se denominan antecedentes familiares, en este caso, no un suicidio, sino una muerte violenta y repentina, para la cual no se está preparado. Los suicidios pueden también estar acompañados de razones y argumentos que hacen referencia a la calidad de la vida, o a la vida, luego de una situación catastrófica. Los desastres naturales son, para el psiquismo, igual de devastadores, como son para la naturaleza. Eso sugiere que los sobrevivientes de algunas catástrofes tendrán inicialmente una profunda alegría por el milagro de la vida, pero seguramente, pasado un tiempo, será necesario evaluar esta falsa alegría. Las condiciones en las que quedan suelen ser tan deplorables para la condición humana, que, en silencio, y sin expresarlo en el fondo, es decir, en su estructura inconsciente, hubiesen preferido haber muerto como los otros. Este síndrome ha sido ampliamente estudiado. Los sobrevivientes se sienten culpables por estar vivos y los otros muertos. Existe entonces un evento detonante que debemos tener en cuenta en la dinámica social y familiar, porque las catástrofes en forma casi automática alteran vínculos, roles y redes; basta con que nos imaginemos a los sobrevivientes, 20 años después, de la tragedia de Armero en el Tolima, Colombia32 . Aún hoy son sobrevivientes en duelo. Una mujer, de unos 30 años, nos decía recientemente, hablando de identidad: Dígame usted qué soy yo, si yo era de Armero, de allá era mi familia. Ahora no soy de ninguna parte, es como si no existiera. Para los papeles nos dijeron que nos expedían la cédula en Guayabal, pero nosotros no somos de Guayabal, eso sí que me ha causado dolor, no ser. Mi hermanito no aguantó y una noche, se fue para allá, para lo que quedó del pueblo y dicen que, borracho, empezó a caminar por medio de las cruces y bebía y bebía, hasta que se mató, se ahorcó cerca de la que seguramente fue nuestra casa, él al menos, ya descansó.

Las familias, con sus múltiples posibilidades y miradas, también con sus conflictos y sus dinámicas para resolverlos, se constituyen en un núcleo importante de contención, expulsión o exclusión de sus miembros. Estas características son la puerta de entrada en la decisión del suicidio o de vivir; por ello, la familia y sus pautas son de vital importancia cuando se trabaja tanto en prevención, como en acompañamiento. Esto quiere decir que cuando alguien se suicida, la familia queda en una situación de máxima vulnerabilidad y se cuestiona su función primordial: brindar contención emocional a sus miembros en los momentos difíciles. Por ello, esta decisión final hace que sus integrantes queden tan culpabilizados por lo que se hizo o por lo que no se hizo; ello incluye la omisión de acciones, o la no percepción de las señales latentes, y a veces explícitas, del suicida. Resumiendo, nos encontramos con familias disfuncionales, con presencia de “chivos expiatorios”, con problemas emocionales no resueltos, maltratantes, abandónicas, excluyentes de algunos de sus miembros; hablamos de familias que no cumplen funciones afectivas o, al contrario, que su patrón de crianza está inscrito en el modelo 36

perverso de educación,33 en donde los hijos son los dueños del universo y no existe la posibilidad de una frustración medida. En un escenario como éste, el hijo, ante la primera dificultad, y respondiendo a una actitud manipuladora, recurre al suicidio como forma fácil de resolver los problemas de la vida con la muerte. En familias patológicas, con dificultades transaccionales y comunicacionales, que utilizan el doble mensaje como pauta comportamental, ambivalencia afectiva (te amo, te odio), la construcción de la personalidad es disfuncional: pasan de la introversión a la extroversión, con cambios bruscos en los estados anímicos y con mucha probabilidad de expresiones y acciones emocionales con baja reflexión, así como estados de ira, máxima irritabilidad, soledad, conductas poco socializadas o conocidas únicamente por su grupo par. El suicidio, de esta manera, es una respuesta a todo este panorama patogénico. En dicha situación es interesante ver cómo los involucrados buscan responsables fácilmente, como una forma de resolver la culpa. Es usual, ante un mismo hecho, encontrar las siguientes versiones: “Todo pasó por esa novia que tenía”, “la universidad fue la que lo transformó”, “los amigos fueron los que lo llevaron a tomar esa decisión” y “seguro estaba en una secta satánica”. Seguramente, todas estas razones conjugadas, más las características de personalidad, dieron la fórmula tanática, y el ser querido ya no está con los que seguramente amó o no supo amar o ser amado. 2222 Al lector interesado lo invito a leer la novela El cuaderno de la noche de León Sierra Uribe, cuyo tema es la desesperanza, producto de la guerra y la ausencia de Estado después de “dar la vida en las trincheras”. 2323 Los famosos realities, tan de moda en los últimos años, hacen de esta frase una apología a la competencia desleal. Incluso, involucrando al público en situaciones emocionales de los concursantes en beneficio económico del canal televisivo. 2424 Psicosis, estado de perturbación mental, cuya principal característica es la pérdida del constructo de la realidad. 2525 La cartografía social es una herramienta que permite elaborar en colectivo y participativamente “cuatro tipos de mapas diferentes: el mapa económico-ecológico (delimitación de parcelas, producción, zonas de caza, de pesca, de monte o bosque, etc.); el mapa administrativo-infraestructural (delimitación del territorio y sus divisiones político-administrativas, internas, ubicación de viviendas, relación de personas que la habitan, ubicación de redes de servicios públicos, escuelas, puestos de salud, etc.); mapa de red de relaciones (gráficodiagrama que refiere a las redes que tejen las personas de un territorio hacia el interior o exterior de ellas, por ejemplo, sitios de venta de productos, sitios de prácticas culturales, sitios míticos, etc.); mapa de conflictos (a partir de las relaciones de la población con la naturaleza, el Estado y el capital). Además, se trabajan mapas de presente o imagen actual, pasado o memoria histórica y futuro deseado”. Fundación la Minga en el norte del Cauca en el proyecto del “Plan solidario para recuperar la vida”. 2626 ALCALDÍA MAYOR. Bogotá sin indiferencia: un compromiso social contra la pobreza y la exclusión, 2004-2008. Política pública por la garantía de los derechos, el reconocimiento de la diversidad y la democracia en las familias. 2727 Padre alcohólico de 47 años, hijo suicida de 18 años. Se ahorcó en el cuarto de su padre porque, aunque el padre vive en la casa, desde hace 10 años no comparte vida de pareja con la mamá. El suicida, hijo mayor, era quien respondía económicamente por la madre hasta hacía como tres meses cuando se agudizó la crisis. La madre reporta que ella creía que él estaba en malos pasos ( refiriéndose a consumo de drogas psicoactivas). 2828 En el libro De la mano con los niños, de esta misma serie, se realiza una amplia reflexión sobre la violencia intrafamiliar y sus efectos en el mundo emocional. 2929 Nombre cambiado. 3030 Ver nota 17.

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3131 El síndrome de aniversario hace referencia a cumplir un mandato consciente o inconscientemente en una fecha significativa para la familia o para la persona. Su análisis será fundamental en casos de suicidio. Para la familia de Gabriel, la fecha se convierte en un evento devastador al saber que dos de sus integrantes murieron trágicamente ese día; esa fecha pasará de generación en generación, por ello es tan importante conocer y poder elaborar estos eventos desde la perspectiva transgeneracional. 3232 Explosión de un volcán que arrasó con la población de un pueblo entero: Armero (departamento del Tolima, Colombia). 3333 Ver tipos de modelo de educación en Carvajal, C. Guillermo. Cartas a Andrés. Cómo formar un demócrata sin corromperlo. Panamericana Editorial, Bogotá, 2002.

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CapítuloIII

Suicidio: Vivencia sin edad

Características individuales y ciclo vital de los actores suicidas He organizado este capítulo de acuerdo con las etapas del ciclo vital humano, considero que de esta manera resulta más comprensible la lectura del mismo. Pretendo dar cuenta de las diferencias entre los niños, las niñas, adolescentes, adultos y ancianos suicidas. Es necesario, sin embargo mirarlo en contexto, entendiendo que sus características, no son excluyentes, al contrario, los niños, llegan a adolescentes y éstos a adultos, así, la vida es en sumatoria, lo que equivale a una inmensa responsabilidad en la formación y en asumir integralmente la paternidad y maternidad.

Características psicoemocionales de los niños suicidas Los niños, por fortuna o sin ella, son el resultado de sus padres, de sus cuidadores y de la sociedad en la que se encuentran inmersos. Por ello, sus condiciones emocionales son el fruto de lo recibido o no, de sus cuidadores. Este hecho agrava el panorama, al entender que un niño, por principio de vida, jamás debería pensar en el suicidio. Esta fase de la existencia debería ser un encuentro con la lúdica y con la exploración, y contar con la garantía de todos los derechos y todas las opciones de vida. Como esto no es una verdad para todos los niños, muchos de ellos no le encuentran razón a su existencia. Incluso, en edades cortas, en las que es casi imposible percibir y tener conciencia de la irreversibilidad de la muerte, quieren y desean no seguir viviendo, o según lo expresado por uno de ellos: “No haber nacido”. En el libro anterior de esta misma colección, hicimos una amplia conceptualización de los infantes, especialmente, en lo referido a sus estadios y etapas evolutivas, cognitivas y emocionales. Ahora retomo algunos aspectos, haciendo énfasis en lo emocional, para centrar estas características en el suicidio infantil. Lo que hemos encontrado es que nuestros niños y niñas no quieren vivir por problemas de maltrato en todas sus dimensiones o por fragilidad en la construcción de los vínculos parentales o de sus cuidadores. Lo que los convierte en niños ansiosos e inseguros, con pocos recursos internos para asumir dificultades y retos cotidianos. Son retraídos, 39

tímidos, o, del otro lado, agresivos y crueles. Aquellos que lo tienen todo, que no han vivido la frustración medida sugerida para la crianza sana, experimentan la más mínima dificultad en un desborde tal, que les genera el deseo de desaparecer, de no sufrir, e incluso lo verbalizan, pero muchas veces realmente desean quitarse la vida. Asimismo, los infantes pueden carecer de todo, no contar con ninguna gratificación y vivir con la permanente sensación de injusticia a su alrededor cuando ven que otros cuentan con sus padres, comodidades, afectos y ellos, sólo son “un problema, un estorbo” en su hogar. Las verbalizaciones o frases mal dichas de los cuidadores son realmente devastadoras en la construcción de la frágil personalidad del niño o de la niña. Expresiones tales como: “Idiota, usted no sirve para nada”; “si se muere me da lo mismo”; “desde que usted nació se dañó mi vida”; “por culpa suya yo me tuve que ir de la casa”; “sería mejor que usted se fuera”; “usted va a acabar con mi vida”, “mejor que no hubiera nacido”, provocan (o pueden provocar) un gran dolor para el corazón de un infante. Hace unos años, un empleado de la empresa de mi hermano atropelló con el carro de la empresa a un niño de unos 8 años. El hombre, muy preocupado, lo llevó a la clínica más cercana, donde el pequeño fue atendido de inmediato. Las heridas fueron graves, pero la pronta atención le salvó la vida. Este niño, vendedor de dulces en una esquina, no se dio cuenta del cambio del semáforo y atravesó la calle. Mi hermano llegó de inmediato a la clínica donde estaba su empleado; éste, pese a su angustia, estaba realmente tranquilo por la situación del niño. Lo sorprendente de la historia es que, a las pocas horas del suceso, se presentó al hospital un hombre joven que dijo ser el padre del niño. Mi hermano y su empleado, el responsable de lo acontecido, le explicaron todo y le dieron la buena noticia de que el niño estaba fuera de peligro. Para sorpresa de todos, este hombre se molestó mucho, porque lo que a él le habían dicho en el semáforo era que el niño estaba muerto, lo que significaba para él una indemnización por el seguro del carro y todo lo que la empresa podría darle en dinero. Durante los 8 días de permanencia del niño en la clínica, sólo se presentó una vecina a preguntar por su estado de salud; días más tarde y con autorización de los padres, la clínica le entregó al niño. Recuerdo, finalmente, que mi hermano, siempre que tenía algo que le dolía en su corazón, hacía referencia a este hecho y el evento por el cual estaba sufriendo se minimizaba, entonces, decía: “Yo sí que tengo quien se preocupe por mí”. Esta historia se encuentra tristemente acompañada de niños y niñas que son asumidos como mercancía por sus padres, los venden al mercado sexual, los vinculan a la guerra, comercian con ellos en el expendio de drogas y venta de armas. Se tienen registros de que son utilizados como mulas para transportar drogas y llevarlas al exterior; son utilizados para pedir limosna y, además, deben cumplir con unas cuotas infrahumanas para no ser castigados. Muchos son vinculados por sus familias, con presiones excesivas a la economía familiar, a ventas informales, los obligan a trabajar en minas, plazas de mercado o, en el mejor de los casos, los emparientan, obligándolos a criar a los hermanos menores; deben asumir, entonces, responsabilidades que sobrepasan todas las posibilidades de comprensión del infante, y si algo sale mal, el maltrato cruel y desmedido no se hace esperar. 40

Yo, de mi niñez, sólo recuerdo el palo que me dieron. Era horrible siempre que ellos llegaban de la plaza de mercado, porque allá trabajaban vendiendo fruta; nos cogían y nos daban unas muendas que nos sacaban sangre, y todo, porque, según mi mamá, la casa no estaba reluciente, y, según mi papá, porque éramos unos zánganos, a los que no valía la pena darles comida. Pero lo peor era ver cómo mi papá, borracho, le pegaba a todo el mundo; nosotros, al fin y al cabo, éramos sus hijos, a mi mamá le inventaba amantes todos los días y la arrastraba por la casa y nosotros no podíamos hacer nada, porque amenazaba con matarnos. Mi hermano mayor un día se metió, cuando tenía como ocho años y lo echó de la casa, nunca volvimos a saber de él. Las vecinas decían que era un gamín y estaba en la calle. Y mire cómo es la vida, la que le puso orden a eso fui yo, que era una mujer chiquita y muerta del miedo. Un día, cuando tenía como trece años, todo era igual: mi mamá, pegándonos; mi papá, pegándole a ella, y nosotros, muertos del miedo; pero ese día, a mi papá se le fue la mano y le sacó cuchillo a mi mamá, y, claro, la iba a matar, y yo dije: “Que nos mate a todos de una vez”. Él estaba muy borracho y yo estaba chiquita, pero fresca. Me eché la bendición y lo enfrenté, lo empujé con todas mis fuerzas contra un sofá viejo que había en el corredor y él cayó patas arriba; empezó a amenazarme que ahora sí íbamos a saber quién era él, que nos iba a matar a todos, y en especial, a los mozos de mi mamá. Pero como yo tenía tanta rabia y estaba decidida a morir, me le boté encima y le di sin compasión, con el mismo cuchillo lo amenacé, porque se lo quité, y le advertí: “Usted vuelve a tocar a mi mamá y yo lo mato, además, lárguese, que yo respondo por ella”. Así fue como desde los trece años yo respondí por mi vieja y lo hice hasta que se murió. Me tocó de todo, ser empleada doméstica, vender lo que resultara. Ya grande, mi novio me sacó de la casa y yo le dije que sí, pero más para poder llevarme a mi mamá. Ella murió joven, de un cáncer de pulmón; claro, de todos los golpes de ese señor. Y mire cómo es la vida, el marido mío quiso hacer lo mismo, dizque pegarme por prostituta. ¿Sabe quién me defendió?, mi mamita, que en paz descanse. Yo, ahora, después de la muerte de ella, saqué al marido de la casa y vivo sola con mi hija, que es mi orgullo y mi vida.

Esta mujer, de 45, años asiste a terapia por tener una hemorragia uterina que los médicos no saben cómo detener. Realmente, su historia de consanguinidad y vínculos familiares no es la mejor. El análisis con ella de todo lo que quería expulsar mediante su sangre fue muy interesante. Ella no quería, ni consciente, ni inconscientemente, tener lazos de sangre con ninguno de ellos. Además, y esto fue clave en la terapia, quería para su hija un mejor futuro y que no repitiera su historia ni la de su abuela. Con todos los esfuerzos del mundo, estaba terminando una carrera universitaria. La mujer agregaba: “Si yo pudiera borrar el pasado y que ella no me tuviera sino a mí y que no supiera nada de ellos, yo sería la mujer más feliz del mundo”; pero así no funciona la vida y es necesario conocer el pasado, elaborarlo, reflexionarlo, para no repetirlo y eso fue lo que hicimos. Las características emocionales no son las únicas causantes del deseo de muerte de los niños y niñas, existen además problemas de índole psiquiátrico, como las psicosis infantiles, que ameritan la intervención de profesionales de la salud idóneos y competentes. La familia queda atrapada en estos cuadros patológicos sin muchas herramientas de entendimiento y es necesario, en ocasiones, buscar la hospitalización para poder manejar las crisis de los pacientes; se sugiere también un entrenamiento a los familiares sobre los cuadros y crisis que el enfermo pueda presentar. La fórmula es: nunca dejarlo solo en sus dolencias y sufrimientos; el amor se convierte en el principal pasaporte para tenerlo con nosotros, pese a todas las situaciones que pueda vivir. Resumiendo, los niños y las niñas no son islas; su desarrollo y crecimiento depende de los adultos. Es necesario que le apuntemos a trabajos de concientización de la necesidad y la urgencia de cumplir en forma sana y adecuada nuestros roles de padres, maestros y ciudadanos acompañantes y modelos de los niños y las niñas, que luego serán, a su vez, 41

padres y madres. La cadena no se detiene y nuestra intervención es vital. A pesar de todo esto, me parece que la responsabilidad no puede dejarse, exclusivamente a los progenitores, muy seguramente, estos a su vez fueron víctimas de situaciones semejantes. ¿Acaso una sociedad tan desigual, nada equitativa y violenta no sea la causa principal? Características psicoemocionales de adolescentes suicidas Inicialmente, haré una lista de todas las vivencias a las cuales se enfrenta un adolescente. (Como lector(a) puedes coger papel y lápiz y dependiendo de la zona geográfica en que te encuentres o de las condiciones sociales, culturales y políticas en las cuales estés, puedes ayudarme a completar la lista). El adolescente está enfrentado a la búsqueda de sí mismo, de su identidad, reclama y quiere independencia, se encuentra casi siempre con relaciones conflictivas con padres y adultos por la no aceptación de patrones de autoridad, ausencia de control y autocontrol, consumo de alcohol (y, en ocasiones, de drogas), dificultades en su autoaceptación, no mirada de futuro, no claridad en metas, baja tolerancia a la frustración, no claridad en decisiones académicas y ocupacionales, enamoramiento y primeros vínculos afectivos y sexuales, presiones escolares, poca libertad, ansiedad de espacio e independencia, dependencia económica, aislamiento social, depresión, pérdida del sentido vital, presión de éxito, incertidumbre, excesiva carga emocional por ser hijos únicos en estas recientes generaciones, vínculos monoparentalizados, problemas escolares, educación diseñada e impartida por adultos que no pueden leer sus intereses y gustos, y pérdidas significativas. Además, deben enfrentar conflictos por comportamientos impulsivos, presencia de armas de fuego en casa, soledad, desvalorización de acciones, invisibilidad de lo que hacen y exposición a comportamientos y acciones suicidas de otros, incluyendo familiares. Los adolescentes no tienen en sus hogares códigos de comunicación, utilizan como mecanismo de escape los monosílabos; los adultos desconocen el sentir y el pensar de éstos. Así vivan bajo el mismo techo, los padres se preocupan por el futuro y los jóvenes por su presente. Su mundo, en la inmediatez, les impide ver las consecuencias de sus actos; asumen con demasiada facilidad acciones suicidas con el único objetivo de desafiar la inmortalidad, propia de esta fase. Los adultos privilegian lo académico cognoscitivo y desconocen las reales motivaciones y pasiones de sus adolescentes; la distancia entre unos y otros es inmensa y no se ve. Los adultos se quedan tranquilos cuando en el colegio reportan buenas notas y un rendimiento académico adecuado, como si eso fuera la vida del adolescente y nada más equivocado que esto. Los adolescentes no tienen un padre a quien hablarle de su primer amor, de sus primeros encuentros sexuales, de todas las angustias y miedos que se sienten en esta edad; no encuentran hermanos mayores cómplices, sino hermanos autoritarios, dando órdenes, igual que los padres; personas mayores sentando cátedra de cómo es la vida y recordándoles todos los días los miles de esfuerzos que se hacen para tenerlos donde se 42

les tiene, reclamándoles que no agradecen; y de hecho, no pueden agradecer, pues sencillamente, a los adolescentes no les interesan, de igual manera, estas cosas. Realizando una investigación sobre sentido de vida en un grupo de adolescentes de 16 a 19 años, de estratos 4 y 5, en una facultad de administración de empresas, les preguntábamos la razón que tenían para estudiar esta carrera, y en su mayoría respondieron: por presiones familiares, por ser ellos los hombres de la familia y los herederos de los negocios de sus familias de origen. Resultado: su rendimiento académico era mínimo, su ausentismo a clases altísimo y sus fantasías consistían en ser en el futuro los “dueños y gerentes” de una gran empresa; de tal modo, según ellos, lograrían “ser alguien en la vida”. Lo que más deseaban era acceder a esos puestos de poder para gastar el dinero de sus familiares en viajes y placeres. Además, y esto es significativo, encontramos la fantasía de poder ayudar a los pobres: “Ya que ellos, pobrecitos, necesitan una manito en las empresas de papi”. Su construcción de solidaridad era esa; alguno de los jóvenes encuestados me dijo: “Yo lo que quiero realmente es coger alguna platica y hacerles una empresa aparte para no compartir con ellos, pero sí ayudar”.

Señales de alarma en suicidio y adolescencia Éstas incluyen: cambios en el comportamiento, en los hábitos de sueño y en la alimentación; además, soledad y retraimiento, así como la manifestación de emociones contenidas, explosiva o callada y situaciones de riesgo innecesarias. Se presentan también sensaciones de aburrimiento permanente, expresiones de muerte y chistes sobre la misma pérdida de interés en actividades cotidianas. Nada los motiva o vincula, comportamientos extraños de despedida, visitas inesperadas y a horas poco apropiadas, falta de respuesta a elogios y cambios familiares, verbalizaciones puntuales: “No seré más el problema”. Otras más son: señales de angustia o ansiedad, comportamientos compulsivos y rutinarios, desprendimiento de objetos o vínculos significativos, duelos recientes, especialmente conflictos con pares, o de pareja, agresión explícita hacia algunos integrantes de la familia, excesiva irritabilidad, salidas sin conocerse su paradero, imposibilidad de diálogos, cambios en los modismos y en la comunicación, cambios en la vestimenta, descuido en la indumentaria, imitación de algunas cosas de sus ídolos musicales. Incluyo, igualmente, acciones que la familia pueda catalogar como salidas de contexto, actitudes de desprendimiento, mínima valoración y desinterés en torno al acompañamiento a reuniones familiares. Los adolescentes dan todas las señales, no saben y no quieren pedir ayuda, pero la piden a gritos con todas estas pistas. Los adultos, a su lado, debemos leerlas y acompañarlos a una prudente distancia, con los ojos y los brazos abiertos. No es fácil, pero esto se constituye en un hermoso reto de vida; es nuestra misión más loable. Recuerdo que en una universidad, en unión con el Departamento de Bienestar 43

Estudiantil, diseñamos un ciclo de conversatorios que titulamos: “Sobreviviendo a la adolescencia” dirigidos a los jóvenes y con temas de su interés. Invitamos grupos musicales y personas jóvenes que habían pertenecido a pandillas y sectas, y a grupos especiales en la ciudad que eran reconocidos por ello. Solamente se permitía la asistencia de los jóvenes, el ingreso para adultos estaba prohibido, los únicos asistentes éramos dos profesores, que ellos consideraban de confianza. En las 10 sesiones realizadas, el lleno del auditorio fue total, aún hoy se recuerda este logro, la magia del encuentro fue tocar y posibilitar sus intereses, que alguien cercano les dijera, con su lenguaje, lo que es la vida, que alguien les contara qué hacer con la de ellos, pero en su tono emocional; y que también les dijeran lo que les esperaba cuando el camino no se encuentra. El conversatorio de mayor éxito fue el de un joven parapléjico, que les narró su aventura con la vida, en un desafío a la muerte: se lanzó borracho de un puente a un río cercano a la ciudad. Lo que este adolescente no pudo calcular y diferenciar, por su estado de embriaguez, fue la parte honda de la playa, en donde cayó de cabeza y se fracturó la columna vertebral. Su drama hoy es testimonio preventivo para ellos.

Características psicoemocionales de adultos suicidas En las estadísticas mundiales, los suicidios consumados y de mayor efectividad, son los de adultos. Varias son las razones para ello: la premeditación, el método efectivo que eligen por conocimiento y análisis del mismo, y la certeza de que realmente quieren poner fin a la vivencia que no pueden soportar. La diferencia entre intentos de suicidio y suicidios consumados es grandísima, cuando de adolescentes y de adultos se trata. Esta razón nos debe preocupar, especialmente, para realizar campañas de prevención, porque lo que se infiere es que un adulto que haga un intento de suicidio y sobreviva, seguramente, en corto tiempo, lo intentará de nuevo. Llama la atención, específicamente, el caso de los hombres, ya que estos, por construcciones culturales, sienten vergüenza de haber sido incapaces de quitarse la vida, y seguramente, para quedar bien con la sociedad y con la causante (o los causantes) de sus penas, lo intentarán con un método eficaz. En los adultos encontramos como causales del suicidio: las crisis no resueltas, económicas, sociales y familiares, problemas de confrontación social, con algo que los adultos denominamos vergüenza social, por ejemplo, haber cometido un desfalco, o haber participado en algo que deje a la familia en condiciones de vulnerabilidad social. En los años 90, en Colombia, presenciamos un fenómeno de narcotráfico que tocó todas las clases sociales, las familias, que hasta entonces se consideraban como “buenas”, tuvieron que ver con deshonra cómo sus nietos se dejaron seducir por el dinero fácil. Recuerdo las palabras de una abuela de 80 años, quien decía, en la misa de velación de su nieto, quien había muerto en un ajuste de cuentas de la mafia: Nunca imaginé tener que ver esto, fuimos pobres, pero honrados, y yo nunca pedí nada, sólo quería que al tener algo, fuera con plata bien habida, y no esto que nos pasó. ¿Para qué una finca y esos carros grandes y caros, si no tengo a mi niño?

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Quizá el mayor argumento de todos los que se tienen registro es el de la crisis en el vínculo y en la relación de pareja, teniéndose como causa número uno, la infidelidad. Por razones culturales, se puede inferir una mayor dificultad en los hombres en la asimilación de este hecho. Las crisis al interior de la dinámica de pareja dejan secuelas funestas, especialmente, cuando quedan los hijos atrapados en estos conflictos. Los nuevos vínculos que se establecen generan rabia y resentimiento, los adultos plantean la necesidad de reorganizar sus vidas y se viven las consecuencias que estas situaciones acarrean en la salud mental de todos los involucrados. Si a lo anterior agregamos las escenas de esposos celosos, que mandan asesinar a su esposa, o que son ellos mismos los que acaban con la vida de ellas, y luego se suicidan, o las esposas que hacen algo similar, suicidándose, no importando ni los hijos, ni las familias de origen, la situación se torna dramática. Las crisis de pareja no sólo dejan suicidios a su paso, sino depresiones, pérdida de los deseos de vivir, crisis económicas, fragmentación de lazos y estructuras familiares, agresiones y rabias, que se hacen extensivas a la sociedad. De todas las crisis, la de pareja34 es la más invasiva; suelo llamarla crisis “avalancha”, porque destruye todo por donde pasa. Es un río desbordado que va dejando estragos a su paso, sin que al parecer nada, ni nadie, puedan detenerla. Es importante analizarla como una causal de gran incidencia en las crisis existenciales. Cuando se es muy joven se está estrenando la vida, todo se hace en blanco y negro, todo es nuevo, la novias y novios, los paseos, la profesión, las decisiones, los viajes. La vida es nueva y se está desempacando para gastarla; pero a medida que pasan los años, las metas se van logrando y ello significa, además, que vamos repitiendo cosas, o que nos damos cuenta que eso que hacemos, o hicimos, no fue lo que realmente nos hubiera gustado hacer. El caso más típico es la profesión elegida que, en ocasiones, no corresponde a la verdadera pasión de la existencia. Las personas terminan ocupacionalmente realizando labores que no son gratificantes para ellas, ni les brindan alegría; sólo las hacen como una forma de ganar dinero y sobrevivir. Es lamentable invertir la existencia en sólo sobrevivir y conseguir dinero. Esta situación es un especial caldo de cultivo para un suicidio. El paso de los años produce una nostalgia de lo no realizado. La gente, con demasiada frecuencia, opina: “A estas alturas, qué voy a estudiar o qué voy a hacer aquello”. Colocan a la vida puntos finales y terminan acostumbrándose a vivir vidas frustradas y poco o nada gratificantes; llevan una vida que, en muchas ocasiones, otros eligieron por ellos. Las crisis de confrontación con ideologías también se clasifican en esta categoría, ya sea por decepción de ídolos, por pérdidas de los lazos con los grupos a los que se perteneció y a los cuales se les entregó la vida. Conozco personas para quienes la única razón de vida es la iglesia a la que pertenecen. Lo preocupante es que si ésta desaparece, o el individuo un día ve lo inevitable, seguramente, su orden interno establecido desde afuera entrará a flaquear y el suicidio puede parecer, de pronto, una buena opción. 45

Cuando lo de afuera no funciona, no nos funciona como mediador de sentido. Igual acontece con otras situaciones o vínculos que se constituyen en lo único significativo para la persona: el trabajo, la pareja, los hijos, un proyecto, entre otros. La vida es multivariada, no podemos limitarla a un área de la existencia, puesto que si ésta falla, la vida en su totalidad no puede acabarse ahí, ni real, ni metafóricamente. Los suicidas de cualquier edad siempre pretenden culpabilizar a otros de su acto, lo que es claro es que los suicidios cambian, dependiendo del ciclo vital en que la persona se encuentre, por eso nos preocupan tanto los suicidios de niños y ancianos.

Características psicoemocionales de ancianos suicidas La soledad es quizá la mayor causa de suicidios en las personas de la tercera edad, acompañada de enfermedad, pobreza, pérdida de amigos y vínculos significativos, sensación de no ser útiles, minusvalía afectiva y física, problemas de salud mental, depresión, algunos trastornos psiquiátricos, abandono real de la familia de origen en centros de tercera edad, en ocasiones, en condiciones difíciles por la situación económica. Los ancianos se sienten desplazados, poco escuchados, devaluados por la sociedad y por la empresa a la que entregaron su vida, poco valorados en su sabiduría, mínimamente consultados para negocios o decisiones vitales de la casa, es decir, con los años retornan a la invisibilidad propia de los niños y a la percepción de menor de edad. Se decide por ellos, no se les reconocen sus derechos y deseos, no se les escucha, y, en el mejor de los casos, se tienen como un mueble viejo, bien cuidado en casa, con una empleada que se ocupe de su alimentación y de sus medicinas, como si eso fuera suficiente y necesario. Casi nadie se interesa de sus necesidades emocionales y afectivas, de su estado de viudez y sus significados, de no poder desplazarse autónomamente. Los matamos en nuestros afectos. Las condiciones de nuestros ancianos dan dolor, y este dolor ellos lo sienten, por ello, muchos deciden, de diferentes formas, poner fin a su existencia; la más conocida es la de enfermarse, hacen cuadros psicosomáticos graves que rápidamente acaban con lo que les queda de vida. Además, los acaba la tristeza que se refleja en ausentismo y pérdida de vitalidad. En casos desesperados, aparecen intentos y acciones suicidas que pueden terminar con la vida. Sigamos atentamente una nueva historia, de aprendizaje y encuentro con una mujer maravillosa, que encarna este problema que venimos analizando en la tercera edad: Cecilia (que así llamaré a esta mujer) tenía 82 años cuando la conocí, una mujer de clase alta, madre de un político prestante del país, una familia de “rango y abolengo” como diría mi abuela, residente de un sitio bello y exclusivo de la ciudad. Pasaba la mitad de su vida haciendo compras, salía en su flamante Mercedes con su chofer y visitaba, por temporadas, diferentes centros comerciales o tiendas lujosas de la ciudad. Sus compras las hacía obedeciendo a un ritual inapelable: llegaba a un local comercial, 46

solicitaba una prenda (blusa, falda, chaqueta), se la medía, decidía comprarla, la cancelaba, siempre en efectivo y, posteriormente, solicitaba a la vendedora que se la empacaran en papel de regalo, ella pasaría luego a recogerla. Las vendedoras, gentilmente, accedían a la petición. Cecilia pedía prestado el baño del establecimiento y luego de dar las gracias, se comprometía a pasar a recoger su compra al otro día, cita que cumplía puntualmente. Llegaba a la tienda, recogía su encomienda, nuevamente pedía prestado el baño, salía del mismo y regresaba a su casa. Este ritual se repetía cotidianamente, de eso dio cuenta su chofer, único acompañante, por años, de esta mujer. En casa, el cuarto de Cecilia era un pequeño “búnker”, no por la seguridad del mismo, sino por las normas explícitas de ella. Nadie podía entrar, ella misma se encargaba del aseo, las empleadas intentaban persuadirla para que permitiera ser ayudada, pero ella siempre se negaba. Incluso, cuando ello ocurría, su molestia era evidente y reaccionaba con el encierro de uno o dos días. Su cuarto era considerado sagrado. Un día cualquiera, Cecilia sufrió un paro cardiaco y fue hospitalizada de urgencias. Su diagnóstico fue reservado, la permanencia en la clínica se prolongó, lo que, en alguna forma, autorizó a su único hijo para violar la intimidad y reserva de su mamá con su habitación, y, ¡qué sorpresa!, todos los espacios estaban ocupados por restos de objetos de baño: rollos de papel higiénico, cremas dentales, jabones de baño, nuevos o usados, churruscos para lavar el baño, toallas de mano de todas las marcas y en todas las condiciones de uso, todo el cuarto estaba invadido por objetos usados de miles de baños, donde Cecilia pedía prestado el servicio, luego de hacer sus compras. La logística operativa del robo era la siguiente: ella llegaba al establecimiento como lo he narrado, compraba la prenda, pedía prestado el servicio de baño, revisaba qué objetos había, y, con esta información se iba a su casa, planeaba metódicamente el “robo”, elegía el tamaño de su bolso, según los objetos vistos y salía al otro día a cumplir su cita. El primer diagnóstico del psiquiatra, que además era obvio, fue “cleptomanía”. La vergüenza de su hijo fue inmensa. Recuerdo que a la primera cita me llevó una lista de almacenes a los que su mamá había robado y él solicitaba ayuda para saber qué hacer en esos almacenes. “Nada”, fue mi respuesta. “No puede ser, qué estarán pensando de ella, tengo pena ajena. Yo, por ser quien soy, debo además responder por mi madre”, me dijo. “Responder pagando rollos de papel higiénico empezados, no se preocupe, responda por ella emocionalmente y amorosamente”. “Yo le doy todo lo que necesita, mire, le tengo tres empleados, yo lo que le pido es que me le quite ese problema, yo no me puedo dar el lujo de tener una mamá ladrona así sea de cosas insignificantes”, me dijo. “Yo le quito la cleptomanía y usted alista los papeles del sepelio”, le dije. “No sea trágica, ¿por qué?..., no entiendo”, me contestó. Me senté a explicarle que la “enfermedad” de su mamá realmente había sido una forma maravillosa de sentirse viva, con todas sus facultades mentales. Tenía capacidad de recordar, analizar, comprar, tenía una razón diaria para vivir su soledad; a él sólo lo veía por televisión. Por ello, el tratamiento era sencillo: dejarle su cuarto intacto, que ella jamás se enterara de que la habían descubierto, iniciar un plan de acompañamiento, el infarto era un buen pretexto para regresar sin que fuera notorio el cambio. Así se hizo, no 47

sin cierto recelo y malestar de vergüenza. “No se preocupe por lo de los almacenes, ellos jamás van a pensar que su mamá se robó un churrusco para el baño”, le dije. Visité a Cecilia en la clínica, ya que solicitaron que una psicóloga la acompañara en el posoperatorio, y luego de unas semanas pidió a sus empleados y a su hijo que la dejaran sola en casa. En un día sacó todo de su “búnker”. Limpió su cuarto y su alma. En la noche, cuando los demás llegaron, pidió que la cambiaran de cuarto, quería uno con más luz (metáforas del alma). En el momento de escribir este libro, Cecilia tiene 90 años, su salud es buena y su “cleptomanía” ha desaparecido; del mismo modo, su hijo apareció. Lo triste es que muchos ancianos están cometiendo actos contra su vida. Lo ideal sería que ni uno solo lo intentara, pues deberían estar recibiendo y dando desde su sabiduría. Recuerdo que hace algún tiempo, le preguntaron a Gabriel García Márquez, cuál era para él la edad perfecta, y sin vacilar dijo: los sesenta años, edad de madurez, principio para recoger y dar la sabiduría cosechada. A propósito de nuestro Nóbel, recomiendo la novela El amor en los tiempos del cólera, obra maestra que, entre otras cosas bellas, dignifica la tercera edad. Lo antagónico de esta verdad es que, justo a estas edades, la sociedad le dice al viejo, con una carta de agradecimiento y una pequeña pensión, que es hora de descansar, lo cual en muchos contextos significa: hora de arrinconarse en un pequeño espacio, en donde no se les valora por lo que saben, ni por lo que son. Allí empieza el principio del fin. Todas las personas, sin importar el momento del ciclo vital en que se encuentran, necesitan para vivir, la esperanza y esa certeza de lo que Pablo Neruda nos obsequió: “Lo que hoy es carbón, mañana será diamante”. Lo que requerimos es que alguien, amorosamente, nos acompañe a entender esta verdad dolorosa, especialmente, cuando la avalancha da la sensación de haberlo arrasado todo. Este síndrome se presenta significativamente en rupturas afectivas y de pareja, o en eventos que tienen una profunda connotación de injusticia. Finalmente, es interesante plantear que, aunque las categorías del suicidio se dan en todas las edades, las alarmas deben encenderse en la adolescencia, por ser ésta la etapa de multitud de cambios, de confusión y crisis en la construcción de la identidad o de identidades grupales. Además, deben entenderse y asimilarse los eventos y características patógenas o mórbidas en cada una de las edades de la vida, para tener una posible medida y una pequeña ruta en el acompañamiento, sin invasión de los actores afectivos de nuestra existencia, como reiteradamente he escrito aquí. 3434 Las crisis de pareja, serán tema central en el libro sobre esta temática de esta misma colección.

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Capítulo IV

Prevenir el suicidio: mitos y realidades

Prevención del suicidio: desafío y realidad Lo primero que diré es que el suicidio se previene 20 años antes de nacer. Esto significa que hijos de padres sanos emocionalmente, muy seguramente, serán similares; por ello, iniciaré este recorrido con una apuesta a unos vínculos familiares contenedores, a una familia que cumpla su función, que no la delegue a terceros, que no abandone a sus integrantes, que no los excluya, que tenga la suficiente claridad de límites. Me refiero a una familia en la cual se puedan diferenciar los roles, en donde cada quien ocupe su lugar y exista un sitio para cada uno, y además, se tenga valor y claridad en el manejo de los conflictos. Se trata de cultivar una familia que sepa que amar no es malcriar y que comprenda que la sobreprotección hace igual o más daño que el abandono. Me refiero a una familia decidida con libertad, diferenciada de sus familias de origen, pero que conserve vínculos con sus parientes, que tenga todas las autonomías para las decisiones, especialmente, la de la crianza de los hijos. Todo lo anterior implica una pareja que no se diluya en la estructura de familia y que los hijos puedan presenciar esa diferenciación, una pareja que se apoye, se mire y no transfiera sus conflictos a los hijos −en muchos casos, estos se convierten en los chivos expiatorios de parejas disfuncionales−; tal es la construcción que, socialmente, debemos propiciar. Es necesario fortalecer familias que no resuelvan su déficit afectivo con la llegada de los hijos, a quienes coartan de toda autonomía y libertad, por ser personas regresivas y demandantes; familias que no proyecten sus frustraciones a los hijos, para que éstos no terminen con una carga de historia y de vida, donde su obligación es “hacer todo lo que los papás no hicieron”. Necesitamos familias que permitan cambios generacionales, sin que sus nuevos integrantes sean catalogados como desleales a los códigos de honor; familias acompañantes desde antes de nacer que sean dialogantes, juguetonas (¡cómo nos sana jugar!), detallistas, afectuosas en la cotidianidad y que tengan la suficiente madurez para resaltar los éxitos y minimizar y aprender de los fracasos. Es preciso fortalecer familias abiertas a los amigos, con libertad y espacios de encuentros e intimidades, sin ser invasivas; en las que cada uno de sus integrantes sea valioso en su diferencia. Es decir, 49

familias decididas y autoconstruidas en la libertad y en la responsabilidad de los vínculos. Conozco muy pocas, pero existen. Lo cierto es que la mayoría no aplicaría a familia sana, al contrario, la inmensa mayoría de las familias viven sumidas en conflictos y disfuncionalidad. Da la sensación, en los párrafos anteriores, que se necesita solamente de una buena familia para estar eximido de la vulnerabilidad suicida, pero no es así. Ésta es el pilar fundamental, pero se encuentra inmersa en una sociedad que tiene una gran cuota de responsabilidad en la decisión de suicidio de las personas. Veamos cuáles serían los aportes de esta famosa sociedad: la primera puesta en escena es la equidad social, jamás podríamos pretender tener una sociedad contenedora y sana, con problemas de injusticia, de diferenciación en la distribución de la riqueza y en las oportunidades que ofrece a sus ciudadanos. Así como la sociedad tiene su alta cuota y su inmensa responsabilidad en la prevención del suicidio, algo similar acontece con la escuela. Necesitamos maestros y espacios académicos que privilegien el sentir y los sueños de los estudiantes, y no la memoria y las notas. Se buscan espacios de encuentro en las edades básicas de la existencia, donde el niño y el joven puedan socializar su vida, expresar sus ideas sin ser silenciados y donde logren, con los grupos pares, ser artífices de la construcción de su futuro, con opciones y decisiones. La juventud y la infancia precisan de espacios donde la expresión de su libertad sea el derrotero de los currículos académicos. Tal vez todo lo que se pide aquí para las familias, para la sociedad, su infancia y su juventud sea demasiado pretencioso, pero tengo la certeza de que sólo somos los mejores en las áreas vitales de la vida cuando lo que hacemos “nos apasiona”. Necesitamos maestros apasionados, seductores de futuro, cuenteros de lo pasado, lo investigado y lo hallado −no repetitivos−, que den las pistas para seguir construyendo caminos; docentes en quienes sus discípulos encuentren un cómplice de vida, y, en voz baja, les puedan contar la ultima aventura amorosa, con la certeza de ser escuchados y respetados. Necesitamos maestros para pulir pasiones y dar ánimos en el ascenso, cada vez que sus alumnos sientan desfallecer, y que señalen con el corazón el horizonte. Necesitamos colegios libres, donde se pueda vivir sin prisa y sin agobio la magia de la diferencia, donde los sueños sean tema de las aulas; espacios académicos donde la poesía del aprendizaje sea la constante, donde la norma y la convivencia no vengan en manuales impresos, sino en la colectividad negociada. Espacios que permitan el reconocimiento generacional y en los cuales se valore la compañía del que ha recorrido un poco más el camino; aulas de disertación, encuentro, búsqueda, donde se revalúen los contenidos y se enfatice en los significados; espacios ecológicos y políticos, donde la lectura del contexto posibilite el desarrollo del ser humano en su realidad. Si todo lo anterior se hiciera en la realidad, tengo la seguridad de que sería difícil pensar e idear irse de la vida, cuando se tienen tantas posibilidades conjuntas de construcción, espacios espirituales, donde las personas perciban que no es sólo el cúmulo de conocimientos lo que las hace seres valiosos y reconocidos, sino su sensibilidad y sus valores interiores, que les darán el pasaporte a la trascendencia y a entender el verdadero sentido de vivir. 50

Así como lo plantea Víctor Frankl, el creador de la logoterapia (terapia de la vida): “El fin último de la existencia está en el desarrollo y encuentro de tu mundo espiritual; que toda acción sea en esa dirección”35 . Necesitamos una orquesta de instituciones que privilegien al ser humano sobre los avances tecnológicos y científicos, que puedan dimensionar las atrocidades de los conflictos bélicos, y que piensen en la posibilidad única de la construcción en colectivo. Urge una educación que no sea un aglomerado de colegios ricos enseñando a los ricos a ser más ricos, y, del otro lado, de colegios pobres enseñando a los pobres a ser más pobres. Ahora bien, para esas instituciones necesitamos seres humanos diferentes, así la cadena de prevención estará completa: intentaré una reflexión en este aspecto, que no pretende ser acabada y menos aún, un recetario. Se requiere de un ser humano que ame la vida, que se sienta enamorado se su cotidianidad, y que aporte cada día lo mejor de sí para la construcción de un mundo mejor36 , un hombre o una mujer, capaz de equivocarse y volver con lo aprendido a reconstruir su mundo; un ser sensible al dolor humano, dispuesto a compartir, que sea capaz de tomar decisiones éticas y responsables, que asuma las consecuencias de lo hecho, que defienda con el alma sus sueños y principios, que sea racional a la hora de discernir con lo material y el dinero, que ame la buena vida para todos, no sólo para unos cuantos, que construya nuevos caminos y no tenga dificultad en mostrarle a otros los atajos para adelantarse y encontrar la armonía. Se solicitan seres humanos comprometidos con la vida del planeta en todas sus manifestaciones, con su conservación37 . Seres humanos dispuestos a la aventura de vivir con todo lo que ello implica, desde los retos de la supervivencia, hasta las apuestas de la humanidad. Para mi fortuna, conozco a seres que creen que un mundo mejor es posible y que trabajan todos los días de su vida en esas búsquedas silenciosas y firmes. Podría pensarse que esto obedece al terreno del idealismo y la utopía, pero sin estas dos verdades nada sería posible. “Seamos realistas, exijamos (hagamos) lo imposible”38 . La literatura que he consultado, desde diferentes disciplinas, apunta a realizar la prevención desde manuales diagnósticos y con soporte clínico. En ellas encontramos una clasificación de prevención, con distintos niveles, uno de los cuales consiste en un diagnóstico rápido o precoz de la posibilidad de una acción suicida y su tratamiento oportuno. En esta área se encuentra usualmente comprometido todo el personal de salud mental institucionalizado. Los profesionales adscritos a estos programas deben conocer los criterios diagnósticos diferenciales en cada una de las modalidades y los tipos de suicidio anteriormente descritos aquí, así como la valoración rápida y oportuna de los factores de riesgo: Hombres jóvenes (menores de 45 años), viudos, divorciados o separados, desempleados, con antecedentes de enfermedades psiquiátricas: depresión esquizofrenia o alcoholismo, con enfermedades físicas discapacitantes, aislados socialmente y con tentativas de suicidio anteriores39. 51

Es fundamental conocer con claridad y con rapidez diagnóstica los indicadores de salud mental y de semiológica psiquiátrica, que nos permitan dar cuenta de los aspectos disparadores de ideas suicidas. En ellos, es necesario resaltar los factores y estados de ánimo alterados; especialmente complejas son las crisis maniaco depresivas, la labilidad emocional y la dificultad de algunas personas para controlar emociones y sentimientos. Ringel, citado por Montalbán, denominó síndrome presuicida a un cuadro clínico que aumentaría la intención y el deseo de muerte, y que constaría de tres síntomas: el primero, un estrechamiento de la vida psíquica, con una pérdida de las fuerzas dirigidas al exterior, aislamiento progresivo, falta de autonomía, dependencia de otras personas y descenso de la capacidad vital. En segunda instancia, inhibición de la agresividad y, tercero, huida de la realidad. Se complementa este listado con el estudio de Rojas40 , en el que señala los estadios del comportamiento suicida, los cuales dan fundamento a la valoración rápida y adecuada de la situación suicida, estos son: aparición de ideas en torno a la muerte, posibilidad suicida, con fantasías en torno a la propia muerte y a la forma de realizarla, ambivalencia frente a la idea del suicidio, etapa de las influencias informativas, fijación de la ideas del suicidio y decisión suicida. El autor plantea que el detectar la evolución de las ideas de suicidio, a través de estas secuencias, se convierte así en un poderoso auxiliar para la prevención. Dentro de la prevención primaria, se considera oportuna la convocatoria a la comunidad para que ella se convierta en un ente acompañante de las personas propensas a tener alguna acción suicida. Del mismo modo, se han implementado centros de atención y asesoría a personas que lo requieran, especialmente, en áreas de pérdida de sentido vital. Una experiencia exitosa, en la mayoría de los países, es la relacionada con la implementación de “Líneas de vida”, que prestan el servicio de asistencia telefónica, 24 horas del día. Las personas que solicitan este servicio son atendidas por personal idóneo, entrenado en este tipo de problemática. Algunas experiencias de atención con estudiantes y personal voluntario evidencian los compromisos sociales y académicos con que la sociedad cuenta. Estas líneas también están inscritas en programas y políticas de salud pública de algunos países; su interés fundamental es la reducción del suicidio consumado; pero las acciones suicidas, se convierten también, en una altísima demanda de servicios de asistencia hospitalaria41 . En la prevención primaria, se cuentan además con los medios masivos de comunicación y se realizan campañas a gran escala, que intentan hacer énfasis en la conservación de la vida. De igual modo, los colegios y las instancias gubernamentales asumen como políticas prioritarias campañas y programas en torno a la construcción de proyectos de vida de la población, cuya esencia es la prevención del suicidio. La prevención secundaria, según los teóricos de la misma, apunta a evitar un nuevo intento; se contempla cuando el paciente realizó una acción suicida y fue necesario su asistencia clínica hospitalaria, que casi siempre incluye servicio de psiquiatría o acompañamiento psicoterapéutico. En esta intervención, el objetivo principal es “salvar la vida”; pero aquí lo importante, después de tener la vida es poder conocer los 52

argumentos y vivencias que dieron origen a esa decisión, ya que es fundamental entender una verdad absoluta en relación con el suicidio: “quien lo intenta una vez, seguramente, lo intentará nuevamente”. Por ello, la intervención secundaria se centra en la persona y en la familia, buscando acciones conjuntas de resolución y de cercanía emocional. Como claramente lo hemos venido planteando, en la vivencia suicida se evidencia una fragmentación de las redes emocionales de la persona. En este tipo de interacción será una tarea buscar fortalecer las redes y crear otras nuevas que se conviertan en espacios significativos para la persona. Desde perspectivas clínicas psiquiátricas, se postula la urgencia de reducir la perturbación, dando por sentado que quien decide acabar con su vida tiene de base una perturbación emocional y psíquica, planteamiento que respeto pero no comparto como una verdad absoluta. 3535 Se sugiere la lectura de El hombre en búsqueda de sentido y El hombre en búsqueda del sentido último, de Víctor Frankl, dos textos que claramente permiten comprender la logoterapia y la vivencia espiritual y de trascendencia del ser humano. 3636 Recomiendo una hermosa película: Cadena de favores. 3737 Esta debe ser una preocupación de todos y no sólo de una disciplina como lo es la bioética, según los planteamientos de Carlos Maldonado y Martha Fonseca (bioeticistas colombianos). 3838 Frase de mayo del 68. 3939 Montalbán, S. Ros. La conducta suicida. Editorial, ARAN Madrid, España, 1998, p. 271 4040 Ibíd., p. 271. 4141 La iniciativa de la OMS para la prevención del suicidio (SUPRE) indicó que el suicidio se cuenta ya como una de las tres causas principales de muerte entre personas de 15 a 44 años, de ambos sexos, si bien las cifras no incluyen los intentos de suicidio. Se estima que estos intentos son hasta 20 veces más en número que los que llegan a consumarse con el fallecimiento del suicida. .

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Capítulo V

Los olores del suicidio

Procesos de duelo en situaciones de suicidio En este capítulo propongo una bitácora de acompañamiento a las familias y personas que viven esta experiencia difícil y devastadora, en términos de lograr su aceptación. Nadie está preparado para asumir esta pérdida y quienes están involucrados en esta decisión sufren una gran confrontación. Las familias, generalmente, responden a la pérdida de un ser querido por suicidio con culpa y reproches entre sus miembros. La pareja, por su parte, queda en una situación muy difícil: se siente “corresponsable” del hecho, al no ser él, o ella, el argumento suficiente para que la persona amada decidiera vivir y no tomar la decisión final, o por el contrario, por ser, aparentemente, la causa de la decisión fatal. Los amigos, por su lado, se preguntan y se cuestionan por qué no fueron ellos los soportes emocionales en la crisis y si, por casualidad, en la nota dejada por el suicida quedan directamente señalados como responsables, la elaboración del duelo se complica aún más. Desde hace muchos años intento en terapia dar respuestas y acompañar a las personas que sobreviven a esta tragedia y, créanme, es el duelo de más difícil elaboración, después del duelo por desaparición. Me atrevería a decir que la vida de las personas es antes y después del suicidio de un ser amado.

Proceso de duelo y familia42 La familia de una persona que se suicida casi siempre es disfuncional, como lo he planteado en capítulos anteriores. Es usual encontrar hogares con padres abandónicos y con hermanos cumpliendo roles que no les pertenecen; ya lo dijimos, estas familias dan las pautas para que sus miembros no se sientan respaldados y apoyados ante los eventos difíciles que se viven. Así las cosas, un evento detonante, como una ruptura de pareja, hace que la persona se sienta sin soporte y no pueda regresar, ni considere que tiene el apoyo suficiente para volver a su lugar de origen. La familia no cumple con su papel contenedor y la persona no puede asimilar la pérdida. La decisión suicida es una 54

solución, no sólo de ese evento, sino del cúmulo de situaciones sin resolver. En un libro anterior de esta misma colección, Para vivir los duelos, planteamos claramente que una pérdida revive las anteriores y que si la persona no la asume de forma sana, su mundo psíquico colapsa. Esa es la hipótesis fundamental en los suicidios que se puede explicar como: lo último que aconteció fue lo que rebosó la copa, y la alternativa final es poner fin a todo lo catastrófico del presente y del pasado, que se sumó con lo que aconteció de último. El planteamiento anterior es vital para hacer el acompañamiento en este duelo, porque los involucrados en la tragedia, intentando dar explicaciones, siempre acuden a lo ultimo que pasó y este hecho es sólo el último, no la causa única de la decisión. Por esta razón, mi propuesta es hacer un mapa emocional y vincular, que represente el recorrido de la persona por sus vivencias y sus decisiones. Un ejemplo ayudará a la comprensión de lo planteado. Veamos a continuación. Manuel era el tercer hijo de una familia monoparentalizada. Desde siempre, sus hermanos y él vivieron únicamente con la mamá, una mujer fuerte y decidida, que desde los dos años de vida de Manuel quedó sola; su esposo estableció una nueva vida en otra ciudad. Nunca más se volvió a tener noticias suyas. La hermana mayor se hizo cargo del cuidado de los dos hermanitos, mientras su mamá trabajaba durante todo el día en un restaurante, propiedad de un familiar lejano. Al llegar a casa, la madre pedía cuentas a la niña de lo que había pasado durante su ausencia. La niña relataba de manera detallada lo acontecido. La mamá ponía orden en la casa, casi siempre con castigos verbales y físicos para los dos niños, que no hacían caso a la frágil autoridad de la hermana mayor. Los reproches eran frases de este calibre: “Ustedes me van a matar”; “no se dan cuenta de que yo me estoy matando por ustedes, desagradecidos”; “si no fuera por mí, en esta casa no habría un plato de sopa”, etc. La vida de Manuel trascurrió entre las necesidades económicas y las ausencias afectivas. Con un panorama así, es fácil deducir que, a los 15 años, quisiera salir de casa, a como diera lugar y con el sueño de tener lo que nunca había tenido: un hogar. A los 17 años se enamoró, se retiró del colegio e ingresó al mercado laboral como ayudante de construcción de un tío de su novia. Esta última pronto quedó en embarazo, lo que significaba que a los 18 años era padre y esposo. Los jóvenes pensaban que, con un sueldo de obrero y una habitación en arriendo, vivirían felices toda la vida. Desafortunadamente, no fue así. Cuando Manuel tenía 20 años nació su segundo hijo, por lo cual cambió de empleo. Pasó a desempeñarse como celador en una fábrica de la ciudad, haciendo turnos de 24 horas y, en los días intermedios, vendía ropa que un primo le daba para negociar. El dinero no alcanzaba, cuatro personas en una pieza era una pesadilla para todos. Su mamá nunca lo apoyó, pues, según ella, ese no era el futuro que ella quería para él. Un día, al regresar del trabajo, a la edad de 21 años, encontró a su compañera y madre de sus dos hijos, con un amigo en común, el resultado: un suicidio, con el arma de dotación de su empresa. Dejó una nota significativa en el lugar de trabajo, sitio donde cometió el acto suicida. “Paula, tú eres la única responsable. Te odio”. 55

La mamá culpó obviamente a Paula de la desgracia familiar, la nota claramente lo decía. Paula culpabilizó a la madre, diciéndole: “Usted nunca lo quiso, él era celoso, maltratante y no quería que yo hiciera nada con mi vida. Siempre decía: A mis hijos no les va a pasar lo que me pasó a mí, de criarme sin mamá, por eso me obligó a quedarme criando a los niños y yo no quiero eso: la culpa es suya”. La hermana mayor se siente culpable, por haberle hecho pegar de la mamá todo el tiempo. Pese a que el único responsable es Manuel, es necesario mirar con una lente amplia su historia, y, de este modo, hacer un recuento para saber todo lo deficitario de su vida y encontrar razones familiares e individuales, con el fin de poder acompañar a todos los involucrados en el duelo. Tarea titánica. La madre de Manuel culpabilizó al padre en la cadena interminable de responsables. Si realizamos un mapa de su vivencia psicoemocional, realmente fue una vida difícil, lo que no significa que todas las personas que viven situaciones similares terminen suicidándose, ni nada por el estilo; el suicidio, insisto, es multidimensional y, en el caso de Manuel, esta verdad se confirma.

¿Cómo se elabora un mapa emocional familiar? La familia es una, antes, durante y después de un suicidio; por ello, lo sugerido en terapia es poder hablar con los involucrados en la vivencia y hacer un levantamiento cartográfico de la dinámica familiar antes de lo sucedido, en el momento mismo de lo que pasó y después. Se hace un seguimiento, paso a paso, de los sentimientos, emociones, comportamientos, decisiones, diálogos entre la familia, frases culpabilizantes, análisis realizado por los integrantes de la familia con relación a la decisión de quien se mató y se evalúa la nota o carta suicida43 . Esto último se realiza en contexto terapéutico, es decir, que la supuesta literalidad de la nota queda revaluada con todo el contexto del suicida. No es lo que se escribió sino “el significado de lo escrito”44 lo que se debe analizar. La evaluación de vínculos y relaciones es fundamental para hacer el acompañamiento del duelo. Así, en el caso de Manuel, se entenderá que aunque la mamá culpabilizaba al esposo, ella no queda exonerada de la culpa, porque aunque tenga razones suficientes que expliquen que tuvo que luchar por la supervivencia de sus hijos, en el fondo sabe que afectivamente no le dio a su hijo los elementos necesarios para sobrevivir a una crisis de pareja. Así las cosas, se descubre que las mismas evidencias no lo son en el momento de decodificar con la familia todo el texto y el contexto, en algo que denomino la red y los vínculos. El mapa, entonces, es una red que permite visualizar el mundo psicoemocional de la persona, en pasado y presente; también se incluyen en él los eventos detonantes y las crisis significativas. Al elaborar la historia no olvidemos los detalles pequeños y cotidianos que son el ingrediente del tejido afectivo. Cuando ellos se 56

fragmentan, se fragmenta la existencia, un pequeño orificio en la vida es una grieta en la psique. La elaboración debe ser gráfica, eso facilita mayor comprensión a la familia y guía las hipótesis de trabajo terapéutico. Pueden presentarse dificultades entre los asistentes a la terapia, incluso, algunos intentarán huir de ella, pues les resulta más cómodo no escuchar otras versiones y refugiarse en las supuestas evidencias. La mamá de Manuel jamás regresó, pues la culpable de todo, según ella, era su nuera, por quien profesa un profundo odio. El proceso puede ser largo, algunas personas se irán, otras seguirán, y lo cierto es que la familia cambiará. Mi fe es que al final del acompañamiento, la familia, o al menos, muchos de sus integrantes hayan logrado superar, entender o redimensionar la experiencia y el dolor, y que además, la culpa se convierta en una experiencia de aprendizaje y crecimiento, tarea ardua pero posible. Cuando la familia, finalmente, logra hacer bien el proceso, se convierte en multiplicadora de prevención; muchos grupos de mutua ayuda son el ejemplo claro de esta vivencia. Años después, he logrado constatar con algunas personas y familias la reestructuración dolorosa, pero real, de sus proyectos de vida. En algunos casos, la persona fallecida confrontó la existencia y el modo de vivirla de muchos de sus familiares, lo cual llegó a generar cambios radicales en los sobrevivientes. Recuerdo un padre ausente y abandónico que me dijo en terapia: “Se acabó, ahora entiendo que el tiempo es en presente, tomo decisiones y sé que la vida es diferente, no sin ser triste, porque no vale la pena una muerte para tener que reflexionar sobre la existencia”. Su hijo, de 16 años, se había ahorcado en su casa. Hallaron el cuerpo dos días después. Padre y madre estaban muy ocupados trabajando para poder pagar la universidad del hijo, universidad a la que éste nunca pudo asistir. La elaboración, como forma de resolver el duelo es, finalmente, una apuesta a la vida45 , no a la victimización o a la enfermedad. La terapia es y será un encuentro con los proyectos y los sueños, y para ello se necesita asumir y sobreponerse a los dolores sufridos.

Procesos de duelo en pareja Cuando es en pareja que sucede este evento es importante decir que, aunque todas las personas pertenecemos a una familia o a un sistema, quienes viven esta tragedia en mayor medida son los compañeros afectivos. Muchas razones se tienen para esta situación. Veamos a continuación la explicación. Primero, se supone que el amor salva, eso sugiere que el vínculo no fue suficiente razón para detener a la persona en el momento de la decisión, y peor aún, si la crisis y el evento detonante fue precisamente un conflicto en la relación de pareja que, como ya lo 57

hemos planteado, es la mayor causal de suicidios en el mundo46 . Segundo, la persona va a experimentar el duelo con un cambio total de la vida, de la cotidianidad y del proyecto futuro; como es obvio suponer, cuando se vive en pareja, se piensa el futuro en pareja. Tercero, es probable que la pareja tenga hijos, lo que significa para el sobreviviente quedarse con toda la responsabilidad y con todo el peso de explicar y vivir con el fantasma del suicidio en casa. Muchas personas imprudentes en estos procesos aseguran a la familia que el suicidio es hereditario, y el cónyuge sobreviviente, en su angustia, intenta sobreproteger a los hijos, lo cual, generalmente, es contraproducente. También es claro decir que los hijos, al crecer, harán preguntas para las cuales es necesario tener respuestas, y será difícil para el que queda poderlas dar47 . Cuarto, la pareja sobreviviente teme reiniciar la vida afectiva “con una muerte a las espaldas”, pues se trata, como lo diría uno de mis consultantes, de “vivir toda la vida con ese fantasma encima”. La situación se agrava si la sobreviviente es mujer, porque el contexto cultural va a proteger a los niños, diciéndole: “Ahora, no les ponga padrastro, el papá desde el cielo los está vigilando”. Quinto, las familias de origen involucradas se fragmentan y cada una opina según su interpretación de los hechos. Eso significa que exoneran al sobreviviente o lo condenan, y si, para el caso, quedan los hijos en el medio, éstos sufren las consecuencias funestas de estas separaciones, puesto que se puede tener un ex marido, pero no un ex abuelo. Los vínculos establecidos son indisolubles en la consanguinidad, por ello es tan difícil cuando el suicida deja hijos. Sexto, las decisiones siguientes al deceso son de difícil manejo para el compañero. En el caso de relaciones paralelas, la amante o el amante, no puede asistir al sepelio; eso sería una ofensa adicional para la familia y la esposa o el esposo. En consulta terapéutica he encontrado con gran dolor esta realidad, sea porque la persona se atrevió a desafiar los cánones culturales y llegó a la sala de velación o por no haber podido dar el último adiós. Las dos situaciones son complejas y de difícil manejo para todos los involucrados. Se incluyen también los hijos denominados “ilegítimos”, que tampoco pueden ser visibles ni siquiera en el momento de la muerte. Séptima, y quizá la razón más complicada y que agrava la tragedia, es aquella relacionada con los sentimientos de culpa, por lo que no se hizo o por lo que se hizo; por el tiempo vivido en conflicto y que, seguramente, si se tuviera una segunda oportunidad sería diferente. Esa sensación de impotencia, de no poder devolver el tiempo, genera en los sobrevivientes un profundo dolor. Octavo, la reconstrucción de los espacios y los proyectos compartidos es muy dura, así como cambiar el cuarto matrimonial. Las cosas compradas por los dos y para los dos pierden sentido y se revalúa el término “pareja”. Reiniciar la vida en estas condiciones tiene un alto costo; las familias de origen querrán decidir sobre muchas de las cosas materiales del fallecido, se sienten con derecho a hacerlo, y la pareja se encuentra demasiado vulnerable para poder negarse. Pasado un tiempo, estas acciones se 58

convierten en rabia para el cónyuge sobreviviente, quien asume que fue manipulado en los momentos de dolor. Noveno, se pierde credibilidad en los vínculos afectivos de pareja, la persona doliente tendrá muchos sentimientos encontrados en esta decisión, los más frecuentes son: rabia, dolor, resentimiento, impotencia, angustia de futuro, soledad, abandono; si a lo anterior le agregamos notas culpabilizantes, el panorama es desolador. Esto se analizará en el último capítulo.

¿Qué hacer terapéuticamente? Nuevamente me remito a la multidimensionalidad del suicidio. Es necesario hacer con la pareja el mapa emocional y un mapa adicional del vínculo de la relación; en él será necesario reconstruir el pasado afectivo de los dos, no sólo el pasado afectivo de la relación, sino todo lo que aconteció antes de ser pareja. Encontraremos sorpresas, nos daremos cuenta de que no somos los únicos culpables y de que, posiblemente, el déficit emocional ha estado siempre. Quizá la persona estableció patrones conductuales que fueron los que la llevaron a tomar la decisión final de su vida; podemos identificar (con frecuencia) pautas familiares de celotipia48 o de maltrato, y eso dará luces para la comprensión del evento. Todo lo que encontremos en la elaboración de los mapas será decisivo para asumir la pérdida. Lamentablemente, en algunos casos, el cónyuge sobreviviente puede expresar alivio por la muerte de su pareja, al haber sufrido el maltrato por parte de ésta y vivir la relación en una estructura patológica. Recuerdo a una mujer de 35 años, que me dijo: “Perdón por lo que le voy a decir, pero yo me siento felizmente viuda”. En esencia, es necesario mirar el pasado para sanarlo, mirar el presente para reconstruirlo y proyectar el futuro. Convertir esta experiencia dolorosa en aprendizaje y potenciar todo lo que sea necesario, capacitar a los sobrevivientes en nuevas estrategias para la vida y mirar todo, en la perspectiva de las redes y los sistemas. Los rituales y despedidas simbólicas son de gran ayuda en el momento de despedirse. La silla vacía49 permite que el sobreviviente, con ayuda del terapeuta, pueda expresar todos los sentimientos surgidos antes, en, y después del deceso de la persona. He realizado por muchos años este ejercicio y las personas dicen al final que su duelo es antes y después de esta técnica sanadora. Las diatribas que, a veces, la persona logra hacer, agolpadas por los silencios de años y la angustia por no poderse expresar, pueden dar como resultado un alivio físico y emocional sorprendente, especialmente, cuando la técnica se realiza bien y la persona logra (poniéndose en el lugar del fallecido) hablar y pedir perdón. He encontrado que es vital en los duelos y produce un gran alivio a los que se quedan, poder cumplir con la voluntad del fallecido o con algún proyecto que éste tenía y que por su muerte no se realizó. Cuando la familia y la pareja pueden realizar estas obras 59

inconclusas se sienten aliviadas. Es significativo lo que la familia va haciendo en honor al muerto. En casos frecuentes, ésta o la pareja se preguntan: ¿qué pensaría él si estuviera vivo? Ese fantasma comportamental y emocional se convierte en la conciencia de vida, que es difícil y, en ocasiones, patológica, puesto que las personas no viven su vida, sino la vida que el fallecido pensaría y querría para ellos. Si a lo anterior le agregamos sentimientos de culpa, la situación se complica. La interacción terapéutica y de acompañamiento se debe centrar en recuperar el control de la propia existencia, empoderar (forma de afianzamiento emocional) a las personas para que tomen sus decisiones y asuman las consecuencias de sus actos. En este proceso se incluyen los hijos ya que éstos son más vulnerables ante las famosas frases de “tu papá o tú mamá esperaría de ti esto o aquello”, trampa mortal que es necesario reevaluar. La maximización e idealización que se produce con la muerte, se incrementa en casos de suicidio, en especial, con personas muy jóvenes; esto incrementa la culpa de los supuestos responsables. Es necesario enfatizar que el único responsable del suicidio es la persona que lo cometió, verdad necesaria para poder salir del duelo y retornar a la vida sin esa carga del muerto. Quiero reiterar en este punto, especialmente para el acompañamiento terapéutico, que el suicida puede dejar notas acusatorias, pero quien tomó la funesta decisión fue él mismo. Muchas situaciones son difíciles de manejar, complicadas en los eventos detonantes; pero, por difíciles que sean, seguramente existían otras muchas salidas. Si él o ella optaron por esa resolución, fueron ellos quienes decidieron. Cuando las personas involucradas logran esta claridad, el dolor se aligera y la vida empieza a fluir. Existe una salvedad a lo planteado y es el suicidio infantil, decisión del niño o niña que, seguramente jamás lo hubiera hecho si no se hubieran presentado las condiciones adversas propiciadas por los adultos responsables. En estos casos, intentar hacer un mapa emocional objetivo es muy difícil; la alternativa, como ya lo he planteado reiteradas veces, será reinvertir esta experiencia en amor y aprendizaje, especialmente, cuando quedan otros hijos: “Sólo me queda aprender, y no volver a cometer los mismos errores; pero en honor al niño, voy a sacar a mi familia adelante”50 . 4242 Sugiero al lector interesado o a los terapeutas que deseen acompañar a las familias en duelo, que se formen e informen en terapia familiar sistémica y, adicionalmente, realicen un entrenamiento en procesos de duelo de difícil elaboración. La buena intención no es suficiente y, por el contrario, podemos hacer más daño cuando se opina y no se conocen los lineamientos para hacerlo profesional y éticamente bien. 4343 Sugiero remitirse a una entrevista mía, publicada en la revista Credencial de marzo de 2007, sobre notas y cartas de suicidio, que además recoge los principales apartes de mi ponencia sobre ese tema en el IV Congreso Mundial de Psicotrauma (Buenos Aires, junio de 2006). 4444 Sierra Uribe, Gloria y col. “Análisis psicológico de los protocolos de necropsia y cartas de los casos de suicidio ocurridos entre 1997 y 1999, en la ciudad de Bogotá”. En: revista Científica de UNINCCA, vol.6, n 2, noviembre de 2000. 4545 La logoterapia fue creada por Víctor Frankl, luego de que éste pasó cuatro años de su vida en un campo de concentración y pudo encontrar sentido a la existencia en esas condiciones. Su propuesta nos ayuda a entender que las mayores adversidades nos dan grandes lecciones. Al lector interesado lo invito a conocer esta postura teórica y los planteamientos terapéuticos centrados en la búsqueda de sentido.

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4646 Los datos estadísticos pueden dar cuenta en el mundo de esta realidad. La OMS tiene registros mensuales sobre la cifra de suicidios, las causas, el método y los países de mayor incidencia, así como la edad y la ocupación de los suicidas. Los invito a realizar una consulta de esta información. 4747 Ver: el libro número dos de esta misma colección. De la mano con los niños. Acompañamiento integral en el duelo infantil (San Pablo, 2007). Allí encontrarán paso a paso qué contestarles. 4848 La celotipia hace referencia a celos compulsivos, la emoción de los celos surge por el miedo o temor a perder a la persona amada. La persona enferma de esta patología requiere ayuda profesional, puesto que la convivencia a su lado es muy difícil. En terapia es posible que se encuentre familias enteras viviendo este drama, así como generaciones anteriores, incluso, que han asesinado en un estado máximo de celos. 4949 Silla vacía: “Se pide al sujeto que se siente en una silla y frente a él está otra vacía, que puede representar a una persona significativa de su vida o también un aspecto distinto de él mismo. Se trata de establecer un diálogo entre ambas partes con el fin de generar y expresar nuevos significados que puedan resolver un conflicto entre los polos contrapuestos del sujeto, desbloquear la expresión de deseos ante autoexigencias personales o elaborar asuntos irresueltos y no terminados del pasado (p.e duelo). El terapeuta puede ofrecer sugerencias para desarrollar los diálogos, pero no interviene en los sentimientos y significados que el sujeto produce. También puede ser empleada para contraponer significados disfuncionales (p.e una exigencia perfeccionista) con significados alternativos (p.e derecho a cometer errores). La técnica de la silla vacía fue creada por Perls en su terapia gestalt”. Cf. http://www.psicologia-online.com/ESMUbeda/Libros/Urgencia/urgencia6.htm#B> 5050 Testimonio terapéutico de un hombre de 35 años, luego del ahorcamiento de su hijo mayor de 14 años.

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Capítulo VI

Enfrentando el dolor: procesos terapéuticos

Estrategias humanísticas en procesos de duelo y suicidio Se requieren muchas estrategias para poder trabajar en acompañamiento en casos de suicidio. Quiero, finalmente, hacer un pequeño listado de características humanas y técnicas del terapeuta51 , que son necesarias cuando intentamos desarrollar esta difícil tarea. Deseo plantear, para empezar, que la intención loable de ayuda no es suficiente para realizar bien la tarea. Esta verdad la he constatado en algunos grupos de mutua ayuda, los cuales consideran que el simple hecho de haber vivido una situación de suicidio les da el pasaporte para poder realizar acompañamiento. No estoy negando la gran ayuda que significa para alguien encontrar a otros que han pasado por lo mismo, lo que señalo es que ello no es suficiente para poder elaborar, en forma, sana un duelo de esta magnitud, que requiere para quien acompaña a la persona, familia o pareja, un entrenamiento especial y unas condiciones humanas y terapéuticas diferenciales. Desde este planteamiento me centraré en la postura humanística52 y en

la reflexión epistemológica y profesional que he ido tejiendo en mi labor profesional. No pretendo que éstas sean verdades absolutas, sino más bien que ofrezcan alguna claridad, que estoy segura, aligera el camino de la psicoterapia.

Características humanas del terapeuta Estas características apuntan a entender que estar acreditado como terapeuta no es sólo contar con el diploma que se expide para tal profesión, se hace necesario desarrollar y tener algunas aptitudes y actitudes que posibiliten y faciliten el acompañamiento humano y sensible en estos casos de difícil manejo. Lo que planteo a continuación es sólo una apuesta a la comprensión y no una camisa de fuerza, y menos un requisito sin el cual no se podría hacer terapia, es sólo una especie de bitácora. • Empatía53 . Sugiere la capacidad del terapeuta de ponerse en el lugar de los otros; 62

éste debe tener además, una profunda consideración por los hechos sucedidos y lograr trasmitir a sus consultantes los sentimientos que esta vivencia le generan. Frases tales como: “Yo, en su lugar, también me sentiría muy confrontado y triste”, permiten que los consultantes logren avanzar en su terapia y tener la suficiente confianza y armonía para expresarse sin temor a ser juzgados o escuchados por “un extraño”. No estoy planteando que el terapeuta se convierta en el amigo del consultante, lo que sostengo es la importancia de la cercanía emocional, para poder acceder a las vivencias y dolores de los consultantes. A esta cercanía la denomino tiempo y actitud emocional efectiva. La empatía exige una escucha terapéutica, que involucra la lectura adecuada de los mensajes verbales y no verbales, implica además, realizar adecuadamente las intervenciones en los tonos emocionales y a las personas claves. Exige estar con los consultantes en tiempo presente, para lo cual resulta indispensable no tener ninguna interrupción externa (celulares, llamadas etc.). La empatía, bien desarrollada, garantiza la continuidad en el proceso y la elaboración de los eventos dolorosos, razón de ser de la psicoterapia. En una ocasión, un consultante me expresó: “Gracias, sentí todo el tiempo que usted estuvo con nosotros, no sólo aquí en su consultorio. Eso realmente fue definitivo cuando aparecían las oleadas de dolor y soledad”54 . • Sensibilidad. Característica hermana de la empatía y su máxima aliada. La sensibilidad es el pasaporte a la comprensión y aceptación incondicional; sugiere que el terapeuta pueda sentir y expresar lo que siente ante lo que les aconteció, o acontece, a los consultantes. Es una garantía de cercanía y apoyo. Es necesario que, así como en la empatía el otro se siente acompañado y entendido, con la sensibilidad el consultante podría decir: “Mi terapeuta es coherente con lo que siento”. • Flexibilidad. Esta característica exige madurez emocional y profesional del terapeuta, incluso, capacidad para moverse en todo el campo teórico y aplicado de la psicología, sin sentirse traicionando a un modelo elegido y, sin sentirse ecléctico55 , palabra muy utilizada, que apunta a la pureza aplicativa de un modelo teórico. Es necesario conocer y manejar los modelos, sin desconocer los avances y posibilidades de la disciplina y de las demás disciplinas que se interesan por la salud mental y que pueden contribuir al bienestar general del consultante. • Creatividad. La terapia es una apuesta a esta característica, muchas técnicas y terapias forman parte del entrenamiento propio de los pregrados y posgrados, pero finalmente, en ésta convergen todos los elementos aprendidos, más los guiones que van surgiendo en el desarrollo mismo de los procesos y, en especial, de esta temática. Nos encontramos ante familias, cuyos casos son muy difíciles de manejar (el suicidio de un ser querido), y en las que, por medio de la técnica del juego de roles podemos haber inferido la realidad, las alianzas y los conflictos; frente a esta situación sugiero la presencia o acompañamiento de un co-terapeuta56 . • Naturalidad. Es realmente necesario que los consultantes nos perciban naturales y profesionales. Por fortuna, en esta época, para los terapeutas no existen manuales de 63

entrevista rígidos con preguntas siempre iguales. Ahora se privilegian los tonos de voz naturales, los vestidos propios (a excepción de espacios hospitalarios), los consultorios decorados a gusto de los terapeutas, que conserven unas mínimas normas clínicas, como luz, ventilación y tonos pastel para las paredes. En esencia, cada terapeuta puede tener su espacio como desee, aunque es preciso que lea permanentemente la percepción que tienen los consultantes del mismo. Recuerdo con profundo cariño a una compañera psicóloga de una zona costera. Ella siempre soñó tener su consultorio con vista al mar; años después, tuve la oportunidad de conocerlo y quiero decir que, además de hermoso, sus consultantes se sentían como en su hogar. Frecuentemente le manifestaban que tener el mar de fondo a la terapia les proporcionaba paz y sensación de grandeza e inmensidad, lo cual, según ella, facilitaba procesos en la visión de futuro. Ella les sugería: “Mira el mar, no te quedes en la orilla”. La naturalidad trasciende el espacio y permite elaborar situaciones que, en otras situaciones, habrían sido difíciles de lograr. • Aceptación. Esta cualidad significa aceptación incondicional y total ante la vida de los consultantes. Eso sugiere una verdad absoluta, no juzgar sus decisiones y actitudes. Es probable que no las compartamos, pero eso no significa, en ningún caso, mostrar el camino que, a nuestro entender, es el apropiado. Nuestra misión terapéutica será abrir el abanico de posibilidades a nuestros asesorados; pero la decisión final es del consultante, con nuestro respaldo emocional. Recuerdo a un hombre que sostenía económicamente a su pareja, 20 años menor que él; se sentía manipulado y como un mendigo de pequeñas manifestaciones de amor. Le bastaba, en sus términos, que durmiesen juntos, muy cerca; eso era suficiente para suplir su mundo emocional deficitario. Sus amigos y familiares, permanentemente, le señalaban sus incoherencias, su sufrimiento y el maltrato emocional y psicológico al que estaba siendo sometido. Él lo sabía, pero se sentía incapaz de tomar la decisión de cortar la relación. En terapia logró entender el significado de ese vínculo; se lo permitió el darse cuenta de que estaba representando con su pareja un rol de madre, puesto que ella había fallecido, y él, incapaz de despedirla, la había interiorizado. Su pareja actual le caía como anillo al dedo para no enterrar a su mamá. Entendió también la urgencia de la autovaloración y el merecimiento, para poder dimensionar una vida en pareja, en términos de igualdad y equidad. Un día, después de realizar la despedida a su mamá, de sentirse más libre y menos presionado por todo su contexto, y luego de mucho maltrato por parte de su pareja, decidió terminar; pero su mirada continuaba triste. Entonces, le dije: “No importa si no puedes terminarlo, yo lo voy a entender, no por no poder tomar esa decisión yo voy a reprocharte, yo te respaldo en todo lo que decidas”. Se sintió muy aliviado con mis palabras y manifestó que eran decisivas para él en ese momento. Lo anterior no es permisividad terapéutica, es aceptación incondicional, entendiendo que es el consultante quien decide y quien asume las consecuencias de sus decisiones. • La aceptación incondicional. Se me parece al amor incondicional de los padres, y especialmente de la madre, en la primera infancia, y en toda la vida de las personas. Lo que descubro cotidianamente en terapia es que, quien no ha tenido esta experiencia 64

primaria, difícilmente puede tomar decisiones, su inseguridad es total y el mundo emocional está siempre a la deriva; hace apuestas para que alguien algún día lo quiera por lo que es. Es muy importante poder evaluar esta característica, no para ser el reemplazo parental, sino para que el consultante entienda que la aceptación incondicional es posible. Cuando esto se logra, la persona realmente se libera y aligera sus vínculos y sus decisiones. • Sinceridad. Característica cercana a la aceptación, que consiste en que el terapeuta exprese en forma honesta, sincera y respetuosa sus puntos de vista en relación con la vivencia del asesorado. Estas intervenciones, que tendrán de fondo la terapia explicativa psicológica, permitirán al consultante comprensión del pasado, presente y futuro de su vida y de las decisiones que tome. Es vital esta postura temporal; será necesario, entonces, un proceso de reconstrucción de hechos y eventos correlacionados vividos en el pasado; además, el análisis del presente y con el acompañamiento y la sinceridad del terapeuta, una cercanía a la proyección del futuro. Desde esta perspectiva, es en estos momentos en donde se termina la terapia y se entrega la antorcha al consultante. Se le señalan sus posibilidades y se le potencia para que su vida sea coherente con su sentir y con sus sueños. Cristina había tenido un largo proceso terapéutico; un día fue necesario decirle con sinceridad que ella no requería más terapia, que su psicóloga no era su mamá y que los síntomas que seguía sosteniendo eran sólo una prolongación de su ganancia secundaria, para relacionarse como víctima con el resto de su mundo, en especial, con su hijo. Su primera reacción fue de malestar, manifestó sentirse abandonada, pero luego de esta pataleta de niña, entendió que era indispensable que reiniciara su camino sola, buscando y poniendo a prueba los recursos y estrategias adquiridas en su proceso. Dos meses después, se reporta para decir que se siente cómoda y que, aunque sus dolores no pasan del todo, su vida es más tranquila. • Autenticidad y coherencia. En términos de Carl Rogers57 , la autenticidad se convierte en el modelo que asume el consultante del terapeuta; ésta se convierte en congruencia, puesto que la persona genuina es, en esencia, ella misma. Se cumple además, en palabras del mismo autor, la frase y verdad de vida de esta terapia humanística que dice: “Nadie puede llevar a nadie hasta donde no ha ido”. Así, el terapeuta auténtico, coherente y genuino debe haber vivido procesos de reflexión con su vida y vivir en forma coherente, para poder acompañar a otros en este viaje al interior de sí mismo. Estas características son vitales cuando de acompañar en situaciones de suicidio se trata, puesto que la decisión de poner fin a la propia vida genera cuestionamientos inmensos, y de eso no está exento el terapeuta; incluso, su postura existencial y su sentido de vida serán modelo del consultante, en forma explícita e implícita, lo cual genera en él, una posibilidad de coherencia para su vida. La autenticidad es, en esencia, la capacidad del terapeuta de ser él mismo como persona, lo cual implica manifestar con sinceridad y tranquilidad sus emociones, 65

pensamientos y sentimientos al consultante; claro está, sin perder su rol de orientador, que el paciente pueda verlo como un ser humano sensible y cercano, y que en esa dinámica pueda manifestar los apartes de su vida que considere valiosos y vitales en su proceso o en el de su familia. En el duelo esto es de gran ayuda; atravesar el túnel de dolor y dar cuenta de ello y después, acompañar a otros, es sanador y esperanzador. En los grupos de mutua ayuda se trabaja bajo esa perspectiva: “Yo ya lo viví y sobreviví”. En mis clases, enfatizo tanto en estas características, que con frecuencia logro crear conciencia en los estudiantes para que, antes de aventurarse a acompañar a otros, revisen su vida, que ellos sean primero consultantes y acudan a terapia. Con ello se da cuenta de la congruencia. Cuando uno en terapia puede decirle a su asesorado: “Te entiendo, yo también viví una situación que me obligó a pedir ayuda”, el consultante siente que está ante un ser humano y ante alguien que con su vida está dando cuenta de la validez de la terapia. Sí, la autenticidad, la congruencia, la coherencia y la sinceridad son las metas terapéuticas y deben ser la constante del terapeuta. • Comprensión, democracia, respeto por la diferencia. Estas características finales significan la necesidad de que los terapeutas tengamos una mirada sin juicios de valor y exclusión ante los eventos de las personas. La terapia es un espacio para escuchar desde el respeto absoluto, desde una mirada sin prejuicios, un acompañamiento al consultante, para que él, con sus recursos y posibilidades, opte por lo que crea que es la mejor opción, estemos o no de acuerdo. En suicidio esta tarea es decisiva. Cuando acompañamos a un familiar, a quien se le ha suicidado su ser querido, debemos posibilitar que la persona pueda respetar la decisión asumida por el otro. Comprender los sentimientos, emociones, sensaciones, comportamientos, acciones, entenderlos, desde la diferencia y desde una postura democrática, serán el pasaporte para hacer de la psicoterapia un verdadero encuentro sanador y conciliador con la persona que decidió irse y con los sobrevivientes. Aunque las anteriores características son fundamentales, serán necesarias otras que requieren entrenamiento y apropiación profesional, para que el oficio de ser terapeuta sea idóneo y competente, especialmente, en casos de suicidio. A éstas las denomino características técnicas.

Características técnicas del terapeuta • Formación conceptual idónea en el área general y específica en suicidio. Los terapeutas deben dar cuenta de las generalidades de la disciplina, en este caso, la psicología; además, deben estar entrenados en el modelo epistemológico elegido y tener conocimiento extenso en el tema y problemática de suicidio. Me permito listar unos conocimientos mínimos en este caso para que el terapeuta lector tenga como guía: * Conocer y reconocer los eventos disparadores y detonantes de las crisis suicidas. 66

* Conocer y manejar la intervención en crisis así como las dinámicas familiares frecuentes de los actores en situaciones suicidas. * Conocer y saber manejar terapia de familia y pareja, tener conocimiento de condiciones y consecuencias emocionales y psicológicas luego de un suicidio, sabiendo las diferencias entre los duelos y el tipo de duelo en suicidio. * Conocer pautas de prevención, actualización de métodos y técnicas para el suicidio y todo lo referido al tema. Lo anterior sugiere que no es suficiente tener un título profesional, es necesario tener formación, información y actitud terapéutica para hacerlo bien. • Objetividad. Hace referencia a la capacidad del terapeuta de analizar, desde todas las ópticas posibles, la vivencia que trae el consultante, sin involucrar su opinión personal y menos, sus asuntos no resueltos. La objetividad no se antepone a su autenticidad, sino que apunta a señalar que la lectura que se realiza y la opinión o explicación que se haga deben permanecer dentro del marco objetivo del asesorado y no depender de las dificultades no resueltas del psicólogo. • Experiencia. Para el ejercicio idóneo y competente en esta problemática, el terapeuta debe tener una experiencia amplia en intervención y asistencia en el área clínica, preferiblemente actualizada en la temática de suicidio y en intervención en crisis. Un terapeuta recién egresado tendrá angustia ante los casos asignados, por ello, lo sugerido es que existan en la clínica hospitalaria entrenamientos supervisados para tal fin, que además involucren a otros profesionales de la salud mental y las ciencias sociales, por ser este problema de gran magnitud. Con frecuencia, me preguntan cuántos años de experiencia debe tener el terapeuta. Suelo contestar, mucha experiencia de vida, reflexión sobre su sentido vital, resueltas sus dudas sobre la existencia, y seguramente, haber acompañado a muchas personas en su búsqueda de proyectos y planes de vida, y, obvio, en elaboración sana de sus duelos. La experiencia no es en años, es en vida, que desde luego también la dan los años. • Adecuado manejo corporal. Esta característica, ubicada en las técnicas, requiere entrenamiento. Se necesita conocer y saber leer cómo el cuerpo emocional se interrelaciona con el cuerpo físico. Así, es fácil ver cómo un peso en el alma, pesa en el cuerpo58 y la persona lo siente y le duelen partes del mismo. El conocimiento de la cartografía emocional es decisivo cuando pretendemos realizar este acompañamiento. También es fundamental conocer y leer las posturas corporales y todo el lenguaje que se expresa en el momento de la terapia, todo el contenido de tono corporal emocional en el momento de hacer su relato. Nos podemos encontrar con una madre que, al hablar, baja sus hombros, esconde sus manos, oculta su mirada y toda esa posición corporal la podemos hacer evidente. Leer el cuerpo requiere un entrenamiento, al igual, las intervenciones que hacemos con relación al mismo. Este ejercicio se hace aún más necesario cuando realizamos terapia de pareja o de familia, porque ante el relato de alguno de los involucrados, los otros pueden expresar aquello que claramente necesitan o quieren decir, por ejemplo, 67

descalificaciones, aprobaciones o posturas de rechazo. El terapeuta entrenado no puede dejarlas pasar por alto y es necesario que las señale y haga una lectura de ellas en el marco de la terapia. El cuerpo en terapia (y fuera de ella) no sólo es un templo, es una novela que relata, letra a letra, lo que somos. • Capacidad de análisis, síntesis, autoevaluación, manejo interdisciplinario, conocimiento de pautas de remisión, actualización. Estas últimas características hacen referencia a la necesidad que tienen los terapeutas de elaborar informes, hacer en forma pertinente las historias, evoluciones clínicas y las remisiones, de ser necesario, y conocer la ruta de asistencia. En casos de crisis, por intento de suicidio, este hecho es absolutamente vital, la vida depende de saberlo hacer. Es indispensable estar actualizado en las técnicas y formas de abordaje en psicoterapia breve. En casos de intento de suicidio, la terapia de asistencia y atención en crisis59 requiere una intervención especial, conocer los centros que recepcionan este tipo de pacientes, tener el conocimiento de los requisitos de cada país o ciudad, en cuanto a seguridad social, cuáles son los requisitos para las respectivas hospitalizaciones, y finalmente, poder acudir a un médico psiquiatra o a un centro de urgencias psiquiátricas, de ser necesario. En situaciones de suicidio la urgencia es inminente, no da espera. En relación con el suicidio consumado es importante conocer las normas vigentes en relación con los papeles y diligencias en el momento del encuentro del cuerpo; también es imprescindible saber a quién acudir y avisar, así como las normas vigentes para el enterramiento. En muchos países, el suicidio no se ratifica en primera instancia, lo que se infiere es un asesinato, hasta que las investigaciones puedan dictaminar lo contrario con las pruebas, entre ellas, las autopsias médicas, y en algunos casos, las psicológicas. Éstas darán pautas para que el juez o la autoridad competente puedan o no determinar el suicidio. Este evento, en apariencia netamente legal, se constituye en un hecho psicológico de enorme valor terapéutico, puesto que es diferente realizar una intervención y acompañamiento cuando la causa de muerte es un suicidio o cuando es un homicidio. De este modo, los suicidios que son inducidos, real y jurídicamente, se constituyen en homicidios y los dolientes tendrán otros sentimientos cuando esto sucede. Recuerdo a toda una familia con la certeza de que a su hija la había asesinado su compañero afectivo, a pesar de que todas las pruebas dieran por sentado un suicidio. La mamá, en un ataque de llanto, decía: “Así sea lo último que yo haga en la vida, no voy a descansar tranquila, y sé que mi hija tampoco, hasta que ese miserable no esté pagando lo que hizo”. Por fortuna, para la familia, la amante de este hombre, dos años después del suceso lo denunció. Demasiado tarde para el padre que en ese tiempo sufrió un cáncer de padre, es decir, de próstata y falleció. Sé con certeza que este recorrido por las características no es exhaustivo. Me permito, a continuación, hacer una propuesta enunciativa de un tipo de terapia desde la postura humanística, que da las pistas para el acompañamiento básico en duelo por suicidio, especialmente, en relación con las fases y las técnicas sugeridas. 68

Fases en el proceso terapéutico60 • Fase de recepción. En esta fase recibimos a los familiares en caso de un suicidio consumado o recibiremos a los consultantes que han intentado terminar con su vida, o que presentan ideas suicidas. Dependiendo de las personas y las situaciones que recibamos, existen algunas pistas que nos ayudarán a realizar este trabajo de la mejor manera. Si la situación es de duelo, la intervención será básicamente de acompañamiento para la elaboración del mismo; si la situación es de asistencia, en estos momentos debemos activar las alarmas y analizar las siguientes variables: la edad de quien está haciendo el intento suicida, el motivo, si podemos conocerlo, las condiciones en que se encuentra, la posibilidad real de la intención, el lugar donde se encuentra, y los peligros de éste. Es diferente si la persona que solicita la ayuda se encuentra en un noveno piso y sola, o si se encuentra acompañada y puede ser persuadida fácilmente. Esta fase sintomática es de máximo cuidado, pues se comete un error frecuente y es preguntarle al paciente: ¿por qué desea suicidarse? Esto da la puerta de entrada para una argumentación, que en esos momentos de crisis, puede ser fatal. La argumentación dará como resultado una larga lista de razones, que seguramente incrementarán el deseo de muerte. Por el contrario, lo que se pretende en esta fase, es descentrar del síntoma, y seguramente lo que tiene que hacer el terapeuta es lograr que la persona aplace la decisión. Las crisis son, en esencia, transitorias. Si la persona logra disminuir su estado de alteración emocional y deja pasar unas horas, seguramente se podrán obtener otros resultados. Recuerdo una estrategia muy eficaz para disminuir la ansiedad en los momentos de mayor crisis, que planteaban en un seriado de televisión, el cual narraba diferentes casos de personas que eran sometidas por la justicia y llevadas a indagatoria por la fiscalía. Las personas arrestadas se presentaban, ante la justicia, muy alteradas, y quien los recibía, les preguntaba por los recibos de la luz y teléfono, si recordaban cuando habían ido por última vez al odontólogo y el titular principal del periódico local. Preguntas, aparentemente, sin ninguna intención, que al cabo de unos minutos lograban el efecto esperado: el indagado salía del estado emocional de choque en que llegaba. A los pocos minutos, su agresión había disminuido, respiraba menos agitado y lograba sentarse. No olvidemos que, en este tipo de terapia, las preguntas y los registros, fundamentalmente, se hacen sobre los sentimientos y las emociones, y no sobre creencias o pensamientos. Se privilegian las preguntas: ¿cómo te sientes?, o las preguntas: ¿qué piensas? Si la atención es en crisis,61 recordemos los fundamentos de asistencia para esta situación. • Atención en crisis en casos de suicidio. Recordemos que los chinos y los griegos entendían claramente que las crisis eran oportunidades y constituían también el momento para tomar decisiones. Veamos, el término chino (weiji) significa peligro y oportunidad y la palabra griega krinein, significa decidir; los dos vocablos se refieren a la palabra crisis, aspectos que es necesario entender para poder tener una bitácora de trabajo 69

terapéutico. Si cada crisis es una oportunidad, y se logra transmitir esto al consultante, seguramente se tendrá otra perspectiva del evento detonante que la disparó. Las características de las crisis son: repentinas, urgentes, inesperadas, masivas, invasivas, producen obnubilación mental y cognitiva; bajo su efecto se pierde, transitoriamente, la capacidad de decidir y no se encuentra salida posible a ese estado emocional. Además, no permiten evaluar objetivamente la realidad, y, lo más difícil, hacen que no se midan las consecuencias a corto y mediano plazo: se quiere, y es lógico suponerlo, quitarse de encima el dolor invasivo o la rabia, u otra emoción que invade el psiquismo pero es transitoria. Pasados unos minutos, horas, e incluso días, la persona retoma el control emocional y puede evaluar objetivamente las decisiones. Ojalá este proceso transitorio sea bien acompañado. Recordemos la frase inicial del libro de E. Rigel: “El suicidio es una solución eterna para lo que a menudo no es más que un problema temporal”. Por ello, la misión terapéutica en el manejo de crisis es dilatar la toma de decisiones. Nadie debe decidir nada en estado transitorio de obnubilación mental, es necesario que la persona en ese estado y durante esos primeros momentos se aquiete. Los síntomas que acompañan frecuentemente las crisis son de cansancio, agitación física, sudoración, confusión, ansiedad, sensación de inadecuación, de no reconocimiento espacial y deseo de terminación de los sentimientos detonantes. Recordemos que la persona no quiere, en muchas ocasiones, matarse, lo que quiere es matar el dolor intenso que está experimentando y todo lo que lo acompaña: el llanto, la decepción, la agresión, los sentimientos de abandono y soledad, la desorganización de la cotidianidad, las alteraciones del sueño y de la alimentación, las dificultades para afrontar la realidad, la desestructuración en áreas vitales (trabajo, familia, pareja, sociedad). Con estos síntomas es fácil ver el suicidio como una excelente respuesta a la resolución de la crisis. Intervención terapéutica en crisis: lo principal será una valoración rápida y oportuna de la situación psiquiátrica62 real y de la amenaza de suicidio; conocer la ruta de asistencia en estos casos y pedir la ayuda requerida. Se sugiere, en muchos casos, la posibilidad de la hospitalización por unos días y la ayuda farmacológica que harán que la intensidad física y emocional disminuya. Es importante establecer la red primaria familiar de apoyo, detectar quiénes son las personas significativas (para que sirvan de apoyo), evitar contacto con el evento o las personas detonantes de la crisis, realizar acompañamiento total de 24 horas, hacer una valoración del sitio para evitar que en él existan posibles objetos o algo que sirva para cometer el suicidio (por ejemplo, un piso alto, será propicio para un lanzamiento al vacío). Adicionalmente, es preciso escuchar todos los diálogos así parezcan incoherencias de la persona, además, escuchar sin confrontar y no referenciar terceros, por ejemplo, no emitir expresiones como: “No lo hagas porque mira a tus hijos…, o a tu esposa”. Esos argumentos generan culpa o incrementan las ideas suicidas. Alguna vez escuché, en un grupo de padres sobrevivientes de hijos suicidas, que el 70

hecho detonante que llevó a un hombre a agilizar su muerte fue la observación de su mejor amigo, quien, intentando disuadirlo, le expresó: “Piense en sus hijos”; pues, frente a esto, el suicida le respondió: “Porque pienso en ellos, me quito del camino, ellos no merecen un papá que no tiene un peso en los bolsillos”. Horas después, se ahorcó. Hacía cinco meses estaba desempleado. Lo mejor que podemos hacer es acompañar sin invadir, buscar la ayuda necesaria y esperar a que la crisis pase. La atención debe ser oportuna. Cuando alguien decide ser terapeuta es difícil que diga a sus pacientes: “Sólo atiendo de 2 a 5 p.m.”. Una crisis exige flexibilidad y otras posibilidades. Ser terapeuta clínico es una apuesta a la vida y al acompañamiento con límites. No todas las intervenciones se realizan en crisis. Fue necesario hacer un pequeño aparte de este tipo de intervención, pero, fundamentalmente, para este texto estamos planteando la intervención en procesos de duelo; pasemos entonces a la segunda fase. • Fase de conciencia y crecimiento personal. El objetivo de esta fase es que familia y consultante logren mirar otras posibilidades, releer el evento suicida, contextualizar, con la ayuda del mapa vincular, los eventos detonantes, situarse en su cotidianidad y reiniciar la vida con un evento doloroso que debe convertirse en oportunidad y crecimiento. Seguramente será necesario mucho acompañamiento; no sólo se trae la situación y la muerte a terapia, se lleva la vida. La terapia debe enfatizar, no sólo en el duelo, sino en todos los dolores guardados por años. Se hace entonces un listado de tareas para elaborar en terapia, se descentra del motivo inicial y se asume la vida para revisarla. Se necesita mucho valor y una gran destreza del clínico para lograrlo. En el mismo desarrollo de la terapia es posible que la persona, que sentimos que está en segunda fase, retorne a la primera y haga crisis. No nos debe preocupar, es necesario acompañar con paciencia, hasta que pase esa nueva oleada de dolor. • Fase de creación y potencialización. En la psicoterapia humanística estamos convencidos de que toda experiencia, por dolorosa que sea, da sentido y significado a la vida, permite ver lo que antes era obvio, reevaluar los afectos y las prioridades, y encontrar en las cenizas una base para la construcción de la vida. La ayuda terapéutica tranquila y pausada permitirá la autoexploración y dará las pautas para que consultantes y familiares puedan rediseñar sus proyectos vitales63 . En esta fase se elaboran todas las cicatrices emocionales, se hace un balance de vida, se logra dar orden a los roles familiares, se reinventan los sentidos, se encuentran proyectos futuros, se reestructura lo cotidiano en presente y se mira al futuro. Con aprendizaje y valentía, el dolor se transforma en crecimiento, el túnel pasa.

Técnicas sugeridas para el trabajo terapéutico Todas las corrientes psicológicas cuentan con una variedad de técnicas que guían al terapeuta en su acompañamiento, las que se presentan a continuación forman parte de un 71

compendio revisado de lo que conocemos como psicoterapia integradora humanística64 y pretenden ser sólo una guía. • Fomentar la catarsis. Significa permitir, en toda la extensión de la palabra, que los consultantes expresen sus dolores, sentimientos, angustias, dudas, proyectos, ilusiones, rabias y deseos. Que el otro se sienta en un espacio donde libremente pueda expresar todo lo que tenga dentro y con la emocionalidad que desee hacerlo. Fomentar la catarsis exige saber escuchar terapéuticamente, es decir, poder hacer de esa escucha una técnica refleja65 de lo que el otro expresó, para que pueda, a partir de la intervención, hacer conciencia de lo que está pasando en su vida. • Posibilitar el insight (toma de conciencia). Toda la terapia busca que la persona pueda salir de las creencias erróneas, encontrar las áreas de incoherencia, reconceptulizar su vida, resignificar la cotidianidad, potenciar los aspectos positivos de su existencia y lograr mantenerse en las nuevas coherencias y decisiones. Para el caso específico del suicidio, será fundamental trabajar en la toma de conciencia de los sentimientos culposos. No olvidemos que se debe ir conduciendo la terapia al mundo de las decisiones y las responsabilidades. Así, cada decisión se asume en sus consecuencias, en presente y futuro. • Técnicas gestálticas de elaboración de duelos. En este tipo de terapia se resalta la vivencia presente y la toma de conciencia en lo denominado “hacer contacto” en el ahora. Su principio fundamental se centra en asumir a la persona como un todo organizado, no como una colección desarticulada de emociones, cogniciones y comportamientos. El énfasis en el ahora hace que esta terapia pueda ayudar a sanar las emociones y sentimientos del pasado con la persona fallecida, lo que equivale a no lamentarse por lo que no fue, dado que pertenece al pasado, y a no añorar el futuro, puesto que no ha llegado. Aquí el terapeuta intenta hacer conciencia con el consultante de lo que éste tiene en el presente, de sus posibilidades, de lo que sucedió, pero relacionado con su presente, para que logre hacer insight de cada uno de los eventos acontecidos. Se considera que el consultante, durante el proceso, debe vivir unas reglas que le permitirán elaborar sus pérdidas en el caso de duelo: vivir ahora, vivir aquí (interesarse en lo presente, no en lo ausente), dejar de imaginar (experimentar sólo lo real), dejar los pensamientos innecesarios, expresarse en forma directa, estar consciente tanto de lo desagradable como de lo agradable, rechazar todos los “deberías” y “tendrías” que no son suyos, responsabilizarse plenamente de las acciones, pensamientos y sentimientos y entregarse a ser lo que es en realidad. Estas reglas se convierten en un guión terapéutico, que permite la reflexión sobre el pasado sin detenerse en él, poner la mirada en el futuro, sin angustiarse por él y vivir el presente, con los recursos disponibles, asumiendo decisiones y responsabilidades en el hoy. En los casos de duelo, la aplicación de tales reglas se convierte en una ayuda invaluable, puesto que los deberías aparecen con tanta frecuencia que agobian a los 72

consultantes. Cuando se logran revaluar todos esos constructos culturales, familiares y sociales de lo que pudo haber sido y no fue, la carga se aligera y realmente se inicia el proceso de reconstrucción emocional. • Trabajar sobre la explicación y la elaboración terapéutica. Los consultantes requieren tener conocimiento, información y explicaciones convincentes de lo que pasó, y por qué pasó. Para ello, el terapeuta debe dar cuenta −teniendo como referente la psicología de una aproximación−, lo más objetivamente posible a esta demanda terapéutica. Siempre se va a terapia para que alguien, a quien se le asigna un rol de poder social y que puede entender el comportamiento humano, nos explique los eventos y las decisiones, y será necesario hacerlo amorosa y profesionalmente. Luego de que los consultantes logran entender, con esta ayuda, lo que pasó, es necesario elaborarlo, es decir, el paciente debe poder convertir ese evento en algo que pertenece al pasado, para que no se quede en un eterno presente. La idea es transformar el hecho en una experiencia de aprendizaje. Para ello será necesario cumplir promesas, realizar despedidas, escribir cartas, terminar proyectos, saldar cuentas, lo que sea necesario, hasta que el consultante pueda expresar: “Estamos a mano, nada me debe, nada le debo”. Sanar todo lo inconcluso es lo que da paz emocional66 . El terapeuta tiene que crear con el consultante todas las estrategias requeridas para este fin. No existen manuales, ni guiones predeterminados, el mejor guión lo tiene el consultante con su información; la pista será sanar lo que se requiere sanar, perdonar lo que se necesita perdonar, reemprender lo que se necesite y mirar la vida en presente sin la angustia de haber dejado algo sin cerrar. El futuro será más claro y los proyectos tendrán alas, incluso en honor al que no nos acompaña, así como lo reza el nombre de una fundación colombiana que se dedica a realizar acompañamiento en situaciones de duelo: Vida por Amor a Ellos. El homenaje sana la vida, lo sé por mi Caliche67 . 5151 Existe un documento inicial de la misma autora, en una publicación de cartilla académica: Manual de entrevista psicológica, publicado por la Universidad INCCA de Colombia en 1997. Para este texto sólo se retoma el listado, todo lo demás es nuevo. 5252 Trull, Timothy y Jerry phares, E. Psicología clínica. Thomson, México, 2003, pp. 350-372. 5353 Rogers, Carl. El proceso de convertirse en persona. Paidós, Buenos Aires, 2003. 5454 A este hombre de 45 años se le suicidó su esposa en una crisis depresiva, sobrevivieron dos hijos de 6 y 4 años. 5555 El diccionario de la Real Academia Española en su vigésima segunda edición define eclecticismo como: “m. Modo de juzgar u obrar que adopta una postura intermedia, en vez de seguir soluciones extremas o bien definidas; m. Escuela filosófica que procura conciliar las doctrinas que parecen mejores o más verosímiles, aunque procedan de diversos sistemas”. 5656 La figura del co-terapeuta se utiliza, usualmente, en entrenamiento clínico y será ampliamente desarrollada en otro de los textos de esta colección sobre grupos de mutua ayuda. 5757 Rogers, Carl. Op.cit., p. 58. 5858 En el primer libro de esta serie Para vivir los duelos. Cartografía emocional para la sanación de las pérdidas se hace un amplio análisis de los duelos no resueltos en el cuerpo. 5959 Cf. Slaikeu, Karl A. Intervención en crisis. Manual para práctica e

investigación. Ed. Manual Moderno, 1996. 73

6060 Rogers planteó siete etapas o fases del proceso terapéutico en la terapia centrada en el cliente, que ampliamente explica en su libro El proceso de convertirse en persona. Intentaré, a manera de resumen, mencionarlas, con el ánimo de invitar al lector a profundizar en cada una de ellas, en los textos sugeridos que encontrará al final en la bibliografía. Primera etapa: no se reconocen sentimientos propios, dificultad en el reconocimiento del conflicto y las incoherencias. Segunda etapa, la persona está lejos de expresar en forma personal sus sentimientos y emociones, pero empieza a reconocer, aunque sea mínimamente, que existen conflictos. Tercera etapa, la persona comienza a cuestionar sus constructos personales, reconocimiento incipiente de que los problemas están adentro y no afuera. Cuarta etapa, descripción libre de los sentimientos, reconocimiento de que lo no elaborado en el pasado puede aparecer en el presente en forma de incoherencia y reevaluación de constructos personales. Quinta etapa, aceptación libre de responsabilidades, deseo de ser lo que se es realmente. Sexta etapa, aceptación de sentimientos sin necesidad de negación, experiencia liberadora, trabajo en incoherencia, necesidad de arriesgarse, hacer cambios fundamentales con relación a lo que se quiere ser. Séptima etapa, el consultante se siente cómodo con su vida, se acepta, toma decisiones y asume responsabilidades, evidencia las pocas incoherencias y trabaja en ellas, se acerca a ser lo que realmente quiere ser. 6161 No es el objetivo principal de este texto la intervención en crisis que será tema de un libro de esta misma serie, pero considero necesario reiterar la sugerencia de consultar a Slaikeu Karl, A. anteriormente citado. 6262 Sugiero conocer y manejar la valoración semiológica, que da cuenta, a partir de unas pocas preguntas, de la alteración en procesos psíquicos superiores. 6363 Al lector interesado lo invito a consultar el trabajo de grado: “Duelo, sentido, proyecto y planes de vida”, de Gloria Sierra Uribe y Jacqueline Toro, UNINCCA, 1991, en el cual se logró establecer, cómo una pérdida posibilitaba la reestructuración del sentido de la vida. 6464 Gimeno-Bayón, Ana y Rosal, Ramón. Psicoterapia integradora humanista. Ed. Desclee de Brouer, S.A. Buenos Aires, 2001. 6565 La técnica refleja consiste en devolver al consultante lo escuchado, pero con intencionalidad terapéutica, así él podrá entender lo narrado por él mismo y comprender con la ayuda de las preguntas del terapeuta lo que le sucede. 6666 Recomiendo el libro PNL, Sanando heridas emocionales, de Rubén Armendáriz Ramírez. Ed. Pax México, 1999; especialmente, el capítulo 7: “El alivio de las situaciones traumáticas”, en el cual el lector podrá profundizar sobre los duelos inconclusos. 6767 Caliche, mi hermano amado falleció el 3 de agosto de 1996, luego de dos meses de habérsele diagnosticado un cáncer de riñón. Mi proceso de duelo fue doloroso, muy doloroso; hoy, con el tiempo, y con la magia de la terapia, puedo y doy testimonio de que el dolor se transforma en amor.

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El refugio de los suicidas

Cuenta la historia, que existía un hombre que muchas veces había intentado poner fin a su lúgubre existencia. Vivió solo desde siempre. Sus padres y hermanos lo abandonaron cuando era muy pequeño. No alcanzó siquiera a crear vínculos de amor, ni de apego. Se pasó su existencia esperando encontrar alguien a quien amar y por quién ser amado, pero como nunca le enseñaron a hacerlo, él siempre cometía el mismo error: entregaba su corazón y no sabía de medidas. Buscando el amor, generaba en los otros una especie de carga emocional difícil de tolerar, una compasión malsana. Eso equivale a decir que lo querían con esa especie de lástima y gratitud que se siente ante la miseria. Lo más triste es que él lo entregaba todo a cambio de esas migajas de cariño. Las mujeres de su vida no entendían su forma de amar. Todas, absolutamente, todas, terminaron abandonando a ese ser “demasiado bueno”. No podían desearlo, pues nunca deseamos la miseria, ni mucho menos amarla. El amor resulta ser orgulloso y no acepta perdedores. Él, seguramente, se habría conformado con una pequeña dosis de compañía; me atrevería a suponer que quizá hubiese negociado la infidelidad, el maltrato, el dolor por un poquito de compañía, pero el tiempo pasó y Julián, a sus cincuenta y cinco años, no poseía en su ser un recuerdo de amor. Los únicos recuerdos de amor verdadero los tenía de Laica, su mascota, quien llegó a su vida de una forma maravillosa. Laica era la perra de compañía de un indigente que deambulaba por su barrio. Él, en ese entonces, preparaba cada día la cena para dos con la ingenuidad que produce la soledad. Esperaba en vano que alguna de sus mujeres, un día cualquiera, apareciera por la puerta principal (porque es de aclarar que a todas les daba llaves al despedirse, siempre con la misma frase: “Esperaré por ti”). Nadie había regresado a ese refugio de amor y entrega. Siempre cenaba solo. Colocaba al frente suyo un plato y un juego de cubiertos; encendía velas, destapaba un buen vino, según lo ameritaba la ocasión, e iniciaba el ritual de amor en soledad. Recordaba a algunas de sus amantes, según el plato preparado y lo que en él se evocara. Se sentaba a la mesa, invitaba ceremoniosamente a su amada, e iniciaba ese monólogo, interminable de todo lo que él consideraba digno de ser contado: cómo había sido su día de trabajo, describía la oficina, a los compañeros que siempre lo ignoraban, al jefe que no creía en él, y los éxitos de los nuevos clientes atraídos por su ágil y eficiente intervención; los proyectos del viaje a Europa… En fin, todo en un monólogo que él mismo, para darle tinte de conversación, interrumpía con preguntas, tales como: “¿Cómo fue tu día, amor mío?”. Esa frase era la que más le gustaba y a la que estaba presto a responder con lujo de detalles, apenas le fuera preguntado. Luego, y en forma invariable, aparecía el 75

reclamo que él amaba que le hicieran: “¿Qué paso que en todo el día no me hiciste una llamadita?”. De inmediato, él se disculpaba, contaba en forma muy puntual todas las actividades y reuniones importantes que a lo largo del día le habían impedido hacer lo que él más añoraba: comunicarse con su amada, pero como era de esperarse, hacía, acto seguido, la firme promesa de que al día siguiente haría lo que fuera para no dejarse atrapar por el trabajo y tomaría el teléfono. Con sus manos hacía ademanes de solicitar perdón, el que generosamente recibía siempre. El vino se iba agotando, él llenaba las dos copas y, como de costumbre, hacía un brindis por la vida, por la compañía y por la gloría de tener un hogar. La cena terminaba al igual que su ritual de supervivencia: eran las 10:00 p.m. y el mendigo de la esquina sabía que pronto saldría el señor del gabán café con su cena y con la misma historia: “Mi mujer y yo siempre hacemos un plato de más para alguien que pueda necesitarlo. Esa es nuestra tradición para que nunca nos falte comida en nuestra mesa”. A lo que el hombre siempre respondía: “Muchas gracias. Laica y yo no dormiremos esta noche con hambre”. Este hermoso hombre también sabía que Julián era un hombre solitario. Sabía, además, porque lo podía ver desde la penumbra de la calle: el plato de todas las noches había reposado en un sitio de la mesa por más de dos horas, pero eso no le importaba. La cena para la amada que nunca llegaba era su manjar cada noche y todos sabemos la magia que produce cocinar para la persona amada. Cada noche, el chef se esforzaba más y cada noche, el mendigo y Laica disfrutaban en silencio de la cena solitaria de su benefactor. Una tarde, al llegar Julián a casa, se encontró con la triste noticia de que el mendigo había muerto, luego de que un carro lo atropellara. Este hombre, quien, como era de suponer, no tenía familia alguna, descansaba en la morgue del hospital esperando ser enterrado por las autoridades en una fosa común, en el sitio de los “muertos sin doliente”. Julián, que sentía un afecto especial por el mendigo y su perro, se dirigió al hospital a preguntar por él. Para su sorpresa, una de las enfermeras le dijo: −Don Julián −nadie le decía don− (él se sorprendió), lo estábamos esperando. El señor Miguel −dijo la enfermera dudando del nombre del mendigo− dejó un mensaje para usted. Antes de morir, dijo que ustedes, esta noche, tenían una cita a las diez, por ello solicitó papel y lápiz y le dejó esta nota. Quiero decirle −agregó la enfermera− que, luego de terminar de escribirla, el pobre hombre murió plácidamente. La nota decía: Señor del gabán café, quiero darle las gracias por la cena de cada noche. Su soledad, hecha generosidad, fue nuestra salvación. Gracias. Una cosa más: lo único que tengo para demostrarle mi gratitud es mi perra Laica. Desde ahora es suya. Ella lo reconocerá de inmediato. Además, tiene instrucciones de no irse con nadie más. Ella será su compañía. Y así fue. Julián dio cristiana sepultura al mendigo y Laica fue el premio divino por ello. Se convirtió en su razón de vivir. Desaparecieron las cenas con sus amadas mujeres imaginarias siendo reemplazadas por largos paseos con su mascota. Asimismo, ésta recompensaba a su amo con un cálido saludo, con la danza de alegría al verlo llegar 76

puntualmente, con sentarse a su lado horas y más horas mientras el leía los cuentos de Allan Poe, y así la vida, por primera vez tenía sentido. Sentido que duró muy poco porque la suerte del amo y su perro se parecían. Al poco tiempo, los neumáticos veloces de un automóvil anónimo pusieron fin a la vida de Laica, y, a decir verdad, también pusieron fin a la vida de Julián. Desde ese mismo día se inició la maquinal empresa del suicidio. Julián lo intentó por muchos medios. Todo lo bebible y maligno que podamos imaginar pasó por el cuerpo de Julián, pero nada fue lo suficientemente eficaz. Una dura maldición pesaba sobre él: vivir…, vivir…, vivir, a pesar de todo. Luego resolvió desafiar las leyes de la física: se pasaba el semáforo en verde, pero nadie lo atropellaba. Se pasaba el semáforo en rojo, pero los otros automóviles eran esquivos al contacto con su auto. Él soñaba con morir como su amigo Miguel y su perra Laica, así en el más allá tendrían, los tres, algo en común para platicar. Pero no. Estaba condenado a vivir. Esta situación era muy penosa. Entraba y salía tanto de la clínica por el mismo motivo, que a las personas del cuerpo médico les generaba cierto pesar y, aunque negligentemente, todos hacían lo menos posible (como es lo usual), sin embargo, no lograban hacer lo suficiente como para que se muriera de una buena vez. Un día, uno de los representantes del Refugio del Suicida (R.S.), fue notificado del caso Julián. Era el caso perfecto para sus intereses. Llegaron los expertos y hablaron con el director del hospital quien, efectivamente, dio cuenta de los múltiples intentos de suicidio del paciente 4066 (número del expediente de Julián. Todos en el hospital lo conocían por ese número). El director dio clara instrucciones a los representantes del refugio. Les insistió que él no quería problemas con la ley y que todos los papeles notariales se hicieran directamente en las oficinas del gobierno y no en el hospital como había ocurrido con el último paciente. Era evidente que él quería evitar comentario de complicidad con los “señores de la muerte”, como se conocían en la ciudad a estos delegados del refugio de los suicidas. El director solicitó a un enfermero que condujera a los señores hasta la habitación del paciente 4066 y que los dejara solos para que pudieran hablar de sus “negocios” en forma privada. Los delegados se retiraron, no sin antes dejar un pequeño sobre cerrado con un aporte voluntario por la información oportuna. La puerta se cerró. Los delegados del refugio se dirigieron seguros al encuentro de su cliente. Por el camino interrogaron al enfermero quien les confirmó la información dada por el director. Efectivamente, estaban ante un caso de un suicida frustrado, es decir, del cliente perfecto. Argumentar lo conveniente de su muerte sería fácil. El negocio sería todo un éxito. El enfermero señaló la habitación con un ademán de −por favor llévenselo rapidito−. Los delegados del refugio, provistos de maletines de ejecutivo, hechos en cuero fino; con sus anteojos oscuros para protegerse de las miradas de sus posibles clientes; vestidos de paño inglés, como correspondía a su categoría, ingresaron a la habitación, saludaron a Julián con acto ceremonioso, se diría que hasta con un tono irónico, se presentaron, y, 77

pocos minutos después, hicieron una audaz intervención del servicio que ellos ofrecían en nombre de su empresa: El refugio de los suicidas. Confrontaron a Julián con su realidad. Estuvieron de acuerdo con él, con respecto a que, en situaciones de soledad y de tristeza, lo mejor era poner fin a la vida y ellos, precisamente, estaban allí para colaborarle de manera directa. Le explicaron ampliamente el plan de acción: ellos se encargarían de hacer el “trabajo sucio”, por decirlo de alguna forma. Eso significaba que, durante su permanencia en el refugio, en forma silenciosa y en el momento menos esperado, alguno de los funcionarios acabaría con su vida. No habría más errores. Además, y esto era lo más llamativo del plan, lo harían sin provocarle dolor alguno. Julián escuchaba con una incredulidad que era evidente, pero además escuchaba con un profundo alivio. Por fin iba a descansar y, lo mejor, sin sentir el menor atisbo de dolor, con la certeza de que esta vez todo terminaría. Preguntó entusiasmado qué pedían a cambio. −Muy fácil: todos tus bienes. No los necesitarás después, ni tampoco se los dejarás al Estado. A decir verdad, no ha hecho nada que valga la pena por ti −le dijeron los funcionarios. −Estoy de acuerdo con ustedes. Lo mejor es empezar a organizar las cuentas. No quiero dejar nada al azar −contestó Julián con voz firme y una alegría que hacía tiempo no sentía en su cuerpo−. Pero, mientras llega la hora, ¿de qué voy a vivir? −preguntó. −Usted no se preocupe. La empresa responde por usted hasta el último minuto, además le ofrece los servicios funerarios de lujo. Un servicio bien acompañado para que en su último viaje no se sienta solo como lo fue en vida. Le garantizamos todas las asistencias pos-morten, y, si usted acepta hoy mismo, lo premiamos con compañía en las instalaciones del refugio, porque allí sólo están los candidatos a suicidio. Algunos de ellos han solicitado estar solos, otros, acompañados. Su plan, si la firma es hoy, estaría cubriendo el grupo de los acompañados. Esta información llenó de júbilo al suicida frustrado. Al menos, en los últimos momentos de su vida, no estaría solo. −¿Dónde firmo? −preguntó decidido. Una decisión desconocida en él y comprensible después de tantos intentos fallidos. Firmó con tranquilidad, incluso se diría que su firma, ese pasaporte hacia la muerte, era un acto mezcla de heroísmo y de soledad. El alivio esperado pronto, muy pronto llegaría. Los delegados guardaron muy bien los documentos notariales: firmas sobre todos los bienes y además, firmas de todos los servicios. ¡Qué alegría que alguien por fin haya pensado en los suicidas!, ¡esto hacía falta! Los delegados, además, anunciaron los pasos a seguir: en dos horas un conductor lo recogería en el hospital y lo llevaría directamente al refugio de los suicidas. −¡En dos horas!…, pero, ¡no puede ser! Debo ir a mi casa y recoger mis cosas −dijo Julián algo aterrado. −Usted ya no tiene casa y lo que necesite de aquí en adelante nosotros, se lo daremos. No tiene por qué preocuparse, puesto que, si su única tarea es morirse, todo se lo 78

resolvemos −le respondió el funcionario de mayor jerarquía. −De acuerdo, de acuerdo −agregó Julián, pero le quedó un sentimiento de desprendimiento interior, algo así como sentir una invasión a sus cosas, a sus libros, al cuarto de Laica, a su ropa. Una extraña sensación pasó por su piel. Se parecía al dolor, pero se repuso de inmediato, recordando que era cierto: nada de eso sería suyo. Si hubiera elegido la dosis exacta en aquel fin de semana, no hubiera tenido a qué apegarse. De todas maneras, mentalmente, hizo un recorrido por su casa, por cada una de sus antiguas pertenencias y en silencio se despidió de ellas. Le pareció un poco injusto que no lo dejaran ir un minuto a dar un último adiós, pero era consciente de que los contratos son de palabra y de ley, y es necesario cumplirlos, entre otras cosas, porque las ganancias para las dos partes eran evidentes. Efectivamente, un funcionario del refugio se presentó a las dos horas exactas a recogerlo. Lo saludó. No era igual de cortés que los vendedores ni siquiera lo felicitó por la compra de su plan. Partieron con rumbo desconocido. Se alejaron prontamente de la ciudad, su ciudad, y Julián sintió nostalgia: “Nunca más volveré a ver sus calles, ni sus teatros, ni el café, ni nada más”, pensó. Este desprendimiento era realmente doloroso. Recordó a don Jacinto, el dueño del bar al que iba cada fin de semana. No decirle nada, desaparecer así no más, era un acto muy descortés, pero ya no había remedio. Esa nostalgia no podía aparecer justo ahora cuando todo se había solucionado. Nada del pasado podía perturbarlo, nada. Adiós a todo y se acabó. Salieron de la ciudad. El conductor no le dirigió ni una sola palabra, “por respeto o pesar”, pensó Julián. “Comprar este plan era como haber sido condenado a muerte, la diferencia es que, en este caso, lo decidí yo, y qué decir y para qué hablar con un condenado a muerte”. Tenía razón el conductor en guardar silencio. Llegaron a una estación de metro. El conductor saludó a alguien y, señalando a Julián, expresó: “Éste es el próximo que morirá”. Julián sintió escalofrío. Era verdad, pero en los labios de estos hombres, más parecía un asesinato que una decisión, y recordó su último intento. Había sido distinto. A decir verdad, casi fue una ceremonia. Con días de anticipación compró los barbitúricos; dejó todo organizado en la oficina: cada carpeta contenía una nota de seguimiento. Quien lo fuera a reemplazar iba a estar tranquilo. Él ya no existiría para esclarecer cualquier duda que se presentara, por lo tanto, todo tenía que quedar claro. Trabajó con calma midiendo cada acción, algo así como si estuviera armando un rompecabezas. Hasta ideó la forma como iba a ser encontrado: había invitado a un compañero de oficina que, igual que él, siempre estaba solo. Le dio las llaves de casa con el argumento de ingresar, si él, de pronto se demoraba en una diligencia que tenía pendiente y que era “inaplazable”. Llegó más pronto de lo esperado, con esa prisa del que no tiene nada que hacer, y encontró a Julián muriéndose. Lamentablemente, le salvó la vida, la misma que hacía menos de veinte horas él había empeñado, cansado de su propia ineptitud para lograr su cometido. Pero ahora no entendía nada, estaba en un aeropuerto, muy lejos de casa, con una absoluta levedad, no tenía equipaje. El viaje no tenía regreso, dura metáfora para alguien que ha firmado su propio deceso. El hombre se 79

acercó. Al igual que los otros, le dio las mínimas instrucciones. Con un ademán escueto, se despidió del anterior y con un gesto simple se encontró con su nuevo acompañante. Iniciaron el nuevo viaje, esta vez al destino final. No tardó mucho el recorrido, pero fue el más difícil: escalaron en una especie de teleférico una montaña cuya única vía de acceso parecía ser aquella que utilizaran minutos atrás. Julián pensó: “De aquí nadie se puede escapar”, pero de inmediato la reflexión fue: “¿Quién quiere escapar de la muerte cuando se desea?”. En pocos minutos estuvieron frente a un refugio, el Refugio de los suicidas. Muchas preguntas pasaron en minutos por la cabeza de Julián: “¿Quién estará adentro? ¿Cuánto tiempo permaneceré en este lugar?, y especialmente, ¿cuál será el método?”. Lo del método era a estas alturas del contrato, una obsesión. Julián entró y se encontró con otros suicidas fallidos. Todos, era evidente, querían morir cuanto antes. Lo saludaron con esa complicidad que da tener el mismo plan. Las miradas también eran interrogativas; algo así como: “Y éste, ¿por qué? Se ve joven y lleno de vida”. Surgió otra ironía: estar lleno de vida, cuando se decide morir. “Así es la vida”, pensó y bajó taciturno la cabeza. Le asignaron un cuarto amplio y con todas las comodidades. “Están cumpliendo con lo prometido”, se dijo. El baño era algo extraño: muy pequeño y con muchos muebles inútiles. “Seguramente es aquí en donde terminarán con mi vida”. Y con esta reflexión, empezó Julián una búsqueda minuciosa, de detective, del método, del instrumento que utilizarían para acabar con él. Intentó encontrar las conexiones del gas letal que en la noche lo mataría. Buscó agujeros, o algún indicio de algo que le diera una luz en cuanto al método. Todo fue en vano. El diseño del lugar era perfecto. Estaba en esa búsqueda cuando lo sorprendió el nuevo funcionario anunciándole que pronto estaría lista la cena de bienvenida y que lo esperaban en el comedor. “Cena de bienvenida”, otra ironía, pensaba. Todo era tan extraño y pasaba tan de prisa que el tiempo para pensar no era suficiente. Siempre había un funcionario anunciando el paso a seguir, ¿así sería para el final? ¿Se lo anunciarían? Se presentó al comedor. Su silla estaba asignada con su nombre completo y la fecha de compra del plan, exactamente igual a la de los otros huéspedes. De reojo, miró las fechas y, relativamente, todas eran recientes. Eso lo alegró un poco. Se preguntó por la secuencia que seguirían y si el turno de morir iba a ser en estricto orden de llegada. Si iba a ser así, él sería el último y, mientras eso pasaba, él descubriría el método, no le cabía la menor duda. Se sentó y el dueño de casa lo presentó a todos los presentes. Sobriamente, el anfitrión le dio la bienvenida. Todos lo saludaron con un gesto y lo invitaron a degustar la deliciosa cena. Durante ésta, nadie habló, y, al final, el anfitrión preguntó si alguien tenía preguntas. −Yo tengo una −dijo Julián tímidamente. −¿Qué quieres preguntar? −le contestó el hombre amablemente. −Quisiera saber ¿cómo es el orden de los decesos? Todos sonrieron y bajaron sus cabezas. 80

−Eso nadie lo conoce, sólo el jefe y él no le revela el secreto a nadie. Mejor será que todas las noches estén preparados. Esta puede ser la tuya −agregó el hombre. −No es posible, acabo de llegar −dijo Julián, aterrado. −Sí es posible y es que la hora y el día, la decide él. Otro escalofrío recorrió su espalda, pero sacó fuerzas para no ponerse en evidencia y evitar quedar como un cobarde. Luego de la cena se sentaron en una pequeña terraza a mirar las estrellas. No hablaron y, “¿de qué hablar?”, se preguntaba Julián, “¿de las razones del suicidio?, ¿de los intentos?, ¿de las fallas?, ¿de las soledades?, ¿del refugio?”. Nada tenía sentido. Se habla para construir una relación, eso quiere decir, se habla para el futuro y, en este caso, el futuro no existía. Su vida interiorizada, en suspenso, no era para compartirse. Así estaba pasando la primera noche, ¿sería hoy su fecha? Eso de no saber cuándo sería el momento no le estaba gustando. Se despidieron y cada uno se dirigió a su habitación. Él, un poco inquieto, ubicó a sus compañeros de cuarto: a la derecha, un militar retirado con cara de desesperanza y, al frente, en una habitación que daba al jardín, una mujer de unos cuarenta y cinco años. Él creyó reconocerla. Con seguridad era una actriz de cine de los años 90. En su época había sido muy hermosa y admirada y hoy sólo quedaba una sombra gris. Quién hubiese creído encontrar a esta mujer de fama, dinero, rodeada de amantes, según lo rumoraba la prensa, en un Refugio para suicidas. “Así es la vida”, nuevamente se dijo Julián. Se despidieron con un gesto distante, sin embargo, él quiso entablar un mínimo diálogo, y ella de inmediato, e intuyendo la pregunta, le dijo: −Esta puede ser mi última noche. Yo tampoco lo sé. −No, no era esa mi pregunta. Sólo quería decirle que siempre quise conocerla en persona. Es un placer−. Hizo ademán de caballero, y ella se sonrojó un poco. −Creo, repuso ella, que no fue en las mejores condiciones, ¿de acuerdo? Se despidieron y él ingresó a su habitación, con una sensación de miedo que identificó como consecuencia de sentirse solo y sin respuestas. Quiso salir y buscar a la mujer de en frente, si pronto iba a morir por qué no disfrutar de una noche de conversación con ella. ¿Cuántas historias tendría para contarle?, sintió dolor al saber que no lo haría. Se internó en su mundo. Estaba acostumbrado a hacerlo, aunque esta vez era distinto: el paso siguiente, no dependía de él. Buscó, nuevamente, evidencias de muerte en cada rincón de la habitación. Colocó el sofá detrás de la puerta, para evitar que el asesino acabara con su vida esa noche. Quería conocer más cosas del refugio y era lógico el pago por esa estadía. Su última estadía era el producto de todo su trabajo −buen negocio éste de los señores de gabán, comerciar con la cobardía−, y haciendo cuentas, ellos en pocos días tendrían todo lo que con tanto esfuerzo y con tantos años de dedicación había conseguido, pensando en su vejez. ¡Qué ironía! Esa era la palabra de moda para Julián. Pensándolo bien, era un pésimo negocio el que había firmado. Ya no se sentía tan aliviado y ¿qué podía hacer? Nada, aceptar y esperar. 81

La noche transcurrió muy lentamente. Estaba seguro de que no había conciliado el sueño. El pasado se unía con el futuro en un túnel sin fin. Al final, la mujer de la habitación del frente le hacía señas diciéndole: es tu turno ven, ven. Sintió que era un sueño premonitorio y pensó que seguramente ella sería la elegida esa noche. Se levantó taciturno, triste, sin rumbo, y con esa sensación horrible de no ser dueño de su vida. Se dirigió al comedor y al ver a la actriz, se alegró, de verdad se alegró. Ella, al parecer, sintió lo mismo. Quiso cambiar los puestos del comedor, para estar a su lado, pero eso no era permitido. Esperaría terminar su desayuno para hablar con ella. −Me alegra verte en esta mañana −le dijo con sinceridad. −A mí también me alegra verte −contestó ella con una sonrisa−. Parece que anoche descansó el jefe: hoy estamos todos −añadió. −Sí, es verdad −dijo él con un rostro iluminado por la esperanza−. ¿Siempre actúa de noche? −preguntó Julián. −No preguntes; nadie puede contestar eso; está en el contrato. −De acuerdo, disculpa, es sólo que… −Nada, sólo espera −dijo ella en tono conclusivo. Salieron a la terraza del café, y, sin saberlo, iniciaron una cálida conversación: un poco trivial al principio y luego fluida y profunda. Pasaron las horas, llegó el almuerzo, luego la terraza, luego la comida, luego la terraza, luego la despedida en el pasillo. −Espero verte mañana −dijo ella con una sonrisa. −Yo también −asintió él, tímido como un adolescente. Luego vino el mismo ritual, la minuciosa búsqueda de acciones homicidas, el sofá impidiendo la entrada; el sueño en sobresalto y el ansia del amanecer y descubrir estar vivo; el baño de prisa y estar muy puntual a las seis de la mañana en el comedor; la alegría de verla a ella y saber que aún les quedaba algo de vida para hablar y hablar. Así fue, un día se unió al otro y pasaron dos semanas. Nadie había muerto aún. El silencio se hacía tenso, el aire era pesado, se leía en el ambiente que esa noche, esa noche se esperaba visita y acción, y así fue, fue como si la muerte se presintiera. A la mañana siguiente, el puesto del gerente de la multinacional, de ese maravilloso hombre de cincuenta años, era levantado por el encargado y en su lugar se colocó una flor y una leyenda con su nombre y su fecha de muerte. Fue muy doloroso el espectáculo. La actriz que, para estos momentos, ya tenía un nombre: Susana, empezó a sollozar, lo cual también estaba prohibido. Era inevitable, él había sido quien siempre les ofreciera café y compañía en la terraza. Julián sintió nuevamente el miedo del primer día. A decir verdad, ya no quería morir. Quería regresar a su hogar, al bar, a la cuadra de su vecindario, incluso, quería volver a su oficina. ¡Qué extraño!, lo que antes era la razón y el argumento de su muerte ahora era el de su deseo de vivir, con un hecho adicional: quería seguir conociendo a Susana y se lo dijo esa mañana en la terraza. Ella contestó que sentía algo parecido y por fin pudieron hablar de sus miedos y de no querer morir. Pensaron que tendrían que hacer algo y empezaron a planear la huida, el escape del refugio. Lo intentaron todo: robar las 82

llaves del teleférico, huir por la montaña, ofrecer lo que no tenían al cuidador de turno y nada, nada les funcionó. Mientras tanto, las muertes se seguían produciendo. A los pocos meses de la llegada de Julián, sólo quedaban cuatro personas en el refugio: ellos dos, el militar y un joven ausente que siempre estaba encerrado en el cuarto. El sentimiento de protección que surgió entre ellos era evidente. Pasaban todo el tiempo juntos y sólo se separaban en la noche por orden del dependiente, que siempre les recordaba con ironía su contrato y les decía: “Aquí no se enamoren. No lo hicieron en vida, ¿ahora para qué?”. Y ellos sentían rabia y lo comentaban, pero la verdad era esa: se habían enamorado justo cuando tenían el pasaporte al más allá con fecha de vencimiento. Siguieron planeando su escape en medio de la angustia de cada amanecer. La urgencia de verse en el desayuno los estaba consumiendo, especialmente, el último día cuando el militar había muerto y sólo quedaban los tres. No podían esperar más. Todo lo harían esa noche, se lo jugarían todo por su vida. Lo lograron: esa noche huyeron dejando una nota de agradecimiento: “Estamos vivos y queremos seguir vivos. Gracias. Julián y Susana”. Huyeron. Julián relató los pormenores de la travesía al dueño del bar tan pronto llegó a la libertad y pudo, sin interrupciones, narrar lo que significó el refugio. Su casa estaba en venta; los de la oficina de la inmobiliaria le mostraron su certificado de defunción en el que constaba que él había muerto hacía dos mes y había sido enterrado en el cementerio de la ciudad. Era increíble, nadie creía que estuviera vivo. No tenían donde vivir. El dueño del bar les prestó una habitación que quedaba en la pequeña bodega en donde almacenaba licor en las temporadas de fiestas. Allí Susana y Julián pasaron su primera noche juntos. Se amaron sin prisa. No hay prisa cuando está la vida. Se amaron en silencio, en un acto de encuentro entre el alma y el cuerpo y, en el caso de estos dos amantes, entre el alma el cuerpo y la vida. Se amaron nuevamente al amanecer: era hermoso descubrirse, sentirse, intuirse, descubrirse nuevamente, palparse, saborearse, y todo, en libertad. Se prometieron, con la inocencia del amor, que se acompañarían toda la vida, que se cuidarían y que, seguramente, en la vejez, al llegar el final, le pedirían a Dios que les concediera el permiso de partir juntos. El amor se hizo nuevamente realidad y así, en ese abrazo infinito que da la certeza de la entrega, los sorprendió el amanecer. No tenían nada y lo tenían todo. Eran como las diez de la mañana cuando escucharon gritos, y escucharon a su amigo decir a Jacinto: “Se los juro, aquí no están”. Eran los dueños del refugio que venían por ellos. No lograron huir y, entre lágrimas, suplicaron no ser llevados nuevamente al refugio, pero ello no fue posible. Pronto iniciaron ese viaje que Julián conocía de memoria. El dolor era evidente. Sin hablar, se prometieron que esta vez ellos no esperarían y que, tan pronto estuvieran en el refugio, ellos decidirían por su vida y por su muerte. Se lo prometieron con el corazón. El silencio del viaje les heló la existencia. Pidieron permiso para tomarse de las manos; fue concedido, y nunca más volvieron a soltarse. Eran las seis de la tarde, hora gris, como su dolor, cuando llegaron al lugar de sus 83

desdichas. El refugio estaba desolado. Sólo ellos se encontraban allí. Eran los últimos clientes. Les dieron las instrucciones que ellos ya conocían. Los esperaban a las ocho en punto para la bienvenida. Algo extraño se percibía en el ambiente. Las luces estaban apagadas en su totalidad. No se separaron ni un segundo y esperaron la hora. Planearon que, luego de la cena, lo harían, era su decisión. El hecho de saberse juntos les dio fuerza. A tientas, porque no había luz, llegaron al comedor. Fue fácil, conocían la casa de memoria. Cuando ingresaron, sintieron algo extraño: eran voces conocidas de los antiguos huéspedes, eran voces de muertos, de los que no deberían estar allí; eran voces y risas. Algo celebraban. Los dos apretaron sus manos. Seguramente, los demás estarían muriendo. Algún gas estaba haciendo el efecto. Ya irían atravesando el túnel y los estarían esperando a ellos dos, igual a lo ocurrido en su sueño del primer día. Las voces se percibían cada vez más cerca. La oscuridad era total y el miedo era intenso, parecía que había llegado el final. De un momento a otro, el refugio se iluminó: unas luces multicolores se encendieron. El escenario magnífico se abrió y cada uno de los muertos apareció sonriendo, danzando; algunos con trajes de épocas pasadas, otros con ropa de teatro. Era un espectáculo maravilloso. Ellos no entendían nada. Seguían juntos, unidos por sus manos y su amor. ¿Estaban muertos? ¿Esto era el mas allá? Era hermoso encontrarlos. Julián daba las gracias a sus compañeros por recibirlos. El contrato se había cumplido pero ellos no estaban muertos, ni tampoco los del escenario, todos estaban vivos. No lo entendían. −¿Qué pasa? ¿Qué pasa? −gritaba Susana con júbilo. −Tranquilícense. Somos el grupo de teatro Amor a la vida y hemos diseñado para ustedes esta obra de sentido y de valor para que puedan encontrar aquello perdido. Todo es falso. Nuestros papeles son eso: papeles de teatro para ustedes, nuestros amados clientes. Ahora sólo les queda regresar. Aquí tienen el contrato. Pueden destruirlo, son libres. Julián tomó en sus manos su contrato y el de Susana. Juntos encendieron el fuego y quemaron aquel convenio con la muerte. Así también, juntos encendieron el fuego de la vida. La lección hermosamente representada había cumplido su objetivo: la vida valía la pena vivirse. El telón de la muerte se cerró.

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Para continuar la vida. El efecto terapéutico de los salmos en el proceso de duelo

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