(Trilogia Cazadores de Sueños 3) Huye-Lisa McMann

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Trilogía Dreamcatcher – Gone – Lisa McMann

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ÍNDICE Sinopsis ...................................................................................................................................................................................... 1 Junio 2006 .................................................................................................................................................................................. 5 Julio 2006 ................................................................................................................................................................................... 7 Y entonces .................................................................................................................................................................................. 8 El primer jueves.......................................................................................................................................................................... 9 Viernes ..................................................................................................................................................................................... 42 Lo que es el infierno ................................................................................................................................................................. 55 Ella habla ................................................................................................................................................................................. 65 Sábado ..................................................................................................................................................................................... 71 Domingo .................................................................................................................................................................................. 90 Lunes ...................................................................................................................................................................................... 114 Henry...................................................................................................................................................................................... 138 Martes ................................................................................................................................................................................... 152 Miércoles ............................................................................................................................................................................... 160 Memorias ............................................................................................................................................................................... 177 Ultimo día .............................................................................................................................................................................. 185 Es lo que es............................................................................................................................................................................. 198 Sobre la autora ...................................................................................................................................................................... 204

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SINOPSIS Abre tus ojos. Janie pensó que sabía lo que le deparaba el futuro. Y además pensó que había hecho la paz con el mismo. Pero no puede dejar de arrastrar a Cabel con ella. Ella sabe que él permanecerá a su lado, a pesar de lo que ella ve en sus sueños. Él es asombroso y ella es un tren descompuesto. Janie sólo ve una manera de darle la vida que el merece... ella tiene que desaparecer. Y eso los matará a ambos. Entonces, un extraño entra en su vida y todo se revela. El futuro que alguna vez Janie enfrentó tiene un amenazador cambio y sus opciones son mas horrendas que lo ella creía posible. Sola debe decidir entre el más pequeño de dos demonios. Y el tiempo se está acabando.

El se acerca a ella, sus dedos negros y sangrantes, sus ojos trastornados, sin parpadear. Janie está paralizada, el toca su cuello con sus manos frias, apretando fuerte, más fuerte hasta que Janie no puede respirar. No puede moverse, no puede pensar. Mientras su apretón se vuelve más fuerte alrededor del cuello de Janie, su rostro se vuelve loco enfermizo. El aprieta más fuerte y la comienza a sacudir. Jane está muriendo. No tiene más fuerza para pelear por su vida. Es el fin. Sinopsis traducida por Divagando entre libros

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JUNIO 2006 24 de Junio, 2006. Es como si no pudiese respirar más, sin importar lo que haga. Como si todo se estuviese acercando, hacinándola. Amenazándola. La audiencia. La verdad saliendo a la luz. Reviviendo la fiesta de Durbin delante de un juez y tres bastardos, mirándola fijamente. Cámaras siguiéndola en todo momento desde que da un paso fuera de la sala. Expuesta como un agente antidroga, todo Fieldridge hablando de eso. Hablando de ella. Durante semanas, estando en las noticias locales. Cotilleos en la tienda de comestibles. En el centro de la ciudad. La gente la señala, murmurando con las cabezas muy juntas, esas miradas en sus caras. Aleatoriamente acercándose a ella y haciéndole preguntas invasoras. Desconocidos, antiguos compañeros de clase, apoyándose en su espacio, susurrando, como si fueran sus más cercanos confidentes: “Entonces, ¿qué te hicieron realmente?” Janie no está hecha para esto, es una persona solitaria. Ella está bajo tierra. Es como si ni siquiera tuviera tiempo para dejar todas las otras cosas atrás, lo real, lo importante. Los cambios en la vida de Janie. Las cosas de lña libreta verde. Quedándose ciega. Perdiendo el uso de sus manos. La presión es impresionante. Se está sofocando. Sólo quiere correr.

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Ocultarse. Entonces sólo ella podía ser.

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JULIO 2006 Cinco minutos que importan. Al otro lado del escritorio. El lugar a su lado, vacío. —Ya no lo sé —dice ella—. Simplemente no lo sé—. Presiona las palmas de sus manos en las sienes, esperando que su cabeza no explote. —Lo que sea que decidas —dice la mujer. Es su secreto.

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Y ENTONCES Martes, 01 de Agosto, 2006, 7:25 am —No puedo respirar —susurra ella. Los dedos de él, calientes, encajan en sus costillas, pasan a través de la piel a sus pulmones congelados. Él la sostiene. La besa. Respira para ella. A través de ella. Hace que se olvide. Después, él dice: —Nos vamos. Ahora mismo. Ven. Ella lo hace. En el viaje de tres horas, mira a través de sus pestañas a sus borrosos dedos, acurrucados en su regazo. Finge estar dormida. No está segura de por qué. Sólo sumergiéndose en el silencio. Y sabiendo, en el fondo. Sabiendo que él, y esto, no son las respuestas a sus problemas. Está empezando a darse cuenta de lo que es.

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EL PRIMER JUEVES 3 de Agosto, 2006, 1:15 a.m. Los inquisidores no estaban en ninguna parte para ser encontrados en este lado del estado. Aquí, en las cabinas de alquiler de Charlie y Megan en Lago Fremont, nadie la conoce. Los días son pacíficos pero las noches... en una cabina pequeña, las noches son malas. Los sueños no se van de vacaciones cuando la gente lo hace. Siempre es algo, ¿no? Siempre algo y nunca nada para Janie. Nunca, jamás nada. Al igual que el coche que un médico una vez le dijo no podía conducir, ella lo deseaba. Deseaba revelarse al nunca, el escurridizo nada. Y cuando la siguiente pesadilla comienza, lo piensa de verdad.

1:23 a.m. Janie tiembla en un sofá. A su lado, tendido en una silla reclinable, está Cabe. Dormido. Soñando con ella. Janie mira, como a veces hace cuando sus sueños son dulces. Almacenándolos como recuerdos. Para más tarde. Pero este... Están jugando paintball en un campo al aire libre con una docena de personas sin rostro. Parece como un videojuego. Cabe y Janie se mueven a través de los obstáculos y se disparan el uno al otro, riendo, agachándose, escondiéndose. Cabel se cuela y le da dos tiros a Janie, dos bolas de pintura roja. Se clavan justo en sus ojos.

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La pintura roja goteaba por sus mejillas, sus órbitas huecas. Él sigue disparando y saca un miembro a la vez, hasta que Janie es sólo un cuerpo y una cara pintada a rayas. Él solloza, arrepentido, se arrodilla a su lado en el suelo, y luego la levanta y la lleva, la pone en una silla de ruedas. La lleva a una parte vacía del campo y la pone en la hierba amarilla. Janie se sale de ahí. Sabe que no debería perder el sueño. Pero no puede evitarlo. No puede mirar hacia otro lado. Cuando puede ver, se queda mirando la oscuridad del techo mientras Cabe se revuelve. Desliza su brazo sobre los ojos, tratando de olvidar. Tratando de aparentar que cosas como esto no han estado ocurriendo durante dos meses consecutivos, encima de todo lo demás. —Por favor, paren —ella susurra—. Por favor.

4:23 a.m. Él sueña y se ve obligada una vez más a despertar. Sostiene su cabeza. Janie y Cabel están en el patio trasero de la casa Cabe, sentados en la hierba verde. Los brazos de Janie terminan en los codos. Sus ojos están cerrados con sutura, las agujas siguen ensartadas y colgando del hilo, por sus mejillas. Tiene lágrimas negras. Cabel está frenético. Saca una mazorca de maíz de una bolsa de papel y tira la seda lejos. Le da a uno de los codos de Janie. Saca dos canicas de la bolsa de papel. Grandes ojos marrones de tigre. Los empuja en los párpados cosidos de Janie, empuja duro, pero no se pegan. Janie se cae hacia atrás como una muñeca de trapo, incapaz de sostenerse sin manos. La mazorca de maíz se rompe de su codo y rueda lejos. Cabe mece las canicas de ojos de tigre en las manos.

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Janie, adormecida, no puede ver más. Y no trata de cambiarlo. No un sueño como ese. Porque es sobre ella, y sobre cómo Cabe se está ocupando de las cosas. Se siente completamente equivocado manipular eso. Sólo espera que él nunca le pida ayuda con eso. No obstante, no quiere que él sueñe eso, todo el tiempo. Nada de eso. Patea con su pierna. Conecta. Todo se queda en negro. —Lo siento —él murmura. Y se vuelve a dormir. Es así. Es como si todo lo que él no puede decir saliera en sus sueños.

9:20 a.m. La familiar agitación pone fin a los sueños. Un bienvenido alivio. Janie descansa en su sofá medio dormida. Hablándose a sí misma. De vuelta a la normalidad. Pone su fachada. Hasta que puede pensar en qué hacer al respecto. Sobre la vida. Sobre él.

9:33 a.m. Escucha crujir la silla del jardín, y luego Cabel se sienta acurrucándose detrás de ella en el sofá. Se pone rígida, sólo un poco. Sólo por un segundo. A continuación, toma una respiración profunda. Él desliza sus dedos calientes bajo su camiseta y los mueve al otro lado de su vientre. Ella sonríe y se relaja, con los ojos todavía cerrados.

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—Vas a meternos en problemas —ella dice—. Sabes las reglas de tu hermano. —Estoy en la parte superior de la manta. Tú estás debajo... Ellos van a estar bien con eso. Además, no estoy haciendo nada. Él le acaricia la piel, besa su hombro. Resbalan los dedos abajo de la cintura de sus pantalones. —Amigo. —Janie enlaza sus dedos con los de él—. Nop —dice en voz alta, en el caso de que Charlie y Megan estén prestando atención—. Nada está sucediendo por acá. —Y le murmura a Cabel—. Estás haciendo el desayuno, ¿cierto? —Cierto. Estoy empezando el fuego con mi mente, friendo el tocino con mis más oscuros, crujientes pensamientos. Y pensé que tú tenías una habilidad especial. Piensa de nuevo, missypants. Janie se ríe, pero siempre acaba tensa. — ¿Has dormido bien? —Sí. —Su barbilla le rasca la espalda—. Bueno, tan bien como cualquiera puede dormir en tiras de plástico fibroso y una barra de metal, clavándose en su culo. —Él le muerde el lóbulo de la oreja y añade—: ¿Por qué? ¿Tenía una pesadilla? Siempre me pone nervioso cuando me preguntas eso. —Shh —dice Janie—. Anda a hacerme algo de tocino. Él está quieto por un momento, y luego se levanta. Se desliza en sus jeans. —Muy bien, entonces.

9:58 a.m. Ellos hacen cosas vacacionales. Sentados alrededor de Charlie y Megan, tomando café, preparando el desayuno en la fogata. Relajándose. Llegando a conocerse mejor.

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Janie está distraída. Está frente a todo, temerosa de que perderá algo que necesita ser visto antes de que sea demasiado tarde. Realmente no sabe cómo estar de vacaciones. Además, hay algunas cosas de las que simplemente no puedes escapar. Pero es valiente. Todo parece normal. A pesar de que en el interior, está destrozada. Fueron unos meses difíciles. Enfrentarse a ellos: Doc, Feliz, y Dumbass, era mucho más difícil de lo que pensó que sería. Revivir todas las mentiras. El programa. Los asaltos. Todas las cosas que los maestros hicieron. Fue horrible. Ahora se acabó, el zumbido se apagó, pero las cosas seguían siendo difíciles. Estando en la pista de nuevo, y enfrentándose a la realidad de un ciego y cojo futuro… es difícil. Tener una madre que es una borracha es muy difícil también. Pensar sobre la universidad, donde la gente duerme por todas partes... y un novio, cuyas dudas y temores sólo salen en sus sueños. La vida en general... sí. Todo eso. De verdad. Condenadamente. Difícil. Janie y Cabe lavan los platos juntos. Cabel lava, y Janie seca. Se siente tan hogareño. Agarra un plato herméticamente, secándolo con la toalla. Pensando. Quiere saber si él va a hablar de sus miedos de los sueños. Y entonces lo deja escapar.

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—¿Alguna vez piensas en lo que va a ser? Ya sabes, si nos mantenemos juntos, y yo esté toda ciega y cojeando por ahí, dejando caer y rompiendo platos porque no puedo aferrarme a ellos.... —Pone el plato en el armario. Cabel mueve sus dedos a ella, mojándola... Sonriendo. —Claro que sí. Creo que soy muy afortunado. Apuesto que las personas ciegas tienen buen sexo. Incluso me pondré una venda en los ojos para ser justo. —Choca sus caderas ligeramente contra las suyas. Ella no se ríe. Se estabiliza y luego agarra una sartén de acero inoxidable por el mango y empieza a secarla. Mira fijamente su reflejo retorcido en ella. —Oye —dice Cabe. Se seca las manos en sus pantalones cortos y golpea la mejilla de Janie—. Sólo estaba bromeando. —Lo sé. —Ella suspira y pone el sartén lejos. Tira la toalla sobre el mostrador—. Vamos. Vamos a hacer algo divertido.

01:12 p.m. Ella centra su mente. Hace frío en el agua, pero el sol de la tarde es caliente en su cara, su pelo. Janie está en su lugar, con las rodillas flexionadas, los brazos rectos pero no bloqueados, tratando de equilibrarse. El chaleco salvavidas golpea sus orejas. Sus brazos bien tonificados son como palos de fotografía: haciendo enormes tomas del chaleco. Los anteojos de Janie están guardados de manera segura dentro de la embarcación, así que todo está borroso. Es como mirar a través de una pared de lluvia. Toma una respiración profunda. —¡Golpéalo! —Ella grita, y entonces se tira hacia adelante, golpeándose las rodillas, con los brazos temblando. Agarra la manija de la cuerda, los nudillos blancos, las palmas y los músculos doloridos ya

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de los dos esfuerzos anteriores. Se empieza a reclinar pero recuerda, y no lo hace. Deja que el barco te tire para arriba. Se endereza, más o menos. Se tambalea y se vuelve a enderezar. Su trasero sobresale, lo sabe. Pero no puedo evitarlo. No le importa, de todos modos. Lo único que puede hacer es sonreír ciegamente mientras es abofeteada y picada con el rocío del agua en su rostro. Ella se para. —¡Woo Hoo! —grita. Megan es una conductora amable al volante de la pequeña lancha verde-guisante. Observa a Janie por el espejo retrovisor como las buenas madres ven a sus hijos, con el ceño fruncido de preocupación, pero asintiendo con la cabeza. Sonriendo. Cabel está de cara a Janie, en la posición de observador en la parte posterior del barco, sonriendo como solo él lo hace. Sus dientes brillan blancos en contraste con su piel bronceada y su cabello castaño, veteado de oro por la luz del sol, gira violentamente al viento. Sus nudosas cicatrices de quemaduras en su vientre y pecho brillan de un marrón plateado. Pero ambos son sólo manchas para Janie a setenta y cinco pies de distancia. Cabe grita algo que suena entusiasta, pero se pierde en el ruido del motor y el chapoteo. Las piernas y los brazos de Jaine tiemblan a medida que se secan con el aire y luego la golpea el rocío del agua de nuevo. Su piel zumba. Megan se mantiene cerca a la orilla arbolada de sauces. Mientras se acercaba a la playa de la ciudad y al campamento, Megan maneja el barco en un amplio semicírculo, girando a su alrededor. Una vez que se enderezaron de nuevo, Janie se humedece los labios, y entonces, decidida, le enseña a Megan el pulgar hacia arriba.

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Más rápido. Megan cumple, y alza la velocidad hacia el muelle cerca de la cabañita barnizada de color rojomarrón, una de las seis salpican la costa en el Rustic Logs Resort, y luego ella continúa pasándola. Explorando nuevos territorios. Soy una chica mala, piensa Janie. Entrecierra los ojos y hace un audaz y finalmente exitoso intento de cruzar la estela de nuevo mientras los dos en el bote la animan. Para cuando Janie lo detecta, ya es demasiado tarde. Una mujer se encuentra tomando el sol en un trampolín del agua, la piel brillante con bronceador y sudor. Janie no puede salir de la escena, pero conoce lo suficientemente bien las señales de advertencia. Su estómago se da vuelta. Janie vuela más allá de la mujer y se ve envuelta en la oscuridad. Hay un flash de tres segundos de un sueño antes de que todo haya terminado y esté fuera del alcance de nuevo. Pero es suficiente para que Janie se desconcentre. Sus rodillas se debilitan, los esquís se enredan debajo de ella, y se voltea hacia adelante violentamente, el agua entrando en su garganta y fosas nasales. En su cerebro, al parecer, por la forma en que quemaba. Un esquí la golpea en la cabeza y está obligada a volver bajo el agua. Ella no está desacelerando. Si caes, suelta la cuerda. Dios. Janie intenta nadar, con tos y expectoración, con la cabeza en fuego. Asombrada de que el chaleco salvavidas de gran tamaño esté todavía conectado, aunque ella está toda torcida en él. Se siente mareada después de tragar la mitad del lago. Se seca el agua que le hacen arder los ojos y busca a sus compañeros a través de las manchas, desorientada, deseando sus anteojos, con las orejas tapadas. Cuando las malas hierbas de pronto le hacen cosquillas a los pies colgando, su cuerpo hace un pequeño espasmo de horror, después de que ella tratara de no pensar en estar rodeada de grandes carpas de color amarillo-naranja... y sus excrementos. No aficionada a esto, hola.

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Ruidos de barcos a la distancia. Ninguno de ellos parece que está llegando a su rescate. Finalmente se oye un traqueteo amortiguado. Cuando el motor se corta, Janie dice en voz alta. —¿Cabe? Sigue siendo el único nombre que se siente seguro en su lengua.

01:29 p.m. En el barco, Cabel envuelve una toalla alrededor de ella. Janie tiene sus anteojos en la mano. —¿Seguro que estás bien? —Él frunce los ojos y está tratando de no sonreír. —Estoy bien —gruñe Janie, molesta, castañetea los dientes. Megan revisa el golpe en la cabeza de Janie, y luego lanza la cuerda de remolque. Cabel tose ligeramente y presiona los labios. —Eso fue bastante, eh, bastante espectáculo, Hannagan. —¿En realidad te estás burlando de mí? ¿En serio? —Janie se frota el pelo con la toalla—. Casi me muero por ahí. Además, mi cerebro está infestado con plancton y mierda de carpa. Es mejor que tengas cuidado, o empiezo un ataque con cohetes de moco contra ti. —Yo... eww. Eso es repugnante. —Cabe se ríe—. Pero en serio, realmente deberías haberte visto a ti misma. ¿Cierto, Megan? Me gustaría haber tenido una cámara de vídeo. —Amigo, estoy tan en Suiza —dice Megan. Con la cuerda estibada, acelera el motor y cambia la dirección de la embarcación, de vuelta al muelle.

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Por segunda vez hoy, Janie no se está riendo. Cabel continúa por encima del ruido. —Quiero decir, tu caída era una cosa, pero el arrastre, era algo completamente fuera de control. Tus piernas estaban volando. ¿Recuerdas la regla número uno del esquí acuático? —Lo sé. Jesús. Cuando te caigas, suelta la cuerda, lo sé. Sólo hay un montón de mierda que recordar cuando estás ahí fuera. Cabel resopla. —Un montón... sí, un montón de mierda que recordar. —Se ríe larga y duramente, se limpia los ojos y trata de controlarse a sí mismo—. Aunque, ¿no deberías soltar la cuerda si te está ahogando? No sería un tipo de respuesta automática. ¿Una técnica de supervivencia básica? Ella lo mira. Él deja de reír y le da una mirada indefensa e inocente. —Está bien, está bien, lo siento —dice él. —Ve a chupar una —dice Janie. Se da vuelta y mira de reojo a través de sus gafas, la localización de la mujer dormida en la cama de plástico, ahora una pequeña isla en la distancia. Aún no lo has entendido del todo, ¿verdad, Cabe? Probablemente nunca lo hará. —Supérate a ti misma, Hannagan —ella se murmura—. Estás de vacaciones, maldita sea. Estás relajándote y divirtiéndote. —¿Qué es eso, dulzura? —Él se desliza hacia ella en el asiento. —Dije que fue un poco gracioso, ¿no? —Janie mira a los ojos de Cabel. Sonríe tímidamente.

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Con el dedo, él coge una gota de agua de su barbilla. Sonríe. Lleva su dedo a sus labios y lame el agua. —Mmmm —dice, acariciando su cuello—. Mierda de carpa.

1:53 p.m. Cabel se duerme sobre una manta bajo la sombra de un roble. Janie se sienta, con la barbilla en las rodillas, mirándose los pies. Escuchando el ritmo de las olas suaves que aparecen en la costa. Después de un rato, se levanta. —Voy a dar un paseo —susurra. Cabel no se mueve. Se desliza una playera larga por encima de su traje de baño, mete sus dedos en sus sandalias, agarra su celular, y camina detrás de la cabina y un poco por el estacionamiento, por el camino empinado de la carretera principal. Al otro lado de la carretera hay un campo y una vía férrea. Los rieles brillan con el sol de la tarde. Janie pasea a lo largo de los rieles y piensa, contenta de que haya un lugar tranquilo donde pueda bajar la guardia de los sueños. Después de un rato, deja de caminar. Se sienta en la pista, sintiendo el metal caliente contra la parte posterior de sus muslos a través de la delgada remera. Abre su teléfono y marca la memoria # 2. —Janie, ¿qué está pasando? ¿Todo bien? Janie suavemente espanta un abejorro. —Hola. Sí. Estoy teniendo un montón de pensamientos. Acerca de lo que hablamos... ¿sabe? Hay mucho tiempo para pensar en las vacaciones —dice, y se ríe nerviosamente. —¿Y? —¿Y... está segura de que está de acuerdo con lo que decida?

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—Por supuesto. Tú lo sabes. ¿Te decidiste, entonces? —En realidad no. Yo estoy... estoy todavía decidiendo. —¿Has hablado con Cabel al respecto? Janie hace una mueca de dolor. —No. Todavía no. —Bueno, no te culpo por querer y necesitar considerar todas tus opciones. La garganta de Janie se aprieta. —Gracias, señor. —Sabes lo de siempre. Llámame en cualquier momento. Déjame saber lo que elijas. —Lo haré. —Janie cierra el teléfono y se queda mirándolo. No hay nada más que decir. A la vuelta, agarra un centavo que se aplanó en la pista y se pregunta si uno de los vacacionistas de abajo de la colina lo ha colocado ahí. Se pregunta si algún pequeño niño emocionado volverá por ella. Lo pone en el riel del ferrocarril para quien quiera que sea pueda verlo seguro. Camina lentamente hacia la cabina para dejar sus cosas. Y después, regresa al exterior, abajo del árbol. Observa a Cabe dormir. Más tarde, se adormece también, duerme cada vez que tiene la oportunidad mientras que esquiva cansadamente los sueños de Cabel, y los sueños de un niño que duerme en alguna parte, probablemente en la cabina de al lado. No hay forma de escapar de todo ahí. O en cualquier lugar. No hay escape para ella.

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5:49 p.m. Un pitazo y el tren se precipitan pasando hasta la parte superior de la colina. Todos los que estaban durmiendo se despiertan. —Otro día ajetreado en el lago —murmura Cabel—. Tengo el estómago gruñendo. —Él se da la vuelta sobre la manta. Janie no puede resistir. Se acurruca en su cuerpo caliente. —Puedo oírlo —dice ella—. Y huelo la parrilla de carbón. —Realmente deberíamos levantarnos ahora. —Lo sé. Ellos siguen acostados todavía, la cabeza de Janie sobre el pecho de Cabel, una agradable brisa sale de la laguna. Ella mantiene sus ojos cerrados y lo sostiene, toma el olor de él, siente el calor de su pecho en su mejilla. Lo ama. Se rompe un poco más adentro.

6:25 p.m. Janie oye el chasquido de la puerta de la cabina y se siente culpable mientras Megan se acerca a ellos. —Lo sentimos, Megan, deberíamos ayudarte con la cena. —Nah —Megan sonríe—. Necesitabas una siesta después de todo lo del esquí y el ahogamiento. Pero tu celular está sonando en el interior de la cabina. No sé qué hacer con él. —Gracias. Voy a comprobarlo.

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Cabel se sienta también. —¿Todo bien? ¿Donde está Charlie, de todos modos? —En la ciudad, recogiendo comida del supermercado. Está todo bien. Relájate —dice Megan—. En serio. Ha sido una época difícil para ustedes, necesitan descansar. Obedientemente, Cabel se hunde hacia abajo sobre la manta mientras Janie se pone de pie. —Enseguida vuelvo —dice—. Es mejor que no sea la capitana con una misión o dejo de fumar. Cabel se ríe. —No lo harías. 6:29 p.m.

Mensajes de voz. De Carrie. Cinco mensajes. Y son malos. Janie escucha, incrédula. Escucha otra vez, aturdida. “Hey, Janers, maldita sea, ¿dónde estás? Llámame”. Clic. “Janie, en serio. Hay algo mal con tu mamá. Llámame”. Clic. “¡Janie, en serio! Tu mamá se tambalea alrededor de tu patio delantero llamándote a gritos. ¿No le dijiste que te ibas a Fremont? Está totalmente borracha, Janie, está llorando y... oh, mierda. Está en el camino”. Clic.

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“Hey. Estoy llevando a tu mamá al Hospital Municipal. Si ella vomita en Ethel, estás muerta. Llámame. Jesús. ¿También? Mierda. La batería de mi teléfono se está muriendo, así que tal vez intente desde hospital o algo así... no sé qué decirte. Voy a tratar otra vez cuando tenga oportunidad”. Clic. —Oh, Dios mío. —Janie mira su teléfono, sin verlo en realidad. Entonces llama a Carrie. Contesta el correo de voz de Carrie. —¡Carrie! ¿Qué pasó? Llámame. Tengo mi teléfono ahora. Lo siento mucho. Estaba tomando una siesta. —Suena hueco. Sin cuidado. Frívolo incluso, cuando Janie lo dice en voz alta. ¿En que estaba pensando, dejando a mi madre sola por una semana?—. Dios. Sólo llámame. Janie se queda ahí, todo el aliento siendo arrastrado fuera de ella, sustituido por miedo. ¿Qué tal si algo está realmente mal? Y entonces la ira. Nunca tendrá una vida tan larga como esa mujer que está viva, piensa. Aprieta los ojos cerrados y retrocede, inmediatamente. No puede creer que fuese una persona tan horrible, pensando cosas tan horribles. Charlie entra en la cocina de la pequeña cabaña con una bolsa marrón de comestibles y se queda parado al ver la expresión en el rostro de Janie. —¿Estás bien? —pregunta él. Janie parpadea, insegura. —No, no lo creo —dice en voz baja—. Creo que... Creo que me tengo que ir. Charlie pone los comestibles de la tienda con fuerza sobre el mostrador. —Cabe —grita a través de la puerta mosquitera—. Ven aquí.

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Janie baja su teléfono y saca la maleta del armario. Comienza a echar su ropa en la maleta. Mira su propia imagen despeinada en el espejo y pasa sus dedos por su enredado pelo rubio oscuro. Oh, Dios mío, dice ella para sus adentros. ¿Qué diablos le pasa a mi madre? Y luego le llega. ¿Y si realmente su madre se está muriendo? ¿O está muerta? Es a la vez fascinante y terrorífico. Janie imagina la escena. —¿Qué es? —dice Cabel, entrando en la cabina—. ¿Qué está pasando? —Acá —ella dice. Marca el correo de voz y le da el teléfono a Cabel—. Escucha todos los mensajes. Mientras Cabel escucha, Janie, deslumbrada, sigue empacando. Después de que todas sus cosas estaban en el interior, se da cuenta que necesita algo para cambiarse, no puede manejar todo el camino hasta Fieldridge en traje de baño. No puede conducir en absoluto. El gran detalle. —Joder —murmura Janie. Observa cómo Cabel escucha los mensajes. Observa cómo se intensifica su expresión. —Santa mierda —dice él. Mira a Janie. Toma su mano—. Santa mierda, Janie. ¿Qué puedo hacer? Janie sólo entierra la cara en su cuello. Tratando de no pensar. Sin fin.

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7:03 p.m. En el viaje de tres horas a casa. Cabel va al volante del Beemer que el capitán Komisky le permite conducir. Janie se queda mirando su teléfono, dispuesta a llamar a Carrie. Pero está silencioso. Janie llama al hospital. No tienen registro de que Dorothea Hannagan fuese admitida. —Tal vez ella está bien y no tuvieron que admitirla —dice Cabel. —O tal vez está en la morgue. —Ellos te habrían llamado para esta hora. Janie está en silencio, tratando de pensar en las razones de por qué el hospital no la llamó, y mucho menos Carrie con una actualización. —Podemos llamar a la capitana —dice Cabel. —¿Qué bien haría eso? —¿La jefe de la policía? Ella puede obtener información de cualquiera que quiera. —Es verdad. Pero... —Janie suspira—. No lo sé... mi madre... no importa. No. Yo no quiero llamar a la capitana. —¿Por qué? Sería poner tu mente en paz. —Cabe... —Janie, en serio. Deberías llamarla, obtener la primicia. Ella lo haría totalmente por ti... si estás preocupada acerca de imponerte... —No, gracias. —¿Quieres que la llame?

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—No. ¿Está bien? No quiero que lo sepa. Cabel suspira, exasperado. —No lo entiendo. Janie aprieta la mandíbula. Mira por la ventana. Se siente el calor en las mejillas, las lágrimas picando. La vergüenza. Dice en voz baja: —Es vergonzoso, ¿de acuerdo? Mi mamá es una maldita alcohólica. Tropezando en el patio, ¿gritando? Dios mío. Simplemente no es necesario que la capitana vea eso. O que sepa acerca de eso... esa parte de mi vida. Es personal. Hay cosas que hablo con la capitana, y cosas que son privadas. Sólo déjalo. Cabel está en silencio. Después de unos minutos de parloteo del DJ de la radio, conecta su iPod en el estéreo del automóvil. 'Feels Like Rain' de Josh Schicker inunda el auto. Cuando la canción termina y las primeras notas de la próxima canción empiezan, él se endurece rápidamente y luego la saca. Sabe lo que se viene. Sabe que es 'Good Mothers, Don't Leave!' (Las Buenas Madres, No se van). Pasa una hora mientras viajan hacia el este a través de Michigan, dejando la puesta de sol de color naranja y brillante en su estela. El tráfico es liviano. Janie apoya la cabeza contra la ventana, mirando las manchas de verdes árboles y profundos campos amarillos al pasar. Hay un ciervo en un área de césped pero como está enfocando en la oscuridad, podría ser un tronco de árbol quemado que la está engañando. Se pregunta cuántas veces más iba a presenciar escenas como ésta. Tratando de recordar todo lo que ve ahora, para más tarde. Cuando todo lo que tiene es la oscuridad y sueños. Intenta de nuevo con el hospital. Todavía no hay registro de Dorothea Hannagan. Es una buena señal, piensa Janie... excepto que Carrie todavía no ha llamando. —¿Dónde está ella? —Janie rebota la cabeza en el reposacabezas. Cabel mira de reojo a Janie.

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—¿Carrie? ¿No te dijo que su teléfono estaba muerto? —Ella dijo que su batería estaba baja. Pero hay otros teléfonos.... Cabel se acaricia pensativamente la barbilla. —¿Ella realmente sabe tu número de celular o estás en su marcación rápida? —Ahh. Buen punto. Marcación rápida. —Así que por eso ella no ha llamado. No sabe tu número, está en su teléfono muerto y no puede acceder a él. Janie sonríe. Dejando ir una respiración preocupada. —Sí... estás probablemente en lo cierto. —¿Has intentado llamar a tu casa para ver si tu madre está ahí? —Sí, hice eso también. No hay respuesta. —¿Tienes el número de Stu? ¿O el teléfono de la casa de Carrie? —Traté en su casa. No hay respuesta. Y no tengo el de Stu. Lo cual debería. Siempre tuve la intención... —¿Qué hay de Melinda? —Sí, claro. —Janie bufa—. Justo lo que necesito: las chismosas de la Colina expandiendo esta historia por ahí. —Ella se voltea a la ventana—. Lo siento, fue insolente. Ya sabes, antes. Cabel sonríe en la oscuridad.

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—Está bien. —Él alcanza la mano de Janie. Entrecruza sus dedos entre los suyos—. No pensaba. Es mi culpa. —Hace una pausa—. Sabes que nadie piensa mal de ti por las cosas que no puedes controlar, como lo que tu madre hace. —¿Nadie? —Janie frunce el ceño—. Cierto. Todos ellos tienen su opinión por el lío de Durbin. —Nadie que importe. Janie inclina la cabeza. —Ya sabes, Cabe, a lo mejor los vecinos, el pueblo entero de Fieldridge... tal vez lo que ellos piensen realmente me importa a mí. Quiero decir, Dios. Olvídalo. Estoy tan cansada de todo esto. Jesús, ¿qué es lo siguiente? Después de una pausa, Cabel, dice: —Directo al hospital, entonces, ¿no? —Sí, me imagino que es lo mejor que podemos hacer. Ella sólo podría estar sentada, esperando en la sala de emergencias. Vamos a tratar eso en primer lugar... ¿te parece? —Sí.

9:57 p.m. Janie y Cabel están de pie en la sala de emergencia, sin saber qué hacer. No hay señales de Carrie o de la madre de Janie en ninguna parte entre los enfermos y heridos. Nadie en el escritorio tiene ningún registro tampoco. Cabel se toca los labios con los dedos, pensando. —¿Es Hannagan el nombre de casada de tu mamá? Janie con los ojos cerrados suspira.

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—No. —Ella nunca le dijo a Cabel mucho sobre su madre, y él nunca preguntó. La cuál era la forma que a Janie le gustaba. Hasta ahora. —¿Um...? —Cabel medita—. ¿Cómo puedo poner esta PC. Vamos a ver. Está bien, ¿tu mamá alguna vez fue por ahí con cualquier otro nombre aparte de Hannagan? —No. Se llama Dorotea Hannagan, y ese es el único nombre que ha tenido alguna vez. Soy una bastarda. ¿Está bien? —Janie, en serio. Nadie se preocupa por eso. —Sí, bueno, me importa. Por lo menos, tú sabes quiénes son tus padres. Cabel mira a Janie. —Doy mucho por lo que me hizo. —Oh, cielos, Cabe. —Janie hace una mueca—. Lo siento. El mayor error verbal tipográfico. Estoy estresada... no sé lo que estoy diciendo. Cabel parece que está a punto de decir algo, pero lo retiene. Mira a su alrededor otra vez, inútilmente. —Vamos —dice, tomando la mano de Janie—. Al elevador. Haremos una caminata alrededor, comprobando las salas de espera. Diez minutos, máximo, y si no encontramos a Carrie, nos dirigimos de nuevo a su casa y esperamos. No sé qué más hacer. Un escalofrío se arrastra sobre la piel de Janie. Su madre, la borracha, ha desaparecido.

10:02 p.m. Allí, en la sala de espera del tercer piso. UCI (Unidad de Cuidados Intensivos).

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Con los codos en las rodillas y la cara entre las manos, los dedos pasando a través de sus largos y oscuros rizos. Inclinada hacia adelante. Como si estuviese lista para saltar en sus pies en cualquier segundo y correr como el infierno. —Carrie —dice Janie. Carrie se levanta. —Oh, bueno, tú tienes mi nota. —¿Dónde está...? ¿Es mi madre...? —Está en la habitación con él. —¿Qué? ¿Quién? —¿No has recibido mi nota? —¿Qué nota? Lo único que sé es lo que has dejado en mi buzón de voz. —Dejé una nota sobre Ethel, en el estacionamiento. Supuse que eras una detective ahora, o lo que sea. Deberías pensar en buscar en mi coche. De todas formas, ¿cómo diablos me has encontrado, entonces? No importa. Tu mamá, está bien. Quiero decir, todavía está borracha, pero creo que se le está bajando ahora... como hacia abajo. Está toda llorosa y temblorosa. Pero... —Carrie —dice con firmeza Janie—. Concéntrate. Dime lo que está mal con mi madre y dónde puedo encontrarla. Carrie suspira. Se ve cansada. —Tu mamá está bien. Sólo borracha. Janie mira nerviosamente a la puerta abierta del pasillo mientras las enfermeras se desplazan. Su voz es baja y urgente.

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—Está bien, está bien, entendí que está borracha. Siempre está borracha. ¿Podemos dejar de gritarlo, por favor? Y si está bien, ¿por qué diablos estamos todos en terapia intensiva? —Oh, hombre —dice Carrie. Ella niega con la cabeza—. ¿Por dónde empezar? Cabel encamina a Janie y Carrie hacia las sillas y se sienta con ellas. —¿Quién es "él", Carrie? ¿Con quién está ella? —dice él suavemente. Janie asiente con la cabeza, haciéndose eco de la pregunta. Pero ella ya lo sabe. Sólo hay un "él" que podría ser. No hay nadie más en el mundo. Nadie más que pueda hacer que la madre de Janie reaccione de esta manera. Nadie más que con él es con quien sueña la madre de Janie. Carrie, que normalmente tiene unos ojos brillantes, ahora estàn apagados con el cansancio de un día inusual, mira a Janie. —Al parecer, es tu padre, Janers. Él esta, como, realmente enfermo. Janie sólo mira a Carrie. —¿Mi padre? —Ellos no piensan que lo logre.

10:06 p.m. Janie vuelve a caer en la silla. Entumecida. Sin tener idea de cómo se supone que se siente acerca de esta noticia. Ninguna. Jodida. Pista.

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Cabel levanta la mano para interrumpir la conversación. Los tres se sientan en la sala de espera en silencio por un momento, Janie buscando el banco, Carrie trabajando en un pedazo de goma de mascar, Cabel cierra los ojos y mueve la cabeza siempre tan ligeramente. —Empieza desde el principio —dice él. Carrie asiente con la cabeza. Pensando. —Sí, es así, esta tarde, probablemente como a las tres, oí a alguien gritando afuera. No hice caso porque siempre hay alguien gritando por el barrio, ¿verdad? Y estaba doblando la ropa sobre la cama y después a través de mi ventana veo a la mamá de Janie, lo que es muy extraño, porque ella nunca sale a la calle a menos que esté caminando a la estación de gas o de la parada de autobús para conseguir alcohol, ¿cierto? Pero hoy estaba en su camisón vagando por el patio... Janie se pone las manos en la cara. —Oh, Dios —dice ella. —...Y, uh, ella llamaba "¡Janie! ¡Janie!" y en cierto modo tropieza y corro afuera para ver lo que está mal con ella. Y Dorothea, estaba llorando y dice: "¡El teléfono! Tengo que ir al hospital" una y otra vez, y yo te llamo y dejo mensajes y, finalmente, sólo maneje hasta acá, porque no sabía qué más hacer. Y nos tomo como una hora sentarnos en la sala de emergencias y hablar con la recepcionista antes de que ella se... um... calmara y fuese capaz de explicar que no estaba enferma, que recibió una llamada telefónica y necesitaba ver a Henry. Janie mira hacia arriba. —¿Henry? —Sí, Henry Feingold. Ese es el nombre del tipo. —Henry Feingold —Janie dice. El nombre suena vacío. No tiene ningún significado para ella. No suena como lo que se imaginaba que el nombre de su padre sonaría—. ¿Cómo puedo siquiera saber si es él?

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Dorothea —dice ella, enfatizando cada sílaba—, nunca se molestó en compartir ninguna información conmigo acerca de él. Carrie asiente con la cabeza solemnemente. Ella lo sabe. Y después. Janie parpadea las lágrimas mientras se da cuenta de la verdad. —Tiene que vivir cerca si ellos lo trajeron aquí. Supongo que no se molestó en conocerme tampoco. —Lo siento, cariño. —Carrie mira al piso. Janie se para repentinamente y encara a Cabel y Carrie. —No puedo creer que ella arruinó nuestras vacaciones. Y lo siento mucho, Carrie, que hayas perdido el día y la noche acá. Eres una buena amiga, por favor, vete a casa o para la de Stu o lo que sea. Ella se dirige a Cabel. —Cabe, voy a manejar esto desde acá. Voy a tomar el autobús a casa una vez que recoja a mi madre. Por favor, chicos. Vayan a descansar un poco. —Camina hacia la puerta, con la esperanza de que Carrie y Cabe la seguirán para que los pueda despachar y sufrir la vergüenza de todo esto en privado. Su labio inferior tiembla. Dios, esto está tan jodido. Cabel se pone de pie y, a continuación, Carrie se para también. —Entonces —dice Cabel a Carrie mientras siguen a Janie a la puerta—. ¿Qué pasa con él? ¿Lo sabes? —Algunas lesiones cerebrales o algo así. No sé mucho, he oído decir al doc a Dorothea que él llamó al 911 y que todavía estaba consciente hasta después de haber llegado hasta acá, pero ahora no se despierta. Finalmente dejaron que Dorothea lo viera hace unos treinta minutos. Y Janers —dice Carrie—, no es un problema, ¿de acuerdo? Harías lo mismo si mi mamá necesitara ayuda. ¿Cierto? Janie siente un nudo en la garganta y parpadea las lágrimas. Lo único que puede hacer es asentir. Cuando Carrie la abraza, Janie ahoga un sollozo.

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—Gracias —Janie susurra en el pelo de Carrie. Carrie se vuelve para irse. —Llámame. Janie asiente de nuevo, mirando a Carrie caminar hasta los ascensores. Y luego mira a Cabel. —Ve —dice ella. —No. Él no se va a ir a ninguna parte. Janie suspira con inquietud. Porque es genial que él sea tan favorable, pero esta situación es totalmente extraña. Y Janie no sabe muy bien qué esperar. Algunas cosas en realidad son más fácil hacerlas solo. Está tranquilo y las luces están bajas mientras Janie y Cabel empujan a través de las puertas dobles al pasillo de los pacientes de la UCI. Janie siente un tirón leve de un sueño desde la distancia y lo combate de inmediato, con impaciencia. Espía a la habitación culpable cuya puerta está entreabierta y en silencio maldice. Frustrada de que no siempre puede escapar de los sueños de la gente, aun cuando su mente está muy ocupada haciendo otras cosas. Ellos revisan en la estación de enfermeras. Janie se aclara la garganta. —Henry, eh, Fein... stei... —Feingold —dice Cabel sin problemas. —¿Es usted familia? —pregunta la enfermera. Los mira con recelo. —Yo, uh —Janie dice—. Sí. Es mi... padre... Supongo.

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La enfermera ladea la cabeza hacia un lado. —El truco para entrar en la habitación de alguien es mentir de manera convincente —dice—. Buen intento. —Yo... yo no quiero entrar en su habitación. Sólo dígale a mi madre que estoy aquí, ¿podría? Ella está ahí con él. Voy a estar en la sala de espera. —Janie se da la vuelta bruscamente y Cabel encoge los hombros a la enfermera y la sigue. Marchan hacia atrás a través de las puertas dobles de la sala de espera, dejando perpleja a la enfermera viéndolos pasar. Janie murmura en voz baja mientras se arroja en una silla: —Feingold. Harvey Feingold. Cabe mira hacia ella. —Henry. —Eso es. Por Dios. Nunca se te ocurriría que trabajo para la policía. —¿Lo cuál es, probablemente, por lo que eres tan convincente de encubierto? —dice Cabel, sonriendo. Janie lo codea de forma automática. —Bueno, ya no. No te olvides de que estás hablando con la muchacha agente antidroga. —Ella se da vuelta hacia él. Agarra su mano. Suplica—. Cabe, en verdad, debes irte. Duerme un poco. Vuelve a Fremont y disfruta del resto de la semana. Estoy bien aquí. Soy capaz de hacer esto. Cabel agarra a Janie y suspira. —Sé que puedes manejarlo, Janie. Eres una maldita mártir. Es agotador, de verdad, tener esta misma discusión cada vez que tienes que pasar. Sólo déjalo ir. Yo no me voy. —Él sonríe diplomáticamente. Janie deja caer la mandíbula.

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—¡Una mártir! —Ahh, sí. Muy poco. —¡¡Por favor!! No se puede ser muy poco mártir. Eres, o no lo eres. Es algo como único. Cabel se ríe en voz baja, las comisuras de sus ojos arrugados. Y entonces él sólo la mira, sonriendo de una manera torcida que le recuerda a Janie los días de skates. Pero en este momento, Janie parece que no puede devolver la sonrisa. —Um, acerca de esta pequeña aventura —comienza ella—. Esto es realmente mortificante, Cabe. Yo estoy... estoy tan avergonzada de esto, y tengo mucho en mi mente, y casi no puedo soportar lo lindo que estás siendo. Odio estar arruinando tu tiempo también, en vez de sólo el mío. Así que, realmente, por favor. Me harías sentir mejor si solo, ya sabes... —Janie le da una mirada desvalida. Cabel parpadea. Su frente se arruga y la ve seriamente. —Ahh —dice él—. De verdad quieres que me vaya a casa. Cuando dices que esto es vergonzoso, ¿quieres decir que es vergonzoso para ti saber esto también? Janie mira al piso, dándole la respuesta. —Oh. —Cabel mide sus palabras—. Lo siento, Janers. Yo no pensé en eso. —Se levanta rápidamente. Camina hacia la puerta. Janie lo sigue hasta el pasillo de los ascensores—. Te voy... Te voy a ver por ahí, supongo —dice él—. Llámame cuando... cada vez que quieras. —Lo haré —dice Janie, mirando al gran cartel en la pared. LOS CELULARES DEBEN SER APAGADOS—. Voy a mandarte mensajes de texto más tarde. Esto es sólo algo que realmente prefiero manejar sola en este momento, ¿de acuerdo? Te amo.

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—Sí. Está bien. Te amo también. —Cabel gira y la saluda con una mano de manera incierta. La mira por encima del hombro—. ¿Hey? El colectivo no pasa entre las dos y las cinco de la mañana, ya lo sabes, ¿verdad? Janie sonríe. —Lo sé. —No te dejes atrapar por ningún sueño, ¿de acuerdo? —Muy bien. Shh —Janie dice, esperando que nadie más haya escuchado eso. Antes de que pueda pensar en otra cosa, Janie se desliza hacia adentro de la sala de espera para sentarse y pensar. Sola. 1:12 a.m. Ella duerme en la silla de la sala de espera. De repente, siente que alguien la observa. Se sobresalta y se incorpora, despierta. Por lo menos su madre está usando ropa y no la camisa de dormir que Carrie había mencionado. —Oye —dice Janie. Se pone de pie. Se acerca a su madre y se detiene, sintiéndose incómoda. No está segura de qué hacer. ¿Abrazarla? Eso es lo que hacen en la televisión. Rarezas. Dorothea Hannagan está sudando profundamente. Temblando. Janie no quiere tocarla. Toda esta escena es tan extraña que es casi de otro mundo. Y después. Locura.

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—¿Dónde estabas? —La madre de Janie arruga la frente y empieza a llorar. Gritando muy fuerte—. No me dijiste nada sobre dónde estabas, sólo desapareciste. Esa extraña chica de al lado me tuvo que traer hasta acá... —Sus manos tiemblan y sus ojos se mueven al piso y de vuelta a Janie, acusando, enojada—. No te importa tu madre ahora, ¿es eso? ¿Sólo corres salvaje alrededor de ese chico? Janie da pasos hacia atrás, aturdida, no sólo por el récord del número de palabras que acaba de pronunciar su madre en un día, sino aún más por el tono. —Oh, Dios mío. —No me contestes. —Dorothea aprieta las manos para abrir su bolso de vinilo roto y lo da vuelta, vertiendo envoltorios y papeles en las sillas de la sala de espera. Se está haciendo dolorosamente obvio que lo que está buscando no está ahí. Dorothea se rinde y se desploma en una silla. Janie, de pie, observa. Ella está un poco temblorosa. Se preguntaba cómo manejar esto. ¿Y por qué tiene que hacerlo. ¿No he tenido suficiente mierda para hacerle frente ya?, ella le dice a nadie. O tal vez a Dios. No lo sabe. Pero sabe una cosa. Estará contenta de estar fuera de este lío. Janie recoge los objetos esparcidos por la sala de espera, empujándolos en el bolso, y toma a su madre por el brazo. —Vamos. Tienes alguna en la casa, ¿verdad? Janie remolca a Dorothea a sus pies. —Dije, vamos. Tenemos que tomar el autobús. —¿Qué pasa con tu coche? —pregunta Dorothea—. Esa chica lo conducía. Janie parpadea y mira a su madre, arrastrándola hasta el ascensor.

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—Sí, mamá. Se lo vendí hace meses, ¿recuerdas? —Nunca me dices... —Sólo... —Janie pensó: ¿Yo no te digo nada? ¿O estas demasiado borracha para recordar? Toma un respiro, dejando escapar el aire lentamente—. Sólo vamos. Y no me avergüences. —Sí, bueno, no me avergüences tampoco. —Lo que sea. Janie da una mirada fugaz por encima del hombro por el pasillo donde presume que está su padre vivo o muerto, Janie no lo sabe. Realmente no le importa. Espera que él se apresure y se muera para ni siquiera tener que tratar con él. Porque de todo lo que Janie sabe, los padres no son más que problemas. 2:10 a.m. Dorothea se agita como un drogadicto todo el camino a la casa en el colectivo. Janie, frustrada, ahuyenta los sueños de un pasajero sin hogar y está contenta de que sea un paseo corto. Cuando llega a casa, ahí en el escalón de la entrada está la maleta de Janie. —Demonios, Cabe —murmura—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan jodidamente reflexivo? La madre de Janie hace una línea recta a la cocina, agarra una botella de vodka debajo del fregadero, y se retira a su habitación sin decir palabra. Janie la deja ir. Ya habrá tiempo mañana para averiguar lo que está pasando con ese Henry una vez que Dorothea esté bien y sobria y medianamente razonable de nuevo. Janie le manda un mensaje de texto a Cabel.

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Estoy en casa. Cabe responde sin demora, a pesar de la hora. Grx bebé. Te amo. ¿Nos vemos mañana? Apaga su teléfono. —Sí, sobre eso —Janie susurra. Suspira y pone el teléfono en su mesita al lado de la cama y su maleta junto a la mesa, y cae en la cama.

4:24 am Janie sueña. Hay piedras que cubren el piso de su dormitorio y una maleta en la cama. Cada roca tiene algo escrito en ella, pero Janie sólo puede leer las rocas cuando las recoge. Toma una. “AYUDAME” lee. “CABE” dice otra. “DOROTHEA. LISIADA. EN SECRETO. CIEGA.” Cuando las pone otra vez en el suelo, crecen más grandes, más pesadas. Pronto, ella sabe, se quedará sin espacio en el suelo para poner las rocas, pero no puede dejar de recogerlas, leerlas. El suelo está lleno, y Janie tiene dificultad para respirar. Las rocas están aspirando el aire de la habitación. Finalmente, Janie pone una piedra en la maleta. Se encoge al tamaño de un guijarro. Janie lenta y metódicamente, recoge todas las rocas y las pone en la maleta. Una tarea que parece ser interminable. Finalmente, recoge la última, "AISLAR". La pone con las demás. Se convierte en guijarro, y se parece a todas las otras piedras.

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Janie se queda mirando la maleta. Sabe lo que tiene que hacer. La cierra. La recoge. Y se va.

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VIERNES 4 de Agosto, 2006, 9:15 a.m. Janie está acostada y despierta, mirando al techo. Pensando en todo. En este otro asunto. La libreta verde, el escuchar, el chisme, la universidad, y ahora este tipo Henry. ¿Qué sigue? Ya es demasiado. Janie traga por aire y no puede obtener suficiente. Ella gira sobre su costado para hacerse un ovillo. —Olvídalo —dice ella, jadeando—. Olvida toda esta mierda. Todo es demasiado. Ella cubre su boca y nariz con sus manos, respira dentro de ellas, inhala y exhala, hasta que puede dar un buen respiro. Pone su mente en blanco. Se concentra. Respira. Sólo respira.

9:29 a.m. La puerta de la habitación de la madre de Janie permanece cerrada. Janie anda a la deriva por toda la pequeña casa, preguntándose qué demonios se supone que haga con Henry. Ella mordisquea una barra de granola, sudando. Ya es un día abrasador. Se agita hacia el oscilante ventilador en la sala de estar y deja la puerta delantera abierta, rogando por una brisa, y entonces se desploma sobre el sofá. A través de la desgarrada puerta metálica, Janie ve a Cabel llegar al camino de entrada, y su corazón

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se hunde. Él salta fuera del auto y da largas y suaves zancadas a la puerta principal. Entra por sí solo, como de costumbre. Entra y deja que sus ojos se ajusten. Le da una sonrisa torcida. —Hola —dice. Ella le da palmadas al gastado cojín del sofá a su lado. —Todavía no me he lavado los dientes —dice ella cuando Cabel se inclina—. Tu nariz está despellejada. —No importa, y no importa. —Cabel se inclina y la besa. Entonces, se desploma en el sofá—. ¿Está bien que esté aquí y... eso? —pregunta él. —Sí. —Janie desliza su mano en el muslo de él y le da un apretón—. Anoche... yo simplemente no sabía qué esperar. No estaba segura sobre mi mamá, ¿sabes? No estaba segura sobre lo que ella haría. —¿Qué hizo ella? —Él mira alrededor nerviosamente. —No mucho. Ella estaba un poco insoportable. No imposible. Pero no dijo ni una palabra sobre Henry, y yo no me atreví a preguntar. Dios, ella ni siquiera puede pasar doce horas sin beber. Y si no tiene una bebida, se vuelve ruin. —Janie levanta su barbilla—. Es vergonzoso, ¿sabes? —Mi papá era así también. Sólo que él era ruin con o sin bebida. Al menos era coherente. —Cabel sonríe forzadamente. Janie suelta un bufido. —Supongo que soy afortunada. Mira de soslayo a Cabel.

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Lo considera. Finalmente, dice: —¿Alguna vez deseaste que tu padre estuviera muerto? Quiero decir, ¿antes de que él te hiciera daño? ¿Sólo para que pudieras, como, ya no tener que lidiar con él? Cabel entrecierra los ojos. —Cada. Maldito. Día. Janie se muerde el labio. —Así que, ¿te alegra que él muriera en prisión? Cabel está callado por un largo rato. Entonces, se encoge de hombros. Cuando habla, su voz es mesurada, casi clínica, como si le estuviera hablando a un psiquiatra. —Fue el mejor resultado posible, dadas las circunstancias. El ventilador sopla un camino a nivel de las rodillas, desde la televisión hasta la mesita del café, atrapando los dos pares de piernas desnudas en el sofá a la mitad de su trayecto. Janie tiembla ligeramente cuando el aire golpea su piel humedecida de sudor. Ella piensa en Henry Feingold, el desconocido, presumiblemente su padre. Moribundo. Y por tercera vez en veinticuatro horas, Janie desea que fuera alguien más. Recarga su cabeza en el hombro de Cabel y desliza su brazo detrás del suyo. Él se gira, la desliza hacia su regazo, y se sostienen estrechamente el uno al otro. Porque no hay nadie más. Ella está tan confundida. Janie se imagina la vida sin la gente. Sin él. El corazón roto, sola, pero capaz de ver, de sentir. De vivir. De estar en paz. No siempre mirando sobre su hombro por el siguiente ataque de algún sueño.

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Y se imagina la vida con él. Ciega, con las manos rugosas, pero amada... al menos mientras las cosas son aún buenas. Y siempre sabiendo las luchas con las que él está lidiando a través de sus sueños. ¿Realmente quiere ella ver eso, mientras los años pasan? ¿Realmente quiere ser esta increíble carga para un chico tan grandioso? Ella aún no sabe qué escenario gana. Pero está pensando. Quizá los corazones rotos pueden sanar más rápido que las manos y los ojos destrozados.

9:41 a.m. Hace demasiado calor para sentarse así por mucho tiempo. Cabel se estira. —¿Vas a despertarla? ¿Dirigirse al hospital de nuevo? —Dios, espero que no. —Janie. —Sí, lo sé. —Al menos hay aire acondicionado allí. —También en tu auto. ¿Quieres, en vez de eso, ir a que nos abracemos en el camino de entrada? Cabel ríe. —Quizá después de que anochezca. De hecho, demonios, sí quiero, después de que anochezca. Pero en serio, Janie. Creo que necesitas hablar con tu mamá.

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Janie suspira y pone los ojos en blanco. —Supongo.

9:49 a.m. Ella golpea suavemente en la puerta de la habitación de su madre. Mirando a Cabel. Para Janie, esta habitación no se siente como una parte de la casa. Es más como una puerta para otro mundo, un portal a la tristeza, de la que Dorothea aparece y desaparece al azar. Es raro que incluso eche un vistazo adentro a menos que su madre esté yendo o viniendo. Ella espera. Entra, preparándose para un posible sueño. Pero la mamá de Janie no está soñando en ese momento. Janie deja salir un respiro y luego mira alrededor. La luz solar se filtra en la habitación a través de los parches de la prendería de las cortinas en las ventanas. Los muebles son de repuesto pero aún así lo que hay está desordenado. Platos de papel, botellas, y vasos en el piso al lado de la cama. Está caluroso y pesado. Obsoleto. En la cama, la mamá de Janie duerme sobre su espalda, la delgada camisa de dormir delinea su delgada figura. —Mamá —susurra Janie. No hay respuesta. Janie se siente cohibida. Se balancea sobre la punta de sus pies. El piso cruje. —Mamá —ella dice, más fuertemente esta vez.

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La mamá de Janie da un gruñido y mira, entrecerrando los ojos. Se levanta con ayuda de su codo. —¿Es el teléfono? —ella murmura. —No, yo… Son casi las diez y me estaba preguntado... —¿No fuiste a la escuela? La mandíbula de Janie se cae. Tienes que estar bromeando. Ella da un respiro profundo, considerando volar a su madre, recordándole la graduación a la que ella no asistió, y el hecho de que era verano, pero decide que no es el momento ahora. Las palabras salen antes de que Dorothea pueda interrumpir de nuevo. —No, ah, no hay clases hoy. Me estoy preguntando cuál es el asunto con Henry y si tienes que ir al hospital de nuevo o qué. No quiero que… Con la mención de Henry, la mamá de Janie aspira en un fuerte respiro. —Oh por Dios —ella dice, gimiendo, como si acabara de recordar lo que había pasado. Ella se da vuelta y, temblorosa, se pone de pie. La mamá de Janie pasa con los pies arrastrando, fuera de habitación. Janie la sigue. —¿Mamá? —Janie no sabe qué hacer. Mientras giran hacia la cocina, Janie le da a Cabel una mirada impotente y él se encoge de hombros—. Mamá. Dorothea saca jugo de naranja del refrigerador, hielo y vodka del congelador, y se sirve un poco de desayuno. —¿Qué? —ella pregunta, moqueando. —¿Este sujeto Henry, es mi papá? —Por supuesto que él es tu padre. No soy una cualquiera.

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Cabel hace un ruido sordo desde la otra habitación. —De acuerdo, así que, ¿se está muriendo? La mamá de Janie toma un largo trago del vaso. —Eso es lo que dijeron. —Bien, ¿tuvo un accidente, o es una enfermedad o qué? Dorothea se encoge de hombros y mueve su mano sin apretarla. —Su cerebro explotó. O es un tumor. Algo. Janie suspira. —¿Necesitas que vaya contigo al hospital hoy de nuevo? Por primera vez en la conversación, la mamá de Janie mira a Janie a los ojos. —¿De nuevo? Tú no fuiste conmigo ayer. —Llegue allí tan pronto como pude, Ma. La mamá de Janie bebe todo el vaso y se estremece. Ella se para en el mostrador, con una mano sosteniendo el vaso vacío, y la otra sosteniendo la botella de vodka barato, y se queda mirándola. Acomoda el vaso y la botella con fuerza y cierra los ojos. Una lágrima se escapa y corre por su mejilla. Janie rueda sus ojos. —¿Vas a ir al hospital o no? Yo voy —ella lo establece—. Yo no me voy a estar todo el día esperando.

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—Ve y haz lo que quieras, como siempre haces, pequeña vagabunda —dice Dorothea—. No voy a volver allí de todas maneras. —Pasa vacilante al lado de Janie, por el corredor y luego hacia su cuarto, cerrando la puerta una vez más detrás de ella. Janie deja salir un respiro y se mueve de vuelta hacia la sala donde Cabel está sentado, un testigo de todo. —De acuerdo —ella dice—. ¿Ahora qué? Cabel parece furioso. Él sacude su cabeza. —Bien, ¿qué piensas que deberías hacer? —No voy a volver a verlo, si eso es lo que preguntas. —¿Yo? Por supuesto que no. Es totalmente tu decisión si quieres ir a ver al sujeto. —Tienes razón. Bien. —Quiero decir, él es un papá que está en su lecho de muerte. Nunca hizo nada por ti. Quién sabe, tal vez él tenga otra familia. Piensa en qué tan incómodo sería que fueras y allí estuvieran todos… — Cabel se calla. —Sí, por Dios, nunca pensé eso. —Estoy tratando de pensar si hay algún Feingold en la Secundaria Fieldridge. Tal vez tengas medioshermanos, ¿sabes? —Hay un chico, Josh, ese estudiante de primer año que juega baloncesto. —Él es Feinstein. —Ah.

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Y allí hay un momento, una pausa, mientras Cabel espera a Janie. —Entonces, Feingold, eso es judío, ¿verdad? —¿Eso cambia algo de esto? —No. Quiero decir, guau. Es interesante, de todas formas. En realidad yo nunca he pensado sobre mis raíces, ¿sabes? Historia. Ancestros. Guau. —Janie se ha perdido en su pensamiento. Cabel asiente. —Ah, bueno. Nunca lo sabrás, imagino. Janie se congela y luego mira a Cabel. Sopla y lo golpea en el brazo. Fuertemente. —¡Ugh! —ella dice—. Perdedor. Cabel se ríe, frotándose el brazo. —¡Caramba! ¿Qué debería hacer esta vez? —Janie dice, medio bromeando. Ella sacude su cabeza—. Hiciste que me importara una mierda. —Vamos —él dice—. Antes te importaba. ¿Nunca te preguntaste quién era tu papá? Janie se pone a pensar acerca del sueño recurrente que su madre tenía: el del caleidoscopio donde Dorothea y el chico hippie se sostenían de las manos, y flotaban. Ella se había preguntado más de una vez quién era su padre. Se preguntaba ahora si era Henry el del sueño. —Él es probablemente un tipo promedio con dos-punto-dos hijos y un perro y una casa por la Universidad de Michigan. —Janie mira alrededor al agujero-de-basura que tiene de casa. El agujero-

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de-basura-de que tiene de vida, jugando a la mamá con una alcohólica que le doblaba en edad. Sabiendo que sin el cheque de asistencia social de Dorothea y sin los ingresos de Janie para complementarlo, estaría a tan solo un paso de quedarse sin hogar. Pero Janie no quiere pensar acerca de eso. Janie toma un profundo respiro y lo deja salir lentamente. —De acuerdo, voy a darme una ducha ahora, y luego me dirigiré al hospital. Supongo que vienes conmigo, ¿cierto? Cabel sonríe. —Por supuesto. Soy tu chofer, ¿recuerdas?

11:29 a.m. Cabel y Janie toman las escaleras para el tercer piso. Para el momento en que ellos alcanzan las puertas dobles que conducen a la sala, Janie se empieza a mover más y más lentamente hasta que se detiene. Ella gira abruptamente y se va, en cambio, para la sala de espera. —No puedo hacer esto —ella dice. —No tienes que hacerlo. Pero si no lo haces, pienso que estarás molesta contigo misma más tarde. —Y si tiene otras visitas, me voy. —Eso es justo. —¿Y qué tal si está…? ¿Y qué tal si está despierto? ¿Y qué tal si me ve? Cabel presiona sus labios juntos.

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—Bien, después de lo que tu madre dijo acerca de que su cerebro había explotado, dudo mucho que eso suceda. Janie suspira profundamente y camina de nuevo hacia las puertas dobles con Cabel siguiéndola. —De acuerdo. —Ella empuja a través de éstas y da una mirada superficial automática, como solía hacer en el Hogar Heather, para ver si alguna de las puertas de los pacientes estaban abiertas. Por suerte, la mayoría están cerradas, y Janie no está prestando atención a sus sueños hoy. Janie se aproxima al escritorio, esta vez con seguridad. —Henry Feingold, por favor. —Sólo familia —el enfermero dice automáticamente. La etiqueta de su nombre dice: “Miguel” —Soy su hija. —Oye —él dice, mirándola con más cuidado—. ¿No eres tú esa chica agente de drogas? —Sí. —Janie trata de no verse inquieta. —Te vi en las noticias. Hiciste un buen trabajo. Janie sonríe. —Gracias. Entonces… ¿en qué habitación? —Habitación 312. Final del pasillo hacia la derecha. —Miguel señala a Cabel—. ¿Y tú? —Él es… —Janie dice—. Él y yo. Estamos juntos. El enfermero mira a Janie. —Ya veo. Entonces. Él es tu… ¿hermano?

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Janie deja salir un pequeño respiro y le da una sonrisa agradecida. —Sí. Cabel asiente y permanece quieto, casi como para probarle a Miguel que se comportaría a pesar de estar completamente no-relacionado con alguien en las inmediaciones. —¿Me puedes decir cuál es su condición? —Él no está consciente, cariño. El Doctor Ming tendrá que darles una actualización. —Miguel le da a Janie una mirada de simpatía. Una mirada que dice: “Las cosas no están bien”. —Gracias —murmura Janie. Ella va hacia el final del corredor con Cabel cerca de ella. Y cuando abre la puerta… Estática. El ruido es como la estática de un radio a todo volumen. Janie se lanza sobre sus rodillas y se sostiene las orejas, incluso aunque sabe que eso no ayudará. Colores brillantes vuelan a su alrededor, gigantes placas de color rojo y morado; una ola de amarillo tan impactante que se siente como si quemara sus globos oculares. Trata de hablar pero no puede. No hay nadie allí. Sólo las luces estáticas y la miserable ceguera. Es tan doloroso, tan vacío de sentimiento o emoción, es como algo que Janie nunca había presenciado antes. Con un gran esfuerzo, Janie se concentra y empuja fuerte. Tan pronto como se siente a sí misma empujando, la escena parpadea y se aclara. Durante una fracción de segundo, hay una mujer parada en una enorme y oscura habitación, y un hombre sentado en una silla en el rincón, desvaneciéndose mientras Janie cierra los ojos a esa pesadilla. Janie contiene su respiración y cuando puede ver y sentir sus extremidades, se encuentra a sí misma sobre sus manos y sus rodillas dentro de la puerta de la habitación. Cabel está allí justo a su lado, murmurando algo, pero ella no está prestando atención.

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Mira los cuadros en el suelo y se pregunta si ese sueño breve, ese caos, si así podría ser el infierno. —Estoy bien —ella le dice a Cabel, levantándose lentamente, limpiándose partículas invisibles de polvo de sus rodillas desnudas. Y luego se endereza. Y se gira. Mira la fuente de su pesadilla, y lo ve por primera vez. El hombre que era su papá. Del cual cargaba su ADN. Janie toma un respiro. Lentamente, su mano va hasta su boca y retrocede. Sus ojos se agrandan de horror. —Oh, por Dios —ella susurra—. ¿Qué demonios es eso?

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LO QUE ES EL INFIERNO Aún Viernes, 04 de agosto 2006, 11:40 a.m. Cabel pasa el brazo por los hombros de Janie, ya sea para mostrar su apoyo o para impedir que salga corriendo del cuarto, Janie no lo sabe. No le importa. Ella está demasiado horrorizada para moverse. —Parece un cruce entre el Capitán Cavernícola y el Unabomber —susurra. Cabel asiente con la cabeza lentamente. —Whoa. Eso es un giro tenebroso de Alice Cooper. —Él vuelve a mirar a Janie. Dice, en un tono de voz suave—: ¿Cuál fue el sueño? Janie no puede apartar los ojos del hombre delgado, muy velludo, en la cama. Está rodeado de máquinas, pero ninguna de ellas está conectada, ninguna encendida. No tiene yeso, o vendas. No tiene gasas ni espadrapo. Solamente una mirada de increíble agonía en su rostro. Ella mira a Cabel, y responde a su pregunta. —Fue un sueño muy extraño —dice Janie—. Ni siquiera estoy segura de que era un sueño. Era más bien como un no-sueño. Al igual que... cuando ves la tele y el cable se apaga. Tú obtienes ese sonido estático, ruidoso y confuso a todo volumen. —Raro. ¿Eran puntos negro y blanco también? —No, colores. Al igual que columnas gigantes de colores increíbles: púrpura, rojo, amarillo. Paredes tridimensionales de colores que giraban viniendo hacia mí, juntándose en una caja y encerrándome en ella, tan brillante que apenas la podía soportar. Fue horrible.

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—Me alegro de que saliste de eso. Janie asiente con la cabeza. —Entonces, por una fracción de segundo, las paredes desaparecieron y había una mujer allí, justo al final, pero ya era demasiado tarde para que yo la viera. Yo ya estaba tirando fuera de él. Se sentía como si estuviera a punto de dar un vistazo a una pieza de un sueño real, tal vez. —¿Puedes volver atrás en él? —No lo sé. Nunca he intentado eso. —dice—. Tal vez si salgo de la habitación, cierro la puerta, y vuelvo a entrar. Pero yo realmente no creo que quiera, ¿sabes? Cabel asiente con la cabeza. Da un paso más cerca del hombre. Recoge la carpeta que cuelga de los pies de la cama. Mira fijamente en ello con atención por un momento y voltea la página principal para mirar en la página siguiente. Se la pasa a Janie. —Yo realmente no entiendo estas cosas. ¿Quieres saber lo que está pasando? Janie toma el portapapeles con incertidumbre, sintiendo como si estuviera invadiendo a un extraño. Aún así, ella lo mira. Trata de descifrar la terminología. Pero incluso con su experiencia de trabajo en la Casa Heather, no hay mucho que Janie pueda entender. —Huh. Parece que se detectó una esporádica actividad cerebral leve. —¿Leve? ¿Es eso bueno? —Cabel suena preocupado. —Yo no lo creo. —dice Janie. Ella pone el portapapeles de vuelta. —¿Puede oírnos? —Cabel susurra. Janie se queda quieta por un momento. Luego susurra también.

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—Es posible. En la Casa Heather, siempre hablábamos a los pacientes del hospicio en coma como si pudieran oírnos, y les pedimos a las familias hacerlo también. Por si acaso. Cabel traga duro y mira a Janie, de repente sin palabras. Él da un codazo y le asiente con la cabeza hacia la cama. Janie frunce el ceño. —No me apresures —susurra. Ella mira al hombre. Camina más cerca. Un escalofrío le sobreviene y se detiene cuando está a un paso de su canoso padre. ¿Qué tal si está fingiendo y me salta encima? Janie se estremece de nuevo. Ella toma una respiración profunda, y por un momento, ella es Janie Hannagan, encubierta. Mira más de cerca la expresión angustiada de Henry. Debajo de todo el largo y oscuro pelo facial, la piel es áspera. Picada. Janie se pregunta si es a él a quien tiene que agradecerle sus espinillas ocasionales. El pelo en la cabeza es irregular, y delgado en las puntas, como si grandes puñados hubieran sido arrancados. En algunos lugares, ella podía ver el cuero cabelludo de Henry. Estaba cubierto de arañazos de color rojo. Ella se mira las manos. Tiene las uñas limpias pero mordidas hasta el final. Con pequeñas manchas en las cutículas. El pelo en el pecho que sobresale de su bata de hospital es también irregular y decididamente más gris que el de su cabeza. Su tez es de color blanco grisáceo, como si no hubiera visto mucho sol durante todo el verano, pero los brazos tienen una línea de bronceado. —¿Qué te pasó? —ella le susurra, más para sí que para él. No se mueve. Sin embargo, la mirada de agonía en su rostro es más que un poco inquietante. Se pregunta si la estática está todavía en curso en su mente. —Eso debe ser muy doloroso —murmura. De pronto mira a Cabel.

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—Esto es demasiado extraño. —Ella gesticula. Apunta a la puerta. Cabel asiente con la cabeza y sale. Cerrando la puerta de nuevo—. Demasiado extraño —Janie dice en voz alta. Es más de lo que se puede tratar. —Vamos a ir. Vamos a... ir por ahí a conseguir comida o algo. Tengo que sacar a este tipo de mi cabeza. 12:30 p.m. Se detienen en el Frank’s Bar and Grille y se topan a una media docena de policías que están saliendo. —¿Regresaron antes de vacaciones porque nos extrañaron? —se burla Jason Baker. A Janie cae bien. —Ya quisieras. Una pequeña emergencia familiar nos trajo a casa antes. Está todo bien ahora —dice a la ligera. Cabel y Janie se sientan en el mostrador para un almuerzo rápido. Janie obtiene un batido de leche gratis por ser una chica agente antidroga. No todo es malo. 1:41 p.m. Janie desliza su pierna suave sobre una velluda de Cabel. Sus dedos juegan juntos en silencio mientras trabajan en el sótano de Cabe. Janie hace una búsqueda en WebMD sobre enfermedades del cerebro y lesiones y la lleva a ninguna parte, hay demasiado para limitar la búsqueda. Cabel googlea Henry Feingold.

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—Bueno —dice—. No hay información sobre un Feingold Henry en Fieldridge, Michigan. Hay un autor muy prolífico, con ese nombre, pero él no parece ser el mismo tipo. Lo que sea que haga tu padre... er, hizo, para ganarse la vida, no está por ahí en la Internet. Por lo menos, no bajo su nombre real. Janie cierra la tapa de su portátil. Suspira. —Esto es imposible, tratar de conocerlo. Me pregunto por qué no están haciendo nada por él, ¿sabes? —Tal vez él no tiene seguro —dice Cabel en voz baja—. No quiero tratar de juzgarlo por la forma en que se veía, pero no es ningún ejecutivo, obviamente. —Eso es probablemente cierto. —Janie cierra los ojos. Apoya la cabeza sobre el hombro de Cabel. Piensa en las dos personas que se relacionan con ella. Con el cabello delgado y grasoso de aspecto quebradizo y apagado a sus treinta y tantos años, su padre era una especie de cruce extraño entre Rupert de Survivor y Hagrid—. ¿Cómo puedes siquiera sentarte a pensar en cómo voy a lucir en quince años, artrítica y ciega? Buena jodida mierda, qué familiar circo de deformidad. —¿Por qué importa tanto cómo te vas a ver? —Él le acaricia el muslo—. Siempre serás hermosa para mí. —El lo dice casualmente, pero Janie puede oír la tensión en su voz. —Aún así, ambos son unos fenómenos. Cabel sonríe. Él pone su portátil en el suelo, toma a Janie de la cintura y empieza a jalarla junto con él hasta que está sobre su espalda. Ella se ríe. Él se encuentra encima de ella, presionando contra ella, apretándola como a ella le gusta. Ella envuelve sus brazos alrededor de su cuello, tirando de la nariz a la suya. —Yo te amo a ti, fenómeno de circo —dice Cabel. Casi duele oírle decir eso. —Yo te amo también, gran monstruo grumoso —dice Janie.

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Duele más decirlo. Y luego se besan. Poco a poco, suavemente. Porque con la persona adecuada, a veces besarse se siente como curarse. Aún así, algo agarra los bordes de la mente de Janie. Se pregunta si vale la pena, vale la pena quedar ciega, cuando hay otra opción. Además, ¿qué pasa si Cabel sacaba sus temores sobre estar con ella? Es jodidamente terrorífico, eso es. Es como si Cabe es el que estuviera ciego. Los besos se desaceleran y Cabel descansa su cara en el hueco del cuello de Janie, mordisqueando su piel enrojecida. —¿Sobre qué estas pensando? —Uh... ¿Además de ti? —Ingeniosa —dice Cabel, extendiendo una sonrisa, sus labios moviéndose, haciendo cosquillas en el cuello de Janie. Él la muerde suavemente—. Sí, además de mí. Si es posible que puedas pensar en otra cosa, eso es. —Oh —dice ella—. Si no hubiera ninguna otra cosa, probablemente sería la forma que necesito conseguirme cojones e ir a enfrentar a mi madre. —Distraídamente, se alisa el cabello lejos de los ojos—. Tratar de averiguar lo que sucedió con ellos y conmigo, y lo que se supone que debemos hacer ahora con el tipo ermitaño. Cabel se recuesta y asiente con la cabeza. Y luego se impulsa a sí mismo con un gruñido. Tira a Janie sobre sus pies también.

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—¿Quieres que vaya contigo? —Creo que sería mejor si lo hago sola. Sin embargo, gracias. —Lo imaginé. Llámame, ¿de acuerdo? Monstruosamente, el teléfono de Janie suena mientras él lo dice. —Es Carrie, tengo que atender. —Sopla un beso a Cabel mientras sube la escalera y ella contesta. —¡Carrie! —Hola, perra, mi teléfono está cargado de nuevo. ¿Cómo está hoy toda la familia de telenovela? ¿Estás bien? —Es raro, y es un desastre, pero está bien. Gracias de nuevo por cuidar de mi madre. Eres la mejor. —No hay problema. Alguien tiene que limpiar el barrio, ¿verdad? —Ouch. ¡Por Dios, Carrie! —Pero Janie se ríe de todos modos. —Bueno, ya sabes dónde encontrarme si me necesitas —dice Carrie—. ¿Adivina? —Adivinar, ¿qué? —Estoy comprometida. —¿Qué? —Stu me lo preguntó ayer por la noche. —¡Oh Em Gee, qué mierda! —dice Janie—. ¿Y tú dijiste que sí? —Obviamente, ya que te acabo de decir que estoy comprometida.

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—Vaya, Carrie. Estás... ¿Estás segura? ¿Estás feliz con esto? —Sí. Quiero decir, sí, ¡totalmente! Sé que Stu es el tipo con quien quiero estar. —¿Pero? —Pero yo no estaba esperándolo aún del todo. Janie habría caminado de la casa de Cabel a la suya, en lugar de ello fue a la de Carrie. —¿Estás en casa? —Sí. —¿Puedo entrar? —Dulce —dijo Carrie, sonando aliviada—. Sí, pasa a mi habitación, por supuesto. —Está bien, adiós. —Janie cuelga su teléfono y se deja pasar. Ella entra en la habitación de Carrie y se deja caer en la cama. Carrie está sentada en la cómoda, peinando su cabello con una varita para alisar frente al espejo. —Así que —dice Janie—. ¿Tienes un anillo o qué? Carrie sonríe y estira la mano. —Se siente raro. Es algo embarazoso, ¿sabes? —¿Qué dijo tu mamá? —Me dijo que mejor no estuviera embarazada. Janie bufó. —¿Qué diablos está mal con nuestros padres, de todos modos? Espera... no lo estás, ¿verdad?

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—¡Por supuesto que no! ¡Jesús, Janers! No pude haber obtenido las mejores calificaciones en la escuela, pero no soy estúpida. Tú sabes que estoy tomando la píldora. Y su Jimmy no se acerca a mí sin un impermeable, ¿lo entiendes? ¡No hay nada en mi pequeña fortaleza! —Muy bien, muy bien. Jesús. Janie se ríe otra vez. —Así que... pero sonabas un poco como si no estuvieras segura sobre ello. Carrie deja la varita enderezada en su tocador y suspira. —Quiero casarme con Stu. En serio. No hay nadie más y él no me está presionando o cualquier cosa. Pero habló de fijar una fecha, como el próximo verano así que puedo terminar mi año en la escuela de belleza primero, pero yo simplemente... No sé. Es una cosa enorme. No quiero meter la pata. Janie se calla y deja a Carrie expresar sus sentimientos. Se siente raro ser normal otra vez, estar sentada y con Carrie. A Janie no le importaría intercambiar problemas con ella. —De todos modos, esa es mi basura del día. ¿Qué estás haciendo? —Carrie se alisa el cabello con algún pegajoso producto brillante. —Tengo que ir a casa, tratar de averiguar cuál es el asunto con mi madre y este tipo Henry. No tengo idea de lo que está pasando. Tengo que hacer que mi madre hable. Carrie mira en el espejo a Janie y sacude la cabeza. —Buena suerte con eso. Hablar con tu mamá es como hablar con ese chico de Godot. Janie se ríe. Ama a Carrie. Y dice:

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—Tal vez sólo voy a emborracharme con ella y vamos a pelear, al estilo de un bar. —Jeh. Llámame si haces eso. Me gustaría ver. Janie sonríe y le da un rápido abrazo Carrie. —Lo haré. Mientras Janie vuelve a casa, piensa que tal vez no sea tan mala idea.

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ELLA HABLA 04:01 p.m. Janie toma unas cuantas respiraciones profundas, llenándose con un poco de confianza que no está del todo allí. Pero tomará lo que tenga. Ella toma una lata de cerveza del refrigerador, la abre y bebe un trago amargo. No había bebido nada de alcohol desde la noche con Durbin, de modo que esto se siente un poco espeluznante. Está sentada en el sofá, esperando que su madre salga del cuarto.

04:46 p.m. Todavía sigue esperando. La cerveza se ha ido. Agarra otra cerveza. Enciende el televisor y mira a la “Juez Judy”. Cambia de canal y pone uno de concursos, los jueces le traen malos recuerdos.

05:39 p.m. ¿Dónde diablos está ella? Está claro que tiene que ir a buscarla. Lo hará después de ir al baño.

05:43 p.m. Janie abre la puerta de su madre, lleva dos latas de cerveza en la mano. Una como ofrenda. O tal vez como un soborno. Pero a continuación, Janie deja caer las latas, ya que está siendo absorbida por un sueño. Ella oye un estallido y un sonido efervescente y sabe que al menos una se abrió.

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El ruido no es lo suficientemente fuerte como para despertar a Dorothea Hannagan de su estupor de borracha, caray, piensa Janie. Los sueños más la bebida significan que nada irá bien. Janie gira la cabeza mientras intenta salir del sueño pero no lo logra. Ellas se encuentran afuera de un edificio, Dorothea está cargando un bebé. Janie sabe que ella es la bebe, pues ¿quién más podría ser? Se mueven lentamente y el edificio parece estar muy lejos, demasiado lejos, haciendo que la espera sea interminable. Parece ser un refugio, o tal vez un banco de alimentos. Janie se interpone en su camino, observando a su madre, tratando de llamar su atención. Quizás esta vez, Janie podría cambiarlo. "Mírame", Janie está tratando de concentrarse. "Mírame". Pero la fuerza de Janie está agotada, no tiene la suficiente fuerza en este momento. Dorothea sólo ve por un segundo a Janie y después mira hacia otro lado. Ella se vuelve más impaciente mientras espera en la fila. Finalmente, Janie decide mirar hacia otro lado, lejos de su madre y cambia su vista hacia el frente de la fila, directamente hacia la construcción. Hay dos ventanas. Por encima de las ventanas, hay un cartel gigante. “Bebés por Comida”. Eso es lo que dice el cartel. Janie mira cómo la gente deposita a sus bebés en una ventana y por la otra agarran una caja de comida. Janie con todas sus fuerzas quiere gritar, pero no puede. Ella junta toda su fuerza y comienza a arrastrarse ciegamente por el piso tratando de llegar a la cama, choca de cabeza contra ella, ella lleva sus manos a la parte superior del colchón, ni siquiera sabe si está golpeando a su madre, pero sólo quiere despertarla. Sólo quiere salir de la pesadilla. Finalmente, todo se pone negro.

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Al mismo tiempo, dos personas gritan: —¿Qué te pasa? Janie todavía no puede ver. Ella se siente mojada, está empapada por la lata de cerveza que se había abierto. Dorotea empuja a Janie. —¿Qué demonios estás haciendo? Janie finge que puede ver. Después de todo, tiene los ojos abiertos. —Yo... Yo me caí. —Largo de aquí, que no sirves para nada. —¡Ya basta! —Janie está medio borracha, confusa y ciega. Pero ya está harta—. ¡Deja de hablar de mí de esa manera! No me vengas con esa mierda de que: "No sirvo para nada”. Sin mí, estarías en la calle y lo sabes, así que mejor cierra la boca, ¡carajo! La madre de Janie está atónita. Janie se sorprende de sus propias palabras. Todo queda en silencio. Mientras la vista de Janie vuelve, ella se pone de pie una vez más, y empieza a recoger las latas. —¡Pero qué desastre! —murmura—. Enseguida vuelvo. Janie regresa con trapos de cocina y empieza a limpiar. —¿Sabes, mamá? No te mataría venir a ayudarme. Después de un minuto, la madre de Janie camina hacia ella y empieza a limpiar.

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—¿Has estado bebiendo? —Dorotea pregunta. —¿Y qué? ¿A ti que te importa? —Janie sigue enojada por la pesadilla—. ¿Por qué me odias tanto? La madre de Janie se inclina para quitar una mancha de humedad en el suelo. Cuando habla, su voz es más suave. —Yo no te odio. Janie sigue frustrada. —Entonces, ¿qué está pasando? ¿Cuál es el problema con este tipo Henry? Creo que merezco saber lo que pasó. Dorothea mira hacia otro lado. Se encoge de hombros. —Él es tu padre. —Sí, ya has mencionado eso. ¿Qué es lo que tengo que hacer, hacerte preguntas específicas sobre él o puede que tú me las digas? ¡Jesús! Dorothea frunce el ceño. —Su nombre es Henry Feingold. Nos conocimos en Chicago cuando tenía dieciséis años. Fue un estudiante de la Universidad de Michigan, pero estaba en su casa por el verano. Él trabajaba en la pizzería Lou Malnati en Lincolnwood. Yo trabajaba ahí también, era camarera. Janie trata de imaginar a su madre trabajando. —¿Y luego qué? ¿Te embarazó y se fue? ¿Era un gilipollas? ¿Cómo llegó hasta aquí a Fieldridge? —Olvídalo. No quiero hablar de esto. —Vamos, mamá. ¿Dónde vive?

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—No tengo idea. Dejé la escuela. Y lo seguí hasta aquí. Vivimos juntos durante un tiempo, un día él agarró sus cosas y nunca más lo volví a ver. Ya, ¿estás feliz? —¿Sabía que estabas embarazada? —No. No lo sabía. —Pero... pero... ¿Cómo supiste que él estaba en el hospital? La madre de Janie ahora tiene una mirada vacía. —Al parecer, él tenía uno de esos documentos donde decía que yo era su contacto de emergencia. Se lo había dado a los paramédicos. El documento también dice que él no quería ninguna medida heroica. Eso es lo que me dijo la enfermera. Janie no dice nada. Dorothea continua, hablando más suave. —Creo que tal vez debería de tener uno de esos documentos también. Así si mi hígado llegara a explotar, ellos podrían avisarte. Janie mira hacia otro lado y suspira. Ella quiere protestar pero no lo hace. Pero, ¿quién es ella para tomarle el pelo? —Sí —dice ella—. Tal vez. Dorothea se acuesta en la cama otra vez. Ella dice: —Lo digo en serio. Ya no quiero hablar más de esto. Ya he terminado con él.

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Después de un momento de silencio, Janie se levanta y camina tambaleándose al baño, vomita unas cuantas latas de cerveza barata y, a continuación, ella se dice: —Nunca más. Luego, camina hacia su habitación, cierra la puerta, se acuesta en su cama y se duerme.

02:12 am Janie está soñando. Janie está corriendo. Y corriendo. Durante toda la noche. Ella nunca llega.

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SÁBADO 5 de Agosto, 2006, 8:32 a.m. —Sí —grazna Janie en su celular—. Qué. —Ella está aún medio dormida. —Janie, ¿todo está bien? Janie está en silencio. Ella debería conocer esta voz, pero no la conoce. —¿Janie? Soy la Capitana. ¿Estás ahí? —¡Oh! —Janie dice—. Dios, lo siento. Yo... —Lamento despertarte. Normalmente no llamaría pero escuché de Baker que tienes una emergencia familiar y que estás de vuelta en la ciudad. Llamo para preguntar si todo está bien. Y para averiguar más, si estás dispuesta a decirme. Lo cual más te vale que estés. —Yo... ugh, es complicado —Janie dice. Ella rueda sobre su espalda. Su boca se siente como si estuviera llena de papel sanitario—. Sin embargo, todo está bien. Bueno, quiero decir... es una larga historia. Ugh. —Tengo tiempo. —¿Puedo volver en un momento? Alguien está llamando en la otra línea. —Esperaré. Janie sonríe a través del apagado dolor en su cabeza y cambia a la otra llamada.

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Es Cabe. —Hola, nena, ¿todo bien? ¿Qué pasó anoche? —Sí, permíteme devolverte la llamada en unos minutos. —Hecho. —Él cuelga. Janie cambia de regreso con la capitana. —Regresé —dice. —Bien. —Y, uh, preferiría no entrar en detalles. Así que... —Janie se está sintiendo intrépida. La capitana hace una pausa durante una fracción de segundo. —Bastante justo. Sabes dónde encontrarme, ¿cierto? —Por supuesto. Gracias, señora. —Te veré el lunes para nuestra reunión si no antes. Cuídate, Janie. —La capitana cuelga. Janie desliza su teléfono para cerrarlo y gime. —¿Qué le pasa a todos que me están llamando a las 8:30 de la maldita mañana?

9:24 a.m. Duchada, alimentada, peinada, Janie se siente un poquito mejor después de tomar un ibuprofeno y beber tres vasos de agua.

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—Nunca más —murmura al espejo. Le regresa la llamada a Cabel—. Lamento que me tomó tanto tiempo. Janie explica lo que sucedió anoche mientras camina a través de los patios, sube el camino de entrada de él y entra a su casa. —Hola —dice ella, colgando. Cabel sonríe y cuelga también. —¿Desayunaste? —Sí. —¿Quieres dar un paseo? —Yo... Seguro. En realidad, estaba pensando en ir al hospital. Cabel asiente. —Genial. —No es que me sienta obligada, porque no es así. —No deberías. Janie está perdida en su pensamiento. Repasando lo que su madre dijo anoche, aunque mucho de ello está borroso después de toda esa cerveza. —Creo —dice ella lentamente—, que él probablemente no es una buena persona. —¿Qué?

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—Sólo un presentimiento. No importa. Vamos. —¿Estás segura de que quieres ir si él es una mala persona? —Sí. Quiero decir, quiero averiguarlo con toda seguridad. Sólo quiero saber, supongo. Si es malo. O no. Cabel se encoge de hombros, pero entiende. Ellos se van.

9:39 a.m. En el hospital, janie se mueve cuidadosamente a través de los pasillos como siempre, mirando si hay puertas abiertas. Está atrapada en un raro sueño, pero sólo por unos segundos, apenas tiene siquiera que hacer una pausa en sus pasos. Ellos se quedan de pie afuera de la habitación de Henry, la mano de Janie está tensa en la manija. Estática e impactantes colores brillantes. De nuevo, Janie colapsa sobre sus rodillas, pero esta vez ella está más preparada. Camina ciegamente hacia la cama y Cabel la ayuda cuidadosamente en el piso cuando su cabeza se golpea ruidosamente. Es más intenso que nunca. Justo cuando Janie piensa que sus tímpanos van a estallar, la estática se apaga y la escena parpadea a la de una mujer en la oscuridad de nuevo. Es la misma mujer que el día anterior, Janie está segura, aunque no puede divisar ningún rasgo distintivo. Y entonces, Janie ve que un hombre está allí también. Es Henry, por supuesto. Es su sueño. Él está en las sombras, sentado en una silla, observando a la mujer. Henry se gira, mira a Janie y parpadea. Sus ojos se ensanchan y se sienta más recto en su silla. —¡Ayúdame! —él implora. Y entonces, como una cinta de película rota, la imagen se corta y la estática regresa, más alta que nunca, con un chillido constante en sus tímpanos. Janie lucha, con la cabeza doliendo. Trata de sacarse del sueño, pero no puede concentrarse, la estática está arruinando su habilidad para

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concentrarse. Se está dejando caer al piso ahora. Estirándose. Piensa que Cabel está allí, sosteniéndola, pero no puede sentir nada ahora. Los brillantes colores golpean sus ojos, su cerebro, su cuerpo. La estática es como alfilerazos en cada poro de su piel. Está atrapada. Atrapada en la pesadilla de un hombre que no puede despertar. Janie lucha otra vez, sintiendo como si estuviera sofocándose ahora. Sintiendo como que si no sale de este desastre, podría morir aquí. “¡Cabel!”, grita ella en su cabeza, “¡Sácame de aquí!” Pero, por supuesto, él no puede escucharla. Ella reúne toda su fuerza y jala, gimiendo internamente con semejante fuerza que duele a través de todo el camino. Cuando la pesadilla parpadea a la imagen de la mujer de nuevo, Janie es apenas capaz de surgir de sus confines. Ella jadea por aliento. —¿Janie? —La voz de Cabel es suave, urgente. Los dedos de él acarician su piel desde la frente hasta las mejillas, su mano captura su nuca, y entonces la levanta, la lleva a la silla. —¿Estás bien? Janie no puede hablar. No puede ver. Su cuerpo está entumido. Todo lo que puede hacer es asentir.

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Y luego, hay un sonido a través de la habitación. Por supuesto, no es Henry. Janie escucha a Cabel jurar bajo su aliento. —Buenos días —dice un hombre—. Soy el Doctor Ming. Janie se incorpora tan derecha como puede en la silla, esperando que Cabel esté de pie delante de ella. —Hola —dice Cabel—. Nosotros... Yo... ¿Cómo está él hoy? Acabamos de llegar. El Doctor Ming no responde inmediatamente y Janie estalla en sudor. Oh, Dios, está mirándome. —¿Eres...? —Somos sus hijos. —¿Y la joven se encuentra bien? —Está bien. Esto es realmente... —Cabel suspira y su voz se contrae—. Ah... realmente un momento emocional para nosotros, ya sabe. Janie sabe que se está andando con rodeos por el bien de ella. —Por supuesto —dice el doctor—. Bueno. La vista de Janie está empezando a regresar y ella ve que el doctor Ming está mirando sobre el gráfico. Continúa: —Podría ser cualquier día o él podría resistir por unos cuantos días. Es difícil de decir.

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Janie se aclara la garganta y se inclina cuidadosamente sobre el costado de la silla de manera que pueda ver pasar a Cabel vagando. —¿Él tiene... el cerebro muerto? —¿Hm? No, parece haber aún alguna actividad cerebral menor. —¿Qué está mal con él, exactamente? —No lo sabemos en realidad. Podría ser un tumor, quizá una serie de apoplejías. Y sin cirugía, jamás podríamos saberlo. Pero él dejó claro en su DNR1 que él no quería medidas salvavidas, y su pariente cercano, tu madre, ¿creo?, se niega a firmar para una cirugía o cualquier procedimiento. —Él dice esto en una voz piadosa que hace a Janie odiarlo. —Bueno —dice ella—. ¿Él tiene siquiera un seguro? El doctor revisa los papeles otra vez. —Aparentemente no. —¿Cuáles son las probabilidades de que la cirugía lo ayude? Quiero decir, ¿podría ser normal de nuevo?

1

(Do Not resusitate o Do not reanimate). Constituye una orden médica para que ciertas personas no reciban tratamiento de reanimación cardiopulmonar (RCP), debido a que así lo solicitaron por escrito.

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El Doctor Ming mira a Henry, como si pudiera determinar sus probabilidades mirándolo. —No lo sé. Podría nunca ser capaz de vivir por su cuenta. Eso es, si él siquiera sobrevive a la cirugía. — Él mira el gráfico de nuevo. Janie asiente lentamente. Ese es el por qué. Esa es la razón por la que él está sólo tendido allí. Eso, y el DNR. Eso es por lo que no están reparándolo, está demasiado averiado. Ella trata de sonar simplemente curiosa pero sale como si estuviera nerviosa. —Así que, uh, ¿cuánto le cuesta estar sólo aquí, esperando morir... y esas cosas? El doctor sacude la cabeza. —No lo sé... eso es realmente una pregunta para la oficina de contabilidad. —Él mira su reloj. Coloca el gráfico de nuevo—. De acuerdo, entonces. —Él sale enérgicamente de la habitación, cerrando la puerta tras él. Cuando el Doctor Ming se ha ido, Janie mira con rabia a Cabel. —¡Ni siquiera permitas que eso pase de nuevo! ¿No te diste cuenta que estaba atrapada en la pesadilla? No podía salir, Cabel. Pensé que iba a morir. La boca de Cabel se abre, sorprendido y herido. —Pude darme cuenta de que estabas luchando, pero si lo detenía, ¿cómo se suponía que supiera que no te enojarías conmigo por eso? ¿Y qué querías que hiciera, arrastrarte al pasillo? Estamos en un maldito hospital, Hannagan. Si alguien te viera así, estarías atada a una camilla en treinta segundos y estaríamos aquí atascados todo el día, por no mencionar la cuenta por eso. —Mejor eso que atrapada en un mundo lleno de estática frontal. No es de extrañar que el tipo esté loco. Estoy media loca de sólo pasar unos minutos escuchando eso. Además —Janie añade fríamente, señalando al baño privado—, hola.

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Cabel pone los ojos en blanco. —No pensé en eso, ¿de acuerdo? Ya sabes, no es como que pase cada momento despierto planeando mi vida alrededor de tus estúpidos problemas. Hay más... Él cierra sus labios. La quijada de Janie cae. —Oh, mierda. —Él camina hacia ella, con ojos arrepentidos. Y ella retrocede. Sacude su cabeza y aleja la mirada, con los dedos en su boca y los ojos llenándose de lágrimas. —No, Janie. No fue mi intención. Janie cierra los ojos y traga con fuerza. —No —dice ella lentamente. No quería decirlo, pero sabe que es la verdad—. Tienes razón. Lo siento. —Ella suelta una risa malhumorada—. Es bueno que lo digas como es, ¿sabes? Saludable. Y una mierda. —Vamos —dice él—. Ven aquí. —Él camina hacia ella de nuevo y esta vez ella va a él. Él pasa sus dedos por su cabello y la sostiene contra su pecho. Besa su frente—. Lo siento también. Y esto no es así. Yo sólo... salió de forma equivocada. —¿Ah sí? ¿Estás diciendo de verdad que no estás preocupado sobre lo que me va a pasar? ¿Sobre cómo eso te afectará? —Janie... —Cabel le da una mirada indefensa. —¿Y bien?

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—¿Y bien qué? ¿Qué quieres que diga? —Quiero que me digas la verdad. ¿No estás preocupado? ¿Ni siquiera un poco? —Janie —él dice de nuevo—. No. ¿Por qué estás haciendo esto? Pero él no responde la pregunta. Para Janie, eso lo dice todo. —Creo que estoy un poco tensa —ella susurra después de un momento, y entonces sacude la cabeza. Al menos ahora ella lo sabe—. Tengo un montón de cosas en la cabeza. —Oh, ¿de verdad? —Cabel ríe suavemente. —Una genial semana de vacaciones, ¿huh? Cabel suelta un bufido. —Sí. Parece una eternidad desde que estábamos holgazaneando en la playa. Janie está callada, pensando en su madre, su padre, y todo lo demás. Cabel, y sus propios estúpidos problemas, como Cabel los llama. Y ahora, ella se pregunta, ¿Quién va a pagar esta cuenta de hospital? Ella espera como el infierno que Henry tenga dinero, pero por su aspecto, él está sin hogar. —Sin seguro —gime en voz alta. Golpea su cabeza contra el pecho de Cabel—. Ay, ay, ay. —No es tu problema. Janie suspira profundamente. —¿Por qué me siento tan responsable por ello entonces?

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Cabel está en silencio. Janie levanta la mirada hacia él. —¿Qué? —¿Quieres que te analice? Ella ríe. —Seguro. —Probablemente me arrepentiré de decir algo. Pero es así. Estás acostumbrada a interpretar el papel de la responsable con tu madre. Ahora que ves a este tipo disfuncional, alguien te dice que es tu padre y bum, tu instinto es ser responsable de él también, ya que parece estar incluso más jodido que tu madre. Dios sabe que nunca pensamos que eso fuera posible. Janie suspira. —Sólo estoy tratando de terminarlo todo, ¿sabes? Pasar por los desastres, uno a uno, esperando que cada vez sea el último, y entonces miro más allá y me doy cuenta, mierda, hay otro más. Sólo esperando que algún día, finalmente, sea libre. —Janie mira hacia Henry y camina hacia el costado de la cama—. Pero nunca sucede —dice ella. Mira a su padre por un largo momento. Pensando. Pensando. Quizá es tiempo de cambiar. Tiempo de ser responsable de una sola persona.

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—Vamos —finalmente le dice a Cabel—. No creo que haya algo que podamos hacer por él. Sólo vámonos. Esperemos que ellos le llamen a mi madre cuando él... cuando se haya terminado. —De acuerdo, cariño. —Cabel sigue a Janie fuera de la habitación. Asiente hacia Miguel en el escritorio y Miguel le ofrece una simpática sonrisa. —¿Ahora qué? —dice Cabel, agarrando la mano de Janie mientras caminan hacia el auto—. ¿Comida? —Creo que preferiría que sólo me lleves a casa, ¿sí? Necesito algo de tiempo para procesarlo. Más vale que vea a mi madre también. —Ah. Está bien. —Cabel no suena emocionado—. ¿Esta noche? —Sí... —Janie dice distraída—. Eso sería bueno.

01:15 p.m. Janie se deja caer sobre su cama. Hunde su cabeza en la almohada. Su ventilador sopla a toda marcha sobre ella, la ventana y las persianas están cerradas para mantener el calor afuera. Hace calor dentro de la casa, pero a Janie no le importa. Aún se está recuperando de anoche. Cae con fuerza en una tarde de sueño. Sus sueños son confusos y al azar, revoloteando desde un espeluznante y peludo hombre sin hogar persiguiéndola; a su madre borracha tropezando en el patio delantero, desnuda; al señor Durbin amenazando con matarla; hasta un desfile con todas las personas de La Colina alineadas a lo largo de la calle, mirando. Señalando y riéndose de Janie, la chica que atrapa traficantes de drogas. Entonces, tiene un horrible sueño sobre la Señorita Stubin muriendo, y aunque ya está muerta, aún duele. En el sueño, Janie llora. Cuando se despierta, sus ojos están húmedos. También lo está el resto de ella. Está sudando tanto que las sábanas están húmedas.

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Y ella siente como si alguien le hubiera dado una paliza. Janie odia las siestas así.

04:22 p.m. Ella se desliza en sus zapatos de correr, se estira, y se dirige a la puerta, con la botella de agua en mano. Piensa que quizá esto es lo que necesita. No se ha ejercitado en toda la semana. Camina por la entrada, con los pies crujiendo sobre la grava, y afloja el paso a un trote. Golpea el pavimento parchado con alquitrán, sus zapatos haciendo abolladuras en las manchas negras que se han vuelto incluso más suaves por el sol. El sudor corre por su espalda y entre sus pechos. Sus piernas están cansadas pero ella se mantiene andando, esperando a que ese arrebato llegue. Corre todo el camino a la Casa Heather sin darse cuenta de adónde está yendo. Con el rítmico paso, la acompasada respiración, golpeando tanto malos pensamientos como recuerdos a través de su cabeza, tratando de sacarlos. Sin tener éxito realmente. Sube el camino y entra al cimentado lote de estacionamiento, ella corre y entonces se detiene. Se queda de pie en un espacio de estacionamiento cuyas líneas lucen cansadas de los años de uso y carencia de pintura. Levanta la mirada al cielo, sobre los enormes arces, imaginando aquella noche, hace unos cuantos veranos, cuando ella se sentó aquí afuera con tres de los residentes de la Casa Heather, para ver los fuegos artificiales del cuatro de julio. Ellos soltaron expresiones como “Oh” y “Ah”, aunque uno de ellos estaba ciega. Ciega, como Janie estará. Oh, señorita Stubin. Janie, respirando con fuerza, baja al cemento caliente y las lágrimas se desbordan libremente, el dolor de tener dieciocho años y de estar enamorada de un chico que no puede hablar de lo que le está sucediendo a ella, y sintiendo este enorme peso presionando en su pecho, aplastándola, reteniendo

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su espalda, evitando que ella viva realmente como una chica adolescente debería vivir, y ella se pregunta, no por primera vez, por qué toda esta mierda le está ocurriendo a ella. Piensa que cometió algún horrible error, tomando el trabajo con la Capitana y acelerando su propia ceguera para el beneficio de otros. Se pregunta cómo habría sido si todo eso nunca le hubiera pasado a ella, si nunca hubiera leído esa maldita libreta verde, si nunca hubiera tomado ese tren donde todo comenzó cuando ella tenía ocho años. Si podría en realidad estar en control de su vida, sólo una vez. Se pregunta si debería hacer realmente lo que ha temido hacer todo este tiempo. Salvarse a sí misma y olvidarse del resto. —¡Dame un maldito respiro! —grita ella hacia los fuegos artificiales que ya no están allí—. ¿Qué demonios tengo que hacer para ser simplemente normal? ¿Qué hice para merecer esta mierda? ¿Por qué? —solloza—. ¿Por qué? No por primera vez, tampoco hay respuesta.

05:35 p.m. Janie se levanta. Limpia la tierra de sus shorts. Empieza a trotar a casa.

06:09 p.m. Se desliza por la puerta trasera de la casa de Cabel. Exhausta y vacía. Él levanta la mirada de la cocina donde está preparándose un sándwich y pestañea hacia ella.

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—Hola —dice ella. Se queda de pie allí, sus mejillas manchadas de lágrimas, rayadas con sudor y polvo veraniego de la carretera. La nariz de Cabel se crispa. —Vaya. Hueles asqueroso —dice él—. Ven conmigo. Y entonces la guía hacia el baño. Abre la regadera. Se arrodilla para quitarle los zapatos y los calcetines mientras ella coloca sus lentes en el tablero y se desbarata la coleta. Él la ayuda a quitarse la ropa empapada. Y luego sostiene la cortina abierta para ella. —Adelante —dice. Ella entra. Él la observa, admirando sus curvas. Reacio a darse la vuelta para irse. Y entonces se detiene. Piensa que Janie podría necesitar mimos extra. Se quita la playera y los shorts. Los bóxers también. Y se une a ella.

06:41 p.m. —¿Oye, Cabel? —dice ella, secándose el cabello. Sonriendo. Echando todos los pensamientos excepto uno a un lado por el momento—. ¿Quieres ir a conseguirle a Jimmy un impermeable y cuidaremos de ti? Cabel la mira. Gira su cabeza y entrecierra los ojos.

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—¿Quién demonios es Jimmy?

11:21 p.m. En el fresco y oscuro sótano, ella susurra: —No es Ralph, ¿o sí? Cabel está callado por un momento, como si estuviera pensando. —¿Te refieres a Ralph el de Forever? Uh, no. —¿Has leído Forever? —Janie está incrédula. —No había mucho de dónde escoger en el carrito de la biblioteca del hospital, y Dennie siempre estaba revisando —Cabel dice sarcásticamente. —¿Te gustó? Cabel ríe suavemente. —Um... bueno, no era lo más sensato que leer para un chico de catorce años con injertos recientes de piel en el área general allá abajo, si sabes a lo que me refiero. Janie sofoca una simpática risa y entierra su cara en la playera de él. Lo sostiene cerca. Lo siente respirando. Después de unos minutos, ella dice: —Así que, ¿qué entonces? ¿Pete? ¿Clyde? Cabel rueda, fingiendo dormir. —Es Fred, ¿verdad?

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—Janie. Basta. —¿Le pusiste a tu cosa Janie? —ella ríe tontamente. Cabel gime profundamente. —Duérmete.

11:41 p.m. Janie duerme. Es delicioso. Por un rato.

03:03 a.m. Él sueña. Están en la casa de Cabel, ambos, acurrucados en un sofá, jugando Halo, comiendo pizza. Divirtiéndose. Hay un amortiguado sonido de trasfondo, alguien gritando por ayuda desde la cocina, pero los dos lo ignoran, están demasiado ocupados disfrutando de la compañía del otro. El llanto de ayuda aumenta. —¡Silencio! —grita Cabel. Pero el llamado sólo se vuelve más intenso. Él grita de nuevo, pero nada cambia. Finalmente, él va a la cocina. Janie está obligada a seguirlo. Él grita: —¡Sólo cállate tus estúpidos problemas! ¡Ya no puedo aguantarlo!

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Ahí, tendida en una blanca cama de hospital a mitad de la cocina, está una mujer. Ella está desfigurada y lisiada. Ciega y demacrada. Espantosa. Es Janie de anciana. La joven Janie en el sofá se ha ido. Cabel se gira hacia Janie en el sueño. —Ayúdame —dice. Janie mira. Da una ligera sacudida de cabeza, aunque está obligada a tratar de ayudarlo. —No puedo. —Por favor, Janie. Ayúdame. Ella lo mira. Sin palabras. Se estremece y contiene las lágrimas. Susurra: —Quizá sólo deberías despedirte. Cabel la mira. Y entonces se gira a la anciana Janie. La alcanza con dos dedos. Le cierra los párpados.

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Janie lucha y se saca del sueño.

Helada. Jadeante. El mundo se acerca a su alrededor de nuevo. Lucha por moverse. Por respirar. Cuando es capaz, Janie tropieza sobre sus entumidos dedos de los pies a través del piso del sótano de Cabel y sube las escaleras, sale por la puerta. Atraviesa los patios y se dirige a su diminuta y sofocante prisión. Se tiende sobre su costado, contando sus respiraciones, haciéndose sentir cada una, inhalando y exhalando. Mirando la pared. Preguntándose cuánto tiempo más puede ocultarlo todo.

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DOMINGO 6 de Agosto, 2006, 10:10 a.m. Ella mira a la pared. Y se empuja a sí misma fuera de la cama para enfrentar otro día. Janie encuentra a Dorothea en la cocina, arreglando su cóctel de media mañana. Es la primera vez que Janie la ha visto desde que hablaron. —Oye —dice Janie. La mamá de Janie gruñe. Es como si nada pasara. —¿Alguna palabra sobre Henry? —No. —¿Estás bien? La mamá de Janie se detiene y le da a Janie una mirada nublada. Ella finge una sonrisa. —Muy bien. Janie trata de nuevo. —Sabes que mi número de celular está aquí al lado del calendario si alguna vez me necesitas, ¿de acuerdo? Y el de Cabel está aquí también. Él haría lo que fuera por ti, como, si yo no estuviera por aquí o algo. ¿Lo sabes?

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—¿Él es ese chico hippie? —Sí, Ma —Janie gira sus ojos. Cabel se había cortado el cabello hace meses. —Cabel. ¿Qué clase de nombre es ese? Janie la ignora. Deseando que ella no hubiera dicho eso en primer lugar. —Mejor que no quedes embarazada, es todo lo que puedo decir. Un bebé arruina tu vida. —La mamá de Janie se dirige a su habitación. Janie la mira mientras se va. Sacude su cabeza. —Oye, muchas gracias —dice en voz alta. Saca su celular y lo enciende. Hay un mensaje de texto de Cabel. No te escuché irte. ¿A dónde has ido? ¿Está todo bien? Janie suspira. Janie le responde: Solo me levante temprano. Tenía algunas cosas de las que encargarme. Él le contesta: Dejaste tus zapatos aquí. Quieres que los lleve, ¿o? Janie piensa. Sí. Gracias.

11:30 a.m. Él está en la puerta.

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—¿Te importa si vamos de paseo? Janie entrecierra sus ojos. —¿A dónde? —Ya verás. De mala gana, Janie lo sigue hacia el auto. Cabel se dirige hacia la ciudad y por un camino que conduce pasando varios campos de maíz, y luego acre tras acre de bosque. Él frena el auto, entornando los ojos en el buzón oxidado, examinando los bosques. —¿Qué estás haciendo? —pregunta Janie. —Buscando dos-tres-ocho-ochenta-ocho. Janie se sienta y se asoma por su ventana también. Ella dice suspicazmente: —¿Quién vive camino aquí en BFE? Cabel entrecierra los ojos de nuevo y desacelera a medida que pasan 23766. Él mira en su espejo retrovisor y un momento después, un carro se acerca, pasándolos. —Henry Feingold. —¿Qué? ¿Cómo sabes? —Busqué en el directorio telefónico. —Hmmm. Eres inteligente —dice Janie. ¿Debería sentirse indignada o ansiosa? ¿O sólo avergonzada de que ella no pensara en eso primero?

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Otro kilómetro y Cabel acciona una tracción de dos gravas. Piedras rayan los lados del carro y el camino es extremadamente desigual. Cabel maldice en voz baja. Janie se asoma por el parabrisas. El sol se pasa por las ramas de los árboles, haciéndolo un paseo a rayas. Ella ve algo borroso a un cuarto de milla, en un claro. —¿Es eso una casa? —Sí. Después de un par de minutos, con Cabel manejando agonizantemente despacio por la calle dispareja, llegan a una parada en frente de una pequeña, y destartalada cabaña. Se bajan del auto. En los alrededores de grava hay una estación vieja y oxidada con paneles de madera. Un recipiente de té empapa la capota del carro. Janie lo recibe todo. Hay arbustos alrededor de la pequeña casa. Una cadena de rosas chamuscadas amenaza con afectar el enrejado con putrefacción. Unas cuantas azucenas se abren, tomando el sol. Todas las otras flores son hierba. Fuera de la puerta frontal hay una pequeña pila de cajas de cartón. Cabel da unos cuantos pasos cuidadosos a través de los arbustos hacia la ventana sucia y se asoma hacia adentro, tratando de ver por la pequeña abertura entre las cortinas. —No parece como si hubiera alguien aquí. —No deberías hacer eso —dice Janie. Ella está incómoda. Está haciendo calor y el aire zumba por los insectos. Y están invadiendo la privacidad de alguien—. Este lugar me está asustando. Cabel examina la pila de cajas en frente de la puerta, buscando alguna dirección de retorno. Toma una de las cajas y la sacude cerca de su oído. Luego la pone de nuevo en la pila y mira alrededor. —¿Quieres entrar? —él pregunta con una sonrisa maligna.

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—No. Esto no está bien. ¡Nos podrían arrestar! —Nah. ¿Quién va a saber? —Si la Capitana alguna vez se entera, nos pateará el trasero. Ella no se va a ir por el camino fácil. — Janie camina por los bordes del carro—. Vamos, Cabe. En serio. Cabe de mala gana está de acuerdo y vuelven al carro. —No lo entiendo. ¿No quieres saber más? El tipo es tu papá. ¿No tienes curiosidad? Janie mira la ventana mientras Cabel le daba vuelta al carro. —Estoy tratando de no tenerla. —¿Porque está muriendo? Ella se pierde en sus pensamientos. —Sí. —Sabiendo que si ella no se interesa en Henry, podría tacharlo como un problema resuelto cuando él muriera. Él sólo sería algún sujeto cuyo obituario aparece en el periódico. No su padre—. No necesito una cosa más por la que preocuparme, supongo. Cabe saca el carro hacia el camino de nuevo y Janie mira sobre su hombro una última vez. Todo lo que puede ver son árboles. —Espero que sus paquetes no se mojen la próxima vez que llueva —ella dice. —¿En verdad importa si se mojan? Ellos conducen en silencio por unos cuantos minutos. Y luego Cabel pregunta: —¿Conseguiste algo de la pesadilla de Henry ayer? Tenía miedo de preguntar después de nuestro pequeño malentendido de muerte. Janie se gira en su asiento y mira a Cabel manejar.

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—Fue casi igual que antes. Estático. Colores. Una mujer en la distancia y luego vi a Henry en el sueño también. Siempre sentado en la misma silla. Él estaba mirando a la mujer. —¿Qué estaba haciendo la mujer? —Sólo estaba de pie allí en el medio de una habitación con poca iluminación, era como el gimnasio de una escuela o algo. No pude ver su rostro. —¿Él la estaba mirando? Suena aterrador. —Sí —dice Janie. Ella mira las filas de maíz sin definición—. Aunque, no se sentía aterrador. Se sentía… solitario. Y luego… —Janie se detiene. Piensa—. Hmmm —¿Qué? —Él se giró y me miró. Como si estuviera tal vez un poco sorprendido de que yo estuviera allí. Él me pedía que lo ayudara. —Otras personas en sueños también te han visto, ¿verdad? Ellos te hablan. —Oh, totalmente. Pero… yo no sé. Esto se sintió diferente. Como… —Janie busca en sus recuerdos, pensando de nuevo en la docena de sueños que ella ha experimentado en su vida—. Como en la mayoría de sueños de las personas, yo sólo estoy allí, y ellos aceptan eso, y ellos me hablan como si fuera un apoyo. Pero en realidad ellos no se conectan, me miran pero en realidad no me están viendo. Cabel se rasca su mejilla e inconscientemente se pasa los dedos por el cabello. —No entiendo la diferencia. Janie suspira. —Supongo que yo tampoco. Sólo se sintió diferente. —¿Como el primer día que te vi en el paradero del bus y tú fuiste la única que me miró, y nuestros ojos como que se conectaron? —Cabel se estaba burlando, algo así. Pero no en realidad.

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—Tal vez. Pero más como cuando la Señorita Stubin me miró cuando yo estaba en su sueño de vuelta en la enfermería y ella me hizo una pregunta. Alguna cosa como de reconocimiento. Como, si de alguna manera ella sólo supiera que yo también era una atrapasueños. Cabel mira a Janie y luego de vuelta al camino. Su frente se arruga e inclinó su cabeza con curiosidad. —Espera —él dice—. Espera un minuto. —Él presiona el freno y se gira para mirar a Janie de nuevo—. ¿En serio? Janie mira a Cabel y asiente. Ella se lo ha estado preguntando. —Janie. ¿Tienes alguna razón en absoluto para pensar que toda la cosa de los sueños puede ser hereditaria? —El carro desacelera y se detiene en la mitad del camino en el campo. —Yo no sé —dice Janie. Ella mira sobre su hombro nerviosamente. —Cabe, ¿qué estás haciendo? —Dando la vuelta —él dice. Él se devuelve en un giro de tres puntos de infracción y le da al gas—. Estas son cosas importantes. Él tal vez tenga algo de información de tu pequeña maldición. Y tal vez no tengamos otra oportunidad.

12:03 p.m Cabel se para en la puerta frontal de la casa de Henry y saca su licencia de conducir de su billetera. La pone entre la cerradura de la puerta al lado de la manija y empieza a moverla de lado a lado. Presiona sus labios mientras trabaja, tratando de halar el cerrojo para así poder entrar. Janie lo mira por un momento. Luego ella agarra la perilla de la puerta. La gira. La puerta se abre. Cabel se endereza. —Bueno, ¿quién no asegura sus puertas en estos días? —Alguien cuyo cerebro está explotando, ¿tal vez? ¿Alguien que vive en la mitad de nada y no tiene

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nada bueno que le roben? ¿Alguien que está medio loco? Tal vez él le dijo a los paramédicos que no la aseguraran porque no tenía sus llaves. —Janie entra en la pequeña casa, haciendo que Cabel la sigua—. ¿Ves? —ella dice, señalando al guarda-llaves que hay en la pared con un juego de llaves colgando de éste. Está repleto adentro. Cocina, sala de estar, y la cama, están todos en la habitación principal. Una puerta en la esquina trasera parece conducir al baño. Hay una radio sobre el estante y un pequeño televisor en el mostrador de la cocina. Aire caliente entra a la habitación a través de una ventana abierta en la parte trasera de la casa. Una delgada cortina amarilla aletea. Debajo de la cortina está una mesa donde hay un viejo computador. Parece, por la taza de café y el plato, que la mesa sirve tanto de mesa de comida como de escritorio. Bajo la mesa hay una unidad de tres cajones que parece como si alguna vez hubiera pertenecido a un escritorio real. Unos cuantos papeles descansan en el piso como si hubieran sido arrastrados por la brisa. Cajas de cartón aplastadas están recostadas contra la pared, cerca a la parte trasera. La cama está sin hacer. Un vaso casi vacío de agua está sobre una mesa de noche hecha con cajas de cartón. —Bien —dice Janie—. Allí va mi sueño de una herencia mágica sorpresa. Este sujeto es más pobre que nosotros. —Eso no es una tarea fácil —dice Cabel. Camina hacia el escritorio—. A menos que tal vez le pertenezca esta propiedad, podría ser valiosa. —Cabel baraja unos cuantos billetes sobre el escritorio—. O… no. Aquí hay una cuenta cancelada que dice “renta” en la línea de memorando. —Maldición. —Janie se le une a Cabel de mala gana—. Esto se siente raro, Cabe. No deberíamos estar haciendo esto. —Nunca encontrarás nada si esperas hasta que está muerto. El Estado se hará cargo y el propietario va a querer un inquilino que pueda pagar las cuentas. Limpiarán este lugar, venderán lo que puedan para pagar el hospital y eso es todo. —Tú seguramente sabes de muchas cosas al azar. —Janie miró alrededor. —Al azar, útil mierda.

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—Supongo. —Ella vagó por la pequeña casa. Sobre la televisión había una variedad de tranquilizantes más-de-la-cuenta. El refrigerador estaba medio surtido. Un cuarto de leche, media hogaza de pan integral, un contenedor de boloñesa. Una sola plataforma estaba llena con granos verdes, maíz en mazorca, tomates, y frambuesas. Janie miró por la ventana al patio trasero y vio un pequeño jardín, y al otro lado, los arbustos de aspecto salvaje con puntos rojos. Las gavetas están en su mayoría vacías, excepto por unos platos y vasos que no coinciden. Hay una ligera capa de polvo por todas partes, pero no es una casa sucia. En el área de estar, hay una fantástica silla reclinable vieja La-Z-Boy, una mesita de noche con una lámpara de madera sobre ella, y una gran estantería improvisada llena con cajas. Cerca hay una pequeña librería. Janie se imagina a Henry sentado allí en la noche, en la silla reclinable, leyendo o viendo televisión en esta casa casi acogedora. Ella se pregunta qué tipo de vida era esa. Ella camina por la estantería y ve unas copias de Shakespeare, Dickens, Kerouac, y Hemingway y Steinbeck también. Algunos libros con letras extrañas que parecen como hebreo. Textos de ciencia. Janie remueve uno y mira dentro. Ve lo que debe ser la escritura de su padre debajo de una lista de nombres que han sido tachados. Henry David Feingold. Universidad de Michigan. Ella pasa las páginas a lo largo del libro, leyendo las notas en el margen. Preguntándose si esas son sus notas, o si le pertenecían a alguien antes de él. El lomo está roto y algunas de las páginas están sueltas así que Janie suelta el libro y lo devuelve a la repisa. Cabel está mirando los papeles en el escritorio. —Facturas —él dice—, de todo tipo de cosas raras. Ropa de bebé. Video juegos. Joyas. Globos de nieve, por Dios. Me pregunto dónde lo guarda todo. Es como extraño, si me lo preguntas. Janie se levanta y camina hacia Cabel. Toma un cuaderno y lo abre. Dentro, en una escritura impecable, hay una lista de transacciones. No hay dos parecidas. Janie examina el cuaderno y luego va

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a la puerta frontal. Lleva los paquetes adentro y mira las direcciones de retorno. Coinciden con las del cuaderno. Ella mueve un mechón de cabello detrás de su oreja. —Yo creo que debe tener una tienda en Internet, Cabe. Compra cosas baratas y las vende en su tienda virtual con una pequeña ganancia. Así que ha recibido un pequeño departamento de envío/recepción por allí. —Ella señala a la unidad de estantería. —O tal vez tiene compras de garaje y vende algunas cosas también. Janie asiente. —Parece extraño que haya ido a la escuela de ciencias y haya terminado haciendo esto. Me pregunto si lo despidieron o algo. —Considerando el estado de la economía de Michigan y el creciente desempleo últimamente, parece muy probable. Janie sonríe. —Eres todo un sabelotodo. Te amo. En realidad. El rostro de Cabel se ilumina. —Gracias. —Entonces… —Janie pone el cuaderno sobre la mesa y recoge una rústica copia de catch-22. Tomando páginas de este, se pierde en su pensamiento. Ve una pieza de papel usada como marcador. Las palabras están garabateadas con lápiz en él. Morton’s Fork. Eso es lo que dice.

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Janie cierra el libro y lo pone de vuelta en el escritorio. —¿Y ahora qué? —¿Qué quieres hacer? No veo ninguna evidencia de que sea un atrapasueños, ¿tú sí? —No. ¿Pero encontrarías alguna evidencia de eso en mi casa si buscaras? Cabel se ríe. —Uh, cuaderno verde, las notas de sueños sobre tu mesa de noche… —Mesa de noche —dice Janie, tocándose el labio superior con su dedo. Camina hacia la cama de Henry, pero no hay nada allí. Sólo el vaso con agua. Ella empuja a un lado y desliza sus dedos entre los pliegues de la caja, buscando un diario o una clase de cosa como esa—. No hay nada aquí, Cabe. Deberíamos irnos. —¿Y qué hay acerca de la computadora? —No. No vamos a ir allí. En serio. Sólo vámonos. Además, ya viste al sujeto. Él no está todo retorcido ni ciego. —¿Cómo sabes que no es ciego? No puedes decir eso. —Sí, tal vez tengas razón —dice Janie—. Pero su mano buscó la mía. —Bueno… ¿Qué decía la Señorita Stubin en el cuaderno verde? ¿Mediados de los años treinta para las manos? Él no puede ser más viejo que los últimos años de los treinta, tal vez principios de los cuarenta, ¿no? Así que tal vez eso no ha pasado todavía. Janie suspira. No quiere irse tan hondo. No quiere pensar más acerca del cuaderno verde. Ella camina hacia la puerta y se detiene allí por un momento. Recuesta ligeramente su cabeza contra ésta. Luego la abre, sale y se sienta en el coche sofocante hasta que Cabel viene. —¿Hospital? —él dice, con esperanza en su voz, cuando regresa el carro hacia el camino.

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—No. —La voz de Janie es firme—. Ya terminamos con esto Cabe. No me importa si él era el rey de los atrapasueños. Probablemente no lo sea. Probablemente sea algún sujeto que se aterraría si supiera que estuvimos merodeando por su casa. No quiero seguir persiguiendo esto. —Ella está cansada de todo esto. Cabel asiente. —De acuerdo, de acuerdo. Ni una sola palabra. Promesa.

07:07 p.m. En la casa de Cabel, los dos se ejercitan. Janie sabe que tiene que mantener en alto su fuerza. Ellos tienen una reunión con el Capitán el lunes, lo que significa que se avecina una asignación. Por primera vez, Janie no se siente muy emocionada por ello. —¿Alguna idea de lo que el capitán tendrá para nosotros? —Janie pregunta entre empujes con la pesa. —Nunca se sabe con ella. —Cabel respira y sopla ferozmente cuando llega al final de su brazo encrespado por las repeticiones—. Espero que sea algo ligero y fácil. —Yo también —dice Janie. —Vamos a averiguarlo bastante rápido. —Cabel pone su peso en el suelo—. Mientras tanto, no puedo dejar de pensar en Henry. Hay algo extraño en toda la situación. Janie pone la barra en la cuna y se sienta. —Creí que habías dicho que ibas a dejarlo ir —dice, bromeando. Pero la curiosidad domina—. ¿Qué te hace decir eso, de todos modos? —Bien, dijiste que había una conexión en el sueño, como la que tuviste con la Señorita Stubin, ¿cierto? Eso es lo que tiene mi mente, va y ahora no lo puedo parar. Y lo raro, es sólo la manera en

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que vive. Es un ermitaño. Quiero decir, él tiene esa vieja camioneta estacionada en el patio, por lo que, obviamente, él la conduce, pero... Janie mira agudamente a Cabel. —Hmm —ella dice. —Tal vez es sólo una coincidencia —dice él. —Probablemente —responde—. Como dijiste, él es sólo un ermitaño. Pero.

10:20 p.m. —Buenas noches, cariño —Cabe murmura al oído de Janie. Están de pie en la escalera de entrada, Cabel está a punto de dormir allí de nuevo. Es demasiado difícil. Demasiado difícil mantener su secreto. —Te amo —dice ella, fervorosamente. Diciéndolo en serio. Diciéndolo tan en serio. —También te amo. Janie va con los brazos extendidos y los dedos entrelazados con los de Cabel hasta que no pueden llegar a más, y entonces ella de mala gana deja caer el brazo y camina lentamente a través de los patios de su calle, hasta su casa. Tendida despierta sobre su espalda. Su mente cambia de Cabel a los eventos más tempranos del día. Hacia Henry.

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12:39 a.m. Ella no puede dejar de pensar en el. Porque, ¿qué tal si? ¿Y cómo se suponía que ella lo sabría, a menos...? Janie se sale de la cama, se pone su ropa y toma su teléfono, la llave de la casa, y un bocadillo para la energía. El autobús está vacío, excepto por el conductor. Afortunadamente, él no está dormido.

12:58 a.m. Las sandalias de Janie golpean el suelo del hospital y hacen eco atravesando al otro lado de los silenciosos pasillos. Un camillero con una vacía camilla inclina la cabeza hacia Janie cuando sale del ascensor. Hasta en el tercer piso, Janie empuja la puerta de la ICU2 sin vacilar. Es poco iluminada y silenciosa. Janie mantiene a raya los sueños del pasillo y, antes de que ella abra la puerta de Henry, repasa el plan en su mente.

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Unidad de cuidados intensivos

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Toma una respiración profunda y empuja la puerta, cerrándola detrás de ella con rapidez, ya que todo alrededor de ella se queda en negro, y luego es golpeada por los colores y la monstruosa estática, una vez más. El poder del sueño fuerza a Janie a sus manos y rodillas. El ataque a sus sentidos se hace diez veces más fuerte que la gravedad normal. Ella se balancea sin darse cuenta, como si evitara las paredes de bloques gigantes de color ardiente que se abren hacia ella en 3-D. Mentalmente está tratando de escuchar sus propios pensamientos sobre el ruido, y es increíblemente difícil, es como si estuviera en un vórtice de la electricidad estática. Crece rápidamente el entumecimiento en las manos y pies de Janie. A ciegas, se gira a la derecha y se arrastra, con el objetivo hacia el baño de manera que si tiene que hacerlo, pueda entrar y cerrar la puerta. Como llameantes bloques amarillos que cambian hacia ella, Janie se lanza para evitarlo y siente su cabeza en contacto con la pared de la habitación del hospital. ¡Concéntrate! Se grita a sí misma. Pero el ruido es insoportable. Lo único que puede hacer es deslizarse hacia delante sobre los talones adormecidos, esperanzada de que incluso se esté moviendo un poco, y esperando un destello de algo, cualquier cosa que explicara algunos de los misterios de Henry. Janie no sabe cuánto tiempo pasa antes de que no pueda continuar moviéndose. Antes de que ella no pueda apresurarse, no puede combatir por más tiempo. No puede encontrar el baño para romper la conexión. Es como si hubiera caído en hielo, envuelta en agua fría. Entumecida, tanto el cuerpo como la mente. Incluso el ruido y los colores están mudos. Las cosas dejan de importar. Ella no puede sentirse cayendo violentamente. No sabe que está perdiendo la conciencia.

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No importa nada tampoco. Ella sólo quiere rendirse, dejar que la pesadilla la supere, se hunde en ella, en su mente y en su cuerpo con un clamor interminable y asquerosamente deslumbrante. Y lo hace. Pronto, todo se volverá negro. Pero entonces. En la inconsciencia de Janie, la imagen de un loco, un espeluznante loco gritándole que es su padre, lentamente aparece de la oscuridad delante de ella. Él llega a ella, sus dedos negros y sangrientos, con los ojos trastornados, sin pestañear. Janie queda paralizada. Las manos frías de su padre llegan alrededor de su cuello, apretando fuerte, más fuerte, hasta que Janie queda sin aliento, incapaz de moverse, incapaz de pensar. Obligada a dejar que su propio padre la mate. Mientras sus manos aprietan aún más alrededor del cuello de Janie, la cara de Henry se vuelve enfermiza de alabastro. Él tensiona más y comienza a temblar. Janie está muriendo. Se acabó. Justo cuando ella se ha dado por vencida, la cara blanquecina de su padre se convierte en cristal y se rompe en una docena de piezas. Libera su agarre alrededor del cuello de Janie. Su cuerpo desaparece. Janie cae al suelo, jadeante, junto a las piezas de la cara de su padre que explotaron. Las mira, respira, y por fin es capaz de moverse. Se levanta por sí misma. Y allí, en lugar de ver a su padre en el cristal, ella ve su propio horror, gritándole en la cara, su propio reflejo.

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La estática la invade una vez más. Mucho. Más tiempo. Janie se da cuenta que puede estar atrapada allí. Por siempre.

02:19 a.m. Y luego. Un destello de vida. Un flash de la figura de una mujer en un gimnasio oscuro, un retrato de un hombre en una silla... Y una voz. Distante. Pero clara. Distinta. Familiar. La voz de la esperanza en un mundo cada vez más tenebroso —Vuelve —dice la mujer. Su voz es dulce y joven. Ella se vuelve hacia Janie. Pasos hacia la luz. Permaneciendo sobre piernas fuertes, con los ojos claros y brillantes. Sus dedos, no retorcidos, pero largos y hermosos. —Janie —dice ella seria—. Janie, querida, vuelve. Janie no sabe cómo volver.

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Ella está exhausta. Ida. Ida de este mundo y flotando en algún lugar donde otra persona viva no podría posiblemente estar. Excepto por Henry. La mente de Janie es inundada con una nueva escena, una suave y tranquila, la de un hombre en una silla, una mujer, ahora de pie a la luz implorando a Janie volver. La mujer se acerca a Henry, se encuentra a su lado. Henry vuelve y mira a Janie. Parpadea. —Ayúdame —dice él—. Por favor, por favor, Janie. Ayúdame. Janie está horrorizada de él. Aun así, no hay nada que ella pueda hacer, pero ayuda. Es su regalo. Su maldición. Ella no puede decir que no. Obligada, Janie empuja su concentración, a plena consciencia, con miedo a muerte de que el ruido horrible y los ardientes colores regresen en cualquier momento, temiendo ponerse cerca a cualquier lado de ese hombre que se vuelva loco y la estrangule. Deseando que ella pueda reunir la fuerza necesaria para sacarse de esa pesadilla ahora, mientras tiene la oportunidad. Pero ella no puede. Janie lucha silenciosamente de pie en el gimnasio. Con esfuerzo, camina hacia los dos, sus pasos haciendo eco. Ella no tiene idea de qué hacer por Henry. No ve nada que pueda hacer para ayudar. En realidad, sólo quiere atarlo, o tal vez matarlo, ya que él no tiene la oportunidad de hacerle daño. Ella se detiene a pocos pies de ellos. Mira fijamente a la mujer de pie allí, no cree lo que ven sus ojos. —Es usted —dice. Siente una oleada de alivio. Su labio tiembla—. Oh, Señorita Stubin. La Señorita Stubin llega con Janie, abrumada por verla de nuevo e increíblemente débil de esta pesadilla, tropieza en sus brazos. El agarre de la Señorita Stubin es fuerte, lleno de confort. La fuerza de Janie se repara algo. Ella se llena de emoción cuando siente la calidez y el amor en el contacto de la Señorita Stubin.

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—Cálmate, está todo bien. —Usted —dice Janie—. Usted está… Pensé que no podría verla de nuevo. La Señorita Stubin sonríe. —He estado disfrutando mi tiempo con Earl, desde la última vez que te vi. Es bueno estar otra vez. — Ella hace una pausa, abre y cierra los ojos. Busca los tenues rayos de luz que entran a través de las diminutas ventanas superiores del gimnasio. Y luego mira hacia el mudo Henry, que está sentado todavía—. Creo que estoy aquí por Henry... pienso que para llevarlo a casa, si sabes lo que quiero decir. A veces yo misma no sé por qué estoy llamando a otros atrapasueños. Los ojos de Janie se amplían. —Así que, es cierto. Él realmente es uno. —Sí, al parecer, lo es. Ellas miran a Henry, y luego se miran mutuamente. Están en silencio, considerando. Los atrapasueños todos juntos en un solo lugar. —Vaya —Janie murmura. Se vuelve de nuevo hacia la Señorita Stubin—. ¿Por qué no me dijiste acerca de él? Tú dijiste en el cuaderno verde que ningún otro atrapasueños está vivo. —No sabía sobre él. —Sonríe—. Al parecer, él necesita tu ayuda primero, antes de que pueda venir conmigo. Te agradezco que hayas venido. —No fue fácil —dice Janie—. Sus sueños son horribles. —Él no ha dejado a muchos —dice la Señorita Stubin. Janie aprieta sus labios y toma una respiración profunda.

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—El es mi padre. Sabias eso, ¿verdad? La Señorita Stubin sacude la cabeza. —No lo sabía, así que es hereditario, entonces. Me lo había preguntado frecuentemente. Es por eso que no tuve hijos. —¿Tú…? —Janie es golpeada de repente con un pensamiento—. No está relacionada, ¿cierto? Con nosotros, quiero decir. La Señorita Stubin sonríe cálidamente. —No, querida, ¿sería eso algo? Janie se ríe suavemente de la locura. —¿Crees que tal vez hay otros por ahí, entonces? ¿Aparte de mí? La Señorita Stubin cierra la mano de Janie y la aprieta. —Saber que Henry existe me da la esperanza de que hay más. Pero los atrapasueños son casi imposibles de encontrar. —Ella ríe—. Lo mejor que puedes hacer para encontrarlos es dormir en lugares públicos, supongo. Janie asiente. Mira a Henry. —¿Cómo voy a ayudarle? La Señorita Stubin levanta una ceja. —No lo sé, pero tú ya sabes qué hacer para averiguarlo. Él ya te pidió ayuda.

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—Pero... no veo como... y él no me conducía a ninguna parte. —Janie mira a su alrededor el gimnasio casi vacío, en busca de pistas, tratando de averiguar lo que ella puede hacer para ayudar a Henry. No quiere acercarse demasiado. Finalmente, Janie se gira hacia Henry y toma una profunda respiración, mirando brevemente a la Señorita Stubin en busca de apoyo—. Hola, tú —empieza diciendo. Su voz tiembla un poco, nerviosa, asustada, sin saber qué esperar—. ¿Cómo puedo ayudarte? Él la mira, con una mirada en blanco reflejada en su rostro. —Ayúdenme —dice. —Yo… yo no sé cómo, pero me puedes decir. —Ayúdenme —repite Henry—. Ayúdame. Ayúdame. Ayúdame. Ayúdame. AYÚDAME. ¡AYÚDAME! ¡AYÚDAME! —La voz de Henry se convierte en gritos salvajes y no se detiene. Janie se aleja, en guardia, pero él no va hacia ella. Él llega a la cabeza y se la agarra, gritando y arranca trozos de cabello de su cuero cabelludo. Sus abultados ojos y su cuerpo están rígidos en agonía—. ¡Ayúdame! Sus gritos no terminan. Janie se congela, conmocionada, horrorizada. —¡No sé qué hacer! —ella grita, pero su voz es ahogada por la de él. Aterrorizada, ella mira a la Señorita Stubin, que observa con atención, un poco temerosa. Y después. La Señorita Stubin llega. Toca el hombro de Henry. Sus gritos tartamudean. Fallan. Su respiración irregular disminuye. La Señorita Stubin observa a Henry, para concentrarse. Focalizándose. Hasta que él se vuelve a mirarla y está tranquilo.

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Janie ve. —Henry —dice la señorita Stubin suavemente—. Esta es su hija, Janie. Henry no reacciona. Y entonces su cara se contorsiona. Inmediatamente, la escena delante de Janie cruje. Pedazos del gimnasio caen lejos, como piezas de un espejo roto. Las luces brillantes aparecen en los agujeros. Janie ve lo que está pasando y su corazón late. Ella lanza una mirada frenética a la Señorita Stubin, y a su padre, desesperada por comprender, pero él se está sosteniéndose la cabeza de nuevo. —No puedo quedarme en esto —Janie grita, y recoge todas sus fuerzas, empujándose fuera de la pesadilla antes de los colores estáticos y cegadores la alcancen una vez más.

02:20 a.m. Todo está en silencio excepto por el zumbido de los oídos de Janie. Los minutos pasan mientras ella está tendida bocabajo, inmóvil, sin ver, sobre las húmedas baldosas en la habitación del hospital. Con su dolor de cabeza. Cuando trata de moverse, sus músculos no responden.

02:36 a.m. Finalmente, Janie puede ver, aunque todo es tenue. Ella gruñe y después de varios intentos, empuja para ponerse en pie, sujetándose contra la pared, limpiándose la boca. La sangre llega lejos en su mano. Ella mueve lentamente su lengua alrededor, notando el corte dentro de su mejilla, donde al parecer se mordió durante la pesadilla.

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Siente su cuello, su garganta, con cautela. Su estómago se revuelve cuando pasa la saliva con sangre espesa, Janie entrecierra los ojos para observar, horrorizada de cuánto tiempo ha pasado. Se voltea a mirar a Henry. Pasa sus dedos por el pelo enmarañado mientras mira fijamente a su cara agonizante, congelado en la misma expresión horrible como en su sueño cuando gritó una y otra vez. —¿Qué está mal contigo? —ella dice. Su voz es como en la pesadilla. Se muerde su labio inferior y lo observa desde una distancia, recordando al loco Henry de la pesadilla. Está inconsciente. Él no puede hacerme daño. Ella no lo cree, por lo que dice en voz alta, a sí misma y para él. —No puedes hacerme daño. Eso ayuda un poco. Da un paso más cerca. Al lado de su cama. Su dedo se cierne sobre la mano de él y Janie lo imagina saltando, agarrándola con frío manipulador de la muerte. Desgarrando su garganta. Estrangulándola. Sin embargo, poco a poco, baja la mano y la coloca en la parte superior de Henry. Él no se mueve. Sus manos son cálidas y ásperas. Justo como las manos de un padre deberían ser.

02:43 a.m. Es demasiado tarde para el autobús.

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Cuando es capaz, serpentea su camino a través del hospital y hacia abajo a la calle. Poco a poco cojea a casa en medio de la noche.

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LUNES 07 de agosto 2006, 10:35 a.m. Un atrapasueños. Su padre. Al igual que ella. Increíble. Janie camina hacia la parada de autobuses. Toma un autobús hacia las afueras de la ciudad. Ella corre el resto del camino. Todo parece ir más lento cuando estás lejos de la ciudad. Los pies de Janie van golpeando el pavimento mientras corre a lo largo del camino, todo parece detenerse ante sus ojos. Fila tras fila de maíz que pide ser recogido pasa ante los ojos de Janie mientras ella corre. Sus gafas se deslizan de su nariz a causa del sudor, y ese es un recordatorio de que ella necesita ver todo lo que hay a su alrededor antes de que ya no pueda. Le hace mal pensar en eso, así que absorbe todo lo que ve, un paso tras otro, hasta que su mente vaga de nuevo. Oye el zumbido de las ranas arbóreas y recuerda cómo, cuando era niña, solía pensar que el intenso zumbido no era de los animales, si no de los cables eléctricos, llenos de energía. Cuando se enteró de que el ruido provenía de las ranas, no lo creyó. Sigue sin hacerlo. Después de todo, ella nunca ha visto una. Ella aspira el aire que hay a su alrededor, húmedo, con un ligero olor a estiércol. Así como también, el olor dulzón de las flores silvestres mezclado con el olor de los últimos parches de la carretera.

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La mente de Janie está clara y despejada y su objetivo está cerca cuando ella llega a la entrada de la casa de Henry. Reduce la marcha a un paseo, tratando de enfriarse. Justo cuando llega a la entrada, su celular comienza a vibrar. Ella lo ignora, a sabiendas de que probablemente es Cabel. Ella necesita pensar. Pero tiene que hacerlo sola. Abre la puerta y camina hacia dentro de la casa. Esa extraña sensación comienza acercarse a ella, la hace estremecerse y comienza a sentirse un poco mareada y enferma al mismo tiempo, el lugar es tranquilo y ciertamente está muy fuera de los límites. Janie respira, todavía sin aliento, el ruido rompe el silencio. —Habla conmigo, Henry, usted pequeño estrangulador espeluznante —Janie dice en voz baja—. Muéstrame cómo puedo ayudarte. Ella camina hacia la cocina, se limpia la frente sudorosa con una toalla de la cocina y toma un vaso del armario. Abre la llave del agua. El agua se atasca y después sale a chorros, es de un color dorado sucio, unos minutos después comienza a salir limpiamente. Janie deja que el agua corra por un minuto y después llena el vaso. El agua es algo tibia con un sabor arenoso. Ella decide comenzar con la computadora. La enciende y no ve nada raro, ella se molesta. —Habla conmigo —murmura otra vez. En primer lugar, mira los marcadores. E inmediatamente, se encuentra con la tienda en línea de Henry, entra y se conecta, la contraseña y el nombre de usuario ya están. Janie mira detenidamente la tienda en línea, la tienda se llama Dottie Place. Se encuentra con una colección bastante extraña, incluyendo ropa para bebés y ropa para niños, pequeños equipos electrónicos, libros, vidrio y figurillas de colección. Ella pulsa en donde dice "Llevar con cuidado", lee las descripciones de las cosas. Lee las palabras que Henry utilizó para describirlas. Ella ve la inteligencia, la capacidad para vender, y su habilidad para los negocios, en esa pequeña tienda.

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Hay varias subastas en curso, además de unas pocas que terminaron el mismo día que Henry se enfermó. Y entonces ve su calificación. 99.8% positivos. Janie no reconoce el sentimiento que siente en el pecho. Los ojos comienzan a picarle. Lo único que ella sabe es que Henry Feingold tiene una calificación casi perfecta. Janie toma el inventario. Evalúa los elementos que ya se han vendido y los que se están buscando. Ve los paquetes que fueron enviados. Y los que están por enviarse. Ella sigue buscando en la computadora, y se encuentra con el enlace de los favoritos online de Henry. Mira a su alrededor y ve las cajas que deben enviarse, las recoge y las pone afuera de la puerta ya que a las cinco de la tarde vendrán por ellas, y no quiere que se le olvide. De vuelta en la computadora, Janie ve otras páginas que Henry tiene en sus favoritos. Ve un tablón de anuncios políticos, un página web de cocina, múltiples enlaces de marketing, y un sitio web de festividades judías y sitios web de jardinería. Sueños. Y un enlace a una página de Wikipedia sobre el Morton’s Fork.

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Janie pulsa sobre ese último. Ella mira esa página. Averigua que el Morton’s Fork no es literalmente un tenedor3. Es un término para un dilema de clases. En resumen: una elección forzada entre dos cosas que igualmente apestan. Janie lee y ve en ello una comparación con unos 22 pasos, y ella mira el libro que está en la mesa con esa misma frase. Frunce el ceño. —Muy bien, pequeño estrangulador espeluznante —murmura de nuevo. Ella vuelve la vista hacia el ordenador, tecleando frenéticamente, buscando las palabras claves—. ¿De qué se trata? ¿Cuál es el gran misterio? Y entonces, deja de escribir a mitad de una palabra. Ella se deja caer de nuevo en la silla, recordando la última vez que leyó sobre unos 22 pasos. Pocos meses atrás, en un cuaderno verde con una espiral. Él lo sabe, por supuesto. Está claro lo que Henry escogió hace años.

3

Fork significa tenedor.

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No tenía a la señorita Stubin para ayudarlo. Para enseñarle. No tenía a nadie.

12:50 p.m. El ruido, la casa sacudiéndose por el ruido de un camión rompe la atención de Janie. A través de la ventana lo ve retumbando hacia ella y su corazón se acelera, sabiendo que ella no debería estar aquí. Pero cuando el conductor empieza a golpear la puerta y grita con voz amable: —¡Oye, Henry, tienes que firmar el recibo de este! ¿Estás atrás? Janie duda y, después de un minuto, abre la puerta. —Hola. La mujer levanta la vista de su entrega. El sudor raya sus mejillas de color canela y tiene manchas húmedas bajo los brazos. Lleva pantalones cortos de color marrón de la empresa y sus piernas están cubiertas de picaduras de insectos y moretones. Ella la mira sorprendida y confundida por un momento, después dice: —Hola, eh, ¿tienes 18 años? Puedes firmar. —Yo… sí. —¿Dónde está Henry? ¿En una venta de garaje? Bueno, obviamente no, porque ahí está su coche... Bueno, ¡podrías decirle que vi una venta de artículos usados en Luther'ns? Sobre Washtenaw, Fridee y Saturdee. Ella se ve un poco incomoda. —Henry no podrá ir. Él esta... enfermo. No se encuentra muy bien. —Janie siente la garganta cada vez más apretada—. Está en el hospital, probablemente no va a lograrlo.

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La mujer deja caer la mandíbula. Ella se agarra del marco de la puerta. —Oh, Dios mío. No estarás hablando en serio. Usted... ¿quién es usted? Si me permite la pregunta, quiero decir, sé que no es de mi incumbencia, pero Henry ha sido mi cliente durante años. Somos amigos. —Se da la vuelta bruscamente y se queda mirando los bosques, con los dedos moviéndose desde sus labios, hasta su mejilla. —Soy Janie. Yo soy su hija —dice Janie. Suena algo raro. —¿Su hija? Él nunca me dijo que había tenido niños. —No creo que supiera de mí. La mujer suspira. —Bueno, lo siento por él, eso es seguro. ¿Quieres decirle que le deseo lo mejor? —Claro, yo... Bueno, él está en estado de coma, o algo así, pero yo se lo diré. Pero, ¿puede decirme un poco acerca de él? Quiero decir, me acabo de enterar que él es mi papá cuando fue llevado al hospital, así que no sé nada... —Janie traga con fuerza—. ¿Quiere agua? —No, gracias. Tengo un montón en el camión. —Todavía en estado de shock por la noticia, ella golpea estúpidamente un mosquito—. Henry Feingold es un buen tipo. No molesta a nadie. Podrá parecer un poco extraño pero tiene un corazón de oro. Hace su negocio y vive aquí, solo, pero él dice que lo prefiere así. Estudia mucho en su computadora, hace búsquedas para su negocio, así como también para otras cosas. Yo creo que toma cursos online. No estoy del todo segura por qué, pero él siempre tiene algo interesante que contar. —¿Dijo que se sentía enfermo la semana pasada? —Nada más sus dolores de cabeza habituales. Él tenía a veces migrañas. Le dije que debía checarse. Dijo que no tenía seguro. —¿Así que él ha tenido dolores de cabeza por un tiempo?

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—Más o menos. ¿Es eso lo que...? —La mujer asiente con la cabeza en lugar de decir las palabras. —Sí. Algo en su cerebro, tal vez un tumor. No saben mucho, supongo. La mujer mira hacia abajo directamente al suelo. —Bueno. Lo siento mucho. Cuídate. Yo... sí. Demonios. Realmente lo siento. —Toma los paquetes que Janie tenía preparados. —Gracias —dice Janie. —Si pasa algo, ya sabes, ¿podrías dejar una nota en la puerta? Yo vengo dos veces por día, a veces si hay una entrega por la tarde. Te lo agradecería. Mi nombre es Cathy con una C. Janie asiente con la cabeza. —Lo intentaré. ¿Oye, Cathy? —¿Sí? Janie se mueve nerviosamente. —Él no está, amm… ya sabes, ¿ciego? ¿Verdad? Cathy le da una mirada inquisitiva a Janie. —No —ella dice—. Ni siquiera usa anteojos.

01:15 p.m. Janie se sienta en la antigua silla La-Z-Boy, pensando en todo. En el aislamiento.

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Él vive aquí, está en sus treinta años, no está ciego o lisiado. —Oh, cielos —dice Janie. Ella deja caer su cabeza en la silla—. ¿Qué diablos estoy haciendo? Esto es totalmente perfecto. Soy una idiota. Su teléfono no deja de zumbar. —Hola —dice ella. —Hola —dice Cabe, suena algo molesto—. ¿Tienes algo que hacer o qué? —Sólo necesitaba escapar un rato —Janie dice—. ¿Por qué, qué es tan importante, que no puedo estar sola por tres horas sin que alguien me esté persiguiendo? Su tono es más agudo de lo que ella se propone. Pero Janie está empezando a disfrutar de la tranquilidad. Cabel no habla por un momento, y Janie se encoje. —Lo siento —dice ella—. Eso no salió bien. —Bien, pues —dice. Pero su voz sigue tensa—. Sólo te estaba llamando para ver a qué hora te tengo que ir a recoger para ir a la reunión que tenemos con la capitana. A las dos. Janie se sienta en la silla. —¡Oh, mierda! —Ella mira su reloj—. Mierda, se me olvidó. —Echa un vistazo alrededor de la habitación para asegurarse de que todo está en su lugar, corre hacia la puerta, y la cierra, al igual como Henry la dejó—. Yo sólo... salí a correr. Llegaré en cuanto pueda a casa y tomaré una rápida ducha. ¿Qué tal en cincuenta y cinco minutos? —Vaya, eso es demasiado. Vamos a llegar tarde. ¿Quieres que te recoja en dondequiera que estés, y así llegas más rápido a casa? Janie comienza correr por el sendero, sus músculos están rígidos.

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—No —ella dice—. Te veré en la estación de policía. —¿Vas a tomar el autobús? La capitana se enfurecería si sabe que estás conduciendo. Tú lo sabes. Vamos, Janie. Él suena mal. La voz de Janie se escucha jadeante mientras corre. Respira a través de los labios apretados para evitar la agudeza de su voz. —Lo sé —dice—. Lo sé. —¿Dónde estás? Ella baja la velocidad para dar un paseo. —Ya sabes, Cabe, yo creo... que... tú podrías ir sin mí —dice—. ¿Está bien? Yo no puedo ir. —¿Qué pasa? ¡Janie! Vamos. No me hagas esto. Te recogeré en cincuenta minutos. Todo va a estar bien. Janie sigue caminando. —No —dice con firmeza—. Tengo algunas cosas que hacer. Yo llamaré a la capitana y le explicaré. Sólo ve. —Pero... —Cabel suspira. Janie se queda callada. —Muy bien —dice él. Él cuelga sin decir adiós. Janie cierra su teléfono y lo mete de nuevo en su bolsillo. —Dios —dice ella—. No sé si pueda hacer esto. Ella llama a la capitana mientras camina hacia su casa.

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—¿Todo bien, Hannagan? —En realidad no, señor —dice Janie. Su voz está temblando—. No voy ir hoy. Lo siento. Silencio. Janie deja de andar. —No puedo llegar a la reunión. Creo que tomé mi decisión. Oye el sonido chirriante de una silla siendo deslizada y un suspiro en el otro extremo. —Muy bien. —Hace una pausa—. ¿Cabe? Janie se sienta a un lado de la carretera y aprieta sus ojos cerrados. Y muerde su dedo índice. Toma un aliento moderado para estabilizar su voz. —Todavía no —dice ella—. Pronto. Necesito un par de días para averiguar lo que haré desde aquí. —Oh, Janie —dice la capitana.

01:34 p.m. Ella está de pie sobre el camino, no segura de adónde ir ahora. A casa, o de nuevo a la casa de Henry. Su cabeza le dice sólo una cosa. Pero cuando su estómago gruñe, ella sabe la respuesta. No se siente con el derecho de comer los alimentos de su padre. Así que avanza lentamente hasta la parada de autobuses. Pensando, siempre pensando. Ella sabe que va a tener que decirle adiós a Cabel.

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Para siempre. Es realmente difícil de imaginar.

02:31 p.m. En casa, Janie se prepara tres bocadillos. Come uno, y guarda los otros dos en envolturas de plástico y los pone en su mochila. Dorotea hace una rara aparición, caminando alrededor del refrigerador. —¿Quieres que te haga un sándwich, mamá? —dice Janie, aunque en realidad no quiere hacerlo—. Tengo todas las cosas listas. Dorotea rechaza la sugerencia con un gesto descuidado y un gruñido, y toma una lata de cerveza en su lugar. Camina de nuevo a su habitación. Y entonces la puerta se abre. —Hey, Janers, ¿estás en casa? Es Carrie. Janie gime interiormente. Ella sólo quiere volver a la casa de Henry. —Oye, chica. ¿Qué pasa? —Nada. —Carrie camina hacia la cocina y se sienta en una silla. Sube sus pies al mostrador. Está usando sandalias—. Comprueba mi pedicura. ¿No está genial? Janie fija su atención en los pies de Carrie. —¡Totalmente! Muy lindo, Carrie. —Janie llena una botella con agua del grifo y la guarda en su mochila también.

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—¿Vas a alguna parte? —Carrie se ve un poco decepcionada. —Sí —dice Janie. —¿A casa de Cabel? —No. —Janie suspira. Ella se había visto obligada a mentir a Carrie durante su último año completo. No quería hacerlo ahora—. ¿Puedo confiar en ti para guardar un secreto? —Obvio. Janie sonríe. —He encontrado la casa de Henry. Voy a volver por ahí y tratar de aprender más sobre él. —¡Qué lindo! —Carrie salta de la barra—. ¿Puedo ir? Yo conduzco. —Uh… —dice Janie. Ella quería estar sola, pero después de caminar el día de hoy ya una vez a la casa de Henry, la idea de tener un viaje en auto de ida y vuelta es demasiado tentador para decir que no—. Claro que sí. ¿Puedes estar lista para salir ahora? —Siempre estoy lista para salir. Voy a poner en marcha a la pequeña diva y encontrarte en el camino.

02:50 p.m. —Así que —dice Janie desde el asiento del pasajero de la Nova77—. ¿No hay planes con Stu esta noche? —No. —Carrie frunce el ceño mientras conduce el coche fuera de la ciudad, siguiendo las instrucciones de Janie—. ¿Por qué todo el mundo me lo pregunta cada vez que me ven sin él? —¿Porque estás casi siempre con él?

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—¿Y? Yo soy mi propia persona también. ¿Es eso todo lo que hay que hablar? ¿Dónde está Stu? Janie asoma la cabeza por la ventanilla para recibir la brisa en su cara y las esperanzas de los que no sueñan. —¿Están peleados o algo así? —No —dice Carrie. —Muy bien. Así que… ¿Cuándo comienzan las clases para ti? Carrie se ilumina. —Justo después del Día del Trabajo. Y va a ser una explosión. ¡Por fin puedo llegar a conocer algo que realmente quiero aprender! —Vas a ser la mejor en tu clase, Carrie. Tienes habilidades increíbles con el cabello. —Sí, ¿no es cierto? —dice—. Gracias. Carrie vuelve la vista del camino por un momento para mirar a Janie. Sus ojos centellean un poco. Tal vez están llorosos por el viento. O no. Janie sonríe, estira su brazo alrededor del cuello de Carrie y le da a su amiga un medio abrazo. Se olvida de que Carrie no tiene mucho más apoyo en casa del que obtiene Janie. Carrie tira a Ethel en la calzada llena de baches. Ethel protestas en chillidos y gemidos, pero Carrie la presiona adelante. —¿Por qué demonios vive aquí en el jodido… jodido Saskatchewan? —Carrie, dice, riendo. Janie no se molesta en señalar que la provincia canadiense más cercana en realidad es Ontario. Ni que iban hacia el sur. Fuera del coche, Janie va inmediatamente la casa mientras Carrie se lo lleva todo en los arbustos demasiado crecidos, la cabina diminuta, destartalada, la puerta abierta.

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—¿Qué, no lo cerró? —Él no lo hizo, al menos no la última vez que se fue. —Bueno, sí, puedo ver eso. ¿No es como si viviera en el barrio, cierto? ¿Quién viene hasta aquí? Sería una verdadera aventura. La gente aquí te saca una pistola o te invita a un guiso. Carrie sigue así y Janie la ignora. Está todo bien.

03:23 p.m. Janie va directamente a la computadora. Carrie anda alrededor de la cocina, comiendo frambuesas del refrigerador, pero Janie no le hace caso. El equipo, aún desde que se fue con tanta prisa antes, tarda una eternidad para volver a encenderse, y otra eternidad para volver a funcionar. El ruido que hace la marcación hace que Carrie mire a Janie. —¿Qué estás haciendo en su computadora, Janers? Eso no está un poco, como, mal, ¿no? Carrie está en la cocina, las manos en las puertas de armario, recogiendo las cosas y poniéndolas de nuevo. —No —Janie miente—. Él es mi padre. Se me permite. Carrie se encoge de hombros y avanza hacia el próximo gabinete. Janie navega sobre el nombre de la Tienda de Henry. —Oye, Carrie, "Dottie" es un apodo para Dorothea, ¿no? —¿Cómo voy a saberlo? —Carrie dice—. Sí, suena como que podría serlo. Y un infierno mucho más fácil de decir con la boca llena. —Sí —Janie dice, y entonces se abre una nueva ventana y lo busca en Google—. Sí, seguro que es. —¿Qué? —Carrie grita, ahora aparentemente sentada en el suelo de la cocina. Con cazuelas sonando.

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—Nada —dice Janie ausente. —Sólo para de hacer lo que sea que estás haciendo. Me estás poniendo nerviosa. —¿Qué? —Carrie grita otra vez. Janie suspira. Su dedo flota sobre el mouse, decidiendo. Por último, lo suelta, abriendo un email de clientes de Henry. Realmente se siente como si estuviera husmeando ahora. Pero simplemente no puede evitarlo. Janie sonríe, leyendo su amable correspondencia con sus clientes, tratando de imaginar. Deseando poder haber hablado de esto con él. Acerca de su vida. Pero entonces un fuerte golpe en la cocina la sobresalta otra vez y ella salta, frustrada. —Carrie, ¿qué diablos? En serio, sólo vamos, ¿de acuerdo? ¡Jesucristo, no te puedo llevar a ninguna parte! —Janie sólo quiere concentrarse para poder disfrutar de estas palabras. Las interrupciones la están volviendo loca. Carrie se encuentra en la cocina frente armarios abiertos, colgado de una puerta. Ella mira por encima de su hombro avergonzada, mirando cómo Janie entra a la cocina para inspeccionar el desastre. —Me encanta cuando me dices: Jesucristo. Janie aprieta los labios, todavía enojada, tratando de no sonreír. El accidente no fue tan malo como sonaba. Mayormente latas vacías. —Mira lo que encontré —dice Carrie, tirando de una caja de zapatos del estante. Ella salta al suelo. —¡Notas y cosas! Como una caja llena de recuerdos. —¡Alto! Esto no está bien. —Janie mira nerviosamente por la ventana, como si el accidente de latas

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en este tranquilo establecimiento traería sirenas y chillidos de neumáticos—. Debemos salir de aquí de todos modos. —Pero —dice Carrie—. Chica, tienes que comprobar estas cosas. Son un montón de pistas sobre su pasado. La historia de tu papá. ¿No estás totalmente curiosa? —Ella se queda mirando a Janie—. ¡Vamos, Janers! ¿Qué tipo de detective eres, de todos modos? Tú deberías preocuparte por esto. Hay algunos pequeños pernos y algunas monedas y otras cosas, y ¡un anillo! Pero también hay cartas… Los ojos de Janie brillan, pero mira la caja. —No. Esto es demasiado invasivo. No es… —Su voz se tambalea. —Vamos, Janers —susurra Carrie, con los ojos brillantes. Janie se inclina y mira a escondidas en la caja, moviendo suavemente un par de cosas alrededor. —No. —Ella se endereza abruptamente—. Y quiero que dejes de husmear. —¡Uf! Qué aburrido. —Sí, bueno, estamos como violando la ley aquí. —Pensé que habías dicho… —Lo sé, lo sé. Mentí. —¿Así que podría ser arrestada? Oh, eso es simplemente genial. Recuerda que ya hice eso una vez, y no estoy interesada en terminar en la cárcel de nuevo, especialmente contigo. ¿Quién nos rescataría? —Carrie recoge las latas del suelo y las empuja de nuevo en el armario—. Mis padres me matarían absolutamente. Y también Stu. Jesús, Janie. —Lo siento. Mira, no es como que vamos a quedar atrapadas. Nadie sabe aún sobre el tipo. Además, soy su hija. Eso puede sacarnos de un lío. No es que habrá una…

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Janie pone la caja de recuerdos sobre el mostrador y le pasa las otras cosas a Carrie. Ella está frustrada. Desea no haber traído a Carrie hasta aquí, después de todo. Ella sólo quiere tener un tiempo a solas para pasar a través de las cosas, para concentrarse y descifrar las cosas. Pero el tiempo se está agotando, Janie lo sabe. Tiene que averiguar cómo puede ayudar a Henry, antes de morir. Y tal vez hay una pista en la caja. Sin embargo, Janie está muy por encima de robar. Artículos físicos, de todos modos. Janie suspira, renunciando. —Vámonos, Carrie. Ellas se van. Los dedos de Janie permanecen en el picaporte.

06:00 p.m. Ella arrastra sus pies por el camino de Waverly, más allá del Beemer. —Hey. Cabel levanta la vista más allá de su asiento en una cubeta al revés. Está pintando la moldura alrededor de la puerta delantera. Él se limpia el sudor de la frente con la manga de su camiseta. —Oye —dice. Su voz es fresca. —No me has llamado en toda la tarde. —Tú no contestas cuando llamo, así que, ¿por qué molestarme? Janie asiente con la cabeza, reconociendo que ella es una idiota. —Entonces, ¿cómo fue la reunión? Él sólo la mira. Esos ojos. El daño. Ella sabe lo que tiene que decir.

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—Lo siento, Cabe. —Y ella lo siente. Lo siente tanto, tanto. Se pone de pie. —Muy bien, gracias —dice—. ¿Quieres decirme lo que está pasando contigo últimamente? Janie traga con fuerza. Se pasa los dedos por el pelo y lo mira. Inclina la cabeza y aprieta los labios para evitar que tiemblen. Ella no puede hacerlo. No puede decirle. No puede decirlo. No puede decirle: voy a dejarte. Así que ella miente. —Es todo esto con Henry. Y la mierda con mi madre. No puedo manejar nada más en este momento. Necesito un tiempo para tener las cosas juntas. Siente sus ojos alejarse de él. Preguntándose. Preguntándose si Cabel lo puede decir. Está tranquilo por un momento, estudiándola. —Está bien —dice, con mesura. —Lo entiendo. ¿Hay algo que pueda hacer? —Se inclina y deja su brocha. Baja por las escaleras hacia ella. Alcanza su cara y acomoda un mechón de cabello desordenado. —Sólo necesito algo de tiempo y espacio. Por un rato. Al menos hasta que algo suceda con Henry. ¿De acuerdo? Ella inclina la cabeza hacia arriba. Encuentra sus ojos de nuevo. Permanecen ahí de pie, cara a cara, cada uno estudiando al otro. Entonces, ella se acerca a él. Resbalando sus brazos alrededor de su cintura. Su camisa está húmeda de sudor. —¿De acuerdo? —ella vuelve a preguntar. Él la lleva dentro. La sostiene. Besa la parte superior de la cabeza y suspira.

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07:48 p.m. Janie, está en el suelo, apoyada contra la cama. Pensando. Ella sólo podría ir a la cama temprano. Tentador. No.

08:01 p.m. Janie come su bocadillo en el autobús. Se lava las manos con el agua de la botella. Camina los dos últimos kilómetros restantes a la casa de Henry. Al menos no hace calor. Y todavía hay mucha luz. Los sonidos de los bosques son más fuertes por la tarde que durante el día. Un mosquito pasa volando por la oreja de Janie. Janie golpea sus piernas y brazos mientras camina. Está toda picoteada por todos los mosquitos que hay en el camino, sobre todo cuando pasó por uno con mucha vegetación. Dentro de la casa, todo está más frío que nunca. Una brisa sopla adentro de la casa, gracias a los árboles, la casita ha estado en la sombra durante horas. —Ahh —dice Janie cuando está en el interior de la casa, la puerta se cierra detrás de ella. Paz y tranquilidad. Una casita sólo para ella. Janie mira a su alrededor y se imagina cómo sería vivir aquí, sin temor a entrar en los sueños de los demás. Piensa que Henry hizo lo correcto. Henry tiene una pequeña tienda en Internet, tiene serenidad y nadie lo molesta, es Cathy la conductora del camión... y Cathy nunca está durmiendo. Ella piensa en el dinero que ha estado ahorrando durante años, incluidos los cinco grandes de la señorita Stubin. Piensa en la beca. La perdería si renuncia a su trabajo. Si ella se aislara. ¿Pero vale la pena perder la vista por una beca? Se pregunta si podría conseguir un trabajo por Internet.

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¿Qué tal si ella heredara uno? Su piel se le pone de gallina. ¿Y si ella se hace cargo de las cosas de Henry? Ella mira a su alrededor, girando su mente. Demonios, ella se ha hecho cargo de su casa y de su inútil madre, sabe cómo hacerlo. Pagar la renta, obtener víveres. ¡Alguien se daría cuenta si ella sólo asume el lugar? —¿Por qué no? —susurra. Janie toma un trago de agua de su botella y sólo se sienta allí, en la vieja silla destartalada, rodeada de los sonidos de la noche, consumida por sus pensamientos. De repente, la opción del aislamiento más el cuaderno verde de la señorita Stubin no suenan tan mal. —Podría acostumbrarme totalmente a esto —dice ella sumamente feliz—. Nunca más sería aspirada por los sueños otra vez. Sonríe abiertamente porque se siente delicioso. Y luego se detiene. —Tal vez todavía podría ver a Cabel —susurra—. Pasando cenas a la luz de las velas juntos aquí, o tal vez almorzando si él puede salir de clase. Saliendo un par de horas al día... saliendo juntos. Pero no durante las horas de sueño. Suena bastante bien. Durante aproximadamente cinco minutos. Y luego ella piensa en los próximos años. No hay manera de que pudieran vivir juntos.

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No habría bebés, no tendría una familia, jamás. Janie no podría arriesgarse a tener un niño soñando por ahí. Además, no hay forma de que Janie pasara esta maldición de atrapasueños a nadie. Ella está de acuerdo con esto. ¿Pero qué significa esto para Cabe?: Su vida en pocas palabras: • Viviría en otra parte. • Pasaría un par de horas en la cabaña. • Nunca se casarían. • Nunca tendrían hijos. • Nunca pasaría una noche con la mujer que ama. Ella imagina el tiempo junto, cómo sería, día tras día. El estancamiento. Cabel viniendo durante las dos horas obligatorias mientras él hace malabares con la escuela, su casa, su trabajo. Janie sabe que sería un infierno para Cabel. Sería como las horas de visita en la casa de los ancianos. Terminarían hablando de los crucigramas y el clima. Y él lo haría. Él se quedaría con ella. A pesar de que ella arruinaría por completo su vida. Esa es la clase de persona que es él. Janie golpea con sus puños los brazos de la silla La-Z-Boy. Deja caer su cabeza hacia atrás. Ella susurra a la habitación vacía: —No puedo hacer eso.

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09:30 p.m. Mira todas las cosas de Henry. Los expedientes de su negocio. Notas para sí mismo, listas de compras. Folletos sobre migrañas. Y en línea, una gran cantidad de sitios Web médicos favoritos, junto con los sitios que ofrecen formas de lidiar con el dolor. Ella se pregunta, y si hubiera tenido seguro, y si hubieran encontrado el tumor o aneurisma, o lo que sea, antes... Ella no lo hubiera conocido, no de esta manera. Ella piensa en él, tirando de su pelo, sujetándose la cabeza. La mirada congelada de agonía que tenía en su rostro. Se pregunta si él todavía siente dolor, está indefenso en el hospital del condado ahora. Piensa en cómo le rogó por ayuda. Ella habla con las palabras holística de la pantalla. —Me gustaría saber cómo ayudarle, Henry. Supongo... Espero que usted se vaya pronto, así se sentiría mucho mejor. Janie se limpia las manos en sus muslos y mira alrededor de la pequeña sala de estar. Imagina lo agradable que es estar en esta pequeña casa, agradable, lejos del ruido, de la gente. Ella se acerca a la cocina, donde Carrie dejó la pequeña caja que encontró en el mostrador. Janie siente la tentación de ir por ella. Ver las cartas que se mueven por la suave brisa que entra por la ventana abierta. Pero. Dos cosas. Ella no quiere leer ninguna carta íntima escrita con repulsivo amor dirigida a su madre. Y. Ella no quiere sentir pena por Henry más de la que ya siente. Ya ha tenido suficientes dolores de cabeza, muchas gracias. Ya basta de problemas. Ella sólo quiere conocer a alguien que la entienda, antes de morir. Con gusto asumiría las cosas aquí. Pero ella no va a hacerlo. Es demasiado tarde para eso. Ya está demasiado lejos. Y ya tiene suficiente angustia.

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Janie toma una respiración profunda. Sacude la cabeza. Y empuja la caja de nuevo al armario de donde la sacó. Ella limpia y organiza la casa como lo hizo la primera vez que vino. Apaga el ordenador y la lámpara y se queda en la oscuridad, escuchando el silencio. Deseando que ella pudiera tener esto, una vida llena de paz. Y sabiendo que ahora la pueda tener, una vez que Henry muera. En este lugar ella podría bajar la guardia. Y vivir. Ella no tendría que entrar en los sueños de nadie. Algo muy dentro de ella desea algo más, otra cosa. A Cabel. Tal vez es una técnica de supervivencia. O cómo todo ha cambiando desde que conoció a Cabel, ella era una solitaria. Siempre sería una solitaria. Siempre será una solitaria. Vuelve a sentarse en la silla, en la oscuridad, en este santuario. Se pregunta qué es lo que le espera en la vida. Se pregunta cómo va a cuidar a su madre y si tal vez Dorotea deba valerse por sí sola a partir de ahora. Tal vez Janie acaba de darse cuenta de lo que debió de haber visto desde hace años. Vivir tranquilamente aquí. Manteniendo su vista. Ella baja la vista hacia sus dedos. Proyectan largas sombras gracias a la luz de las estrellas que entra por la ventana abierta. Janie mueve sus dedos y sus sombras chapotean en su regazo. Ella sonríe. Y aunque la capitana se sentirá decepcionada, y tendría que tomar la beca de nuevo, ella sabe que jamás la culparía por querer tener una vida normal. Janie en el fondo sabe que todo está bien. Va a extrañar ver a la capitana y a los chicos. Eso es seguro. —Bueno —dice en voz baja a sus manos, flexionando los dedos y juntando las manos en su regazo—. Está decidido. Aislamiento. Es mi elección. Dios, se siente bien decirlo en voz alta. Aunque de mucho miedo.

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Sólo hay un último trabajo antes de que Janie deje de entrar en los sueños de los demás. Un último rompecabezas que resolver. Parece adecuado que termine así. A pesar de que está destinado a ser el peor de toda su vida. Janie toma una respiración profunda y la deja escapar, haciendo vibrar los labios. Ella tiene miedo. Pero tiene más miedo de ir al hospital, que cuando fue a la fiesta de Durbin. Incluso está más asustada que cuando entró en el extraño sueño de un muchacho llamado Cabel cuando se quedó dormido en la biblioteca de la escuela y soñaba con un hombre monstruo con cuchillos como dedos. Pero. Pero. Esta es también es también la última oportunidad de Janie, de ver y de decirle adiós, de una vez por todas, a la señorita Stubin. Cerrando la puerta, que es así como lo dicen. Es jodidamente doloroso pensar en eso. Pero Janie va a poder hacer esto, va a encontrar la manera de ayudar a Henry, incluso si la mata. Ehh... Bueno, esperemos que no "la mate." Eso arruinaría todo. Sí.

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HENRY Aún lunes. 10:44 p.m. Es una larga y oscura caminata a la parada del autobús. Cálidos relámpagos iluminan el cielo. La tormenta retumba bajo la densa humedad. No llueve, aún. Suficiente con los mosquitos ya. Janie come un sándwich y una barra energética. Abasteciéndose de energía, preparándose para una gran noche. Incluso preguntándose si Henry esta aún vivo.

11:28 p.m. Los pasillos están calmados como es usual y las puertas están cerradas. Janie saluda con la mano a Miguel el enfermero y se acerca al escritorio. —¿Alguna noticia? Miguel agita su cabeza. —El doctor cree que no será por mucho tiempo —él dice. Janie asiente. —Probablemente voy a pasar la noche… sentada al lado de él, ¿de acuerdo? —Claro, cariño —dice. Él llega detrás de la ventanilla—. Aquí hay una manta en caso de que te de frío. Probablemente sabes que la silla es reclinable, ¿cierto? Janie no lo sabía, pero ella asiente de cualquier manera, tomando la manta.

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—Gracias. —Ella continúa hacia abajo por los pasillos a la habitación de Henry. De pie allí por un momento, tomando unas pocas respiraciones profundas—. Esto es todo —dice bajo, y luego abre la puerta. Cerrándola rápidamente detrás de ella cuando baja. Esta vez es diferente. Esta vez, Janie es arrojada directamente a la pesadilla. Ella está en un lugar familiar como antes con Henry gritando “¡Ayúdame! ¡Ayúdame!” de nuevo, una vez más. Él se gira hacia Janie cuando ella se acerca y él continúa gritándole. Una estoica señorita Stubin permanece cerca de Henry, esperando pacientemente por el final. Incluso en su divino estado, si es eso lo que es, ella luce cansada. Janie no pierde tiempo. —Henry —grita—. ¡Quiero ayudarte! Estoy aquí para ayudarte. Pero no sé qué hacer. ¿Puedes enseñármelo? No hay forma de detenerlo. Janie se gira hacia la señorita Stubin. —¿Por qué no te vas? —No puedo. No hasta que él esté listo para venir conmigo. Janie gime, dándose cuenta ahora que ella no es solamente la responsable de su histeria, la paz de su padre casi muerto, sino también la felicidad de su querida señorita Stubin. Ella pone sus manos sobre sus orejas. Frustrada, desesperada porque los gritos aumentan. Es desconcertante, realmente. Y doloroso. Todo su cuerpo comienza a doler. Henry se levanta y camina hacia Janie y ella retrocede, tensándose, preocupada de que él la agarre, la estrangule, pero no lo hace.

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—¡Ayúdame! ¡Ayúdame! —él grita en su oído, haciendo que sus huesos vibren al extremo. Ella se mueve y él la sigue a donde va. Su voz es suplicante. Se pone de rodillas y toma la mano de Janie, jalando de ella y gritando. Rogando por ayuda. Su voz se hace irregular, fuera de control. Janie no sabe qué hacer. Ella le grita de nuevo. —¡Dime qué hago! Henry grita aún más fuerte. La señorita Stubin espera y observa, con sus ojos llenos de compasión. —No creo que él pueda —dice, pero Janie no puede oírla. Janie sabe que no puede aguantar por mucho más tiempo. Ella no puede moverse. Su cuerpo físico se ha ido de ella, y su cuerpo en el sueño grita en su propio dolor. No hay nada que pueda hacer por Henry… Nada. Nada que ella pueda imaginar. Se gira hacia la señorita Stubin. —¿Puede intentarlo? ¿Como la última vez? La señorita Stubin asiente. Se acerca a Henry. Cuando camina, parece como si estuviera deslizándose sin esfuerzo a través del suelo. —Henry —dice. Ella pone una mano sobre su hombro. Sus gritos decaen. La señorita Stubin concentrada. Le habla en su mente. Calmándolo. La voz irregular de Henry se desvanece.

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—Así —dice la señorita Stubin, sonriendo—. Es realmente mucho más fácil de esta manera, Henry. Henry sostiene un puñado de su cabello. Mostrándoselos a Janie. Janie asiente con la cabeza. —Te duele la cabeza, ¿no es así? —Sí —dice él, encogiéndose, como si hablar calmadamente fuera difícil para él. —No sé qué hacer —dice Janie—. ¿Sabes cómo puedo ayudarte? Henry observa a Janie. Él sacude su cabeza. —Sólo quiero morir —dice—. ¿Puedes ayudarme a morir? —No sé. Yo… intentaré. No puedo hacer nada ilegal. ¿Lo entiendes? Él asiente. —¿Dónde estamos? —pregunta Janie— ¿Es este tu sueño? ¿Este gimnasio oscuro? ¿Esto es todo? Henry se levanta. —Por aquí. —Él hace señas para que las dos lo sigan. Él empuja para abrir las puertas dobles que llevan afuera del gimnasio. Hay puertas a ambos lados. Ellos entran en la primera habitación. Es una sinagoga. Un niño convulsiona en su asiento. Su padre a su lado le regaña. —Es usted el chico, ¿verdad? —Janie pregunta.

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—Sí. —¿Un recuerdo? —Más o menos. Ese es mi sueño, mi vida, una y otra vez. Ellos van a la habitación de al lado. La gente está haciendo fila afuera de ella. Henry, la señorita Stubin y Janie pasan la congestionada fila y entran. Es una pizzería. Ellos caminan pasando mesas llenas de gente comiendo, riendo, hacia la cocina, en el cuarto de refrigeración. Allí está Henry apoyado en una esquina con una chica. Besándose. Janie mira. —¿Quién es ella? Henry mira a Janie. —Ella es Dottie. —¿Quieres decir Dorothea? ¿Dorothea Hannagan? —Janie no puede acabarlo, a pesar que ella sabía que había algunos besos comprometedores en algunas partes. —Sí —él suspira—. El único y verdadero amor de mi vida. Janie quiere vomitar. La señorita Stubin interrumpe. —Dinos lo que pasó, Henry. Entre tú y la madre de Janie. ¿Lo harás? Él luce cansado. Y hace frío allí. —No hay mucho que contar. —Por favor, Henry —Janie dice. Ella quiere escucharlo contar. Quiere que la validación que ella está haciendo sea lo correcto.

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—Trabajamos juntos en Chicago un verano. Ella estaba en la secundaria, yo estaba en la U de M. En el otoño, volví a Michigan. Ella dejó el colegio y me siguió. Vivimos juntos. Fue terrible. Los sueños. Tuve que escoger: entre estar miserable con ella, o ser capaz de funcionar solo. —Él empieza a tirar su cabello de nuevo—. Oh, demonios —dice—. Está regresando. —¿Entonces la dejaste para que se valiera por sí misma? ¿Sabías que estaba embarazada? —No lo sabía. —Su voz se hace más fuerte, como si estuviera tratando de hablar por encima de los ruidos en su cabeza—. Janie, no lo sabía. Lo siento. Le envié dinero. Ella no lo tomaría. Lo siento tanto. —Él se pone en cuclillas, la cabeza entre las manos. —¿Estás contento con lo que hiciste? ¿Alegre de haberte aislado? —Janie baja al suelo por él, ansiosa de obtener una respuesta ahora. —Ayúdame —chilla él—. ¡Ayúdame! —Él agarra su camiseta—. Por favor, Janie. Por favor, por favor. ¡Ayúdame! ¡Mátame! ¡Por favor! Janie no sabe qué hacer. La señorita Stubin trata desesperadamente de calmarlo, pero nada funciona. —¿Estás contento? —Janie grita— ¿Lo estás? ¿Era la mejor opción? —No hay mejor opción. Es Morton’s Fork. —Él cae al suelo gritando—. ¡Ayúdame! ¡Oh, Dios! ¡Ayúdame! Janie mira a la señorita Stubin con horror y ve las grietas de la escena. Piezas del sueño comienzan a caer. Ella puede escuchar la estática en la distancia. —Mierda —dice—. No puedo quedarme en esto. —¡Ve! —dice la señorita Stubin. Se dan las manos por un momento. Mirándose a los en los ojos, Janie trata desesperadamente de comunicar que ella no regresará. No segura de si se descifra lo que quiere decir.

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Pero es hora de irse, antes de que quede atrapada aquí de nuevo. Janie se concentra con todas sus fuerzas, rompe a través de la barrera del sueño. Janie está tendida sobre el suelo, temblando, tratando de moverse, tratando de sentir su piel, tratando de ver, todo en lo que puede pensar es en la mirada de la señorita Stubin y en la completa desesperanza del desesperado Henry, vencido por sus propios miedos. Oh. La señorita Stubin. Qué manera tan terrible de decir adiós para siempre. Lentamente, exhausta, Janie se levanta de la silla al lado de la cama de Henry. Sus articulaciones, incluso, sus dientes duelen, sólo se pregunta qué le pasa a su cuerpo cuando ella está en una pesadilla como esa. Pero eso no importa ahora. Ella se hace con ellos. Janie se envuelve en la manta para ayudar a parar su cuerpo de ese temblor incontrolable. Ella apenas puede soportar mirar la cara retorcida del pobre Henry. Alguna vez desde la última en que ella había estado aquí, Henry se puso en posición fetal, los puños arriba en su cabeza, como si se protegiera de los monstruos invisibles que lo han tomado como rehén. Janie se acerca a él. Toca su mano. La sostiene. Ella le ruega. —Por favor, por favor sólo muere. Por favor —ella le susurra una y otra vez, pidiendo dejar ir a Henry, pidiendo a su captores invisibles dejarlo ir—. No sé cómo ayudarte. —Ella esconde su cara en sus manos—. Por favor, por favor, por favor… —Las palabras rozan el aire en patrones rítmicos, como las ramas de sauce callan las olas en la orilla del lago Fremont. Pero Henry no muere.

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Una media hora pasa en el reloj. Se siente más allá de lo real en la oscura y silenciosa habitación, como si ellos estuvieran en un mundo aislado de los demás. Janie toma el último sándwich de su mochila, tratando de recuperar energía, y entonces comienza a hablarle a su padre para ayudar a pasar el tiempo. Ella le habla de Dorothea, escogiendo sus palabras cuidadosamente para no decir nada muy negativo. Ella sabe que Henry no necesita escuchar cosas negativas en su condición. Janie le habla de ella misma también. Le dice cosas que nunca le ha dicho a nadie más, como cuán sola se ha sentido. Le dice que no está enojado con él por no saber de ella. Y le habla de su vida secreta de atrapasueños, que ella es exactamente como él. Que lo comprende. Que él no está loco y no está solo. Todo va saliendo: lo de ser atrapasueños, su trabajo, la señorita Stubin, y el plan de Janie para detener todos los sueños y tener una vida agradable como la de Henry. —Estoy haciéndolo también, Henry —dice—. Me estoy aislando, como tú. Probablemente tú ni siquiera sabías sobre la verdadera opción, ¿cierto? Acerca de la ceguera y la pérdida de tus manos. Y luego Janie le dice a Henry que entiende por qué hizo lo que hizo a Dottie, a pesar de lo mucho que él la amaba. Ella entiende esa terrible elección. Ella le habla de Cabe. De cuánto lo ama. Cuán bueno es él. Cuán paciente. Como está hecha trizas por lo que significa este plan del aislamiento. Cuán asustada está de contárselo. De decir adiós. Es increíble, tener a alguien que es como ella. Alguien que entienda. Incluso si no es capaz de responder.

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De repente, Janie se siente como si hubiera perdido mucho tiempo en estos últimos días, cuando podía haber estado aquí para Henry. Ella le dice lo difícil que ha sido, el descubrir todas estas cosas en los últimos días, y llora un poco. Ella siguió hablando bien entrada la noche. Janie habla hasta que ha vaciado su alma. La cara de Henry no cambia. Él no se mueve en lo absoluto. Cuando Janie está demasiado cansada para pensar o decir otra palabra, se deja ir, acurrucándose en la silla. Todo está tranquilo.

04:51 a.m. Ella sueña… Janie está en su dormitorio, sentada en la cama, desorientada. Su lengua se siente seca, sedienta, y se moja los labios. Su lengua deja una capa en sus labios, se siente áspera como la arena. Cuando Janie limpia la aspereza, sus labios se descubren. Sus dientes colapsan y diminutas piezas se desprenden en su boca. Desmoronándose. Los filosos y gruesos trozos cortando su lengua. Horrorizada, Janie escupe en sus manos, pedazos y piezas de los desmoronados dientes que salen. Janie se mantiene escupiendo más y más fragmentos de sus dientes que se amontonan en sus manos. Frenéticamente, Janie mira hacia arriba, insegura de qué hacer. Ella mueve los ojos, todo está borroso. Vaporoso. Como si ella tratara de ver en un espejo empañado o una cascada. Coloca sus dientes sobre la cama, olvidados, y seca sus ojos, tratando de aclararlo, intentando ver. Pero está ciega.

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—Estoy aislada —ella llora—. ¡Se supone que no voy perder la vista! ¡No! ¡No estoy lista! —Agarra su ojos, y entonces se da cuenta que tiene hendiduras verticales, agujeros en su rostro, al lado de cada ojo. Algo sobresale de cada uno. Janie agarra lo que sea eso y tira. Trozos de jabón se deslizan de las hendiduras. Los ojos de Janie pican y arden como locos. Janie pasa sus dedos en ellos y saca más pedazos de jabón. Pero los pedazos parecen multiplicarse. Cuando ella saca los trozos de jabón, corre su lengua por los desiguales restos de sus dientes, saboreando sangre. —¡No! —grita. Finalmente, saca lo último del jabón y puede ver de nuevo. Ella levanta su vista, aliviada. Y ahí. Sentado en su silla. Observando a Janie con una mirada de tranquilidad en su cara. Henry. Janie lo mira. Y cae en cuenta, después de un minuto, lo que debería hacer. —Ayúdame. Ayúdame, Henry. Henry luce sorprendido. Obedientemente se levanta y se acerca a Janie. Janie le muestra su puñado de dientes. —Puedes ayudarme a cambiarlo, sabes. ¿Está bien si los pongo de vuelta?

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Los ojos de Henry hablan. Están llenos de ánimo. Él asiente. Janie sonríe con una frágil sonrisa. Asiente con la cabeza de vuelta. Empuja los dientes en su lugar como si fueran piezas de Lego 4 Cuando ella lo hace, palmea la cama y sonríe. Henry se sienta. —Eres igual que yo —dice él. —Sí. —Escuché todas las cosas que me dijiste. Lo siento. —Me alegro. Quiero decir, me alegro que me escucharas. No tienes que disculparte. No sabias. —Ella se queda mirando la silla vacía de Henry. Él se gira hacia ella. —Creo… creo que me hubiera gustado conocerte. Janie ahoga un sollozo.

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Él toma su mano. —La extraño. Dottie. ¿Es buena contigo? ¿Es buena madre? Ella mira su mano entre las de él por un largo minuto. No sabe qué decir al respecto. Finalmente se encoge de hombros y dice: —Ha salido bien. —Mira la cara de Henry. Sonríe con una mueca torcida a través de sus lágrimas.

06:10 a.m. La puerta de UCI de Henry se abre. La enfermera del primer turno revisa los signos vitales. Janie se sorprende despierta, se sienta y se frota los ojos. —No me hagas caso —dice la enfermera, comprobando el pulso de Henry—. Parece que te vendría bien algo más de sueño. Janie se estira y sonríe. Mira a Henry, recordando. Fue extraño, tener a alguien en su propio sueño por primera vez. Luego toma aliento, sorprendida, salta en sus pies para ver mejor. —Él está… —dice mientras la enfermera se gira para irse—. Se ve diferente. Su cara. La enfermera le echa un vistazo a Henry y revisa su historia clínica. Ella sonríe, distraída. —Él está mejor, espero. Pero Janie está mirando a Henry.

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Su postura se ha relajado, su cara ya no está tensa, sus manos están aflojadas y su cara descansa suavemente. Luce tranquilo. La agonía se ha ido. La enfermera se encoge de hombros y se va. Janie mantiene la mirada fija, encantada de verlo con mejor aspecto y con la esperanza de que ya no esté experimentando pesadillas horribles. Sería maravilloso si por un momento existiera la posibilidad de que pudiera sacarla de ellas. Sabe que hay una mejor oportunidad de que él finalmente llegue a morir.

06:21 a.m. Janie, con un plan, entra al baño privado de la habitación de Henry y cierra la puerta. Ella sabe que no tiene mucha fuerza, pero cerrar la puerta es pan comido si ésta no se atascara. Abre la puerta y la jala hacia dentro. Lentamente. Suavemente. No hay estática, no hay brillantes paredes estrellándose con ella. Sólo está el gimnasio oscuro y sólo una mancha de luz que surge a través de la gran ventana. Las habitaciones del pasillo están vacías ahora. La señorita Stubin, Henry, los dos se han ido. Todo lo que queda es la silla de Henry. Y sobre la silla, una nota. Mi querida Janie. Mucho se exigió de ti. Y, sin embargo, sigues siendo más fuerte de lo que crees. Hasta que nos volvamos a encontrar. Martha

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P.D: Henry desea que consideres el Morton’s Fork. 06:28 a.m. Janie cierra la puerta de su último sueño. Cuando es capaz, se escapa de nuevo del sueño y camina con dificultad a través de los pasillos y hacia la parada del autobús, toma el autobús a casa, y cae en su cama.

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MARTES 8 de Agosto, 2006, 11:13 a.m. Janie se despierta, sudando como una maratonista. Su mejilla está pegada a la funda de la almohada. Su cabello está empapado. Está al menos a 450 grados en la casa. Y ella se está muriendo de hambre. MURIENDOSE DE HAMBRE. Va tropezándose a la cocina y se pone de pie ante el refrigerador, comiendo lo que sea que pueda encontrar. Presiona la fría jarra de leche contra su rostro para refrescarlo antes de tomar un largo trago de ella. Y entonces toma un cubo de hielo y lo pasa por todo su cuello y sus brazos. —Dios todopoderoso —murmura, agarrando el contenedor de espagueti y albóndigas sobrantes—. ¡Necesito aire! Quince minutos más tarde, ella está en la regadera, la temperatura del agua puesta para enfriar. Es casi demasiado fría, pero Janie sabe que al minuto de poner un pie fuera de allí, comenzará a sudar de nuevo, así que mantiene el ajuste en agua helada. Cuando cierra el agua y sale de la regadera, escucha la voz de su madre, hablando al teléfono. Janie se congela y escucha por un minuto, y luego se enrolla una toalla alrededor de su cuerpo, agarrándola en su pecho, y abre la puerta del baño, con su cabello goteando por todo el piso. Dorothea, en su camisón, cuelga el teléfono. Se gira para mirar a Janie, su cara demacrada y con aspecto raro. Pálida, como la luna. —Él está muerto —dice ella simplemente. Se encoge de hombros—. Ya era hora. —Arrastra los pies de vuelta a su habitación, pero no antes de que Janie vea el labio de Dorothea temblar. Janie se queda de pie en el pasillo, goteando, sintiéndose entumida.

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—Está muerto —hace eco. Es como si el sonido de su voz lo hiciera real. Janie se reclina contra la pared del pasillo y se desliza hacia abajo hasta que está sentada en el piso. Recuesta su cabeza hasta que choca contra la pared—. Mi papá está muerto. Aún entumida. Se ha terminado. Después de unos cuentos minutos, Janie se pone de pie y entra a la habitación de su madre, sin molestarse en tocar. Dorothea está sentada, llorando en la cama. —Entonces, ¿qué necesitamos hacer? —Pregunta Janie—. Quiero decir, como, cosas de funeral. —No lo sé —dice Dorothea—. Les dije que no quiero tener nada que ver con eso. Ellos pueden simplemente manejarlo. —¿Qué? —Janie se siente con ganas de gritar. Se mueve para llamar al hospital por sí misma, pero luego se detiene. Se gira de nuevo hacia su madre. Dice en una voz serena—: Llámalos de nuevo y diles que Henry es judío. Necesita ir a una funeraria judía. —Janie lanza un vistazo al disperso armario de Dorothea—. ¿Tienes siquiera un solo vestido decente, mamá? ¿Tienes? —¿Para qué necesito un vestido? —Para el funeral —Janie dice firmemente. —No voy a ir a eso —dice Dorothea. —Oh, sí, irás. —Janie está enojada—. Definitivamente vas a ir al funeral de mi padre. Él te amo, todos estos años. Podrías no entender por qué se fue, pero yo sí, ¡y él aún te ama! —Janie se atraganta en su error—. Te amaba —dice—. Ahora ve a llamar al hospital antes de que ellos hagan algo más con él. Y luego llama a la funeraria, el hospital debería poder recomendarte una. Dorothea se ve confundida, alarmada. —No conozco su número.

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Janie la mira fríamente. —¿Qué edad tienes, ocho malditos años? Búscalo. —Sale violentamente de la habitación y cierra la puerta de golpe—. ¡Dios! —refunfuña frustrada, mientras pisotea el pasillo y entra a su habitación. Aún con la toalla puesta, Janie saca algo de ropa de su cómoda, la lanza sobre la cama, y luego rastrilla un peine de dientes anchos a través de su enredado y mojado cabello. Ella escucha la puerta de su madre abrirse. Unos minutos después, Janie puede escuchar a Dorothea tartamudeando en el teléfono. Janie se deja caer de nuevo en la cama, sudando de nuevo en el calor. Maldición. —Henry —dice ella. Llora por todas las cosas que pudieron haber sido.

12:40 p.m. Janie saca su maleta del closet. Sube al ático en busca de cajas. Tendrá que mudar sus cosas lentamente ya que tiene que tomar el autobús y caminar. Se pregunta brevemente si las llaves de la furgoneta de Henry estarán colgadas en algún lugar obvio en su pequeña casa. Y luego se prohíbe ese plan. Eso podría realmente parecer como robo si ella tiene que detener el auto. Sin sensación de ser asesinada justo antes de reiniciar toda su vida tampoco. Ella llena su mochila con ropa y agarra la maleta. Se dirige a la puerta.

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1:29 p.m. Janie pone sus cosas en medio de la choza y se sienta en el escritorio de Henry para escribir una lista de cosas que hacer: · Terminar con lo del funeral primero. · Encontrar propiedades de alquiler y direcciones de arrendadores para pagos de alquiler. · Averiguar si los servicios van incluidos o si tengo que pagar por ellos. · Limpiar la casa. · Estudiar en línea el historial de la tienda para descubrir qué vender. · ¡¡Regar el jardín!! Y congelar verduras. · Cambiar a internet por cable si no es demasiado caro. · Decirle a la capitana del plan. · Decirle a Cabel. Ella deja de escribir y mira las últimas tres palabras. Arroja el bolígrafo contra la pared. Golpea su puño en el escritorio. Empuja la silla hacia atrás tan fuerte que da vueltas. Se queda de pie a la mitad de la habitación y grita hacia el techo. —¡Mi maldita vida apesta peor que cualquier otra! ¿Cómo puedes obligarme a elegir? ¿Cómo puedes hacerme esto a mí? ¿Me escuchas? ¿Alguien? Cae sobre sus rodillas, se cubre la cabeza con los brazos, y se dobla hacia delante en un ovillo. Los sollozos se desgarran por la casa, pero nadie está ahí para escucharla.

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No hay comodidad alguna aquí.

03:57 p.m. Janie mira afuera de la ventana del autobús, con la mejillas contra el cristal, observando Fieldridge pasar. Mientras camina de la parada de autobuses a la casa de su madre, lo llama. —Hola —dice él. Y repentinamente, Janie no puede hablar. Un desvirtuado sonido sale de su garganta en su lugar. —Janie, ¿estás bien? —La voz de Cabel se vuelve inmediatamente preocupada—. ¿Dónde estás? ¿Necesitas ayuda? Janie respira, trata de estabilizar su temblorosa voz. —Estoy bien. Estoy en casa. Yo estoy.... Mi... Henry murió. Está en silencio la línea por un momento. —Estaré allí —dice—. ¿De acuerdo? Janie asiente en el teléfono. —Sí, por favor. Y luego Janie llama a Carrie. Le responde el buzón de voz. —Hola, Carrie, sólo pensé que debería hacerte saber que Henry murió. Yo... hablaré contigo después. 04:43 p.m.

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Cabel golpea la puerta. Trae una planta en una maceta y una caja de pan de la tienda de abarrotes. —Hola —dice él—. No tuve tiempo para hacerte algo como una cacerola de comida o lo que sea. Pero me detuve por la tienda y te traje esto. Lo siento mucho, Janers. Janie sonríe y sus ojos se llenan de lágrimas. Toma la caja y la planta, coloca la planta cerca de la ventana. —Es muy bonita —dice ella—. Gracias. —Ella abre la caja—. Oh, vaya... rosquillas. —Ríe y va hacia él. Lo abraza muy cerca—. Eres genial, Cabel. Cabel se encoge de hombros, un poco avergonzado. —Imagino que las rosquillas son buena comida reconfortante. Pero voy a arreglarles a ustedes alguna cena también, para que así no se molesten con eso. Janie sacude su cabeza, confundida. —¿Para qué? —Eso es lo que haces cuando alguien muere. Les traes cacerolas de comida, y pollo Kentucky y esas cosas. Charlie consiguió toda clase de comidas cuando papá murió, y a nadie le gustaba siquiera mi papá. Yo estaba en el hospital, pero Charlie metió a escondidas un poco… Dios, estoy divagando. — Cabel mueve sus pies—. Sólo voy a callarme ahora. Janie lo abraza estrechamente de nuevo. —Esto es realmente raro. —Sí —dice él. Acaricia su cabello. Besa su frente—. Siento mucho lo de Henry. —Gracias. Quiero decir, todos sabíamos que él iba a morir. Él es en realidad sólo un extraño —Janie dice. Miente. —Aun así —dice Cabel—. De todos modos, él es tu papá. Eso se va a sentir mal, sin importar qué. Ella se encoge de hombros.

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—No puedo… —dice. No quiere ir allí. Ella tiene otras cosas inmediatas en qué pensar justo ahora. Por ejemplo, cómo llevar a su borracha madre que sólo usa camisones a un funeral.

05:59 p.m. En lugar de calentar la casa incluso más cocinando, Cabel compra comida. Aparentemente, la esencia de pollo frito y panecillos penetra al Portal de la Pena, cuando Dorothea aparece y silenciosamente se sirve comida antes de retirarse una vez más. El director de la funeraria llama. Janie primero escribe las cosas frenéticamente, entonces discute opciones de convenios con él. Está aliviada de escuchar que los judíos tienen sus funerales lo más pronto posible. Eso le sienta bastante bien a ella. Y sin parientes que contactar, arreglan el servicio para la mañana siguiente a las once. Después de colgar, Janie se precipita sobre cestos de ropa y consigue alguna ropa sucia para la lavandería. Empuja el cesto hacia Cabel, y luego recuerda que le prometió a Cathy una nota. Garabatea algo en un trozo de papel y se lo pasa a Cabel, con un rollo de cinta adhesiva. —¿Puedes conducir a casa de Henry y pegar esto en su puerta delantera? —No hay problema —dice. Se dirige a la puerta mientras Janie plancha un vestido y luego sacude en polvo de un par de antiguos y raramente usados zapatos bajos. —No es justo —murmura—. No lo es en absoluto.

08:10 p.m. Cabel aparece en la puerta con la ropa, fresca, limpia y casi semi doblada. —La nota está en la puerta, la ropa está lista. Janie sonríe y toma el cesto. —Gracias. Eres maravilloso.

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Cabel sonríe. —La ropa sucia no es mi mayor área de pericia, pero me las arreglo. ¿Puedo quedarme estas pantaletas? —Él sonríe y sale de nuevo de la casa. —Uh… tendrás que preguntarle a mi mamá —Janie ríe. Cabel se acobarda. —Oof. Mierda y ugh. Oye, te dejaré terminar con tus cosas… y te daré tu espacio. Llámame si me necesitas. Las recogeré mañana para el funeral, si quieres. —Gracias —dice ella—. Sí, eso sería genial. Janie lo observa ir.

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MIERCOLES Agosto 9, 2006, 8:46 a.m. Cabel toca la puerta. —Lamento molestarte —dice—. No lo estoy intentando. Sé que necesitas más espacio. Pero aquí está un pequeño desayuno para que no tengas problemas con ello. Janie se muerde el labio inferior. Toma la bandeja. —Gracias. —Regreso más tarde. —Sale corriendo a través de los jardines de regreso a casa. Janie golpea con firmeza la puerta del dormitorio de su madre. —¿Y ahora qué? —¿Madre? Tengo el desayuno para ti —dice a través de la puerta cerrada—. Lo hizo Cabel. Él estará de vuelta aquí a las diez treinta para recogernos para el funeral, así que necesito que estés lista. Silencio. —Madre. —Sólo déjalo sobre mi tocador. Janie entra. Dorothea Hannagan está sentada en el borde de la cama, balanceándose atrás y adelante. —¿Estás bien?

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—Déjalo allí y vete de aquí. Janie mira su reloj, deja el plato en el tocador y sale de la habitación, sintiendo un hundimiento en su estómago. Toma una ducha y deja que el agua fría corra sobre ella. Hoy no está tan caluroso afuera. Eso será un alivio en el funeral, con la tumba destacándose bajo el sol. Janie sólo ha ido a un funeral en su vida, el de su abuela en Chicago hace mucho tiempo. Aquello fue en una iglesia y había un montón de extraños con pelo azul allí. Tenían panes de jamón, galletas de azúcar y después bebida de naranja, lo recuerda, y Janie corrió alrededor del sótano de la iglesia con un montón de primos lejanos hasta que los adultos los hicieron parar. Es todo lo que Janie recuerda. Janie escogió un servicio para la tumba de Henry. Es más difícil para las personas caer dormidas cuando están de pie afuera. Incluso para un borracho.

09:39 a.m. Ahora recuerda por qué no es aficionada a los vestidos.

09:50 a.m. Janie golpea vacilante la puerta de su madre. No hay respuesta. —¿Mamá? Con sólo cuarenta minutos antes de que Cabel las recoja, Janie se está poniendo nerviosa.

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—Mamá —dice, más fuerte esta vez. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? Por último, Janie abre la puerta. Dorothea está sentada en la cama, con un vaso de vodka en su mano. Su pelo grasiento. Vestida aún con su camisón. —¡Mamá! —No voy a ir —dice Dorothea—. No puedo ir. —Ella se dobla, pasa un brazo alrededor de su estomago como si doliera, sosteniendo aún el vaso—. Estoy enferma. —No estás enferma, estás borracha. Mueve el trasero a la ducha. Ahora. —No puedo ir. —¡Madre! —Janie le pide—. ¡Dios! ¿Por qué tienes que hacer esto? ¿Por qué tienes que hacerlo todo tan jodidamente difícil? Volveré a la ducha y entrarás. Janie entra pisoteando al baño y abre la ducha. Regresa pisando fuerte al dormitorio de su madre y toma la bebida de la mano de Dorothea. La tira sobre el tocador y se salpica toda la mano. Jala a su madre del brazo. —¡Vamos! Ellos no van a retrasar este funeral por ti. —¡No puedo ir! —dice Dorothea, tratando de sonar fuerte. Pero su frágil cuerpo no es rival para la fuerza de Janie. Janie jala a su madre al baño y la empuja dentro de la ducha, aun usando su camisón. Dorothea grita. Janie alcanza el shampoo y toma un poco, lava el cabello de su madre. Está tan grasiento que no hace espuma. Janie toma más llenando su mano e intenta de nuevo. Dorothea se agarra de Janie, ahora también con el vestido empapado. Janie sostiene la cabeza de su madre hacia atrás así el agua corre sobre ella, enjuaga el shampoo. —Tú arruinas todo —dice Janie—. No voy a dejar que arruines esto ahora —dice Janie mientras cierra la ducha y toma una toalla—. Quítate ese ridículo camisón y sécate. No puedo creer que esto esté pasando. Estoy harta de esto.

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Janie se gira bruscamente y se va furiosa, empapada, a su habitación para buscar algo más adecuado que usar. Todo lo que Janie puede escuchar es algo moviéndose en el baño. Pasa un cepillo por su cabello y arregla su maquillaje húmedo. Y luego va al dormitorio de Dorothea, saca un vestido y ropa interior, y se los lleva al baño. Encuentra a su madre todavía secándose. Janie mira a su madre, una desaliñada rata, tan delgada que los huesos asoman a través de su piel. Su rostro está cansado, abatido. —Vamos, mamá —dice Janie en voz baja—. Déjame ayudarte a vestir. Esta vez, Dorothea se va silenciosamente. Ya en la polvorienta habitación de Dorothea, Janie ayuda a su madre a estar lista. Cepilla su pelo, lo recoge en una coleta hacia atrás. Desliza el interruptor de la luz y le pone algo de maquillaje. —Tienes unas lindas mejillas —dice Janie—. Deberías recoger tu pelo más a menudo. Dorothea no responde, pero su mentón se levanta en una mueca. Ella se humedece los labios. —Voy a necesitar el resto de ese vaso —dice en voz baja—, si voy a soportar esto. Janie mira a su madre de reojo y la mirada de Dorothea cae al suelo. —No estoy orgullosa de ello, pero es la verdad. —El labio de Dorothea tiembla. Janie asiente con la cabeza. —De acuerdo. —Janie se da la vuelta cuando escucha al frente de la puerta el auto de Cabel en el camino de la entrada—. Estaremos allí enseguida —grita Janie. —Tómense su tiempo, señoritas. Llegué un poco más temprano —dice Cabel. Dorothea se toma el vodka en dos tragos y se encoge. Toma una profunda respiración, pero suena más como una carga que un alivio. Ella toma la botella de vodka de la mesa cerca de su cama y hurga

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en su bolso, sacando una petaca. La llena, derramando un poco, remplazando la tapa. Janie no dice nada. Dorothea asiente con la cabeza. Camina con paso inseguro al pasillo. Cabel sonríe cuando las dos se acercan. Lleva puesto un traje gris oscuro, luce fenomenalmente increíble en él. Su cabello está domado y aún húmedo, doblándose por encima de su cuello. —Lamento mucho su pérdida, señora Hannagan —dice. Le ofrece su brazo a ella. Dorothea se ve sorprendida por un minuto, pero hace frente a la situación y toma su brazo mientras él la conduce a la puerta del auto. —Gracias —dice ella con una rara dignidad.

10:49 a.m. Llegan al cementerio temprano. La tumba es un evidente montón de tierra, la caja de pino está en suspensión, y el rabino y los trabajadores del cementerio la rodean. Hay otras varias personas en silencio paradas alrededor de las inmediaciones también. Cabel estaciona el coche a un lado de la estrecha carretera. Janie se baja del coche y ayuda a su madre a salir del asiento delantero. Los tres caminan juntos mientras el rabino viene a darles la bienvenida. —Buenos días —dice—. Soy el rabino Ari Greenbaum. —Él extiende su mano. Janie la toma. —Soy Janie Hannagan. Esta es mi madre, Dorothea Hannagan, y mi amigo, Cabel Strumheller. Soy la hija del difunto. —Ella está orgullosa de no tartamudear, pero ha estado practicando en su mente—.

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Gracias por ayudarnos con esto. Nosotros... ninguno de nosotros es judío. No de verdad, de todos modos. Supongo. —Ella se sonroja. El rabino sonríe con gusto, al parecer importunado por la noticia. Se da vuelta y caminan junto a la tumba. El rabino Greenbaum pasa por los detalles de la ceremonia y les da a cada uno de ellos una tarjeta con el Salmo 23 escrito en ella. Dorotea se queda mirando las palabras de la tarjeta. Levanta la vista hacia el ataúd. Su boca se estremece, pero ella se calla. Los desconocidos aprovechan y se paran alrededor de la tumba, hombres serios y algunas mujeres también. —De mi congregación —explica el rabino—. Los hombres prepararon el cuerpo de tu padre para el entierro y se sentaron con él en la noche, y luego actuaron como los portadores del féretro y llevaron el ataúd. Janie mira hacia arriba, agradecida. Pensando en que todo esto es tan extraño, pero de cierto modo hermoso también. Qué buena es esta gente para hacer eso, y perder el tiempo para asistir al funeral de un desconocido. Ellos están parados cerca de la tumba y esperando. Hasta los pájaros están tranquilos cuando se acerca el calor del día. Janie mira dentro del agujero. Ve que una delgada raíz de árbol, recién cortado, blanco, termina saliendo de la tierra. Ella imagina el ataúd en el fondo del pozo, debajo de toda esa suciedad, las raíces creciendo y envolviéndose alrededor de él, aprovechando, rompiendo la caja, apoderándose del cuerpo. Ella niega con la cabeza para despejarse y mira hacia el cielo azul en su lugar. Detrás de ella, Janie oye más vehículos acercarse. Se da vuelta para mirar y ve a dos autos negro con blanco. Los Sargentos Baker, Cobb, y Rabinowitz salen, vestidos con el uniforme. Detrás de los coches de policías está un sedán negro y de ahí sale la Capitana.

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Charlie y Megan Strumheller están justo detrás, todavía bronceados de su semana en el lago. Y a continuación, Ethel llega con Carrie y Stu. Janie rompe a llorar un poco. A lo lejos, un gran camión marrón de UPS retumba por el camino estrecho del cementerio. Janie no lo puede creer, todas estas personas viniendo. Ella mira a Cabe, incrédula. —¿Cómo lo sabían? —ella susurra. Él sonríe y se encoge de hombros. Es la hora. El rabino da la bienvenida a la pequeña congregación de asistentes y habla por un momento. Y después. —Que en su lugar de descanso esté en paz —dice el rabino. Antes de que Janie pueda pensar, los trabajadores del cementerio ponen el ataúd más bajo la tumba, y pronto todo el mundo está mirando hacia abajo a su padre en una caja. Junto a Janie, Dorothea sorbe en voz alta y se mece. Janie agarra a su madre alrededor de los hombros y la estabiliza mientras el rabino empieza a hablar de nuevo. Y mientras Janie absorbe el flujo y reflujo de las palabras del rabino, la cadencia musical de los salmos, una pequeña parte de su vida se sofoca en esa caja de pino en el suelo también. —El Señor es mi Pastor, nada me faltará. —Janie se asusta de sus pensamientos por el grupo a su alrededor, todos recitan en voz alta. Ella se apresura a encontrar el lugar en el folleto y lo recita. Y entonces el rabino pregunta si alguien quiere compartir una historia sobre Henry. Janie se queda mirando el pasto. Después de un momento, Cathy, vestida con su uniforme marrón de UPS, se aclara la voz y continúa. Janie puede sentir la rigidez de su madre. —¿Quién es esa? —Dorothea silba a Janie.

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Janie aprieta el hombro de su madre y no dice nada. —Henry Feingold fue mi cliente, y con los años nos hicimos buenos amigos —dice Cathy, con voz vacilante—. Siempre tenía una taza de café o una bebida fría que ofrecer. Y cuando se enteró de que me gusta coleccionar globos de nieve, empezó a buscarlos cuando iba a comprar cosas para su tienda de Internet. Era un hombre muy pensativo, y voy a echarlo de menos en mi ruta y... Estoy muy agradecida contigo, Janie, por dejarme saber que él pasó al otro lado para que tuviera una oportunidad de decir adiós. Y eso es todo. —Cathy da pasos atrás de nuevo a su sitio. —Gracias. ¿Alguien más? Cabel le da un codazo a Janie. Ella lo empuja hacia atrás. Y entonces, y entonces. Dorotea dice: —Quiero decir algo. Janie se aterroriza. El rabino asiente con la cabeza, y Dorotea da unos pasos inestables donde ella puede dar la vuelta y enfrentar a la multitud. ¿Qué va a decir? Janie mira a Cabe, ve en sus ojos que está preocupado también. El hilo de voz de Dorothea no es fácil de escuchar en este espacio abierto. Al menos, no hasta que empieza a gritar. —Henry era el padre de Janie, aquí. El único hombre que he amado. Pero me dejó después de que abandoné la escuela por él, y mis padres no me dejaron volver a casa. Él estaba loco y era una persona horrible. ¡Arruinó mi vida, y me alegro de que esté muerto! —Con eso, Dorothea intenta abrir la cremallera de su cartera.

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—Querido Dios —susurra Cabe. La pequeña multitud está completamente sorprendida en silencio. Janie se precipita y guía a su madre de nuevo al lugar donde se encontraban. Ella siente que su cara está hirviendo y roja. El sudor gotea por su espalda. Evita deliberadamente los ojos de los invitados. Mortificada. No ayuda que Dorotea se las arregle para conseguir abrir la cartera y sólo hace un pequeño esfuerzo para ocultar que está tomando un trago de una botella. El rabino Greenbaum se apresura a hablar. Cabe descansa su mano sobre la espalda de Janie para consolarla. Él mira hacia el suelo y Janie puede ver la mirada apenada en su rostro. Ella siente ganas de pisarle el pie. Y empujar a su madre en el orificio de la tumba. Se pregunta en qué tipo de comedia se volvería esta escena. Janie levanta la vista y llama la atención del rabino. —¿Puedo decir algo? —pregunta. —Por supuesto —dice el rabino Greenbaum, aunque parece dudoso. Janie se queda donde está de pie y sólo ve al ataúd. —He conocido a mi padre por una semana —dice—. Nunca lo he visto moverse, nunca lo miré a los ojos. Pero en ese corto período de tiempo, me enteré de muchas cosas de él. Él se guardó para sí, no molestó a nadie, acabó viviendo la vida de la mejor manera que supo hacerlo. No estaba loco — continúa. —Lo estaba —murmura Dorothea. —No estaba loco —repite Janie, haciendo caso omiso de su madre—, sólo tenía un problema poco común que es realmente difícil de explicar a alguien que no lo entiende. —Ella mira a su madre—. Creo, y lo creeré siempre, que Henry Feingold era una buena persona. Y no estoy para nada contenta de que esté muerto. El labio de Janie tiembla. Es como si el adormecimiento de repente se disipara.

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—Ojalá lo pudiera hacer volver para poder llegar a conocerlo. —Las lágrimas gotean por su rostro. Cuando es evidente que Janie ha dicho todo lo que tiene que decir, el rabino Greenbaum dice una oración. Luego sonríe y hace señas a Janie para que vaya al otro lado de la tumba, la guía hacia el montón de tierra. Cabel toma a Dorothea del brazo y sigue. Hay varias palas en el suelo. Cada uno de ellos elige una. Janie toma una palada llena de tierra y la sostiene sobre el agujero en el suelo. Un hilo de tierra se desliza y golpea el ataúd. Ella no puede soportar dar vuelta a la pala. El rabino murmura algo acerca de regresar al polvo, y finalmente da vuelta a la pala. El ruido sordo de la tierra sobre la madera le duele en el estómago. Dorotea hace lo mismo, con los brazos temblorosos, y Cabel también, y poco a poco cada miembro de la pequeña multitud toma una palada de tierra y la libera en el agujero. Llenándolo. Y es entonces cuando Dorothea lo pierde. Cae de rodillas, casi como si recién ahora se diera cuenta de la verdad. —¡Henry! —grita. Sus sollozos se vuelven estremecimientos profundos. Janie se queda parada a su lado, incapaz de ayudarla. Indispuesta a tratar de detenerla. Semejante desastre. Janie puede ver ahora, todos los chicos del departamento van a hablar de la madre de Janie, la borracha, la que arruinó un funeral, la que tuvo sexo y tuvo una hija ilegítima y no está en condiciones de hacer nada más que ser una vergüenza. Ella niega con la cabeza, las lágrimas ruedan por sus mejillas mientras se ensucia más. No importa de todos modos. Cuando terminan, el montículo de tierra fresca aprisionado, Janie sabe que tiene que hacer frente a los invitados. Cabel lleva a Dorothea al coche. Janie pone la pala en el suelo. Ella se endereza de nuevo y la Capitana está ahí.

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La Capitana abraza a Janie. La sostiene. —Lo hiciste bien —dice—. Estoy tan absolutamente apenada por tu pérdida. —Gracias —Janie dice, las lágrimas fluyen frescas otra vez. Esta no es la primera vez Janie llora en el hombro de la Capitana—. Me siento tan avergonzada. —No te preocupes. —La voz de la Capitana es firme, es una orden. Para Janie, es bueno tener a otra persona dirigiendo el show por un momento, por lo menos. Un alivio. La Capitana le da palmaditas a Janie en la espalda—. ¿Va a estar sentada, shivah? Janie se aleja para mirarla. —No lo creo. ¿Qué es eso, una vez más? La Capitán sonríe. —Es un momento de duelo. Es generalmente de una semana, pero lo decides tú. Janie sacude la cabeza. —Hemos... Yo no... Yo ni siquiera sabía que era medio judía hasta la semana pasada. No practicamos ni nada. La Capitana asiente con la cabeza. Toma su mano. —Ven a mi oficina cuando estés lista. No hay prisa, ¿de acuerdo? Creo que tenemos que tener una conversación. Janie asiente con la cabeza. —Sí, tenemos.

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La Capitán aprieta la mano Janie y Janie saluda a los chicos del departamento. Janie trata de explicar, pedir disculpas por el comportamiento de su madre, pero los chicos no la dejan decir nada al respecto. Ofrecen sus condolencias y al final, están haciendo reír a Janie. Al igual que siempre. Se siente bien. Cathy se mantiene junto a la tumba hasta que los chicos se van, y entonces ella se acerca a Janie. —Gracias por la nota. —Él se habría alegrado de saber que viniste, creo —dice Janie. —Dejé un par de cajas más. Están afuera en sus escalones. ¡Quieres que se las devuelva a quien las envió? Janie piensa por un momento. —No —ella dice—. Me encargaré de ello. Probablemente tendré algo por lo que salir mañana, entonces, así que... —Janie no lo quiere explicar ahí. Ella tendrá todo el tiempo del mundo para hablar con Cathy la próxima semana. —Simplemente solicita una camioneta como lo hiciste la última vez por Internet, ¿de acuerdo? Voy a estar segura para conseguirla. —Cathy mira su reloj—. Tengo que volver al trabajo. Cuídate. Lo siento mucho. —Creo que lo conocías mejor que nadie, Cathy. Yo también lo siento. —Sí. Sí, gracias. —Cathy mira hacia abajo. Se da vuelta y camina hacia su camión. Charlie y Megan abrazan a Janie en un abrazo de grupo. —¿Vas a estar bien, pequeña? —Charlie le pregunta.

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—Claro, ella lo estará —dice Megan—. Ella es muy resistente. Pero estamos aquí para ti si nos necesitas, ¿cierto? Janie asiente con gratitud, dándoles las gracias. Y a continuación, Carrie y Stu están ahí, ofreciendo comodidad. Stu está usando la misma camisa y la corbata que llevaba al baile de graduación, y eso hace sonreír a Janie, recordando. Han pasado tantas cosas desde entonces. —No puedo creer cuánta gente vino —dice Janie—. Gracias. Esto significa mucho. Carrie agarra la mano de Janie y la aprieta. —Por supuesto que iba a venir, idiota. Janie le sonríe y le aprieta la mano en respuesta. —Oye —dice ella—, ¿dónde está tu anillo? —Y luego se detiene, preocupada. Carrie sonríe y agarra la mano de Stu con la mano libre. —No te preocupes. Decidimos que no estábamos preparados para ello, así que se lo devolví. Él lo mantiene seguro, ¿verdad, cariño? —Muy seguro —dice Stu—. Esa cosa fue totalmente cara. Janie sonríe. —Me alegro de que lo estén llevando bien. Gracias otra vez por venir, y, Carrie, gracias por todo lo que hiciste. —El funeral más entretenido en el que haya estado alguna vez —dice Carrie. Stu y Carrie dicen adiós y caminan por la hierba hacia Ethel, balanceando las manos. Janie los mira irse.

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—Sí —dice ella—. Así se hace, Carebear. Janie se acerca a los extraños que permanecen en un pequeño grupo, hablando en voz baja. —Muchas gracias por todo lo que han hecho —dice Janie. Uno habla por todos ellos. —No hay necesidad de agradecer. Es un honor cuidar a los cuerpos de los fallecidos. Nuestro más sentido pésame, mi querida. —Yo… gracias. Eh... —Janie se sonroja. Ella mira a su alrededor y espía al rabino. Va a decirle adiós. Después, no ve a nadie más, Janie se abre camino, entra en el coche. —¡Ni una sola flor! —Dorotea está diciendo—. ¿Qué tipo de funeral es ese? Cabel le da palmaditas a la mujer en la mano. —Los judíos no creen en la tala de un ser vivo para honrar a los muertos, Sra. Hannagan. Ellos no hacen cortar flores. Janie cierra la puerta e inclina la cabeza hacia atrás en el asiento. Está fresco en su interior. —¿Cómo sabes eso, Cabe? —pregunta—. ¿Pregunte-a-un-rabino-punto-com? Cabel levanta la barbilla ligeramente y pone el coche en marcha. —Tal vez.

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4:15 p.m. Cuando hay un golpe en la puerta de tela metálica, Janie se despierta de una siesta en el sofá, su madre está a salvo de miradas en su habitación. Se ahueca el pelo y agarra sus gafas. Es Rabinowitz. —Hola. Entre —Janie dice, sorprendida. Está con una caja en una mano y una cesta de frutas en la otra. Él los lleva dentro y los pone en la cocina. —Esto es para ayudar a dulcificar tu dolor —dice. Janie se supera. —Gracias. —Las palabras parecen demasiado pequeñas para expresar lo que siente. Él sonríe y se excusa. —Todavía estoy en el servicio, pero quería dejarte esto. Lo siento por tu pérdida, Janie. —Saluda y se va por la puerta. Todo agradable. Todos de lo mismo. Sólo lo hace más difícil. 4:28 p.m. Se acuesta de nuevo en el sofá, llena de pastel. Piensa en lo que sucederá a continuación.

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Sabe que pronto va a decir adiós a Cabe para siempre. ¿Y eso? A pesar de los beneficios, será la cosa más dura que jamás haya hecho.

6:04 p.m. Ella avanza por el camino lleno de baches de Henry, con la mochila a la espalda, con una maleta y una bolsa de ropa. Hay dos cajas de descanso abandonadas frente a la puerta. Janie se mete a depositar sus cosas y luego tira las cajas al interior. Ella desgarra la primera caja y saca un traje de nieve para bebé. Se acerca a la antigua computadora y la enciende. Pasa a través del cuaderno que contiene los registros de órdenes, a continuación, abre el cajón de archivo debajo de la mesa. Reordena los trajes para la nieve y escribe la dirección en la caja. Janie abre la segunda caja. Saca un paquete envuelto como una burbuja. Un globo de nieve. No está en el listado como un elemento que debe ser enviado. Es para Cathy, ella está segura. París. Janie sacude el globo y mira el oro, el brillante remolino de nieve sobre el plástico gris de la Torre Eiffel y Notre Dame. Qué increíblemente pegajoso.

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Sin embargo, totalmente lleno de un cierto tipo de algo que la hace especial. Janie sonríe, lo envuelve de nuevo y lo pone en la caja. Escribe en la casilla con un marcador negro: PARA CATHY, UN ÚLTIMO REGALO. DE HENRY. Janie acaba los negocios de su padre y luego busca, y encuentra, el antiguo contrato de alquiler. Descubre que ha estado Henry mes a mes desde 1987, sólo enviando fielmente un cheque de manera que llegue al principio de cada mes. Sería fácil de continuar desde aquí. Oh, ella le hará saber al propietario que Henry murió. Pero ella hará muy tentador para el propietario aceptar a Janie como nueva inquilina. Puede pagar el primer año por anticipado si tiene que hacerlo. Ella apaga la computadora. Tira de las sábanas de la cama y las pone en la pequeña vieja lavadora. Decide que va a limpiar la casa y dormir aquí esta noche. Aquí, en su nuevo hogar. Es un gran maldito alivio.

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MEMORIAS 10:43 p.m. Aún el día del funeral. La primera noche en su nuevo lugar. El aislamiento, el primer día. Servicio de lavandería hecho, la casa desempolvada, bocadillo comido, lista de la compra hecha, Janie se sienta en su cama nueva con la caja de zapatos de Henry llena de recuerdos. Adentro: • Catorce cartas de Dottie. • Cinco cartas sin abrir para Dottie de Henry, con el rótulo “Devueltas al remitente”. • Una pequeña medalla que se ha deslustrado, de una escuela secundaria del equipo de crosscountry. • Un anillo graduación. • Dos sobres con fotografías. • Un dólar canadiense y un dólar de plata. • Nueve clips. • Una licencia de conducir vieja. • Y un trozo de papel doblado. Con cautela, Janie toma las fotografías de los sobres y se ve a través de ellas. Instantáneas de Dorothea, toneladas de ellas.

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Fotos de ellos dos, riéndose. Divirtiéndose. Los dos besándose y yaciendo juntos en la playa, con felices sonrisas en sus rostros. En las grandes rocas grises junto al lago Michigan, una señal en el fondo que dice “Navy Pier”. Se ven bien juntos. Dorotea es bonita, sobre todo cuando sonríe. Increíble. Janie además reconoce la sala de estar en las fotos. Henry, con los pies apoyados en la misma mesa de café, las cortinas de siempre en las ventanas, Dorothea tendida en el mismo sofá de mierda, aunque todo parece casi nuevo en las fotos. Todo es lo mismo. Janie vuelve a mirar las fotos de la feliz pareja. Bueno, quizás no todo es lo mismo. Janie pone las fotos en orden cronológico según la marca de tiempo digital marcada en rojo en el esquina de cada imagen, y se imagina el noviazgo. El verano torbellino de 1986 donde trabajaron juntos en Lou en Chicago, luego hay un descanso de fotos en el otoño, que debe haber sido el tiempo que estuvieron separados, Dottie en la escuela secundaria y Henry en la U de M. Janie se fija en las cartas de Dorothea de la caja de zapatos y ve los sellos de correo en cada sobre abierto, todo fue marcado desde el 27 de agosto a octubre de ese año. Catorce cartas escritas a mano en dos meses, Janie piensa. Eso es amor. El segundo grupo de fotos comienza a mediados de noviembre de 1986 y la última foto se estampa 1 de abril, 1987. Día de los Inocentes. Vaya usted a saber. Janie hace los cálculos hacia atrás desde el día de su cumpleaños, 9 de enero 1988. Eso es más o menos correcto, piensa. Nueve meses antes de que hubiera sido 9 de abril 1987. No mucho tiempo después de la última foto antes de que hicieran un bebé, y luego fue la villa separada. Ella tocó las cartas, extremadamente curiosa. Sobre abrumadoramente curiosa. Muerta de maldita curiosidad. Ella incluso recoge la primera y dirige su dedo índice a lo largo del pliegue de la carta dentro del sobre. Pero a continuación, ella lo pone abajo. Es como si las cartas fueran sagradas o algo así.

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Eso, y Eww. Hay probablemente cosas grotescas escritas en ellas. Sería casi tan malo como ser absorbida en un sueño sexual de su madre. Ick y asco. Blurgh. Una vez que lea algo, no podrá borrarlo de su cerebro. Janie pone las cartas y las fotografías en la caja. Ella toma el dólar canadiense y se pregunta cuánto tiempo hace desde que su padre visitó Canadá. Sonriendo, pone el loonie junto al dólar de plata y recoge la medalla de cross-country. Ella le da la vuelta en sus dedos, manteniéndolo cerca de la cara y entrecerrando los ojos para ver todos los rincones y grietas pequeñas. —Soy una corredora también —dice en voz baja—. Sólo que de una clase diferente. En la clase de caminos. —Ella tiene la medalla cerca y la prende en su mochila. A continuación, Janie mira la licencia de conducir. Fue su primera, expiró hace mucho tiempo. Su foto es hilarante y su firma es una versión infantil de la que Janie ha visto en la casa. Y entonces Janie recoge el anillo de graduación. 1985 está grabado en una cara, y LHS está en la otra. Hay un gravado diminuto de un corredor bajo las letras. El anillo es de oro con una piedra de rubí y es hermoso. Janie se lo imagina en la mano de Henry, y luego regresa a las fotografías y lo ve allí, en su mano derecha. Janie lo desliza en su propio dedo. Es demasiado grande. Pero cabe en el dedo pulgar. Ella se lo quita y lo pone en la caja. Luego lo vuelve a tomar. Lo pone en el pulgar. Le gusta cómo se siente allí.

11:10 p.m. Después de pasar por todo menos las cartas una vez más, Janie encuentra la pieza plegada de papel con las palabras escritas en ella. Lo abre.

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MORTON’S FORK 1889, en la ref. a John Morton (c.1420-1500), arzobispo de Canterbury, que grava los préstamos forzosos en virtud de Enrique VII con el argumento de los ricos, obviamente, podría darse el lujo de pagar. Pero los obviamente pobres vivían frugalmente y por lo tanto tenían ahorros y tendrían que pagar también. Fuente: Asociación Americana de Psicología (APA): Morton’s Fork. (Sin fecha). Diccionario en línea Etimología. Obtenido de Dictionary.com página web: http://dictionary.reference.com/browse/morton\’s fork Janie lo lee de nuevo. Recuerda el marcador en el libro, y la única línea. Recuerda lo que dice la nota que la señorita Stubin dijo, sobre Henry queriendo que Janie considerara el Morton’s Fork. —Sí, lo entiendo ya, Henry. Tenías una opción. Lo sé. —Ella lo había considerado un millón de veces. Ella lo conoce desde antes de que ella supiera que existía Henry. Pobre Henry no tenía el libro de notas verde de la Señorita Stubin. Ni siquiera sabía de la posibilidad real de elección—. Estoy muy por delante de ti, hombre —ella dice. Janie sabe cuál de las opciones suena como la mejor de él para ella. O ella no estaría aquí. Arruga el papel y lo tira a la basura. Le da una última mirada a las cartas. Y las deja. Enciende la luz. Se revuelve, sabiendo que mañana, tiene un montón de difíciles explicaciones que dar.

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06:11 a.m. Ella sueña. Henry se encuentra en una roca gigante en medio de rápidos en la parte superior de la cascada. Su cabello se convierte en una colmena de avispas. Ellas zumban alrededor con enojo. Si se cae en él, los avispones pueden desaparecer, pero morirá al caer abajo de la cascada. Si se queda en la roca, va a ser picado hasta la muerte. Janie lo observa. En un banco está la muerte, su manto negro y largo inmóvil en la brisa. En la otra orilla está la vieja Martha Stubin en su silla de ruedas. Ciega, nudosa. Henry se aplana en la roca y trata de lavar los avispones de su cabello. Eso sólo los pone más furiosos. Comienzan a picarle, y grita, les pega, inútilmente para detenerlos. Por último, se cae la roca y se eleva sobre la cascada. Lanzándose a su muerte. Janie se despierta de golpe y se sienta con un suspiro, desorientada. Se sienta allí, se hunde de nuevo en la almohada, tratando de que su ritmo cardíaco de vuelva a la normalidad. Pensando. Fuerte. Muy fuerte. Entonces ella se acerca a la computadora y espera en el frío amanecer para que se conecte a internet. Busca sobre el Morton’s Fork de nuevo.

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¿Por qué el Morton’s Fork simplemente sólo desaparece? ¿Por qué sigo corriendo en este concepto estúpido? Lo sé, ya. En serio. Yo. Lo tengo. Tengo más que Henry nunca tuvo. Ella lo encuentra. Parafrasea bajo su aliento. —Una completa jodida elección entre dos igualmente terribles resultados. De acuerdo, de acuerdo. ¿No? Yo sé esto. Ella lo piensa más, en caso de que le falte algo. Piensa en Henry. El Morton’s Fork de Henry era obvia. Escogió el aislamiento sobre la tortura y la naturaleza impredecible de ser arrastrado por los sueños. Esa fue su elección. Eso es lo que sabía. Igualmente terrible. Sí, Janie podría argumentar que sus opciones eran igualmente terribles. Es un montón de mierda. Pudo haber escogido cualquiera. Ella piensa en Martha Stubin. Acerca de cómo, cuando era joven, su Morton’s Fork era exactamente igual que el de Henry, y que había elegido el otro camino. Ella no lo sabía, en el momento de su elección, lo que sería de ella. Pero entonces, se quedó ciega y lisiada. Lo que añade un factor. Y hace del Morton’s Fork de Janie diferente. Janie tiene la mayoría de la información de todos ellos. Sin embargo, esto no es noticia. Ella ha tenido toda esta información desde la libreta verde. Igualmente terrible. El término murmura en el cerebro de Janie y empieza a caminar alrededor de la casita, el frío suelo de madera y suave en sus pies descalzos.

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Abre la nevera y se queda mirando en ella, sin realmente ver nada dentro, y piensa en sus opciones. Discute con ella misma. Sí, es igual de terrible. Dejar a Cabe y a la sociedad para ir a vivir en una choza, ¿sola? Sí, eso se siente bastante terrible. ¿Tan terrible como quedarse ciega y coja? Claro que sí. ¿Cierto? Pero ¿y si Cabe no fuera un factor? Aislamiento. El ir a vivir sola, los ermitaños lo hacen. Los monjes lo hacen. La gente elige realmente hacer eso. Aislarse. Nadie en su sano juicio decide quedarse ciega y lisiada, no después de pensarlo, como Janie lo hizo. Martha no lo eligió, terminó sucediendo. Ella no sabía que iba a suceder. Nadie volvería a elegirlo. Nadie. A menos que la única alternativa sea igualmente mala. Ella está pensando. Pensando en Henry. Cómo vivió. Cómo murió. Acerca de la forma en que se calmó, finalmente. Después. Sólo después de que fue aspirado en el sueño de Janie. —No hay una mejor —había dicho durante su sueño anterior. Sosteniendo la cabeza. Tirando de su pelo. Pero estaba hablando de su Morton’s Fork. Su elección. Janie sabe que Henry no podía saber la verdadera elección, que no sabía acerca de la señorita Stubin y su ceguera, sus manos. Él todavía no sabe, probablemente, a menos que ella le dijera. Después.

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07:03 a.m. El cerebro de Janie no lo dejaba morir. Porque ¿qué pasaría si? ¿Qué pasa si el verdadero problema del cerebro de Henry no era una enfermedad real, como un aneurisma o un tumor, que la gente normal tiene? ¿Qué pasa si…? ¿Y si se trataba de una consecuencia? Las migrañas, el dolor. Arrancándose su cabello. Como si hubiera tanta presión. Por no utilizar la habilidad. La presión de no entrar en los sueños de otras personas. Tanta presión, que partes de su cerebro explotaron. —Nooo —dice en voz baja. Se sienta allí, congelada. En shock. Y luego deja caer la cabeza. Y descansa la mejilla sobre el escritorio. Gime. —Mierda, Henry —dice en voz baja. Ella suspira y cierra los ojos, y empiezan a picar y arder—. Tú y tu puto Morton’s Fork.

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ÚLTIMO DÍA Jueves 10 de Agosto, 2006, 7:45 a.m. Janie aún está sentada en el escritorio de Henry. En shock. En negación. Pero en lo profundo, ella sabe que es verdad. Tiene que serlo. Todo tiene sentido. No puede creer que todo se reduzca a una elección totalmente diferente de la que ella, y la señorita Stubin, habían pensado todo este tiempo. No entre el aislamiento o quedarse ciega y torcida. Sino entre estar ciega y torcida o el aislamiento hasta que tu cerebro explote. —¡Gaaah! —grita Janie. Eso es algo grandioso de esa pequeña casa, afuera, en medio de ningún lugar. Puede gritar y nadie llamará a la policía. Se desploma de nuevo en la silla del escritorio. Entonces, lentamente, se levanta. Cae sobre la cama y sólo se acuesta ahí, mirando la pared. —¿Ahora qué? —susurra. Nadie responde.

09:39 a.m. Ella se levanta. Mira alrededor de la pequeña choza. Sacude su cabeza. Apenada.

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Muy apenada. Y ahora, mirando a la fresca serie de igualmente asquerosas opciones, un verdadero Morton’s Fork, ella se da cuenta de que tiene una nueva decisión que tomar. Se sienta con las piernas cruzadas en la cama, con bolígrafo y papel en mano, y lo dispone por completo. Pros y contras. Beneficios y perjuicios. Asco contra asco. ¿La vida de la señorita Stubin o la de Henry? ¿Cuál quiere Janie? —Sin arrepentimientos. —La señorita Stubin había dicho en la libreta verde. Pero ella no sabía la verdad. —No hay un “mejor”. —Henry había dicho en el sueño. Él tampoco lo sabía. Janie, sola en el mundo, es la única que conoce la verdadera elección.

10:11 a.m. Ella llama a la Capitana. —Komisky. Hola, Janie, ¿cómo estás? —Hola, capitana. Bien. Supongo. ¿Tiene tiempo para hablar hoy? —Un segundo. —Janie escucha las uñas de la capitana sonando en el teclado de la computadora—. ¿Qué te parece al medio día? Conseguiré comida, podemos almorzar en mi oficina. ¿Suena bien? —Suena genial —dice Janie. Cuelga. Siente las mariposas en su estómago.

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Y luego. Sacude su cabeza y comienza a empacar. Empaca las cosas que trajo hasta aquí, golpeándolas dentro de su maleta para hacerlas caber todas. Esperando poder llevarlas todas en una sola carga. Va a regresar a casa. Si no fuera por Cabe, ella probablemente sólo lo arriesgaría. Se quedaría en aislamiento. En caso de que ella esté mortalmente equivocada sobre lo que realmente le sucedió a Henry. Pero está bastante segura de que tiene razón. Es un asunto de instinto. Así que. Ahí está. Janie agarra una bolsa de compras debajo del fregadero de Henry y la llena con todas las cosas que no pudo meter en su maleta. Sacude su cabeza de vez en cuando. Aún no puede creerlo. Antes de irse, llama al casero de Henry para hacerle saber que Henry murió. Entonces clausura definitivamente la tienda en línea de Henry, programa una camioneta para los artículos restantes, y deja el globo de nieve de obsequio afuera con una señal para que Cathy no lo deje. Deja su maleta abajo. Cierra la puerta detrás de ella, dejándola sin seguro, justo como la encontró. Toma un profundo respiro de aire de campo y lo retiene, lo deja salir lentamente. Mira al ciertamente potente sol de la hora de la merienda, aún descansando en la cubierta de la furgoneta.

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Recoge su maleta. Y se pone en marcha. Hace crujir la grava del camino como una persona sin hogar, cargando toda su mierda. No mira atrás. Cuando llega a casa, pone sus cosas en su habitación, y de la bolsa ella saca la caja de zapatos, con todas las cartas intactas. Janie, con la medalla sujeta a su mochila y el anillo en su pulgar, lleva la caja a la cocina y la pone en el mostrador junto a las atractivas frutas y el pastel de Rabinowitz.

11:56 a.m. Janie saluda a los chicos mientras va a través del departamento hacia la oficina de la capitana. Se detiene en el escritorio de Rabinowitz para agradecerle de nuevo por los dulces, pero él no está allí. Janie sonríe y garabatea una nota en un pedazo de papel rayado en su lugar. Luego toca la puerta de la capitana. —¡Pasa! Janie entra. El olor a comida china hace que su estómago gruña. La capitana está sacando platos de papel y tenedores de plástico. Abre los contenedores de comida y sonríe cálidamente. —¿Cómo estás? Janie cierra la puerta y se sienta. —Oh, usted sabe —dice ella ligeramente—. Tan loca como siempre. Toma las servilletas y quita una del pequeño montón, colocándola junto al plato de la capitana. —Sírvete —dice la capitana. Ellas sirven comida. Se siente incómodo, el silencio, sólo ellas dos. Comiendo. Janie toca el nuevo anillo en su dedo pulgar

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y accidentalmente derrama salsa del pollo con nueces de la india en su top. Trata desesperadamente de limpiarlo con su servilleta antes de que se pegue. La capitana busca en su cajón, el cajón que parece tener todo lo que cualquiera podría posiblemente necesitar, y saca un paquete de toallitas húmedas. Se lo lanza a Janie. Janie sonríe y lo abre. —Usted tiene absolutamente todo en ese cajón, bocadillos, curitas, toallas para remover la comida, trastes de plástico… ¿Qué más? —Lo que sea y todo lo que una persona necesite a fin de vivir por varios días —dice la capitana—. Kits de costura para emergencias de botón, clips para el cabello, artículos de tocador, juego de destornillador, navaja suiza, y no, no puedes tomarla prestada. Es súper cara. Veamos, silbato para perros, golosinas para perros, silbatos para policías, antídotos de veneno, autoinyectores Epipen, botellas de agua… y el tradicional desastre de gomas elásticas, clips de papel, y viejas estampillas de correo. Unos cuantos peniques. Janie ríe, se relaja. —Eso es grandioso. —Da una mordida. —Fui una chica exploradora. —El serio rostro de la capitana nunca titubea. Janie resopla y se pregunta si la capitana no está bromeando. Uno nunca sabe con ella. —Así que —dice la capitana—, tenemos un montón en lo que ponernos al corriente. —La añade crema a su café—. Mi brillante suposición es que tu pequeña emergencia familiar de la semana pasada tuvo algo que ver con la muerte de tu padre. ¿Cierto? —Cierto —dice Janie. —¿Por qué demonios no me dijiste antes lo que estaba pasando? Janie levanta la mirada bruscamente.

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—Yo… —Somos familia aquí, Hannagan. Yo soy tu familia, tú eres mi familia, todos aquí son miembros de esta familia. No discriminas a tu familia. Debes decirme cuando algo tan grande como esto está sucediendo, ¿me escuchas? Janie se aclara la garganta. —No quería molestarla. No es como si yo lo conociera siquiera. Bueno, no realmente. Él estuvo inconsciente todo el tiempo. El suspiro de la capitana sale como una cálida ráfaga de un motor de vapor. —Basta con eso. —Sí, señor. —Gracias a Dios que Strumheller tuvo el sentido suficiente para decirme sobre el funeral. O tú habrías sido tostada. —Sí, señor. —Janie está perdiendo su apetito—. Lo siento. —Bueno. Ahora, tu padre. Hablemos de él. ¿Él era un atrapasueños también? La mandíbula de Janie cae. —¿Cómo lo supo? —Dijiste eso en tu discurso de homenaje. Entre líneas. Dijiste que él tenía asuntos que la gente no entendería, pero tú entendiste, o algo semejante. Las personas normales no habrían adivinado lo que realmente querías decir. Janie asiente.

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—No intenté decir eso. Sólo salió. Pero sí, él era un aislado atrapasueños. —Ahh, aislado. Como lo que estás considerando. Bueno, no es de extrañar que no supiéramos de él — dice la capitana—. ¿Cómo lo descubriste? —Entré en sus sueños. —¿Oh? —Uh… sí. Averigüé algunas cosas interesantes. —Apuesto que sí. ¿Y cómo conoció usted a esta conductora de UPS, señorita Hannagan? Parece un poquito raro que tú nunca hayas hablado con tu padre, pero por lo que ella dijo en su discurso, aparentemente, tuviste una conversación previa con esta dama de marrón. —La capitana toma un bocado de su almuerzo—. ¿Qué es eso que tienes en tu pulgar? Parece como un anillo de brillantes de la graduación de la preparatoria en los ochentas. Mm-hmm. No respondas eso. Janie sonríe. Su cara se pone roja. —Sí, señor. —Absolutamente usted es la detective, incluso cuando no está en una asignación. —Supongo. —Entonces. ¿Has tomado una decisión? ¿Sobre qué hablábamos? ¿El asunto del aislamiento? Janie baja su tenedor. —Sobre eso —dice ella, con una preocupada mirada en su cara—. Yo, uh… La capitana mira a Janie a los ojos. No dice nada. —Yo iba a. Quiero decir, tomé una decisión. —Janie está pasándolo terrible al decirlo. La mirada de la capitana no titubea.

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—Y cambié de idea, no va a funcionar después de todo. La capitana se inclina hacia delante. —Dime —dice tranquilamente, pero tiene un tono de urgencia en su voz—. Vamos. Janie está confundida. —¿Qué? —Dilo. Por amor a dios, hazlo. Comparte algo de lo que pasa por ese misterioso cerebro tuyo. No siempre tienes que reprimir todo. Soy buena escuchando. De verdad. —¿Qué? —Janie dice de nuevo, aún confundida—. Yo sólo… La capitana asiente alentadoramente. —De acuerdo, sólo descubrí más o menos que la señorita Martha Stubin estaba equivocada. Mis elecciones son diferentes, tanto si me vuelvo como ella, o si me vuelvo como él. Mi papá. Él se aisló. Y su cerebro explotó. La capitana levanta una ceja. —Explotó. ¿Es un término médico? Janie ríe. —No realmente. —¿Qué más? —La voz de la capitana pierde la urgencia. —Bueno, así que pienso que sólo viviré en casa entonces. Y, supongo, iré a la escuela como lo tenía planeado. Es decir, es una situación incierta: quedarme ciega y lisiada a mis veinte años, morir de una explosión de cerebro al final de mis treinta. ¿Qué elegiría usted? Supongo, porque tengo a Cabe, que elegiría quedarme ciega y lisiada. Si él puede lidiar con ello, eso es todo. —Janie recuerda sus sueños.

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—¿Sabe él algo de esto? ¿Algo de esto en absoluto? —Er… no. —Sabes lo que yo siempre digo, ¿verdad? —Que hable con él. Sí, lo sé. —¡Entonces, hazlo! —Está bien, está bien. —Janie sonríe. —Y una vez que las cosas vuelvan a la normalidad después de tu terrible semana, y te llegues a sentir bien sobre lo de la escuela, porque lo harás, hablaremos sobre tú y tu trabajo. ¿De acuerdo? —De acuerdo. —Janie suspira. Es semejante al alivio. Ellas empacan los restos del almuerzo. —Antes de que te vayas —dice la capitana, dándose la vuelta a su silla hacia los archivadores y abriendo el cajón de en medio—. Aquí hay algo, si no te es útil sólo tíralo. No me sentiré ofendida. — Saca un papel naranja fotocopiado de un archivo, lo dobla y se lo da a Janie. Se pone de pie y acompaña a Janie a la puerta—. Y si alguna vez quieres hablar sobre eso, sabes dónde encontrarme. Familia. No lo olvides. —Está bien. —Janie toma el papel y suspira—. Gracias por el almuerzo. Y por todo. —Se pone de pie y se dirige a la puerta. —De nada. Ahora deja de molestarme. —Sonríe y observa a Janie irse. —Sssí —Janie dice mientras y sube las escaleras corriendo hacia el nivel de la calle. Una difícil conversación concluida. Sale y camina a la parada de autobús. Abre el papel naranja y entrecierra los ojos, leyéndolo.

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Después de un momento, lo dobla de nuevo lentamente, pensativamente, y lo pone en su bolsillo.

01:43 p.m. Toma el autobús hacia la parada de su vecindario. Nadie sueña esta tarde. Camina a la casa de Cabel. Él está pintando ahora la puerta del garaje. Janie se queda de pie en el césped a un lado de su camino de entrada y lo observa. Piensa en todas las cosas que han sucedido en los días anteriores. Todo el viaje en el que ha estado. Los bajos, los más bajos. Ella pensó que tendría que decir adiós. Para siempre. Y ahora, no tiene que hacerlo. Se debería sentir tan bien. Pero aún está el asunto de los sueños. Ella se aclara la garganta. Cabel no se da la vuelta. —Estás silenciosa —él dice—. No estaba seguro de cuánto tiempo ibas a permanecer allá. Ella se muerde el labio.

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Mete sus manos en los bolsillos. Él se gira. Tiene pintura en su mejilla. Sus ojos son suaves y acalambrados. —¿Qué pasa? ¿Estás bien? Janie se queda allí de pie. Trata de detener el temblor. Él lo ve. Baja su brocha. Va hacia ella. —Oh, nena —dice él. La acerca. La sostiene—. ¿Qué es? Golpea su cabeza mientras ella solloza en la camiseta de él.

02:15 p.m. En el césped, bajo la sombra del árbol en el patio trasero. Ellos hablan. Sobre sus pesadillas. Y el futuro de ella. Por un rato muy, muy largo.

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04:29 p.m. Es todo tan complicado. Siempre lo es, con Janie. Es imposible para Janie saber lo que pasará, sin importar qué tanto trata ella de comprenderlo. Sin importar qué tanto Cabe convenza a Janie de que no tiene idea de que él estaba teniendo semejantes sueños perturbadores, y admite que quizá está asustado. Pero además, que él realmente está lidiando con las cosas, realmente lo está. Sin importar qué tanto ambos prometan seguir hablando cuando la mierda como esta surja. Porque siempre lo hará. Simplemente no hay ningún felices para siempre en el libro de Janie. Pero ambos saben que hay algo. Algo bueno entre ellos. Hay respeto. Y hay profundidad. Desinterés. Un entendimiento entre ellos que supera un infierno de todo lo demás. Y está ese asunto del amor. Así que deciden. Resuelven decidir cada día en que las cosas llegarán. Sin obligaciones. Sin grandes planes. Sólo la vida, cada día. Haciendo progresos. Cortando la presión. Y si funciona, funciona.

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Ella sabe algo, muy profundo. Lo sabe con fuerza. Y es algo bueno. Él es el único chico al que ella se lo dirá.

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ES LO QUE ES. 05:25 p.m. Sigue siendo el último día. —Hey, ¿puedes llevarme a un lugar esta noche? —Sus mejillas se ruborizan. Y ella tiene un maldito chupetón. Hagan los cálculos. —Claro que sí. ¿Dónde? —Un lugar en Maple Norte. Cabel inclina la cabeza con curiosidad, pero no pregunta. Sabe que ella no le va a decir nada de todos modos. Sonríe y niega con la cabeza un poco mientras va a la cocina a preparar la cena. —Dios, te amo —él murmura.

06:56 p.m. Cabel se estaciona en el edificio. Janie se asoma por la ventana y comprueba el papel de color naranja. —Síp, esto es todo. —Ella está nerviosa. No está segura acerca de esto—. ¿Puedes simplemente pasar el rato por acá durante unos cinco minutos en por si acaso, ya sabes, esto no es genial? —Por supuesto, cariño. Si me he ido cuando salgas, mándame un mensaje de texto. Y vuelvo enseguida. —Él le da a Janie un apretón tranquilizador sobre su muslo y un beso en la mejilla—. Probablemente voy a bajar a una de las librerías de acá. Tal vez maneje a través del campus y dé una vuelta.

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—Está bien. —Janie respira hondo y sale del coche—. Nos vemos. —Camina, decidida, hacia la puerta. No mira hacia atrás. No ve a Cabel agarrar el papel naranja del asiento en donde lo dejó. Él lo lee. Sonríe.

07:01 p.m. Una docena de personas se arremolinan en la habitación, tomando café y charlando. Sobre todo adultos, pero un par de personas parecen tener la misma edad que Janie. Janie entra en la habitación, sintiéndose incómoda, sin saber dónde pararse. Poco a poco se acerca a una pared y sólo mira a su alrededor, con una sonrisa falsa en su cara, tratando de no hacer contacto visual. —Bienvenida —dice un hombre fornido, de mediana edad mientras se acerca a Janie—. Mi nombre es Luciano. —Él extiende su mano. Janie la toma. La sacude. —Hola —dice ella. —Me alegro de que hayas venido. ¿Has estado en Al-Anon antes? —No, ésta es mi primera vez. —No te preocupes. Todos tenemos algo en común. Déjame comenzar esta cosa. —Luciano vuelve a la habitación y dice en voz alta para todo el mundo que tomen asiento en la mesa. Janie se abre camino, y un joven le ofrece a Janie un poco de café. Janie sonríe agradecida y acepta, añadiendo sus tradicionales tres cucharadas de crema y tres de azúcar. El pequeño grupo se calma y Luciano habla. —Bienvenidos a Al-Anon. Para aquellos que son nuevos acá, este es un grupo de apoyo para las personas que están lidiando con los efectos de un alcohólico en su vida. —Él ve al joven a través de la mesa—. Carl, ¿te gustaría dirigir la sesión de hoy?

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Trilogía Dreamcatcher – Gone – Lisa McMann

Janie escucha atentamente la introducción y el testimonio de una mujer que habla de su alcohólico, abusivo padre. Después de eso, Carl dirige una discusión acerca de uno de los doce pasos. Se siente bien saber que no está sola. Y que el consumo de alcohol de Dorothea no es culpa de Janie. Cuando se ha terminado, Janie agarra un poco de literatura de los bastidores. Ella sale de la habitación, le manda un mensaje de texto a Cabe diciendo que está lista, y ella se interna en la noche fría. Pensando. Dándose cuenta de un montón de cosas sobre su madre. Y sintiendo, por primera vez, que parte de la tensión de su vida, parte de la responsabilidad, se retiró. Se siente fabuloso, en realidad. Se pregunta por qué ella nunca pensó en hacer esto antes.

08:31 p.m. Ellos dan vueltas alrededor del campus de la U de M, primero en coche, luego a pie, paseando por los parques y alrededores de los diferentes edificios. Cabel señala lo que sabe acerca de dónde están las cosas y cómo llegar ahí. Se siente raro, y divertido, y en enormes proporciones, como una extraña aventura, vagando por el campus de una escuela tan grande. Pronto, van a ser parte de todo eso. Se detienen por un helado en Stucchi y se ríe en lo que se siente como la primera vez en mucho tiempo. Cuando Cabel deja a Janie, ella lo besa con dulzura, estrechándolo. —Estoy muy contenta con nuestro acuerdo —ella dice. —Yo también —dice Cabe—. Así que... mañana... —Suena renuente. —¿Sí?

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—Necesito alguna basura para la escuela. Supongo que, en contra de mi mejor juicio, deberíamos ir de compras. Janie sonríe. —Qué lindo —dice ella—. Voy a traer un tenedor en caso de que todo llegue a ser demasiado para ti y necesites apuñalar tus globos oculares. Él se ríe. —Sería irónico que me quede ciego antes que tú, ¿no? Comparten una sonrisa irónica. Un largo beso con el alma.

11:05 p.m. Cuando Cabe se retira de la calzada, Janie camina lentamente hacia su casa y se sienta en el escalón de la entrada. Sólo piensa en cosas, y cosas y cosas. Como la vez que Cabel la trajo en su skate. Y piensa sobre la Señorita Stubin, y cómo en realidad nunca tuvo la oportunidad de decirle adiós. Ella se alegra por la nota sobre la silla. Ella piensa en la capitana, y sus ojos se ponen brumosos. Familia, ella había dicho. Es bueno tener una familia así. Janie da vuelta el anillo de Henry por lo que captura la luz de la farola. Los destellos rubí. Ella hace un puño. Presiona el anillo en los labios. Lo sostiene ahí. Luego lo levanta hasta el cielo. Dice: —Hey, Henry... —Y se detiene, porque su garganta le duele demasiado para seguir.

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Janie escucha a los grillos y a las ranas arbóreas, zumbando en los últimos días de verano, antes de que los sonidos de las hojas crujientes se hagan cargo una vez más. Piensa en su madre de una manera diferente. De una nueva forma, esta noche. Planea volver a otra reunión de Al-Anon. Podría incluso compartir su propia historia en algún momento. Si ella se siente capaz. O no. Sin decisiones precipitadas. Sin grandes compromisos. Cada día como venga. Janie toma una respiración profunda y siente la vivacidad de la noche llenando sus pulmones. Se sienta un momento más en el escalón y, después, se pone de pie y entra en la casa por la ventana de la cocina, empujando su cara contra la vieja pantalla de polvo, envolviendo sus manos alrededor de sus gafas para protegerse contra el resplandor de las farolas. Ríos de luz suave pasan desde la ventana en diagonal a la cocina. La caja de los recuerdos se ha ido. También la torta. Janie se ríe en voz baja, pero por dentro, le duele un poco. Por un momento, ella dejó todo este problema atrás. Y ahora acá está otra vez, y estará, por un tiempo al menos. Es difícil emocionarse por eso. Pero la vida sigue. Todo avanza en una dirección u otra. Las relaciones, capacidades, enfermedades, discapacidades. Conocimiento. Escuela. Una nueva vida en que pocos la conocerán. Donde pocos la llamarán la chica agente antidroga. Pero donde va a haber muchos sueños. Ella suspira. Un día a la vez. Un sueño a la vez. Su elección está hecha. Por ahora. Por hoy. —Esto es —ella susurra a los zumbidos de los cables—. Esto es realmente lo que es.

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El frío de la noche, la exposición de otoño, ha llegado, y Janie se frota los brazos desnudos, cubiertos de piel de gallina. Es agotador pensar en todo. En silencio, ella se va adentro. Cierra la puerta detrás de ella. Se desliza los zapatos y lanza su mochila al sillón. Pero antes de que Janie diga por última vez buenas noches esta noche, tiene sólo una tarea más en mente. Ella camina con los pies desnudos por el pasillo corto en la noche tranquila. Y hace una pausa en el portal a otro mundo. Hay sólo un sueño doloroso más por cambiar.

FIN http://purplerose1.activoforo.com/ Visitanos!!!!!

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Sobre la autora….

En 2008, Lisa McMann irrumpió en el panorama de la novela juvenil con Wake, una novela imaginativa y escrita en un estilo inusual para esta clase de libros. Con su fraseo ácido y una prosa lacónica, Wake es una lectura intrigante que sigue la historia de amor entre sus protagonistas, Janie y Cabel, a través de los sueños. La trilogía se completa con los libros Fade y Gone. ¿Cómo se te ocurrió ió la idea para Wake? ¿No te habrá llegado en sueños, verdad? Pues ha sido así, aunque no te lo puedas creer. Me desperté en medio de la noche y lo anoté de inmediato en mi libreta (y ya que estamos, aconsejo a todos los escritores no irse jamás a dormir sin antes dejar un bolígrafo y papel sobre la mesita de luz). En este sueño yo podía ver todo lo que mi marido soñaba. Usualmente, cuando alcanzo a anotar mis sueños, al leer por la mañana lo escrito en la noche me parece una tontería sin sentido… pero esta esta vez algo me decía que aquí había tela suficiente para una historia. Me tomó un mes pensar en quién sería el protagonista, cómo era que este personaje podía ver los sueños de los demás y cuáles serían las reglas de este mundo tan particular. A partir de ahí hí comencé a escribir y ya no pude parar.

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¿Cuándo te sucedió todo esto, tú ya escribías? Sí, en ese momento estaba negociando con editores la publicación de otra novela, con la cual coseché el record de casi setenta rechazos. Pero así es la vida del escritor. Y ya sabes que mientras intentas publicar una novela no puedes quedarte de brazos cruzados y tienes que ponerte a escribir otras cosas. Así que completé Wake y esta vez no tuve que esperar tanto, en una semana ya había interesados en contratarla. Wake es diferente a todo lo que he leído. Realmente ha sido una sorpresa encontrarme con la historia de esta chica, pero también me he asombrado con la manera que has encontrado de contar su vida. He sido bastante dura con mi protagonista. Debe afrontar las dificultades que le acarrean el ser y sentirse diferente sin poder contárselo a nadie. No solo debe aprender a controlar esta habilidad, sino que debe encontrar la forma de sobrevivir a ella. ¿Habías planeado una trilogía? No bien terminé de escribir Wake me puse a escribir Fade. Se dice que no es conveniente escribir series cuando aún no sabes si serás publicada, ya que si no es una historia completa en sí misma, las chances de que tu libro vea la luz se reducen drásticamente. Pero yo sentía que la historia de Janie no estaba completa, que un solo libro no me había alcanzado para contar todo lo que verdaderamente deseaba contar acerca de su vida. ¿Con Gone has cerrado las puertas de la historia definitivamente? Sí, creo que he terminado con estos personajes. Como autora, siento que ahora ellos pueden dedicarse a vivir el resto de sus vidas sin mí. ¡Ya no me necesitan! Los sueños de Janie son realmente salvajes. Como soñadora, ¿cuánto te pareces a ella? Mis sueños también son agitados, no sé si tanto como los de ella. Te contaré un secreto. En el primer libro, Janie intenta ayudar a una amiga llamada Carrie, quien tiene una pesadilla recurrente aunque no puede recordarla. Esa pesadilla no me la he inventado. Es mía, de cuando era niña. Creo que el

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hecho de haberlo incluido en el libro me ha servido como una especie de limpieza de alma. Del alma de aquella niña temerosa que solía despertarse llorando a causa de este sueño. ¿De qué crees que están hechos los sueños? Básicamente, de nuestros deseos y nuestros temores. Sabes, es curioso, pero antes de escribir el primer libro no había pensado mucho en los sueños. En Wake, Janie hace una investigación y revisa en la biblioteca todos los libros que encuentra acerca de los sueños. Y encuentra datos sorprendentes. Entre ellos, muchas técnicas para dirigir los sueños. Lo que llaman sueño lúcido. Todas esas técnicas existen. Y a muchas de ellas las he puesto en práctica yo misma. Debo decirte que no me han resultado tan efectivas como a Janie, pero de cualquier manera es muy divertido experimentar con tus sueños. Es algo que recomiendo a los jóvenes cada vez que doy una charla. Atrévanse a experimentar por sí mismos las técnicas del libro. Quizás obtengan un buen resultado y lleguen un poco más lejos que yo. Ahora que eres una autora consagrada, ¿con qué sueñas, cuáles son tus metas? Los sueños y las metas van cambiando a medida que creces y avanzas en tu carrera. Estoy sorprendida y muy satisfecha con lo que logrado hasta ahora. Pero soy una persona que piensa siempre en el siguiente desafío. Quiero probar nuevos estilos de escritura, nuevos géneros, nuevas formas de contar historias. Tengo muchos libros esperando su turno para salir allí afuera y me muero de ganas de ver qué tal le va a cada uno de ellos, cómo serán recibidos. La verdad es que siendo una escritora nunca dejas de soñar.

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(Trilogia Cazadores de Sueños 3) Huye-Lisa McMann

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